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CAPÍTULO 76.EL FRENTE POPULAR SE ATRIBUYE EL TRIUNFO ELECTORALEn las
primeras horas de la mañana del 16 de febrero empezaron a movilizarse las
legiones de electores en ciudades y pueblos para reñir la gran batalla. No
obstante el apasionamiento y la hiperestesia de muchas gentes, las votaciones
se desarrollaron con una normalidad que el corresponsal del The Times, De Caux,
calificó de ejemplar. Las medidas de seguridad adoptadas por el Gobierno
dieron resultado y los incidentes fueron pocos. Terminada la votación, España
entera, expectante, contuvo el aliento, con la mirada puesta en las urnas. ¿Qué
saldría de ellas? Las primeras informaciones radiadas prometían un empate de
las fuerzas contendientes, un resultado equilibrado, pues las ventajas
alcanzadas en unos sitios las compensaban los descensos en otros. Sin embargo,
a las diez y media de la noche varió radicalmente el panorama por una
declaración del subsecretario de Gobernación. «La noticia de más bulto — dijo
es el triunfo de la Esquerra en Barcelona y en casi toda Cataluña.» Había más.
Félix Escalas, gobernador general y presidente de la Generalidad, dimitía los
cargos, por entender «que debían pasar a quien interpretara mejor el resultado
de las elecciones». En Madrid, la candidatura del Frente Popular iba delante.
Un hecho sintomático: desde las primeras horas de la noche grupos estacionados
en la Puerta del Sol y ante la Cárcel Modelo proclaman a gritos y puños en alto
el triunfo de las candidaturas revolucionarias en toda España. ¿No se pretendía
coaccionar al poder con las masas en las calles, como el 14 de abril? A las dos
de la madrugada (17 de febrero) Gil Robles visita a Pórtela. Hasta entonces los
datos son incompletos, pero, según el jefe de la C. E. D. A., «ésta no solo
conserva su representación en el Parlamento, sino que la aumenta». A dicha hora
en el Ministerio de la Gobernación se han recibido informes de muchas
provincias, donde las muchedumbres frentepopulistas,
exacerbadas por agitadores, dominan la calle y tratan de asaltar las cárceles
para liberar a los presos. Conforme avanza la madrugada, la situación se
agrava. Algunos gobernadores abandonan sus puestos, que son ocupados por
representantes o Comités del Frente Popular. Arden iglesias y conventos en
pueblos de Cáceres, Sevilla, Córdoba, Málaga, Murcia...
De cuanto
sucede se tiene puntual conocimiento en el Ministerio de la Guerra. El general
Franco, jefe del Estado Mayor Central llama al Inspector General de la Guardia
Civil, general Pozas, para advertirle que se estaban sacando de las elecciones
unas consecuencias revolucionarias que no estaban implícitas, ni mucho menos,
en los resultados. «Vivimos, decía Franco, en una legalidad constitucional la
cual nos obliga a acatar la declaración de las urnas. Mas todo lo que sea
rebasar ese resultado es inaceptable por virtud del mismo sistema democrático.
A la vista de lo que sucede, y por si los desórdenes van en aumento, debe preverse
la posibilidad de que sea necesario declarar el estado de guerra.» El general
Pozas no compartía la alarma ni el pesimismo de Franco. Complacido, a fuer de
buen republicano y masón, del triunfo del Frente Popular, consideraba los
desmanes como una legítima expansión jubilosa de los vencedores, que remitiría
pronto.
Sin
embargo, las noticias cada vez eran peores. A altas horas de la madrugada, el
general Fanjul, que había cesado en su cargo de Comandante militar de Canarias
al ser incluido en la candidatura del Bloque Nacional en Cuenca, se presentó en
el Ministerio para mostrar a Franco los informes recibidos por muchos
candidatos derechistas de localidades cuyos vecindarios estaban aterrorizados.
