HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO.
EDAD APOSTÓLICA
Pero no quisiera cerrar
esta Historia dejando en el aire cualquier posible sospecha sobre la
posibilidad de haber sido conocida la Historia Divina tal cual la habéis leído
por la Iglesia Católica y ocultado su Conocimiento a fin de por la
ignorancia mantener a todos bajo su imperio. Las circunstancias trágicas que
envolvieron el Nacimiento e Infancia de las iglesias y precisamente por haberse
hallado en constante situación de muerte despeja cualquier posibilidad de
sospecha y abre la mirada de la inteligencia al Silencio de Dios y de sus
hijos, a la cabeza el Primogénito y estrella de los Evangelios, Jesús, el hijo de
José y María, Cristo Jesús, el Hombre que nos mostró el Modelo a cuya Imagen y
semejanza hemos sido llamados al Ser. Respecto al Silencio de Dios, que
obligaba a toda su Casa, su continuidad más allá de la Resurrección quedó
sellada en el Nuevo testamento el día que el Apóstol Pablo, con la confirmación
de todos los Apóstoles Vivos, escribiera aquello de: “... la creación entera
está esperando ansiosa el día de la gloria de la libertad de los hijos de
Dios...”. Recordemos aquellos Orígenes.
En los años 30 del Siglo
de Cristo comenzaron las primeras cazas de brujas. Tras la Muerte de Jesús la
obstinación de sus Discípulos -en el tema de la Resurrección- empujó a los
judíos a abrir la veda de exterminación de todos los cristianos.
En un principio sus
jueces se quedaron convencidos de haber atajado la rabia matando al perro. Era
de esperar que sus sectarios no salieran jamás del escondite, se volvieran a la
Galilea y ahí se quedara el episodio de la aparición de aquel problema tan
atípico. Pero cuando a los cuarenta días de la Resurrección los Doce salieron
de su escondite y se pusieron a predicar el Evangelio el problema resucitó.
La confusión fue lo
primero que conocieron. Confundidos por no haber podido dispersar el rebaño una
vez muerto el pastor, alucinados por la velocidad a la que la noticia de la
Resurrección se estaba propagando por toda la Judea, la Samaria y la Galilea,
los mismos que vendieron a Jesús en base a ser ellos o El, -argumento que la
propia Historia se encargaría de desmantelar cuando sin Cristo la Nación fue
destruida-, aquéllos mismos se volvieron a reunir en los sitios sagrados del
Templo para decidir sobre la suerte de los Primeros Cristianos. (Quienes
acusaron a los Apóstoles de estar llevándolos a la destrucción -según se decía
porque preparaban un levantamiento contra el Imperio- ésos mismos tuvieron que
callarse luego al ver cómo fueron sus propios hijos -tan buenos, tan perfectos-
quienes los condujeron a todos a la destrucción. Pero esto no debía llegar
jamás a conocimiento de las generaciones póstumas; los hijos de sus hijos
debían culpar en los próximos milenios a los cristianos de haber provocado la
ruina de Jerusalén).
En el calor de aquel
odio, no por haber culpado a la Nación de haber asesinado al Mesías, sino por
contárselo a todo el mundo, aireando su crimen a los ojos de todo el Imperio,
los judíos perfeccionaron su capacidad natural para el espionaje. Y se
aprovecharon de la movilidad de los Apóstoles para, sin suscitar entre los
fieles recelo de ninguna clase, colocar a sus hombres entre los Primeros
Cristianos.
Conocedores de la
extensión del Movimiento aquellos espías superaron en capacidad para la intriga
a sus propios jefes, o tal vez siguiendo la orden de sus príncipes empezaron a
correr la voz, bulo anticristiano terrible, diciendo que los Apóstoles estaban
preparando una rebelión abierta contra el César. La consecuencia de aquella
revolución suscitaría contra Jerusalén la ira de Roma, efecto final en el que
los Apóstoles basarían la veracidad profética de su Jefe, en especial hablando
de la profecía suya sobre la suerte de Jerusalén, destinada a ser arrasada
piedra sobre piedra.
En su ignorancia sobre
la Ciencia de la Salvación llegaron a decir aquellos hombres que los Apóstoles
pretendían montar el espíritu de profecía de Jesús sobre las ruinas de
Jerusalén. Tal fue el argumento que aquella generación esparció en las orejas
del pueblo.
