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CAPÍTULO 76.

EL FRENTE POPULAR SE ATRIBUYE EL TRIUNFO ELECTORAL

 

En las primeras horas de la mañana del 16 de febrero empezaron a movilizarse las legiones de electores en ciudades y pueblos para reñir la gran batalla. No obstante el apasionamiento y la hiperestesia de muchas gentes, las votaciones se desarrollaron con una normalidad que el corresponsal del The Times, De Caux, calificó de ejemplar. Las medidas de seguridad adoptadas por el Gobierno dieron resultado y los incidentes fueron pocos. Terminada la votación, España entera, expectante, contuvo el aliento, con la mirada puesta en las urnas. ¿Qué saldría de ellas? Las primeras informaciones radiadas prometían un empate de las fuerzas contendientes, un resultado equilibrado, pues las ventajas alcanzadas en unos sitios las compensaban los descensos en otros. Sin embargo, a las diez y media de la noche varió radicalmente el panorama por una declaración del subsecretario de Gobernación. «La noticia de más bulto — dijo es el triunfo de la Esquerra en Barcelona y en casi toda Cataluña.» Había más. Félix Escalas, gobernador general y presidente de la Generalidad, dimitía los cargos, por entender «que debían pasar a quien interpretara mejor el resultado de las elecciones». En Madrid, la candidatura del Frente Popular iba delante. Un hecho sintomático: desde las primeras horas de la noche grupos estacionados en la Puerta del Sol y ante la Cárcel Modelo proclaman a gritos y puños en alto el triunfo de las candidaturas revolucionarias en toda España. ¿No se pretendía coaccionar al poder con las masas en las calles, como el 14 de abril? A las dos de la madrugada (17 de febrero) Gil Robles visita a Pórtela. Hasta entonces los datos son incompletos, pero, según el jefe de la C. E. D. A., «ésta no solo conserva su representación en el Parlamento, sino que la aumenta». A dicha hora en el Ministerio de la Gobernación se han recibido informes de muchas provincias, donde las muchedumbres frentepopulistas, exacerbadas por agitadores, dominan la calle y tratan de asaltar las cárceles para liberar a los presos. Conforme avanza la madrugada, la situación se agrava. Algunos gobernadores abandonan sus puestos, que son ocupados por representantes o Comités del Frente Popular. Arden iglesias y conventos en pueblos de Cáceres, Sevilla, Córdoba, Málaga, Murcia...

De cuanto sucede se tiene puntual conocimiento en el Ministerio de la Guerra. El general Franco, jefe del Estado Mayor Central llama al Inspector General de la Guardia Civil, general Pozas, para advertirle que se estaban sacando de las elecciones unas consecuencias revolucionarias que no estaban implícitas, ni mucho menos, en los resultados. «Vivimos, decía Franco, en una legalidad constitucional la cual nos obliga a acatar la declaración de las urnas. Mas todo lo que sea rebasar ese resultado es inaceptable por virtud del mismo sistema democrático. A la vista de lo que sucede, y por si los desórdenes van en aumento, debe preverse la posibilidad de que sea necesario declarar el estado de guerra.» El general Pozas no compartía la alarma ni el pesimismo de Franco. Complacido, a fuer de buen republicano y masón, del triunfo del Frente Popular, consideraba los desmanes como una legítima expansión jubilosa de los vencedores, que remitiría pronto.

Sin embargo, las noticias cada vez eran peores. A altas horas de la madrugada, el general Fanjul, que había cesado en su cargo de Comandante militar de Canarias al ser incluido en la candidatura del Bloque Nacional en Cuenca, se presentó en el Ministerio para mostrar a Franco los informes recibidos por muchos candidatos derechistas de localidades cuyos vecindarios estaban aterrorizados. Ante hechos de tanta gravedad, el jefe del Estado Mayor Central se consideró obligado a informar de lo que pasaba al ministro de la Guerra. Dormía éste, y se sobresaltó al conocer el relato de los sucesos. Franco le aconsejó que instara al presidente del Consejo para que, sin pérdida de tiempo, acordaran declarar el estado de guerra. El general Molero, vacilante, dudó mucho antes de decidirse; más, al fin, prometió que a primera hora de la mañana recomendaría a Pórtela que adoptara aquella decisión. Así lo hizo. Se celebró la conversación por teléfono, y el ministro argumentó ayudándose de un guion redactado por Franco.

