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SIGLO PRIMERO. LA BATALLA CONTRA EL JUDEOCRISTIANISMO
CAPITULO III LA CRISIS DEL JUDEOCRISTIANISMO
El período que va del 40 al 70 está
señalado, en lo que a la comunidad cristiana se refiere, por dos hechos
importantes. Por una parte, es el momento en que se exasperará el nacionalismo
judío: nacionalismo que ejercerá una fuerte presión sobre los judeo-cristianos.
La caída de Jerusalén, el año 70, asestará un durísimo golpe al judaísmo en
general y al judeocristianismo en particular. Por otra parte, durante este
tiempo, gracias sobre todo al impulso de Pablo, el cristianismo va ganando
terreno en los medios paganos, lo cual lleva progresivamente a los cristianos
de esos medios a desligarse del contexto judío, aunque no sin una crisis
difícil. Al final se llegará a un cambio de la situación. El judeo-cristianismo,
triunfante en el 49, se hundirá, mientras que el cristianismo paulino iniciará
su destino triunfal. En los umbrales de esta época tiene lugar el concilio de
Jerusalén, que marca la pauta; al final, la caída de Jerusalén, que zanja las
cuestiones.
I. EL CONCILIO DE JERUSALEN Y EL
INCIDENTE DE ANTIOQUIA
El año 49 está señalado por dos episodios
que indican una crisis entre judeo-cristianos y cristianos de la gentilidad:
el concilio de Jerusalén y el incidente de Antioquia. La relación cronológica
entre ambos acontecimientos es en la actualidad objeto de discusión. La
Epístola a los Gálatas, la única que menciona el incidente de Antioquia, lo
hace en segundo lugar. Las dificultades opuestas a tal sucesión nos parecen
proceder de construcciones a priori. Por tanto, nos atendremos a dicho orden.
El 48, había vuelto Pablo a Antioquia con Bernabé. Había expuesto los
resultados conseguidos entre los paganos de Asia y las nuevas perspectivas
abiertas. Los gentiles convertidos no eran obligados a las observancias judías
ni, en particular, a la circuncisión. Tal era concretamente el caso de Tito,
un asiático, que él había traído consigo.
Pero he aquí que “gente venida de Judea”
turba en el 49 a la comunidad de Antioquia enseñando que la circuncisión es
obligatoria para todos. Se ha pensado con frecuencia que esa gente sería un
grupo de judeo-cristianos de la tendencia de Santiago, que se opondrían a Pablo
como representante de los cristianos de la gentilidad. Gregory Dix ha
criticado, con razón, semejante tesis. Los judeo-cristianos, que son entonces
casi toda la Iglesia, han admitido desde el principio que los paganos
convertidos no están obligados a la circuncisión, cosa que Pedro recordará. La
obligación de la circuncisión sería, por el contrario, una novedad. ¿Con qué
relacionarla? Parece que se debe a la situación política del judaísmo. Este
entra en un conflicto abierto con Roma. El hecho de que los cristianos, que
todavía son considerados como parte de la comunidad judía, admitan a no
circuncidados viene a ser una traición a los ojos del judaísmo. Por eso, bajo
la presión de judíos nacionalistas, pretenden algunos judeo-cristianos
mantener la pertenencia de los cristianos a la comunidad judía, signo de lo
cual es la circuncisión.
Advertimos ya el verdadero meollo del
problema. El peligro consistía en solidarizar al cristianismo con el destino
temporal de Israel. Pablo y Bernabé lo comprenden perfectamente y se oponen con
viveza a tales exigencias. Aparecen así como los representantes de la tradición
de la comunidad judeo-cristiana en cuanto tal, y no como representantes de una
tendencia. Sin embargo, ante la gravedad de la cuestión, la comunidad de
Antioquia desea llevarla ante los Apóstoles, a Jerusalén. Se envía a Pablo y
Bernabé junto con Tito. Estos son recibidos por los Apóstoles y los ancianos.