Soliviantado el pueblo,
motivada la opinión pública con semejantes mentiras exterminadoras, el pueblo
se agachó para recoger la primera piedra. Así que, tras el breve periodo de
tolerancia en honor de la Memoria de Jesús, una vez superado el trauma de haber
resistido pasivamente la Crucifixión de Aquél joven Profeta de Nazaret, el
pueblo, asustado por lo lejos que sus Discípulos querían llevar la venganza
contra el Templo, aprobó la vía libre a las primeras matanzas exterminadoras de
cristianos.
La operación de rotura
de la opinión pública llevada a término en apenas una estación sucede a la
otra, la sentencia de muerte más al uso entre los judíos, la muerte por
apedreamiento, costumbre perdida hacía mucho, y rescatada en los últimos
tiempos por la corriente fundamentalista prorromana -como una vez la hubo
prohelena y estuvo en la causa de la solución final de Antíoco IV Epífanes-
aquella sentencia patibularia tan antigua, desfasada en los tiempos que
corrían, aquellos jueces de la ortodoxia judía la rescataron del baúl de los
recuerdos.
Fue así como, cuales
ángeles exterminadores recorriendo los túneles secretos donde supuestamente se
planeaba aquel levantamiento contra el Imperio, la extrema derecha
fundamentalista que abrió el Juicio contra Jesús declaró abierta la veda
exterminadora contra todos sus discípulos, pequeños y grandes.
¿Puede alguien negar con
seguridad que la muerte del joven Esteban no significó la primera declaración
oficial anticristiana conocida? ¿Las medidas provisionales contra los Apóstoles
que el Sanedrín tomó no parecen probar que durante un tiempo, confundidos por
la vergüenza de tener que matar a sus propios hijos, los judíos mantuvieron el
debate sobre la Resurrección a nivel discursivo exclusivamente?
La imposibilidad de
convencer a aquellos primeros cristianos de la locura de creer en la
Resurrección de un hombre, en la existencia del Paraíso, en la Encarnación del
hijo de Dios, puntos en los que los Primeros Cristianos creían a ciegas,
afirmando existir Cielo e Infierno; por culpa de una fe tan simple se iban a
ver empujados a matar a cualquiera que confesase con la doctrina católica por
excelencia: Dios Hijo Unigénito se encarnó, se hizo hombre, y lo crucificaron.
Al tercer día resucitó.
La primera oleada
genocida anticristiana y la fecha exacta en que Poncio Pilatos abandonó la
Judea han llegado a nosotros como un misterio irresoluble que se niega a
entregarnos su secreto. De cualquier manera, fuera porque aprovecharan el
cambio de gobierno para ventilar de una pasada el problema, con una solución
final anticristiana rápida, la muerte de un joven llamado Esteban el
pistoletazo que marcó la marcha; solución final que no pudieron aplicar durante
el mandato de Pilatos; o fuese que la primera oleada anticristiana finalizase
con el mandato de Pilatos, quien comprendió el tema y dio su venia a una
persecución violenta rápida, debiendo nosotros situar la muerte de Esteban al
término del mandato del verdugo de Jesús, oleada contra la que el nuevo
gobernador se levantó poniéndole fin; el hecho es que la profecía de Jesús
sobre la suerte de los Primeros Cristianos empezó a cumplirse a rajatabla.
El primer historiador de
la Historia del Cristianismo, Marcos, de origen hebreo, y porque era hebreo, no
quiso retratar con la pluma la gravedad de la primera oleada exterminadora. Los
Primeros Cristianos superarían el trance. No había que ahondar demasiado en el
punto de su exterminación por sus hermanos de sangre. Tarde o temprano la
propia ley del crecimiento del Reino de los Cielos atraería sobre los Primeros
Cristianos la mirada del Imperio. Por lo tanto, sin ocultar la gravedad de los
hechos, ni cultivar la flor del odio contra los judíos contándoles a todo el
mundo las barbaridades que sus propios hermanos de sangre se habían jurado
ejecutar y estaban ya ejecutando, la doctrina apostólica fue no responder al
enemigo con la violencia y el odio que una pluma puede desatar en el corazón de
los hombres. Dios se encargaría de juzgarlos; juzgó a Caín, juzgaría a aquella
generación fratricida. La venganza era del Señor; sembrarla para que el futuro
se la tomase por su mano no les convenía a sus Siervos. Ahora bien, que nadie
se creyera que podía dedicarse a sembrar vientos y luego iba a sentarse a la
puerta de su casa pensando que no recogería tormentas.
