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CAPÍTULO 86.TODAS LAS REGIONES RECLAMAN LA AUTONOMÍA
La
insistencia con que los parlamentarios de derechas y otros, como Prieto, del
bando opuesto, hablan de la imposibilidad de una política gubernamental
ordenada y coherente, se basa en el huracán anárquico que azota al país sin que
se advierta propósito ni poder que lo frene y contenga. En Asturias, jefes y
oficiales del Ejército y los guardias de Asalto son objeto de continuos
ultrajes y humillaciones. Los marxistas no les perdonan su participación en la
revolución de Octubre. Su presencia les irrita y el conflicto surge por
cualquier motivo. Durante una verbena en Oviedo (23 de mayo) se produce una
reyerta y al intervenir los guardias se ven acosados por las turbas. Al día
siguiente se reproducen los desórdenes, esta vez con intenso tiroteo, del que
resultan heridos un guardia y veintidós marxistas. Estalla la indignación de
los revolucionarios. Convocado el Ayuntamiento en sesión extraordinaria (25 de
mayo), el concejal de Izquierda Republicana, Enrique Fernández, propone y se
acuerda solicitar del Gobierno «la inmediata destitución de los jefes y
oficiales que mandaban las fuerzas de Asalto el día de los sucesos; el
encarcelamiento de los mismos y de cuantos individuos de la misma Fuerza hayan
tenido participación en dichos sucesos». El concejal comunista, Ramón Rozas,
amplía estas peticiones con otra encaminada a que las milicias obreras y campesinas
se encarguen de la defensa del orden de la ciudad. Refrendan estas exigencias
las organizaciones obreras con la declaración de una huelga general. El
Gobierno, diligente, se adelanta a los deseos de los revolucionarios. Designa
un Tribunal presidido por el teniente coronel Sánchez Plaza para juzgar la
conducta de los inculpados y dispone la baja en el Cuerpo de Asalto del capitán
Cabello y de los tenientes Vidal, Beltrán, Rodríguez Cabeza y Paneda, más el traslado de otros tres oficiales. Cuando el
presidente del Tribunal abandona la Sala de Justicia, llena de marxistas,
saluda puño en alto. El capítulo de humillaciones para la fuerza pública tiene
como corolario la autorización a unos delegados de las milicias marxistas para
que descubran entre los guardias formados en el patio del Cuartel, a los que
dispararon. Engreídos y envalentonados como en ninguna otra provincia se
manifiestan los marxistas de Asturias. Actúan con plena autonomía, como
vencedores y proclaman que el poder que demostraron en Octubre de 1934 ha
acrecido y se ha multiplicado.
De mucha
gravedad son los hechos que acaecen en Yeste (Albacete). Obreros sin trabajo, que son la mayoría de la localidad, se dedican
a la tala de árboles y a la roturación de los montes del Estado o de
particulares, indistintamente, alentados por la Casa del Pueblo y los gestores
municipales. En la aldea de Graña cortan unos seis mil pinos y para contener
el estrago son enviados un alférez de la Guardia Civil con veinticinco números.
El oficial, el presidente y dos miembros de la Gestora tratan de disuadir a los
taladores, pero éstos, apoyados por vecinos de aldeas limítrofes, pretenden
continuar su destructora tarea; la disputa se agria y degenera en colisión. Los
guardias buscan refugio en la Casa Cuartel y retienen con ellos a seis
revoltosos. Al día siguiente (27 de mayo) proyectan los guardias trasladar a Yeste a los detenidos, pero sabedor el alcalde de que se
han concentrado centenares de vecinos para rescatarlos, propone al alférez que
los deje en libertad, para evitar mayores conflictos. Accede aquél y emprende
con la fuerza el regreso a Yeste. Cuando cruzan un
camino en pleno monte, unos tres mil vecinos que se hallan al acecho en los
vericuetos y entre los barrancos de Fuensanta y Cerecera,
los acometen. La lucha se prolonga durante tres horas. Un guardia resulta
muerto a hachazos y catorce heridos. Los agresores sufren diecinueve muertos y
treinta y ocho heridos.
Los
sucesos de Yeste desencadenan una furiosa campaña de
los periódicos revolucionarios contra la Guardia Civil, cuya disolución se pide
en términos conminatorios. Al ministro de la Gobernación, Moles, le reprocha
aquella Prensa su poca afinidad con el espíritu y los compromisos del Frente
Popular.
Conforme
avanza el mes de mayo, se advierte que la agitación adquiere un carácter
predominantemente social y su arma es la huelga. Proliferan los conflictos en
toda España hasta constituir una plaga. Patronos y propietarios de tierras y
fábricas abandonan los pueblos y se refugian en las ciudades. En la segunda
quincena de mayo se calcula según estadísticas del Ministerio de Trabajo en
ochocientos mil los obreros en paro forzoso. El gobernador de Málaga cifra en
80.000 los obreros sin trabajo en su provincia y el de Murcia en 42.000. La
paralización se propaga como un mal infeccioso. Las huelgas son organizadas
indistintamente por las asociaciones sindicales o por el partido comunista,
pero la C. N. T, lleva la supremacía. «Más que las conquistas de orden económico
—explica Solidaridad Obrera— nos interesan las conquistas de orden social y el
reconocimiento de nuestro poder.»