Se renueva la discusión. Algunos cristianos de la secta de los fariseos
defienden la tesis de la circuncisión de los gentiles. Pedro, en nombre de los
Apóstoles, y Santiago, en nombre de los ancianos, deciden la cuestión en favor
de Pablo, precisando que los paganos sólo están obligados a los preceptos
noáquicos: abstenerse de carnes inmoladas a los ídolos, de carnes ahogadas y de
la fornicación. Pablo y Bernabé, a quienes acompañarán Silas y Judas, llamado
Barsabás, reciben el encargo de transmitir la decisión a Antioquia. Esta
capital decisión señala la ruptura del cristianismo con la comunidad judía,
ruptura que se irá acentuando en los años siguientes.
Si el concilio de Jerusalén es importante
para la historia de las relaciones del cristianismo con el judaismo, también
lo es para el desarrollo de la comunidad cristiana. Es de notar, ante todo, la
diversidad de quienes en él participan. Pedro y Juan representan a los Doce.
Pedro había abandonado Jerusalén el año 43. Su presencia en la ciudad es
accidental, bien que haya venido para el concilio, bien que una relativa tregua
por parte de los judíos le haya permitido volver. Santiago, rodeado de los
ancianos, representa a la comunidad local de Jerusalén. Silas y Judas Barsabás
parecen formar parte de los ancianos. Son llamados higoumenoi, término que
parece sinónimo de presbíteros. Aparece en la Epístola a los Hebreos) y en la
Epístola de Clemente. Además, el concilio comprende a Pablo y Bernabé, que son
del mismo rango que Pedro y Santiago. Los acompaña Tito, que es en el plano
misional del mismo rango que los ancianos.
En esta perspectiva se dibuja el conjunto
de la organización jerárquica. Los Doce constituyen un orden aparte, puesto al
frente de toda la Iglesia, ora fijos en un lugar, ora itinerantes, con los
cuales deben estar en comunión todas las iglesias. Entre ellos Pedro tiene un
rango especial. Pablo se les está asimilando. Al lado de ellos existen dos
jerarquías paralelas. De un lado, la jerarquía local, compuesta del consejo de
los ancianos, llamados también episcopoi o higoumenoi. A su cabeza figura un
presidente. Este es a veces un hombre de primera fila, como Santiago en
Jerusalén, el cual dispone de todos los poderes participables de los Apóstoles
y es el único que tiene autoridad para constituir a los ancianos. Por otro
lado, está la jerarquía misionera, apóstoloi, didáscalos o profetas. Esta
jerarquía comprende también hombres de primera fila, como Bernabé, que
participa de los poderes de los Apóstoles. El paso de una jerarquía a la otra
—hecho que advertimos en los Siete helenistas, en los higoumenoi de Jerusalén y
en los presbíteros de la Didajé— muestra su equivalencia.
El concilio de Jerusalén había zanjado
definitivamente la cuestión de la circuncisión de los gentiles. Pero el
nerviosismo de los medios judeo-cristianos, agitados por las preocupaciones
nacionalistas, no se había aquietado tan fácilmente. Pronto se vio, a fines del
49, con ocasión de un viaje de Pedro a Antioquia. Pedro se hallaba en Jerusalén
para el concilio del 49. Pero la situación de la comunidad jerosolimitana era
cada vez más difícil. El verdadero trabajo estaba en otros sitios. Y así, de
camino hacia una nueva misión, Pedro se detiene en Antioquia. Al principio
tenía que repartirse entre las dos comunidades, la judeo-cristiana y la
pagano-cristiana. Pero, como habían acudido algunas personas del círculo de
Santiago, se abstuvo de comer con los pagano-cristianos, y Bernabé le imitó.
Pablo se lo reprochó vivamente. ¿Obró así Pedro por simple cobardía? Gaechter
parece haber visto mejor las cosas cuando subraya que las preocupaciones de
Pedro y de Pablo eran opuestas. Para Pablo, que piensa en los
pagano-cristianos, es esencial librar al cristianismo de sus ataduras judías.
