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CAPÍTULO 90.DEBATE EN LAS CORTES SOBRE LA DESASTROSA SITUACIÓN DEL CAMPO
La sesión
de Cortes del de julio dura doce horas, con una breve interrupción. En
representación del grupo agrario, el diputado Cid solicita interpelar a los
ministros de Agricultura y Trabajo sobre la situación del campo. Diputados del
Frente Popular, mediante una proposición, piden que no se acepte debate sobre
ningún tema hasta que las leyes de amnistía y Rescate de bienes comunales no
hayan sido aprobadas. Las derechas amenazan con retirarse si prevalece un
criterio que vulnera el Reglamento de la Cámara y Cid puede explanar su
interpelación. «Es tal el desbarajuste de orden jurídico —dice el orador—, que
ni el propietario, ni el arrendatario saben cuáles son sus derechos. Se están
llevando a cabo asentamientos en tierras que no reúnen condiciones para las
labores, destruyendo majadales y pastizales, con grave daño para la ganadería.
Propietarios y arrendatarios huyen de los pueblos, y los que permanecen en sus
fincas lo hacen jugándose la vida. Son los alcaldes quienes alientan las
sediciones y los desórdenes. Los Ayuntamientos son una prolongación de las
Casas del Pueblo. En muchas localidades actúan Tribunales rojos, ante los
cuales son llevados los patronos que se niegan a pagar lo que les piden los
obreros y condenados con fuertes multas; si no las pagan, porque alegan que
carecen de dinero, se les obliga a que, acompañados de dos guardias rojos, lo
busquen entre sus amigos. Y si no lo consiguen, se les encarcela. Se autoriza a
las personas de peor reputación del pueblo a practicar registros domiciliarios;
se establecen repartimientos, se fijan las bases de trabajo, se requisan
automóviles e incluso se les prohíbe salir de su casa a determinadas horas. Hay
alcaldes que para hacer más fuerza a los patronos, a fin de que paguen las
cantidades impuestas, ordenan encarcelar a las mujeres de aquéllos. Cientos de
sindicatos agrarios y patronales han sido cerrados. Las Casas del Pueblo
señalan los obreros que debe alojar cada patrono. En unos sitios roban los
rebaños; en otros, especialmente en Andalucía, talan los encinares. En Córdoba,
las expoliaciones en el campo son continuas: en la carretera de Córdoba a
Sevilla, los del Socorro Rojo desvalijan los automóviles y después los
queman... El alojamiento de obreros los sufren la mayoría de los propietarios
de Andalucía y Extremadura. A esta carga hay que añadir la del laboreo forzoso,
impuesto de cualquier manera, muchas veces para dar satisfacción al encono de
los que mandan en las Casas del Pueblo.»
El orador
lee órdenes de los alcaldes de Andújar, de Villacarrillo y de Miraflores
(Sevilla), disponiendo la colocación de docenas de obreros para labores
innecesarias, la supresión de trabajos de máquinas, la entrega en el acto de
fuertes sumas o la incautación de las cosechas. No son los propietarios
agricultores las únicas víctimas de estos excesos. Los arrendatarios de la
provincia de Córdoba, reunidos en asamblea, piden que se les permita rescindir
sus contratos. «¿Es un delito ser agricultor? El agricultor, no sólo no tiene
seguridad para su persona y la de su familia, sino que se le arruina, se les
despoja de sus bienes y se le pone al borde de la desesperación. ¿Acaso quiere
el Gobierno convertir el régimen capitalista en marxista? Pues dígase con toda
claridad.»
Hay otra
modalidad de trabajo, especialmente en Andalucía y Extremadura, denominada «a
tope y riesgo». Llaman «a tope» porque los invasores calculan sobre la finca
el número máximo de obreros que allí puedan realizar la labor que ellos mismos
determinan. Y llaman «a riesgo» fundándose en que luego no se les pague. No
son obreros los que se presentan en la finca, sino afiliados de las Casas del
Pueblo, afanosos de cobrar un jornal, sin ganarlo.
Ni el
Estatuto jurídico de la República, ni la Constitución, ni el pacto del Frente
Popular propugnan esta política. La única siembra fructífera que está dando
resultados es la de odios y rencores entre unos y otros españoles. «Y si el
Gobierno no pone remedio a esta situación, tendrá que marcharse; porque son
millones los españoles a los que lleváis a la ruina. Y antes que tolerar esta
ruina de la economía agraria, que es tanto como la de España, os echarán si no
os vais.»