Los
esfuerzos y reconvenciones de Prieto y sus partidarios contra este desenfreno
resultan vanos. En un homenaje a las mujeres socialistas celebrado en el teatro Albia de Bilbao (24 de mayo), González Peña dice: «Un
motín lo hace cualquiera. Una revolución es obra larga y requiere preparación y
experiencia. Si hoy podemos hacer desde la Gaceta, lo que ayer tratamos de
hacer con los fusiles, ¿por qué no hacerlo?» Y Prieto más contundente asegura: «Declararse
hoy optimista sería criminal engaño. El porvenir político de España está
pendiente de un hilo. La política agraria que se está realizando es una locura:
los asentamientos fracasarán completamente. Las aspiraciones del proletariado
tienen un tope, el punto de elasticidad de la economía capitalista. Estamos en
la administración de la victoria. Ahora, rotos muchos diques de la resistencia
gubernamental que llegó a espasmos histéricos después de octubre, gentes
nuestras se sienten de una valentía que muchas veces, oídlo bien, se confunden
fácilmente con la locura. Y así se destruyen todas las disciplinas Junto a los
evidentísimos quebrantos de la disciplina en los propios institutos armados del
Estado, vemos también quebrantada la disciplina de las organizaciones obreras,
a las que va faltando el control de la responsabilidad directiva. Y
consecuencia de eso, fuera del área sindical, que tiene también sus jerarquías,
que han sido instituidas por la masa, grupos de insolventes, cuando no osados,
y siempre de irreflexivos, lanzan a las masas a movimientos que impulsados por
la ceguera, no pueden tener más que soluciones catastróficas.» Y Prieto añade:
«Cuando las aspiraciones del proletariado en la consecución de mejoras
desbordan la capacidad de la economía capitalista, esas aspiraciones están
condenadas al fracaso y en vez de servir para aumentar la capacidad de compras
del obrero y acrecer su bienestar, producen la contracción y con la contracción
a veces el colapso... ¿Que la causa de esos trabajadores es justa? Justísima.
Mas la justicia no puede ser el registrador único de las aspiraciones obreras
mientras subsista el actual sistema económico. Entiéndase bien, aunque en
muchos oídos suene esto a herejía: no basta la justicia, es necesario la posibilidad.
Y en cuanto la posibilidad se rebase, muere en flor toda aspiración, por grande
que sea la justicia. Si originamos en los productos españoles una carestía en
su coste que los aleje del campo de la competencia, el resultado será
profundamente dañoso no sólo para la economía capitalista, que esto a un
socialista le podría interesar poco o nada, sino para los propios obreros.»
El mismo
amargo pesimismo destila la pluma del líder socialista: «He comenzado a pensar
en serio, muy en serio —escribe en El Liberal de Bilbao (9 de mayo) — si
no seré, por el rumbo que he dado a mis energías, un perfecto imbécil. Me
entran ganas de echarlo todo a rodar, para verme libre de este engranaje
político que me tortura, e irme en busca de paz, que para mí es puro ensueño,
porque jamás logré alcanzarla.» Y pocos días después (25 de mayo) insiste en el
mismo periódico: «Me embarga la pesadumbre y no podría ni quiero ocultarlo,
porque es tan grande que no admite disimulo. Veo al partido socialista, eje de
las izquierdas españolas, caminar hacia la escisión. Veo a la U. G. T. caminar
en varios sitios a remolque de la C. N. T., sometida por procedimientos
terroristas que constituyen el método de lucha de los anarco-sindicalistas, sin
que nadie en cumplimiento de sus estrictos deberes se atreva a dar el pecho
para contener ese dominio que ha de ser funesto para la clase trabajadora... Veo,
en fin, cómo se debilita el régimen republicano al cuartearse sus piedras
angulares.»
«Tocamos
las consecuencias —escribe El Socialista (27 de mayo) — de cuantas
campañas demagógicas puerilmente revolucionarias han hecho los que por una u
otra causa creyeron que del caos pudiera resultar cosa distinta que la
confusión y la oscuridad. Pero ahora viene el ataque a la autoridad, indiscutible
hasta ahora en las masas obreras de la U. G. T., la aminoración de cuya
autoridad se hace visible a través de los propios conflictos obreros.» El
marxista Ramos Oliveira opina: «Desde las columnas de Claridad se infundía al
proletariado un optimismo revolucionario injustificado y temerario.»
