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CAPÍTULO 94.TREMENDAS ACUSACIONES CONTRA EL GOBIERNO EN LA DIPUTACIÓN PERMANENTE DE LAS CORTES
A
propuesta del Presidente de las Cortes, y de acuerdo con el Gobierno, por un
decreto del Presidente de la República se suspenden las sesiones parlamentarias
durante ocho días, como medida de prudencia para apaciguar los ánimos. Mas como
vence al plazo señalado al estado de alarma y el Gobierno considera necesario
prorrogarlo por treinta días más, se reúne la Diputación Permanente de las
Cortes en la mañana del 15 de julio, con el fin de someter a aprobación dicha
prórroga. No asiste Casares Quiroga, ausencia harto significativa.
Abre la
sesión el presidente, Martínez Barrio, y en nombre de las minorías
tradicionalista y de Renovación Española, integrantes del Bloque Nacional, el
conde de Vallellano da lectura a la siguiente declaración que había sido
redactada por el diputado Sáinz Rodríguez: «No obstante la violencia
desarrollada durante el último período electoral y los atropellos cometidos por
la Comisión de Actas, acudimos al actual Parlamento, cumpliendo así un penoso
deber en aras del bien común, de la paz y de la conveniencia nacional.
“El
asesinato de Calvo Sotelo —honra y esperanza de España—, verdadero crimen de
Estado, nos obliga a modificar nuestra actitud. Bajo el pretexto de una ilógica
y absurda represalia, ha sido asesinado un hombre que jamás preconizó la acción
directa, ajeno completamente a las violencias callejeras, castigándose en él
su actuación parlamentaria, perseverante y gallarda, que le convirtió en el
vocero de las angustias que sufre nuestra patria. »Este crimen, sin precedentes
en nuestra historia política, ha sido ejecutado por los propios agentes de la
autoridad. Y esto ha podido realizarse merced al ambiente creado por las
incitaciones a la violencia y al atentado personal contra los diputados de
derecha que a diario se profieren en el Parlamento. Tratándose de Calvo Sotelo,
el atentado personal es lícito y plausible, han declarado algunos, y el propio
Presidente del Consejo ha amenazado a Calvo Sotelo con hacerle responsable
personalmente a priori, sin investigación ulterior, de acontecimientos fáciles
de prever que pudieran producirse en España.
“¡Triste
sino el de este gobernante, bajo cuyo mando se convierten en delincuentes los
agentes de la autoridad! Unas veces es la represión criminal de Casas Viejas
sobre unos campesinos humildes; otras, como ahora, el atentado contra un
patriota y político insigne, verdadera gloria nacional; es a él a quien ha
correspondido la triste suerte de hallar en Cuerpos honorables núcleos más o
menos numerosos de asesinos.
“Nosotros
no podemos convivir un momento más con los amparadores y cómplices morales de
este acto. No queremos engañar al país y a la opinión internacional, aceptando
un papel en la farsa de fingir la existencia de un Estado civilizado y normal,
cuando en realidad desde el 16 de febrero vivimos en plena anarquía, bajo el
imperio de una monstruosa subversión de todos los valores morales, que ha
conseguido poner la autoridad y la justicia al servicio de la violencia y del
crimen.
“No por
esto desertamos de nuestro puesto en la lucha empeñada, ni arriamos la bandera
de nuestros ideales. Quien quiera salvar a España y su patrimonio moral como
pueblo civilizado, nos encontrará los primeros en el camino del deber y del
sacrificio.”
Al
terminar la lectura, el conde de Vallellano hace ademán de retirarse, pero le
retiene el presidente para decirle que «todo lo que significa inculpaciones en
el escrito que acaba de leerse no pasarán al Diario de Sesiones, para no
envenenar los ánimos aún más de lo que se hallan». Gil Robles considera
excesivo e intolerable que la Mesa se arrogue la facultad de tamizar
manifestaciones hechas por los diputados. Ello significa un atentado al derecho
de las minorías, y obligará a éstas a considerar si es posible que continúen en
la Diputación Permanente, «porque la investidura parlamentaria no nos sirve
para nada». El conde de Vallellano cree que no es ocasión ni momento de
plantear un debate sobre el Reglamento de la Cámara. Deja en manos de la
representación de las oposiciones el asunto y confía a la propia conciencia del
presidente la solución que deba dársele. «Yo — termina— he cumplido con mi
deber.» El presidente espera y desea que la retirada de los parlamentarios monárquicos
sea transitoria, y que circunstancias bonancibles permitan de nuevo contar con
la cooperación de aquéllos. El conde de Vallellano abandona el salón.
El
ministro de Estado considera que las palabras de Gil Robles son injuriosas y
calumniosas. Prefiere, sin embargo, «como hombre de honor, sofrenar los
sentimientos, ahogar la pena, dejar que el dolor me corroa y hacer frente a la
situación difícil».
* * *
Gil
Robles se levanta de nuevo. «Es ésta —dice— la quinta vez que el Gobierno solicita
una prórroga del estado de alarma. ¿Ha cumplido alguna de sus finalidades? ¿Ha
servido para algo?» «Mirad lo que pasa por campos y ciudades. Acordaos de la
estadística a que di lectura en la pasada sesión de las Cortes. Voy a
completarla con una estadística del último mes en vigencia el estado de alarma.
Desde el 16 de junio al 13 de julio, inclusive, se han cometido en España los
siguientes actos de violencia: incendios de iglesias, 10; atropellos y
expulsiones de párrocos, 9; robos y confiscaciones, 11; derribos de cruces, 5;
muertos, 61; heridos de diferente gravedad, 224; atracos consumados, 17;
asaltos e invasiones de fincas, 32; incautaciones y robos, 16; centros
asaltados e incendiados, 10; huelgas generales, 15; huelgas parciales, 129; bombas,
74; petardos, 58; botellas de líquidos inflamables lanzadas contra personas o
cosas, 7; incendios, no comprendidos los de iglesias, 19. Esto en veintisiete
días. ¿No es la confesión más paladina y más clara de que el Gobierno ha
fracasado total y absolutamente? Ni el derecho a la vida, ni la libertad de
asociación, ni la libertad de sindicación, ni la libertad de trabajo, ni la
inviolabilidad del domicilio han tenido la menor garantía con esta ley
excepcional, que, por el contrario, se ha convertido en elemento de persecución
contra todos aquellos que no tienen las mismas ideas que los componentes del
Frente Popular.
“Tampoco
han servido para garantizar el normal funcionamiento de los órganos del Estado.
Las sentencias de los Jurados mixtos no se cumplen; el ministro de la
Gobernación puede decir hasta qué punto los gobernadores civiles no le
obedecen; los gobernadores civiles pueden decir hasta qué punto los alcaldes no
hacen caso de sus indicaciones; los ciudadanos españoles pueden decir cómo en
muchos pueblos del Sur existen Comités de huelga, los cuales dan el aval, el
permiso, la autorización para que se pueda circular por carretera.
