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SIGLO SEGUNDO - LA BATALLA CONTRA EL IMPERIOCAPITULO X ALEJANDRIA
La última parte del siglo II presencia el
desarrollo del helenismo cristiano en Alejandría. Como hemos visto, la Iglesia
comenzó a constituirse en Egipto dentro del medio judío. Pero muy pronto la
misión cristiana hubo de dirigirse hacia los paganos. De ello da fe el
Evangelio de los Egipcios. Sin embargo, este medio pagano presentaba dos
aspectos. Por una parte, los campos, con su población campesina. A pesar de la
helenización de Egipto, allí se seguía hablando el viejo egipcio demótico. Al
parecer, el alfabeto copto, que emplea caracteres griegos para escribir una
lengua que no es griega, fue creado en el siglo n. Precisamente en ese alfabeto
se hallan escritas las obras gnósticas cristianas descubiertas en Nag Hammadi,
algunas de las cuales datan del siglo II y parecen haber sido escritas
directamente en copto. Ello haría suponer que hubo un cristianismo copto,
ortodoxo y heterodoxo, en el siglo II y que tal vez la escritura copta fue
creada en ese medio.
Pero sobre este cristianismo copto, que
manifestará una sorprendente vitalidad en el siglo IV, no tenemos en nuestra
época documento alguno. En cambio, hay otro medio sobre el que nuestra
documentación es mucho más rica: el de los medios urbanos de Alejandría. Aquí
la helenización del viejo paganismo egipcio había sido completa. Los dioses
antiguos habían tomado nombres griegos. Horus había sido identificado con
Apolo, Amón con Zeus, Ptah con Hefestos, Toth con Hermes, Osiris con Dionisos.
Alejandría era el principal foco de la cultura helenística. La industria del
papiro y la existencia de una célebre biblioteca daban a la vida cultural una
sólida base económica y un incomparable bagaje intelectual. En virtud de su
posición geográfica, la ciudad venía a ser una encrucijada de civilizaciones,
lo cual daba lugar a un liberalismo religioso favorable a las propagandas y los
proselitismos. El cristianismo hallaba, pues, un clima sumamente propicio.
Alejandría desempeñará así, a fines del
siglo II y principios del II, un importante papel en la historia de la Iglesia.
Esta ciudad será la escuela donde el cristianismo, nacido en un medio semita,
termine su educación griega, al mismo tiempo que el helenismo acabará su educación
cristiana. Alejandría será el polo de la cultura cristiana, como Roma es el
polo doctrinal. Por una parte, en cuanto a la vida cristiana ordinaria,
Alejandría es el punto donde las costumbres cristianas, heredadas de la
Iglesia primitiva, se desprenden de su expresión judía y asumen lo mejor del
humanismo helenista. Por otra, y por lo que respecta a la cultura, en
Alejandría es donde el cristianismo hace suya la herencia de la retórica y de
la filosofía antigua, elaborando ese helenismo cristiano que será el milagro
de la historia humana.
Un testigo eminente de este cristianismo helenizado
lo tenemos en Clemente de Alejandría. Poco sabemos de su vida. La hipótesis de
su nacimiento en Atenas se basa solamente en una tradición de Epifanio que él
mismo considera dudosa. Su familiaridad con las corrientes de pensamiento y las
formas de vida de Alejandría hacen más probable su origen alejandrino. No
obstante, su nombre, Tito Flavio Clemente, es latino. Pero no es difícil
encontrar por entonces nombres de ese tipo en el Oriente griego. En todo caso,
había nacido de una familia pagana y se convirtió. Sabemos por el comienzo de
los Stromata que viajó por la Magna Grecia, por Grecia, por Siria, por
Palestina. Una vez de regreso en Alejandría, fue discípulo de Panteno, a quien
sucedió en la enseñanza hacia el 190. Clemente era presbítero de la iglesia de
Alejandría. De esta ciudad se trasladó a Jerusalén donde le encontramos hacia
el 215, al tiempo de instalarse el obispo Alejandro, el cual le encarga de una
misión en la iglesia de Antioquia. Dos de sus obras, el Pedagogo y los
Stromata, son nuestras fuentes principales por lo que se refiere al
cristianismo alejandrino de esta época.
