cristoraul.org |
CAPÍTULO 75.FURIOSA PROPAGANDA ELECTORAL
Como
todas las fuerzas revolucionarias desde los residuos de la burguesía
republicana hasta los anarquistas, se hallaban conformes en constituir un
conglomerado electoral, había llegado el momento de plasmar en un documento los
puntos de coincidencia y las condiciones del pacto. Los partidos políticos
dispuestos a comprometerse designaron Comités para negociar los acuerdos. La
labor sería muy difícil, según se vio apenas se dieron los primeros pasos. Se
trataba de redactar un programa gubernamental, síntesis del conjunto de
proyectos, que contentara a todos los participantes. Empresa peliaguda. ¿En
qué iban a coincidir ideologías tan dispares, hombres de tan distinta formación
y procedencia, grupos políticos tan heterogéneos en su manera de entender el
presente y el futuro de la nación? Menudeaban las reuniones: un día se
rumoreaba que unos delegados habían abandonado la empresa, convencidos de que
se trataba de una tarea imposible; otra vez se difundía la noticia de la
ruptura. Pero en el último momento la intervención de algún santón influyente
lograba encarrilar el asunto y la discusión continuaba. Por fin, se dio a la
publicidad el documento (16 de enero), como «manifiesto del Frente Popular», a
la vez que se anunciaba la negativa de Sánchez Román, presidente de la Unión
Nacional Republicana, a suscribir el pacto.
La
negativa sorprendía más, porque Sánchez Román, catedrático de Derecho Civil de
la Universidad de Madrid y jurisconsulto con clientela óptima, era el redactor
en un noventa por ciento del documento. Su partido —Unión
Nacional Republicana— estaba formado por un número reducido de hombres de
profesiones liberales, intelectuales e industriales, muchos de los cuales
iniciaron el desfile al ver a su jefe comprometido con marxistas y comunistas
para una alianza gubernamental.
«Una baja
sensible», escribía El Liberal de Bilbao (16 de enero) al comentar la deserción
de Sánchez Román. El Liberal era propiedad de Indalecio Prieto, en parte
gracias a la ayuda económica proporcionada por el catedrático, al que el
periódico elogiaba «sus servicios desinteresados y abnegados a la República, su
talento y su austeridad». El jurisconsulto había comprendido a última hora que
le era imposible embarcarse para una aventura temeraria que necesariamente
había de acabar en catástrofe.
El
manifiesto aparecía con las siguientes firmas: por Izquierda Republicana, Amós
Salvador; por Unión Republicana, Bernardo Giner de los Ríos; por el Partido
Socialista, Juan Jiménez Vidarte y Manuel Cordero; por la Unión General de
Trabajadores, Francisco Largo Caballero; por el Partido Comunista, Vicente
Uribe; por la Federación Nacional de Juventudes Socialistas, José Cazorla; por
el Partido Sindicalista, Ángel Pestaña; por el Partido Obrero de Unificación
Marxista, Juan Andrade.
El
documento pecaba de ambiguo y demostraba que el conglomerado se había puesto de
acuerdo en muy pocas cosas: una de ellas, la concesión de una amplia amnistía,
postulado inexcusable, eje y base de la coalición, y sobre lo cual no cabía
divergencia. En esto y en la readmisión de los obreros despedidos por haber
participado en los sucesos de Octubre la coincidencia era completa, pero ahí
terminaba. En los demás asuntos se apuntaban como posibles determinadas
reformas nacionales en régimen de libertad política. Más bien que un programa
de acción, se enunciaban las cuestiones, sin fijar solución para las mismas.