“Ahí
tenemos lo que está ocurriendo en Madrid con la huelga de la construcción. Las
organizaciones sindicales son las que han dejado incumplido un laudo del
ministro de Trabajo, cuyo fracaso no tiene precedentes en la historia política
de ningún país; las propias organizaciones que apoyan al Gobierno no quieren o
no pueden cumplir las órdenes que emanan de la autoridad. Los conflictos obreros
se ventilan diariamente a tiros entre las organizaciones societarias, aunque la
censura no permite que se diga una palabra; ahí tenéis a esos obreros que han
muerto ayer en Cuatro Caminos bajo las balas de otros hermanos de trabajo, que,
en plena subversión contra el Gobierno, no acatan las órdenes emanadas de la
autoridad. Las obras paradas, los obreros tiroteándose, Madrid abandonado, la
autoridad por los suelos. ¿Para eso queréis una prórroga del estado de alarma?
¿Para eso queréis unos resortes excepcionales?
“Para
justificar vuestro fracaso tenéis que invocar al fascismo, comodín ante la
opinión pública y porque estáis viendo el estado de opinión que se está
creando. No es esta la ocasión de que yo vaya a marcar diferencias doctrinales
con unas u otras teorías políticas. Perfectamente definidas están mi actitud y
la doctrina de mi partido a través de una actuación intensa, aunque sea modesta
por ser mía. No es este momento de recordar esas diferencias, pero sí el de
decir que en España está creciendo de día en día un ambiente de violencia; que
los ciudadanos se están apartando totalmente del camino democrático; que a
nosotros diariamente llegan voces que nos dicen: Os están expulsando de la
legalidad; están haciendo un baldón de los principios democráticos; están
riéndose de las máximas liberales incrustadas en la Constitución; ni en el
Parlamento ni en la legalidad tenéis ya nada que hacer. Y este clamor que nos
viene de campos y ciudades indica que está creciendo y desarrollándose eso que
en términos genéricos habéis dado en denominar fascismo, y que no es más que el
ansia, muchas veces nobilísima, de libertarse de un yugo y de una opresión que
en nombre del Frente Popular el Gobierno y los grupos que le apoyan están
imponiendo a sectores extensísimos de la opinión nacional. Es un movimiento de
sana y hasta de santa rebeldía, que prende en el corazón de los españoles y
contra el cual somos totalmente impotentes los que día tras día y hora tras
hora nos hemos venido parapetando en los principios democráticos, en las normas
legales y en la actuación normal. Así como vosotros estáis total y
absolutamente rebasados, el Gobierno y los elementos directivos, por las masas
obreras, que ya no controláis, así nosotros estamos ya totalmente desbordados
por un sentido de violencia, que habéis sido vosotros los que habéis creado y
estáis difundiendo por toda España. Cuando habléis de fascismo, no olvidéis,
señores del Gobierno y de la mayoría, que en las elecciones del 16 de febrero
los fascistas apenas tuvieron unos cuantos miles de votos en toda España, y si
hoy se hicieran unas elecciones verdad, la mayoría sería arrolladora, porque
incluso está prendiendo en sectores obreristas, los cuales, desengañados de
sus elementos directivos y de sus directores societarios, buscan con ansia una
libertad que encuentran en esas vagas quimeras, que muchas veces encarnan en la
fantasía de las gentes cuando ya están al borde de la desesperación y de la
ruina.
“Yo sé
que muchas gentes que ahora disminuyen el volumen del suceso pretenden
establecer un simple parangón entre dos crímenes que se han producido por una
leve diferencia de horas. Yo esos parangones no los admito. En primer lugar,
porque tanto condeno una violencia como la otra. Ante el cadáver del teniente
Castillo tengo idéntica condenación que para todos esos actos de violencia, y
no pienso en sus ideas, ni en su actuación; para mí es nefando, para mí es
criminal el modo como se le ha arrebatado la vida. ¡Ah!, pero pretender ligar
un acontecimiento con otro, como muchos sectores afectos a la política del
Gobierno han hecho; eso es, a mi juicio, la mayor condenación que puede tener
toda la política que vosotros estáis desarrollando.
“¿Qué
tenía que ver el señor Calvo Sotelo con el asesinato del teniente Castillo?
¿Quién ha podido establecer la menor relación de causa a efecto entre su
actitud y la muerte de ese teniente? ¿Es que acaso el señor Calvo Sotelo, en
pleno salón de sesiones, no ha condenado de una manera sistemática la violencia
y no anunció que ante la muerte violenta de su mayor adversario no tendría más
que la condenación, como ciudadano, el respeto como caballero y el perdón como
creyente? ¿Es que se puede, ni por un momento, admitir que el señor Calvo
Sotelo tuvo la menor relación, directa ni indirecta, por acción, por omisión o
por inducción, con el asesinato del teniente Castillo? ¿Por qué se ligan ambas
cosas? ¡Ah! Porque en el ánimo, incluso de aquellos que pretenden rebajar la
gravedad del suceso, está latente la idea terrible que prende en el corazón de
todos los españoles: que no ha sido una pasión política la que ha quitado la
vida al señor Calvo Sotelo, que no ha sido un momento pasional de unos cuantos
ciudadanos ofuscados, sino que ha sido una represalia ciega ejercida por
aquellos que tenían una relación más o menos directa con el teniente Castillo.
“La
gravedad del hecho es enorme, y yo tengo que examinarla a la luz de los
antecedentes del hecho mismo y de las circunstancias en que se ha producido. Yo
sé la gravedad de las manifestaciones que voy a hacer. Estoy perfectamente
penetrado, incluso de las consecuencias que para mí personalmente pueda tener.
El cumplimiento del deber no se puede detener ante ese orden de
consideraciones. Lejos de mi ánimo el recoger acusaciones en globo, y mucho
menos lanzar sobre el Gobierno, sin pruebas, una acusación directa en el
crimen que se ha cometido. ¡Ah! Pero la responsabilidad del Gobierno no es sólo
criminal; la responsabilidad del Gobierno es tremenda en el orden político y en
el orden moral, y a ella tengo necesariamente que referirme.
“Hace hoy
exactamente ocho días el señor Calvo Sotelo me llamó aparte, en uno de los
pasillos de la Cámara, y me dijo: «Individuos de mi escolta, que no pertenecen
ciertamente a la Policía, sino a uno de los Cuerpos armados, han recibido una
consigna de que, en caso de atentado contra mi persona, procuren inhibirse.
¿Qué me aconseja usted?» «Que hable usted inmediatamente con el señor ministro
de la Gobernación.»
“El señor
Calvo Sotelo fue a contárselo, el miércoles o el jueves, al señor ministro de
la Gobernación, el cual, según mis noticias, tenidas por el señor Calvo Sotelo,
dijo que de él no había emanado en absoluto ninguna orden de esa naturaleza.
Pero el señor Calvo Sotelo tuvo esa confidencia exactísima. ¿Quién dio esa
orden? ¿Quién dio esa consigna? Me adelanto a decir que el señor ministro de la
Gobernación, no. No me atrevería a decir otro tanto de organismos subalternos
dependientes del Ministerio de la Gobernación.