Los autores cristianos
de origen romano, en aquella búsqueda de no responderle al odio con odio, se
esforzaron, sin ocultar lo evidente, por minimizar el carácter genocida de las
Persecuciones. Lejos ya de aquellos tiempos y, por tanto, capacitados para
investigar con objetividad los sucesos, nos corresponde a nosotros descubrir la
terrible matanza de inocentes llevada a cabo, por los judíos primero, y por los
romanos luego. Quiero decir, ¿o acaso Dios fue demasiado severo con los romanos
destruyendo su imperio? ¿Y por qué ha sido tan severo con los hijos de su amigo
Abraham, a los que entregó a la exterminación a los ojos de todas las naciones?
Por una muerte al azar desde luego que no.
La reconstrucción de la
línea del tiempo, como consecuencia del caos que cayó sobre el mundo en los
Sesentas, es decir, si Poncio Pilatos fue destituido por permitir la matanza de
los cristianos, contra el Derecho Imperial que reconocía libertad de conciencia
religiosa a todas las provincias, o si fue destituido porque se abstuvo de
aplicarle a los Discípulos la pena sufrida por el Maestro, levantándose como
muro entre judíos y cristianos, muro que los judíos debían derribar si querían
cortar por lo sano el crecimiento del cristianismo: este asunto es un aspecto
de la Historia de difícil solución.
A raíz del aquel caos
los historiadores escribieron una nueva historia. Los cambios sobre la línea
del tiempo que realizaron no nos permiten decir con toda la fuerza de la verdad
inequívoca qué fue antes, la destitución de Pilatos o la apertura de la primera
oleada exterminadora. Lo que sí podemos creer y parece inamovible es que la
muerte de Esteban marcó un punto de inflexión en la historia del cristianismo.
¿Si se atrevieron a ponerle la mano encima al mismísimo Hijo Unigénito y
Primogénito de Dios se iban a cortar a la hora de echarles el brazo
exterminador a todos sus fieles?
(Nadie pretende
resucitar odios extinguidos. ¿No estaría loco quien quisiera culpar a los
alemanes del siglo XXI de los crímenes contra la Humanidad cometido por los
alemanes del XX? Pero que no se les culpe no quiere decir que sus padres no
fueran monstruos. Ni desenterrar la naturaleza del crimen por el que los judíos
fueron condenados a vagar XX siglos por el mundo, de todos perseguidos, por
todos despreciados, significa que no se considere la deuda pagada). Dios, que
es Justo, poniendo a los judíos en las manos del Antíoco IV Epífanes del siglo
XX rescató para la Historia la naturaleza del crimen contra sus Hijos que los
judíos cometieron.
Es decir, por muy grande
que fuese el deseo de los Apóstoles de no sembrar entre los cristianos el odio
contra los judíos, tampoco podían ocultarle al futuro la gravedad de los
Hechos. En cualquier caso, el asesinato del joven Esteban parece que fue el
punto cumbre de la primera oleada exterminadora anticristiana.
Desde el punto del
Derecho Romano, no habiendo sido firmado ningún decreto imperial contra la libertad
religiosa en general y contra el cristianismo en especial, la muerte pública
del joven hebreo sólo podía poner en evidencia ante el César al gobernador del
Estado judío.
En los evangelios vemos
que Jesús contó con simpatizantes dentro de los militares romanos. Es de creer
que esa simpatía siguiera viva hacia sus Discípulos. De donde se debe implicar
que los cambios de Procurador para la cuestión judía se vieron influenciados
por las denuncias de esos ciudadanos romanos contra la política de trasgresión
de las leyes religiosa del Imperio por parte del elegido del Senado. ¿Se puede
creer que, contando con la complicidad judía, Pilatos se expuso a ser juzgado y
condenado por el Senado en base a haber quebrantado la ley referida? De los
hechos de Pilatos escritos por sus biógrafos puede decirse que fue así. Pilatos
fue juzgado por el Senado y desterrado de Roma. Sentencia tan grave sólo se
podía justificar en la trasgresión del imputado contra las leyes del Imperio,
especialmente tocante al asunto de la libertad religiosa.
