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NUEVA HISTORIA DE LA IGLESIA
CAPITULO III
LA REFORMA PROTESTANTE COMO OBRA PERSONAL
DE LUTERO Y COMO DESTINO DE EUROPA
II
IGLESIAS TERRITORIALES EN ALEMANIA Y EN LOS
PAISES ESCANDINAVOS
Desde
los días de Heidelberg y de Worms Lutero había ido
ganándose constantemente nuevos amigos, que difundían luego la Reforma
protestante en los lugares donde actuaban e intentaban hacerla triunfar. Ya
hemos citado a Melanchton, a Hutten,
a Sickingen, a Bucer y a Brenz. Arnsdorf había ayudado a
Lutero en la traducción de la Biblia y actuaba en Magdeburgo; Bugenhagen, de Pomerania, fue párroco en Wittenberg y luego en Hamburgo; Justo Jonás, colega suyo en Wittenberg, tradujo sus escritos latinos, y el nuremburgués Spalatino, que era secretario particular del príncipe
elector de Sajonia, fue durante años el mediador de las ideas y los deseos de
Lutero cerca de su señor, persona siempre inquieta e irresoluta. A ellos se
añadían multitudes de monjes salidos del convento, agustinos, franciscanos,
como Eberlin, natural de Ulm, o el cronista Conrado
Pelicano, dominicos como Bucer, benedictinos como
Ambrosio Blarer, brigitanos como Ecolampadio, y otros muchos. Entre los secuaces
de la primera hora se encontraban también —aunque más tarde se alejaron en
parte de Lutero— muchos humanistas que desempeñaron cargos en ciudades, sobre
todo en Nuremberg, donde ya en 1521 se predicó la
doctrina luterana, Wilibaldo Pirckheimer y Lázaro Spengler, y además los reformadores de las
ciudades imperiales: del sur de Alemania Hal, Esslingen, Reuttlingen, Memmingen, Augsburgo y Constanza. Un nuremburgués celebró,
ya en 1524, una disputatio luterana en Breslau,
en Magdeburgo, en Erfurt; y en Halberstadt, Bremen y
Danzig se predicaban ya sermones en que se defendía la doctrina de Lutero.
Entre los príncipes, en cambio, sólo el hijo y el sobrino del elector de
Sajonia se adhirieron al principio a Lutero. Desde 1523 el Gran Maestre de la
Orden Teutónica, Alberto de Brandeburgo, estaba en relaciones con el
reformador, y los obispos de Sambia y de Pomerania
habían consentido por aquellos tiempos que se predicase en sus diócesis la
doctrina luterana. Ellos mismos se declararon luteranos en 1524, y se casaron,
siendo los primeros apóstatas entre el episcopado alemán.
En 1525
el Gran Maestre, Alberto de Brandeburgo, transformó, por consejo de Lutero, el
territorio de la Orden Teutónica, Prusia, en un ducado secular, y lo tomó como
tal, en feudo, del rey de Polonia. Al mismo tiempo introdujo la organización
protestante de la Iglesia, aunque conservó la estructura episcopal. Su
matrimonio con una hija del rey Federico I de Dinamarca tuvo una gran
importancia para la Reforma protestante realizada en este último país.
Prusia,
territorio de la Orden Teutónica, fue así la primera región alemana que
sucumbió en su totalidad a la Reforma protestante. Otros territorios habían de
seguirla muy pronto. Por influencia de Melanchton, el
landgrave Felipe de Hessen había ordenado en 1524 que
en su territorio se predicase el Evangelio puro. Dos años más tarde, y
siguiendo el ejemplo de Zurich, hizo que se celebrase
en Homberg una disputa bajo la dirección del ex
franciscano francés Lamberto de Aviñón; en ella este último defendió 158 tesis
redactadas por él y compuso, a raíz de esto, un nuevo orden eclesiástico: la Reformatio ecclesiarum Hessiae. En ella no sólo se regula la organización y la
vida de la Iglesia en Hessen, la educación de la
juventud y la proyectada fundación de una nueva universidad en Marburgo, sino que además se habla de los conventos y
fundaciones del país, a cuyos moradores se indemnizó, contra su voluntad, con
rentas; se suprimió el antiguo culto y los párrocos papistas fueron sustituidos
por predicadores partidarios de la nueva fe. Todo el que no quiso someterse a
la ordenación fijada por el soberano tuvo que emigrar. Se denegó la libertad de
conciencia tanto a los partidarios de la nueva fe como a los anabaptistas. El
poder de la Iglesia se encontraba ahora totalmente en manos del landgrave, el
cual había impuesto rápidamente el nuevo orden de cosas a pesar de las
advertencias de Lutero.