“El señor
Ventosa lo sabe, porque yo se lo comuniqué: «Contra el señor Calvo Sotelo se
prepara un atentado. Ha habido, por parte de organismos dependientes del
Ministerio de la Gobernación —aunque nunca del ministro de la Gobernación—,
órdenes para que se deje impune el atentado que se prepara. Usted lo sabe;
usted y yo somos testigos de que esta advertencia se ha hecho al Gobierno, de que
esa amenaza se está cerniendo sobre la cabeza del señor Calvo Sotelo.» Y esa
amenaza se ha realizado y ese atentado ha tenido lugar. ¿Se estableció la
debida vigilancia alrededor de una persona seriamente amenazada, para evitar el
atentado? No se ha hecho.
“¡Ah!
Pero ¿es que es esta la única responsabilidad que al Gobierno y a los grupos de
la mayoría les corresponde en este asunto? ¿Es que no estamos cansados de oír
todos los días, en las sesiones de Cortes, excitaciones a la violencia contra
los diputados de derecha? Voy a prescindir de lo que a mí se refiere; bien
claras han estado algunas amenazas en el salón de sesiones. Me voy a referir
exclusivamente a lo ocurrido con el señor Calvo Sotelo. ¿Es que no recordamos,
aunque las facultades presidenciales, interviniendo oportunamente, quitaran
ciertas palabras del Diario de Sesiones, que el señor Galarza, perteneciente a
uno de los grupos que apoyan al Gobierno, dijo en el salón de sesiones —yo
estaba presente y lo oí— que contra el señor Calvo Sotelo toda violencia era
licita? ¿Es que acaso esas palabras no implican una excitación, tan cobarde
como eficaz, a la comisión de un delito gravísimo? ¿Es que ese hecho no implica
responsabilidad alguna para los grupos y partidos que no desautorizaron esas
palabras? ¿Es que no implica una responsabilidad para el Gobierno que se apoya
en quien es capaz de hacer una excitación de esa naturaleza?
“¡Ah! En
el orden de la responsabilidad moral, a la máxima categoría de las personas le
atribuyo yo la máxima responsabilidad, y, por consiguiente, la máxima
responsabilidad en el orden moral tiene que caer sobre el señor Presidente del
Consejo de ministros, quien dijo un día que frente a las tendencias que podía
encarnar el señor Calvo Sotelo u otras personas de significación ideológica parecida,
el Gobierno era un beligerante. Cuando desde la cabecera del banco azul se dice
que el Gobierno es un beligerante, ¿quién puede impedir que los agentes de la
autoridad lleguen en algún momento hasta los mismos bordes del crimen?
“Pero aún
hay más: a virtud de unas palabras pronunciadas por el señor Calvo Sotelo en
un debate de orden público, haciendo referencia a acontecimientos que los
grupos que apoyan al Gobierno airean estos días, pronunció el señor Presidente
del Consejo de ministros unas frases provocadoras que implicaban el hacer
efectiva en el señor Calvo Sotelo una responsabilidad por acontecimientos que
pudieran sobrevenir, lo cual, como dice muy bien ese documento leído por el
conde de Vallellano, equivale a señalar, a anunciar una responsabilidad a
priori, sin discernir si se ha incurrido o no en ella. ¿Ocurre esto, va a
ocurrir este acontecimiento? Pues su señoría es el responsable. ¿Creéis que
esto no representa una responsabilidad? Pero hay otra, todavía mayor si cabe.
El señor Calvo Sotelo no ha sido asesinado por unos ciudadanos cualesquiera: el
señor Calvo Sotelo ha sido asesinado por agentes de la autoridad.»
El
Presidente: «Piense su señoría que se trata de un suceso que está
sometido en estos instante a la investigación de la Justicia. Su señoría,
anticipadamente, resuelve que la responsabilidad de este suceso corresponde a
personas investidas del carácter de agentes de la autoridad. Será ello así o no
lo será.»
Gil
Robles: «Es exacto, señor Presidente, que están actuando los Tribunales
de Justicia; pero los diputados tenemos, no sólo el derecho, sino la
obligación, de traer aquí, como la hubiésemos llevado a la sesión pública, si
nos hubiese sido posible, esta acusación categórica y terminante. ¿Qué importa
que la censura lo haya tachado y haya obligado a decir a los periódicos que los
autores de ese asesinato han sido unos individuos, si en la conciencia de todos
está la verdad de lo ocurrido? Han sido determinados agentes de la autoridad,
que probablemente el mismo Cuerpo a que pertenecen estará deseando en estos
momentos que sean expulsados, que sean arrojados de su convivencia. Pero lo que
no puede negarse, señor presidente y señores diputados que me escucháis, es que
el señor Calvo Sotelo se resistió a entregarse a los que llegaban a su
domicilio, y que únicamente cuando uno de ellos le exhibió un carnet en que
acreditaba su condición de oficial de la Guardia Civil, el señor Calvo Sotelo
se entregó. ¿Y es que cuando ocurre un suceso de ese volumen y de esa magnitud
un Gobierno puede decir: lo he entregado simplemente a un juez para que
investigue, sin haber tomado ninguna medida para ver quiénes habían sido esos
oficiales que han ido con la camioneta y acompañando a los guardias de Asalto,
los que habían dispuesto el servicio, los que han estado reclutando voluntarios
entre determinada compañía o determinada sección del teniente Castillo, para
con ellos ir a ejercer una represalia y una venganza sobre la persona del señor
Calvo Sotelo? Cuando todo esto ocurre, el Gobierno ¿no tiene que hacer otra
cosa que publicar una nota anodina, equiparando casos que no pueden equipararse
y diciendo que los Tribunales de Justicia han de entender en el asunto, como si
fuera cosa baladí que un jefe político, que un jefe de minoría, que un
parlamentario, sea arrancado de noche de su domicilio por irnos agentes de la
autoridad, valiéndose de aquellos instrumentos que el Gobierno pone en sus
manos para proteger a los ciudadanos; que le arrebaten en una camioneta, que se
ensañen con él, que le lleven a la puerta del cementerio, que allí le maten y
que le arrojen como un fardo en una de las mesas del Depósito de cadáveres? ¿Es
que esto no tiene ninguna gravedad? ¡Ah!, señores del Gobierno; vosotros, en
estos momentos, habéis creído que todo lo tenéis libre con nombrar un juez, con
dictar una nota y con acudir el día de mañana a que la pasión política os dé un bill de impunidad en forma de voto de confianza.
Tened la seguridad de que eso no se limpia tan fácilmente.»
