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CAPÍTULO 92.EN PLENA ANARQUÍA
En junio
de 1936, a los tres meses y medio de Frente Popular, España cruje de un extremo
a otro, azotada por un devastador huracán anárquico. Se ha perdido la
tranquilidad y la esperanza de recobrarla. Hervor de huelgas, desesperación,
hambres, cientos de miles de obreros en paro, cárceles abarrotadas, luchas a
tiros en las calles de las ciudades y en los pueblos, fiebre criminal,
asesinatos... Santander es una de las provincias más sacudidas por las
colisiones políticas: raro es el día sin su capítulo de balazos y víctimas. El
director del diario La Región, portavoz del Frente Popular, antiguo
suboficial del Ejército, Luciano Malumbres, es muerto
en un bar (3 de junio) por los disparos hechos por el estudiante Amadeo Pico.
Éste es liquidado a tiros pocas horas después, así como el maestro Pedro Cea,
acusado de fascista. La furia vengativa se prolonga en los días siguientes:
José Luis Obregón y Luis Cabañas, falangistas, cajero el uno e hijo del
director de la Real Compañía Asturiana el segundo, caen asesinados en la calle
cuando se dirigían a una iglesia.
Málaga se
ensangrienta con la guerra civil de los trabajadores. Los sindicalistas ordenan
la huelga general de las pesquerías, contra el parecer de comunistas y
socialistas. El presidente del Sindicato comunista y concejal, Andrés
Rodríguez, es muerto a balazos (10 de junio) en la calle Ancha del Carmen. La
U. G. T. impone la huelga general, en señal de protesta. Grupos de afiliados,
pistola en mano, obligan al cierre de comercios; encuentran al presidente del
Sindicato Metalúrgico, Miguel Ortiz Acevedo, y después de arrancarle a una hija
suya que lleva acunada en sus brazos, disparan contra él, matándole. A partir
de este momento, sindicalistas y socialistas luchan a tiro limpio, con bajas de
las dos partes. El vecindario, aterrorizado, se refugia en sus casas; las
calles quedan desiertas. Andrés Rodríguez es enterrado con un alarde de
milicias comunistas y socialistas uniformadas y pistolas al cinto. Cuando se
dirige al entierro el presidente de la Diputación y directivo socialista,
Antonio Román Reina, unos pistoleros de la C. N. T. lo asesinan. El gobernador
clausura los centros sindicalistas, y aunque la U. G. T. anuncia la vuelta al
trabajo, la huelga prosigue y se suceden los tiroteos, en uno de los cuales
mueren una niña, un sindicalista y un socialista. Al cabo de cinco días,
fuerzas de Asalto, llegadas de Madrid, con carros blindados, restablecen la
normalidad callejera. «El abismo que nos separa de la C. N. T. —dicen los
socialistas en una circular— ya no se podrá salvar nunca.» «Unámonos pide la
Unión General de Contribuyentes de Málaga, en un manifiesto —, antes de que el
país quede convertido en un montón de escombros.» Por su parte Solidaridad
Obrera escribe (13 de junio): «Sangre obrera ha regado la tierra. Pero esta vez
la sangre no ha sido derramada por los fusiles pretorianos. Las pistolas que
sembraban la muerte eran manejadas por obreros de fracciones distintas:
socialistas, anarquistas y comunistas... ¿A dónde vamos a parar si la guerra
civil entre los explotados adquiere carta de ciudadanía? Hay que reaccionar
enérgicamente contra este diálogo violento de las pistolas. ¡Así avanza el
fascismo, camaradas!»
No tan
cruenta, pero no menos acérrima, es la pugna entre las distintas sindicales por
el dominio de los trabajadores que se libra en toda España. Pero la más fuerte
batalla se riñe en Madrid, donde no sólo se disputa la hegemonía de las masas
obreras, sino también el dominio de la calle. La huelga de la construcción y
otras que ella origina paralizan a 105.000 trabajadores (10 de junio). El
conflicto tiene repercusiones inesperadas. El Ayuntamiento negocia con el
Comité de huelga para que los obreros del cementerio reanuden el trabajo, «pues
se agotan las sepulturas». La C. N. T. en su rigor prohibitorio llega hasta
impedir que se levanten las barracas de las verbenas en las que se ganan el
sustento gentes infelices acosadas por la vida. La huelga no se circunscribe a
la capital, sino que se extiende a toda la provincia. El Ministerio de Trabajo
reparte vales a los huelguistas para comidas en centros benéficos; pero muchos
obreros prefieren invadir restaurantes y tabernas, donde exigen que se les
alimente gratis. Grupos de huelguistas, secundados por mujeres y niños asaltan
comercios. Acaba la huelga de camareros (10 de junio) y comienzan la de
sastres, talleres de confección y obreros del ramo de la madera, éstos en
número de 15.000. El 16 de junio, los huelguistas de Madrid suman 120.000, y en
toda España se aproximan al millón, más ochocientos mil obreros parados
forzosos.
* * *
Salvador
de Madariaga hace la siguiente pintura de la situación de la capital de España
al comenzar el verano de 1936:
«Una organización de izquierda obrera se incautó del palacio de Gandía, en
Madrid, por la fuerza, izando en él la bandera roja. Había entrado el país en
una fase francamente revolucionaria. Ni la vida ni las propiedades contaban con
seguridad alguna. Es sencillamente ridículo explicar todo esto con las
consabidas variaciones sobre el tema del «feudalismo» y otras ingenuidades que
abarrotan las páginas de los numerosos libros consagrados a España en aquel
entonces. No era sólo el dueño de miles de hectáreas concedidas a sus
antepasados por el rey don Fulano el Olvidado, quien veía invadida su casa y
desjarretado su ganado sobre el campo, donde las llamas devoraban sus cosechas.