Para
llevarlo adelante, Felipe de Hessen pudo apoyarse en
la Despedida de la Dieta de Espira de 1526. Esta despedida tenía un carácter
provisional y, según ella, en los asuntos de que hablaba el Edicto de Worms, esto es, la innovación religiosa, cada Estado del
Imperio debería comportarse como creyese que debía hacerlo en conciencia ante
Dios y la majestad imperial. Esta disposición se convirtió, sin razón, ciertamente,
en la base jurídica para destruir la organización eclesiástica católica y
erigir Iglesias territoriales luteranas independientes en algunas regiones. A
esto se unía casi siempre el establecimiento de una nueva organización
eclesiástica y su imposición por medio de visitas eclesiásticas, realizadas en
todo el territorio por encargo del soberano; lo cual culminaba casi siempre con
la fundación de una universidad regional propia, cuando ésta no existía.
Hasta
1529 se organizaron Iglesias territoriales de este tipo en Hessen y Sajonia, en algunos ducados y condados más pequeños, pero también en muchas
ciudades imperiales, como Brema, Estrasburgo, Magdeburgo, Nuremberg y otras. En Sajonia, el sucesor de Federico el Sabio dispuso en 1527 que cuatro
comisiones realizasen la visitatio en todo el país; el mismo Lutero participó en ella. Melanchton había compuesto el breviario de visitas, y Lutero, un Pequeño Catecismo para el
pueblo, y un Gran Catecismo para los párrocos, y ya antes había publicado un cantoral,
una misa alemana y un rito bautismal. Todavía se conservan ceremonias y
ropajes, el canto y la elevación de la hostia; se eliminaba, en cambio, el
canon, cosa de la que el pueblo sencillo apenas se dio cuenta. Como
administradores eclesiásticos se nombró a clérigos, y como superintendentes, a
seglares designados por la autoridad. Aun cuando Lutero quería que la
colaboración civil fuese sólo el servicio de amor del hermano mayor, esta
Iglesia territorial, en la que los partidarios de la antigua fe tenían que
abandonar el país, y los anabaptistas eran castigados y ajusticiados, trasformóse en una Iglesia propia del príncipe. En ella
sólo mandaba la voluntad del soberano, incluso en asuntos puramente
eclesiásticos.
Iglesias
territoriales en cierto sentido, fuera del Imperio, eran también las Iglesias
luteranas de los países escandinavos, que establecieron en ellos los señores
seculares, venciendo muchas resistencias. En el caso de Dinamarca fueron
decisivas su estrecha vinculación con Holstein y Schleswig,
donde en 1528 se introdujo una organización luterana de la Iglesia, y las
relaciones del rey con su yerno, el nuevo duque luterano de Prusia. Aun cuando
en las capitulaciones de su elección el rey Federico I había tenido que aceptar
la prohibición de la predicación luterana, ya en 1527 consintió públicamente la
nueva doctrina. Esta la predicaba un antiguo sanjuanista y estudiante de Wittenberg, Juan Tausen, que fue
nombrado capellán de la corte. En la Dieta celebrada en Copenhague, veintiún
predicadores, bajo la dirección de Tausen,
presentaron su confesión, la Confessio Hafniensis. Esta tiene como punto de arranque, no la
lucha personal por un Dios misericordioso, en el sentido de Lutero, sino el
humanismo de la Biblia, en el espíritu de Zuinglio y de Bucer.
