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CAPÍTULO 89.

INTENTOS PARA CONSTITUIR UN GOBIERNO AUTORITARIO CON PRIETO

 

Divididos los socialistas en moderados y violentos, los dos líderes que presiden los grupos no caben en el mismo partido. Largo Caballero pretende la eliminación de Prieto, para lo cual trata de ganar el predominio absoluto en la organización, mientras su rival fía en su habilidad y talento para inutilizar a su adversario.

La historia de la intriga para situar a Prieto en la jefatura del poder público es la siguiente : A raíz del acuerdo de celebrar elecciones municipales, adoptado por el Consejo de Ministros en los últimos días de marzo, coinciden en el Congreso los diputados Claudio Sánchez Albornoz, de Izquierda Republicana; Giménez Fernández, cedista, y Miguel Maura. Los tres estiman que dada la situación anárquica de España, las elecciones serán motivo de nuevas violencias y desórdenes. Las noticias que cada diputado tiene de su respectivo distrito son desoladoras y trágicas. En estas condiciones, una frenética campaña electoral y una movilización turbulenta del censo acabarán por enloquecer a los españoles, ¿Por qué — propone Sánchez Albornoz— no visitamos a Besteiro para decirle nuestra preocupación y saber lo que opina? Así lo hacen. El diputado socialista piensa como ellos. Comparte sus temores y su pesimismo. Afirma que una consulta electoral equivale a un salto en las tinieblas. Completa su desesperanza con estas palabras: «¡Y eso que no saben ustedes cómo están las cosas en el partido socialista!» ¿Qué se podría hacer? Besteiro sugiere hablar en el acto con el jefe del Gobierno, que en aquel momento se encuentra en su despacho, para exponerle el criterio de los cuatro, contrario a la celebración de elecciones. Azaña les recibe y escucha en silencio. «El país vive en plena guerra civil», afirma Besteiro: en estas condiciones una lucha electoral supone lanzar a España a una hoguera de pasiones desenfrenadas.

Azaña abandona su habitual gesto glacial y desdeñoso. Está asustado. No es una interpelación parlamentaria la que oye, sino confidencias de amigos interesados, como él, en la cosa pública. Cada visitante alega sus razones. El efecto de la entrevista se refleja en un acuerdo del inmediato Consejo de ministros (3 de abril). El Gobierno con liviano pretexto, para ocultar la verdadera causa, suspende las elecciones convocadas.

Miguel Maura, ardiente partidario de un Gobierno de autoridad, comienza, a partir de aquel momento, a discurrir con Besteiro, Sánchez Albornoz, Sánchez Román y en especial con Giménez Fernández y Prieto, la manera de organizar una mayoría parlamentaria que respalde a un Gobierno dispuesto a contener el desenfreno frentepopulista. A Giménez Fernández le encomienda la gestión en la C. E. D. A.: conseguir la adhesión de unos cuarenta diputados para un apoyo no sistemático, sino condicionado a un Gobierno con republicanos de izquierda y socialistas de la fracción Prieto. El jefe del grupo cedista, en apariencia disidente, será Luis Lucia, puesto que Giménez Fernández se ha distinguido durante su paso por el ministerio por su radicalismo social y despierta muchos recelos dentro del partido. Las negociaciones para constituir el conglomerado parlamentario se amplían al sector agrario, por medio del diputado Cid y al grupo de Sánchez Román, que carece de acta, pero cuenta con tres diputados que le reconocen como jefe. Martínez Barrio, cuya minoría la componen más de cuarenta diputados, vendrá a ser de hecho árbitro de la situación, pues sus votos decidirán en todos los casos. Los gestores acuerdan por eliminación que sea Prieto jefe de Gobierno, pues ningún otro ofrece las garantías de decisión y energía para enfrentarse con la revuelta anárquica.

