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HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO.EL ORIGEN ESENIO DE JUAN EL BAUTISTA1
La Muerte de Zacarías
Tengamos en cuenta que
la Condena de Muerte contra Jesús y las persecuciones anticristianas judías les
creó a los judíos fama de asesinos de sus propios hermanos por disensiones
religiosas, un hecho que hasta el 66 estaba intrínsecamente prohibido por las
leyes del Derecho Romano. La Pax Romana impuso su imperio sobre la columna de
la libertad religiosa. Es cierto que la religión oficial de Roma estaba
financiada por Roma, pero ninguna otra medida contra las demás religiones
estaba vigente y toda otra medida a favor de la religión romana había sido
derogada. Fue en este contexto histórico que los judíos abrieron sus
persecuciones anticristianas de exterminio de los seguidores de Jesús dentro de
su propio territorio. Desgraciadamente para ellos el terrorismo anticristiano
practicado por los asesinos de San Esteban, Santiago el Mayor y Santiago el
Menor, marcando estas tres muertes las tres persecuciones asesinas de
exterminio ejecutadas por los autores e hijos de los que pidieron la Condena de
Muerte del Maestro, y la consiguiente estrategia de propaganda anticristiana a
nivel internacional, no sólo no les resultó a los judíos a su favor sino que
acabó volviéndose en su contra y fueron masacrados, su tierra asolada y los
supervivientes desterrados de sus propiedades.
Fruto de esta situación
y forjado en el odio más criminal contra el cristianismo, a su vez traidor a
los suyos, Flavio Josefo escribiría su Historia de las Antigüedades y las
Guerras de los Judíos. En sus libros era natural que cualquier referencia que
pudiera conducir a los historiadores del futuro a la verdadera Historia de
Cristo, sus Orígenes y su Muerte, por lógica digo, debía enterrarse mediante la
manipulación de los nombres de los actores y la ocultación de los
acontecimientos tras las circunstancias de los reyes de Israel desde los
Macabeos a los Herodes. El día que este mismo Flavio Josefo y sus aliados de
rebelión contra Roma decidieron prenderle fuego a los Archivos del Templo de
Jerusalén el propósito en mente era borrar de la Historia cualquier documento
legal por el que pudiera certificarse la Historicidad del tal Jesucristo.
Traidor a sus aliados y
hermanos de sangre y armas, y superviviente de la destrucción de su nación,
Flavio Josefo vivió de rodillas a los pies del amo romano, igual que un perro,
pero un perro en cuyas venas la sangre era odio y todo ese odio concentrado
hacia un objetivo: el Cristianismo. En su Historia buscar cualquier elemento
sobre la existencia de Zacarías e Isabel, siendo como fue este Zacarías un
actor superimportante en sus días, cual los propios apócrifos recogen,
elevándolo hasta el mismo sumo sacerdocio, irreal pero notable en relación a la
existencia de una fama que quedó en la memoria de muchos, aunque relegada en la
cárcel de los recuerdos prohibidos; buscar en las Historias Judías, digo,
cualquier mención del hijo de Abías, ese mismo Abías cuyo nombre, siendo un
judío de pura cepa Flavio Josefo lo manipuló y lo helenizó, quedando como
Abtalión en sus Guerras Judías; buscar en esta Antihistoria del Pueblo Judío
una fuente de información para la reconstrucción de los tiempos premesiánicos,
tanto asmoneos como herodianos, es hacer un ejercicio de idiotez suprema. Es
como ir a buscar en la mesa del diablo la fruta del Árbol de la vida.
En la Historia Divina
abandoné el relato de la Vida de Zacarías e Isabel y su hijo el Bautista en orden
a mantener el hilo alrededor de la Sagrada Familia. Es hora de recogerlo y
reabrir el capítulo del Asesinato de aquel Zacarías sobre cuya muerte, y la
vida de su hijo primogénito y unigénito, Juan el Bautista, Dios, según Jesús,
le pediría cuenta a su pueblo
Dije en la Segunda Parte
de la Historia Divina que el Templo de Jerusalén tenía un servicio de 24 horas,
y cada hora le correspondía a una de las veinticuatro familias sacerdotales,
entre las que luego era elegido el sumo sacerdote. Una de estas horas la tenía
el padre de Zacarías, el Abías cuyo nombre corrompiera mediante su helenización
el Judas Judío, Flavio Josefo, y Anticristo por excelencia a los ojos de Juan
el Evangelista. A esta Hora se refiere el Evangelio cuando habla de los Turnos
del templo. Zacarías heredó de su padre este Turno. Obviamente esta Hora lo
decía todo sobre la importancia del adorante en la estructura jerárquica del
Templo.