A las diez de la mañana se reúne el Consejo de Ministros en el Palacio Nacional, bajo la presidencia de Alcalá Zamora. A la salida Pórtela afirma que será respetada la voluntad nacional y que se ha declarado el estado de alarma por ocho días en toda España. Las garantías constitucionales no han podido prolongarse una hora más de los cuarenta y un días de la campaña electoral. Se restablece la previa censura, medida excepcional inherente al estado de alarma, con arreglo al artículo 34 de la Ley de Orden Público, según la cual el Gobierno, cuando así lo exija la seguridad del Estado, en casos de notoria e inminente gravedad, podrá suspender por decreto, de acuerdo con el artículo 42 de la Constitución, las garantías que la misma establece en sus artículos 29, 31, 34, 38 y 39. Entre esas garantías, las del articulo 34 ofrecen: «Toda persona tiene derecho a emitir libremente sus ideas y opiniones valiéndose de cualquier medio de difusión, sin sujeción a la previa censura. En ningún caso podrá recogerse la edición de libros y periódicos sino en virtud de mandamiento del juez competente.»

Algo más y muy importante comunica Pórtela: Por concesión del Presidente de la República y acuerdo del Consejo de Ministros, el jefe del Gobierno ha sido autorizado para declarar el estado de guerra allí donde considere necesario. Al llegar Pórtela al ministerio, muestra al subsecretario Echeguren y al gobernador de Madrid, Javier Morata, el decreto con la firma del Presidente. Para sustituir al gobernador general de Cataluña, dimitido, es nombrado Juan Moles. También se dispone la reposición de los Ayuntamientos catalanes destituidos a raíz de los sucesos de Octubre.

En el Ministerio de la Guerra se procede con la mayor celeridad a dar cumplimiento a la orden de declarar el estado de guerra. El propio general Franco escribe las oportunas instrucciones y se pone en relación con los Comandantes Militares de aquellas capitales donde la situación es más seria. A primera hora de la tarde, las autoridades civiles de Zaragoza, Oviedo y Valencia han resignado el mando y las tropas están en la calle. En este momento se recibe en el Ministerio una contraorden, que deja sin efecto el decreto. El jefe del Gobierno confirma poco después la anulación de la medida por expreso encargo de Alcalá Zamora.

En Madrid se respira un ambiente de vísperas sicilianas. Los grupos concentrados en la Puerta del Sol engruesan a cada instante, con aire des­afiador de quien busca y desea pelea. Suena La Internacional entonada puños en alto y vítores a Rusia. El cartel gigantesco con la efigie de Gil Robles es desgarrado a pedradas y unos bomberos lo desmontan en medio de una gritería de mofa. El Comité Ejecutivo del Partido Socialista lanza una proclama «saludando a la nueva aurora». El Comité del Frente Popular en otro manifiesto invita a los ciudadanos «a permanecer vigilantes para defender el triunfo rotundo». ¿Existe en realidad ese triunfo? Las izquierdas lo dan por seguro y se mueven como dueñas de la situación. Al mediodía del 17, el subsecretario de la Presidencia afirma que el Frente Popular cuenta con 200 actas. En las oficinas electorales de Acción Popular dicen que las derechas han obtenido un número equivalente. Circulan los más disparatados rumores. Según unos, la revolución domina ciudades y provincias. Según otros, está a punto de producirse un golpe militar. Hay fuga de gentes por la frontera francesa y hacia Gibraltar. El ministro de Instrucción Pública ordena la suspensión de clases en la Universidad. El de Gobernación autoriza la reapertura de la Casa del Pueblo, donde ondea la bandera roja. La Sala Segunda del Tribunal Supremo es convocada con carácter urgente para poner en libertad a los directivos de las organizaciones socialistas.

Surgen manifestaciones en las vías céntricas y en las barriadas con los más heterogéneos motivos; una de ellas formada ante el Banco de España se encamina hacia la Presidencia del Gobierno para pedir la aplicación de la amnistía. La fuerza pública la desarticula. Frente a la Cárcel Modelo, una muchedumbre espera la salida de los presos. Largo Caballero y Álvarez del Vayo les llevan la noticia de su inmediata liberación. La Casa del Pueblo distribuye una proclama en la que avisa que «sólo a los elementos directivos corresponde la iniciativa de organizar manifestaciones y actos».