I. LA HERENCIA DE GRECIA
La primera característica de la corriente
alejandrina es la alianza del Evangelio con la cultura griega. Alianza que ya
había sido realizada en el pasado, respecto del Antiguo Testamento, por los
judíos de Alejandría y en particular por Filón. En realidad, Clemente no es el
primero en utilizar la literatura del judaísmo helenista. Los pseudoepígrafes
judíos son conocidos de los Apologistas. Estos citan los discursos órficos o
los Oráculos sibilinos, el Pseudo-Eurípides, el Pseudo-Sófocles v el
Pseudo-Homero. Pero no veo que se haya establecido en Justino o en Ireneo una
verdadera alusión a Filón. Por otra parte, el filonismo de la Epístola a los
Hebreos es muy problemático, sabiendo como sabemos que Filón se hace eco de
toda una literatura que hemos perdido. En cambio, Clemente sí utiliza a Filón,
con citas explícitas, con la aplicación de un mismo método exegético.
Esto es importante desde el punto de vista
de la escuela alejandrina: que hay una continuidad entre el cristianismo y el
judaísmo alejandrinos. Filón nació, predicó y enseñó en Alejandría. Su
espíritu es típicamente alejandrino. Y Clemente hace pasar ese espíritu a la
tradición cristiana. Hasta Clemente, la exégesis cristiana se halla en la
prolongación de la exégesis del judaísmo palestinense. Es una exégesis
profética, apocalíptica, tipológica, que busca correspondencias entre las
realidades del Antiguo Testamento y las de la Nueva Alianza. Es la exégesis que
encontramos en Justino (Diálogo con Trifón), en Ireneo, en Melitón, y que se
continúa en Hipólito y Tertuliano.
Filón es algo completamente distinto. El
helenismo contemporáneo de Cristo había elaborado una exégesis de Homero y de
Hesíodo que daba a los relatos de la mitología un valor simbólico. En las
historias de los dioses se descubrían las fuerzas de la naturaleza, o las
potencias del alma, o los misterios de la metafísica. En esta línea poseemos la
Theologia Graeca del estoico Cornuto, perteneciente al siglo I de nuestra era.
Máximo de Tiro emplea abundantemente tales alegorías. Filón aplica el mismo
método a los textos del Pentateuco y por la misma razón: para disipar el
escándalo de una legislación caducada o de unos relatos escabrosos e ingenuos.
Sin embargo, Clemente utiliza el método
con discreción. En su obra es fácil distinguir las diversas fuentes. Por
ejemplo, toma de Filón una alegoría sobre Sara y Abimelec: entonces comienza
por presentar la interpretación filoniana para elaborar luego otra más
cristológica. Podemos decir que acude a Filón como a una de las riquezas de la
cultura alejandrina. Pero su exégesis se halla ciertamente en la línea
tipológica o gnóstica, es decir, en la prolongación de la tradición catequética
o de la tradición de Panteno. Será Orígenes quien haga de la alegoría filoniana
un elemento de su exégesis moralizante de la Escritura.
La influencia de Filón sobre Clemente no
se reduce al empleo de la alegoría. El plan de Filón consistía en poner el
conjunto de la cultura profana, la enkyklios paideia, al servicio de la inteligencia
de la Biblia. En su tratado De Congressu eruditionis gratia había afirmado el
principio de la necesidad de la cultura profana como preparación al
conocimiento de la Escritura. Y de hecho utiliza para su exégesis las diversas
técnicas escolares del helenismo. Esto comienza con la gramática, con la importancia
que se da a las etimologías. Luego está el uso de la amplificación retórica.
Sigue el razonamiento dialéctico con vistas a desentrañar el pensamiento.
También, se utilizan frecuentemente las demás ciencias: aritmética, música,
física, astronomía: en particular, la simbólica de los números.
Clemente, siguiendo sin duda las huellas
de Panteno, reanuda la empresa de Filón. Empresa que continuará Orígenes en el
Didascaleo. Es cierto que, como hemos visto, Justino abrió una escuela. Pero se
trataba simplemente de conferencias análogas a las que daban los filósofos de
su tiempo. La empresa de Clemente es de una envergadura muy distinta: prolonga
la de Filón. Cabría preguntarse en qué medida el judaísmo alejandrino de la
época de Clemente conocía aún una enseñanza que continuara la de Filón y en
qué medida pudo Clemente inspirarse en ella.