Un Estado del Vaticano
en miniatura, estos 24 Sacerdotes de los 24 Turnos del Templo eran las 24 cabezas
de los 24 Ministerios sobre los que se basaba la Burocracia Templaria. Registro
de Nacimientos, Impuestos por el Pecado, Venta de Animales y Aves para el
Sacrificio de expiación, Recaudación del Diezmo a nivel nacional e
internacional ... en fin, un Estado dentro del Estado Judío. Por regla general
este Turno de Adoración era heredado de padres a hijos y sólo en caso de no
tener descendiente el Turno pasaba a otra familia sacerdotal. A veces mediante
su venta al mejor postor. El caso de Zacarías, el heredero de Abías, fue
justamente ése. Pero su asesinato no procedería de la necesidad de quitar de en
medio al sacerdote a fin de repartirse su puesto en razón de la elección,
siempre dispuesta a la corrupción de los electores.
Digamos también que el
padre de Zacarías fue uno de los pocos hombres del Templo que el rey Herodes no
sólo respetó, sino que además encumbró por su valor y su fama de profeta
delante de su pueblo. Bajo la sombra de este padre y la cobertura de su fama
delante de la corte del rey de los judíos, para más inri un palestino, Zacarías
hizo su carrera administrativa dentro de la burocracia templaria. Destinado
como estaba por nacimiento a ocupar la cabeza de uno de los ministerios sobre
los que el Templo fundaba su existencia material, Zacarías eligió los Archivos
Genealógicos e Históricos, de los que dependía el registro de Nacimientos. El
por qué el registro y no precisamente otra función se entiende desde la
Historia-Divina.
La búsqueda del
verdadero y legítimo heredero de la Corona de David se convirtió en el objetivo
número uno durante el tiempo entre el fin del reino de los Asmoneos y el
principio del reino de los Herodes. Zacarías le juró su vida a descubrir el
paradero del Heredero Vivo de la Corona de Israel. Las circunstancias históricas
en su contra, Herodes recién en el Poder, Zacarías jugó a la perfección la baza
de aquel profeta Daniel que con una mano servía al rey de Babilonia y con la
otra labraba la ruina de su reino. Si habéis leído la Historia Divina ya
conocéis la maravillosa aventura de su saga, la Doctrina del Alfa y la Omega,
el descubrimiento de las dos casas mesiánicas y el Voto de María. Todas estas
cosas sucedieron en el secreto y nadie violó su sello hasta que un accidental
acontecimiento vino a abrirlo y dejar al descubierto la trama
antiherodiana-prodavídica que había estado tejiendo contra su Corona su
favorito entre los sacerdotes, el hijo de Abías, naturalmente. Este accidental
acontecimiento fortuito se llama la Visitación de los Magos.
En los evangelios
apócrifos, de los que el protoevangelio es su buque emblema, a estos Magos se
les trata de reyes de la India, de Persia y de Arabia. Con este dato basta para
comprender por qué los sabios de los primeros siglos desterraron del canon
divino semejantes relatos. Que, sin embargo, como he dicho, recogieron
recuerdos prohibidos y jugaron con ellos para montarse su propia pirámide de
oro. En la Segunda Parte de la Historia Divina ya he descubierto quiénes fueron
en verdad aquellos personajes. El hecho es que, contra su voluntad, dichos
Magos les descubrieron a los Herodes el complot mesiánico que, a sus espaldas,
pero a su sombra, se había tejido. Si al principio Herodes no quiso creer que
su favorito y protegido, el hijo de Abías, era la cabeza de ese complot en
cuanto el misterio de su mudez, su retiro y su ausencia del Templo sin cerrar
la cuestión de la sucesión de su Turno, se descubrió, “porque Isabel había dado
a luz un hijo”, la resistencia de Herodes cedió.
Era la ocasión que
habían estado esperando quienes habían querido comprarle el turno a Zacarías y
no habían conseguido nada. Ahora podían acabar con el problema, someter a
elección la sucesión y que se llevase el mejor postor el Turno de Abías. Pero
si para estos asesinos de túnicas santas el complot descubierto les servía la
ocasión sagrada de alzarse hasta la dirección del Templo, entrando a formar
parte de la Cúpula Sacerdotal, para el interesado, Zacarías, padre de Juan, la
cuestión era cerrar la vía que podía conducir a la Bestia hasta la Sagrada
Familia: mediante el sacrificio de su propia vida. La sangre de los Inocentes
derramada, la sed de la Bestia quedaría saciada.