Solidaridad
Obrera llama la atención de los huelguistas para que la solución de
los conflictos no sea a costa de alterar los precios del consumidor. «Hay que
reivindicar —escribe— la obtención de un nivel de vida más alto para los
productores, pero sin tolerar que el gasto corra a cargo de los consumidores.
De lo contrario no se obtiene ninguna ventaja y será el caso de examinar
serenamente si hay que plantear huelgas o si, por el contrario, hay que
sostener los actuales salarios y propiciar la reducción de las subsistencias y
de los alquileres.»
* * *
Pero es
ya tarde para tales reflexiones. El estruendo de la riada revolucionaria, que
avanza vertiginosa, no permite oír palabras razonables Muchos correligionarios
de Prieto comparten su pesimismo. Están convencidos de que la agitación
política y social lleva a la catástrofe. En la redacción de El Socialista se
reúnen (21 de mayo) los diputados identificados con Prieto. Son cuarenta y
siete. No llega a la mitad de los componentes de la minoría socialista. Por su
parte, la Comisión Ejecutiva de la U. G. T., que en su mayoría sigue las
orientaciones de Largo Caballero, recuerda (22 de mayo) a las asociaciones
obreras adscritas a la Unión, la obligación de no declarar ninguna huelga sin
previa consulta y autorización de las Federaciones respectivas. La amonestación
cae en el vacío. No se distingue si quienes imponen las huelgas son de la C. N.
T., de la U. G. T. o comunistas. Unas son generales y otras se circunscriben a
un gremio o rama de la producción. Algunas se complementan con la incautación
de fábricas y talleres o máquinas de producción, como sucede con los tranvías
de Úbeda, o la ocupación de la mina en Pueblo Nuevo del Terrible y en Escucha
(Teruel), donde el empresario es juzgado por un Tribunal constituido por los
obreros. Hasta los toreros, caso insólito, se declaran en huelga por negarse a
alternar con diestros mejicanos y el día de San Isidro (15 de mayo) Madrid no
celebra corrida. La huelga de los marinos mercantes (3 de mayo) tiene
paralizada toda la navegación de cabotaje y con el exterior. El sarpullido de
huelgas generales alcanza a Málaga, Teruel, Cuenca, Vigo, Orense, Cádiz, León,
Andújar, Zamora, Yecla, Santander, Antequera, Estepa, Bailón y Oviedo. No hay
ciudad ni pueblo de alguna importancia que se vea libre de conflictos sociales,
que a veces van acompañados de incendios, disturbios, crímenes y desafueros,
como el que comete el Ayuntamiento de Yecla, incautándose de la Basílica de la
Purísima, única iglesia intacta, para convertirla en mercado.
Cualquier
partido o asociación sindical decreta por sí y ante sí una huelga, sin respetar
la autoridad de la organización a que pertenecen. Sin embargo, en las grandes
ciudades y de modo singular en Madrid, Barcelona y Zaragoza, la hegemonía
absoluta en los movimientos sociales la ejerce la C. N. T. que no consiente ser
discutida. Porque el patrono de un café de Madrid se niega a despedir a un
camarero admitido durante la revolución de 1934, se ordena la huelga de
camareros (26 de mayo). La U. G. T. se opone y la Junta Administrativa de la
Casa del Pueblo afirma en una nota (30 de mayo) que «controla la fuerza
sindical de Madrid». Recomienda a las organizaciones de la U. G. T. «que no
secunden ningún movimiento de carácter general mientras no lo acuerden los
organismos responsables». La C. N. T., en respuesta, rompe sus relaciones con
la U. G. T. y los anarco-sindicalistas apelan a las bombas que estallan en los
cafés y bares que abren sus puertas. El Director General de Seguridad, Alonso
Mallol, clausura los centros de la C. N. T. y detiene a los directivos del
Sindicato Único de camareros. Los perseguidos, en respuesta, decretan la huelga
de cerveceros. A la vez, el Sindicato Único de la Construcción de Madrid, que
ha presentado unas bases de aumento de salario y reducción de horas de trabajo,
entre las que incluyen «aquellas en que los obreros cumplan sus deberes
societarios», ordena la huelga (2 de junio) al conocer la negativa de los
patronos. Por contaminación, se suman al paro diversos gremios, a los que
directa o indirectamente afecta la construcción, y el día 6 de junio el número
de huelguistas se eleva a 80.000.
Ossorio y
Gallardo, ardiente panegirista del Frente Popular en su iniciación, analiza el
fenómeno de las huelgas en Ahora (2 de junio) en la siguiente forma: «Una cosa
es la huelga económica y otra la huelga política. Nadie podrá de buena fe
desconocerlo. Se trata de una red de huelgas en todas las localidades, en todos
los oficios, por causas graves, por causas nimias o sin causa ninguna, con
peticiones discretas o con reclamaciones desorbitadas, desdeñosas de los medios
legales, desobedientes a pactos, acuerdos y laudos después de admitirlos; con
métodos agresores más que defensivos, con frecuentes extralimitaciones
violentas. Político es el caso y como político hay que enjuiciarlo. Lo primero
que llama la atención es que esto ocurre cuando las clases proletarias han
obtenido un triunfo electoral resonantísimo y si no
están gobernando —porque no han querido -, están inspirando al Gobierno y la
legislación... Hay prisa para destrozar al Gobierno izquierdista y allanar el
triunfo de una política opuesta, durante la cual los gritadores de hoy volverán
a callarse.