Así que si fue así y la
muerte de Esteban no marcó el principio sino el final de la primera oleada
exterminadora anticristiana: ¿en cuántos años hacia delante o hacia detrás
debemos retroceder en la línea del tiempo la destitución de Pilatos? ¿Marcó su
destitución el final de la primera guerra santa del fundamentalismo judío
contra el cristianismo naciente? ¿O fue la llegada del nuevo gobernador la que
marcó el pistoletazo de salida de la solución final judía contra los primeros
cristianos?
Los únicos que hubieran
podido aclararnos este misterio eran los mismos que llevaron adelante la
matanza del joven Esteban.
Esto en cuanto a la
primera oleada de exterminación de la Iglesia que fundó Jesús cuando le dio a
Pedro la Jefatura de los Apóstoles.
Y seguimos.
Julio César fue sucedido
en el Imperio por su hijo Octavio Augusto. A Augusto le sucedió Tiberio. Bajo
este Tiberio comenzaron las persecuciones anticristianas; la muerte del joven
Esteban tuvo lugar en sus días. A Tiberio, pues, le sucedió Calígula. En los
días de este Calígula ocurrió la Conversión de Pablo. A Calígula le sucedió
Claudio. Durante su imperio fue asesinado Santiago, el mayor de los hijos del
Trueno; el escándalo de esta nueva persecución anticristiana llegó al Senado,
que respondió a la locura fratricida judía decretando el destierro de todos los
judíos de la Ciudad Imperial. Previendo los Apóstoles los sucesos que vendrían
a continuación se reunieron en Concilio Universal, en Jerusalén, en el año 49.
De todos modos -recapitulando-
el ascenso al trono de los Claudios no cambió mucho las cosas en el asunto de
la guerra judía contra los cristianos. Es más, aprovechándose de la locura de
los Claudios los judíos concibieron legalizar la secreta solución final
anticristiana que estuvieron aplicando bajo Poncio Pilatos. La primera oleada
sangrienta al parecer no les dio el resultado apetecido. Por lo visto mientras
mataban a uno en alguna otra parte nacían otros diez. Así que enviaron a un tal
Saulo de Tarso a comprarle la venia al gobernador de la Siria. La idea era
cazar a todos los cristianos y matarlos según los fueran atrapando. Hasta que
no quedase ni uno.
Afortunadamente el
correo nunca regresó a su cuartel. La muerte de Santiago en los años
inmediatamente posteriores a la conversión de san Pablo nos dice que, con la
venia o sin la venia de los romanos, los judíos siguieron adelante con sus
planes de exterminio.
La muerte de Santiago
nos descubre la que podríamos llamar la segunda persecución anticristiana
conocida. Cuyos ecos por fuerza habían de llegar a Roma y posiblemente estuvo
en el trasfondo de la decisión que, horrorizado por semejante comportamiento
fratricida, el Senado tomó: la expulsión inmediata de Roma de todos los judíos.
Aquella decisión
senatorial difícilmente, so pena de hacer el ridículo, se puede interpretar
como una especie de comprensión del tema cristiano por parte de los romanos. Es
más, el sentir de los apóstoles hablaba de todo lo contrario. Así que reunidos
por Pedro en Jerusalén para tratar en Concilio el tema del futuro del
cristianismo, en el año 49, ante el peligro que las futuras persecuciones del
imperio representaban para el crecimiento del Reino de los Cielos en la Tierra,
los Apóstoles tomaron la decisión de organizarse y edificar una Iglesia Universal
frente a cuyos muros se estrellasen las olas del anticristianismo imperial que
ya rompía el horizonte. Desde ese año en adelante los apóstoles quedaban
convertidos en los primeros obispos de la iglesia universal; ellos elegirían a
sus sucesores, y sus sucesores a los suyos, y así sucesivamente. La jefatura de
Pedro pasaría a su sucesor.
Para cuando Nerón subió
al trono la iglesia apostólica y universal había nacido ya. Su crecimiento en
los siglos dependería exclusivamente de Dios. Su arquitectura original, sin
embargo, se mantendría firme.