El
manifiesto fue acogido por el bloque revolucionario con extraordinario
alborozo, dándole carácter de gran hallazgo, aunque todos estaban en el secreto
de que los extremistas aceptaban únicamente aquello que
No había
discrepancia entre los firmantes del manifiesto en hacer de la revolución de
Octubre bandera electoral. Las elecciones serán, escribía la
revista Leviatán, «un plebiscito sobre la revolución de
Octubre, como las del 12 de abril de 1931 fueron un plebiscito sobre la
Monarquía. Con Octubre o contra Octubre: no es otro el dilema. Quienes no
quieran estar con Octubre o contra Octubre se engañan: éste es un hecho
histórico ante el cual no caben la tranquilidad, ni la indiferencia, ni la
cautela política». Sobre todo, las elecciones serían un procedimiento para
conseguir la amnistía, que era la exigencia más urgente. En cuanto a lo
demás... «Todavía son muchos los que esperan que por la vía legal podrá
La
actividad de las izquierdas, que antes de constituirse el Frente Popular era
desaforada, a partir de este momento, creció y se hizo arrollante.
Los
sucesos ocurridos durante el período que siguió a la revolución asturiana eran
abultados hasta la exorbitancia. Diarios y semanarios izquierdistas chorreaban
sangre con relatos espeluznantes. Cada propagandista tenía su versión
particular lo mismo de los hechos vituperables que en lo referente al número de
víctimas, que unos cifraban en centenares y otros las elevaban a miles, sin
cuidarse de aportar pruebas que autentificaran sus afirmaciones.
Algo
parecido sucedía con la amnistía. Que hubiera muchos encarcelados era lógico,
dado el número de delitos que se cometieron y la forma en que fueron
perpetrados. Todos los presos habían sido juzgados o estaban incursos en
proceso y, por tanto, sometidos a jurisdicción de los Tribunales de Justicia.
Los gobernantes anteriores, debieron haber reducido tan tremenda carga,
activando trámites y con una mayor agilidad en la tramitación de los procesos.
Según la propaganda difundida en el extranjero por el Socorro Rojo
Internacional, el número de presos llegaba a 45.000. Le Petit Journal, periódico de París que se esforzaba por dar vuelos
al escándalo de la represión, ascendió la cifra de detenidos a 150.000.
Socialistas y comunistas se conformaron con dejarla reducida entre 25.000 y
30.000. Ahora bien, según datos oficiales, el 15 de febrero de 1936, víspera de
las elecciones, la población penal y carcelaria de España se elevaba a 34.526
presos, contando los sociales, políticos y comunes. Como el promedio de encarcelados
solía ser superior a 20.000,
El
diputado sindicalista Benito Pabón manifestaba en la sesión de Cortes del 2 de
julio de 1936: «Se decía constantemente en carteles y en los titulares de toda
la Prensa de izquierdas que 30.000 presos políticos y sociales esperaban su
liberación de las Cortes... Se trataba de una exageración evidente para quienes
tuvieran conocimiento de la materia, porque la realidad, la verdad era que
entre los presos políticos y sociales no llegaban los recluidos en las cárceles
a la cifra de 30.000... Esas propagandas tienen la posibilidad de que se
reputen de chantaje al sentimiento popular, de chantaje electoral... No digo
que tal; pero en aquellos que pusieron la cifra de 30.000 hubo por lo menos la
imprudencia de dar un número que no era real».
A la hora
de explicar a los electores los fines del Frente Popular, republicanos y
marxistas iban por distintos caminos. Mientras los primeros se expresaban con
cierta moderación, impuesta por el temor a la responsabilidad gubernamental
que esperaban contraer muy pronto, los tribunos marxistas, libres de semejante
preocupación, se entregaban a los mayores excesos demagógicos. Entre los
socialistas, el más iracundo y también el más activo era Largo Caballero, que
recorrió media España esparciendo semillas de odio y de guerra civil. Indalecio
Prieto, reclamado por la Justicia, simulaba hallarse en París, aunque se sabía
que llegaba a Madrid desde París con frecuencia, en viajes cómodos, nada
arriesgados. Besteiro no participó en ningún acto electoral. Todos los
candidatos socialistas se distinguían por la oratoria violenta, amenazadora y
catastrófica.