Entre las diversas disciplinas que pone
Clemente al servicio del entendimiento de la Escritura, es claro que la más
importante para él es la filosofía. Clemente enumera los diferentes servicios
que puede prestar esta disciplina. Permite desenmascarar los errores de los
filósofos y ayuda a precisar el contenido de la fe. Pero, sobre todo, hace
pasar del conocimiento ingenuo al conocimiento científico (epistemé). En el
plano filosófico, es lo que constituye la investigación (zétesis). Esta parte
de datos comunes, pero, relacionándolos con principios ciertos, permite
transformar la simple opinión en certeza (gnosis). Es lo que constituye,
propiamente hablando, la demostración. Clemente expone tales principios en el
libro VIII de los Stromata, que son un breve tratado sobre el método
filosófico, inspirado en Antíoco de Ascalón.
Clemente aplica esos principios al dato de
la fe. El punto de partida son los hechos que presenta la Escritura. En
concreto, los primeros principios son las verdades reveladas esenciales. La
investigación (zétesis) consistirá en relacionar con las verdades esenciales
los diversos datos de la Escritura, los cuales pasarán a ser entonces objeto de
ciencia teológica. Así se habrá pasado de la fe a la gnosis. Es lo que
constituye la demostración (apodeixis) escriturística. Estos textos de Clemente
son fundamentales. Podemos decir que plantean los fundamentos del método
teológico. En Filón existía un peligro de reducción racional. En Clemente
hallamos tan sólo la aplicación de un método a un dato puramente revelado.
Es de notar que Clemente llama gnosis al
conocimiento científico resultante de la demostración. Llama también gnosis al
conocimiento de los secretos revelados por la apocalíptica. Paralelismo muy
característico del momento que estudiamos. Podríamos decir que el rasgo
principal del método es la equivalencia. Lo mismo que hay paralelismo entre el
alegorismo estoico y la tipología bíblica, lo hay entre la gnosis filosófica y
la gnosis apocalíptica. Y así veremos a Clemente establecer equivalencias entre
los episodios bíblicos y los mitos de Homero. Buscará equivalencias tanto en el
contenido como en el método. En Clemente, el avance científico del
judeo-cristianismo va yuxtapuesto a su equivalente greco-latino. Todavía no hay
trasposición.
2. EL MUNDO DE LA ALEGORIA
Clemente no es el primer cristiano que se
planteó la cuestión de las relaciones de la filosofía con la revelación. Antes
que él lo había hecho Justino. De éste toma Clemente algunos temas:
participación de todo espíritu en la razón que es el Verbo, datos tomados de la
revelación por los filósofos. Pero Clemente desarrolla una teoría, al parecer,
original: la de una inspiración divina concedida a algunos hombres
privilegiados entre los paganos. Es una comparación que repite con frecuencia.
Existe una preparación evangélica en el mundo pagano.
Pero ¿quiénes son esos filósofos? Clemente
critica a sus contemporáneos. ¿Hace en realidad una historia del desarrollo de
la filosofía? Comienza por Orfeo, Lino y los más antiguos poetas. Entre los
inspirados, menciona a Homero y Pitágoras. Y va más lejos aún. La filosofía no
viene de los griegos. Los más antiguos filósofos fueron bárbaros de raza o
estudiaron con los bárbaros. Por tanto, la filosofía floreció primeramente
entre éstos, manifestándose según las razas: sus iniciadores fueron “los
profetas de Egipto, los caldeos de Asiria, los druidas de Galia, los magos de
los persas, los gimnosofistas de la India”.
Nos hallamos ante una notable concepción
de la historia del pensamiento. Una concepción puramente tradicionalista y
positiva. En el origen, Dios comunicó por medio de los ángeles a cada raza, por
mediación de un inspirado, una determinada sabiduría. Y esa sabiduría primitiva
se fue degradando progresivamente. La historia de la filosofía no es, por
tanto, la historia de un progreso, sino de una decadencia. Las verdades en
estado puro, tal como Dios las comunicó, han de buscarse en el origen. Por
supuesto, entre todas las sabidurías Clemente pone particularmente de relieve
la de los hebreos. Pero reconoce un valor paralelo a las demás. Y esa
sabiduría, esa filosofía verdadera, es la que Cristo vino a restaurar.
Tal concepción no es un hallazgo de
Clemente, sino que responde a toda una corriente del pensamiento de su época.