* * *
Gil
Robles recuerda las palabras que pronunció Calvo Sotelo un día en respuesta al
Presidente del Consejo, «que son la mayor glorificación del diputado y la mayor
condenación para el Gobierno, al que alcanza de pleno la enorme responsabilidad
moral de patrocinar una política de violencia que arma la mano del asesino; de
haber, desde el banco azul, excitado a la violencia; de no desautorizar a
quienes desde los bancos de la mayoría han pronunciado palabras de amenaza y de
violencia contra la persona del señor Calvo Sotelo.» «Tened la seguridad de que
la sangre del señor Calvo Sotelo está sobre vosotros, y no os la quitaréis
nunca; sobre vosotros y sobre la mayoría. ¡Triste sino el de este régimen si
incurre, frente a un crimen de esa naturaleza, en el error tremendo de
pretender paliar los acontecimientos! Si exigís las debidas responsabilidades,
si actuáis rápidamente contra los autores del crimen, si ponéis en claro los
móviles, ¡ah!, en ese caso quizá, y no lo lograréis en todo, quedará
circunscrita la responsabilidad a los autores; pero si vosotros, con
habilidades mayores o menores, tratáis de paliar la gravedad de los hechos,
entonces la responsabilidad escalonada irá hasta lo más alto y os alcanzará a
vosotros, como Gobierno, y caerá sobre los partidos que os apoyan como coalición
del Frente Popular, y a todo el sistema parlamentario, y manchará de barro y de
miseria y de sangre al mismo régimen. En vosotros está.»
«Después
de todo, pocas palabras voy a tener que pronunciar en el día de hoy; quizá muy
pocas palabras más hayamos de pronunciar en el Parlamento. Todos los días, por
parte de los grupos de la mayoría, por parte de los periódicos inspirados por
vosotros, hay la excitación, la amenaza, la conminación para aplastar al
adversario, a realizar con él una política de exterminio. A diario la estáis
practicando: muertos, heridos, atropellos, coacciones, multas, violencias...
Este período vuestro será el período máximo de vergüenza de un régimen, de un
sistema y de una nación. Nosotros estamos pensando muy seriamente que no
podemos volver a las Cortes a discutir una enmienda, un voto particular, un
proyecto más o menos avanzado que presentéis, como para dar a entender a la
opinión pública, que aquí todo es normal, que aquí la oposición cumple su
papel, que éste es el juego corriente de los sistemas políticos. No; el
Parlamento está ya a cien mil leguas de la opinión nacional; hay un abismo
entre la farsa que representa el Parlamento y la honda y gravísima tragedia
nacional.
«Nosotros
no estamos dispuestos a que continúe esta farsa. Vosotros podéis continuar; sé
que vais a hacer una política de persecución, de exterminio y de violencia de
todo lo que signifique derechas. Os engañáis profundamente: cuando mayor sea la
violencia, mayor será la reacción; por cada uno de los muertos surgirá otro
combatiente. Tened la seguridad, esto ha sido ley constante de todas las
colectividades humanas, de que vosotros, que estáis fraguando la violencia,
seréis las primeras víctimas de ella. Muy vulgar por muy conocida, pero no
menos exacta, es la frase de que las revoluciones como Saturno, devoran a sus
propios hijos. Ahora estáis muy tranquilos, porque veis que cae el adversario.
¡Ya llegará un día en que la misma violencia que habéis desatado se volverá
contra vosotros!» «(Un diputado: «Ya llegó en octubre»). «De lo de octubre,
hablaremos, y lo estoy deseando. Lo único que hacéis vosotros con lo de octubre
es estar todos los días paliando ante las masas el fracaso de vuestra política:
cuando al obrero no le dais pan, cuando al obrero le sumís en la miseria, lo
que hacéis es darle unos cuantos latiguillos sobre lo de octubre. ¡Dadle un
poco más de pan y un poco menos de literatura! (Otro diputado: «¿Por qué no se
lo ha dado el señor Gil Robles, con dos años que ha estado en el Poder?»)
«Atendimos a los obreros mucho más que vosotros. El paro ha aumentado
extraordinariamente en vuestras manos. Y dentro de poco vosotros seréis en
España el Gobierno del Frente Popular del hambre y de la miseria, como ahora lo
sois de la vergüenza, del fango y de la sangre. Nada más.»
* * *
El
ministro de Estado, Barcia, califica de monstruosos los términos en que se ha
expresado Gil Robles, «arrebatado hasta el paroxismo». «Para el jefe de la C.
E. D. A. —dice— la vida política nace con la llegada del Frente Popular al
Poder. ¿Qué hemos recogido nosotros, sino un país desesperado, que no tenía
hora de paz, y sobre el que la zozobra y la injusticia se cernían por todos
lados? Nosotros creíamos, y continuamos creyendo, que realizamos una gran
misión; que en el fondo servimos supremos intereses, ante los cuales no cabe
hablar para nada de cosas de partido. ¿No ha habido destitución de
gobernadores, de gestores y de alcaldes? ¿No las hay a diario, y todos,
absolutamente todos los resortes del poder han sido puestos al servicio de la
tranquilidad en lo que era posible, y de la justicia? ¿Qué representamos
nosotros, sino una protesta constante contra la violencia? Este Gobierno ni
inspira ni aplaude, ni puede tolerar, ninguna de esas campañas que propagan la
violencia. El Presidente del Consejo de ministros, cuando formulaba
determinadas expresiones no hacía sino afirmar un sentido absoluto de autoridad
y manifestaba que serla beligerante frente a la violencia.
Voy a
admitir, para efectos polémicos, como realidad inconcusa, que ciertas
individualidades de un organismo del Estado se hayan insurreccionado y
realizado los actos que su señoría le atribuye. ¿Cuál fue la actitud del
Gobierno y cuál es su deber? Desde el primer momento, tomar todas las medidas
que podía y tenía en sus manos, y tomadas están, e inmediatamente buscar el
juez de máxima jerarquía para que, entrando a fondo, sin detenerse en nada,
llegue hasta donde tenga que llegar, esclarecerlo todo. Al Gobierno no se le
puede pedir más que esto.
¿Responsabilidades?
Todas las que nos vengan, desde ahora aceptadas están. No hemos de eludir
ninguna, y si existen, reverentes con el sentido de la justicia y con las
sanciones que la opinión pública nos imponga, sabemos cuál es nuestra actitud.
Pero nadie que esté en su sano juicio podrá decir que haya la más mínima
relación entre estos hechos lamentables y actitudes del Gobierno que hayan
permitido actuaciones de organismos inferiores realizando hechos a todas luces
vituperables. No todos los hombres son perfectos, ni todas las instituciones
completas, y a los órganos del Estado, al Estado mismo y a la vida jurídica
española interesa más que a nadie que donde haya que poner el cauterio, se
ponga; donde haya que hacer amputaciones, se efectúen; todo, absolutamente
todo, menos que quede impune la subversión monstruosa que su señoría apuntaba.»
* * *
A
continuación, afirma Prieto que Gil Robles ha realizado un acto político, al
cual se sumaron dos factores: «estado pasional, a que es propicia su palabra,
y una premeditación que aparece muy clara a lo largo de su discurso». «Estimo,
naturalmente, injustas por completo todas aquellas imputaciones, más o menos
concretas, o más o menos diluidas, que el señor Gil Robles ha hecho, acusando
al Gobierno, no sé si de inducción o de encubrimiento, pero sí de una
responsabilidad accesoria marcadísima, no meramente política, en cuanto al
asesinato del señor Calvo Sotelo. En conciencia, declaro, conociendo a los
hombres que forman el Gobierno, que no entra en mi ánimo la más vaga sospecha
de su participación en una responsabilidad de ese género.»