«Las
elecciones —decía Largo Caballero en el Salón Monumental de Alicante (26 de
enero) — no son más que una etapa en la conquista del poder y su resultado se
acepta a beneficio de inventario. Si triunfan las izquierdas, con nuestros
aliados podemos laborar dentro de la legalidad, pero si ganan las derechas
tendremos que ir a la guerra civil declarada. Yo deseo una República sin lucha
de clases; pero para ello es necesario que desaparezca una de ellas. Y esto no
es una amenaza, es una advertencia; y que no digan que nosotros decimos las
cosas por decirlas: nosotros las realizamos...» Y en Valencia (2 de febrero)
afirmaba: «La clase trabajadora
Desde que
se abrió el período electoral, la C. N. T. se manifestó dispuesta a participar
en la contienda, no con candidatos propios, sino mediante ayuda a las
candidaturas izquierdistas, porque del triunfo de éstas se deduciría la
amnistía. «En las circunstancias en que se nos presentaba la abstención
—escribe el teórico sindicalista Diego Abad de Santillán, el triunfo de Gil Robles era
el triunfo de la restauración de los viejos poderes monárquicos y clericales.
Tuvimos la feliz coincidencia del buen acuerdo entre algunos militantes cuya
opinión pesaba en nuestros medios, en los grupos de la F. A. I., en los
sindicatos de la C. N. T. y en la Prensa. Se tuvo la valentía de exponer la
preocupación que a todos nos embargaba, coincidiendo en no oponernos al triunfo
electoral de las izquierdas, porque al hundirlas a ellas nos hundíamos también
nosotros mismos. Una opinión parecida a la nuestra (Cataluña) había surgido
independientemente en otras regiones y la voz de los presos se hizo sentir
elocuente y decisiva. Algunos de nosotros, como Durruti, que no entendía de
sutilezas, comenzó a aconsejar abiertamente la concurrencia a las urnas.
Evitamos la repetición de la campaña electoral de noviembre de 1933 y con eso
hicimos bastante.» El calificado líder trotskista Andrés Nin opinaba que el
proletariado español «se había enriquecido con una experiencia que bien analizada
bajo todos sus aspectos y con un espíritu crítico y sin intentar justificar sus
actitudes, que han fracasado, servirá a la causa revolucionaria». La propaganda
electoral de sindicalistas y anarquistas fue en su mayor parte escrita y
siempre vitriólica. «La suerte del pueblo español —escribía Solidaridad Obrera (12 de febrero) — no se decidirá en las urnas, sino en la calle... El
proletariado tiene que vivir vigilante y arma al brazo para luchar por sus
derechos y para ganar para los productores el control de la producción y el
consumo, fundando la sociedad de los libres y de los iguales.» Y pocos días
después decía: «España es el único país donde el anarquismo se levanta como una
promesa de grandes realizaciones... Pese a Lenin y a todos sus panegiristas,
España va directamente a una revolución de tipo libertario; es decir,
antiautoritaria y antiestatal.» A última hora (14 de febrero), el Comité
Nacional de la C. N. T. publica un manifiesto en el que incita a los afiliados
a votar: «Nosotros, que no defendemos a la República, pondremos a contribución
todas las fuerzas de que disponemos
Los
republicanos tratan de neutralizar esta propaganda corrosiva con emplastos
calmantes. Azaña en el mitin de Madrid (9 de febrero) define el Frente Popular
como «una entidad política y superior a los partidos que la componen, que no
tiene los fines particulares de cada partido, sino otros, mayores o menores;
pero cosa distinta. Cuando esta coalición triunfe, añade, no valdrá decir que
unos o los otros nos hemos conferido estos o aquellos encargos. Ninguno nos
hemos conferido nada. Somos únicamente mandatarios del Cuerpo electoral». Pero,
a la vez, anuncia que si se produce el triunfo, «de donde hemos salido dando
portazos, no volveremos a entrar más que derribando puertas». «Este programa
que nosotros hemos concebido no es un programa de desorden ni de subversión,
sino de paz, de tolerancia y de progreso.» «Nadie, pues, tiene derecho a decir
que hemos echado abajo los fundamentos de la sociedad española. El orden
verdadero está ahí: la honestidad política y la decencia personal están ahí; el
respeto a la Constitución y su aplicación a fondo, leal y sostenida, están ahí;
la garantía del proletariado en sus derechos, en su trabajo, en sus libertades
está ahí. En ninguna parte más, porque fuera de eso no hay más que desorden,
tiranía, odio, injusticia y antirrepública».