«Quienes
sembraron los odios en el campo fueron las derechas — replica el ministro del
Trabajo—. El segundo bienio rebajó los jornales. Ocho mil reclamaciones con
referencia a las bases de 1935 hay pendientes de resolución en el Ministerio de
Trabajo, sólo de la provincia de Sevilla. España no podrá renacer —añade—
mientras los jornales de diez millones de ciudadanos sean salarios de hambre.
En tanto exista paro y haya campesinos sin tierra, las máquinas tienen que
penetrar lentamente en el campo y siempre que permitan pagar salario a todos
los obreros. En cuanto a rentabilidad —dice el ministro—, en todas las
cuestiones de trabajo en que intervengo respeto el límite de beneficio
industrial. No permito que se juegue con eso de que el Gobierno tolera que se
vaya a una socialización. Eso es falso y si los propios socialistas ocuparan el
poder, tampoco podrían hacer esa política. A lo que no estoy dispuesto es a
aceptar modificaciones que signifiquen un retroceso.» También el ministro de
Agricultura se desentiende, en parte, de las denuncias hechas por Cid, «porque
se refieren a efectos de causas que él no ha creado». Toda su política se
endereza a proteger y a asentar pequeños propietarios. Cuanto sucede de
perjudicial es consecuencia de haber sido burlada la legislación en materia
agrícola, de los años 1931 y 1932.
El
diputado por Toledo Madariaga describe la situación de numerosas provincias con
estas palabras: «En el campo español no se respetan los más elementales
derechos que salvaguardan la libertad humana: movimientos vindicativos
rencorosos, de brutales represalias, se están produciendo en un frente que se
amplía cada día; se arrasan propiedades; los robos y los atropellos se erigen
en ley; la moral familiar se ve vilipendiada; la libertad de educación y de
enseñanza, suprimida; los pueblos y las personas, bajo la más terrible tiranía,
que no respeta ningún derecho; la violencia y la muerte son los signos bajo los
cuales se desarrolla la vida de los pueblos. Se declaran huelgas ilegales, se
producen movimientos de agitación, se prohíbe trabajar a quien carece de carnet
de la organización socialista y comunista y los culpables de todos esos
conflictos no son sancionados. ¿Qué habéis hecho desde que estáis en el poder
para mitigar el hambre de los campesinos? ¿Dónde están vuestras disposiciones
contra el paro? Dentro de poco mandarán en el campo los desesperados de la
ruina y del hambre.»
«¿Cómo
puede haber una buena política agraria —pregunta Calvo Sotelo—, con el
maremágnum de leyes y contraleyes y el incesante
desfile de ministros, pues sólo en el año 1935 hubo no menos de cinco titulares
de la cartera de Agricultura? Después de una lucha a brazo partido con una
primera Reforma agraria, luego con una segunda, después con una tercera, ahora
se riñe por una ley para el rescate de los bienes comunales, que, por cierto,
es trascendentalísima, de gigantesco alcance, por sus
posibles repercusiones sobre el régimen económico en que está asentada la vida
nacional. La agricultura española ha llegado a una fase, concretamente en el
secano, en que cualesquiera que sean los cultivos se está trabajando con
pérdida. Y si la explotación agrícola se liquida con pérdida, ya es secundario
que sea individual o colectiva, que se halle en manos de un terrateniente, de
un arrendatario, aparcero o pequeño propietario. Se vive con mayor riqueza en
la ciudad que en el campo, siendo así que el campo representa un volumen de
población superior al de la ciudad. Esta injusticia no se puede remediar más
que con una traslación al campo de gran parte de la renta nacional absorbida
por la ciudad, y esa traslación no se puede, a su vez, lograr más que con un
aumento de los productos agrícolas. La solución estriba en aumentar el valor de
estos productos. Domina la ciudad sobre el campo y a éste se le somete a
servidumbre, obligándole a pagar caros los productos de la industria, y en
cambio se le impone la venta barata de sus productos. El problema para mí
fundamental no es el de los salarios, sino el del rendimiento. Y respecto a
éste, el campo vive en la anarquía, destruida la autoridad de los patronos y
sin autoridad pública. Si en España rigiese una economía de tipo soviético, no
prevalecería ni el 70 por 100 de las cláusulas que estáis imponiendo. El
Gobierno blasona de haber legalizado 75.000 yunteros y creado 100.000
asentados. Pues si el promedio de tierras de secano con que se obsequia a
asentados y yunteros es de cinco hectáreas para los primeros y de dos y media
para los segundos, o se crean parásitos privilegiados o miserables, en el
sentido económico de la palabra.»