Era el modesto médico o abogado de Madrid, con un hotelito de cuatro
habitaciones y media y un jardín de tres pañuelos, cuya casa ocupaban obreros
del campo, ni faltos de techo ni faltos de comida, alegando su derecho a hacer
la cosecha de su trigo, diez hombres para hacer la labor de uno y a quedarse en
la casa hasta que la hubieran terminado. Era el jardinero de la colonia de
casas baratas que venía a conminar a la muchacha que regaba los cuatro rosales
del jardín a que se abstuviese de hacer trabajo que pertenecía a los jardineros
sindicados; era la intentona de prohibir a los dueños de automóviles que los
condujeran ellos mismos, obligándoles a tomar un conductor sindicado; era la
huelga de albañiles de Madrid, con una serie de demandas absurdas, con objeto
de mantener abierta y supurando la herida del desorden y el empleo de la bomba
y el revólver para los obreros contrarios al laudo contra los obreros que lo
habían aceptado...»
El
director de La Vanguardia de Barcelona «Gaziel» (Agustín Calvet) de
declarada simpatía azañista, describe de la siguiente
manera (12 de junio) el panorama español: «¿Cuántos votos tuvieron los
fascistas en España, cuando las últimas elecciones? Nada: una ridiculez... (N.
del A. No llegaron a 45.000). Hoy, por el contrario, los viajeros llegan de las
tierras de España diciendo: «Allí todo el mundo se vuelve fascista». ¿Qué
cambio es ése? ¿Qué ha ocurrido?... Lo que ocurre es, sencillamente, que allí
no se puede vivir, que no hay Gobierno; las huelgas y los conflictos, y el
malestar y las pérdidas, y las mil y una pejigueras diarias, aun descontando
los crímenes y los atentados, tienen mareados y aburridos a muchos ciudadanos.
Y en esta situación, buscan instintivamente una salida, un alivio, y no
encontrándolos en lo actual, llegan poco a poco a suspirar por un régimen donde
por lo menos parezcan posibles. ¿Cuál es la forma política que suprime
radicalmente esos insoportables excesos? La dictadura, el fascismo. Y he aquí
cómo sin querer, casi sin darse cuenta, la gente se siente fascista. De los
inconvenientes de una dictadura no saben nada, como es natural. De ellos
sabrían después, cuando hubiesen de soportarlos, y entonces se preocuparían de
ellos. Pero, de momento, no ven en esa forma de gobierno fuerte nada más que el
medio infalible para sacudirse las insoportables moscas de la relajación
presente. Y esto es lo único que les importa, hoy por hoy, como en verano no se
piensa en sacudirse el frío, sino exclusivamente el calor, y viceversa en
invierno... En todas partes y en todos los tiempos, las dictaduras se han
producido arriba cuando hubo anarquía abajo... El fascismo no tiene nada de
nuevo más que su nombre ocasional. Se trata de uno de los fenómenos más
antiguos de la historia política, y su verdadero nombre es reacción... Cada vez
que se pudre un estado social, de sus entrañas brota una dictadura férrea.
Fascismo es, en el caso de España y de Francia, la sombra fatal que proyecta
sobre el suelo del país la democracia misma, cuando su descomposición interna
la convierten en anarquía. Cuanto más crece la podredumbre, tanto más se
agiganta el fantasma. Y la preocupación alucinada que el frente popular
triunfante experimenta por el fascismo vencido, no es, por lo tanto, otra cosa que
el miedo de su propia sombra.»
Otro
escritor y jurisconsulto republicano, Ossorio y Gallardo, escribe en Ahora (30 de junio) lo siguiente: «Delante de mi casa hay una boca de riego. Desde
hace unos días, aproximadamente un mes, los dependientes municipales han
instalado una mangueta que hace oficios de fuente pública. La huelga de la
construcción impide remediar los desperfectos de las cañerías del Canal de
Lozoya, y aunque en el Canal no hay huelga, basta la otra para que esta
paralización se produzca, y lo roto, roto se queda por tiempo indefinido.
Contemplo la cola de aspirantes a llenar un recipiente bajo un sol abrasador...
Todas son personas humildísimas... De la situación actual nadie está contento.
Hablo con representantes de todos los sectores del Frente Popular y en la
intimidad de la conversación todos se muestran tan preocupados, tan inquietos,
tan acongojados, como las clases conservadoras. Esta es la verdad, la pura
verdad, aunque luego haya que disimularlo en servicio del partidismo. Y si esto
es así, ¿quién apetece el frenesí actual? ¿A quién aprovecha? Sólo tendría
explicación lo que vemos si los revolucionarios estuvieran seguros de ganar la
revolución. Mas serán muy ciegos si lo creen. En España no ganará el juego la
primera revolución, sino la segunda: la de la reedificación. Piensen sobre esto
los que hoy dan ocasión a las colas de gentes míseras, para las cuales, en
medio de la refinada civilización del siglo xx, ha
llegado a ser un problema angustioso beber agua.»
Al
cumplirse el primer mes de huelga, Madrid es un aduar. Muchos barrios carecen
de agua y el calor es tórrido. Infinidad de ascensores no funcionan. Zonas
enteras permanecen oscuras. Las fachadas y muros están embadurnadas y
empapeladas de letreros y carteles con excitaciones a la huelga, de alegorías
soviéticas y de gritos por la libertad del alemán Thaelman,
del brasileño Prestes y de otros nombres extraños de víctimas del fascismo. Un
manifiesto del Comité de huelga explica hasta qué extremos llega la inquisición
sindicalista. «Hasta la fecha hemos negado todos los permisos que se nos han
pedido para hacer trabajos en la construcción. Se han dado órdenes para que se
cierren todos los almacenes de materiales, las fábricas de mosaicos y azulejos;
todos los almacenes de cristal y todos los almacenes donde se despachan
materiales de fontanería; todas las tiendas de fumistería; todas las tiendas
donde se expenden materiales para instalaciones eléctricas, y en las droguerías
una vigilancia extrema para que no se expendan artículos de la construcción;
todas las fábricas de cerámica y tejeros; cementos y cuanto pueda perjudicar
nuestro conflicto.»
El
despotismo de la C N. T. es inexorable. No acepta la intervención del Jurado
mixto, ni más recurso que el de la acción directa, con lo cual — dice el
ministro de Trabajo— los conflictos sociales son insolubles. La mayoría de los
obreros anhelan reanudar su labor.
Aspiración
inútil mientras opinen de modo contrario los directivos sindicalistas. De
18.000 afiliados al gremio de la construcción, en la Casa del Pueblo, 17.500
votan a favor de la negociación en el Jurado mixto circunstancial (23 de
junio).