«La
injusticia del señor Gil Robles parte de que al examinar la situación actual de
España, en cuanto a cuya gravedad todo disimulo sería ocioso, determina
arbitrariamente una fecha como comienzo de ese estado de perturbación que le
arrancaba tan violentos y elocuentísimos apóstrofes.
No quiero
dar a su señoría pretexto alguno para cierta finalidad que persigue: he visto
claro que el señor Gil Robles busca incluso la sombra del más minúsculo
incidente para adoptar una actitud extrema, que pudiera ser la retirada de las
fuerzas que él acaudilla de la función parlamentaria, a cuenta —él lo ha
declarado— de no sentirse con vigor espiritual suficiente para hacer frente a
la turbonada de violencia de los elementos de derecha, que, según él mismo ha
confesado, hoy desbordan de su posición política. No quiero dar pretexto a su
señoría para semejante cosa; de manera que mi declaración ha de quedar limitada
a decir que aquellas imputaciones que su señoría ha hecho al grupo
parlamentario socialista, las recogeremos, cuando la ocasión llegue, en el
salón de sesiones.
Es
lamentable el hecho referente al señor Calvo Sotelo. Sagrada era la vida del
señor Calvo Sotelo, indiscutible; pero no más, para nosotros, que la de
cualquier ciudadano que haya caído en condiciones idénticas. Y cuando su
señoría imputaba al Gobierno y a las fuerzas parlamentarias que le asisten ser
causantes, en un orden u otro, con responsabilidad directa o indirecta, según
quiera su señoría, de dicho suceso, acontecía que en su imaginación no había
sino una línea de víctimas: la que, por lo visto, afecta a su señoría por
razones de vinculación política. Nosotros las abarcamos todas, absolutamente
todas y por igual. La arbitrariedad de su señoría, repito, estaba en la fecha
que fijaba.
En los
mismos hechos de Asturias, ¡cuántos hay análogos, semejantes, iguales al que ha
costado la vida a nuestro compañero don José Calvo Sotelo! Fijémonos en uno de
relieve, por la nombradla de la víctima: el caso de Sirval es exactamente igual
al de Calvo Sotelo, y vosotros no tuvisteis entonces el valor de corregir
aquellos terribles excesos, sino que, en realidad, los aprobasteis, porque
llegasteis, indirecta o directamente, al encubrimiento; encubristeis a los
autores, los premiasteis, los glorificasteis, y cuando dabais ante España este
ejemplo de subversión moral que destruía los más fundamentales principios
jurídicos, ¡ah!, entonces no calculasteis que habíais sembrado una planta cuyo
tóxico os había de alcanzar también a vosotros. Ninguno de nosotros ha aprobado
los hechos que se están ahora realizando: los condenamos y los deploramos;
sabemos que nos duelen dentro y que nos afrentan fuera; pero para una
liquidación profunda y honrada de esta situación, su señoría no tiene derecho a
creer sus manos totalmente limpias y pulcras de responsabilidad mientras porfía
por enfangar las de los demás».
* * *
El
diputado comunista Díaz dice que la mayoría del pueblo español ha reconquistado
la República el 16 de febrero, «y lo que resulta claro y un hecho
incontrovertible es que, por parte de las derechas, no existe la resignación
necesaria para acatar los resultados del triunfo». «Pero no podemos consentir
que aquellos mismos hombres que, con responsabilidad de Gobierno, contemplaron
los terribles sucesos, quieran ahora aprovechar la muerte del señor Calvo
Sotelo, con móviles políticos, para empeorar la difícil situación que ellos han
creado a España y a la República.» «Yo creo que el Gobierno se ha quedado corto
al no meter la mano a fondo a los elementos responsables de la guerra civil
que hay en España. Por eso nosotros hemos presentado una proposición de ley
para que el Gobierno pueda declarar ilegales todas las organizaciones que no
acaten el régimen en que vivimos, entre ellas Acción Popular, que es una de las
más responsables de la situación, y los periódicos que la representan. No
queremos venganza, pero sí queremos justicia; cuando se haga lo que pedimos no
habrá guerra civil, porque los responsables de los atentados sois vosotros, los
de la derecha, con vuestro dinero y vuestras organizaciones. Por tales actos,
vuestro puesto no debiera estar aquí, sino en la cárcel.»
«La
situación actual no es heredera de la anterior», afirma Pórtela, rectificando
al ministro de Estado. «En aquella que yo presidí se vivió en régimen de
libertad y de pleno respeto a las garantías constitucionales y con libertad de
prensa absoluta, y con orden, y paz, y entregué el Gobierno en la plenitud de
sus medios a quien me sustituyó y cada uno en su puesto. Pero no es esto lo que
me mueve a hacer uso de la palabra, sino el deseo de invitaros a reflexionar.
¿Vamos a continuar así? ¿Es posible continuar así? Esta situación es inestable,
cruda, hiriente, expuesta a la explosión, con el temor en la calle, en el
hogar. ¿Se puede prolongar indefinidamente, con estrago para España y para la
República? Piénsese que el hecho que lamentamos y condenamos puede abrir un
nuevo ciclo en la Historia de España. ¿No os preocupa la patria? ¿No la habéis
de poner, en estos momentos de gravedad, por encima del apasionamiento
político? ¿No vale la pena de que unos y otros meditemos sobre el porvenir y
que ante esa situación de zozobra, llena de angustia y temores, tratemos de
remediarla? Creo que hasta por egoísmo personal estamos obligados unos y otros
a decir: ¡Alto el fuego! Se engañarán los que crean que de esta situación de violencia
puede venir la tranquilidad. Triunfará una u otra fracción; después vendrá la
reacción del otro lado. Así nunca habrá paz en España. Pero el Gobierno ha
dicho que es un beligerante, y con esa cualidad, el recurso extremo de la
suspensión de garantías, que es para ser ejercido con serenidad, con mesura,
sin pasión, nosotros no le podemos dar el voto que solicita.»