En el
mismo tono se expresaba Martínez Barrio ante los electores de Madrid (9 de
febrero): «Lo que vamos a hacer es una obra conservadora... Nada menos que
conseguir que las clases trabajadoras no pierdan la fe en la República y se
incorporen a ella para la realización de sus destinos. Lo que no podemos hacer,
es exigirles que en la República vean la meta de sus aspiraciones y de sus
ideales. Tienen derecho a la conquista del poder político, y los demás, a
inclinarnos respetuosos cuando la opinión se le otorgue.»
¿Qué
tiene de común este lenguaje con las diatribas de Largo Caballero, o con la
prosa de los periódicos revolucionarios? El Socialista,
* * *
Lo más
singular en la batalla electoral que iba a reñir España era la participación
del Gobierno como tercero en discordia. Pórtela, no obstante, su largo
aislamiento y su descrédito, creyó posible retornar a la política de antaño, la
que él practicó. La fuerza del poder y sus prerrogativas valían por la mejor
organización proselitista. Y con esta disposición ideó un partido-centro en el
que supuso ingresarían la masa mesocrática, los desertores de otras
filiaciones, los neutros simpatizantes con un Gobierno ecuánime, y en especial
los náufragos del partido radical.
El invento no era suyo; ya se le había ocurrido a Chapaprieta,
en su momento de predominio, cuando vislumbraba la posibilidad de obtener el
decreto de disolución. Incluso dio a conocer sus intenciones a la prensa. Pero
el más ardiente partidario de este proyecto fue Alcalá Zamora, que sentía como
nadie la necesidad de un partido estabilizador para sus combinaciones
gubernamentales. Pórtela, experto en intrigas de camarillas, asimiló muy
Con todo,
llegó a soñar con ser árbitro de una minoría de ochenta a cien diputados.
Pronto comprendió que se excedía en sus cálculos, a pesar de que sus ministros,
hermanos de secta y políticos a la deriva atraídos por los destellos del poder,
le garantizaban el éxito. El Gobierno concretó sus propósitos en un manifiesto
(28 de enero): «Las próximas elecciones, decía, deben decidir la senda y los
destinos de la nación. Si hemos de caer en la guerra civil que unos anuncian, o
en la revolución roja, que por el otro extremo nos amenaza, y si ha de
continuar en colapso la conciencia de la colectividad o si, resueltamente, ha
de sobreponerse ésta a la ceguera de los intereses partidistas, para afirmar un
pensamiento nacional y una obra de pacificación y de reconstrucción nacional.»
Cuando se
publicó el manifiesto, Pórtela ya había situado a muchos de sus candidatos en
combinaciones, con quienes se prestaron a ello. Mala acogida por parte de la
prensa tuvo el documento, anodino y plagado de lugares comunes. Únicamente
Ahora lo elogió «como una apelación a la cordura y a la sensatez».
* * *
La C. E.
D. A. ganó en ímpetu y alardes propagandísticos a todos los partidos. A su
experiencia, unía la colaboración de valiosos elementos técnicos que sabían
conjuntar el cinematógrafo, la luminotecnia, el teléfono, la aviación y la
publicidad mural. Tapizó la fachada de una casa de la Puerta del Sol con un
cartel gigantesco: la efigie de Gil Robles campeaba sobre un océano de gente y
la frase del Cardenal Cisneros: «Éstos son mis poderes». Otro letrero clamaba:
«Dadme la mayoría absoluta y os daré una España grande.» Desde otro cartel, se
gritaba: «¡A por los 300!», a sabiendas de cuán excesiva era la pretensión.