En los últimos días de abril, en vista de las ramificaciones e incremento de la intriga, Giménez Fernández informa a Gil Robles de los alcances y pormenores de la misma. Gil Robles, sin dar su aprobación, decide permanecer a la expectativa, inquietado por los peligros que encierra el intento, pues teme que la mayoría de los cedistas no acepten la amalgama y abandonen el partido para alistarse en otras banderas.

Así están las cosas cuando Prieto, con su discurso de Cuenca (1 de mayo), da el clarinazo de alarma. España se precipita hacia un despeñadero, empujada por las masas exasperadas por Largo Caballero, que aspiran a la dictadura del proletariado. Prieto en dicho discurso se declara dispuesto a dar la batalla a la criminalidad revolucionaria. Sin embargo, pese a la actividad desplegada para atraerse a los correligionarios, sólo cuenta con la adhesión de cuarenta y dos o cuarenta y siete diputados, y la minoría socialista se compone de no. Las actas ganadas en la rebatiña que siguió a las elecciones, más las conseguidas en la segunda vuelta, en total unas veinte, fueron para incondicionales de Largo Caballero, con lo cual éste vio acrecentada su fracción. Pero Prieto, secundado por Jiménez de Asúa y Jerónimo Bugeda, entre otros, no desconfía de ganar nuevos adeptos hasta conseguir la mayoría de los diputados socialistas, y en ese momento dará estado público a la disidencia. Tan interesado está en el éxito, que dedica su atención y su tiempo a perfeccionar el plan, e incluso proyecta el Gobierno que presidirá: a Ricardo Zabalza, secretario de la Federación Socialista de Trabajadores de la Tierra, le ofrece la cartera de Agricultura, a Miguel Maura la de Estado. La de Comunicaciones se la reserva a Luis Lucia. La crisis se producirá con la lectura de una proposición de ley de censura contra el Gobierno, encabezada por Prieto y firmada por cincuenta diputados. Entonces estallará la división del partido. El Comité Ejecutivo aprobará la participación de los socialistas en el Gobierno en contra de la U. G. T., que dará por roto el pacto del Frente Popular. El ex director de El Sol, Manuel Aznar, recoge todas las impresiones de la batalla política que se prepara en una crónica del Heraldo de Aragón (29 de mayo): «Se habla cada día más de un Gobierno Prieto y se dice quiénes lo compondrán. Prieto no tendría mayoría parlamentaria si no le votaran la confianza los diputados de la C. E. D. A. ¿Podrían los amigos de Gil Robles abrir créditos al Gabinete presidido por el diputado bilbaíno? Pero, sobre todo, ¿puede Prieto gobernar en estos momentos apoyado por los votos de la C. E. D. A.? Comienza a hablarse de un Gobierno de concentración republicana bajo el mando y caudillaje de Prieto, sin demasiadas trabas legalistas y sin excesivos ringorrangos jurídicos. Va cundiendo en el campo republicano, entre los característicamente denominados hombres del 14 de abril, la convicción de que esto no puede seguir y de que así no se puede continuar un día más. Desde la derecha del 14 de abril hasta el propio Prieto, pasando por las zonas izquierdistas, la desolación, la amargura, enojo y protesta contra lo que está ocurriendo son de una perfecta evidencia».

El inconveniente más serio que se opone al éxito de estos planes lo ofrece, como se ha dicho, la falta de diputados socialistas dispuestos a aceptar la jefatura de Prieto. Por otra parte, en el seno de la C. E. D. A., donde empieza a conocerse lo que se trama, son muchos los que repugnan el peligroso conglomerado. Gil Robles ha mirado con recelo, desde el primer momento, la maniobra que si prospera ocasionará la fragmentación del partido, con riesgo de desintegrarlo. Y, por encima de todo, él quiere mantener la unidad de la C. E. D. A., pretensión harto difícil, porque los extremistas de derecha e izquierda y en especial las juventudes, soliviantadas y casi en rebeldía, con marcada tendencia fascista, se muestran cada vez más en contra de las recomendaciones legalistas del jefe.