Después de Aristóteles, la concepción de un progreso de la filosofía es
sustituida por la idea de una decadencia. Este punto de vista es desarrollado a
principios del siglo I antes de nuestra era por el estoico Posidonio y el
platónico Antíoco de Ascalón, cuya influencia sobre Clemente nos es ya
conocida. Y reaparece en el siglo II de nuestra era entre los filósofos con
quienes Clemente presenta claras afinidades, como son Máximo de Tiro y Numenio
de Apamea. Y es de notar que estos filósofos son palestinenses o sirios. Representan,
en concreto, una corriente distinta del platonismo medio más escolar, de Albino
o de Atico, a los cuales está vinculado Justino.
Esta idea de una revelación, paralela a la
de los judíos, hecha a los sabios de las naciones —idea que viene a sumarse a
la teoría de los datos tomados de los judíos por los griegos— llevará a
Clemente a acentuar con más intensidad que Justino el paralelismo entre la
Biblia y los poetas griegos, en particular Homero y Hesíodo. Estos, en efecto,
son para Clemente hombres divinos, inspirados por Dios, que enseñaron, en forma
de historias, altas doctrinas. Podríamos multiplicar los ejemplos: la
descripción del mundo sobre el escudo de Aquiles es paralela al relato de la
creación del mundo en el Génesis; la historia de Tetis y el Océano corresponde
a la separación de las aguas y la tierra según Gn., 1, 7-9; la creación de Eva
es comparada con la de Pandora; el relato del diluvio tiene un paralelo en el
de Deucalión, y la historia de la torre de Babel, en la de los gigantes que
quisieron colocar el monte Pelión sobre el Osa. La caída de Fetón es
relacionada con la caída de los ángeles según Gn., 6, 1.
La comparación se extiende a los
personajes de ambas historias: Jacob durmiendo con la cabeza apoyada en una
piedra es comparado con Ulises consolidando su lecho con una piedra; las hijas
de Jetró junto al pozo evocan a Nausicaa camino del lavadero; la mujer de Lot
convertida en estatua de sal recuerda a Niobe convertida en piedra. Algunos temas
aparecen particularmente subrayados con el paralelismo de Minos, el legislador
de los cretenses y confidente de Zeus, con Moisés, el legislador de los judíos
en la montaña del Sinaí. Al comienzo del Protréptico, David es relacionado con
Orfeo, ambos citaristas. Y aquí la escena se ensancha, pues tanto Orfeo como
David son figuras de Cristo. De este modo, las equivalencias se desarrollan en
tres planos.
En estas sutiles equivalencias se
manifiesta el temple artístico de Clemente. Se trata de analogías entre
actitudes y formas. David aparece bajo los rasgos de Orfeo, Cristo bajo los de
Hércules. Con esto tocamos el movimiento que, en la misma época, suscita
diversas obras de arte, judías y cristianas, que representan a los personajes
del Antiguo y del Nuevo Testamento en relación con personajes de la mitología.
Jonás durmiendo bajo el ricino presenta la actitud de Endimión bajo la encina,
el Buen Pastor se parece a Orfeo llevando la oveja, David —en la sinagoga de
Dura-Europos— tiene el aspecto de Orfeo.
Pero lo interesante en Clemente es que
tales trasposiciones no son meras adaptaciones. Clemente da una justificación
más profunda. Y es que el único Verbo ha distribuido a cada nación, por medio
del ángel encargado de ella, la forma de sabiduría que le es característica.
Esta sabiduría, una en su principio, es multiforme en su presentación. Si
luego el Verbo se manifiesta de nuevo en Cristo, no por eso se anula ese estado
de cosas. La revelación de Cristo se distribuye en las formas propias de las
diversas culturas. Cuando el cristianismo se difunde por el mundo griego, debe
despojarse de su forma semita para adoptar una forma helenística. Debe hablar la
lengua de Platón y de Homero, debe tomar las actitudes de Hermes y de Ulises.
Esto, que es cierto por lo que se refiere
a las imágenes y a los símbolos, lo es también respecto de las costumbres. El
espíritu del Evangelio viene a animar las costumbres de la ciudad alejandrina.
El espíritu es el del Evangelio, pero sus formas de expresión no son las de
Palestina. El hecho es que se evangelizan las costumbres griegas, al tiempo que
se heleniza el Evangelio. Lo cual no es sincretismo. El Evangelio sigue siendo
Evangelio. Pero sus formas de expresión no son las mismas. Es lícito llevar
alhajas; pero sus símbolos deben ser susceptibles de una interpretación en
sentido cristiano: un barco, un pez, una paloma. Los baños son útiles, pero con
mesura. Se recomienda el deporte a los hombres. Se aprueba el uso moderado del
vino.
