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CAPÍTULO 84.

AZAÑA, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA

 

Destituido Alcalá Zamora, se planteaba el problema de elegir su sucesor. No había asunto de mayor transcendencia ni que apasionara más. Largo Caballero y sus correligionarios juzgaron que lo mejor era fijar desde el principio, y sin perder momento, las condiciones del nuevo. Presidente. Por su parte, Indalecio Prieto, «maese Pedro» del retablo parlamentario donde se representó la ejecución de Alcalá Zamora, tenía prevista la sucesión en la persona de Manuel Azaña y así lo expuso en sus artículos en El Liberal de Bilbao. Era lógico que los irreductibles adversarios de Prieto no aceptasen la iniciativa. Y sin oponerse abiertamente, estimaron más político prefigurar su candidato ideal. Lo hizo Largo Caballero en un mitin en el Cine Europa de Madrid (11 de abril). «Un Presidente católico desvirtuada la República y a la vez ésta se desvirtuaría, porque es laica y exige un Presidente que así lo sea. Ha de ser un hombre que comprenda claramente los beneficios que puede aportar la socialización de la propiedad para no oponer su veto a lo que acuerden las Cortes en este sentido y que ni por lo más remoto haya condenado el movimiento de Octubre, porque de lo contrario no ofrece ninguna garantía.» Claridad (9 de abril) había anticipado el arquetipo de Presidente: «No debe ser católico ni tener reservas mentales respecto a ningún artículo de la Constitución; ni ser hombre mesiánico ni providencial y tampoco que esté por encima de los partidos para evitar la mentalidad de sabio o filósofo que, a la manera de Unamuno u Ortega y Gasset, entusiasma a las masas, para después probar su completa inutilidad.»

Sectario cien por cien, fanático y de espíritu revolucionario bien forjado e irreductible. Así debía ser. No se podía impedir que amigos y admiradores de éste o aquel personaje lanzaran sus nombres a título de exploración. En el acto les salía al paso Claridad con la pluma exterminadora de Araquistáin, cuya mordacidad alcanzaba en este trance su plenitud corrosiva. Trituraba a Unamuno (10 de abril), llamándole «tontiloco», «envidioso», «ignorante», «cortesano con mixtura de Bertoldo campesino», escritor «que no ha logrado escribir nada bueno»... De Sánchez Román decía (14 de abril): «Representante inequívoco de la alta burguesía, antisocialista militante que combatió con denuedo lo esencial de la legislación protectora del obrero en las Constituyentes, antiestatuista exaltado y torpedeador, finalmente, del Frente Popular, al que no queda otro mérito que el de los lazos de amistad que le unen con Indalecio Prieto.» A Besteiro y Fernández de los Ríos los consideraba «notoriamente inadecuados para representar al socialismo, ya que su posición es compartida por mucho menor número de militantes que la de Indalecio Prieto». Heraldo de Madrid tuvo la ocurrencia de airear el nombre de Ortega y Gasset, «prestigiosa figura para candidato a la Jefatura del Estado». La réplica fue inmediata: «A nadie le cabe en la cabeza —escribía Claridad (19 de abril) — que hombre por el estilo pueda representar al Régimen.» Heraldo de Madrid se apresuró a hacer una «confesión espontánea» (21 de abril) para «que nadie pudiera llamarse a engaño» y basándose en la carta remitida por un lector copiaba los siguientes párrafos del filósofo: «No vamos a ocultar nuestra gran simpatía por un movimiento reciente que ha puesto a muchos republicanos españoles en ruta hacia la Monarquía.» Y agrega: «No hemos sido republicanos o lo hemos sido como muchos compatriotas nuestros, pasajeramente, en una hora de mal humor».

«No hay, pues, —comentaba Heraldo de Madrid— equívoco posible. Los republicanos o, mejor, el Frente Popular sabe perfectamente a qué atenerse en cuanto al ilustre escritor —ilustre a pesar de sus veleidades— que en una hora de malhumor se hizo republicano y en largos meses de actuación política acreditó cumplidamente su incapacidad supina para lucir con holgura la clámide parlamentaria.» De manera tan innoble quedó fulminado el nombre de Ortega y Gasset.