* * *
El
regionalista catalán Ventosa afirma que la suspensión de garantías ha de representar
de una manera evidente un arma, un medio para que el Gobierno pueda conseguir
la normalidad pública, y ello exige que el Gobierno al que se le conceda sea
la representación de todos los ciudadanos, sin excepción alguna. Un Gobierno no
ha de ser nunca beligerante, ya que ser beligerante significa tanto como saltar
por encima de la ley para conseguir el triunfo y para imponerse a aquel que
luche contra él, y el Gobierno no tiene que apartarse jamás del camino de la
ley; por el contrario, tiene que imponer el principio de autoridad.» «Nosotros
no podemos otorgar a un beligerante —porque ello sería tanto como amparar su
actuación con una complicidad nuestra— un recurso excepcional, que no
negaríamos, ciertamente, a un Gobierno que se hubiera movido dentro de la
esfera de la ley y del derecho.» «Hay otra razón que justifica también nuestra
actitud, y es el notorio fracaso de la actuación del Gobierno.» «La situación,
lejos de mejorar en los últimos meses, en los cuales el Gobierno ha tenido el
recurso de la suspensión de garantías, ha empeorado, haciéndose, realmente,
insostenible.» «A propósito de esto se ha hablado de que antes habían ocurrido
hechos lamentables y de que el señor Gil Robles o el Gobierno de entonces, que
tuvieron bajo su mando en aquella ocasión la fuerza pública, no estaban exentos
de responsabilidad en aquellos hechos. Yo he de decir que a mí me parece una
argumentación inadmisible. No quiero examinar si lo de hoy tiene las mismas
características que lo que pudiera ocurrir antes; si la represión de un movimiento
revolucionario, o los excesos que puedan haberse cometido —o no haberse
cometido— en la represión de aquel movimiento revolucionario pueden equipararse
a lo que haya ocurrido ahora. Me es igual. Lo que yo digo es que no se puede
embarullar esta situación, ni dificultar la exacción de responsabilidades, para
buscarle remedio alegando que antes se cometieron tales o cuales hechos, más o
menos luctuosos o reprobables que los que se realizan hoy. No; me es igual que
se cometieran antes de 1934 o después de 1934. Me basta saber una cosa, que el
mismo señor Prieto ha proclamado, singularmente, en el discurso que pronunció
en Cuenca.» «Puedo hablar con alguna autoridad, porque desde que triunfó el
Frente Popular en 16 de febrero, en todos los actos en que he tomado parte he
llamado la atención de todos sobre la necesidad de instaurar un ambiente de
convivencia y de restablecer en los españoles el estado de solidaridad, sin el
cual no puede haber unidad para ninguna acción constructiva.» «Todo
ofrecimiento de colaboración a esa obra de concordia ha sido desdeñosamente
rechazado. No me importa: contento estoy de haberlo hecho; dispuesto a
perseverar en la misma conducta. Pero os digo que en la situación presente y en
el ambiente de violencia que existe, que si hay alguna persona que no es
adecuada para restablecer la convivencia civil entre los españoles y para poner
término al espíritu de guerra civil que existe, ésa es el presidente del
Consejo de ministros, señor Casares Quiroga. Por su pasión, por su espíritu,
por las características de su personalidad, es un hombre más bien apto para
encender la guerra civil y la discordia que para restablecer la normalidad, que
todos dicen que anhelan.» «Por ello, nosotros no podemos concederle un voto de
confianza.» «Situación de violencia. ¿En la calle? Indudable. ¿En el
Parlamento? Todos recordamos los tumultos producidos por elementos que forman
parte de la mayoría gubernamental, de la cual han partido insultos, injurias,
ataques e incitaciones al atentado personal constantemente. ¿Es que, después de
ello, estos mismos elementos están capacitados y autorizados para hablar de
convivencia?» «Condenando por igual todos los actos de violencia, os he de
decir que no es posible establecer una relación en la execración y en las
características entre el asesinato del señor Calvo Sotelo y otros hechos
violentos que se hayan producido. Aquél tiene características especiales, no
sólo por la condición extraordinaria de la persona, sino también por las
circunstancias en que el hecho se ha producido.»
Después
de confirmar las conversaciones con Gil Robles y Calvo Sotelo, a propósito de
la confidencia que recibió de éste sobre el cambio en los agentes de su
escolta, Ventosa prosigue:
«El
ministro de Estado decía, y el presidente de las Cortes también: «No se puede
decir si han sido o no agentes de la autoridad», y el ministro de Estado
añadía: «El Gobierno ha hecho desde el primer momento cuanto podía hacer.» Yo
me permito decir, con todo respeto, que después de estos detalles que producen
turbación en el espíritu, después del hecho de que hayan sido gentes vestidas
como agentes o como guardias de Seguridad, a estas horas el Gobierno tendría
que decir si lo son o no lo son, y la opinión debería saberlo claramente. «No
es posible que permanezca en la incógnita de un largo sumario. Detenido el que
conducía el coche con una pista perfectamente marcada, a estas horas la opinión
pública debía saber si eran o no eran los autores individuos del Cuerpo de
Asalto. En primer término, los más interesados en que se efectúe esta
depuración son el propio Cuerpo de Asalto y el Gobierno. Por consiguiente, es
necesario que inmediatamente se diga si realmente son agentes de la autoridad
los que han cometido el asesinato con todas las agravantes de alevosía,
nocturnidad, abuso de fuerza y de su condición de agentes de la autoridad, es
indispensable que la sanción se aplique inexorablemente, sin tardanza ni
demora. Puede haber otros hechos de violencia que conmuevan a la opinión
pública. Ninguno como éste de un diputado que ha tenido una actuación destacada
en el Parlamento, de un representante de una fuerza de opinión en pugna con la
que está en el Gobierno, que es asesinado por quienes aparecen como agentes de
este Gobierno.» «Nosotros aceptamos que un Gobierno representante de los que
triunfaron en las urnas gobierne de manera efectiva; pero gobernar no significa
ser beligerante contra ninguna tendencia, aunque sea adversa al régimen;
gobernar no significa usar arbitraria y abusivamente de los recursos del Poder
para ejercer una política de persecución; gobernar no significa ampararse en
una parte de la opinión pública, en la que le ha dado los votos, y dejar a la
otra parte del país sin el amparo de los derechos y de las leyes. Como nosotros
estimamos que la política seguida por el Gobierno actual en estos diversos
extremos no responde a esta finalidad esencial, no podemos concederle los
recursos excepcionales que solicita.»
El
ministro de la Gobernación, Moles, corrobora que Calvo Sotelo le formuló una
queja respecto a la conducta de dos agentes encargados de su custodia, y la
atendió en el acto. Se designaron para su escolta los agentes que él deseaba.
En relación con las diligencias para descubrir a los autores del asesinato,
«hay —dice el ministro— varios individuos del Cuerpo de Asalto a disposición
del Juzgado, que han quedado separados del servicio. Es lo único que puedo
decir.»
* * *
Por
Izquierda Republicana, Marcelino Domingo «se asocia al dolor que significa la
pérdida de uno de nuestros compañeros, y al que supone la pérdida de todos los
que caen víctimas de este estado de violencia». Se lamenta de los términos en
que se ha producido la oposición, «con lo cual se excitan los ánimos, se
envenena la guerra y se extreman las diferencias». En forma parecida se
expresa Corominas, de la Esquerra. Pregunta: «¿Cómo han de acabar nuestras
discordias? ¿Cómo hemos de poner término a este estado de cosas, que está
desacreditando y deshonrando a nuestro país, si no hay confianza, no en las
ideas, pero ni siquiera en los actos de la autoridad de quienes la encarnan?
¿Pondremos fin a esta situación lanzándonos a la calle unos contra otros?»