En el desierto vivían en
cuevas comunidades cerradas y aisladas judíos disidentes pacíficos. Entre
aquéllos cavernícolas de los tiempos romanos escondió Zacarías a su mujer y a
su hijo. Después se dirigió al Templo a seguir con su Turno como si nada
hubiera pasado y no supiese nada de nada sobre los Magos, la estrella de Belén
... Pues que buscaban su vida mientras antes acabaran, mejor. Y así lo
hicieron. Lo mataron a patadas, lo mataron a bocados, lo mataron a zarpazos, lo
mataron a puñetazos. Una jauría de perros que se decían siervos del Altísimo y
escondían la marca del demonio al que servían bajo túnicas sagradas adornadas
con flecos de plata y ungidas con puntos de oro, santos de toda la vida, padres
del pueblo por inspiración divina, perros a dos patas se arrojaron sobre el
Hombre de Dios y le pagaron sus Servicios golpeándole hasta reventarle el
cráneo, las costillas hecha añicos quedaron incrustadas contra la espalda,
piernas y brazos rotos hasta el delirio y ni su madre pudiera reconocer de
quién era el cadáver de aquel que habían matado a la puerta del Templo, “bajo
el gazilofacio”.
La muerte de Zacarías,
padre del Bautista e hijo de Abías, cerró las vías que hubieran podido conducir
a los Herodes a su hijo Juan, y lo más importante, al Hijo de José. Éste,
avisado sobre la Matanza de los Inocentes y el asesinato de Zacarías, su
mentor, cogió a su Mujer, a su Hijo, y junto con Cleofás, el hermano de su
Mujer, y María la de Cleofás y sus hijos e hijas, emigraron a un Egipto por
esas fechas en su esplendor bajo el gobierno de un Octavio César Augusto,
patrón de la llamada Edad de Oro del Imperio Romano.
2
Juan el Bautista entre los Esenios
La estructura de los
hechos alrededor del Nacimiento del Reino de Dios deja poco margen para
intervenir desde el futuro en los acontecimientos determinantes de su
Fundación. Habiendo Dios dado por finalizada la Era de su Imperio, y proclamado
la Unificación de todas las Coronas del Universo en la Cabeza de su Unigénito,
desde entonces y por la Eternidad, la trascendencia de la Humanidad en este
Capítulo para la Eternidad se deduce del lugar donde ese cambio revolucionario
de Era se produjo: La Tierra. Fueron hombres quienes pusieron sus vidas a los
pies de este Proyecto Divino, y cuando tuvieron que entregarla no dudaron en
poner el cuello sobre la bandeja. Ante la sangre no hay duda; La duda es para
los espíritus sutiles, genios del vacío, amantes de la forma. El ser humano es
algo más que una criatura del abismo. Y esto es lo que se va a demostrar en
estas Reflexiones.
Voy a dejar por ahora el
regreso al asunto de la Nacionalidad Romana “por derecho” de los Judíos, que
existió, caso San Pablo, contemporáneo de Jesús si mal no recuerdo, aunque no
paisano en el sentido de la patria chica, pero sí de la raza, etcétera; y en
lugar de preguntarnos cuándo el Imperio se despojó de su Ciudadanía para vestir
con ella a sus súbditos sería más conveniente postularnos por qué Octavio
Augusto no extendió esta Universalidad, que procede del Derecho, cuando, una
vez estudiado su genio, desde sus obras se deduce que esta Universalidad no
podía escapársele a su pensamiento, pues lo que le conviene al Genio no es la
Vulgaridad sino la ruptura con la sinfonía agónica de las tradiciones
aglutinantes y monolíticas, contra cuyo ritmo esquizoide, traducido en guerras
civiles, Octaviano el hombre se enfrentó a vida y muerte, de donde se debería
entender que muy difícilmente a su Mente se le hubiera podido escapar los
beneficios finales de una Expansión Revolucionaria del Derecho Humano-Romano a
todos los pueblos del mundo civilizado. Raíz filo-ideológica desde la que
vendría a luz el Movimiento de Empadronamiento Universal como puerta de acceso
a la Ciudadanía Romana que, procediendo del Derecho, derribaría el muro entre
Romanos y demás pueblos del Imperio. Movimiento en cuyo marco debemos ver el
Empadronamiento Universal que obligó a José, el padre de Jesús, a moverse de
Nazaret a Belén, pero que vemos rodeado de sangre, como no podía ser menos, en
alzamiento de protesta contra el Intento del Romano de Hermanar a todos los
pueblos en el Derecho, y sería la prueba material definitiva que Octavio
necesitaba para convencerse de que en muchos aspectos él había nacido para un
Futuro que no conocería en carne, pues para vivir a la luz de cuyo Derecho el
mundo no estaba mi mucho menos preparado. Así que Octavio el Político le ganó
la partida a Octavio el Hombre y ante la sangrienta respuesta judía a su
Intento de Exportación de la Ciudadanía Romana a todos los Pueblos del Imperio,
Augusto se adaptó a los hechos y dejó para el Futuro la consecución de un bien
tan grande.