Los intelectuales que un día soñaron gobernar una república platónica, eran barridos y arrinconados como figurones insensatos e inútiles. En opinión de Prieto expuesta al enviado de L'Intransigeant de París, Antoine, (11 de abril), la lista de posibles candidatos a la Presidencia de la República la componían: Azaña, Sánchez Román, Alvaro de Albornoz, Besteiro, Fernández de los Ríos y Martínez Barrio.

Destacó entre todas, sin competencia, la figura de Azaña, que por otra parte deseaba dejar la jefatura de Gobierno. ¿Hasta qué punto era sincero cuando confesaba a su cuñado que le parecía un disparate el propósito de elevarle a la Presidencia de la República? «En todo caso, debía serlo un hombre como Giral». Azaña se manifestaba muy desesperanzado. Todo lo veía en desbarajuste y sin enmienda posible. «Creo —decía— que no puede haber República mientras la gente no aprenda y se acostumbre al funcionamiento de sus órganos propios. En España no ha habido República todavía, porque no hemos encontrado cincuenta gobernadores civiles. Probablemente, lo que hacía falta sería no un Presidente, sino un Gobernador General de la República». Este pesimismo exhalan las confidencias verbales o escritas de Azaña, en aquel tiempo y después. «Todo es limitado, temporal, a la medida del hombre. Nada lo es tanto como el poder. Esta convicción opera en el fondo de mi alma como freno invisible; yo mismo no percibo su presencia y modera todos mis actos. Efecto durable de mi antigua hechura intelectual y moral...» «Nada tengo que hacer en la vida pública. No es desengaño. De nada tenía que desengañarme. Me reconozco ajeno a este tiempo. Los hombres como yo hemos venido demasiado pronto o demasiado tarde». Con su escepticismo de fin de siglo «que le rebrotaba como una erupción y le cubría como una recidiva de la vieja desesperanza», Azaña seguía siendo la figura eminente de la República, su encarnación. «Azaña es la República y la República es Azaña», dirá Ramos Oliveira.

Deseaba, según dijimos, dejar la jefatura del Gobierno, pues no veía en lontananza más que una cosecha de fracasos. Este deseo lo expuso en una asamblea de diputados de Izquierda Republicana, al declarar Claridad (28 de abril) «que el rumbo de la política no le tenía demasiado satisfecho y que, bien fuese para ocupar cargo ajeno a la dirección de la mayoría republicana del Frente Popular, cual es el de Presidente de la República, ya para ocupar su escaño en el Congreso como simple diputado de tal mayoría, abandonaría en el plazo de diez días la cabecera del banco azul». La actitud era tan firme, que sus amigos se rindieron a la evidencia y le prometieron su decidido apoyo para elevarlo a Presidente, aun a sabiendas de que el Gobierno quedaría sin figura y sin voz. «Seré un Presidente —les dijo a los compromisarios de Izquierda Republicana, reunidos para festejar a su candidato (8 de mayo) — netamente republicano, a quien no rebasarán los extremismos de uno u otro lado. Seré incorruptible, insobornable e inacobardable. Estoy hecho a la lucha. Defenderé el régimen votado el 14 de abril si es preciso hasta la última gota de sangre.»

En el lado socialista centrista, Prieto era el defensor entusiasta de la candidatura de Azaña. Será candidato único, pues las oposiciones, dejaran el campo totalmente libre al adversario. Deberá el cargo al Frente Popular y será el Presidente fidelísimo de la revolución. No obstante, contará con los votos de la Lliga Catalana, de centristas y agrarios, «a fin de asegurar la estabilidad de la República y la normalidad de la vida política». Las Cortes (8 de mayo) aprueban el proyecto del ministro de la Guerra, relativo a la Guardia Presidencial, que se compondrá de una Plana Mayor de mando, del Escuadrón de Escolta, ya existente, y de un batallón de Guardia Presidencial, del que formará parte la Banda republicana. Como galardón previo al de la Presidencia, el Ayuntamiento de Madrid concede a Azaña la Medalla de la ciudad.