«Los
hombres de la minoría agraria -exclama el diputado Cid— vienen recabando de
los Gobiernos del Frente Popular que pongan término a la caza de unos españoles
por otros. Al pedir esto, no coartábamos en lo más mínimo las facultades y
medios del Gobierno para acabar con esta situación; por consiguiente, si el
señor Prieto y el Gobierno estimaban que la primera arma a emplear era proceder
contra los hombres que consideraban responsables por su pasada actuación
ministerial, pudieron hacerlo. Si el Gobierno tenía en sus manos los medios
para acabar con este estado de oprobio, exigiendo esas responsabilidades,
nosotros lo hubiéramos acatado. Yo no lo hubiera rehuido, porque soy hombre que
responde siempre de sus actos. Deseando estoy que llegue el momento de discutir
lo que pasó en octubre.»
«Se han
concedido prórrogas al estado de alarma, que no ha servido para nada, como no
sea para utilizarla con determinados fines políticos y partidistas: Y así hemos
llegado a donde hemos visto; a la excitación de la plebe y de la masa, a tomar
represalia con quien nada tiene que ver con la muerte de una persona.» «Condeno
por igual todos los crímenes, guardo mi repulsa y mi execración para sus
autores morales y materiales, y mi conmiseración para quien en un momento de
inconsciencia —se refiere al diputado socialista Galarza— pudo declarar lícito
y plausible el atentado personal contra el señor Calvo Sotelo. Se comete un
error gravísimo al rodear de silencio el suceso, en vez de dar los nombres de
los autores del crimen. Este Gobierno no merece la confianza que solicita, pues
por sus debilidades y claudicaciones, en sus manos se están deshaciendo España
y la República. Por todo lo cual no podemos prestar nuestro voto para la
prórroga del estado de excepción.»
* * *
Gil
Robles se levanta para rectificar: «Me ha ahorrado buena parte de la tarca el
señor Cid al decir que desea a toda costa que cuanto antes se diluciden
responsabilidades y se trate a fondo el problema de Asturias. (El señor Aizpún: «Deseo al que yo me sumo.») Ya es ciertamente un
poco extraño que llevando estas Cortes varios meses reunidas, y habiendo sido
motivo principal de propaganda del Frente Popular la exigencia de esas
responsabilidades, no se haya tomado todavía ninguna determinación, como no sea
un conjunto de declaraciones platónicas de ciertos elementos del Frente Popular
y una proposición de ley elaborada por la minoría comunista, que si de mí
dependiera, mañana mismo se aprobaría, sin quitarle punto ni coma. Yo estaba
deseando que, de primera intención, como corresponde a vuestra significación
política, por el camino de las leyes, o fuera de ellas, hubierais ido
rápidamente a la exigencia de todo género de responsabilidades y a enjuiciar
nuestra conducta, erigiéndoos en Convención o creando Tribunales especiales,
como fuese, pues en mí no habríais encontrado dificultad de ninguna clase; lo
único que quiero es publicidad para todo lo que tenemos que decir.» «Decía el
señor Prieto que había que medir las responsabilidades de cada uno. Yo tengo
ganas de que se hable aquí de todo, para que se midan también las responsabilidades
de su señoría y la de todos aquellos que prepararon el movimiento
revolucionario y desencadenaron la catástrofe sobre España, sobre la República,
sobre Asturias, para que se pongan en claro las crueldades tremendas que en la
rebelión se produjeron, porque todo lo hemos de contar y exponer con
documentos, con testimonios fehacientes. También aportaremos los que se
refieran a extralimitaciones posibles, o probables, o seguras, de la fuerza
pública y aquellos otros encaminados a determinar la responsabilidad que cada
cual tuviera en la preparación o la inducción de ese movimiento. Entonces yo
aportaré pruebas y demostraré que si aquellos Gobiernos, los que primeramente
tomaron parte en la represión de los sucesos de Asturias, se apresuraron a
instruir unos procesos para poner en claro esas responsabilidades, no fue menor
la rapidez y el interés de quien en estos momentos os dirige la palabra, en
acuciar el celo de los jueces instructores para que esta instrucción se llevara
a cabo, y buena prueba de que el camino emprendido no era descabellado es que
habéis tenido que seguir el mismo insistiendo en algunos aspectos, pero
manteniendo las líneas esenciales de lo hecho por nosotros en aquella ocasión. Vamos
a discutir esto cuando sus señorías quieran, y no crea el señor Prieto que
estoy buscando un incidente para marchar de la Cámara. No es que busque ningún
incidente; es que nosotros, con nuestra conducta, no estamos dispuestos a dar
apariencia de normalidad a lo que no es más que una monstruosa persecución
realizada en nombre de la República.
Esto es
lo único que quería decir en la que probablemente será la última etapa de
nuestra actuación en estas Cortes; peto ello no será obstáculo (aun en el caso
de que, no buscando un incidente, sino obedeciendo a convicciones, tuviéramos
que marcharnos) para que aquí volviéramos precisamente el día que se tratara de
las responsabilidades de Asturias. Donde sea, en el Parlamento, ante un Tribunal,
en la plaza pública, cuando su señoría quiera vamos a discutir ese punto. Si
nos retiráramos de las Cortes, volveríamos exclusivamente para ello. Bien sabe
su señoría (y me hacía la justicia de reconocerlo) que no soy yo de los que
rehúyen responsabilidades; tampoco desafío a nadie; tengo conciencia plena de
mi derecho, y a él me atengo; que los demás hagan lo mismo y que de una vez se
acabe con esta ficción de exigir unas responsabilidades que en el fondo no os
atrevéis a plantear. Esto me interesaba decir en este instante.
Ha estado
muy en su punto que hiciera el señor Pórtela una invocación al sentido
patriótico y al sentido de colaboración. Bien está; pero nosotros no lo hemos
roto. Hemos venido a estas Cortes a pesar que muchos amigos nos decían que aquí
no teníamos nada que hacer, a asegurar el funcionamiento normal de los órganos
e instituciones actuales; pero, poco a poco, se nos va expulsando de esa legalidad;
poco a poco nuestros esfuerzos caen en el vacío; poco a poco las masas
españolas se van desengañando de que por el camino de la democracia no se
consigue nada. Y no se venga diciendo que esto es preparación de un complot o
ambiente favorable a ello. En las filas de los republicanos de izquierda, si no
en declaraciones en el Parlamento, sí en los pasillos, en conversaciones, en
órganos periodísticos, se habla constantemente de intentos o de conatos
dictatoriales; los partidos obreros están diciendo que la meta de sus aspiraciones
es llegar a la dictadura del proletariado. Cuando vosotros, representantes que
os decís los más genuinos de la democracia, estáis hablando de dictadura, ¿qué
os extraña que las gentes oprimidas estén pensando en la violencia, no para
aplastaros a vosotros, sino para librarse de la tiranía con que los estáis
oprimiendo? Vosotros sois los únicos responsables de que ese movimiento se
produzca en España. A las elecciones del 16 de febrero llevamos nosotros el
aliento de grandes partidos nacionales con un sentido plenamente democrático;
si ese sentido está muriendo en España, no es por nuestra culpa, sino por culpa
de los Gobiernos; porque lo que pudo ser posible en un momento, en vuestras
manos se convirtió en una farsa más.»