La defensa del catolicismo, realizada por el carmelita Pablo Heliae, influido asimismo por las tendencias humanistas, y
por el franciscano alemán Nicolás de Herborn, no tuvo
éxito. En la guerra civil por la sucesión del trono danés obtuvo la victoria,
tras prolongadas luchas, el duque Cristián III de Holstein, que era ya
luterano. La Reforma protestante alcanzó ahora la victoria mediante un golpe de
fuerza. Todos los siete obispos daneses fueron encarcelados repentinamente, en
1536, y se los sustituyó por superintendentes; se confiscaron los bienes de la
Iglesia, y los obispos no fueron puestos en libertad hasta que renunciaron a
sus cargos; el obispo de Roskilde, que se negó a ello, murió en la cárcel en
1544. Para organizar la Iglesia se hizo venir de Wittenberg a Bugenhagen, que coronó al rey y compuso la
Ordinario ecclesiastica según el modelo de Sajonia,
con la diferencia, sin embargo, de que en la dirección de la Iglesia no se le
agregó al rey un consistorio eclesiástico; los superintendentes no eran en
realidad otra cosa que funcionarios reales. Un año más tarde (1538) Dinamarca
se unió a la Liga de Esmalcalda, aceptando entonces también la confesión de
Augsburgo. Como Noruega estaba unida personalmente con Dinamarca, participó del
destino de la Iglesia danesa. También en la lejana Islandia, sometida a
Dinamarca, se impuso la voluntad del rey danés, si bien el triunfo de la
innovación no se decidió hasta 1550, con la ejecución del obispo Juan Arason de Holar, que defendió la
causa católica con las armas en la mano y solicitó ayuda del protector de la Iglesia,
el emperador Carlos V.
En
Suecia, que se hallaba sometida igualmente a Dinamarca desde la unión de Kalmar
(1397), la jerarquía, en contra del movimiento nacional, estaba aliada con los
daneses ya antes de la aparición de Lutero. Había apostado, pues, a la carta
del perdedor y se hallaba además gravemente comprometida por la matanza de
Estocolmo, ocurrida en 1550. Cuando el jefe de los rebeldes, Gustavo I Vasa,
que era internamente protestante, consiguió imponerse como rey en 1523,
encontró unos colaboradores destacados en el archidiácono Lorenzo Andersson y en el predicador de la catedral de Strángnás, Olaf Peterson o Petri. Ambos eran luteranos;
Olaf Petri había sido discípulo de Lutero en Wittenberg. Andersson fue nombrado canciller del reino. Los
primeros objetivos de la nueva política eclesiástica eran todavía moderados: se
quería que los obispos fuesen del país, que también lo fuera el arzobispo y que
se hicieran reformas. Pero al final triunfaron tendencias más radicales. Se
aprovechó la ocasión de ciertos levantamientos para quebrantar el poder de los
obispos y para subvenir a las finanzas del reino confiscando bienes
eclesiásticos. La Dieta de Vesteras decidió en 1527
que se incautasen, a favor del rey, los ingresos sobrantes de la Iglesia y
exigió que se predicase la palabra de Dios. El obispo Hans Brak de Linkóping, defensor incansable de la antigua
Iglesia, huyó a Polonia. En 1529 quedó eliminada toda autoridad papal sobre
los obispos. Se reprimió un levantamiento del pueblo católico. En 1531 fue
consagrado arzobispo de Upsala —cuestión ésta que todavía no estaba resuelta
legalmente— Lorenzo Petersson (f. 1573), hermano de
Olaf, sin que el papa interviniese para nada, pero de acuerdo con el antiguo
rito católico de los obispos consagrados. El gobierno de la Iglesia nacional
sueca se encontraba indudablemente en manos del rey. Es verdad que se tardó
decenios en conquistar a la gran masa del pueblo para la Reforma protestante.
Esta conservó en Suecia no sólo el ministerio episcopal y la ordenación de los
sacerdotes, sino también, mucho más que en Alemania, ritos, ceremonias y
festividades católicas. Tal actitud conservadora —durante decenios se siguieron celebrando cada año, por ejemplo, los días
dedicados a los difuntos— hizo que el pueblo tardase mucho tiempo en darse
cuenta de la ruptura con la antigua Iglesia.