* * *

Las elecciones a compromisarios se celebran (26 de abril) en medio de general indiferencia. Las excitaciones de la prensa izquierdista a los electores para que acudan a las urnas no logran vencer la frialdad y desin­terés de aquéllos en toda España. «Sin temor a riesgo —comenta Política, el órgano de Azaña, para explicar el ambiente glacial— estaba descartada con la conservación del Frente Popular la posibilidad de sorpresa.» Sin embargo, la hubo y grande, proporcionada por 13.026 papeletas en blanco, escrutadas en los colegios de Madrid. Lógicamente, explica El Socialista (28 de abril), «corresponden a funcionarios del Estado». «Como es sabido, éstos han de acreditar haber votado y manifiestan su abstención con arreglo a la única fórmula que les está permitida.» No hubo entusiasmo, ni siquiera atisbo de que los electores desearan votar. Resultan elegidos 104 socialistas, 74 de izquierda republicana, 71 de Unión Republicana, 24 comunistas, 25 republicanos conservadores y otros de distintas filiaciones, hasta un total de 372.

El mismo día se celebran en Francia las elecciones a diputados que dan el triunfo al Frente Popular con 384 actas, contra 233 de los otros partidos. Los diarios izquierdistas madrileños la consideran como éxito propio: afirman que en ese sentido se orienta y proyecta la política europea: España ha tomado la delantera.

El 10 de mayo es el día de la elección presidencial. Amanece espléndido. Tiene por escenario el espacioso y alegre Palacio de Cristal del Retiro madrileño, donde se levanta un estrado presidencial y de fondo un gran tapiz con un escudo de España. Azaña, como candidato único. «La satisfacción interior —había dicho Claridad (6 de mayo) — distará mucho de ser unánime. Por una razón muy sencilla: porque si el motivo principal en pro de esta candidatura ha sido mantener la cohesión del Frente Popular, cuando desaparezca o se resquebraje, porque es lógico pensar que no dure lo que el mandato presidencial, éste habrá perdido su mejor base de sustentación moral y política... Entonces no nos olvidaremos de los que por torpeza o por motivos menos confesa bies han actuado de brujas de Macbeth en este oscuro y funesto aquelarre antidemocrático.»

A Jiménez de Asúa, vicepresidente de las Cortes, le corresponde pre­sidir la asamblea, compuesta de 874 electores entre diputados y compromisarios. Los primeros en votar son los ministros y al frente, en funciones de jefe, el anidado ministro de Estado, Barcia. El desfile continúa: algunos electores son acogidos con aplausos; tibios, si el votante es Prieto, estruendosos si es Largo Caballero. Los diputados de la C. E. D. A. votan en blanco, en prueba de que siguen dentro de la legalidad. También lo hace el conde de Romanones.

El escrutinio da 754 votos para Azaña de los 911 que componen la asamblea. De éstos se han hecho presentes 874. Las papeletas en blanco suman 88; hay votos dispersos para Lerroux, Largo Caballero, González Peña y José Antonio Primo de Rivera. El presidente de la asamblea proclama Presidente de la República a Manuel Azaña. Estalla la ovación y suenan los vítores. Comunistas y muchos socialistas, puños en alto, entonan La Internacional, un grupo de catalanes cantan Els Segadors y otro núcleo de vascos el Guernikako Arbola. En medio de este clamor la Mesa sale para notificar la designación al elegido, que aguarda en la Presidencia del Consejo, donde se formaliza el acta de la aceptación del cargo. A continuación, en los jardines, cóctel a los asambleístas. En este momento rompe la división de los socialistas en una pelea a puñetazo limpio entre Luis Araquistáin, inspirador de Claridad, y Julián Zugazagoitia, director de El Socialista, que desde hace tiempo riñen con saña en la diaria polémica de los periódicos.

A las tres de la tarde regresa la Mesa con la aceptación. Ovaciones; de nuevo las estrofas de La Internacional y vivas a Asturias. Ya es Azaña Presidente: llega a la más alta magistratura del Estado a los 56 años. Los republicanos, comenta La Vanguardia (12 de mayo) «han tenido que gastar la única figura de gobernante que hasta ahora ha aparecido en su campo». No ha habido más remedio que aceptar lo que nadie quería. Porque la República española sigue siendo una república sin republicanos.