Cuando, pues, en los
años 60, Nerón decreta la primera persecución imperial anticristiana, la que
luego se llamaría Iglesia Católica había sido edificada sobre Roca y se
encontraba perfectamente preparada para resistir los aguaceros, los temporales,
los movimientos de tierra. Conscientes, por profetas, de la persecución
imperial que, obviamente, arrasaría en los medios cristianos de la ciudad
imperial, Pedro y Pablo no se movieron. Ellos ya conocían el camino. Ahora les
tocaba enseñarles a los suyos cómo se hacía ese camino.
También por ese tiempo
los judíos se rebelaron contra el imperio. Pero no en respuesta a las
persecuciones anticristianas que, por fin, el imperio ordenaba. Aprovechando la
locura de los Claudios, síntoma de la próxima e inmediata caída de Roma, un tal
Flavio Josefo, asociado con otros jóvenes rebeldes independistas, se lanzaron a
la aventura en la creencia de estar interpretando Macabeos Segunda Parte.
En su locura suicida
estaban cuando, misteriosamente, le prendieron fuego al Templo, desapareciendo
entre sus llamas, milagrosamente, todos los archivos oficiales hurgando en los
cuales cualquier investigador hubiera podido abrir las actas del juicio contra
Jesús, y hallar los registros de nacimiento de todos sus familiares.
Los historiadores nunca
quisieron pringarse en el misterio de aquel milagro por el que Jesús, a nivel
de documentación oficial, quedó desterrado al mundo de las fábulas. Prefirieron
hablar de mala suerte, de azar, de caos, de lo que fuera con tal de no remover
las aguas. Nosotros, vista la solución final de exterminio que aplicaron por
tres veces los judíos contra los primeros cristianos, no podemos quedarnos al
margen de los sucesos.
La tercera persecución
exterminadora había tenido lugar escasos años antes. El primer obispo de
Jerusalén, elegido por los apóstoles personalmente, no otro que el Santiago
hijo de Cleofás, el hermano de la Madre de Jesús, con el que se criara el Niño;
ese mismo Santiago, primo de Jesús, elegido para el obispado de Jerusalén, vino
a caer en las redes de aquella tercera oleada criminal.
La causa por la que
Flavio Josefo y sus socios independistas atacaron tan alto la descubriremos
posiblemente en su fracaso para unir a su guerra macabea a los cristianos de
origen hebreo. El obstáculo que el hermano del Señor -como se le llamaba al
primer obispo de Jerusalén- le significó a la esperanza de la corriente
judeocristiana -unir a cristianos y judíos contra el Imperio- marcó el
principio de la tercera oleada, y explica que ésta apuntara tan alto.
Unos años antes fue
cuando san Pablo fue arrestado y enviado a Roma por ser ciudadano romano.
Estando allí le cogió el famoso Incendio en el origen de la primera persecución
imperial.
Jamás han sido descritas
aquellas tres primeras oleadas anticristianas judías con la fuerza y el impacto
que tuvieron. Sea porque los apóstoles se limitaron a predicar el Evangelio,
sea porque durante aquellos siglos siguientes la historia la escribieron sus
enemigos, y ya pasado el tiempo nadie quería hurgar en aquellos trágicos
recuerdos; por una cosa o por la otra, o por ambas, lo cierto es que jamás se
ha puesto sobre la mesa el horror y el Crimen contra la Humanidad que los
judíos, primero, y los romanos luego, cometieron. Los primeros los mataban a
pedradas, los segundos los echaban a los leones como quien les echa un trozo de
carne a los perros. ¿Cuándo y en qué momento de la historia universal una
Iglesia tuvo semejante origen? ¿Y si hubo alguna otra que lo tuvo cuál de ellas
superó la prueba de ser el centro del odio de todo el mundo?
¿Cuántas criaturas
inocentes asesinaron judíos y romanos en nombre de la eternidad de sus pueblos?
¿Cuántos cientos de miles de inocentes asesinaron los padres de los judíos que
aún se lamentan de sus muertos bajo la Alemania nazi?
Discusiones aparte, la
pérdida de los archivos imperiales bajo las llamas del incendio neroniano,
coincidencias de la vida, vinieron a prestarle argumentos a los que luego
dirían que el tal Cristo nunca existió, excepto en la imaginación de sus
inventores. Al menos en ninguna parte del mundo, fuera de los Evangelios,
podían hallarse documentos que hablasen de haber existido el tal Jesús.