Por su parte, Pedro teme una defección de los judeo-cristianos, quienes, bajo
la presión del nacionalismo judío, corren peligro de volver al judaísmo. Y
pretende conservarlos demostrando que es posible ser a la vez fiel a la fe
cristiana y a la Ley judía. Sin duda que los hombres de Santiago han acudido a
pedirle un gesto de ese tipo.
Las dos posiciones eran igualmente
legítimas, pero inconciliables. Pablo se resigna desde este momento a
prescindir del judeo-cristianismo. Sólo piensa en el porvenir de la Iglesia en
ambiente griego. Así se comprende la hostilidad de los judeo-cristianos contra
él. Hostilidad que se expresará en los escritos pseudo-clementinos. Pedro, por
el contrario, a pesar de la situación de la Iglesia en Judea, no parece haber
perdido la esperanza de conservar una comunidad judeo-cristiana. Y tal vez su
visión era correcta, tan correcta como la de Pablo. Pero, de hecho, sólo por
éste estamos informados de los acontecimientos de Antioquia. Su visión es
unilateral. Es un discurso de defensa. Sin acusarle de deformar los hechos,
podemos pensar que sólo nos los presenta bajo un aspecto. En cualquier caso,
el episodio tiene todo su sentido si lo situamos en el marco del doble
movimiento en virtud del cual se difundirá el cristianismo en los ambientes
griegos, mientras que la comunidad de Jerusalén se disolverá en el creciente
nacionalismo judío.
2. EXPANSION DEL JUDEO-CRISTIANISMO
El primer movimiento, la expansión del
pagano-cristianismo, está relacionada esencialmente con Pablo y sus
colaboradores. Disponemos, para seguir su desarrollo, de una notable
documentación, históricamente la más precisa de esta época: la segunda parte de
los Hechos, donde Lucas, ya compañero de Pablo, emplea su diario de viaje.
Disponemos asimismo del corpus de las Epístolas paulinas. Nos limitaremos a
señalar las etapas principales. A comienzos del año 50 emprende Pablo un nuevo
viaje. Atraviesa Siria y Cilicia. Pasa, sin duda, por Tarso, su ciudad natal.
Luego visita a la cristianos de Derbe, Listra, Iconio y Antioquia de Pisidia. A
partir de allí penetra en regiones nuevas: Galacia, Frigia del Norte, Misia.
Habiendo partido con Silas, uno de los higoumenoi profetas llegados a Antioquia
con él desde Jerusalén, toma por compañero a Timoteo en Listra y a Lucas en
Misia. Los dos primeros quedarán asociados a la obra misionera de Pablo y serán
sus apoderados.
Pero el acontecimiento que caracteriza
esta misión es el paso de Pablo a Europa, del cual dependerá la fundación de
las iglesias de Macedonia y Acaya. En Macedonia, se detiene en Filipos. Allí
convierte a numerosos paganos. Denunciado y apresado por las autoridades
romanas, Pablo apela a su condición de ciudadano romano. En Tesalónica, habla
en la sinagoga y convierte a los judíos y también a algunos griegos. Y lo
mismo, en Berea. De allí pasa a Atenas, donde predica en el Areópago, en
presencia de estoicos y epicúreos. Pero consigue poco fruto. Va, por fin, a
Corinto, donde permanece año y medio. Esta estancia puede datarse con certeza.
Por una parte, encuentra a dos judíos, Aquila y Priscila, que tenían un taller
de tejidos y con quienes Pablo trabajaba. Aquila y Priscila acaban de ser
expulsados de Roma por Claudio en virtud de un edicto del año 49, mencionado
por Suetonio. Por otra parte, el procónsul de Acaya es Galión, del cual nos
dice una inscripción de Delfos que desempeñaba tal cargo el año 52. Según esto,
la estancia en Corinto se extiende desde principios del 51 al verano del 52.
Desde allí escribe Pablo las dos Epístolas a los Tesalonicenses. Después vuelve
a Antioquia pasando por Efeso y Jerusalén.