Estamos muy lejos de las tendencias
encratitas del ambiente palestinense primitivo. Clemente lo sabe. Y ataca a
Taciano por su severidad contra el matrimonio. Clemente no admite la condenación
del uso del vino. Quiere crear un tipo de cristiano en relación con el ideal
helenístico del hombre. No tiene ningún miramiento con los elementos judíos
que pudiera llevar consigo el Evangelio. Hay que abandonar esa vieja vestidura.
Es entonces cuando se realiza, precisamente en Alejandría, el proceso de
desarraigo sociológico con respecto al judaísmo, tan laborioso en un principio
y que estaba lejos de haberse consumado. Pero, exactamente, no se trata de
desarraigar o arrancar. La vestidura judía cae como una piel muerta. Y un
cristiano nuevo se presenta semejante en todo su exterior a cualquier otro
alejandrino: con la misma indumentaria, el mismo lenguaje, las mismas
costumbres, como admirablemente decía la Epístola de Diogneto. La diferencia reside
en que le anima otro espíritu.
Todo esto se resume en Clemente con una
sola frase: el cristianismo es la verdadera filosofía, la sabiduría verdadera.
En él se realiza el ideal prometido por los sabios de Grecia. Clemente los
conoce. Ha leído a Epicteto y a Musonio. No ignora las virtudes del sabio:
apathéia, parrhesía. Virtudes que, según él, se realizan en el cristiano. El
cristiano ideal, cuyo retrato se perfila en los Stromata, está muy de acuerdo
con el Evangelio, pero no se parece en nada a un profeta palestinense. Se
parece en lo externo al sabio estoico. Pero le anima otro espíritu. El
cristiano helenizado surge por primera vez en la obra del alejandrino, no tan
sólo en su actitud exterior, sino sobre todo en su forma interior.
3. GNOSTICISMO Y HELENISMO
El paso de una expresión semita a una
expresión helenística del cristianismo no es solamente obra de los
representantes de la Gran Iglesia. Constituye, por el contrario, un hecho
general en la época que ahora estudiamos, y así aparece también en las sectas
heterodoxas. Todo el cristianismo, con la única excepción de la Siria oriental,
pasa entonces a la cultura griega. Esto se cumple de manera eminente en el
gnosticismo. Originariamente, esta corriente no contiene helenismo alguno. Son
Valentín y Basílides quienes inician en Alejandría el empleo de la filosofía.
Con los discípulos occidentales de Valentín, Ptolomeo y Heracleón, se consuma
la transformación, y el gnosticismo se convierte en sistema filosófico. El paso
era fácil, pues el platonismo presentaba una tradición dualista, acentuando la
trascendencia de Dios y oponiéndole el mundo sensible, y el gnosticismo va a
expresar su dualismo, totalmente diferente en su origen, por medio de esas
categorías.
Nos hallamos, como hemos dicho, ante un
fenómeno general de la época. En la Alejandría cosmopolita, las grandes
corrientes religiosas del mundo se encuentran con la cultura griega. Es la
época en que aparece el hermetismo, que es una helenización de la antigua
religión egipcia. Los Oráculos caldeos son un fenómeno análogo por lo que se
refiere a las religiones de Caldea. Con la misma razón se puede decir que el
Oriente invade al mundo greco-romano o que la cultura greco-romana invade al
Oriente. Claro que no se hallan en el mismo plano las dos afirmaciones. En el
plano religioso, triunfan las religiones orientales; en el cultural, el
helenismo. Lo mismo sucede con el gnosticismo. No es una helenización del
cristianismo, como pensaba Harnack, ni tampoco una orientalización del
helenismo, como quería Reitzenstein. Se trata de una determinada corriente
religiosa, nacida en las fronteras con el judeo-cristianismo y que se heleniza
al mismo tiempo que éste.
El fondo filosófico de que echan mano los
gnósticos es el mismo que emplean los apologistas cristianos o los autores
hermetistas: el platonismo medio. Es cosa hoy demostrada. Valentín, Clemente
y el PseudoHermes pertenecen a una misma corriente intelectual, que es
platónica. Pero, en algunos puntos, los gnósticos son precursores. Ya Basílides
sabe emplear la distinción aristotélica entre la privación y la negación. Su
hijo Isidoro da un sesgo más filosófico a la doctrina. Se ha señalado el uso
que hace Heracleón de las categorías aristotélicas, las cuales dan un notable
rigor a su pensamiento. Los cristianos se mostrarán durante mucho tiempo
reservados ante semejante “tecnología”. Todavía a comienzos del siglo IV, la
emplearán solamente los arrianos. Y no empezará a ser utilizada abiertamente
hasta que llegue la renovación aristotélica de fines del siglo IV.