Habrá tiempo, entonces,
para regresar al Juicio de Jesús y maravillarnos delante del Hecho de su
presencia, no ya ante el Sanedrín sino, ante el mismísimo gobernador romano,
cuando en el curso de los propios Evangelios vemos cómo los Judíos aplicaban la
pena de muerte a diestro y siniestro con total impunidad. Pero no crucificando
a “los perros”; la Crucifixión era la silla eléctrica del momento, reservada
para el Imperio, pero sí apedreando en la vía pública lo mismo a una ramera,
caso adúltera de los Evangelios, “el que esté libre de pecado que tire la
primera piedra”, que a un santo (San Sebastián por ejemplo). De donde se
deduce, de lo que se ve y de lo que se conoce, que el Imperio no anuló el
Derecho Patrio de los Pueblos, y dejó a los Estados súbditos el poder sobre la
vida y la muerte referido a causas internas.
Algunos historiadores
han pretendido hacernos comulgar con ruedas de coche de los tiempos de los
Picapiedras al afirmarnos que los Judíos fueron privados del poder sobre la
vida y la muerte. Y esto nos lo dicen sobre el cadáver de San Sebastián y el de
aquella adúltera atrapada in fraganti, que se ganó el famosísimo “yo no te
condeno, vete y no peques más” de Jesús. Si Jesús no fue apedreado ni
sentenciado a muerte por el Templo, cuando el Templo mataba a pedradas a todos
sus enemigos y pecadores, y con total impunidad, ¿a qué se debió este trato
hacia Jesús: contra el Derecho Romano que prohibía al Gobernador del Imperio
meterse en asuntos internos que no tocasen a Ciudadanos Romanos? ¿Acaso Jesús
era Ciudadano Romano? ¿Y de hecho del único crimen por el que debía responder
un Gobernador Imperial ante el César no se limitaba a su actuación criminal
contra Ciudadanos Romanos?
De todas formas, en esta
sección vamos a saltar de Jesús a Juan. La pregunta de partida es importante:
¿De dónde salió Juan el Bautista?
Dios podía sacarle a
Abraham hijos de las piedras. Sin embargo, nadie se tomará al pie de la letra
este dicho. No porque Dios no pueda convertir las piedras en hombres, poder que
confirma la realidad cuando vemos tantas cabezas de piedra a dos patas llenando
la tierra. Y si es por el corazón, que algunos tienen tan duro como las rocas
... Fuera de esta constatación, la cuestión sobresale imperiosa: ¿De dónde
salió Juan el Bautista? ¿Y quién sabía, y cómo lo sabía, y por qué lo sabía ése
que lo sabía: Que aquel Juan era el hijo de aquélla Isabel y aquél Zacarías?
Este punto clavado en la
mesa sería conveniente amartillarlo afirmando, o al menos insinuando, que para
correr el velo de los siglos y penetrar en el sancta sanctorum de la Memoria
del mismo Dios tenemos que desprendernos de la naturaleza de nuestro siglo. Y
esto que vale para nosotros vale para todos los tiempos y sitios. Nacemos y nos
formamos en un determinado ambiente, y por lógica la naturaleza de ese ambiente
conforma las propiedades de nuestra forma de ver y entender el mundo.
Pero esto funciona
mientras somos chiquillos. El fin de esta relación entre el sujeto y el mundo
es parir en el ser un espíritu libre, perfectamente formado para abstraerse de
sus circunstancias y contemplar el mundo, en tanto que objeto, desde el punto
de vista del sujeto que observa la realidad tal que si él mismo no perteneciera
a ella.
Referida la realidad
universal como un ente en sí mismo, con sus propias leyes objetivas, y regida
por sus propios juicios, la legalidad biohistórica de una mirada alternativa se
fomenta en el propio individuo, determinando la recreación de unos
acontecimientos cuya memoria se mueve en el tiempo a la manera de las sombras
en una pantalla china. No olvidemos nunca que el muro más alto contra el que se
bate nuestra inteligencia es la muralla formada por los libros de los que se
llamaron en su día “historiadores”.