En la primavera del 53 emprende un nuevo
viaje. Atraviesa por segunda vez la Galacia y Frigia. Pero en esta ocasión el
objetivo de su misión es Efeso. Allí predica en la sinagoga; pero también en
una escuela, para los paganos. En Efeso permanece tres años (54-57). Allí
también escribe la Epístola a los Gálatas y la Primera Epístola a los Corintios.
Su proyecto era regresar a Jerusalén pasando por Corinto y Roma). Pero, de
hecho, se detiene en Macedonia y llega tan sólo a Corinto a fines del 57,
después de reunírsele Tito. Durante el invierno 57-58, escribe la Epístola a
los Romanos. Más tarde llega a Filipos, se embarca para Tróade y arriba a
Tiro, haciendo escala en Mileto. Se presenta en Jerusalén para Pentecostés del
58.
3. OPOSICION A PABLO
El balance de las misiones de Pablo era
realmente positivo. Entre el 50 y el 53 fundó las iglesias de Macedonia
(Filipos, Tesalónica) y de Acaya (Corinto). Pero lo que los Hechos nos dejan
entrever y las Epístolas nos muestran de manera patética es la creciente
oposición que durante este período encontró Pablo por parte de los
judeo-cristianos, oposición que montaba contra él el nacionalismo judío y que
le llevará primero al arresto de Jerusalén, en el 58, y por fin al martirio en
el 67. Como acertadamente han hecho notar Brandon y Reicke, todas las dificultades
que encuentra Pablo proceden de ese único motivo. Estas comienzan con la
misión del 49. Bernabé y Marcos se niegan a partir con él y se embarcan para
Chipre. Si recordamos que inmediatamente antes Bernabé, “por temor a la gente
de la circuncisión”, había dejado de hacer causa común con Pablo, resulta claro
que es la misma razón lo que le lleva a separarse de él. En Listra, “por causa
de los judíos”, circuncida Pablo a Timoteo, lo cual era una concesión. En
Tesalónica, los judíos, “por envidia”, soliviantan al pueblo contra él. Pero
hay más. La Iglesia se ve turbada por “personas revoltosas” que no trabajan y
“se ocupan de cosas vanas”). Se trata de algunos miembros de la comunidad que
anuncian una inminente venida del Día del Señor. Es difícil no ver en esto una
agitación política de orden mesiánico, hecho que nos recuerda lo que dice
Josefo sobre los insurrectos judíos de esta época. Contra ellos precisamente
escribe Pablo sus dos cartas.
En Efeso, Pablo es precedido por Apolo.
Este es un judío de Alejandría, instruido en “el camino del Señor”, pero que
“sólo conoce el bautismo de Juan”. A él se debe la fundación de una comunidad.
Se traslada a Acaya alrededor del 54. Luego le vemos en Corinto. El parece ser
el origen de las dificultades de que habla Pablo. Apolo enseña que en Cristo
está la Sabiduría (sophia) venida al mundo e ignorada de los arcontes. Pablo
no condena tales especulaciones, pero reprocha a Apolo que convierta el
cristianismo en una gnosis. Y en esta época para un judío la gnosis no es sino
la apocalíptica, que revela los secretos celestes, el nombre de los ángeles...
Semejante gnosis se hallaba particularmente desarrollada en los medios esenios.
Pero se la encuentra también en Egipto entre los terapeutas, que les están
emparentados. Y es de ese medio de donde procede Apolo. Convertido por Priscila
y Aquila, conserva en el cristianismo el enfoque especulativo que
encontraremos en algunas obras judeo-cristianas, como la Ascensión de Isaías.
Esto nos ilustra sobre el cristianismo
asiático. Al tiempo que su segundo viaje, el Espíritu Santo había prohibido a
Pablo dirigirse a Asia. Cuando por fin llega el Apóstol, del 54 al 57,
encuentra allí algunos judeo-cristianos de la tendencia de Apolo. Choca con una
viva oposición por parte de los círculos judaizantes. El mismo hablará de los
adversarios que le salen al paso. Parece ser, según esto, que Pablo se halla
ante una comunidad judeo-cristiana bastante poderosa, frente a la cual intenta
fundar una comunidad de pagano-cristianos. A consecuencia de la hostilidad
manifestada contra él por los judeo-cristianos, será entregado a las bestias.