Ante hechos de tanta gravedad, el jefe del Estado Mayor Central se consideró
obligado a informar de lo que pasaba al ministro de la Guerra. Dormía éste, y
se sobresaltó al conocer el relato de los sucesos. Franco le aconsejó que
instara al presidente del Consejo para que, sin pérdida de tiempo, acordaran
declarar el estado de guerra. El general Molero, vacilante, dudó mucho antes de
decidirse; más, al fin, prometió que a primera hora de la mañana recomendaría a
Pórtela que adoptara aquella decisión. Así lo hizo. Se celebró la conversación
por teléfono, y el ministro argumentó ayudándose de un guion redactado por
Franco.
A las
diez de la mañana se reúne el Consejo de Ministros en el Palacio Nacional, bajo
la presidencia de Alcalá Zamora. A la salida Pórtela afirma que será respetada
la voluntad nacional y que se ha declarado el estado de alarma por ocho días en
toda España. Las garantías constitucionales no han podido prolongarse una hora
más de los cuarenta y un días de la campaña electoral. Se restablece la previa
censura, medida excepcional inherente al estado de alarma, con arreglo al
artículo 34 de la Ley de Orden Público, según la cual el Gobierno, cuando así
lo exija la seguridad del Estado, en casos de notoria e inminente gravedad,
podrá suspender por decreto, de acuerdo con el artículo 42 de la Constitución,
las garantías que la misma establece en sus artículos 29, 31, 34, 38 y 39.
Entre esas garantías, las del articulo 34 ofrecen: «Toda persona tiene derecho
a emitir libremente sus ideas y opiniones valiéndose de cualquier medio de
difusión, sin sujeción a la previa censura. En ningún caso podrá recogerse la
edición de libros y periódicos sino en virtud de mandamiento del juez
competente.»
Algo más
y muy importante comunica Pórtela: Por concesión del Presidente de la República
y acuerdo del Consejo de Ministros, el jefe del Gobierno ha sido autorizado
para declarar el estado de guerra allí donde considere necesario. Al llegar
Pórtela al ministerio, muestra al subsecretario Echeguren y al gobernador de
Madrid, Javier Morata, el decreto con la firma del Presidente. Para sustituir
al gobernador general de Cataluña, dimitido, es nombrado Juan Moles. También se
dispone la reposición de los Ayuntamientos catalanes destituidos a raíz de los
sucesos de Octubre.
En el
Ministerio de la Guerra se procede con la mayor celeridad a dar cumplimiento a
la orden de declarar el estado de guerra. El propio general Franco escribe las
oportunas instrucciones y se pone en relación con los Comandantes Militares de
aquellas capitales donde la situación es más seria. A primera hora de la tarde,
las autoridades civiles de Zaragoza, Oviedo y Valencia han resignado el mando y
las tropas están en la calle. En este momento se recibe en el Ministerio una
contraorden, que deja sin efecto el decreto. El jefe del Gobierno confirma poco
después la anulación de la medida por expreso encargo de Alcalá Zamora.
En Madrid
se respira un ambiente de vísperas sicilianas. Los grupos concentrados en la
Puerta del Sol engruesan a cada instante, con aire desafiador de quien busca y
desea pelea. Suena La Internacional entonada puños en alto y vítores a
Rusia. El cartel gigantesco con la efigie de Gil Robles es desgarrado a
pedradas y unos bomberos lo desmontan en medio de una gritería de mofa. El
Comité Ejecutivo del Partido Socialista lanza una proclama «saludando a la
nueva aurora». El Comité del Frente Popular en otro manifiesto invita a los
ciudadanos «a permanecer vigilantes para defender el triunfo rotundo». ¿Existe
en realidad ese triunfo? Las izquierdas lo dan por seguro y se mueven como
dueñas de la situación. Al mediodía del 17, el subsecretario de la Presidencia
afirma que el Frente Popular cuenta con 200 actas. En las oficinas electorales
de Acción Popular dicen que las derechas han obtenido un número equivalente. Circulan
los más disparatados rumores. Según unos, la revolución domina ciudades y
provincias. Según otros, está a punto de producirse un golpe militar. Hay fuga
de gentes por la frontera francesa y hacia Gibraltar. El ministro de
Instrucción Pública ordena la suspensión de clases en la Universidad. El de
Gobernación autoriza la reapertura de la Casa del Pueblo, donde ondea la
bandera roja. La Sala Segunda del Tribunal Supremo es convocada con carácter
urgente para poner en libertad a los directivos de las organizaciones
socialistas.