Entretanto, ¿qué hace el Gobierno? El Gobierno, indeciso y amedren­tado, no hace nada. Pórtela llama al Ministerio de la Gobernación a los jefes políticos: allí acuden Gil Robles, Primo de Rivera, Goicoechea, Martínez de Velasco. Los recibe Martín de Veses, secretario y sobrino de Pórtela, y les ruega que impongan su autoridad a sus partidarios, a fin de impedir que se encone más una situación que el Gobierno considera gravísima. Para hacerles la misma súplica el secretario visita a Azaña y a Martínez Barrio. Reitera Pórtela el ruego a Largo Caballero y Álvarez del Vayo cuando éstos le visitan para conminarle a que resuelva la situación. «Pórtela estaba nervioso y pálido; no encontró otra contestación que ésta: «Yo no puedo hacer más que entregarles ahora mismo el poder». Largo Caballero añade: «A mi vez le repliqué que no era ese el procedimiento. Álvarez del Vayo y yo nos retiramos con la impresión de que ya no existía Gobierno». La Prensa revolucionaria de la tarde destaca estrepitosamente el triunfo, hasta entonces basado en conjeturas y lo disloca a su gusto entre salvas de adjetivos: «aplastante, arrollador, impresionante, formidable». También se lo define como nueva proclamación de la República.

En el Ministerio de Gobernación insisten en declarar que carecen de datos completos. La Oficina Electoral de la C. E. D. A. afirma que, según informes que tienen por auténticos, las derechas han triunfado en Álava, Albacete, Ávila, Baleares, Burgos, Cáceres, Castellón, Ciudad Real, Cuenca, Granada, Guadalajara, Guipúzcoa, Coruña, León, Logroño, Lugo, Navarra, Orense, Pontevedra, Salamanca, Santander, Segovia, Tenerife, Teruel, Toledo, Valencia (provincia), Valladolid, Vizcaya (provincia), Zamora y Zaragoza (provincia). Estos resultados sufrirían alteraciones fundamentales en el transcurso de horas, y en los días siguientes a la elección por huida de los gobernadores, intromisión de los Comités del Frente Popular en la falsificación de actas, por amaños en las votaciones y otros fraudes.

En un país ordenado, respetuoso con los preceptos constitucionales, donde la democracia no fuese una ficción, una mayoría parlamentaria cualquiera en ningún caso puede significar una victoria arrasadora e implacable. En España, en febrero de 1936, un resultado electoral dudoso, y obtenido con malas artes se transforma en un triunfo absoluto, que obliga al supuesto vencido a pasar bajo las horcas caudinas.

* * *

«El Frente Popular se adueñó del Poder el 16 de febrero gracias a un método electoral tan absurdo como injusto, y que concedió a la mayoría relativa, aunque sea una minoría absoluta, una prima extraordinaria. De este modo hubo circunscripción en que el Frente Popular, con 30.000 votos de menos que la oposición, pudo, sin embargo, conseguir diez puestos en cada trece, sin que en ningún sitio hubiese rebasado en un 2 por 100 al adversario más cercano. Este caso paradójico fue bastante frecuente.

Al principio se creyó que el Frente Popular resultaba vencido. Pero cinco horas después de la llegada de los primeros resultados, se comprendió que las masas anarquistas, tan numerosas y que hasta entonces se habían mantenido lucra de los escrutinios, habían votado compactas. Querían mostrar su potencia, reclamar el precio de su ayuda: la paz y, tal vez, la misma existencia de la patria.

A pesar de los refuerzos sindicalistas, el Frente Popular obtenía solamente un poco más, muy poco, de 200 actas, en un Parlamento de 473 diputados. Resultó la minoría más importante; pero la mayoría absoluta se le escapaba. Sin embargo, logro conquistarla, consumiendo dos etapas a toda velocidad, violando todos los escrúpulos de legalidad y de conciencia.

Primera etapa: Desde el 17 de febrero, incluso desde la noche del 16, el Frente Popular, sin esperar el fin del recuento del escrutinio y la proclamación de los resultados, la que debería haber tenido lugar ante las juntas Provinciales del Censo en el jueves 20, desencadenó en la calle la ofensiva del desorden; reclamó el Poder por medio de la violencia. Crisis; algunos gobernadores civiles dimitieron. A instigación de dirigentes irresponsables, la muchedumbre se apoderó de los documentos electorales; en muchas localidades los resultados pudieron ser falsificados.