Su
petición la invalidan los caciques opuestos a todo arreglo. A los que se
lamentan de esta endemia anárquica y de la guerra civil entre obreros, Claridad (19 de junio) les contesta: «Si algo se echa de menos es un poco más de eso que
las derechas llaman caos y anarquía, y que en realidad sólo es la expresión
viviente e inquieta, pero no inquietante, de un nuevo orden social.
Desgraciadamente, en España ha habido y hay muy poca guerra civil y muy poca
revolución, muy poco desorden, muy poco caos y muy poca anarquía en el sentido
que a estas palabras atribuyen las derechas.»
El
ministro de Trabajo dicta un laudo (3 de julio) con la pretensión de resolver
el conflicto en un plazo de cuarenta y ocho horas, puesto que concede la semana
de cuarenta horas de trabajo, las vacaciones retribuidas y un aumento de
salarios. Los afiliados de la U. G. T. y los patronos se declaran conformes con
la disposición ministerial: de los obreros socialistas, 14.930 votan en favor,
y 4.592, en contra. La C. N. T. ordena seguir la huelga; por la noche estallan
cuatro bombas en otras tantas conducciones de agua. Claridad (7 de julio)
exhorta a la C. N. T. a que acepte el laudo, porque «las huelgas generales a
mano limpia, sin una preparación revolucionaria en el propósito político y en
los medios adecuados de lucha, han fracasado y fracasarán siempre». En efecto,
los afiliados a la U. G. T. acuerdan volver al trabajo; pero cuando se
presentan en las obras los pistoleros sindicalistas los ahuyentan. «El sistema
de la violencia como política de partido —comenta El Socialista (7 de julio) —
se va extendiendo en proporciones intimidantes y ninguna ventaja de orden
civilizador se desprende de la eliminación alevosa de ciudadanos. Un retroceso
psicológico nos ha conducido al «gangsterismo»
político, y, en términos generales, nos condolemos de esta degradación de
nuestros hábitos. El odio engendra el odio.»
Todos los
días anuncia el Gobierno que al siguiente se solucionará la huelga. Todos los
días los obreros de la U. G. T. deciden reanudar el trabajo. Sin embargo, el
conflicto se prolonga, porque la C. N. T. se opone y sus pistolas tienen la
última palabra. «Defendamos a la C. N. T. y a sus tácticas consustanciales,
escribe su órgano en la Prensa (29 de mayo): demostremos la falsedad de las
soluciones que se apartan de la simple y clara acción directa.»
La C. N.
T. es refractaria a reconvenciones y consejos. Su poder es absoluto y nadie
burla o elude sus consignas. La mayoría de las huelgas de España han sido
ordenadas por sus Comités. Solidaridad Obrera afirma (18 de junio): «Nuestro
organismo confederal no se dejará arrebatar, pase lo que pase, un milímetro de
terreno conquistado a base de luchas cruentas y de sacrificios heroicos.»
Escribe esto en el mismo momento en que 60.000 dependientes mercantiles de
Barcelona están en huelga, impuesta por el imperio de las pistolas. Cuando la
huelga de los marinos mercantes tiene inmovilizada en puertos nacionales y
extranjeros a la mayor parte de la flota. Huelgan los mineros de Riotinto y Aznalcóllar, los ferroviarios del Central de Aragón, los
dependientes mercantiles de Málaga; los tranviarios de Granada, Oviedo y Gijón.
En Guadix, los huelguistas se incautan de una fábrica de harinas, y en León,
del Diario de León. En muchos sitios se huelga por el gusto de no trabajar,
pues ni los mismos obreros saben por qué huelgan. Para muchos, la huelga es un
morbo; para otros, el mágico ungüento amarillo. Practican la huelga del hambre
los ciegos de Madrid, y hasta un encantador de serpientes que actúa en una
troupe de moros en la Exposición de Industrias Marroquíes de Granada. Pero sin
duda el conflicto laboral más extraordinario sucede en Atarfe (Granada) y
merece un editorial de El Sol (7 de julio). Se le ocurre a alguien
suscribir al Ideal — diario católico de Granada— al presidente de la Casa del
Pueblo, al de la Agrupación Socialista, al del Sindicato de Resistencia, al
alcalde, tenientes de alcalde y a varios concejales, todos izquierdistas, de la
mencionada localidad. Así que se reciben los primeros ejemplares, los
destinatarios se reúnen en la Casa del Pueblo para desfogar su indignación en
oratoria incendiaria por aquel obsequio, que consideran un ultraje. «Después
—dice El Sol—, como protesta, acordóse declarar la huelga general y paralizar todos los trabajos en el pueblo y los
campos contiguos y hacer cerrar el comercio. Comisiones numerosas recorrieron
calles, plazuelas, eras y cortijos, ordenando la suspensión de toda labor
manual. Quedóse el pueblo sin pan y sin comestibles;
los segadores suspendieron la siega, los operarios de las fábricas abandonaron
las naves de éstas. A tal extremo se ha llegado.» Por un lado, y con ribetes de
comicidad, se llega hasta tal extremo, mientras en Turón (Asturias) la huelga
sirve de amenaza a la Compañía Hullera, para obligarla a admitir a cuatro
mineros que fueron condenados por haber asesinado al ingeniero director de la
empresa, Rafael del Riego, y a dos empleados de la misma.