Surgen
manifestaciones en las vías céntricas y en las barriadas con los más
heterogéneos motivos; una de ellas formada ante el Banco de España se encamina
hacia la Presidencia del Gobierno para pedir la aplicación de la amnistía. La
fuerza pública la desarticula. Frente a la Cárcel Modelo, una muchedumbre
espera la salida de los presos. Largo Caballero y Álvarez del Vayo les llevan
la noticia de su inmediata liberación. La Casa del Pueblo distribuye una
proclama en la que avisa que «sólo a los elementos directivos corresponde la
iniciativa de organizar manifestaciones y actos».
Entretanto,
¿qué hace el Gobierno? El Gobierno, indeciso y amedrentado, no hace nada.
Pórtela llama al Ministerio de la Gobernación a los jefes políticos: allí
acuden Gil Robles, Primo de Rivera, Goicoechea, Martínez de Velasco. Los
recibe Martín de Veses, secretario y sobrino de Pórtela,
y les ruega que impongan su autoridad a sus partidarios, a fin de impedir que
se encone más una situación que el Gobierno considera gravísima. Para hacerles
la misma súplica el secretario visita a Azaña y a Martínez Barrio. Reitera
Pórtela el ruego a Largo Caballero y Álvarez del Vayo cuando éstos le visitan
para conminarle a que resuelva la situación. «Pórtela estaba nervioso y pálido;
no encontró otra contestación que ésta: «Yo no puedo hacer más que entregarles
ahora mismo el poder». Largo Caballero añade: «A mi vez le repliqué que no era
ese el procedimiento. Álvarez del Vayo y yo nos retiramos con la impresión de
que ya no existía Gobierno». La Prensa revolucionaria de la tarde destaca
estrepitosamente el triunfo, hasta entonces basado en conjeturas y lo disloca a
su gusto entre salvas de adjetivos: «aplastante, arrollador, impresionante,
formidable». También se lo define como nueva proclamación de la República.
En el
Ministerio de Gobernación insisten en declarar que carecen de datos completos.
La Oficina Electoral de la C. E. D. A. afirma que, según informes que tienen
por auténticos, las derechas han triunfado en Álava, Albacete, Ávila, Baleares,
Burgos, Cáceres, Castellón, Ciudad Real, Cuenca, Granada, Guadalajara,
Guipúzcoa, Coruña, León, Logroño, Lugo, Navarra, Orense, Pontevedra, Salamanca,
Santander, Segovia, Tenerife, Teruel, Toledo, Valencia (provincia), Valladolid,
Vizcaya (provincia), Zamora y Zaragoza (provincia). Estos resultados sufrirían
alteraciones fundamentales en el transcurso de horas, y en los días siguientes
a la elección por huida de los gobernadores, intromisión de los Comités del
Frente Popular en la falsificación de actas, por amaños en las votaciones y
otros fraudes.
En un
país ordenado, respetuoso con los preceptos constitucionales, donde la
democracia no fuese una ficción, una mayoría parlamentaria cualquiera en
ningún caso puede significar una victoria arrasadora e implacable. En España,
en febrero de 1936, un resultado electoral dudoso, y obtenido con malas artes
se transforma en un triunfo absoluto, que obliga al supuesto vencido a pasar
bajo las horcas caudinas.