De nuevo
interviene Prieto. «Me parece arbitrario —insiste— que se fije la fecha del 16
de febrero como iniciación del período de anarquía. Antes se han cometido
desmanes similares a los de ahora. Los hechos que se discuten no se pueden
estimar como producidos por el uso de los poderes excepcionales que al Gobierno
le confiere el estado de alarma.» Llama la atención sobre el hecho «de ser ésta
la primera vez en la historia parlamentaria de que unas fuerzas que siempre han
ostentado el marchamo de gubernamentales, en la treintena de años que viene
actuando la Lliga Regionalista; es ésta la primera vez que la representación de
la hoy Lliga Catalana niega a un Gobierno resorte tan necesario, según juicio
del propio Gobierno, como la prolongación del estado de suspensión de
garantías. No hago más que registrar un hecho que no tiene precedentes.»
Ventosa,
de la Lliga Catalana, contesta con las siguientes palabras: «El señor Prieto
dice que desde que estamos en el Parlamento (y acepto el hecho como si fuera
totalmente exacto) es la primera vez que nosotros negamos los recursos
excepcionales que pide el Gobierno. Yo sólo he de responder al señor Prieto lo
siguiente: primero, que en los treinta años que llevo de vida parlamentaria no
recuerdo que España haya atravesado una situación de anarquía y de desorden
persistente y crónico como la que atraviesa ahora. Segundo, que la negativa de
nuestro voto a la petición formulada por el Gobierno obedece a las razones que
he expresado antes y que pueden condensarse diciendo que nosotros no tenemos
confianza en el Gobierno que ha de utilizar estos recursos excepcionales y como
una manifestación de esa falta de confianza está nuestro voto en contra.»
El
presidente da por terminado el debate. Se procede a la votación. Otorgan su
confianza al Gobierno: Fernández Clérigo, Vargas, Domingo. Palomo, Rico López,
Corominas, Álvarez del Vayo, Largo Caballero, Díaz Ramos, Araquistáin,
Prieto, Tomás y Piera y el presidente de las Cortes. En total, 13. Votan en
contra: Cid, Áizpún, Carrascal, Gil Robles y Ventosa.
Se abstiene Pórtela.
Al
terminar la sesión Gil Robles emprende viaje a Biarritz; el conde de Vallellano
en unión de Yanguas Messia marchan a una finca del
marqués de Albayda próxima a la frontera de
Portugal. Hacia el mismo destino sale el concejal Luis M. de Zunzunegui que
lleva en su coche al lider monárquico Goicoechea, a
quien le busca la policía para detenerle. Lerroux, avisado por un confidente se
dirige a Portugal y el catedrático y diputado socialista Luis Jiménez de Asúa,
prevenido por Prieto sale con dirección a Francia.
La
memorable sesión de la Diputación Permanente de las Cortes es la única y última
oportunidad parlamentaria que se ofrece a las oposiciones para enjuiciar en voz
alta la política del Frente Popular. Todos los oradores aluden a la guerra
civil no como un peligro hipotético, sino como realidad viva y patente. El acta
de la asamblea constituye una tremenda acusación contra el Gobierno y un
testimonio dramático y explícito de la tragedia que devora a España. Una y otra
vez se afirma que no es posible continuar así ni un día más; que las
condiciones vergonzosas y de ignominia en que se desarrolla la vida del país
son impropias de una nación civilizada y jamás conocidas en la historia
contemporánea; se dice también por quienes acataron lealmente a la República,
esforzándose por colaborar con el régimen, que han sido víctimas de una
persecución despiadada y al final arrojados del área republicana y expulsados
de la legalidad. Que impera la violencia, la política de exterminio y el
espíritu de guerra civil, fomentados por las constantes excitaciones al
atentado y al desorden. Que la investidura parlamentaria no sirve para nada,
los derechos ciudadanos carecen de garantías, los principios democráticos son
papel mojado, las Cortes una farsa y que el camino de la democracia sólo lleva
al engaño y a la desesperación. A la vista del espectáculo que ofrecen las
Cortes republicanas, un demócrata tan notorio como Salvador de Madariaga
reconoce que «el sistema parlamentario lleva inevitablemente a la demagogia»...
«No es auténticamente representativo, ni siquiera en el sentido estadístico...
Ha demostrado la imposibilidad de su aplicación desde el punto de vista técnico
y constituye un obstáculo para un buen régimen de gobierno».
Desacreditado
el sufragio, invalidado el Parlamento, asesinado por fuerzas servidoras del
Estado el Jefe más representativo de la oposición, aceptada la violencia y la
beligerancia como norma gubernamental, desatada la pasión sanguinaria, parecen
cerrados todos los caminos a las soluciones políticas y a la esperanza. Estas
son las conclusiones que se deducen del acta de la dramática sesión, que es
como un responso a las instituciones democráticas muertas a mano airada por
quienes se habían erigido en sus definidores y guardianes.
CAPÍTULO 95.EL EJÉRCITO DE MARRUECOS SE ALZA CONTRA LA REPÚBLICA
INTERVENCIÓN
DE SANJURJO PARA CONCERTAR LA ADHESIÓN DE LOS TRADICIONALISTAS AL MOVIMIENTO
MILITAR. — MOLA SEÑALA LA FECHA DEL 17 DE JULIO PARA INICIAR EL ALZAMIENTO EN
ÁFRICA. — ÚLTIMAS INSTRUCCIONES DE JOSÉ ANTONIO A LOS FALANGISTAS. — FRANCO SE
TRASLADA DESDE TENERIFE A LAS PALMAS Y DESDE AQUÍ EMPRENDE VUELO HACIA TETUÁN.
— CÓMO SE INICIÓ LA SUBLEVACIÓN EN MELILLA. — LOS ALZADOS EN ARMAS DOMINAN EN
POCAS HORAS TODA LA ZONA DEL PROTECTORADO. — ASPECTO DE MADRID LA VÍSPERA DEL
ALZAMIENTO. — EN LA MAÑANA DEL DÍA 18, EL GOBIERNO EN UNA NOTA RADIADA AFIRMA
QUE «SE HA FRUSTRADO UN INTENTO CRIMINAL CONTRA LA REPÚBLICA». — EN COMUNICADOS
CONTRADICTORIOS SE DA POR APLASTADA LA REBELDÍA Y SE DENUNCIA LA APARICIÓN DE
FOCOS EN LA PENÍNSULA. — «TODOS EN PIE DE GUERRA PARA DEFENDER A LA REPÚBLICA»,
DICE «LA PASIONARIA» EN UNA ALOCUCIÓN. — REUNIÓN EXTRAORDINARIA DEL GOBIERNO. —
LICENCIAMIENTO DE TROPAS Y CESE DE ALTOS MANDOS MILITARES. — LOS COMITÉS
NACIONALES DE LOS PARTIDOS SOCIALISTA Y COMUNISTA ORDENAN A SUS AFILIADOS QUE
SE DISPONGAN A LUCHAR EN LAS CALLES. — MOVILIZACIÓN DE MILICIAS Y EXALTACIÓN
REVOLUCIONARIA. — EMPIEZA LA GUERRA.
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