Flavio Josefo, el que
fuera uno de los líderes de la rebelión independista, traidor a los suyos,
cobarde que se retiró de la guerra que comenzara cuando vio que su fin era la
destrucción de su ejército; el tal Flavio Josefo aprovechó las circunstancias
del vacío legal dejado para reescribir la historia del pueblo judío, de la que,
“por amor a la verdad”, borró de sus hechos cualquier referencia a las
persecuciones de exterminio que su pueblo ejecutó, y, por supuesto, cualquier
referencia a la existencia de un judío llamado el Cristo.
Estaba el hombre en que
la Iglesia que Jesucristo había levantado no resistiría el impacto
anticristiano imperial. Creía el hombre que la Iglesia edificada por sus
discípulos en el Concilio de Jerusalén no resistiría el choque y se desplomaría
bajo el peso de la locura de los Césares. No sabía el hombre que mucho antes de
subir al trono Nerón el impacto de su locura contra los muros de la Iglesia
Católica ya había sido calculado.
La imagen de la muerte
de tantos miles de inocentes sacrificados a la locura de Nerón acabó
escandalizando a sus generales. La lucha entre ellos determinó el fin del
primer ataque anticristiano, para la alegría general de todos los
supervivientes; y reabrió un capítulo doloroso para todos cuando Domiciano, que
había sucedido a Tito, sucesor de Vespasiano, en venganza contra los rebeldes
judíos, y creyendo que la Casa de David era la culpable de la rebelión, echó
mano de los parientes de Jesús y se cebó en la casa de Judas, otro de los hijos
de Cleofás, el hermano de la Madre de Cristo. En cuya muerte por delación no es
difícil descubrir la mano del traidor, Flavio Josefo, perfectamente al
corriente de quién era ese Judas, sucesor en el obispado de Jerusalén de Simón,
el hermano del otro Santiago que ya asesinaran en su día los padres del tal
Flavio Josefo. También se dice que el propio Vespasiano se encargó ya antes de
la casa de Simón. El caso es que el tal Domiciano reabrió las persecuciones
anticristianas, muriendo bajo su mandato incluso miembros de su propia familia.
Hasta tal extremo de crecimiento había llegado ya el Catolicismo.
A raíz de esta segunda
persecución fue desterrado San Juan. Tras la muerte del último de los apóstoles
el destino de la Iglesia nacida en Jerusalén, en el 49, quedó en las manos de
Dios.
Durante todo el siglo II
los cristianos estuvieron en el ojo de los jueces del imperio. Nerva, Trajano,
Adriano, Antonino, Marco Aurelio y Cómodo los persiguieron sin más excusa que
el hecho de llamarse cristianos. ¿Cuántos inocentes fueron asesinados bajo el
patronazgo del derecho romano?
Pero lo que
caracterizará con más propiedad a este segundo siglo, una vez visto desde el
futuro el fracaso del imperio contra el cristianismo, será la aparición de
iluminados que, aprovechando el vacío dejado por la desaparición de los
Apóstoles, intentaron llenar un tal Marción, un tal Cerdón, un tal Valentín, un
tal Montano y un tal Taciano el Sirio, entre otros. Con estos personajes el
ataque contra el Edificio de la Iglesia Universal surgió desde dentro, siendo
la propia Unidad doctrinal la que se vería amenazada por el fanatismo y el
ansia de poder de los citados.
El tal Marción llevó su
insolencia al punto de rechazar los evangelios de Mateo, Marcos y Juan y todas
las epístolas que no fueran las de Pablo.
El tal Cerdón llevó su
esquizofrenia al punto de denunciar en Dios dos personas totalmente diferentes,
una la del Antiguo Testamento y otra la del Nuevo.
El tal Valentín superó a
los dos anteriores al escribir su propio evangelio y sujetar la doctrina
cristiana a la escuela de los magos, se dice que, en reproche a no haber sido
aceptado como sucesor de Pedro.
El tal Montano superará
sin embargo al tal Valentín al identificarse con el Espíritu Santo.
El tal Taciano el Sirio,
para no ser menos que sus socios, rechazó a Pablo y sus Hechos y prohibió el
matrimonio.