Segunda etapa: Conquistada la mayoría de este modo, le fue fácil hacerla aplastante. Reforzada con una extraña alianza con los reaccionarios vascos, el Frente Popular eligió la Comisión de validez de las actas parlamentarias, la que procedió de una manera arbitraria. Se anularon todas las actas de ciertas provincias donde la oposición resultó victoriosa; se proclamaron Diputados a candidatos amigos vencidos. Se expulsó de las Cortes a varios Diputados de las minorías. No se trataba solamente de una ciega pasión sectaria, se trataba de la ejecución de un plan deliberado y de gran envergadura. Se perseguían dos fines: hacer de la Cámara una convención, aplastar a la oposición y asegurar al grupo menos exaltado del Frente Popular. Desde el momento en que la mayoría de izquierdas pudiera prescindir de él, este grupo no era sino el juguete de las peores locuras». (Niceto Alcalá Zamora, Los caminos del frente Popular. Editorial publicado en Journal de Genéve, 17 de enero, 1937).

* * *

La situación el día 18 era dramática. La anarquía se propagaba de una provincia a otra. Motines, asaltos, crímenes, incendios. El aspecto de Ma­drid se hace empavorecedor. En Alicante, Burgos, Santoña, Cartagena, Barcelona, Gijón, Oviedo, masas encolerizadas por arengadores desaforados pugnan por asaltar las cárceles. Un vaho caliente de tragedia flota sobre todo el país. «Esto es la República, comenta A B C (18 de febrero): la de abril y la de todas las fechas. Pueden cambiar el ritmo y algunos accidentes o aspectos, pero nunca la entraña y el ser.» «El pueblo —escribe El Socialista— debe pedir una sola cosa: el poder. Es suyo, lo ha conquistado, y nada puede oponerse a que vaya a sus manos. Con el poder en las manos, ya no tendrá que pedir nada.» El Debate fija su atención en el triunfo de la C. E. D. A. «Es el único partido desde el advenimiento de la República, que en cada elección ha llevado más diputados a la Cámara. La C. E. D. A. es una poderosa realidad nacional que cuenta para todos, frente a todos y ante todos. Ni su existencia ni su fuerza dependen de la voluntad ni del deseo de sus adversarios. Por sí misma existe y por sí misma es fuerte.» La Vanguardia de Barcelona entiende que el pueblo había dicho «con claridad y serenidad extraordinaria lo que quiere». «La victoria de las izquierdas, pronostica el Berliner Lokal Anzeiger, traerá el reinado del terror y el dominio de la calle, la insurrección y el asesinato.» El londinense Daily Mail augura: «Es evidente que la democracia está a punto de rendir su último suspiro en España, país que nunca prosperó desde el destronamiento de Alfonso XIII.» El diario soviético Pravda (19 de febrero) comenta: «Los comunistas españoles saben que no pueden esperar la realización del programa del Frente Popular de un Gobierno de izquierdas que probablemente se formará. Les incumbe la tarea inmediata de acrecentar por todos los medios la actividad de las masas trabajadoras.»

La pasividad del Gobierno ante los graves sucesos de muchas provin­cias, y la creciente turbulencia callejera de Madrid movieron al general Franco a visitar a Pórtela para conocer sus propósitos. El académico de la Historia don Natalio Rivas se encargó de preparar la entrevista. A las dos de la tarde (18 de febrero) acude el general al Ministerio de la Gobernación. Cuanto el jefe militar sabe sobre la situación es muy poco en comparación con la realidad descrita por el Jefe del Gobierno.

— ¿Qué piensa usted hacer? Urge adoptar medidas, dice el General.

— Abandonar esto. Carezco de energías para hacer frente a lo que se me pide.

—No puede usted dejar al país entregado a la anarquía. Usted cuenta con el general Pozas, es decir, con la Guardia Civil, con los guardias de Asalto, con una masa grande de opinión. Declare el estado de guerra. Hágalo ahora mismo.

— ¿No resultará peor el remedio?

—La obligación de usted es impedir el dominio de la revolución, y esté seguro de que no le faltará la asistencia ciudadana.

— ¿Por qué el Ejército no toma la responsabilidad de esa decisión?

—Porque carece de la unidad necesaria, y porque es al Gobierno a quien compete defender a la sociedad, secundado por el Ejército, y por la fuerza con sus ilimitados recursos.

— Déjeme consultar con la almohada.

— La urgencia es tan grande, que no permite dilaciones.