* * *
El de las
huelgas es un capítulo de la tragedia nacional, pero no el único. En el mes de
junio son incendiadas o asaltadas las iglesias de Bembibre (León), Villafranca
del Bierzo, Ríoseco del Peral (León); las de Santa
Cruz, de San Jaime y Santa Fe, en Palma de Mallorca; Caspe, Moaña (Vigo),
Belmonte (Cuenca), Alberich (Alicante), Bullas
(Murcia), Vilaseca (León), Cañero (Oviedo) y Matanza
(Tenerife). Escenarios de crímenes políticos son Sevilla, donde es asesinado el
director de la Prisión Provincial, Sebastián Avezuela;
Madrid, Fuente Pidra (Málaga), Gumiel de Izán (Burgos), Teis (Vigo),
Suances, Olmedo, Albacete. En Palenciana (Córdoba),
al degüello del guardia civil Manuel Sauces, en la Casa del Pueblo, suceden
desórdenes, cuya represión cuesta cuatro muertos. En cuanto a la supresión de
asistencia religiosa en asilos y hospitales, con la excepción de Navarra y
Vascongadas, son contadísimos en las demás provincias los centros benéficos
donde se tolera la presencia de religiosos. A las Hermanas de la Caridad del
Colegio de la Paz (Inclusa), de Madrid, la Diputación les obliga a abandonar el
establecimiento en el plazo de dos horas (10 de julio). De este modo se las
despide al cabo de ciento treinta y seis años de abnegada labor. El número de
asiladas atendidas por las religiosas es de 1.250. Los Ayuntamientos se
entretienen o ensañan en la creación de gravámenes sobre ceremonias o actos de
culto y en la designación de delegados para autorizar sermones o censurar a los
predicadores. Los toques de campanas, los entierros, bautizos y bodas, e
incluso las pláticas, son materia de impuestos.
En ruego
elevado al ministro de Justicia por los diputados cedistas de Valencia, se dice: «Cuarenta y un pueblos de la provincia de Valencia, con
una población de más de 100.000 almas, se hallan privados de toda asistencia
espiritual. Esta privación obedece a que han quedado cinco o seis de ellos,
después de los incendios, sin templo donde practicar el culto y sus alcaldes no
toleran la habilitación de otros edificios para practicarlo; en veintiocho, por
haber sido arbitrariamente clausurados por los alcaldes, con incautación de sus
llaves, y el resto, a la expulsión por los alcaldes de todos los sacerdotes; en
total, ochenta y ocho, que en dichos pueblos ejercían sus ministerios. La expulsión
ha sido seguida en muchos casos de la incautación de las iglesias.» En Cádiz, y
para dar cumplimiento a un acuerdo del Ayuntamiento, los obreros municipales
derriban (7 de julio) la estatua del Obispo Fray Domingo de Silos, benedictino,
gran benefactor de la ciudad. La estatua se alzaba frente a la catedral,
fundada por el prelado.
La vida
española en la calle, en los actos públicos y aun en los privados, adolece de
zafiedad, grosería, odio y violencia. Miguel de Unamuno describe la
degeneración ciudadana con las siguientes palabras (Ahora 8 de junio): «Hace
unos días hubo aquí, en Salamanca, un espectáculo bochornoso de una Sala de
Audiencia cercada por una turba de energúmenos dementes que querían linchar a
los magistrados, jueces y abogados. Una turba pequeña de chiquillos —hasta
niños a los que se les hacía esgrimir el puño— y de tiorras desdentadas, desaseadas, brujas jubiladas y una con un cartel que decía: «¡Viva
el amor libre!» Y un saco. Que no era, ¡claro!, del que se libertó el amor. Y
toda esta grotesca mascarada, reto a la decencia pública, protegida por la
autoridad. La fuerza pública recibió órdenes de no intervenir sino después de
agresión consumada. Método de orillar conflictos que no tiene desperdicio. Toda
esta selvática representación revolucionaria está acabando de podrir, hasta
derretirlos o pulverizarlos, a los famosos burgos podridos. Y la famosa
revolución está arrojando a las ciudades la podredumbre que no cabe en los
burgos y que se maja con la podredumbre urbana, sobre todo con la arrabalera.»
De allí a
poco, Unamuno enjuicia en otro artículo (Ahora, 3 de julio) la situación de
España. Puede decirse que es su último comentario político. Partiendo de la
realidad del momento se remonta hasta el origen del engaño y sigue el curso de
la corrupción democrática hasta su final.
El artículo se titula «Justicia y bienestar». Dice así «Antes, y
como para hacer boca —mejor, oído —, vaya un racimito, a modo de pequeños
botones de muestra, de frutos de la tan cacareada revolución.
Pasa por
la plaza una muchachita, acompañada de un familiar, cuando un zángano mocetón
se divierte en hacerle una mamola. El familiar se vuelve a reprenderle; el
mocetón se insolenta y el otro arrecia en la reprensión. Y entonces, ante el
grupo de curiosos que se arremolina, ¿qué se le ocurre al zángano? Pues ponerse
a gritar: «¡Fascista! ¡Fascista!». Y esto basta para que el reprensor tenga que
escabullirse, no fuera que le aporrearan los bárbaros.
Otro día,
en un rincón de una calle, sorprende un guardia municipal a otro mozallón
haciendo necesidades; se le acerca, no a multarlo, según piden las Ordenanzas,
no, sino a llamarle la atención, y el necesitado, al verlo venir, se yergue y
le espeta un «¡Que soy del Frente Popular!»
Otra vez,
un matrimonio, joven, en gira de turismo, entra en una iglesia, sin gente
entonces, y a poco, husmeando no se sabe qué, entran tres chiquillos como de
diez a doce años, y exclama uno, alzando el puño; «¡Maldito sea Dios!» Y el
otro: «Hay que darles unas hostias.» Y como estos tres sucesos, recogidos aquí,
muchos más de la misma laya.
Y no se
hable de ideología, que no hay tal. No es sino barbarie, zafiedad, sociedad,
malos instintos, y lo que es para mí, al menos— peor, estupidez, estupidez,
estupidez. De ignorancia no se hable. He tenido ocasión de hablar con pobres
chicos que se dicen revolucionarios, marxistas, comunistas, lo que sea, y
cuando, cogidos uno a uno, fuera del rebaño, les he reprochado, han acabado por
decirme: «Tiene usted razón, don Miguel; pero ¿qué quiere usted que hagamos?»
Daba pena oírlos en confesión. Pero luego se tragan un papel antihigiénico en
que sacian sus groseros apetitos y ganas ciertos pequeños burgueses que se las
dan de bolcheviques y de lo que hacen servil ganapanería populachera.
Tragaldabas que reservan ruedas de molino soviético para hacer comulgar con
ellas a los papanatas que les leen. ¿Papanatas? Otra cosa. Que así como se leen
los clandestinos libritos pornográficos para excitarse estímulos camales, así
se leen esas soflamas para excitarse otros instintos. La doctrina es lo de
menos.