En el 61, chocará de nuevo con los judeo-cristianos de Efeso; más tarde, en el
63, se lamentará de que todos en Asia le han abandonado.
Al mismo tiempo que los corintios, después
de los efesios, son influenciados por Apolo, en Galacia se registran ciertas
agitaciones. Aquí la situación es más clara todavía. Los gálatas vuelven a las
prácticas judías; liberados por Cristo, vuelven a la servidumbre. Y esta servidumbre
es la observancia de la Ley impuesta como obligatoria a los pagano-cristianos.
Más en concreto, conceden especial importancia “a los días, a los meses, a las
estaciones y a los años”. Ahora bien, el estudio de la apocalíptica judía de la
época nos muestra cuánta importancia se concedía al calendario como expresión
de la determinación del tiempo por Dios. Tal importancia está relacionada con
la expectación del acontecimiento escatológico. No se podía dar una idea más
exacta del espíritu que animaba al celotismo judío. Este comprendía dos
elementos: fidelidad fanática a las prácticas legales y exasperación de la
expectación escatológica. Precisamente las dos tendencias que agitan a los
gálatas. Asistimos, pues, a una judaización del cristianismo.
Vemos hasta qué punto era dramática la
situación en que se encuentra Pablo. La Epístola a los Romanos, en el invierno
del 57, será su expresión suprema. El mundo judío se ve sacudido por una
fuerte corriente de rebelión contra Roma, en la cual se hallan envueltos
numerosos cristianos. El conflicto que los opone a Pablo no es dogmático. No
se trata de dos cristianismos, sino de la situación de los cristianos respecto
de la comunidad judía de que proceden. Renunciar a la circuncisión se presenta
como una traición política, no como una infidelidad religiosa. Traicionar a la
comunidad judía es poner a los cristianos de origen judío en una situación
difícil, exponerlos de nuevo a las persecuciones de los judíos, inducirlos a la
desesperación y a la apostasía. Se trata, en resumidas cuentas, del problema
planteado en Antioquia, pero más agudo. Hombres doctos y eminentes, como Pedro,
Bernabé y otros, piensan que conviene hacer concesiones para salvaguardar un
judeo-cristianismo que es todavía mayor en número. Pablo está preocupado por
la ausencia de Tito. Por lo demás, le persiguen también los paganos, en Filipos
y en Efeso, y se burlan de él los filósofos de Atenas. Tal vez se pregunta si
no estará equivocado. Incluso está dispuesto , a hacer concesiones. De hecho,
aconseja a los corintios que eviten escandalizar comiendo de los idolotitos.
Pero la certeza de la voz que le ha hablado le impide claudicar.
El conflicto desemboca, el 58, en una
crisis dramática. Pablo sabe a lo que se expone regresando a Jerusalén. Allí es
recibido por Santiago y los ancianos, los cuales le advierten de las
acusaciones que los judíos hacen circular a su cargo: aparta a los judíos de la
circuncisión y de sus costumbres. Le aconsejan que haga un acto público de
lealtad judía. Y Pablo va al Templo. Pero los judíos de Asia le reconocen y
levantan contra él una sedición. Le acusan injustamente de haber profanado el
Templo introduciendo en él a un pagano. Es detenido por los soldados de Roma,
pero hace valer su título de ciudadano romano, evitando así ser objeto de
malos tratos. Ante el sanedrín tiene lugar una discusión, seguida de un nuevo
tumulto. Un grupo de judíos concibe el proyecto de asesinarle. Entonces el
tribuno le envía a Cesárea, al procurador Félix, que desempeñó el cargo del 52
al 59. Félix se da cuenta de su inocencia, pero le retiene dos años en prisión.