¿Quién
sugiere y provoca esta inquietud? ¿A quién aprovecha? Si lo hacen los
sindicalistas, es perfectamente lógico. Una escuela de filiación anarquista
partidaria de la acción directa entre los elementos productores, sin mediación
alguna del Estado, está en su lugar procurando la destrucción de éste, como
está en su lugar el Estado ejercitando su legítima defensa. La lógica es
lógica, aunque lleve trilita dentro. Pero, ¿y los partidos socialista y
comunista? Su aspiración es un Estado sin clases, encarnado en la dictadura del
proletariado, siquiera sea con carácter temporal. Para alcanzar esa finalidad
es absurdo destruir el Estado. ¿Hay elementos para hacer la revolución y
conservarla? Perfectamente. Hágase la revolución fulminantemente y venga el
nuevo sistema. Pero, ¡cuidado, calcúlense los medios mejor que en Octubre! Gran
necedad será repetir el fracaso.
Mas
aunque fuese seguro el triunfo de la revolución, no se comprendería el actual
sistema, que puede destruir poco a poco toda la economía española, con lo cual
el día del éxito no sabría la revolución qué “hacer con él. Apoderarse
violentamente de un astillero, de una fábrica, de una factoría, se comprende.
Pero deshacerlas primero para ocuparlas después es, sencillamente, una vesania:
tan absurdo como lo sería que un malhechor se esforzara en provocar la absoluta
pobreza de un sujeto para robarle después.
Pensemos
en que este ramo de locura pasará... Unas muchedumbres ofuscadas han tomado a
pecho destruir el Derecho, la libertad, la tolerancia, la paz, la riqueza y el
ordenamiento del trabajo. Si algún día venciesen, ¿sobre qué ejercitarán su
victoria? ¿Cuál sería su activo? El Frente Popular surgió para combatir al fascio. Por el camino que van las cosas no habrá en España
más fascio que el engendrado y amamantado por el
Frente Popular.»
Ossorio y
Gallardo, defensor de todas las causas perdidas de la República, coincide con
Calvo Sotelo y Gil Robles en que el desorden anárquico del Frente Popular
provocará una reacción de los ciudadanos que no han perdido el instinto de
defensa.
* * *
El caos
social y político se produce en medio de una desaforada apología de la U. R. S.
S. Se exalta el genio y grandeza de Stalin, los maravillosos progresos del
sistema comunista, la privilegiada vida de los ciudadanos soviéticos; se dicen
excelencias del «paraíso de los trabajadores» y de sus gentes, cuando millones
de rusos se pudren en los campos de concentración y el país está inmerso en un
baño de sangre con las terribles purgas. Cerca de veinte editoriales
subvencionadas por los servicios de propaganda de Moscú inundan el mercado de
libros y folletos: novelas del proletariado redimido, descripciones de un nuevo
y maravilloso mundo social y técnico, apologías del «homo sovieticus».
La Feria del Libro —escribe El Debate (30 de mayo) — «es una barraca rusa».
«Desborda literatura política, retratos de Marx, Stalin y Lenin, y todos los
días los corifeos de Moscú hacen por los altavoces propaganda comunista.»
Brotan, como hongos, revistas de especialidades deportivas, teatrales,
cinematográficas, de ateísmo o temas sexuales, encaminadas a apoderarse de la
atención de las gentes, para orientarlas a su gusto.
Según
datos oficiales del partido, en el verano de 1935 el censo de la prensa
comunista era el siguiente: «Nueve periódicos legales y quince ilegales, más
dieciocho periódicos de empresa editados por organizaciones del partido. El
órgano ilegal del Comité Central, Bandera Roja, alcanza en el verano de 1935
una tirada de 17.000 ejemplares. A partir de febrero de 1936, el número de
periódicos comunistas crece al calor de las circunstancias. A la producción de
las imprentas indígenas hay que sumar los impresos editados en la U. R. S. S.