Millares
de afiliados de Acción Popular, congregados en afanosas colmenas, colaboraban
con ejemplar espíritu ciudadano en los trabajos electorales. Afluían los
donativos que proveían a la organización de recursos para financiar la campaña
espectacular y explosiva. Donante hubo —se decía que era una empresa minera—
que entregó un millón de pesetas. Los candidatos no sosegaban y Gil Robles, con
energía de atleta, invulnerable a la fatiga, en continua movilidad, parecía
estar en todas partes. «Caudillo —escribía A B C (24 de enero) — que con sus
Después
de largas reflexiones, la C. E. D. A. decidió no publicar manifiesto. «¿Para
qué necesito yo, para qué necesitan nuestros amigos un manifiesto que nos defina?»,
preguntaba Gil Robles en Toledo (23 de enero). El lema de la propaganda eran
los postulados de Acción Popular y la consigna «Contra la revolución y sus
cómplices», clara alusión a la protección dispensada por el Presidente de la
República a los cabecillas de Octubre. Los cedistas y
sus afines estaban persuadidos de que el recuerdo de las enormidades cometidas
durante la revolución levantaría hasta las piedras. Se recordaba la frase de
Gil Robles: «Para ganar las elecciones nos basta con exhibir fotografías de
Asturias.» Por eso, el nervio de su propaganda consistió en dar la voz de
alerta sobre el peligro de la revolución marxista y separatista, otra vez en
pie, a la que había que vencer en las urnas. Los cedistas acudían en masa a los actos de propaganda electoral de su partido. Las
demostraciones de Sevilla y Zaragoza fueron extraordinarias. En la capital
aragonesa el público abarrotó dos frontones y el «Iris-Park». «Habrá amnistía
—dijo Gil Robles — para todos los engañados, pero no para quienes organizaron
la revolución.»
Al
comienzo de la campaña no regateó sus acusaciones contra el Presidente de la
República y por derivación contra Pórtela.
La
realidad se impone. El frente de izquierda, al aglutinar elementos de toda la
gama revolucionaria crecía, mientras las derechas se movían desunidas y sólo
convinieron algunos pactos locales. El entendimiento de cedistas con monárquicos y radicales, resultaba difícil. La coalición con los primeros
perjudicaba la reputación republicana de la C. E. D. A. y, además, encontraba
la oposición de los líderes Lucia y Giménez Fernández. La compañía de los
radicales —el «straperlo» era uno de los incitantes
gritos de combate— les denigraba. Ni aquéllos ni éstos podrían ser futuros
aliados en el Parlamento, y, en cambio, sí podrían serlo los centristas. Estos
pensamientos le llevaron a Gil Robles a negociar con Pórtela, a quien en Lugo
había llamado «tránsfuga vil». «Para mí, palabras de Gil Robles en Toledo, (23
de enero), comienzan las alianzas contrarrevolucionarias en el límite mismo en
que acaban los contubernios
* * *
Donde
resultaba más difícil componer una candidatura de coalición era en Madrid,
porque la presencia de monárquicos la daba un carácter antirrepublicano, lo
cual disgustaba a los cedistas partidarios del
régimen instituido. Vino a complicar más las cosas una declaración hecha por
Calvo Sotelo en un mitin en Cáceres, en el que dio a entender que las derechas
tenían acordado si triunfaban, convertir las Cortes en
Tampoco a
las izquierdas les fue nada fácil formar su candidatura para la capital de
España, debido a la rivalidad de los grupos socialistas que se disputaron los
puestos en reñidas votaciones en la Agrupación madrileña. De los 3.039
sufragios emitidos, Largo Caballero obtuvo 2.886, Besteiro logró 1.269, y sus
compañeros en la candidatura reformista Saborit y
Trifón Gómez, 421 y 368, respectivamente.