Desde
Suecia la Reforma protestante se extendió también a Finlandia, que se hallaba
sometida a aquélla desde hacía mucho tiempo, y a Estonia, recién conquistada.
La traducción sueca de la Biblia, hecha en 1541 por Lorenzo Petersson,
y la finlandesa, realizada en 1548 por Miguel Agrícola, fortalecieron la
Reforma protestante en la conciencia del pueblo.
También
en los otros países del Mar Báltico se introdujo rápidamente el luteranismo,
tras la conversión a él del Gran Maestre de la Orden Teutónica, Alberto de
Brandeburgo. Sobre todo se abrieron a la innovación las ciudades de Riga, Reval y Dorpat. El Consejo y los
ciudadanos estaban de acuerdo en ello. En cambio, el mariscal de campo de la
Orden Teutónica, Walter de Plettenberg, soberano de
estas provincias bálticas, permaneció católico. Su política dubitante
consintió, sin embargo, que las canonjías y las sedes episcopales fueran
cayendo poco a poco en manos protestantes. Mas sólo después de morir el
enérgico arzobispo Juan de Blankenfeld, que se había
aliado con la nobleza de Livonia para proteger la religión católica, y de que
el arzobispado de Riga cayese en manos del margrave Guillermo, hermano del Gran
Maestre, quedó sellada la suerte de la Iglesia católica en Livonia y, con ello,
también en todo el Báltico. La posterior soberanía de Polonia sobre estas
provincias no consiguió cambiar nada aquí, dado sobre todo que la debilidad de
la realeza y el estado de anarquía existente en Polonia no pudieron impedir
siquiera que en su propio país se formasen comunidades protestantes, sobre todo
entre los alemanes de las ciudades de Danzig, Elbing y Thorn.
PROGRESOS DEL PROTESTANTISMO EN SUIZA
La
innovación religiosa realizó progresos importantes también en el sur. La lucha
política de Zuinglio no podía contentarse con lo alcanzado. «No dudó en
disolver la Confederación para crear una nueva unidad política sobre base
religiosa: la liga de los cantones afiliados al Evangelio, con la intención de
erigir el reino de Cristo en el país». Pues, entretanto, Ecolampadio,
natural de Franconia, había iniciado su prolongada
estancia en Basilea. Ecolampadio era condiscípulo de Melanchton y ya antes había actuado como predicador en
Basilea. Con anterioridad a la Dieta de Augsburgo había vivido durante algún
tiempo en el monasterio brigitano de Altomünster y había publicado allí una obra sobre la
confesión, que revela pensamientos inequívocamente luteranos. Ahora había
vuelto a Basilea como pastor de almas y profesor de teología. El día de Todos
los Santos de 1525 celebró la primera cena protestante. Entre tanto, los
cantones del interior de Suiza, Uri, Schwyz, Unterwalden,
Zug, Lucerna y Friburgo habían convocado un coloquio religioso en Baden de
Aargau, al que había prometido asistir Juan Eck.
Además de él, intervinieron, por parte católica, el vicario general de
Constanza, Juan Fabri, y el franciscano Tomás Murner. Por parte protestante comparecieron Ecolampadio, Haller, de Berna, y
además legados de Glarus y de Schaffhausen; Zuinglio, en cambio, se negó a
participar. Al principio la disputa se desarrolló de modo favorable a los
católicos. Juan Eck venció, en un gran torneo
dialéctico, a Ecolampadio, y Fabri a Haller; Murner, por su
parte, presentó cuarenta acusaciones contra Zuinglio, en las que elevaba una
enérgica protesta contra el modo como se había llevado a cabo la Reforma
protestante en Zurich. Fabri entregó al presidente su Demostración cristiana, en la que presentaba
testimonios bíblicos de la presencia real de Cristo en la eucaristía, y
concluía con estas palabras:
«No es
preciso hablar mucho; todos los que creen en Cristo, y yo, tenemos a Cristo, su
palabra eterna y única verdadera, todos los doctores, consensum Christi fidelium, todos los muertos y
vivos. En esto quiero perseverar y en esto aconsejo a todos los demás que
perseveren. Si yo estoy seducido, Cristo, el Espíritu Santo y la santa Iglesia
me han seducido» .