Además, no es fácil olvidar que Prieto fue promotor y vocero de la revolución de Octubre para aceptarlo año y medio después como caudillo de la contrarrevolución. Gil Robles acaba por desautorizar las negociaciones (2 de junio). «Me cabe la satisfacción, dice Giménez Fernández al jefe de la C. E. D. A., de haber agotado todos los recursos para evitar la catástrofe que se avecina. Suspendo la actividad política y me marcho a mi casa de Chipiona donde esperaré a los que vayan allí para cortarme el cuello.»

Sin embargo, Miguel Maura no cede en su empeño. Y como contri­bución al intento de constituir un Gobierno fuerte —«dictadura nacional republicana», así lo llama—, publica en El Sol de Madrid y en varios periódicos de provincias (18 de junio y siguientes) seis artículos en los que expone cuál es, a su parecer, la única solución al gravísimo problema. Son una apelación al único poder, cuyo nombre no se dice, capacitado para restaurar el imperio de la disciplina y el orden: es decir, el Ejército. En el primer artículo examina la situación de España desde las elecciones de 1931 hasta la revolución de Octubre. En el segundo explica el estado de subversión y desprestigio definitivo del sistema parlamentario.

«Rota la normalidad parlamentaria y democrática, las elecciones de febrero tuvieron, el carácter de lucha a muerte entre la revolución fracasada de Octubre, pero viva, y las fuerzas de derecha. La lucha entablada en definitiva entre capitalismo y marxismo tiene todas las características de una guerra civil. Unidas como estaban las organizaciones obreras habrían decidido la contienda sin apelación posible aplastando a la burguesía e instaurando la dictadura del proletariado, antesala de la anarquía. De haberse llevado la lucha entre los dos bandos sin intervención ni participación de la burguesía republicana en el Frente Popular, el resultado electoral hubiese sido el mismo, pero la mayoría parlamentaria distinta, pues habrían tomado asiento 230 obreros, que hubieran decidido en veinticuatro horas la contienda, sumiendo a España en la anarquía, porque su falta absoluta de preparación y hasta de esperanza en la victoria era de todos bien conocida. Si las Cortes no han sido ese instrumento se debe a la presión y patriotismo de los dirigentes de Izquierda Republicana, que supieron a tiempo traer a razón a las organizaciones obreras, dueñas de la auténtica fuerza electoral.»

El tercero de sus artículos se titula «Los Comités jacobinos del Frente Popular, el fascismo español y la gravedad de los problemas nacionales». «El Gobierno republicano dice que dirige la realización del programa del Frente Popular, pero en la vida provincial y rural son las masas anónimas y exaltadas las que mandan y gobiernan a través de gobernadores sometidos a los Comités jacobinos del Frente Popular, cuyos excesos y desmanes tiene aquella autoridad que refrendar, a través de los alcaldes y presidentes de gestoras, verdadera plaga bolchevizante que está asolando al país. Los ciudadanos pacíficos viven con la sensación de que las leyes son letra muerta y que los incendios, asaltos, allanamientos de morada, homicidios, insultos y agresiones a la fuerza armada han dejado de figurar en los preceptos del Código penal para quienes pueden alegar como eximente el uso de una camiseta roja o azul, o la insignia estrellada con la hoz y el martillo. El puño en alto es salvoconducto y talismán que permite los mayores excesos.»