* * *
«El
Frente Popular se adueñó del Poder el 16 de febrero gracias a un método electoral
tan absurdo como injusto, y que concedió a la mayoría relativa, aunque sea una
minoría absoluta, una prima extraordinaria. De este modo hubo circunscripción
en que el Frente Popular, con 30.000 votos de menos que la oposición, pudo, sin
embargo, conseguir diez puestos en cada trece, sin que en ningún sitio hubiese
rebasado en un 2 por 100 al adversario más cercano. Este caso paradójico fue
bastante frecuente.
Al
principio se creyó que el Frente Popular resultaba vencido. Pero cinco horas
después de la llegada de los primeros resultados, se comprendió que las masas
anarquistas, tan numerosas y que hasta entonces se habían mantenido lucra de
los escrutinios, habían votado compactas. Querían mostrar su potencia, reclamar
el precio de su ayuda: la paz y, tal vez, la misma existencia de la patria.
A pesar
de los refuerzos sindicalistas, el Frente Popular obtenía solamente un poco
más, muy poco, de 200 actas, en un Parlamento de 473 diputados. Resultó la
minoría más importante; pero la mayoría absoluta se le escapaba. Sin embargo,
logro conquistarla, consumiendo dos etapas a toda velocidad, violando todos los
escrúpulos de legalidad y de conciencia.
Primera
etapa: Desde el 17 de febrero, incluso desde la noche del 16, el Frente
Popular, sin esperar el fin del recuento del escrutinio y la proclamación de
los resultados, la que debería haber tenido lugar ante las juntas Provinciales
del Censo en el jueves 20, desencadenó en la calle la ofensiva del desorden;
reclamó el Poder por medio de la violencia. Crisis; algunos gobernadores
civiles dimitieron. A instigación de dirigentes irresponsables, la muchedumbre
se apoderó de los documentos electorales; en muchas localidades los resultados
pudieron ser falsificados.
Segunda
etapa: Conquistada la mayoría de este modo, le fue fácil hacerla aplastante.
Reforzada con una extraña alianza con los reaccionarios vascos, el Frente
Popular eligió la Comisión de validez de las actas parlamentarias, la que
procedió de una manera arbitraria. Se anularon todas las actas de ciertas
provincias donde la oposición resultó victoriosa; se proclamaron Diputados a
candidatos amigos vencidos. Se expulsó de las Cortes a varios Diputados de las
minorías. No se trataba solamente de una ciega pasión sectaria, se trataba de
la ejecución de un plan deliberado y de gran envergadura. Se perseguían dos
fines: hacer de la Cámara una convención, aplastar a la oposición y asegurar al
grupo menos exaltado del Frente Popular. Desde el momento en que la mayoría de
izquierdas pudiera prescindir de él, este grupo no era sino el juguete de las
peores locuras». (Niceto Alcalá Zamora, Los caminos del frente Popular. Editorial publicado en Journal de Genéve,
17 de enero, 1937).