Esto, en
los bajos fondos. ¿Y más arriba? Recuerdo que después de aquellas
Constituyentes, de nefasta memoria —Dios me perdone — , votaron —el que esto
suscribe no lo votó ni asistió a aquellas sesiones— aquel artículo 26 —el
artículo 26 de la Constitución republicana prescribía la extinción del
presupuesto del clero y la disolución de ciertas Órdenes religiosas y una ley
especial para las permitidas— , en que se incluyó mucho evidentemente injusto,
como se lo reprochara yo a uno de los prohombres revolucionarios, hubo de
decirme: «Si, es injusto; pero aquí no se trata de injusticia, sino de
política.» Y me dio a entender que cierta injusta medida persecutoria se daba
para proteger a los perseguidos contra otras persecuciones populares en caso de
no tomar la medida. Que es como si un Tribunal de justicia dijese: «Le hemos
condenado a muerte porque, si no, la turba le saca de la cárcel y le lincha.»
Curioso argumento que no deja de aplicarse.
La
política no puede confundirse con la justicia. Es la razón de Estado; la
tiranía, mucho peor cuando es lo que llaman democrática que cuando es regia o
imperial. Y tampoco debe confundirse con la economía, o sea, con el bienestar.
Celebraba el prohombre una comida con otros hombres de pro, y como se hablara
de la ruina de la economía nacional, de cómo se iba a arruinar al país coa
ciertas medidas, hubo de decir aquél que la política no debía guiarse por
postulados económicos y que un pueblo no ha de arredrarse de una política de
nivelación social porque ello le empobrezca y arruine. Y dos de los amigos —y
consejeros— del prohombre salieron diciéndose el uno al otro: «¡Nos
equivocamos!» Y tanto como se equivocaron. Equivocación que empiezan muchos a
reconocer.
Cada vez
que oigo que hay que republicanizar algo me pongo a temblar, esperando alguna
estupidez inmensa. No injusticia, no, sino estupidez. Alguna estupidez
auténtica, y esencial, y sustancial, y posterior al 14 de abril. Porque el 14
de abril no lo produjeron semejantes estupideces. Entonces los más de los que
votaron la República ni sabían lo que es ella ni sabían lo que iba a ser «esta»
República. ¡Que si lo hubieran sabido!...
Iba a
terminar estas notas al vuelo diciendo algo del propuesto Gobierno nacional
republicano. Pero no puedo hacerlo. Y no puedo hacerlo, porque empiezo a no
saber ya qué es eso de nacional, y cuanto más tratan de explicármelo, menos lo
sé. Y en cuanto a lo de republicano, hace ya cinco años que cada vez sé menos
lo que quiere decir. Antes sabía que no sabía yo qué quiere decir eso; pero
ahora sé más, y es que tampoco lo saben los que más de ello hablan. Y como no
sé qué pueda ser eso de Gobierno nacional republicano, me abstengo de opinar
sobre él.» Miguel de Unamuno.
Los jefes
marxistas han perdido el control de las masas trabajadoras, influidas o
contagiadas en este momento por el ejemplo de Francia. Allí el Frente Popular
alcanza el apogeo de su fuerza y de su virulencia. Los desórdenes que conmueven
a la nación vecina culminan con la incautación de fábricas, fórmula nueva de la
lucha social, a juicio de Jouhaux, secretario de la
Confederación Nacional de Trabajadores. «Se trata —dice — del triunfo más
grande que registran los anales del sindicalismo.» Pero León Blum, sobre quien
pesa la responsabilidad de la jefatura del Gobierno, afirma que «la crisis
social hace subir la fiebre del pánico y descompone la economía nacional». Los
hombres y periódicos más apasionados del Frente Popular elogian y admiran los
excesos sociales de la vecina república y los brindan como modelo a los
gobernantes españoles para que lo copien o imiten aquí. Esto pide el exministro
Álvaro de Albornoz en el Ateneo de Madrid (30 de mayo). «Estas Cortes del
Frente Popular — exclama— o son las Cortes de la gran revolución nacional o no
serán más que un lánguido capítulo más en la desdichada historia de nuestra
decadencia parlamentaria. Este Gobierno, o es el de la revolución española o
dentro de poco no quedará de él más que los trajes y los sombreros». «¡Qué
responsabilidad, comenta El Sol (24 de junio), la de estos hombres que
olvidando su pasado, se han trocado brusca, inesperadamente, sin razón ni
fundamento en apóstoles de la subversión y en panegiristas del desorden
destructor y anárquico!»
Las
preocupaciones que más desazonan y agobian al Gobierno español se las
proporcionan sus aliados frentepopulistas, autores de
los desmanes. Los ministros, en Consejo, o en su esfera de acción personal,
prometen una y otra vez adoptar medidas para desarmar a los criminales, acabar
con los conflictos ilegales, con los abusos de la suplantación de autoridad y
con el bandidaje del Socorro Rojo en las carreteras. Las promesas no se cumplen
y los desafueros siguen: la única represión verdadera es la que se ejercita
contra las derechas. Afiliados a éstas, sin distinción de partidos, abarrotan
las cárceles, y la acusación que a todos los perseguidos unifica es la de
fascista. A veces, un simple episodio define hasta dónde se inclinan las
simpatías y los sentimientos de los gobernantes. Muere en Almería, de enfermedad,
el comandante de Infantería Pedro Romero, instructor de las milicias marxistas.
Participó en la revolución de Jaca, perteneció al Gabinete militar de Azaña e
intervino en la organización de la insurrección de octubre. Era comunista. Al
entierro asisten los pioneros y las milicias comunistas y socialistas,
uniformadas, con banderas. «Cubriendo el coche fúnebre —dice Mundo Obrero— se
colocó una gran bandera roja del Comité provincial del Partido Comunista, y
sobre ella una estrella roja de flores naturales, con la hoz y el martillo
simbólicos.» Que un jefe militar en activo sea enterrado en estas
circunstancias acredita la atmósfera que envuelve a España. Pero no es
bastante. Presiden el entierro, con el hermano del muerto, el jefe del Gobierno
y ministro de la Guerra, Casares Quiroga, en compañía de cuatro ministros. Ante
ellos desfilan las milicias juveniles, puño en alto.