«La reacción no podía faltar. Así ha tomado cuerpo hasta llegar a ser una realidad preocupadora lo que se llama «fascismo». La masa incorporada a ese movimiento se ha formado por aluvión y la integra la burguesía netamente conservadora y una juventud magnífica de espíritu y patriotismo, llena de abnegación y rebosante de valor personal, que llega hasta el desprecio temerario de la muerte, que al calor de un ideal, yo creo que no bien precisado, actúa violentamente en la guerra civil empeñada sobre el suelo español, mientras van llenando la lista ya cuantiosa de sus mártires. Tras esa vanguardia está la masa que fía el remedio de sus males a un cambio de gobierno o sistema. Con todo, sería negar la evidencia desconocer el hecho de que esa organización tiene hoy entre sus afiliados y simpatizantes a la casi totalidad de la burguesía española. El campo nacional está escindido en dos grupos irreconciliables, y, entre ellos, el Estado republicano, cada vez más débil. En síntesis: desgobierno absoluto arriba, anarquía desatada abajo y amenaza de ruina en todas partes. Esta situación no puede prolongarse.»

* * *

En otro artículo, Maura expone la solución para atajar el mal: una dictadura nacional republicana. Recuerda las equivocaciones de los republicanos «que colaboramos al advenimiento de la República». Nos equivocamos «al convocar a las Constituyentes, porque la inexperiencia y la tensión revolucionaria dieron como fruto una ley fundamental plagada de errores y cargada de sectarismo: al vestir al nuevo Estado con el traje arcaico, ya en desuso, de un liberalismo integral del siglo XIX y de un parlamentarismo cerrado con todos los vicios del sistema; al negar el diálogo y la convivencia a los adversarios políticos; al empeñarnos en fútiles y nimios menesteres, en vez de atacar a fondo la obra de dar estructura al nuevo Estado; al emprender una política partidista o de clase hostil a cuanto no fuera la fracción dominante en vez de practicar una política nacional; en los modos ásperos y violentos de garantizar la función de Gobierno, provocando la protesta y desvío de los ciudadanos; al promulgar leyes excepcionales, siempre injustas y vejatorias; al agredir a la ley fundamental cuantas veces consentimos el relajamiento de los resortes de la autoridad. Esto se resume en insinceridad en el cumplimiento y postergación del auténtico interés nacional e inexperiencia en las funciones».

«Somos los republicanos y los socialistas no contaminados de la locura revolucionaria —prosigue Maura— quienes hemos de asumir la tarea de rectificar el rumbo de la República, so pena de asistir al barrido de las instituciones republicanas. Fuera del Frente Popular no es fácil formar una mayoría parlamentaria. Además, sería inútil, porque la práctica del sistema ha hecho inservible las Cortes para su función privativa. No es posible esperar transigencia a través del diálogo. Roto el Frente Popular, el actual Parlamento queda inservible. Son contados, yo apenas los conozco, quienes postulan una solución dentro de las puras normas constitucionales.

No hay otra solución que reconocer todos los errores y rectificar sin paliativos el rumbo de la República, dejando en suspenso los preceptos de la Constitución, clausurando el Parlamento y, tras un período cuya duración han de fijar las circunstancias y los sucesos, pensar en confeccionar nuevo ropaje. Dictadura republicana se llama esa solución. Dictadura nacional, apoyada en zonas extensas de clases sociales, que llegue desde la obrera socialista no partidaria de la vía revolucionaria hasta la burguesía conservadora. Dictadura regida por hombres de la República avanzada en la política social y económica.»

Este responso de Maura a la Constitución y a la República declinantes y agónicas se prolonga en otro artículo, quinto de la serie, en el que el político insiste en que la República no puede subsistir si continúa por los derroteros que le traza el Frente Popular. «Hoy, la República —dice — no es otra cosa que el instrumento de la parte exaltada y revolucionaria de la masa proletaria, que al socaire del sistema democrático y liberal y de la ceguera de algunos hombres representativos de los partidos republicanos preparan con prolija minuciosidad el asalto al poder y el exterminio de la organización social, capitalista y burguesa. Nos lo dicen ellos mismos en sus propagandas en la prensa y en actos públicos. Las cárceles están llenas de republicanos llamados fascistas. Los republicanos que más colaboramos somos fascistas. Si la República ha de ser eso, la República está inexorablemente condenada a muerte próxima, a manos de los que dicen ser sus defensores. La única solución es una dictadura republicana ejercida por un Gobierno para el que más que lícito es obligado pedir los plenos poderes.»