El gesto del jefe del Gobierno era el de un hombre exhausto y vencido. Repitió:

— Déjeme meditar.

* * *

La tarde de ese día 18, los generales Goded, Fanjul, y Rodríguez Barrio visitan a Franco para decirle que vistas las circunstancias, si el Gobierno se niega a declarar el estado de guerra, el Ejército debe hacerse cargo del poder. Les propone Franco que hagan una exploración cerca de los jefes más calificados de las guarniciones para conocer la disposición de éstas ante semejante contingencia. La mayoría de las respuestas son contrarias.

Poco después de la conversación referida, llegaba al domicilio de Martínez Barrio el secretario político y sobrino del jefe del Gobierno, Martín de Veses, para decirle que Pórtela deseaba verle con urgencia. «Necesitaba que los jefes de los partidos republicanos supieran la realidad de la situación gubernamental y, sobre todo, el estado de su ánimo.» «Previo acuerdo telefónico con Azaña, cuenta Martínez Barrio (A B C, 16 de febrero de 1937), anuncié mi visita al Presidente del Consejo.» A las ocho y media de la noche llegaba el Grande Oriente de España al ministerio de la Gobernación. «Encontré sobresaltado al Presidente. Había recibido varias visitas y unidas a las noticias, que sin cesar llegaban de provincias, le tenían muy deprimido. No debo seguir aquí ni un momento más, dijo. Y como yo le mirase, sin contestarle, añadió: ¡Háganse ustedes cargo rápidamente del Poder, porque yo no puedo responder de nada!» «Entre la primera exclamación y la confesión desmayada que hubo de seguirla, entraron en la estancia los generales Pozas y Núñez de Prado. Ambos confirmaron la gravedad de los informes que el Presidente poseía. Se encontraban reunidos los jefes de derechas y una intensa nervosidad se notaba en los cuarteles. Al propio ministro de la Gobernación había llegado un general invitándole a una acción violenta contra los partidos triunfantes en las elecciones. Confieso que me faltó convicción para razonar a Pórtela la posibilidad o conveniencia de que se sostuviera en el poder. Aquella noche no estaba al frente del Ministerio un gobernante resuelto a imponer su autoridad, fueren quienes fueren los posibles perturbadores de la disciplina, sino un hombre acorralado que quería salir a escape de la tragedia en que se veía metido. Le tranquilicé relativamente con la formal promesa de que prepararíamos sin dilaciones el Gobierno que hubiera de sucederle. «Pero mañana mismo, mañana. ¿Estamos?, me repitió. Luego puede ser tarde.»

No cabe olvidar la condición de Grande Oriente de la Masonería de Martínez Barrio, a quien le debe obediencia Pórtela, grado 33. Antes de terminar la jornada (18 de febrero), Pórtela recibe a media noche en el «Hotel Palace», donde reside, a Calvo Sotelo, acompañado del diputado y hombre de negocios Joaquín Bau, que ha preparado la entrevista. Discretos y precavidos, los dos amigos se han instalado en el Hotel con sus esposas. Podrán conversar libre y largamente. Calvo Sotelo apela a todos los recursos de la persuasión para convencer a Pórtela de que no abandone el Poder: le recomienda que utilice medidas de excepción, asegurándole que  no le faltarán las asistencias necesarias. Abatido por un gran pesimismo, Pórtela ya había capitulado ante la revolución y renunciado a todo. Su decisión no admitía rectificación. Al terminar la entrevista, Calvo Sotelo se limitó a decir: «¡Todo está perdido!»

A las pocas horas de celebradas las elecciones y ante el cariz que tomaban los sucesos, Pórtela quiso abandonar el cargo. Así lo expuso en el Consejo de ministros celebrado en la mañana del 17, y su propósito me­reció la enérgica repulsa del Presidente de la República. Debía presidir la segunda vuelta, esperar la proclamación de candidatos y presentarse al Parlamento para informarle del cumplimiento de la misión. Otra cosa sería desertar de su puesto. Pórtela, náufrago de sus propias debilidades, olvidaba su deber. Deseaba con vehemencia salir cuanto antes de la jefatura del Gobierno, que le aprisionaba como un cepo.