en castellano, con excelente papel couché y
fascinantes ilustraciones en color para divulgar la magnificencia del «Metro»
de Moscú, la fortaleza del Ejército rojo, las excelencias geórgicas de los
«koljoses», el heroísmo de los «stajanovistas», trabajadores distinguidos por
el rendimiento de su labor a destajo, y la imponente grandiosidad de sus
complejos industriales. Llegan también películas exaltadoras de las delicias de
la vida en la U. R. S. S., «El gran experimento», «La mujer soviética en el
trabajo» y otras clásicas de la propaganda comunista; «Octubre», «La canción de
la vida», «La tierra del pecado», «Rusia ayer y hoy» y «El acorazado Potemkim.» Aparte de obras de teatro popular y social
soviético, representadas con profusión por afiliados de la «Federación del
Teatro Obrero», de la «Internacional de Artistas» y de la «Asociación de
Artistas Revolucionarios» en el Teatro Español de Madrid una comedia «de la
nueva generación estudiantil española» del inspector de enseñanza Alejandro
Rodríguez Álvarez, más conocido por su seudónimo de «Alejandro Casona»,
titulada Nuestra Natacha, hace fortuna y goza de la protección del público. En
ella, comenta A B C (8 de febrero), se aborda el tema comunal y la coeducación
de los sexos; «ideas rusonianas y utopías comunistas,
quedan realizadas con toda felicidad».
Vienen a
España emisarios de Moscú y marchan a la U. R. S. S. representantes de
sociedades proletarias y dirigentes socialistas. Como emisarios de un mundo
mágico son acogidos con alborozo en los medios comunistas y recibidos en el
Ateneo (25 de mayo) los intelectuales franceses Malraux, Cassou y Lenormand, los cuales se declaran «beligerantes y litigantes en el pleito
español». «La cultura y los intelectuales —dice Malraux— viven y florecen como
en su elemento en la Rusia soviética.» Para Cassou «la revolución es sinónimo de creación».
Tres
delegados de la Komintern tienen bajo su mirada y control la Organización
comunista: Vittorio Codovila, más conocido por
«Medina», residente en España desde 1934, el búlgaro Stephanov y el alemán Heinz Neumann, representante de Togliatti, «Ercole Ercoli» en el nomenclátor de nombres postizos de
jerarcas de la Internacional Comunista, jefe de la sección latina de la
Komintern. «No cabe duda, dice Stephanov al diputado
comunista Hernández, que en España estamos viviendo un proceso histórico
semejante al de Rusia en febrero de 1917. Y el partido debe saber aplicar la
misma táctica de los bolcheviques... Una breve etapa parlamentaria y
después..., ¡los soviets!».
Desde el mes de marzo se encuentra en España, en constante agasajo de
intelectuales y políticos, el escritor y novelista Ilya Ehrenburg,
que goza de la protección de Stalin: «España —declara— es hoy fuente de
esperanzas.» Los españoles a su regreso de la U. R. S. S. se declaran
asombrados de cuanto han visto, arrobados hasta de las cosas más simples y
triviales. El poeta Alberti, los diputados Margarita Nelken, Juan Negrín,
Manuel Cordero, Álvarez del Vayo y Santiago Carrillo, en escritos y
conferencias, parecen ofuscados por la contemplación de tanta grandeza: afirman
que vuelven de un país donde ha comenzado el futuro de la humanidad,
interpretado por el genio soviético. Impacientes por dar a conocer
a los españoles las grandes novedades del pueblo supercivilizado,
jóvenes comunistas con emblemas de las milicias rojas pregonan en la Puerta del
Sol: «La nueva Constitución soviética, a perra gorda.» (diez céntimos).
Para
facilitar la visión de tanto portento, la Asociación de Amigos de la Unión
Soviética organiza viajes a Rusia, donde delegados de las diversas industrias
elegidos para este turismo pasarán un mes como invitados de los Sindicatos
soviéticos.
La
llegada a puertos españoles de los primeros barcos soviéticos constituye un
venturoso acontecimiento. A los tripulantes se les admira como a mensajeros de
un país fabuloso. En Tenerife, los marinos del vapor Selon son paseados en triunfo y agasajados en los centros políticos de izquierda. «El
espectáculo —exclama uno de los oradores que les da la bienvenida— nos compensa
de largas esperas.» «Urge entablar relaciones diplomáticas con Rusia —escribe
El Socialista (3 de marzo) —. Hay que acabar con esta anomalía. Recientes y
oficiales garantías del Gobierno de Moscú a países que le plantearon sus
reservas referentes a la actividad de la propaganda comunista, nos anticipan
una línea de conducta. En el caso de España, reconocemos fuera de lugar esos reparos,
habida cuenta de que el partido comunista español colabora oficiosamente con el
Gobierno, como firmante del compromiso electoral.»
El
interés máximo del partido es para la preparación de milicias instruidas por
jefes y oficiales del Ejército. La eficacia de esta labor se hace patente en
los actos públicos de propaganda, en los cuales nunca falta la representación
del futuro ejército rojo. Por otra parte, las células proliferan en
universidades, fábricas, talleres y cuarteles. La Historia del partido
comunista en España, publicada en Varsovia, da, a propósito del desarrollo del
comunismo en nuestro país, las siguientes cifras, a todas luces exageradas:
«Después del 16 de febrero de 1936, el partido comunista dio un gran salto
adelante; de febrero a marzo, sus efectivos pasaron de 30.000 a 50.000
militantes. En abril contaba ya con 60.000. En junio, con 84.000. Y en vísperas
de la sublevación del 18 de julio tenía en sus filas 100.000».