El campo
tiene problemas que son superiores al Estado liberal democrático
parlamentario, que no puede ofrecer continuidad. Entre constantes
interrupciones, Calvo Sotelo recuerda que, según se ha dicho desde el banco
azul, este Gobierno es el del Frente Popular, cuya bandera es la revolución de
octubre, que fue un intento para implantar el comunismo. Ahora bien: frente al
propósito soviético de proletarizar a las clases medias, éstas han reaccionado
en otros países con las revoluciones fascistas. «Por fortuna —exclama Calvo
Sotelo, dirigiéndose a los indignados diputados de izquierda—, no tendréis
ocasión de ensayar vuestras especulaciones absurdas. ¡No os dejaremos! Yo digo
a los agricultores españoles, especialmente a la pequeña y media burguesía
rural, a los arrendatarios y a los cultivadores de tierra que ven hoy
ensombrecido el horizonte, que su remedio no lo hallarán en este Parlamento, ni
en otro como éste, ni en el Gobierno actual, ni en otro que el Frente Popular
forjase, ni en los partidos políticos, que son cofradías cloróticas de contertulios;
la solución se logrará en un Estado corporativo que...»
Socialistas
y comunistas, en pie, le increpan iracundos y ahogan sus últimas palabras,
mientras aplauden las oposiciones. Los grupos de uno y otro bando están a punto
de acometerse. El presidente de las Cortes expulsa al diputado cedista Aza, que se ha distinguido en su homenaje a Calvo
Sotelo. Prolijas explicaciones de Gil Robles y palabras doloridas del
presidente: «Yo no puedo hacer más que lo que hago.» El incidente queda
liquidado y el debate prosigue. El tradicionalista conde de Rodezno opina que
en España se cultivan terrenos que por su mala calidad no se cultivarían en
otros países. Dos terceras partes de la propiedad del agro están en manos de
propietarios que poseen menos de cinco hectáreas. La propiedad, perdido su
valor transaccional, no tiene valor alguno en venta. En el año 1935 el Banco
Hipotecario ha tenido que hacerse cargo de ciento dieciséis fincas, porque sus
dueños no han encontrado medio de cumplir sus obligaciones. En el primer
trimestre de 1936, las cuentas corrientes han descendido 362 millones de
pesetas. La riqueza rústica constituye las dos terceras partes de la riqueza
nacional. Sin aquélla, fallarán la riqueza industrial, el comercio y la
actividad mercantil.
«Son las
derechas, con sus atropellos, las que han llevado la anarquía al campo
—exclama, en nombre de la minoría socialista, Zabalza—. Ellas han convertido a
los campesinos en lo que hoy son. Los elementos de derechas sólo se proponen
llevar a la desesperación a los trabajadores del campo. Ahora están dejando
perder las cosechas. El Gobierno tiene el deber de incautarse de ellas y
entregárselas a los obreros.»
* * *
Entra en
turno el conde de Romanones. Es la segunda vez que habla en estas Cortes
republicanas. «La política agraria se caracteriza —dice— por un gran desorden.
Son más de trescientas las disposiciones que se han vertido en la Gaceta sobre
asuntos del campo. Hace más de dos meses que tengo solicitados en el Ministerio
de Agricultura algunos datos referentes a esta cuestión: creo que no me han
sido facilitados porque no existen. El Instituto de Reforma Agraria sirve como
instrumento político, pero no como organismo para resolver un problema social.