Mas, a
pesar del resultado de la disputa, Basilea y Berna siguieron introduciendo paso
a paso la innovación. Los gremios de Basilea se levantaron contra el Consejo y
la universidad en la noche del martes de carnaval de 1529 y se hicieron con el
poder. La misa fue eliminada, y las imágenes, destruidas; la comarca arrebató
el poder civil al obispo. Este tuvo que abandonar la ciudad y retirarse a Prunstrut. El cabildo catedralicio se refugió en Friburgo
de Brisgovia. Una ordenación introducida algunas
semanas más tarde por el nuevo Consejo, que comenzaba hablando de la
predicación y terminaba con prescripciones sobre el corte y la tela de los
vestidos, y amenazaba con la excomunión, esto es, con el destierro a los
partidarios de la antigua fe y con la muerte a los anabaptistas, consumó la
transformación. En vano había pedido Ecolampadio que
los presbíteros de la Iglesia impusieran una disciplina eclesiástica. Erasmo,
que no quiso aceptar, ni siquiera aparentemente, la revolución religiosa
abandonó la ciudad.
En
Berna, tras la disputa celebrada en Baden, los partidarios de la nueva fe
resultaron vencedores en las elecciones. Bajo la dirección de Bertoldo Haller, natural de Rottweil y
párroco de la iglesia catedral, se celebró en enero de 1528 una gran disputa, con
el fin de demostrar que se había dado el paso a la nueva doctrina; los
católicos quedaron casi totalmente excluidos de ella, pero, en cambio,
comparecieron legados de todos los cantones y ciudades protestantes de la Alta
Alemania, hasta Augsburgo y Nuremberg. A los
anabaptistas no se les permitió hablar; Zuinglio y Ecolampadio refutaron al luterano Haller y su doctrina de la
cena. Resultado de ello fue que la Reforma protestante se realizó siguiendo el
ejemplo de Zurich. Glarus, San Gallen y Biel siguieron el ejemplo de Berna, y también Mülhausen, de Alsacia, se adhirió a la liga de los
partidarios de la nueva fe, liga denominada Derecho cristiano de los
ciudadanos; a ella opusieron los cantones católicos, en 1529, una Unión
cristiana con el archiduque Fernando de Austria. El peligro de un choque a mano
armada entre ambos partidarios era muy grande.
AGRUPACIONES POLITICAS
Los
Estados católicos despertaron después de que Felipe de Hessen consiguió apoderarse de los obispados de Franconia.
Las victorias de Carlos V sobre el rey de Francia, la paz concertada por el
emperador con Francisco I y el papa Clemente VII habían fortalecido la
conciencia de su propio poder. En el mensaje que el emperador envió a la Dieta
de Espira de 1529 ordenaba que se anulase la Despedida dada en la Dieta
anterior. De esta manera se acordó también, bajo la dirección del archiduque
Fernando, anular la Despedida de la Dieta de 1526 y acabar con los llamados
sacramentarios (partidarios de Zuinglio) y con los anabaptistas. En atención a
las reformas protestantes ya efectuadas, se acordó lo siguiente:
«En los
demás Estados en que hayan aparecido las nuevas doctrinas y no se las pueda
eliminar sin que surjan en parte rebeliones, protestas y peligros
considerables, debe evitarse en lo sucesivo, en lo humanamente posible, toda
otra innovación, hasta que se celebre un concilio» . Pero debía consentirse el
antiguo culto y proteger todos los derechos y rentas de los clérigos católicos.
Se declaraba además, finalmente, que ninguno de los Estados podía violentar,
importunar o declarar la guerra a otros por causa de la fe, e igualmente, que
nadie debería ni querría tomar bajo su especial protección a los súbditos o
parientes de otro, por motivos de fe, contra la voluntad de los soberanos de aquéllos.
Con esto se atacaba el proceder de Felipe de Hessen.
Las reincidencias deberían castigarse con la proscripción imperial.