Este
súbito fervor de las masas españolas por la U. R. S. S., por los ídolos y por
los hombres soviéticos, tiene sus recompensas. La Internacional Comunista
designa Barcelona para que en ella se celebre una Olimpiada roja, en réplica a
la oficial, que tendrá por sede Berlín. Los Gobiernos de España y Francia han
prometido subvencionarla con medio millón de pesetas cada uno. Y en Barcelona
son convocados los atletas de las organizaciones deportivas comunistas de todo
el mundo.
El
Parlamento catalán ha reanudado su actividad y discute en escandalosos debates
las responsabilidades del fracaso de la proclamación del Estat Catalá el 6 de octubre de 1934. Derogadas por decreto las disposiciones
gubernativas emanadas de la ley de 2 de enero de 1935, que afectaban a la
cesión de servicios de la Generalidad, se restablece también por decreto (10 de
mayo) la Junta de Seguridad de Cataluña, y se dictan nuevas normas para el
traspaso de servicios. Los de Orden Público, con arreglo a decreto (2 de
junio). Reingresan en el Ejército los jefes y oficiales Pérez Salas, Guarner,
Menéndez, Pérez Farrás, Escofet, Ricart y cuantos fueron condenados por su
participación en el movimiento secesionista de octubre.
El
nombramiento de Lluhí para ocupar el Ministerio de
Trabajo y la dimisión del consejero Comorera impuesta por la Unió Socialista,
obliga a Companys a modificar el Gobierno de la Generalidad, que queda formado
de este modo (23 de mayo): Presidente, Companys; Justicia y Derecho, Pedro
Comas, magistrado del Tribunal de Casación; Gobernación, José María España
(Esquerra); Hacienda, Martí Esteve (Acció Catalana);
Cultura, Gassol (Esquerra); Obras Públicas, Pedro
Mestres (Esquerra); Trabajo, Martín Barrera (Esquerra); Agricultura, Luis Prel (Esquerra); Sanidad, Manuel Covachano (republicano independiente). El capitán Escofet, jefe de los Mozos de Escuadra
en 1934, es designado delegado de Orden Público.
* * *
El
Congreso del Estat Catalá, reunido en el Iris Park
(25 de mayo), discute, entre alborotos, cuanto se ha dicho en el Parlamento
catalán a propósito de octubre de 1934 y aprueba una propuesta separándose de
la Esquerra, a la que acusa de traición por su comportamiento en aquellos
sucesos. Según Dencás, la Esquerra faltó al
compromiso contraído de proclamar la República catalana. El Gobierno de la
Generalidad regateó los medios prometidos para la insurrección, y no hubo
motivos para la rendición, pues Pérez Farrás decía contar con medios para
resistir varios días. Ratifica Dencás que Prieto, en
carta a Lluhí, ofreció armas del Turquesa, y Pérez
Farrás y Menéndez aconsejaron que se aceptaran. El Congreso hace responsables
del fracaso a quienes componían el Gobierno de la Generalidad, con excepción de Dencás, y acuerda la expulsión del Estat Catalá de varios diputados, consejeros de la
Generalidad y concejales; entre otros, a Gassol, Ayguadé, Puig y Ferrater, y Soler y Brú.
Desde La
Vanguardia (19 de mayo), su director, Gaziel (Agustín Calvet), afligido
por la «atmósfera precursora de guerra civil que vive toda España, con
excepción de Cataluña», hace un llamamiento al Gobierno de la Generalidad:
«Madrid —escribe— es el horno principal de donde brota ese vaho irrespirable.
El país está dividido en dos bandos que quieren aniquilarse mutuamente con una
buena fe ingenua y bárbara, porque creen que es imposible convivir. El mismo
fenómeno castizo que viene repitiéndose a través de los siglos. ¿Conseguirán
los republicanos dominar la tormenta? Si fracasa la consolidación republicana
se acabará la República. Revolucionarios y reaccionarios se liarán a tiros,
con sucesivos vaivenes de mutuo y salvaje acometimiento. ¿Qué debe hacer
Cataluña? Aquí la resignación de los derrotados se equilibra con la templanza
satisfecha de los victoriosos. Ya desde ahora la Generalidad deberá
constituirse en astillero permanente. Debemos colaborar para que Cataluña sea
arca santa donde nos refugiemos y donde podamos guardar durante la horrible
tempestad, si el caso llega, las más preciosas semillas de nuestra hermandad.
¡Nunca más 6 de octubre! Aquello fue —dígase ahora lo que se quiera— una
insensatez descomunal, que nos ha salido bien por casualidad tan grande como
la del burro flautista.»
Gaziel se
engaña al creer a los dirigentes del nacionalismo catalán incapaces de
reincidir en ambiciones secesionistas y con experiencia bastante para no
incurrir en nuevos disparates, cualesquiera que fueran las contingencias que
ofrezca el futuro.