En el último artículo de la serie explica cómo concibe el Gobierno nacional. Petición tan descarada de una dictadura, aun con las veladuras de republicana y nacional, no produce en los partidos izquierdistas indignación, porque muchos parecen dispuestos a aceptarla como remedio desesperado exigido por las circunstancias. «La República —escribe A B C (25 de jimio) —, como apostilla a los artículos de Maura, es como tiene que ser: abominable para nosotros; pero no puede ser de otra manera y en España, sobre todo, no hay otra.» La dictadura republicana se vería obligada a prescindir de los únicos elementos en que la República se apoya, y con los que habría de luchar enconadamente desde el primer momento.

La prensa izquierdista acoge con desprecio y rechifla los artículos de Maura, que a juicio de Claridad exhalaban un tufo pestilente fascista. «Para hacer manifestación pública de adhesión al fascismo, comenta Solidaridad Obrera, (29 de junio), no tenía necesidad de escudarse tras la peregrina idea de un Gobierno nacional». Política, órgano de Izquierda Republicana, escribe: «Maura postula una dictadura que él llama nacional, pero que a juzgar por la posición que adopta con relación al Frente Nacional sería una dictadura tan reaccionaria como pudiera ser la que se le ocurriera a cualquier líder de las derechas intransigentes. A través de la desbocada dialéctica del señor Maura se adivina preferentemente el resentimiento contra los principios de la Constitución, piedra de toque de todo republicano. El jefe del partido conservador, que fue hasta ayer un revisionista de la Constitución, ya no se conforma con reformarla: quiere sencillamente acabar con ella.»

La alarma entre los elementos republicanos estaba muy generalizada, y a los artículos de Maura había precedido un manifiesto (30 de mayo) del Consejo Nacional de Izquierda Republicana, con las firmas del presidente, Marcelino Domingo, y del secretario, José Salmerón García, que enjuiciaba la situación creada por los sucesos ocurridos desde el 16 de febrero con estas palabras: «Todos estos hechos son lo suficiente para poder afirmar respecto de ellos que no han contribuido en lo más mínimo al buen nombre de España, al afianzamiento de la República y al buen crédito de las izquierdas en el poder. Todo lo contrario. España ha sido juzgada en el exterior como un país en permanente guerra civil, incapaz para la convivencia y la categoría democrática. La República ha sido vista como un régimen interino e inestable, al que los propios republicanos dificultan la base de su afianzamiento; las izquierdas en el Poder han sido conceptuadas de impotencia para mantener vigente la autoridad. No hay duda de que este juicio es injusto por lo desmedido, insidioso y falso. Pero es un juicio que fuera y dentro de España ha adquirido sobrada circulación para que no sintamos el afán, no sólo de desmentirlo, sino un afán mayor: el de conducirnos de forma que haya de rectificarse o no pueda repetirse.» En el manifiesto se hace un llamamiento a los partidos integrantes del Frente Popular para que se muestren disciplinados, sin ningún resultado, como se demostrará pocos días después, en la reunión (11 de junio) del grupo parlamentario de izquierdas celebrado en las Cortes, bajo la presidencia de Marcelino Domingo. Los diputados de varias regiones exponen la situación en cada una de ellas. Son pinturas desoladoras y catastróficas. Miñana cuenta lo que sucede en Valencia, cuya economía se resquebraja por los abusos y excesos de las organizaciones proletarias. Vicente Sol describe a la provincia de Badajoz dominada por la anarquía. Moreno Galvache habla de Murcia, «escenario de luchas violentas, expoliada por el Socorro Rojo, dueño de las carreteras». Las cantidades de la Junta Nacional contra el Paro se las reparten los socialistas y comunistas dueños de los Ayuntamientos. Otros diputados cuentan cosas parecidas de sus regiones, y el presidente, para resumir, promete que sin perder tiempo se dirigirá al Gobierno para pedirle que ponga fin a los desafueros.