* * *
La
situación el día 18 era dramática. La anarquía se propagaba de una provincia a
otra. Motines, asaltos, crímenes, incendios. El aspecto de Madrid se hace empavorecedor. En Alicante, Burgos, Santoña, Cartagena,
Barcelona, Gijón, Oviedo, masas encolerizadas por arengadores desaforados
pugnan por asaltar las cárceles. Un vaho caliente de tragedia flota sobre todo
el país. «Esto es la República, comenta A B C (18 de febrero): la de
abril y la de todas las fechas. Pueden cambiar el ritmo y algunos accidentes o
aspectos, pero nunca la entraña y el ser.» «El pueblo —escribe El Socialista—
debe pedir una sola cosa: el poder. Es suyo, lo ha conquistado, y nada puede
oponerse a que vaya a sus manos. Con el poder en las manos, ya no tendrá que
pedir nada.» El Debate fija su atención en el triunfo de la C. E. D. A. «Es el
único partido desde el advenimiento de la República, que en cada elección ha llevado
más diputados a la Cámara. La C. E. D. A. es una poderosa realidad nacional que
cuenta para todos, frente a todos y ante todos. Ni su existencia ni su fuerza
dependen de la voluntad ni del deseo de sus adversarios. Por sí misma existe y
por sí misma es fuerte.» La Vanguardia de Barcelona entiende que el
pueblo había dicho «con claridad y serenidad extraordinaria lo que quiere». «La
victoria de las izquierdas, pronostica el Berliner Lokal Anzeiger, traerá
el reinado del terror y el dominio de la calle, la insurrección y el
asesinato.» El londinense Daily Mail augura: «Es evidente que la democracia está a punto de rendir su último suspiro
en España, país que nunca prosperó desde el destronamiento de Alfonso XIII.» El
diario soviético Pravda (19 de febrero)
comenta: «Los comunistas españoles saben que no pueden esperar la realización
del programa del Frente Popular de un Gobierno de izquierdas que probablemente
se formará. Les incumbe la tarea inmediata de acrecentar por todos los medios
la actividad de las masas trabajadoras.»
La
pasividad del Gobierno ante los graves sucesos de muchas provincias, y la
creciente turbulencia callejera de Madrid movieron al general Franco a visitar
a Pórtela para conocer sus propósitos. El académico de la Historia don Natalio
Rivas se encargó de preparar la entrevista. A las dos de la tarde (18 de
febrero) acude el general al Ministerio de la Gobernación. Cuanto el jefe
militar sabe sobre la situación es muy poco en comparación con la realidad
descrita por el Jefe del Gobierno.
— ¿Qué
piensa usted hacer? Urge adoptar medidas, dice el General.
—
Abandonar esto. Carezco de energías para hacer frente a lo que se me pide.
—No puede
usted dejar al país entregado a la anarquía. Usted cuenta con el general Pozas,
es decir, con la Guardia Civil, con los guardias de Asalto, con una masa grande
de opinión. Declare el estado de guerra. Hágalo ahora mismo.
— ¿No
resultará peor el remedio?
—La
obligación de usted es impedir el dominio de la revolución, y esté seguro de
que no le faltará la asistencia ciudadana.
— ¿Por
qué el Ejército no toma la responsabilidad de esa decisión?
—Porque
carece de la unidad necesaria, y porque es al Gobierno a quien compete defender
a la sociedad, secundado por el Ejército, y por la fuerza con sus ilimitados
recursos.
— Déjeme
consultar con la almohada.
— La
urgencia es tan grande, que no permite dilaciones.
El gesto
del jefe del Gobierno era el de un hombre exhausto y vencido. Repitió:
— Déjeme
meditar.
* * *
La tarde
de ese día 18, los generales Goded, Fanjul, y Rodríguez Barrio visitan a Franco
para decirle que vistas las circunstancias, si el Gobierno se niega a declarar
el estado de guerra, el Ejército debe hacerse cargo del poder. Les propone
Franco que hagan una exploración cerca de los jefes más calificados de las
guarniciones para conocer la disposición de éstas ante semejante contingencia.
La mayoría de las respuestas son contrarias.
Poco
después de la conversación referida, llegaba al domicilio de Martínez Barrio el
secretario político y sobrino del jefe del Gobierno, Martín de Veses, para decirle que Pórtela deseaba verle con urgencia.
«Necesitaba que los jefes de los partidos republicanos supieran la realidad de
la situación gubernamental y, sobre todo, el estado de su ánimo.» «Previo
acuerdo telefónico con Azaña, cuenta Martínez Barrio (A B C, 16 de febrero de
1937), anuncié mi visita al Presidente del Consejo.» A las ocho y media de la
noche llegaba el Grande Oriente de España al ministerio de la Gobernación.