El 59, Félix es remplazado por Festo. Los judíos reclaman que Pablo sea llevado
a Jerusalén. Pero éste apela al César. Por lo cual, Festo decide enviarle a
Roma. Pero antes es interrogado por Agripa II y su hermana Berenice, quienes se
convencen de su inocencia.
A partir de este año 60, los
acontecimientos van a precipitarse. En Roma, Pablo permanece en libertad
vigilada del 61 al 63. Es entonces cuando escribe las Epístolas a los
Colosenses, a los Efesios y a los Filipenses. La Epístola a los Colosenses
alude a la actividad de los judeo-cristianos en Frigia: turban a la comunidad
con las cuestiones que suscitan sobre prohibiciones alimenticias y problemas
de calendario. Pablo no condena tales observaciones como malas, sino porque
obedecen a un orden caducado. Además pone en guardia a los colosenses contra
las especulaciones sobre los ángeles, que son uno de los rasgos de la
apocalíptica judía. Cristo ha desposeído en la cruz a los principados y a las
potestades (2, 10). Pablo precisa que lo que escribe se refiere también a las
ciudades próximas de Laodicea y Hierápolis. Más adelante veremos que estas
ciudades eran feudos judeo-cristianos. Pablo anuncia también una carta a los
laodicenses. Pero, probablemente, nunca la llegó a escribir.
Liberado en el 63, Pablo prosigue su
actividad misionera. Sobre este último período estamos informados por las
Epístolas a Timoteo y la Epístola a Tito. Aumenta el conflicto con los
judeo-cristianos. Pablo se traslada a Creta. Poco después escribe a Tito, a
quien dejó allí para que estableciera ancianos en cada ciudad. Le pone en
guardia contra los judeo-cristianos. Estos dan oídos a fábulas (mythoi)
judaicas. Ya hemos visto que ésa era la expresión técnica para designar los sueños
milenaristas. Insisten en las prescripciones alimenticias. Tito debe dar de
lado a las disputas relativas a genealogías, es decir, las especulaciones sobre
los ángeles, y a la Ley, esto es, las observancias judías.
Las dos Epístolas a Timoteo se refieren a la situación de Efeso. Pablo ha ido allá, probablemente después de su viaje a Creta. Tiene consigo a Timoteo, a quien ha confiado la iglesia de Efeso, al partir para Macedonia. Y desde Macedonia le envía instrucciones. Es la primera de las dos Epístolas. Ante todo se trata de combatir a los que enseñan fábulas y genealogías, los cuales no hacen sino crear divisiones. Timoteo debe conservar el depósito doctrinal de “una ciencia que no merece tal nombre (pseudonymos)”. Este último término designa las especulaciones judeo-cristianas. Lo empleará luego Ireneo para designar el gnosticismo, que es una de sus ramas. Estos judeo-cristianos, además, proscriben el matrimonio y el uso de ciertos alimentos. Timoteo ha debido de dejarse impresionar, pues Pablo le recomienda que beba vino. Hallamos aquí un nuevo rasgo del judeo-cristianismo, el encratismo, que proscribe el matrimonio y prohíbe el vino. El encratismo afectó especialmente al judeo-cristianismo palestinense y mesopotamio. Esto indica en Efeso la persistencia de la actividad de los misioneros judeo-cristianos. Otro rasgo importante de la Primera
Epístola a Timoteo es que Pablo da instrucciones sobre la organización de la
comunidad de Asia, paralelas a las que había dado a Tito para Creta. Hay un
colegio de presbíteros. Este colegio tiene un presidente, que es uno de sus
miembros. Se le da, más en concreto, el título de obispo (episcopos), que
indica más la función que la dignidad. Hay, además, diáconos, que dependen
directamente del obispo. Nos hallamos ante dos jerarquías paralelas, la una
más colegial, la otra más monárquica, cuyo lazo de unión es el obispo y que
estarán a menudo en conflicto. La insistencia de Pablo, en las Epístolas
pastorales, sobre la jerarquía institucional ha hecho dudar de la autenticidad
de las mismas. Se ha opuesto la situación que describen a la que hallamos en
las Epístolas a los Corintios. Sin embargo, la situación descrita parece
corresponder a su momento histórico. Lo único que encontramos es la sustitución
de la jerarquía misionera por una jerarquía local ordinaria. En Siria, por la
misma época, descubrimos la misma evolución en la Didajé.