Esta
Despedida privó a los príncipes territoriales y a las ciudades de la Alta
Alemania de todo título jurídico, siquiera aparente, que justificase la
innovación que habían llevado a cabo. Con ello se condenaba una vez más de raíz
la nueva organización eclesiástica. Mas, por otro lado, se incluyó en la
Despedida una fórmula muy ambigua: «En lo que sea humanamente posible.» Dejábase así abierto el campo en gran manera al capricho
subjetivo. No se exigía, pues, la represión de la nueva fe, sino la tolerancia
de la antigua. A pesar de ello, inmediatamente después de ser presentada la
Despedida de la Dieta, el 19 de abril de 1529, un grupo de ciudades protestó
contra ella. Eran seis príncipes y catorce ciudades libres del sur de Alemania;
a saber, los príncipes de Sajonia, Hessen,
Brandeburgo-Kulmbach, Anhalt y los dos de Luneburgo; entre las ciudades estaban,
ante todo, Estrasburgo, Nuremberg y Ulm. Esta
protesta hizo que los partidarios de la nueva fe, que se designaban a sí mismo
como viri boni (creyentes), recibieran el sobrenombre de protestantes. La protesta se basó en
motivos religiosos, entre otros el siguiente: «Que en los asuntos que afectan
al honor de Dios y a la salvación de nuestras almas, cada uno debe responder y
dar cuenta por sí solo ante Dios, es decir, que ninguno del lugar puede
disculparse con lo que hagan o acuerden otros, sean muchos o pocos». Se exigía,
pues, una positiva libertad de conciencia, tal como en otro tiempo la había
exigido Lutero en Worms, mas no para el pueblo, sino
solamente para los Estados.
Las
consecuencias de esta actitud hicieron aparecer como posible un enfrentamiento
militar. Por ello los partidarios de la nueva fe, encontrándose aún en Espira,
concertaron un tratado secreto de ayuda entre Sajonia, Hessen,
Estrasburgo, Ulm y Nuremberg. Para aumentar el poder
político de los partidarios de la nueva fe, el landgrave intentó acabar con las
rivalidades internas existentes entre los protestantes y llegar a un
entendimiento con los territorios de la Alta Alemania, esto es, con los zuinglianos del sur de Alemania y de Suiza, a los que
Lutero rechazaba, tachándolos de sacramentarios. Ya entonces Felipe de Hessen veía en el emperador el enemigo; por ello proyectó
una gran coalición de todos los protestantes del Imperio y de Suiza contra la
casa de Habsburgo, coalición en la que se incluía también a países no
protestantes como Francia, Dinamarca y la república de Venecia. Se quería
cerrar al emperador el paso de los Alpes y la línea del Rin, y de esta manera
desalentarle. Ahora bien, el presupuesto necesario de esta liga política era la
reconciliación religiosa entre Lutero y Zuinglio. No resultaba fácil reunir a
ambos. Finalmente Ecolampadio y Bucer consiguieron del orgulloso Zuinglio que acudiera a Marburgo para celebrar una entrevista con Lutero; de éste lo consiguió el landgrave,
aunque Lutero no era partidario de una liga dirigida contra el emperador. En
las conversaciones celebradas en Marburgo en octubre
de 1529 no se llegó, sin embargo, a un acuerdo. Se coincidía en 14 artículos,
pero se discrepaba en 15, en la cuestión de la presencia de Cristo en la
eucaristía. Lutero, apoyándose en las palabras de la consagración, que había
escrito delante de sí, con tiza, sobre la mesa, se declaró partidario de la
presencia real y corporal; Zuinglio negó la idea de la comunión espiritual
basándose sobre todo en el Evangelio de San Juan. Una propuesta de meditación
hecha por Bucer, para concebir la presencia real de
modo sacramental, es decir, no quantitative vel qualitative vel localiter, fue rechazada por Zuinglio, que la calificó
de papista. Tampoco pudo lograrse la alianza política. Ulm y Estrasburgo la
rechazaron porque los artículos de Schwabach, que le
servían de base, atacaban duramente la doctrina de Zuinglio sobre la
eucaristía.
IV
LA «CONFESIO AUGUSTANA»
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