Curiosamente, y a pesar
de la patología evidente, que desde el punto de vista cristiano sus doctrinas
representaban, hubo quienes les dieron la razón.
Así que tras la
desaparición de los Doce la Iglesia Universal edificada por ellos, pero fundada
por Jesús, tuvo que vérselas con una jauría de desquiciados amenazando con
romper la Unidad tan necesaria para resistir los aguaceros, los
temporales y los movimientos de tierra.
Contra tales iluminados
Dios despertó su espíritu de inteligencia en mentes brillantes al uso de la
época. Un Narciso, un Teófilo, un Apolinar, un Melitón, un Dionisio de Corinto,
y, entre ellos brillando con su luz fabulosa, un Ireneo de Lyon.
El siglo III vivió la
subida al poder de la dinastía de los Severos. Sus miembros mantuvieron las
persecuciones anticristianas. En esos tiempos nació el hombre que había de
realizar la definitiva fusión entre filosofía clásica y pensamiento cristiano.
Hablamos de Orígenes.
La anarquía a la que dio
lugar el asesinato del último de los Severos parece que relajó algo la
situación del cristianismo. Mas en el 250 el emperador Decio reabrió el
capítulo. Que mantuvo durante un año. Murió en combate y su sucesor lo reabrió
de nuevo. Hasta que fue vencido por otro general romano, quien a su vez fue
vencido por Valeriano, el siguiente en la lista de los emperadores
exterminadores de cristianos.
Curiosamente el hijo de
ese mismo Valeriano, Galieno, fue quien firmó la paz con la Iglesia Católica en
nombre de todos los cristianos. Paz que respetarían sus sucesores Claudio II y
Aureliano.
La ascensión al trono de
Diocleciano, la bestia negra de entonces, provocó la matanza más sangrienta de
la que se guarde recuerdo escrito tras la del propio Nerón. Matanza que, más
allá de las previsiones y cálculos, se convertiría en el preludio del ascenso al
trono de Constantino el Grande.
Dada la inmensidad y la
fragilidad del imperio Diocleciano asoció al poder a su colega Maximiano, en
una primera instancia, y posteriormente a Constancio Cloro, padre del futuro
Constantino.
Al nacer el siglo IV,
pues, tal era la situación del imperio y de los cristianos dentro de su
estructura. En el 305 Diocleciano abdicó. Al año siguiente, muerto su padre,
Constantino fue pronunciado césar. También lo sería Galerio como sucesor de
Diocleciano, y Maximino Daia luego de Galerio. Estos dos últimos recrudecieron
las persecuciones de manera terrible. Movido por el celo por su madre, la no
menos famosa santa Elena, Constantino saltó en defensa del cristianismo.
Primero se enfrentó a Majencio y lo derrotó en la célebre batalla legendaria
donde se le apareciera el Signo de la Cruz, un 12 de octubre del 312. Luego se
enfrentó a sus socios hasta acabar con ellos y alzarse como único César.
Con él vino la victoria
de la Iglesia que fundara Jesucristo y expusiera a los vientos, a los temporales,
a los terremotos de la política y a los movimientos de las naciones.
En aquel año y para
siempre quedó demostrada la indestructibilidad de la Iglesia Universal, o
Católica.
Este es un breve resumen
de los hechos contra los que la Iglesia Madre se enfrentó en sus primeros días
de vida. Fue su Esposo quien anunció que pasaría por aquellas pruebas para que
su Sabiduría fuese expuesta a los ojos de todos los que desde el futuro verían
el nacimiento y crecimiento de su Casa. También era necesario que así fuera
para que de la Indestructibilidad de su Iglesia todo el mundo comprendiese que
no se levanta una Casa indestructible sino para ser eterna.
El Sello con el que se
firmó la Alianza entre el Señor Jesús y su Iglesia no fue labrado en piedra,
sino en los corazones, y no fue escrito con tinta, sino con sangre. No por irse
la abandonaba, sino que se iba para que se cumpliera la Ley: Buscarás con ardor
a tu marido, que te dominará. Sobre el tiempo de búsqueda sólo el Padre Eterno
conocía el cuándo, pero pasase el tiempo que pasase Ella nació para darle
Descendencia a su Señor, según la Ley: “Será llamado Padre sempiterno”.
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