«Encontré sobresaltado al Presidente. Había recibido varias visitas y unidas a
las noticias, que sin cesar llegaban de provincias, le tenían muy deprimido. No
debo seguir aquí ni un momento más, dijo. Y como yo le mirase, sin contestarle,
añadió: ¡Háganse ustedes cargo rápidamente del Poder, porque yo no puedo
responder de nada!» «Entre la primera exclamación y la confesión desmayada que
hubo de seguirla, entraron en la estancia los generales Pozas y Núñez de Prado.
Ambos confirmaron la gravedad de los informes que el Presidente poseía. Se
encontraban reunidos los jefes de derechas y una intensa nervosidad se notaba
en los cuarteles. Al propio ministro de la Gobernación había llegado un general
invitándole a una acción violenta contra los partidos triunfantes en las
elecciones. Confieso que me faltó convicción para razonar a Pórtela la
posibilidad o conveniencia de que se sostuviera en el poder. Aquella noche no
estaba al frente del Ministerio un gobernante resuelto a imponer su autoridad,
fueren quienes fueren los posibles perturbadores de la disciplina, sino un
hombre acorralado que quería salir a escape de la tragedia en que se veía
metido. Le tranquilicé relativamente con la formal promesa de que prepararíamos
sin dilaciones el Gobierno que hubiera de sucederle. «Pero mañana mismo,
mañana. ¿Estamos?, me repitió. Luego puede ser tarde.»
No cabe
olvidar la condición de Grande Oriente de la Masonería de Martínez Barrio, a
quien le debe obediencia Pórtela, grado 33. Antes de terminar la jornada (18 de
febrero), Pórtela recibe a media noche en el «Hotel Palace», donde reside, a
Calvo Sotelo, acompañado del diputado y hombre de negocios Joaquín Bau, que ha
preparado la entrevista. Discretos y precavidos, los dos amigos se han
instalado en el Hotel con sus esposas. Podrán conversar libre y largamente.
Calvo Sotelo apela a todos los recursos de la persuasión para convencer a
Pórtela de que no abandone el Poder: le recomienda que utilice medidas de
excepción, asegurándole que no le
faltarán las asistencias necesarias. Abatido por un gran pesimismo, Pórtela ya
había capitulado ante la revolución y renunciado a todo. Su decisión no admitía
rectificación. Al terminar la entrevista, Calvo Sotelo se limitó a decir:
«¡Todo está perdido!»
A las
pocas horas de celebradas las elecciones y ante el cariz que tomaban los
sucesos, Pórtela quiso abandonar el cargo. Así lo expuso en el Consejo de
ministros celebrado en la mañana del 17, y su propósito mereció la enérgica
repulsa del Presidente de la República. Debía presidir la segunda vuelta,
esperar la proclamación de candidatos y presentarse al Parlamento para
informarle del cumplimiento de la misión. Otra cosa sería desertar de su
puesto. Pórtela, náufrago de sus propias debilidades, olvidaba su deber.
Deseaba con vehemencia salir cuanto antes de la jefatura del Gobierno, que le
aprisionaba como un cepo.
El día
19, convocados con urgencia a Consejo los ministros en la Presidencia,
supieron que el jefe del Gobierno estaba resuelto a plantear la dimisión sin
esperar más. Así lo haría poco después en el Consejo celebrado en el Palacio
Nacional, con asistencia de Alcalá Zamora. Lo tratado en reunión brevísima se
reflejaba en una nota que decía: «Se ha planteado la crisis irrevocable del
Gobierno, aunque el parecer y deseo del Jefe del Estado era contrario, por
entender éste que debía esperarse, no sólo a la proclamación de diputados y a
la segunda vuelta, donde la haya, sino a la reunión de Cortes. Para resolver la
crisis con toda rapidez se ha reducido el número de consultas en armonía con la
composición ya dibujada de minorías parlamentarias y se ha encargado la
respuesta urgente por escrito o por teléfono para dejar constituido el nuevo
Gobierno esta misma tarde.»