¿Qué podía hacer el Gobierno? «A estas horas —escribe Ossorio y Gallardo en La Vanguardia (21 de junio) —, hablemos claro, aunque nos duela. Ni el Gobierno, ni el Parlamento, ni el Frente Popular, significan en España nada. No mandan ellos. Mandan los inspiradores de huelgas inconcebibles, los asesinos a sueldo y los que pagan el sueldo a los asesinos; los mozallones que saquean automóviles en las carreteras, los que tienen la pistola como razonamiento. ¿Hay alguien contento o siquiera conforme con tal estado de cosas? Nadie. Ninguno sabe lo que va a pasar aquí, ni presume quién sacará el fruto de la anárquica siembra.» Afirma también Ossorio y Gallardo: «Estamos presenciando cosas que sólo en la patología mental puede tener explicación.»

Un clamor, ahogado por la mordaza de la censura, se eleva de todo el país, náufrago en el desorden y que no sabe dónde poner su esperanza. ¿Cuál es la situación de Cataluña? «La agitación social —se afirma en un manifiesto del Fomento del Trabajo Nacional de Barcelona— ha sumido en la ruina a cientos de empresas. Muchas han desaparecido, por suspensión de pagos o declaración de quiebra, y las que subsisten tienen agotado su capital, paralizados sus créditos y abarrotado de existencias sus depósitos.» Hechos que confirma Cambó en su discurso en el Centro de Juventudes de la Lliga Catalana (15 de junio): «Los notarios me dicen que ya ni se compran fincas, ni se aumentan los capitales de las sociedades, ni se realizan otras operaciones que las hipotecarias. No se construye. Existe una terrible crisis en la agricultura, en la industria textil y algodonera. Los que tienen ahorros los retiran, porque creen que así tienen más seguros sus caudales.»

* * *

El proyecto de un Gobierno Prieto se malogró en los primeros días de junio, pero sobrevive y sigue latiendo en el rumor público y en el ambiente porque la confusión es grande y como la gente no sabe dónde refugiarse pone su vista en Prieto «que representa, escribe Aznar (Heraldo de Aragón, 29 de junio), las esperanzas de todos los espantados por la posibilidad de una España catastrófica». «Todo el mundo, cuenta «Alcíbar» seudónimo de Rafael Picavea, director de El Pueblo Vasco de San Sebastián (12 de junio) pide que venga don Inda cuanto antes. Y se va formalmente a la dictadura destapada y sin disimulos de Prieto.» Claridad procura desengañar a todos los ilusionados con este espejismo. «Sólo un Congreso del partido socialista, escribe, (29 de junio), puede resolver sobre la colaboración.»

«Lo que tiene más cuerpo —en el ámbito parlamentario, añade Claridad es aquello que más graves consecuencias podría acarrear en el Frente Popular: un Gabinete Prieto.» El Socialista se limita a desmentir la veracidad de los rumores. «No consideramos necesarias ni convenientes las crisis.»

«No creo que haya nadie —responde Prieto desde El Liberal de Bil­bao (26 de junio) — tan insensato como para desear el ejercicio del poder público en España en las circunstancias presentes, harto difíciles. Puedo tranquilizar a los envidiosos que se crisparían al verme ascender a él. Llevo conmigo la triple tragedia de no tener fe religiosa, ni vanidad, ni ambición. Falto de estímulos tan poderosos, los incentivos que me ofrecería el poder son demasiado puros para que lleguen a agitar pasionalmente mi espíritu.»