Monárquicos
y tradicionalistas unidos realizaron una campaña electoral de tono muy
optimista, porque daban por seguro el triunfo arrollante de las derechas. Renovación Española en un manifiesto a la opinión (14 de
febrero) afirmaba que «la revolución será batida el día 16 en más de cuarenta y
cinco provincias españolas». Y con respecto al futuro anunciaba: «Renovación
Española exigirá en el nuevo Parlamento que los resultados de la lucha
electoral se reflejen inmediatamente en la gobernación del país. Renovación
Española procurará situar extramuros de la legalidad al socialismo
revolucionario y al separatismo antiespañol...; la
El
manifiesto recogía las principales ideas difundidas por Calvo Sotelo en su
campaña electoral, sobresaliente por la claridad, y audacia de su pensamiento
político. De sus discursos destacan los pronunciados en los teatros Olimpia,
Price y Bosque de Barcelona (19 de enero). «España, afirmaba, va a jugar a una
carta y con baraja marcada por el banquero, todo lo que ha sido y todo lo que
puede ser.» «Hay que admitir la posibilidad de que al día siguiente, España
amanezca saludada por el resplandor rojo de la turbonada marxista triunfante,
que hará cambiar de arriba abajo sus cimientos, su historia, su espiritualidad,
su economía, su moral y todo su ser; y eso nunca, porque Dios no lo quiere y
nosotros no lo permitiremos.» «Esa perspectiva es ya la proclamación del
fracaso de un sistema, la pública expresión de que dentro de ese sistema será
imposible que España considere asegurada su paz, su orden, su tranquilidad y su
bienestar.» «Soy monárquico», declaraba. «Tengo la misma cédula política de mis
mocedades. Nosotros concebimos la restauración de una Monarquía con la vuelta a
las alturas de la nación de todo lo que era esencial, tradicional en aquella
institución y nada de lo que era escoria; las camarillas palaciegas integradas
por nobles que, salvo honrosísimas y abundantes excepciones, no supieron ser
discretos en el favor ni arrogantes en la adversidad; y menos todavía aquella
política vieja, que no podría venir nunca con nosotros, porque la ha recogido
amorosamente en sus brazos la República.»
«Somos
monárquicos —proseguía Calvo Sotelo—, porque creemos que la fórmula suprema de
la responsabilidad política, si no la da la Monarquía no la da nadie, aunque
otra cosa digan los tratados de los hombres de izquierda. La responsabilidad es
incompatible con la democracia republicana, que significa dispersión. Somos
monárquicos porque queremos europeizarnos, y es evidente la tendencia de Europa
hacia la continuidad, la permanencia, la unidad de mando; cualidades
monárquicas. Una última razón: somos monárquicos porque creemos que la
Monarquía es la forma más perfecta para resolver los problemas de la autonomía.
No quiero emplear razones propias, sino palabras y razones ajenas.» «En todos
los Estados existen hechos diferenciales vigorosos; es la acción y la
influencia del monarca lo que facilita la armónica convivencia de pueblos
diferentes dentro de una misma unidad política. El
* * *
En
Cataluña, las izquierdas coaligadas, desde la Esquerra a los grupos más
extremistas del marxismo, lucharán contra un bloque denominado «Frente Catalán
de Orden», integrado por la Lliga Catalana, Acción Popular Catalana,
monárquicos, tradicionalistas y radicales. La contienda ofrece las mismas
características violentas que en el resto de España. «La victoria electoral,
dice Cambó (9 de febrero) resolverá los grandes problemas planteados; ni se
empiezan obras, ni se crean sociedades, ni se emprenden negocios... Si no se
ganaran las elecciones, todos los problemas planteados se agravarían y
complicarían.»
«Me
habéis llamado —exclamaba Lerroux — y aquí estoy... España tiene planteado un
problema que no es de régimen, sino de ser o no ser. Vamos unidos con nuestros
adversarios, porque coincidimos con ellos en la defensa del patrimonio
histórico y de todo lo que nos liga al mundo civilizado. Me enorgullezco de
haber ganado para el régimen la colaboración de la C. E. D. A. y de los
agrarios, sin los cuales el régimen no hubiera podido subsistir. Prefiero a una
República demagógica y comunista una República liberal y cristiana. Resuelto a
todos los sacrificios, hago mía la plegaria del mártir cubano: ¡Cúmplase en mí
tu voluntad, Dios mío!...»