El Banco Hipotecario, incumpliendo su finalidad estatutaria, informa en una
circular que no puede conceder préstamos con garantías de fincas, porque carece
de elementos de juicio para hacer ninguna tasación, ya que ésta depende de los
nuevos proyectos de legislación agraria pendientes de aprobación. Esto equivale
a declarar que la propiedad territorial de España no vale nada. ¿Puede
consentirse esto? El Banco nos dirá que sus cédulas no se venden, y las cédulas
son la fuente de ingresos que permiten los préstamos. Respecto a los
asentamientos, se da el caso de que muchos de los asentados abandonan las
fincas, porque, dado el costo de trabajo, una recolección les supone pérdida, y
no quieren pechar con ella. ¿Cómo se han hecho los ciento y pico mil
asentamientos, que proclama el Gobierno? No es exagerado calcular 8.000 pesetas
para cada uno. ¿De dónde ha salido ese dinero? ¿o es que los asentamientos se
han hecho sobre el papel?»
«Con la
política agraria que actualmente se sigue se coloca a la riqueza rural entre
dos polos antagónicos; y, una de dos: o establecemos un nivel medio de orden
social y económico, en donde pueden ser posibles en mayor o menor proporción
las aspiraciones de todos, o no hay que pensar en la prosperidad del agro
nacional. Yo represento a la provincia de Guadalajara: allí no hay industria,
ni fábricas, ni talleres. Hay muy poco comercio. La tierra es mala y da sólo de
cinco a seis simientes. El 80 por 100 de los propietarios son, a la vez,
jornaleros. Allí se conoce la yunta, el par de yuntas; muy raro que se salga de
ahí. La laboriosidad y la sobriedad de la buena estirpe castellana se da en
Guadalajara, y gracias a eso se ha podido vivir en un bienestar relativo. La
provincia vendía todo su trigo a Barcelona hasta que se declaró franco aquel
puerto. Desde entonces Guadalajara se ha quedado sin mercado. ¿Tan difícil es
elevar el precio del trigo? Un aumento módico en el precio del pan resolvería
los problemas del agricultor.»
Interviene
el socialista Galarza, que con rencorosas agresiones de carácter personal
analiza y critica la política del agrario Cid, con quien comparte la
representación de Zamora ante las Cortes. Luego extiende su ataque a todas las
derechas y «proclama la legitimidad de la violencia» contra quien utiliza el
escaño —se refiere a Calvo Sotelo— para «erigirse en jefe del fascismo y quiere
terminar con el Parlamento y con los partidos». «Pensando en S. S. encuentro
justificado todo, incluso el atentado contra su vida». Estas palabras levantan
un clamoroso oleaje de protestas en las minorías de la oposición. A estas
excitaciones suceden otras no menos impetuosas del comunista Mitje. «La situación que se ha producido en el campo es
imputable a la actitud de los grandes terratenientes y propietarios. Está
presentada a la Cámara una proposición de ley de las minorías socialista y
comunista pidiendo para los pequeños arrendatarios la rebaja del 33, del 50 y
hasta la condonación del pago de la renta, si se demuestra que el estado de la
cosecha no les permite pagarla. Ya veremos cómo se comportan las derechas
cuando llegue el momento de la votación.» «El señor Calvo Sotelo ha dicho que
no pasaremos: hoy, con la República democrática, y mañana con algo más, aunque
al señor Calvo Sotelo le pese y tenga que tragar todo el veneno que están
tragando aquellos que, como él, defienden intereses seculares en España.»
El debate
prosigue. Rectifica el agrario Cid, intervienen el ex ministro Álvarez
Mendizábal, el agrario Alonso Ríos, el cedista Bosch
Marín, el ministro de Agricultura. Nuevas pinturas trágicas del drama
campesino: desahucios de fincas rústicas, paros endémicos, jornales de hambre,
desolación y miserias por doquier. Los efectos de las leyes de tipo social y
económico referentes al campo dictadas por la República son catastróficos.
Porque las leyes están inspiradas por el odio, porque se aplican mal o no se
aplican, o porque se transgreden o incumplen.