En cuanto
llegó Pórtela a Gobernación, cerca de las tres de la tarde, llamó al general
Franco. Consumido por el insomnio y las fuertes emociones, el jefe del Gobierno
era una ruina. Al ver entrar al general exclamó sin preámbulos:
—Ya no
soy jefe de Gobierno. Acabo de dimitir.
Franco,
sorprendido por aquella revelación, exclamó con energía:
— ¡Nos ha
engañado, señor Presidente! Ayer sus propósitos eran otros.
—Le puedo
jurar, replicó Pórtela, que no les he engañado. Yo soy republicano, pero no soy
comunista, y he servido lealmente a las instituciones en los gobiernos de que
he formado parte o presidido. No soy un traidor. Yo le propuse al Presidente de
la República la solución; ha sido Alcalá Zamora quien se ha opuesto a que se
declarase el estado de guerra.
—Pues, a
pesar de todo, y como está usted en el deber de no consentir que la anarquía y
el comunismo se adueñen del país, aún tiene tiempo y medios para hacer lo que
debe. Mientras ocupe esa mesa y tenga a mano esos teléfonos...
Pórtela
interrumpió:
—Detrás
de esta mesa no hay nada.
—Están la
Guardia Civil, las fuerzas de Asalto...
—No hay
nada, replicó Pórtela. Ayer noche estuvo aquí Martínez Barrio. Durante la
entrevista penetraron los generales Pozas y Núñez del Prado, para decirme que
usted y Goded preparaban una insurrección militar. Les respondí que yo tenía
más motivos que nadie para saber que aquello no era cierto. Martínez Barrio me
pidió que me mantuviese como fuera durante ocho días en el Gobierno. Querían
sin duda, que la represión de los desórdenes la hiciera yo. También me dijo que
Pozas, el Inspector General de la Guardia Civil, y el jefe de las Fuerzas de
Asalto se habían ofrecido al Gobierno del Frente Popular que se formase. ¿Ve
usted —concluyó Pórtela— cómo detrás de esta mesa no hay nada?
CAPÍTULO VAZAÑA VUELVE A GOBERNAR
LA CRISIS SE TRAMITA EN TRES HORAS. — UN GOBIERNO DE REPUBLICANOS DE IZQUIERDA. — ALOCUCIÓN TRANQUILIZADORA DE AZAÑA. — «NUESTRO LEMA ES: REPÚBLICA RESTAURADA, Y, POR CONSIGUIENTE, LIBERTAD, PROSPERIDAD Y JUSTICIA». — UN VENDAVAL DE ANARQUÍA SE EXTIENDE POR ESPAÑA. — INCENDIO DE TEMPLOS, CONVENTOS Y CENTROS POLÍTICOS E INVASIÓN DE FINCAS. — LOS DESÓRDENES ADQUIEREN EN ELCHE CARACTERES TRÁGICOS. — PALMA DEL RÍO EN PODER DE LAS TURBAS DURANTE TRES DÍAS. — ASALTO Y QUEMA DE DIEZ PERIÓDICOS. — APERTURA DE CÁRCELES Y LIBERACIÓN DE PRESOS. — LA DIPUTACIÓN PERMANENTE DE LAS CORTES, CONVOCADA CON URGENCIA, APRUEBA EL DECRETO DE AMNISTÍA. — APOTEOSIS SOVIÉTICA EN LA PLAZA DE TOROS MADRILEÑA, EN EL HOMENAJE A LOS AMNISTIADOS Y FAMILIARES. — SE AUTORIZA AL PARLAMENTO CATALÁN PARA REANUDAR SUS FUNCIONES. — BARCELONA DISPENSA UN RECIBIMIENTO GRANDIOSO A COMPANYS Y A LOS CONSEJEROS DE LA GENERALIDAD..
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