Sea porque no existen,
sea porque los que existen son documentos manipulados con fines específicos,
quien quiera recrear los tiempos pasados debe por fuerza poner sobre la mesa un
método de reconstrucción dentro de cuyo cajón de herramientas ésos docs
“oficiales” formen un instrumento más, pero en ningún caso el único válido para
abrir la puerta de los siglos y sus cosas. Olvidar que los actores de la
Historia tuvieron a su servicio a ésos mismos que escribieron la “Historia”, y
que ésos Historiadores fueron pagados para que contasen lo que contaron, este
olvido es una renuncia imperdonable a los ojos de un amante apasionado y sin
fisuras de la Historia Universal, y aunque a los pies de los historiadores
científicos:
“sin docs no hay
Recreación del Pasado y esta Recreación debe ajustarse a esos docs”, hay que
afirmarse en la negación de su método científico y declarar dementia pretender
alcanzar la verdad siguiendo los pasos de quienes se dedicaron a ocultarla.
Flavio Josefo no es el único “historiador” que amó la verdad sobre todas las
cosas, y en nombre de ese amor cogió la Verdad Histórica y la crucificó.
Así que: ¿de dónde salió
Juan? ¿Por qué se alimentaba de miel y langostas como las bestias? Siendo hijo
de aquel Zacarías, del turno de Abías, príncipe del Templo de Jerusalén, hijo
único de su padre, heredero de su Turno: ¿a qué se debió su retirada al
desierto, su renuncia a la herencia multicentenaria de su padre?
Esto se entiende
afirmando la Revelación del Evangelio, y asumiendo su valor como doc histórico.
Pero si el Evangelio es una novela en este caso esta cuestión es fantasía y la
discusión que le sigue es pura ciencia-ficción.
La elección es cosa de
cada cual. Yo no estuve allí cuando los hechos sucedieron y me remito a la
tinta que se usó para escribir este Doc: La sangre.
Porque si en la sangre
está la vida y el espíritu es la vida, el espíritu está en la sangre. De manera
que pesando el valor de unos “historiadores científicos” cuya dementia se
congratula en basar la recreación de la Historia Universal en Docs,
sacrificando la Verdad en el origen de esos documentos, en cuyo valor no
entran; contra el valor de la sangre como “Doc Histórico” cada cual debe emitir
su juicio.
Ejemplo.
Si referida la Historia
de Enrique VIII a los Docs de la Historia Británica, aquel criminal fue un
santo. ¿Y entre los historiadores británicos dónde se encuentra aquél que llama
al pan, pan, y al vino, vino, trate de criminal a aquel “santo” y a semejante
santo lo llame por su nombre: criminal? Y criminal en serie, la peor especie de
bestia a dos patas, tanto más monstruoso su crimen cuando en su victoria una
nación entera renunció a lo más sagrado, el juicio crítico de la inteligencia
libre.
Así pues, a la hora del
Estudio de la Historia hay que prevenirse, sobre todo y ante todo, contra “los
historiadores”. Ciertamente obligatorio es referirse a Flavio Josefo al viajar
a los tiempos de los Judíos de la Edad Precristiana, pero al mismo tiempo hay
que tocar sus libros con “guantes de hierro”. Y cualquiera que no tome sus
precauciones acabará tirándoles piedras a “los perros cristianos”.
Esta decisión tomada, a
saber: el Evangelio es un Doc Histórico, apartamos el velo y miramos cara a
cara el recuerdo de aquéllos tiempos cuando ... Zacarías, hijo de Abías, el
“Abtalión” de los últimos días de los Asmoneos según Flavio Josefo ... en el
nombre de cuyo personaje la manipulación de los mismos hechos que narra “el
historiador” se desprende del increíble caso que presenta, al darle un nombre
Griego a un Hebreo de pura cepa, para más inri un alto sacerdote.
El hijo de
Abías-Abtalión, heredero de uno de los 24 turnos del Templo, casado con Isabel,
de la estirpe aarónica para mayor gloria de su heredero, sería el padre de
nuestro Juan. Y fue a este mismo Zacarías quien, tumbado bajo una de las
puertas del Templo, lo dejamos en una sección anterior. Es sobre la muerte de
este Zacarías, padre de Juan el Bautista, que Jesús emitió por su boca el
juicio de Dios contra los asesinos de su Siervo, un anciano octogenario, cuando
Él dijo que “desde Abel a Zacarías...” En efecto. Lo mataron a puñetazos, a
patadas, a bocados...
¿Cómo se atrevieron a
matar a un anciano, príncipe del Templo, a las puertas de la tumba ya, de todos
modos? ¿Por qué, y concretamente a escasos días pasados de la Matanza de los
Inocentes? ¿No se había enterado Zacarías de lo que había pasado en Belén de
Judá?