* * *
Según los
datos del Instituto de Reforma Agraria del 20 de febrero al 30 de junio, el
número de hectáreas ocupadas suman una cifra superior a 232.000, en la que han
sido asentadas 71.919 familias de campesinos. Pero como los asentados no
reciben el auxilio económico prometido, ni el terreno en muchos casos está en
condiciones para ser cultivado, la situación de los campesinos sigue siendo
insoportable. Añádase a esto la diversidad de bases de trabajo, que varían
según el lugar, las feroces luchas entre las distintas asociaciones y partidos
político-agrarios, la deficiente cosecha, la prohibición en muchos sitios del
uso de máquinas, las abusivas exigencias de los segadores, respaldados por las
Casas del Pueblo y las autoridades locales, la ausencia de patronos, que
prefieren abandonar sus bienes con tal de salvar sus vidas, todo ello,
contribuye a dar carácter pavoroso al problema del campo. «El Gobierno —escribe
El Sol (19 junio) —, a quien se excita en todos los tonos para que imponga
violentamente a las clases patronales del campo y de la ciudad la aceptación
incondicional de las exigencias proletarias, debe pensarlo bien antes de
emprender tan peligroso camino. No puede ser beligerante más que para defender
la República y el orden.»
Las
Cortes examinan a partir del 2 de julio el dictamen de la Comisión de
Agricultura acerca del proyecto de Rescate y readquisición de bienes comunales.
Discuten asimismo el proyecto sobre ratificación y ampliación del decreto de
amnistía de 21 de febrero. De diez votos particulares presentados por la
minoría socialista, siete son aceptados por la Comisión de Justicia y los tres
restantes quedan incorporados al proyecto con leves modificaciones. Todos ellos
se refieren a delitos cuyo móvil es político social. En cambio, no prospera
enmienda ni voto particular de las minorías de derechas, tanto para modificar
la fecha de la amnistía, que los del Frente Popular consideraron inmutable,
como para que se beneficiasen de aquélla los servidores del Estado encausados
por los sucesos de octubre de 1934. El cedista Guerra
razona así: «El requisito de la generalidad para que una ley de Amnistía pueda
merecer tal concepto queda vulnerado, porque tratándose de delitos cometidos en
el mismo sitio con ocasión de las mismas circunstancias, por la misma clase de
móviles, unos atacando a un Estado legítimamente constituido, y otros
servidores de ese Estado defendiéndolo, a los primeros se les distingue y
premia y a los segundos se les sanciona. A lo cual respondéis: «Como esos
elementos oficiales no coadyuvaron con nosotros a la revolución, contra ellos
todo nuestro odio, todo nuestro rencor y ahora la venganza. Por eso la ley no
puede llamarse amnistía; porque para ser tal tiene que ser para todos.» «Si
todo el rigor de la ley y de la responsabilidad la aplicáis a los que defienden
a la sociedad constituida, y en cambio beneficiáis con la amnistía a los que
atacan al Estado —afirma Ventosa—, ello significa establecer una prima en favor
de la revolución, cosa grata para los extremistas, pero no para quien tiene la
misión de proteger al poder público.»
A estos y
otros argumentos responde Galarza: «Una autoridad es tal mientras es defensora
de la ley; las que actuaron en Asturias como autoridades no lo eran, porque
estaban fuera de la ley. Además, los autores de los excesos no han sido
encausados, y sin previa sentencia no puede haber amnistía.»
El debate
continúa en los días siguientes, y alterna con la discusión de un proyecto de
ley de indemnización de enfermedades profesionales y otros de modificación de
ley sobre el paro obrero y de jubilación de los funcionarios de la carrera
judicial y fiscal. En virtud de uno de los artículos, podrá ser decretada la
jubilación cuando «faltando a la promesa prestada, actúen o se produzcan con
manifiesta hostilidad a la institución que la Constitución consagra». La
discusión de enmiendas al dictamen de la Comisión de Agricultura acerca del
proyecto de ley de rescate y adquisición de bienes comunales consume buena
parte de las sesiones. La desanimación y el tedio invade a la Cámara. El banco
azul aparece desierto. Gil Robles pregunta (8 de julio): «¿Han raptado al
Gobierno? Porque no se encuentra un ministro ni por casualidad.»
* * *
José
Antonio y sus camaradas directivos de Falange continúan en la Cárcel de Madrid,
a pesar de la sentencia absolutoria del Tribunal Supremo. Los procesos se
suceden a fin de retener prisionero al jefe de Falange, el cual, en algunos
momentos de confidencia con sus amigos presos como él, confiesa su
convencimiento de que no recobrará nunca más la libertad. En un registro
practicado en el domicilio de José Antonio, hallándose éste en la cárcel,
encuentra la policía dos pistolas, motivo ridículo en aquellas circunstancias,
pero suficiente para enredarle en un nuevo proceso por tenencia ilícita de
armas.