También en otro punto precedieron los
gnósticos a los cristianos: el uso de Homero, según lo había interpretado la
exégesis alegórica de los neopitagóricos y platónicos. Ireneo dice de los
valentinianos que Homero es “su profeta propio”. Hipólito acusa a los
simonianos de tomar del poeta griego sus propias teorías9. Estos, en efecto,
conceden gran importancia a Elena y se interesan por el simbolismo delque atribuye Homero a Ulises. Pero justamente los dos episodios son comentados
en el mismo sentido por Máximo de Tiro, y Elena aparece en los estucos de la
basílica pitagórica de Porta Maggiore, como un símbolo del alma liberada. Lo
mismo sucede con los valentinianos. Ireneo nos ha conservado un centón de
versos homéricos compuesto por ellos: los versos se refieren a Ulises y
Hércules. Estos dos personajes aparecen igualmente asociados en Máximo de Tiro.
Por último, el uso de Homero adquirirá proporciones considerables entre los
naasenianos, los peratos y el gnóstico Justino.
Una prueba indirecta del influjo de la
filosofía griega sobre los gnósticos nos la dan los heresiólogos. Ireneo y,
sobre todo, Hipólito buscan el origen de las diversas ramas del gnosticismo en
las escuelas filosóficas griegas. Es curioso, en cambio, que Hegesipo las
relacione con las diferentes sectas judías. La razón está más bien en favor de
este último. La afirmación de Ireneo e Hipólito, poco favorables ambos a la
filosofía, tiene por objeto desacreditar las sectas gnósticas. Es una afirmación
esencialmente polémica. Pero, para tener sentido, debía presentar cierta verosimilitud.
Y así lo que indica directamente es que las sectas gnósticas por ellos
enumeradas habían tomado algunos datos de las escuelas filosóficas griegas.
No obstante, bajo tal vestidura el gnosticismo seguía siendo el mismo. En el
fondo, el helenismo no le afectó más que al cristianismo. Plotino, buen
conocedor del asunto, tenía razón al ver en el gnosticismo una forma de
pensamiento profundamente opuesta al helenismo.
Este proceso de helenización no afectó tan
sólo al gnosticismo, sino también a las demás sectas marginales del
cristianismo. Al profetismo de Montano ha sucedido el talento literario de
Proclo, que suscita la admiración de Tertuliano. Los marcionitas discuten para
saber si hay uno, dos o tres principios. Sus escuelas opuestas son didascaleos.
Apeles, el jefe de la primera, había compuesto un libro de Silogismos,
utilizado por Orígenes. El monarquianismo popular de Noeto adopta una forma
más filosófica en sus discípulos. Lo mismo sucede con el adopcianismo de
Teodoto el curtidor. El autor del Adversus Artemonem, citado por Eusebio,
acusa a sus discípulos, Asclepiodoto y Teodoto el banquero, de abandonar las
Escrituras en busca de silogismos, de admirar a Aristóteles y Teofrasto y de
abusar así de las artes profanas (28, 14-18). Aparecen nuevos tipos de
herejías, como la de Hermógenes de Antioquia, que son propiamente filosóficas.
El medio siglo que va del 150 al 200 marca
un cambio decisivo del cristianismo. La situación jurídica de los cristianos
sigue siendo precaria. Siguen persiguiéndolos las calumnias populares. Contra
ellos se ensañarán nuevas persecuciones. Pero han salido del “ghetto” en que
se les quería encerrar. Ya no es cuestión de considerarlos como una pequeña
secta oriental. Como dirá Tertuliano, los cristianos llenan el foro, los baños,
los mercados, las escuelas. No tienen por qué separarse de una civilización que
les es querida. Sólo rechazan las perversiones. Las violencias de la
apocalíptica judeo-cristiana, los excesos del encratismo no han desaparecido
por completo. Pero resultan ya elementos arcaicos. Ha nacido un nuevo tipo de
cristiano, que pretende unir los valores del helenismo con su fe cristiana. De
aquí surgirán las grandes figuras de principios del siglo III.
CAPITULO XI
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