Nadie
acertaba a ver un futuro político razonable y conveniente. El Congreso Nacional
Extraordinario de Unión Republicana que se celebra en el Teatro Español de
Madrid transcurre entre grandes escándalos (29 de junio). Su presidente,
Martínez Barrio, afirma: «La realidad española es dura y amarga. Un pueblo
puede vivir, por desgracia, en situaciones económicas de franca inferioridad y
soportar con fe su infortunio pensando en el mañana esplendoroso. Lo que no
puede es vivir en estado de constante insurrección.» Y añade: «Si la República
fracasa en manos de republicanos, no les quedará a éstos más que un camino
honrado y honroso: desaparecer de la República.» La solución pudiera ser
—apunta — «la colaboración gubernamental con los socialistas, incluso cediendo
a éstos la dirección».
La
escisión del socialismo se manifiesta otra vez con enorme alboroto en las
elecciones para cubrir seis vacantes de la Comisión Ejecutiva del partido (30
de junio). Encabezan las candidaturas González Peña, por la fracción Prieto, o
centrista, y Largo Caballero. La Mesa escrutadora concede el triunfo a la
candidatura de los centristas. A Peña se le reconocen 10.933 votos, y a Largo
Caballero, 2.876, después de invalidarle 7.442 sufragios, por referirse a
cargos no vacantes y acreditar indisciplina en los electores. Los desplumados
ponen el grito en el cielo.
«Han dado
un pucherazo innoble —comenta Largo Caballero—. La elección ha sido una
superchería.» «De aquí en adelante —escribe Claridad (2 de julio) —, ¿quién
podrá presentar como modelo de pulcritud democrática al partido socialista? Las
elecciones son un padrón de ignominia. Tal vileza no la comete ni el más brutal
partido fascista con sus adeptos. Ofenderíamos al fascismo al decir que la
Ejecutiva del Partido Socialista le imitaba... Es una superación del fascismo:
un ultrafascismo.»
Los
triunfadores toman posesión de sus cargos, y con la firma de González Peña,
presidente, y Ramón Lamoneda, secretario, desde un
manifiesto, se llama a los afiliados a la disciplina, «que están dispuestos a
mantenerla intangible». «No hay otra política que la del Frente Popular y hemos
de procurar que se cumpla con ritmo acelerado.»
Prieto, a
quien los violentos acusan de responsable de los chanchullos electorales, hace
un llamamiento a la unión desde El Liberal de Bilbao (9 de julio), en un
artículo titulado «Hombre prevenido», en el que dice: «A cuantos estas líneas
leyeren, correligionarios y afines, exhorto a vivir prevenidos. Conviene
estarlo siempre; pero mucho más en determinadas circunstancias, que exigen
hallarse alerta. Si es cierto el adagio de que «hombre prevenido vale por dos»,
no nos estorbará duplicar así nuestra fuerza, por si llega el momento de
emplearla.» «No hay enemigo pequeño», reza otro refrán. Pues bien: no es
insignificante el que tiene enfrente la democracia española. Conviene, además,
registrar este fenómeno. De momento, el enemigo se apiña. Nosotros nos desunimos.
Cierto
que del lado de acá se aferran muchos al supuesto de que llegada la hora del
peligro nos volveremos a unir; pero ¿cuándo se considera llegada la hora del
peligro? Ahí está el quid. Quienes se consuelan con la esperanza de que la
unión surja súbitamente de entre las cenizas de nuestras discordias, creen que
la manifestación externa del peligro encargada de operar semejante milagro
coincide con su mismo nacimiento. Nos atrevemos a considerar que el peligro
nace mucho antes de manifestarse con estrépito y, por consiguiente, no hay que
esperar a su acometida para hacerle frente. Hasta nos asalta el temor de que
entonces sea tarde para aniquilarlo. También advertimos error al comparar el
volumen del riesgo actual con algún otro pretérito de cierta semejanza.
Entonces se pudo aguardar tranquilamente a que diese la cara para aplastarlo;
ahora nos parecería absurda una espera análoga. ¿Por qué? Por estimar mayores
las dimensiones del presente. No hemos de repetir ahora cuanto en otras
ocasiones hemos expuesto respecto a circunstancias creadas por el ambiente para
la formación de un clima propicio a determinadas sacudidas. No es obra
imposible, si bien la reputamos lógica, y hasta ahora no se ha emprendido el
camino para realizarla: la de destruir ese ambiente. Seguimos aconsejándola;
pero hoy colocamos en lugar preferentísimo esta
advertencia: vivir prevenidos. Hombre prevenido vale por dos. Y Gobierno
prevenido, lo menos, lo menos, vale por cuarenta.»
El
Ayuntamiento de Madrid brinda a Indalecio Prieto una compensación a las
amarguras y tribulaciones que le proporciona, el partido socialista con la
concesión de la Medalla de Oro de la ciudad en premio a la labor realizada en
favor de la capital durante su paso por el Ministerio de Obras Públicas. El
alcalde Pedro Rico le impone la insignia (10 de julio) en el salón de actos del
Ayuntamiento. En el Ministerio de Obras Públicas, explica Prieto, no hice más
que servir una vieja y justificadísima aspiración del Ayuntamiento y pueblo
madrileño en orden a la prolongación de la Castellana hasta su unión con la
carretera de Madrid a Irún. Esto obligará al Ayuntamiento a resolver graves
problemas que se relacionan con la ordenación urbana de la extensa zona de
influencia que producirá dicha prolongación y la apertura de la estación de
viajeros en Chamartín de la Rosa y de mercancías en Fuencarral cuando se
realicen los enlaces ferroviarios. Ahora bien: todo esto impone una
modificación substancial de las bases financieras de la construcción urbana.
Hace falta una ordenación rígida y una función social del suelo. «No creo que
la capitalidad de Madrid pueda vivir bajo la pesadumbre angustiosa, de que un
precio artificial esté gravando el presupuesto principalmente de las clases
proletarias y medias con unos precios de alquiler de viviendas fantásticos, si
se tiene en cuenta los que rigen en España. El Ayuntamiento, a través del
Estado, debe poner mano en el suelo de todas las zonas de influencia que en el
Norte de Madrid va a desarrollar este plan urbano.» Todo esto, comenta con
ironía el líder socialista entre sus amigos, contando con que los huelguistas
y sus instigadores permitan hacer algo positivo.