Sería inútil por mi
parte pararme a buscar un Doc que nos sirva de prueba a la hora de enraizar el
comportamiento de los personajes de la Historia Divina acorde al movimiento que
recreo sobre la marcha de los recuerdos de sus vidas. La Biohistoria está para
mover las fichas a la manera que una vez jugada la partida no hay misterio en
el aire, a no ser como memoria para quien no se enteró de la marcha de los
acontecimientos que le dieron la victoria al Vencedor. Y si para cada paso
hubiera que recordar la secuencia en el Tiempo la recreación sería una pérdida
de tiempo, a la manera que interpretar un idioma a quien desconoce incluso el
idioma sobre el que se realiza la traducción es gastar saliva. Así pues, ¿no se
había enterado Zacarías, el padre de Juan el Bautista e hijo del Abías-Abtalión
de la Historia Manipulada de los Judíos por Josefo, de la Matanza de los
Inocentes, y fue, como cordero con el olfato perdido, a meterse, en su
ignorancia, en la cueva del basilisco herodiano?
La Verdad no admite
divagaciones. Sólo la Mentira se abre a la Duda. Por supuesto que Zacarías
estaba al corriente de la Matanza de los Inocentes y, a sabiendas de que de
aparecer por el Templo le costaría la vida, Zacarías tomó la decisión que le
valdría a su nombre la Gloria para la Eternidad: Echarles a los perros más
carne a fin de evitar que el hambre mantuviera fino el olfato de la Bestia,
como lobo hambriento buscando la Vida del Niño que acababa de nacer. ¡Esa carne
iba a ser la suya propia!
Tengamos en cuenta que
al cobarde el valor del héroe le parece nacido de la locura, y al déspota la
sangre de la revolución le sabe a rebelión, de donde basar sobre el juicio de
tales testigos la naturaleza de los acontecimientos históricos es simplemente
renunciar a lo que diferencia al hombre de las bestias: el espíritu de la
Verdad. Y no porque haya sido la Ciencia la que matara la verdad del Espíritu
debemos admitir como Natural lo que le repugna a la Inteligencia. Es decir,
quienquiera que desee tratar con otro Ser de tú a tú debe ver la Persona en la
plenitud de sus facultades ontológicas, y no mutando sus propiedades en razón
de los tiempos. Fenómeno muy común en los historiadores, sobre todo teniendo en
cuenta que entre los miles de “profesores” apenas si podemos encontrar unos
pocos que no estuviesen al servicio de sus Amos y Señores, y en cuanto
mercenarios de la pluma buscar entre ellos a más de un Procopio es, si no jugar
a la gallinita ciega, sí hacer el tonto por el placer de hacer el payaso.
Antiguamente los hombres
de a pie, reconocidos como vulgo por sus excelencias, sin saber leer y escribir
teníamos que tomar las Nibelungadas de los emperadores, reyes y papas como si
fuesen palabra de dios, aunque nos venía dictada por mercenarios de la pluma,
perros fieles a sus amos, y si no fieles al menos sí pagados y bien comidos.
Actualmente tenemos la oportunidad de leer por nosotros mismos, ver con los
ojos de la cara y recurrir al divino ejercicio de quemar el granero a fin de
encontrar la aguja sin hacer el ridículo para felicidad y nirvana de sus
eminencias, excelentísimas y divinas coronadas cabezas. Lo cual no quiere decir
que el proverbio suicida de ser más feliz el ignorante que el que sabe mucho
haya muerto. Es de creer que aún, aunque no por mucho, tendremos que esperar el
día del entierro.
Volviendo a nuestro tema,
la Muerte de Zacarías, padre de Juan el Bautista, digamos que, si a un cobarde
la mente de un valiente le es un enigma, tanto más insondable le es la de un
santo a un pecador de las letras. Habiendo sido este tipo de manos las que se
limpiaron sus faltas en la sangre de tales locos, ¡cómo creer que hubiera
podido ser de otra forma a la que ha sido! Recreada por historiadores cuya
libertad fue la del perro con collar de oro, ¿cómo podía haber dejado de ser la
historia de los días de Jesús, algo más que una “antihistoria”?. Ahora bien, el
hombre libre prefiere vivir en una cueva a ser perro en palacio. Cosa que no se
aplica a los “historiadores”, y con mayor fuerza a la Escuela Británica.