Muchos
españoles empiezan a ver en la autonomía una solución para librarse del acoso
de la anarquía y del comunismo, y en el aislamiento que aquélla les procure un
remedio para salvarse en el inminente naufragio de España. «El federalismo,
instintivo y tradicional —ha dicho Menéndez y Pelayo—, surge aquí en los
grandes peligros y en los grandes reveses.» Los nacionalistas vascos, que desde
hace tiempo ansían la separación, se muestran impacientes por romper las
ligaduras que les atan al Poder central y por adquirir soberanía de Estado.
Presentado el proyecto de Estatuto a las Cortes (15 de abril), la Comisión
parlamentaria, después de aprobar la constitucionalidad del plebiscito
celebrado en noviembre de 1933, discute el proyecto. Prieto toma a su cargo la
defensa como diputado por Bilbao y representante más caracterizado de los
vocales frentepopulistas. Calvo Sotelo es el jefe de
la oposición.
Prieto declaró en su discurso en el teatro Albia, de Bilbao (24 de mayo): «Si azares de la política me lanzaran de la vida pública, quisiera que el Estatuto del País Vasco fuera la última empresa a la que hubiera prestado mi corazón, mi voz y mi voto.» Tres meses de Frente Popular habían transformado al acérrimo enemigo de la autonomía vasca en su más ardiente defensor. En lo fundamental, el proyecto no variaba del aprobado en Vitoria. Acentuaba el carácter racista y con ello la separación del resto de los pueblos de la comunidad española. Se ha dicho con verdad que hasta que surgió el nacionalismo nunca habían padecido los vascos la ofuscación racista. La región autónoma comprendería las provincias de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, con la denominación de País Vasco. Respecto a órganos legislativo y ejecutivo, Hacienda y relaciones tributarias, seguía las normas trazadas por el Estatuto catalán. Tan
excesivas considera Calvo Sotelo las exigencias de los vascos, que decide
proclamarse defensor de todos los Estatutos que se pidan, pues le parece
injusto distinguir con privilegios a unas regiones, con postergación y olvido
de otras. «Estatuto para todos o para ninguno — escribe A B C (20 de mayo) —.
Si no se ha podido evitar el fraccionamiento económico y político, se ha de
impedir que ese fraccionamiento se detenga en el punto que beneficia a unos en
perjuicio de otros. Es un problema de equidad.» Los nacionalistas vascos,
aparte del régimen que se establezca entre la nueva entidad suprema regional y
el Estado, piden la continuación del concierto económico entre las Diputaciones
vascongadas y el Estado, y van en esta materia y en otras más lejos que el
Estatuto catalán.
Como la
Constitución (artículos 11 y 12) reconoce el derecho a obtener la autonomía a
toda región, siempre que las dos terceras partes de su censo electoral voten en
favor de un Estatuto, surgen las apetencias autonomistas, estimuladas por el
ejemplo de Cataluña y ahora del País Vasco. La República ha creado el problema
y no puede eludirlo sin contradecirse a sí misma. ¿Por qué han de renunciar
unas regiones a derechos y privilegios que se otorgan a otras?
En Caspe
(2 de mayo), representantes de las tres provincias aragonesas se reúnen para
elaborar el Estatuto de la región. Diputados agrarios y cedistas de las dos Castillas y León (20 de mayo) inician las gestiones preparatorias
del Estatuto de Castilla. Algunos disidentes abogan por un Estatuto exclusivo
para Castilla la Vieja y León. El diputado palentino Abilio Calderón dice que
los castellano-leoneses reclamarán la cesión de los servicios generales, con
Hacienda propia. Aspiran a un Estatuto semejante al del País Vasco en cuanto a
derechos políticos y económicos y al de Cataluña en lo referente a traspaso de
servicios. El Ayuntamiento de Burgos (9 de junio) decide patrocinar la
iniciativa del Estatuto de Castilla la Vieja. En Gijón (29 de mayo), el Bloque
Popular, regionalista y apolítico, en un manifiesto anuncia una campaña en
favor del Estatuto de Asturias. También los autonomistas de Levante estudian y
elaboran su Estatuto. En la Diputación de Sevilla se celebra (6 de julio), con
asistencia de representantes de las provincias andaluzas, la asamblea preparatoria
en pro del Estatuto de Andalucía. Los delegados de Córdoba presentan para su
estudio un anteproyecto. Se elige una Junta formada por presidentes de las
Diputaciones andaluzas y alcaldes. El Ayuntamiento de Huelva aboga en una
moción porque a las provincias de Murcia y Badajoz se las considere para los
efectos autonomistas dentro del área andaluza. Como muchos se oponen, un
delegado de Huelva anuncia que, caso de ser rechazada la propuesta, su
provincia formará región autónoma con Badajoz. Los nacionalistas gallegos, muy
activos desde la llegada del Frente Popular, celebran el plebiscito (28 de
junio), y de un censo de 1.343.335 electores, 993.531 votan a favor del
Estatuto y 6.161 en contra, rebasándose el quorum exigido por la Constitución.