Dos años más tarde, cuando Pablo envía a
Timoteo una segunda carta, la situación se ha agravado más aún. Pablo se
muestra hosco. Los hombres no soportan la sana doctrina: prestan oído a las
fábulas (mythoi). Los falsos apóstoles se insinúan en las familias, seducen a
las mujeres. El papel desempeñado por las mujeres es un rasgo característico
de las sectas judeo-cristianas. Aparecerá de nuevo en el gnosticismo. Tales
pseudoapóstoles son semejantes a Jannes y Jambres, los adversarios de Moisés y
Aarón en la tradición judía. En particular, Himeneo y Fileto enseñan que la
resurrección ya tuvo lugar. Afirmación que vemos más tarde en Cerinto: expresa
la exasperación de la espera apocalíptica. Todo el mundo abandona a Pablo en
Asia. Nunca el judeo-cristianismo pareció tan triunfante como en esta hora. Sin
embargo, se halla en vísperas de su ruina.
En Roma estallaba por entonces el drama.
Julio del 64 es la fecha del incendio de Roma. Nerón reina desde el 54. Es él
quien echa la culpa del incendio a los cristianos. La acusación podría tener
como punto de mira la agitación mesiánica de ciertos círculos judeo-cristianos.
Ello querría decir que se relaciona con el mismo clima de siempre. Pedro
parece haber sido una de las víctimas de la persecución. Es cosa que hoy admiten
casi todos los historiadores. Es posible que lo denunciaran algunos
judeo-cristianos, como parece indicar un pasaje de I Clemente y más aún el
mismo relato de Tácito, que habla de una denuncia a cargo de los primeros
cristianos detenidos contra sus correligionarios. Pablo vuelve a estar preso
en Roma. Todo hace pensar que lo está en las mismas condiciones de la primera
vez. Entonces escribe la Segunda Epístola a Timoteo. Su muerte puede situarse
el 67, sin duda después de haber sido denunciado a las autoridades romanas
como sedicioso por algunos judeo-cristianos.
Durante este tiempo, las cosas se habían agravado también en Palestina. El 62, en Jerusalén, es lapidado Santiago, obispo de la ciudad. La fecha está atestiguada por Josefo, quien refiere el acontecimiento en dos ocasiones e indica el año en que el procurador Festo fue sustituido por Albino. Tal fecha coincide con la subida al supremo pontificado de un miembro de la familia de Anás, Anás el Joven. Hegesipo ofrece del martirio de Santiago un relato más detallado, que nos refiere Eusebio. Aquí serán los fariseos quienes habrían temido la influencia de Santiago sobre el pueblo. Según esto tendríamos un testimonio de la creciente animosidad contra los cristianos, sin duda a causa de su oposición —lo mismo que entre los judíos-cristianos— a seguir el mesianismo antirromano. En el 66, este nacionalismo llega al
paroxismo. Comienza la guerra judía. La comunidad cristiana se retira entonces
a Pella, en Transjordania, lo cual equivalía para ella a dejar de ser solidaria
del destino nacional de Israel. Esta comunidad estaba dirigida por Simeón,
primo de Jesús, que había sucedido a Santiago. Ese gesto, más que ningún otro,
señala la ruptura definitiva de la Iglesia con el judaísmo. La comunidad de
Jerusalén había intentado hasta el final mantener su contacto con los judíos y
trabajar en su conversión a Cristo. A pesar de esto, había sido perseguida por
ellos. Y ahora deja a Israel marchar hacia su destino. El año 70, Tito se
apodera de Jerusalén, asesina a la población judía y destruye el Templo.
CAPITULO IV EFESO, EDESA, ROMA
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