Desde que Flavio Josefo,
buscando la supervivencia de su raza despojara a su pueblo del espíritu natural
a los Patriarcas y Profetas, esperar que los historiadores de los gentiles
encontraran en el cadáver del Judío el alma del Hebreo devino un dilema de la
naturaleza que la Serpiente le planteó a los demás bestias del Paraíso:
¿Condenará Dios por el pecado de un solo hombre a todo el mundo? La respuesta
de Josefo fue: Imposible. La respuesta de Pablo fue: Por supuesto. Y desde
entonces Judíos y Cristianos hemos vivido como los perros y los gatos. Así las
cosas, habiendo despojado el Judío al Hebreo de su espíritu, ¡quién creerá que
Israel pueda ver a Dios en Cristo! Y si no puede ver lo que hay en su propia
carne ¿cómo accederá a su memoria?
Frente a la santidad del
Hebreo el Judío se encuentra en la misma posición que el cobarde frente al
héroe, es incapaz de comprender la raíz de sus movimientos. El Judío, no
queriendo asumir que Dios condenase por un hombre a todo el mundo, fue capaz de
asumir como necesaria la muerte de un hombre a fin de que todo su pueblo
viviera, andando por cuya senda después fueron las vidas de dos, más tarde las
de tres, y siguiendo por la misma senda el Judío se lanzó a la solución final
que el famoso Saulo de Tarso traía en su mano cuando se cayó del caballo,
porque le salió Jesús según los Cristianos, porque era un cobarde según los
Judíos. Pero volviendo al tema:
Zacarías, el padre del
Juan en pañales, estaba perfectamente al tanto de la Matanza de los Inocentes
cuando decidiera presentarse en el Templo con el objeto de mediante el
escándalo de su muerte ganarles a José y María el tiempo necesario para
empaquetar y emigrar al Egipto.
Vemos cómo, ajenos a la
Matanza, José y María se presentan en el Templo, y allí encuentran al otro
Protagonista Estelar de la Segunda Parte de la Historia Divina de Jesús, Simeón
el Joven, hijo de Simeón el Babilonio, el Semeí de la historia de Flavio
Josefo, el socio del Abtalión.
Para la Tradición queda
el pobre viejito adorando al Mesías. Para José las palabras que aquel “viejito”
le soltó al oído: “Huye José, coge al Hijo de David y vete a Egipto, porque
escrito está: De Egipto llamé a mi hijo”. El resto está escrito en la Historia
Divina. En esta sección vamos a tocar lo que no escribí allí.
Por supuesto que
Zacarías sabía que se enfrentaba a su pena de muerte de abandonar los montes de
Judea en los que vivía y regresaba a Jerusalén después de su etapa de mudez,
precisamente cuando ya se repartían su Turno los aspirantes a entrar en el
Templo de los 24 príncipes que gobernaban el Estado Teocrático de Jerusalén. Zacarías
sabía que el escándalo de su asesinato por los perros del Templo obligaría a
sus amos a controlarlos, encerrarlos y mantenerlos tranquilos por un tiempo, el
tiempo que necesitaba José para coger al Niño y salir de Israel.
Pero antes de
sacrificarse Zacarías tomó las disposiciones para salvar la vida de su hijo,
aquél que había nacido para hacer que se oyera la Voz en el desierto. ¡Cómo no
irían a asesinar a su hijo Juan una vez que la noticia de su nacimiento llegara
a Jerusalén y entrase en la oreja de los Herodes! Un niño que nace a la manera
de Isaac, de unos padres más viejos que Matusalén... ¡un Mesías, por supuesto!
Este es el verdadero
origen de Juan el Bautista.
Zacarías le manda a su
mujer que tome a su niño y se lo lleve a las cuevas de los Esenios, en el mar
Muerto. Sin nombre, como quien ha salvado su nieto de alguna matanza, o como
quien salva al hijo de una hija sorprendida en adulterio y asesinada a
pedradas, aquélla que era por su linaje hermana de María, la hermana de Moisés,
y por familia era hermana de la madre de María, Madre de Jesús, aquélla Isabel,
nacida princesa en el seno de los clanes aaronitas de Jerusalén, culta como
sólo ella, obedece a su marido, porque conoce perfectamente adónde va su
esposo, Zacarías, se despoja ella de todas las ropas de señora, coge a su hijo
recién nacido, de seis meses, siete a lo sumo, y se esconde en las sombras de
una de las cuevas donde vivían aquellas comunidades esenias de los tiempos de
Herodes y sus hijos. Si alguna vez alguno de aquéllos cavernícolas conoció a la
mujer de Zacarías, el hijo de Abías, en otros tiempos, después del Milagroso
nacimiento de su Juan nadie hubiera podido decir que aquella mujer era la misma
que conociera. El milagro del rejuvenecimiento de su carne había borrado de su
aspecto la abuela que por su edad debiera ser.