No obstante esta negativa, la cotización de un Gobierno Prieto para los que no están en el secreto de los asuntos políticos sigue en auge y a ello contribuye la insistencia con que piden esta solución periódicos y políticos de izquierda. Se recuerdan las frases de Prieto en el Coliseo Albia de Bilbao: «Estamos ya viviendo una intensísima guerra civil. Me asusta la barbarie, la deploro y me entristece, y además la condeno por contraproducente, porque no lleva en sí designios francamente revolucionarios». Y las frases de Besteiro en la Sociedad «El Sitio», de la capital vizcaína (23 de mayo). «En el partido socialista hay hombres eminentes que tienen extraordinarias dotes de gobernantes. Si posee el partido esos hombres, ¿los puede monopolizar en nombre de un egoísmo sin sentido? ¿Hay alguna razón para que se les cierre el paso en el cumplimiento de sus funciones de gobierno? Yo digo desde ahora que no».

«No es posible —escribe La Libertad (10 de junio) — demorar la formación de un Gobierno que realice por decreto, para dar cuenta a las Cortes, el programa del bloque izquierdista, ante la magnitud creciente de los problemas económicos, de orden público y social. Todas las fuerzas del Frente Popular deben apoyar un régimen de fuerza para la salvación de la República.» Y pocos días después insiste: «Prieto es, a nuestro juicio el valor bajo cuyo signo izquierdista, con hombres capaces, estén donde estén, puede formar un Gobierno republicano-socialista que encauce y resuelva los problemas nacionales. Esperamos que la perspicacia y el amor al pueblo y a la República del señor Azaña encauce en este sentido la solución de la próxima crisis.»

El Socialista (3 de julio) reconoce que se ha producido en la calle «un estado de ánimo que para entendernos fácilmente llamaremos de mesianismo histérico, porque ha disminuido la confianza en el Gobierno».

Nadie está satisfecho. «La preocupación es la musa inspiradora de los que gobiernan —escribe Ahora (11 de julio) —. No puede estar satisfecho el Parlamento, pues toda la legislación que ha votado tiene un carácter adjetivo y negativo: la alegría del Frente Popular se ha evaporado; los socialistas riñen entre sí; la C. N. T. choca con la U. G. T.; las divisiones de los republicanos son patentes. En cuanto a la opinión en general, vive inquieta y en constante nerviosismo ante el cúmulo de conflictos.»

Hay que buscar el remedio. Y el «mesianismo histérico» ha puesto su esperanza en Prieto. El cabo ardiendo a que se agarran los náufragos de la República española.

 

 

CAPÍTULO 90.

DEBATE EN LAS CORTES SOBRE LA DESASTROSA SITUACIÓN DEL CAMPO

 

«AL AGRICULTOR SE LE ARRUINA, SE LE DESPOJA DE SUS BIENES Y SE LE LLEVA A LA DESESPERACIÓN (CID). — ESPAÑA NO PODRÁ RENACER -DICE EL MINISTRO DE Trabajo- mientras diez millones de ciudadanos tengan salarios de HAMBRE. — NO PUEDE HABER UNA BUENA POLÍTICA AGRARIA —AFIRMA CALVO SoTELoCoN EL MAREMÁGNUM DE LEYES Y CoNTRALEYES Y EL INCESANTE DESFILE DE MINISTRoS PoR LA CARTERA DE AGRICULTURA. — GALARZA PRoCLAMA «LA LEGITIMIDAD DE LA VIoLENCIA CoNTRA QUIEN PRETENDE ERIGIRSE -CALVo SoTELo- EN JEFE DEL FASCISMo». — PRoCESo Y CoNDENA DE JoSÉ ANToNIo PoR TENENCIA ILÍCITA DE ARMAS. — EL JEFE DE FALANGE Y SU HERMANo MIGUEL TRASLADADoS A LA PRISIÓN DE ALICANTE. — CIRCULAR DE JoSÉ ANToNIo A LoS JEFES DE FALANGE, oRDENÁNDoLES QUE No SE CoMPRoMETAN EN CoNFUSoS MoVIMIENToS SUBVERSIVoS.