* * *
Si para
la mayoría de los españoles el verano de 1936 se presenta incierto y preñado
de negros presagios, para el Presidente de la República no ofrece dudas. Por
eso prepara sus vacaciones en «Villa Piquío», en el
Sardinero de Santander, alquilada por el secretario Bolívar para residencia
presidencial veraniega. El Nuncio de Su Santidad, monseñor Federico Tedeschini, elevado pocos meses antes al cardenalato, deja
su puesto en Madrid y se traslada a Roma. «El cardenal Tedeschini —escribe Sánchez Guerra, ex secretario del Presidente de la República (Ahora, 1
de julio) — era un gran amigo de España... y de los republicanos. Todavía los
republicanos no le han hecho la justicia que merece. Ha sido un eficaz colaborador
de la República».
El ex
presidente de la República Alcalá Zamora, acompañado de su familia, embarca en
Santander (8 de julio) en el transatlántico alemán Caribia,
con dirección a Hamburgo y países nórdicos. En el muelle le despiden media
docena de amigos.
* * *
Interrupciones,
ruegos y discursos en las últimas sesiones de Cortes son testimonios precisos
de las violencias y desafueros que soportan los españoles. El cedista Bermúdez Cañete pregunta en una interrupción (3 de
julio): «¿Y las doce víctimas de anoche? ¿Los sucesos en un bar de la calle de
Torrijos, esquina a la calle de Don Ramón de la Cruz, han causado cuatro
muertos, al disparar sobre mesas llenas de gente?» (Los autores de la agresión
eran socialistas.)
En un
ruego escrito, el monárquico Juan Antonio Gamazo denuncia (3 de julio) que el
periódico comunista La Verdad, de Valencia, excita a asaltar «las guaridas de
los falangistas para machacarlos como sapos». «Para facilitar la acción de los
«machacadores», el periódico publica las señas de los domicilios de dirigentes
y militantes y fotografías de muchos de ellos.»
El
sindicalista Maurín declara en la sesión del 8 de julio: «Hay en este momento
una huelga de cursillistas del Magisterio. Comprende unos 25.000 maestros en
paro, en huelga, habiendo adquirido esta huelga en algunas poblaciones, como en
Barcelona —yo lo he presenciado—, caracteres un poco dramáticos.» Los maestros
alegan tener derecho a una escuela y reclaman que el sueldo no sea de cuarenta
y siete duros al mes.
El
diputado cedista por Toledo Requejo afirma (8 de
julio): «En Maqueda el párroco tiene que ausentarse, porque es objeto de graves
amenazas. Otro tanto ha sucedido en Carmena, Carpió de Tajo, Gerindote, Castilblanco, Sevilleja de la Jara. En Puebla de Don Fadrique incendian la iglesia parroquial. En
Cazorla se incautan de la ermita del Santo Cristo. En Quismondo ocupan violentamente parte de la Casa rectoral, y lo mismo en Burguillos, Carranalejo y Nombela. En Val de Santo Domingo estalla un
petardo durante la celebración de los cultos, maltratan al párroco y le ponen
una pistola al pecho. En Rielves destrozan la imagen
de Santiago, apedrean la iglesia y la rectoral y hacen huir al cura.
En La
Mata expulsan al párroco, mediante oficio de la Sociedad Obrera Socialista,
dándole veinticuatro horas para que abandone el pueblo, y si así no lo hace
debe atenerse a las consecuencias. «No admitimos — dice el oficio— reclamación
alguna.» En Burrujon, después de expulsar al párroco,
por negarse el vecino Pablo Rodríguez a que su hijo fuese enterrado civilmente,
se le obliga a llevar en brazos al cementerio a su hijo, niño de corta edad.
Otro tanto ocurre a Fortunato Díaz, obligado también a ser portador del cadáver
de su hijo. ¿Puede esto continuar ni un día más? ¿Es mucho que yo pida que se
respete a los españoles el ejercicio de sus derechos y los deberes de su
conciencia?»
El
diputado monárquico Gamazo, después de referirse a una reciente huelga
revolucionaria de Valladolid, durante la cual detentaron la autoridad unos
improvisados que se adjudicaron todos los poderes, da lectura de una carta
escrita por el padre de José María Sánchez Gallego, falangista de dieciocho
años, con el relato del secuestro y asesinato del joven, cuyo cadáver apareció
en una cuneta, cerca del pueblo de Pozuelo. Denuncia también el asesinato del
alférez de complemento y falangista Justo Serrano Enamorado. El diputado
termina: «Señores del Gobierno: yo no creo que éste sea un país civilizado, no
concibo que así se pueda vivir en una nación.»
Bermúdez
Cañete habla de la situación de Madrid (8 de julio): «Existen en Madrid cinco
huelgas fundamentales: la de la madera, de las fábricas de perfumería, de
ascensoristas y calefactores, y de la construcción. Representa, por lo menos,
un cincuenta por ciento de la población trabajadora. Esto significa que el
cincuenta por ciento de las rentas de Madrid lleva varias semanas o meses sin
producir. No creo aventurado afirmar que en el resto de España ocurre lo
propio; es decir, que va a terminar el año 1936 con una disminución del
cincuenta por ciento en la renta nacional. En un pueblo tan descapitalizado,
con una renta tan baja, puede figurarse lo que representará que le quiten de su
acervo la mitad de lo que anteriormente producía. Respecto a los constantes
atentados de carácter social y político, es algo incomprensible para un hombre
civilizado. Debemos coincidir en que es intolerable que continúe en España esta
ola de criminalidad. Nadie sabe si él o sus familiares van a ser heridos o
muertos por balas fratricidas».
En ruego
formulado al Presidente del Consejo de ministros por el diputado monárquico
Fuentes Pila (9 de julio), se dice que el Secretariado de la Olimpiada Popular
que se va a celebrar en Barcelona, burda parodia de la Olimpiada oficial de
Berlín, organizada por los partidos comunistas, en sus comunicaciones oficiales
a la Federación de hockey, con sede en Madrid, clasifica a las representaciones
de España en tres «nacionalidades: España, Cataluña y Euzkadi.» El fundamento y
raíz del espectáculo olímpico que se prepara es su contenido político, sin el
cual, la demostración deportiva carecería de interés y perdería todo aliciente.