Estas cifras no pasan de ser un simulacro o una superchería. En las ciudades ha
votado del 15 al 20 por 100 del censo, y en muchos pueblos, nadie. «Galicia ha
demostrado —dice el diputado Vicente Sierra Martínez— que no quiere el
Estatuto.» «El hecho de que un 50 por 100 de las secciones electorales no hayan
ni tan siquiera abierto los colegios —declara Calvo Sotelo (La Rambla, de
Barcelona, 12 de julio) — y que la votación verdad no haya conseguido un 15 por
100 del censo, tiene el valor de una repulsa al proyecto del Estatuto. En
Galicia, como en toda España, pesa la preocupación profundísima del orden
público y económico, que relega a segundo término las preocupaciones
autonomistas, pues el Estatuto es un instrumento para uso y abuso de
determinados núcleos políticos.» El periódico La Región de Orense, escribe (1
de julio): «El escrutinio, conjunto de irregularidades y falsedades, ha sido
una farsa.» «No está Galicia dice El Faro, de Vigo (1 de julio) — en
condiciones de recibir la autonomía, porque no sabe a dónde le lleva ni lo que
conviene.»
El
escrutinio se celebra en la Facultad de Medicina de Santiago (6 de julio), con
asistencia de los presidentes de las Diputaciones de las cuatro provincias
gallegas. Durante dos horas se desborda el entusiasmo autonomista en
torrenciales discursos de muchos oradores. Uno de éstos dice: «Todo diputado
gallego que se levante en contra del Estatuto debe saber que al volver a
Galicia tiene la sepultura abierta.» Ondea en los balcones de la Facultad la
bandera gallega y la Banda municipal estrena el Himno de Galicia.
El
proceso de fragmentación de España tiene sus antecedentes en el cantonalismo de
la primera república, favorecido ahora por el fermento disgregador del
comunismo. «Nosotros creemos — escribe J. Arquer —
que España como unidad nacional no existe más que en forma de una organización
centrista-unitaria de carácter burocrático-administrativo-militar-eclesiástico-político. Creemos que España es una ficción y que hay que
combatirla. Existe Cataluña, Vasconia, Galicia, Castilla... España, no... No es
una república federal lo que hay que estructurar, sino una federación de
Estados que tengan soberanía propia, que traten de igual a igual, que pacten
libremente las condiciones de la Federación. Nosotros, los comunistas,
defendemos la Unión de Repúblicas Socialistas de Iberia.»
CAPÍTULO 87.DRAMÁTICO DEBATE EN LAS CORTES SOBRE EL ORDEN PÚBLICO
CREACIÓN
DE TRIBUNALES ESPECIALES PARA EXIGIR RESPONSABILIDADES A JUECES Y MAGISTRADOS.
— VIOLENCIAS E INCAUTACIONES CON EL FIN DE ACABAR CON LA ENSEÑANZA RELIGIOSA. —
SE DISCUTE EL PROYECTO DEL GRAN MADRID. — GIL ROBLES LEE EN LAS CORTES
ESTADÍSTICAS PAVOROSAS DE DESTRUCCIONES Y VÍCTIMAS DESDE EL ADVENIMIENTO DEL
FRENTE POPULAR. — «ESPAÑA VIVE EN ANARQUÍA Y PRESENCIAMOS LOS FUNERALES DE LA
DEMOCRACIA» (GIL ROBLES). — DISPOSICIÓN ESPIRITUAL DE LOS MILITARES A JUICIO
DEL JEFE DEL BLOQUE NACIONAL. — CASARES QUIROGA HACE RESPONSABLE ANTE EL PAÍS A
CALVO SOTELO DE LO QUE PUEDA OCURRIR. — FEROZ DIATRIBA DE «LA PASIONARIA»
CONTRA LAS DERECHAS. — «MUCHO MÁS GRANDE QUE LA SUBVERSIÓN DE LA CALLE ES LA DE
LOS ESPÍRITUS QUE TIENEN SU REPRESENTACIÓN EN EL BANCO AZUL» (VENTOSA). — CALVO
SOTELO ACEPTA LAS RESPONSABILIDADES PROPIAS Y AÚN LAS AJENAS, «SI SON PARA BIEN
DE MI PATRIA Y PARA GLORIA DE ESPAÑA». — REPERCUSIONES DE LA ANARQUÍA ESPAÑOLA
EN EL EXTRANJERO. — LOS BENEFICIOS DE LA AMNISTÍA NEGADOS A LAS DERECHAS. — LA
SITUACIÓN DE LAS FINANZAS ES GRAVÍSIMA, DICE EL MINISTRO DE HACIENDA.
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