Companys
desde el penal de El Puerto de Santa María transmite este mensaje: «El pueblo
catalán va a dictar sentencia sobre nuestra conducta del 6 de octubre.»
Los
nacionalistas vascos presentan candidatura por las mayorías en Bilbao y en
Guipúzcoa y van al copo en la provincia de Vizcaya, desligados de todo
compromiso con otros partidos. Los carlistas luchan por la mayoría en Navarra,
aliados con la C. E. D. A.
El
cardenal Gomá, arzobispo de Toledo, a su regreso de Roma publica una Pastoral
(28 de enero), en la que refiere las impresiones de su visita a la Ciudad
Eterna y al Papa El Santo Padre le habló «en plano elevado», al margen de la
actual contienda, sobre la necesidad de la unión de los católicos. En los
actuales días de tan intensa agitación política, «que pueden ser decisivos para
los intereses de Dios y de la patria», el Cardenal aconseja que la unión sea
«fuerte, abnegada y generosa», y después de apelar a la conciencia de cada uno
en beneficio de la unión, recuerda que todo católico «es libre de dar su nombre
a cualquiera de los partidos políticos cuyo programa no sea contrario a las
doctrinas de la Iglesia sobre la sociedad y la religión».
* * *
El 9 de
febrero se hace la proclamación de candidatos. En total, 1.025 para 473
puestos. La distribución es como sigue: Ceda, 180; Renovación Española, 32;
tradicionalistas, 34; independientes, 13; radicales, 71; progresistas, 27;
liberales demócratas, 8; agrarios, 33; republicanos-conservadores, 19;
republicanos-independientes, 23; Lliga Catalana, 20; falangistas, 44; Centro,
89; Unión Republicana, 53; Izquierda Republicana, 106; socialistas, 123;
comunistas, 23; sindicalistas, 1; Esquerra, 28; nacionalistas vascos, 12;
galleguistas, 4; más otros indeterminados.
En los
últimos días la propaganda alcanza temperatura de fiebre. España es un pueblo
en delirio, al que se le conmina por todos los medios de convicción y
persuasión —«furia de barbarie», la denomina Unamuno — a que se decida a
jugarse la vida y el destino de la patria a una carta electoral. La atmósfera
es de guerra civil y las elecciones, según un teórico del marxismo, la
«guerra civil misma» reñida con votos, aunque en el ánimo de los electores está
bien clavada la idea de que las divergencias que les separan son tan profundas
que no podrán liquidarse en las urnas.
Cientos
de mítines y conferencias, periódicos, revistas y hojas sueltas con titulares
furiosos y prosa arrebatada; millares de agentes en busca del voto en las
calles y en los domicilios; enloquecimiento colectivo, agitación epiléptica. La
democracia desvela, apremia y envenena.
Las
izquierdas clausuran la campaña con un mitin en el Teatro de la Zarzuela,
retransmitido a cinco cines y al Ateneo de Madrid y a veinte salas de
espectáculos en otras tantas capitales de provincias. Martínez Barrio, Largo
Caballero y Azaña arengan a las muchedumbres enardecidas. También en esta
ocasión la C. E. D. A. aventaja a sus contrarios. Gil Robles, pronuncia un
discurso ante los micrófonos instalados en su despacho de Acción Popular, que
es retransmitido a más de cuatrocientos teatros y cines de toda España,
abarrotados de público. Como ya lo ha dicho otras veces en el curso de su
propaganda, promete amnistía total «para los que purgan en las cárceles el
engaño de que han sido víctimas; pero nunca para los cabecillas, directores y
actores de la revolución».