Al margen
de las Cortes, Mundo Obrero pide al ministro de la Guerra (7 de Julio) que
libere a los jóvenes revolucionarios que sufrieron prisión por haber
participado en los sucesos de octubre de 1934, de servir en filas. «Para los
efectos militares —dice— ha de arbitrarse la fórmula de estimar a los miles de
muchachos en la situación mencionada, como si en su día hubiesen pasado por el
período de las armas. Que será bien justo premio a sus sacrificios.»
Al
comenzar el mes de julio la revolución avanza por calles y campos, con
espontaneidad biológica, al decir de los marxistas, y el Gobierno, comprometido
a respetarla, carece de autoridad para contenerla. Es también, según lo ha
declarado, beligerante. El español, al despertar, se pregunta cada mañana qué
tragedia o qué sorpresa infausta le aguarda.
«La
infeliz España —escribe Allison Peers, testigo de
este período — corría rápidamente hacia una situación de caos total». Esta
permanente tensión nerviosa y la continua alarma en que se vive explica el
sobresalto de los valencianos y, por repercusión, el de muchos españoles,
cuando, a las nueve y media de la noche (11 de julio), desde los micrófonos de
la Unión Radio de Valencia un locutor ignorado divulgaba la noticia de que
Falange Española «había tomado militarmente la emisora». «Vamos —añade— hacia
la revolución triunfante.» Luego grita: «¡Viva España! ¡Arriba España!» La
electrizante emisión desconcierta a todos. Poco después, desde los mismos
micrófonos se explica lo sucedido. Cuatro jóvenes habían irrumpido en los
estudios, pistola en mano e inmovilizaron a técnicos y mecánicos, apuntándoles
con sus armas, mientras uno de los asaltantes se acercaba al micrófono para leer
una cuartilla.
Los valencianos, asustados, se reponen en seguida: la calle se llena de fuerzas
en vigilancia; el alcalde, Cano Coloma, acude a la Radio para condenar la
audacia de los fascistas y tranquilizar al vecindario. A continuación se forman
en la vía pública los primeros grupos y flamean banderas rojas con la hoz y el
martillo. Se organiza una manifestación de gentes clamorosas en actitud
iracunda. La primera víctima de su cólera es el café «Wodka»,
de la calle de la Paz, cuyas lunas son rotas a pedradas. A continuación, el
edificio de Derecha Regional, integrada en la C. E. D. A., instalado en la
plaza de Tetuán, sufre el asalto de las turbas enfurecidas. No queda sano
fichero, muebles ni papel; consumado el destrozo, le prenden fuego y obligan a
los bomberos a retirarse. Otros grupos se dirigen al Diario de Valencia, y aquí
la Guardia Civil los ahuyenta e impide que se cometan excesos. En cambio, las
turbas que marchan contra la redacción del diario monárquico La Voz de Valencia
y el centro de la Patronal, logran penetrar en ellos, los arrasan y al final
prenden fuego al edificio de la Patronal.
Como
algunos agitadores propalan entre los revoltosos la idea de continuar la quema
de iglesias y conventos, de madrugada fuerzas del regimiento de Caballería
salen a la calle para colaborar en el restablecimiento del orden. Mientras
ocurren estos sucesos, la policía, secundada por jóvenes de las milicias
marxistas, registra domicilios sospechosos, detiene a muchos y las cárceles se
llenan de «fascistas».
El audaz
asalto de la emisora ha sido seguido de una noche de terror.
Es seguro
que Casares Quiroga y sus colaboradores estén seriamente preocupados a estas
horas por los síntomas alarmantes que se advierten en varias provincias,
comenta El Socialista (11 de julio). «El observatorio meteorológico
instalado en el Ministerio de la Guerra registra de minuto en minuto las más
pequeñas variaciones. El servicio es permanente. Mientras responda ese servicio
y tras él haya una voluntad firme, nos aseguran que el peligro no es inminente.
Sin embargo, bueno será que estemos sobre aviso con el paraguas en la mano,
para que la tormenta que pueda estallar en cualquier momento no nos coja al
descubierto y nos cale hasta los huesos.»
CAPÍTULO 93.FUERZAS DE ORDEN PÚBLICO RAPTAN Y ASESINAN A CALVO SOTELO
UNOS
DESCONOCIDOS MATAN A TIROS AL TENIENTE DE ASALTO JOSÉ CASTILLO, INSTRUCTOR DE
LAS MILICIAS MARXISTAS. — POCAS HORAS DESPUÉS ES ARREBATADO DE SU HOGAR CALVO
SOTELO Y MUERTO EN UNA CAMIONETA DE FUERZAS DE ASALTO. — LOS CRIMINALES
ABANDONAN EL CADÁVER EN EL CEMENTERIO DEL ESTE. — EL ASESINATO SE PLANEÓ EN EL
CUARTEL DE PONTEJOS. — QUIENES REALIZARON EL CRIMEN, OBEDECÍAN ÓRDENES DEL
CAPITÁN DE LA GUARDIA CIVIL FERNANDO CONDÉS. — HORAS DE INCERTIDUMBRE, POR
IGNORARSE EL PARADERO DEL JEFE DEL BLOQUE NACIONAL. — NOTA DEL GOBIERNO
REPROBANDO LOS CRÍMENES Y CON PROMESA DE APLICAR LA LEY CON RIGOR A LOS
AUTORES. — DETENCIONES EN MASA DE ELEMENTOS DE LOS PARTIDOS DE DERECHAS Y
CLAUSURA DE CENTROS POLÍTICOS NO AFECTOS AL FRENTE POPULAR. — «SE AVECINA UNA
BATALLA DE MUERTE, PREFERIBLE A QUE SIGA ESTA SANGRÍA» (PRIETO). — PALABRAS DE
GOICOECHEA ANTE LA TUMBA DE CALVO SOTELO. — CARGAS DE LA FUERZA PÚBLICA Y
TIROTEOS AL TERMINAR EL ENTIERRO. — ESPAÑA DIVIDIDA EN DOS MITADES
IRRECONCILIABLES.
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