El juicio
se ve ante el Tribunal de Urgencia, en la Sección primera de la Audiencia
Provincial, constituida en la Cárcel Modelo de Madrid (28 de mayo). La prueba
resulta acusatoria, y el fiscal, Hernández Sampelayo,
solicita la pena de un año, un mes y veintiún días de reclusión. José Antonio
actúa como defensor de sí mismo. Vive bajo constante amenaza, ha sufrido
atentados, posee licencia de uso de armas y además las pistolas no son suyas.
Su razonamiento no sirve de nada, y tras la sentencia condenatoria, al terminar
la lectura José Antonio grita, encendido de indignación: «¡Arriba España!». Le
reprende el presidente: «Absténgase el procesado de pronunciar frases.» José
Antonio repite el grito y añade en alta voz: «¡Abajo la Magistratura cobarde!
¡Qué vergüenza ser víctima de una chusma indecente!» Y como rúbrica a estas
palabras, rasga la toga y la arroja a los pies. El presidente ordena despejar
el local, porque los escasos asistentes se solidarizan con el procesado, y pide
al secretario que lea el acta. «Yo me marcho grita José Antonio—. Pueden
ustedes falsificar lo que quieran. ¡Váyanse a hacer puñetas!» Y dirigiéndose al
oficial Felipe Reyes de la Cruz, que actúa como secretario, revestido de toga y
birrete, le increpa: «Ya habrá usted tenido tiempo de falsificar el acta.» A lo
cual el secretario le replica: «Tan chulo como su padre.» José Antonio se
vuelve contra él y de un puñetazo le hace tambalear. Reyes agarra un tintero
que encuentra a mano y lo arroja contra la cabeza de su agresor, hiriéndole. La
sentencia condenatoria está redactada de conformidad con la petición del
fiscal. Su desacato y atentado en el juicio podrá ser motivo de otro proceso:
el presidente estima que la condena probable será de tres años y cinco meses de
prisión menor.
Tanta
injusticia y amargura no parecen abatir ni enturbiar el ánimo del jefe de
Falange, que en su proceder y en sus escritos se manifiesta como invulnerable a
los huracanes que azotan su espíritu. «Podemos, en realidad —dice—, estar
contentos; nunca ha habido organización política que haya padecido persecución
tan intensa, y nunca tampoco ha conservado ninguna organización, en trance
semejante, nuestro garbo, nuestra unión y nuestra eficacia revolucionaria. Esto
último, sobre todo, es sorprendente. La hemos mantenido desde el primer día y
la mantenemos intacta contra todo, como no se ha visto nunca. Por eso la gente
empieza a venir a nosotros».
Pero el
embrollo procesal se prolonga. Ante el Tribunal Supremo se ve (5 de junio) el
recurso de casación por quebrantamiento de forma de la sentencia del Tribunal
de Urgencia, Audiencia de Madrid, de 30 de abril, que declaraba la legalidad de
la Falange y absolvía a sus dirigentes. José Antonio es autorizado para
informar como letrado recurrido, siendo recurrente el Ministerio fiscal. El
recurso se ve en el Palacio de Justicia. El informe del fiscal es muy breve.
José Antonio arguye que Falange es un organismo que se ajusta a los preceptos
legales, como lo ha reconocido la sentencia del Tribunal Supremo. Es un
movimiento nacional, patriótico y de muy nobles y altos fines.
Próximamente
a las nueve de la noche de aquel día (5 de junio), el director de la Cárcel,
Elorza, llama a José Antonio a su despacho para notificarle que por orden
superior se ha dispuesto su traslado a otra prisión, que no podía decir. De
regreso a su celda, al pasar por la galería de entrada al departamento de
políticos, José Antonio grita a pleno pulmón: «¡Miguel, Sancho! ¡Me sacan de
aquí para aplicarme la ley de fugas!»