Aquel
alarde de masas inspira confianza en el triunfo, que El Debate (15 de febrero)
espera «clamoroso, rotundo e indiscutible». «Nadie duda — escribe— de que las
derechas a pesar del desgaste de una labor ingrata durante dos años largos,
acrecentarán sus posiciones de modo que necesariamente han de convertirse en
rectores de la política.» El conde de Romanones comparte este optimismo.
«Cuento —declara a los periodistas — con la victoria de las derechas. Asoma ya
una nueva claridad. La victoria corresponderá a las derechas, sin sombra de
duda. Hasta en Madrid, capital, alcanzarán la mayoría. Y en toda España tienen
asegurada la victoria.» José Antonio discrepa. En unas declaraciones a un
redactor de Blanco y Negro (25 de diciembre de 1935) afirma: «No creo que
triunfen las derechas.» Sobre la composición del Parlamento emite el siguiente
pronóstico: nacionalistas regionales, 60; centro, 100; derechas, 140;
izquierdas, 170. El dinero, siempre bien informado, cree en la derrota de la
revolución. La Bolsa sube.
* * *
Pórtela,
cierra el período electoral con unas palabras radiadas. Define a España como
una democracia en marcha, en plenitud de su función. La campaña electoral se ha
desarrollado sin graves perturbaciones. El Gobierno garantizará el orden y la
libertad de sufragio.
En
efecto; dado el clima pasional, los choques han sido pocos y siempre en torno a
la propaganda cartelera. Estas disputas han costado media docena de muertos y
unos treinta heridos en toda España. Para garantizar la tranquilidad de la
elección, Pórtela cuenta, según dice, con 34.000 guardias civiles y 17.000 de
Seguridad y Asalto en todo el país, más la policía. Sólo en Madrid con 7.500
guardias y 1.600 policías.
No
obstante lo cual, rumores de próximos graves acontecimientos lo invaden todo.
«El miedo, dice el Director General de Seguridad, da tono al ambiente. Más que
miedo es pánico. Todo el mundo pide licencia de armas. Todos quieren vigilancia
y custodia: más que una lucha electoral, parece que se prepara una caza de
hombres.»
¿Qué
desgracias presiente el ciudadano español para temblar ante unas elecciones en
las que va a ejercitar su soberanía? ¿Por qué busca una pistola con preferencia
a una papeleta de elector?
CAPÍTULO 76EL FRENTE POPULAR SE ATRIBUYE EL TRIUNFO ELECTORAL
LA
PRIMERA NOTICIA OFICIAL ANUNCIA LA VICTORIA DE LA ESQUERRA EN TODA CATALUÑA. —
APENAS TERMINADA LA ELECCIÓN, GRUPOS DE REVOLUCIONARIOS JUBILOSOS LLENAN LA
PUERTA DEL SOL, DE MADRID. — EN MUCHAS CAPITALES Y PUEBLOS SE PRODUCEN
DESÓRDENES. — ALGUNOS GOBERNADORES ABANDONAN SUS PUESTOS. — EL CONSEJO DE
MINISTROS, REUNIDO EN PALACIO, ACUERDA DECLARAR EL ESTADO DE ALARMA EN ESPAÑA.
— EL PRESIDENTE DEL CONSEJO, AUTORIZADO PARA PROCLAMAR EL ESTADO DE GUERRA. —
LA SITUACIÓN SE AGRAVA EN MADRID Y PROVINCIAS. — LOS DATOS OFICIALES DAN UN
RESULTADO EQUILIBRADO ENTRE DERECHAS E IZQUIERDAS. — ENTREVISTA DEL GENERAL
FRANCO CON EL JEFE DEL GOBIERNO. — PÓRTELA PIDE A LOS REPRESENTANTES DEL FRENTE
POPULAR QUE OCUPEN EL PODER SIN PÉRDIDA DE TIEMPO. — SE NIEGA A PROCLAMAR EL
ESTADO DE GUERRA Y DIMITE LA JEFATURA DEL GOBIERNO ANTE EL PRESIDENTE DE LA
REPÚBLICA.
|