Allí, en una de aquellas
comunidades esenias, permitidas por los poderes establecidos judíos del
momento, Isabel alimentó a su hijo y vivió para enseñarle quién fue su padre,
cómo mataron a Zacarías, su padre; cómo nació él, Juan, la mudez de su padre y
la necesidad de su muerte. Isabel cultivó el alma de su hijo durante toda su
Infancia y Pubertad en el Misterio de la Anunciación de Jesús, quiénes eran
José y María, sus padres, por qué debían huir y por qué Zacarías se impuso el
deber de ocultar su Huida ofreciéndose como víctima de escándalo. El, Juan, era
“la Voz del que había de clamar en el desierto...”
El hecho de ser ella
mujer, y en consecuencia no poder ser admitida como miembro de pleno derecho en
la comunidad esenia del mar Muerto, mantuvo a la “hermandad” lejos de su hijo
Juan, quien, a la muerte de su madre, se retiró al desierto en preparación de
su Hora, sobreviviendo a base de miel y langostas.
Isabel moriría al tiempo
de José, el de María, cuando ya su hijo se valía por sí mismo y no había nadie
en este mundo que pudiera someterlo a más reglas que las de su Nacimiento.
La filosofía religiosa
de los Esenios y el ambiente de fraternidad interna supuso una formación moral
de un poder tremendo sobre el futuro Bautista, tanto más cuanto que el origen
de los Esenios se basaba en la imposibilidad de convivir bajo una Nación que,
con el encumbramiento de los Asmoneos, firmó su destrucción al rebelarse contra
la Ley de la Corona, dada por el Señor a perpetuidad a los hijos de David.
Este es el verdadero
origen de los Esenios.
Los Esenios se negaron a
vivir bajo el pecado de rebelión contra el Decreto del Señor cometido por los
hijos de los Macabeos, y, cuando la derrota del Movimiento Prodavídico Antiasmoneo
se consumó, los derrotados prefirieron la pobreza y el aislamiento a vivir bajo
la ley del rey rebelde a Dios.
Durante toda la Dinastía
de los Asmoneos los Esenios vivieron aislados y crecieron mediante el constante
goteo de los espíritus sutiles hacia una Comunidad cuasi troglodita, que
gracias a que los parientes los alimentaron fielmente pudo sobrevivir a la
causa de su origen. Una vez que la corona Asmonea fue abolida, 66 a.C., cuando
Pompeyo entra y conquista el Oriente Medio, los Esenios regresaron a la Nación.
Pero cuando Herodes subió al Poder, cometiendo a sus ojos la Nación un crimen
infinitamente más grave contra el Señor Dios, pues si antes fue un judío el
rebelde, ahora era un Palestino el usurpador, los Esenios volvieron a sus
cuevas.
Si pacíficamente u
obligados por Herodes y sus judíos es agua de otro molino. El hecho es que la
Galilea entró en rebelión contra la casa de los Herodes desde que Antípater
comenzó a apoyarse en Roma para elevar su casa al trono que los Asmoneos habían
dejado vacante. Herodes en persona, aunque joven, se encargó de aniquilar esta
oposición a su familia, y su triunfo contra los Galileos rebeldes le ganaría
fama y gloria a los ojos de sus futuros padrinos romanos.
Sería durante esta fase
de humillación de los Judíos, dominados por una Casa Antidavídica no Hebrea,
que la comunidad esenia del desierto del mar Muerto se hizo numerosa. Herodes,
por su parte, se limitó a ignorarlos. Aquellos cavernícolas del desierto, en
las costas del mar Muerto, se habían dado la Paz y la Fraternidad por dioses y
mientras más como ellos ... mejor para su dinastía. No le hacían daño a nadie y
eran venerados por santos por quienes los conocían .... mejor para ellos ...
¿Qué otro sitio mejor
que aquellas Cuevas para esconder a un “niño y su madre” de las manos asesinas
de la Bestia que devorara al esposo de Isabel “la de Zacarías”?
Las palabras de Juan
contra los Judíos del Templo, continuamente llamándolos víboras, se entienden
desde esta formación y crianza que su madre le inculcara. Juan sabía quién era
él, y quién era el Mesías, los lazos que unían sus casas y sus sangres, conocía
el nombre del hijo de María, sobrina nieta de su madre, conocía el nombre del
Mesías, de Aquel que había nacido sin conocer varón, según su madre se lo había
revelado. Lo que Juan no conocía era el rostro de Jesús. Pero esto es otra
historia.
CAPÍTULO 5
EDAD APOSTÓLICA
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