Los
presos falangistas, desde sus encierros, se suman a la protesta con estentóreas
voces de ira. A las once de la noche se presentan en la celda dos guardianes e
invitan a José Antonio a que se prepare para emprender el viaje. Igual
indicación recibe su hermano Miguel (Miguel Primo de Rivera fue detenido en
Cuenca a donde llegó para trabajar la candidatura de su hermano. Se hallaba en
la habitación con un amigo oficial del Ejército, cuando se produjo un tiroteo
en la calle a consecuencia del cual resultó herida una niña. Socialistas de «La
motorizada» comenzaron a gritar que el autor de los disparos era Primo de
Rivera cuyo coche se hallaba a la puerta del hotel. La policía subió a las
habitaciones y detuvo a Miguel y a su amigo mientras los alborotadores quemaban el coche). Vestidos ambos con «monos»
azules y cada uno con un hatillo por todo equipaje, se encaminan con fuerte
custodia de celadores y oficiales de la Prisión hacia la salida. Al cruzar las
galerías se reproduce el tumulto: denuestos, voces de indignación y de
emocionada despedida. En la puerta espera un coche de la Dirección General de
Seguridad, con un comisario y tres agentes de policía; otro coche, con escolta
de guardias de Asalto. Al pisar la calle, los presos y sus acompañantes
respiran el aire cálido de una noche de placidez y ardentía estival.
Alborea
una hermosa mañana y ya saben los conducidos cuál es su destino: la Prisión
Provincial de Alicante. En ella penetran cuando el sol asoma en un cielo de
azul infatigable, prometedor de un día de sublime luminosidad. ¡Qué contraste
entre aquella radiante magnificencia y la tristeza y amargura que destilaría el
alma de José Antonio, aplastada por tanta injusticia! Una vez en Alicante, y a
poco de instalado en la celda, no obstante la rigurosa vigilancia y las muchas
prohibiciones, la inquietud y el ansia de José Antonio se desbordan en
profusión de cartas, en todas las cuales resplandece su equilibrio espiritual y
su esperanza en un futuro feliz. Redacta también circulares y manifiestos,
persuadido de que sus leales pondrán en juego todas sus habilidades y dotes de
invención para arbitrar medios de comunicación con el jefe cautivo. Tres largos
meses de cárcel han habituado a José Antonio al incómodo encierro, con
experiencia para adaptarse a las costumbres de los presos.
Aunque
fechada en Madrid, en 24 de junio, a la pluma de José Antonio se debe una
circular a todas las jefaturas territoriales y provinciales, previniéndolas
para que no se comprometan «en confusos movimientos subversivos que se están
desarrollando en diversas provincias de España», basándose «en la fe que les
merece la condición militar de quienes les invitan a la conspiración». «La
admiración y estimación profunda por el Ejército, como órgano esencial de la
patria, no implica la conformidad con cada uno de los pensamientos, palabras y
proyectos que cada militar o grupo de militares pueda profesar, proferir o
acariciar.» «La participación de la Falange en uno de esos proyectos prematuros
y candorosos constituiría una gravísima responsabilidad y arrastraría su total
desaparición, aun en el caso de triunfo.» Resulta ofensivo para la Falange que
se la proponga participar «como comparsa en un movimiento que no va a conducir
a la implantación del Estado nacional-sindicalista», por todo lo cual se
previene a todos los mandos, cualquiera que fuese su jerarquía, de manera
terminante y conminatoria, «que no deben tomar parte en ninguna conspiración,
ni permitir que sus camaradas participen sin orden expresa del Alando central». El jefe, sea cualquiera su jerarquía, que
concierte pactos locales con elementos militares o civiles sin orden expresa
del Jefe nacional, será expulsado de Falange. Los jefes territoriales y provinciales
«comunicarán al nacional en la Prisión de Alicante, sin firmar con sus
nombres», el acatamiento a cuanto se dispone en la circular.
Con este
mismo criterio de evitar a la Falange que se comprometa en confabulaciones
insolventes y confusas, José Antonio escribe en el boletín clandestino No
importa, primero una justificación de la violencia (6 de junio) y a
continuación un «aviso a los madrugadores» (20 de junio), recordándoles «que
Falange no es una fuerza cipaya». Justifica la
violencia con las siguientes razones: «Ya no hay soluciones pacíficas. La
guerra está declarada y ha sido el Gobierno el primero en proclamarse
beligerante. No ha triunfado un partido más en el terreno pacífico de la
democracia; ha triunfado la revolución de octubre: la revolución separatista de
Barcelona y la comunista de Asturias...» «Estamos en guerra. Por eso el
Gobierno beligerante se da prisa por aniquilar todo aquello que pueda
constituir una defensa de la civilización española y de la permanencia
histórica de la patria: el Ejército, la Armada, la Guardia Civil... y la
Falange.» «No somos nosotros quienes han elegido la violencia. Es la ley de
guerra la que la impone. Los asesinatos, los incendios, las tropelías no
partieron de nosotros. Ahora, eso sí —y en ello estaba nuestra gloria, nuestro
empuje combatiente, nuestra santa violencia—, fue el primer dique con que
tropezó la violencia criminal de los hombres de octubre.»