El día 19, convocados con urgencia a Consejo los ministros en la Presidencia, supieron que el jefe del Gobierno estaba resuelto a plantear la dimisión sin esperar más. Así lo haría poco después en el Consejo celebrado en el Palacio Nacional, con asistencia de Alcalá Zamora. Lo tratado en reunión brevísima se reflejaba en una nota que decía: «Se ha planteado la crisis irrevocable del Gobierno, aunque el parecer y deseo del Jefe del Estado era contrario, por entender éste que debía esperarse, no sólo a la proclamación de diputados y a la segunda vuelta, donde la haya, sino a la reunión de Cortes. Para resolver la crisis con toda rapidez se ha reducido el número de consultas en armonía con la composición ya dibujada de minorías parlamentarias y se ha encargado la respuesta urgente por escrito o por teléfono para dejar constituido el nuevo Gobierno esta misma tarde.»

En cuanto llegó Pórtela a Gobernación, cerca de las tres de la tarde, llamó al general Franco. Consumido por el insomnio y las fuertes emociones, el jefe del Gobierno era una ruina. Al ver entrar al general exclamó sin preámbulos:

—Ya no soy jefe de Gobierno. Acabo de dimitir.

Franco, sorprendido por aquella revelación, exclamó con energía:

— ¡Nos ha engañado, señor Presidente! Ayer sus propósitos eran otros.

—Le puedo jurar, replicó Pórtela, que no les he engañado. Yo soy republicano, pero no soy comunista, y he servido lealmente a las instituciones en los gobiernos de que he formado parte o presidido. No soy un traidor. Yo le propuse al Presidente de la República la solución; ha sido Alcalá Zamora quien se ha opuesto a que se declarase el estado de guerra.

—Pues, a pesar de todo, y como está usted en el deber de no consentir que la anarquía y el comunismo se adueñen del país, aún tiene tiempo y medios para hacer lo que debe. Mientras ocupe esa mesa y tenga a mano esos teléfonos...

Pórtela interrumpió:

—Detrás de esta mesa no hay nada.

—Están la Guardia Civil, las fuerzas de Asalto...

—No hay nada, replicó Pórtela. Ayer noche estuvo aquí Martínez Ba­rrio. Durante la entrevista penetraron los generales Pozas y Núñez del Prado, para decirme que usted y Goded preparaban una insurrección militar. Les respondí que yo tenía más motivos que nadie para saber que aquello no era cierto. Martínez Barrio me pidió que me mantuviese como fuera durante ocho días en el Gobierno. Querían sin duda, que la represión de los desórdenes la hiciera yo. También me dijo que Pozas, el Inspector General de la Guardia Civil, y el jefe de las Fuerzas de Asalto se habían ofrecido al Gobierno del Frente Popular que se formase. ¿Ve usted —concluyó Pórtela— cómo detrás de esta mesa no hay nada?

 

CAPÍTULO V

AZAÑA VUELVE A GOBERNAR

 

LA CRISIS SE TRAMITA EN TRES HORAS. — UN GOBIERNO DE REPUBLICANOS DE IZQUIERDA. — ALOCUCIÓN TRANQUILIZADORA DE AZAÑA. — «NUESTRO LEMA ES: REPÚBLICA RESTAURADA, Y, POR CONSIGUIENTE, LIBERTAD, PROSPERIDAD Y JUSTICIA». — UN VENDAVAL DE ANARQUÍA SE EXTIENDE POR ESPAÑA. — INCENDIO DE TEMPLOS, CONVENTOS Y CENTROS POLÍTICOS E INVASIÓN DE FINCAS. — LOS DESÓRDENES ADQUIEREN EN ELCHE CARACTERES TRÁGICOS. — PALMA DEL RÍO EN PODER DE LAS TURBAS DURANTE TRES DÍAS. — ASALTO Y QUEMA DE DIEZ PERIÓDICOS. — APERTURA DE CÁRCELES Y LIBERACIÓN DE PRESOS. — LA DIPUTACIÓN PERMANENTE DE LAS CORTES, CONVOCADA CON URGENCIA, APRUEBA EL DECRETO DE AMNISTÍA. — APOTEOSIS SOVIÉTICA EN LA PLAZA DE TOROS MADRILEÑA, EN EL HOMENAJE A LOS AMNISTIADOS Y FAMILIARES. — SE AUTORIZA AL PARLAMENTO CATALÁN PARA REANUDAR SUS FUNCIONES. — BARCELONA DISPENSA UN RECIBIMIENTO GRANDIOSO A COMPANYS Y A LOS CONSEJEROS DE LA GENERALIDAD..