En el
aviso a los madrugadores se apercibe a los jefes y militantes para que desechen
las invitaciones que reciban para participar en «complots oscuros y
maquinaciones más o menos derechistas, cuyo conocimiento no les llegue por el
conducto normal de nuestros mandos». «No seremos ni vanguardia, ni fuerza de
choque, ni inestimable auxiliar de ningún movimiento confusamente
reaccionario. Mejor queremos la clara pugna de ahora que la modorra de un
conservatismo grueso y alicorto, renacido en provecho de unos alicortos
ambiciosos madrugadores.»
José
Antonio dirige (29 de junio) una exhortación y saludo a los camaradas de la
primera línea de Madrid. «Desde esta celda de una cárcel, tuerzo sin descanso
los hilos que llegan a nuestros más lejanos camaradas. Podéis estar seguros de
que no se pierde un día, ni un minuto, en el camino de nuestro deber. Aún en
las horas que parecen tranquilas, maquino sin descanso el destino de nuestro
próximo triunfo.» Les anuncia «que en el instante decisivo estará al frente de
ellos, pase lo que pase, y con la ayuda de Dios os haré entrar en la tierra
prometida de nuestra España, una, grande y libre».
La misma
noche en que sale José Antonio para Alicante, otros dirigentes de Falange son
conducidos a diversas cárceles de España.
CAPÍTULO 91.CONSPIRACIONES CONTRA EL GOBIERNO
PREPARATIVOS
BÉLICOS DE LOS TRADICIONALISTAS NAVARROS. — EL GENERAL MOLA, GOBERNADOR MILITAR
DE PAMPLONA, SOLICITADO POR MUCHOS ELEMENTOS CIVILES Y MILITARES, PLANEA UN
ALZAMIENTO. — LE SECUNDA EL GENERAL QUEIPO DE LLANO, INSPECTOR GENERAL DE
CARABINEROS. — INTENSA COLABORACIÓN DE LA U. M. E. — LOS CONSPIRADORES DE TODA
ESPAÑA RECONOCEN A MOLA COMO JEFE ÚNICO. — ADHESIÓN DE LA FALANGE AL
ALZAMIENTO. — DIFICULTADES PARA UN ENTENDIMIENTO DE MOLA CON LOS
TRADICIONALISTAS. — ENTREVISTA SIN RESULTADO DE MOLA CON EL SECRETARIO NACIONAL
DE LOS TRADICIONALISTAS, FAL CONDE. — EXTRAORDINARIA ACTIVIDAD CONSPIRADORA EN
PAMPLONA. — UNA CARTA DE FRANCO AL MINISTRO DE LA GUERRA, CASARES QUIROGA. — SE
FRUSTRA UNA OPERACIÓN POLICÍACA DE MUCHA IMPORTANCIA PARA YUGULAR LA CONSPIRACIÓN.
— NEGOCIACIONES DE LOS TRADICIONALISTAS CON EL GENERAL SANJURJO. — CONFUSIÓN Y
PESIMISMO RESPECTO AL ALZAMIENTO EN MADRID, BARCELONA Y VALENCIA. — EL JEFE DE
LA C. E. D. A. PONE A DISPOSICIÓN DE MOLA MEDIO MILLÓN DE PESETAS. — EL GENERAL
BATET PREVIENE A MOLA QUE SUS PASOS SON VIGILADOS. — A PROPUESTA DEL CONDE DE
RODEZNO, MOLA NEGOCIA CON LA JUNTA REGIONAL CARLISTA DE NAVARRA. — DE NUEVO EL
GENERAL BATET, ENVIADO DEL GOBIERNO, CONMINA A MOLA.
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