Por su parte, Claridad (9 de mayo) comenta: «Azaña sube al sillón presidencial con un retraso de cinco años. Estos cinco años le han envejecido políticamente y las circunstancias no son las mismas. Los partidos políticos no son los mismos. Los republicanos han bajado de tono jacobino y los obreros han crecido en conciencia de clase y en legítima ambición de poder. Las distancias entre ambos son muy hondas. Azaña se ha dado cuenta de ello y de ahí su drama interior. Azaña no es capaz de enfrentarse violentamente con esta marcha ascensional e inevitable del proletariado. No puede ser ni un Kerenski ni un Hitler, pero en la Historia no siempre se es lo que uno quiere. Se puede ser, sin embargo, un personaje cómico o trágico. La Historia está llena de trágicos bien intencionados. Ojalá sea un buen comadrón de la Historia. Esperemos.» Bien se adivina que Araquistáin, autor de estos augurios no espera nada del nuevo Presidente, cómo no sea el fracaso. Al saber el resultado del escrutinio, exclamó: «Mejor. Así caerá de más alto».

Al día siguiente, Azaña presta solemne promesa ante las Cortes. En el salón de sesiones se ha levantado un estrado, con dosel, fondo de soberbias cortinas y decoración antigua y severa, que sirvió para tantas escenas históricas en el mismo lugar. Las tribunas diplomática y de jerarquías del Ejército y Marina y las destinadas al público están abarrotadas.

Azaña cruza en automóvil, las calles cubiertas por las tropas. Le escolta el escuadrón presidencial y le acompañan los diputados designados para recogerlo en su domicilio. Precedido de maceros, penetra en el salón y diputados e invitados le aclaman. La emoción empalidece el rostro del Presidente. Saluda con inclinaciones de cabeza a uno y otro lado y ocupa un sillón dorado forrado de rojo. El Gobierno, en pie, se sitúa a su espalda. El presidente de las Cortes exclama: «El Presidente de la República va a prestar la promesa que prescribe el artículo 72 de la Constitución.» Azaña pronuncia con voz lenta y apagada las siguientes palabras: «Prometo solemnemente por mi honor ante las Cortes, como órgano de la soberanía nacional, servir fielmente a la República, guardar y hacer cumplir la Constitución, observar las leyes y consagrar mi actividad de Jefe del Estado al servicio de la Justicia y de España.» El presidente de las Cortes le contesta: «En nombre de las Cortes que ahora os invisten, yo os digo: si así lo hicieseis, la Nación os lo premie; y si no, os lo demande.» Suenan aplausos y vítores a la República, y el nuevo Presidente sale en dirección al palacio de El Pardo, donde se instalará en tanto se realizan obras en las habitaciones que fueron de la Reina Cristina, que ha de ocupar en el Palacio de Oriente. Designa Secretario General de la Presidencia al abogado Cándido Bolívar y jefe de la Casa Militar al general Masquelet.

En comunicaciones de la Presidencia del Consejo de Ministros al Congreso, se admite la dimisión de Azaña de jefe de Gobierno y de los ministros, se nombra presidente del Consejo a Augusto Barcia y se informa que el Gobierno se ha declarado en crisis. Al día siguiente (12 de mayo) el nuevo Presidente de la República inicia las consultas. Fernández Clérigo, de Izquierda Republicana, primer consultado, Corominas, de la Esquerra, Rico, de la Unión Republicana, y Pórtela, centrista, aconsejan un Gobierno de Frente Popular que cumpla lo pactado; los socialistas, representados por De Francisco, piden un Gobierno republicano que atienda las demandas de los trabajadores. Las reclamaciones de los comunistas están expresadas en una nota, áspera y conminatoria: el nuevo Gobierno «actuará con toda energía contra los enemigos de la República», «exigirá responsabilidades por la bárbara represión de Asturias», «indemnizará a las víctimas y fami­liares de éstas», «hará una rápida depuración en los mandos del Ejército, de la Marina y organismos del Estado, donde se emboscan representantes genuinos de la reacción, enemigos de las libertades populares». Ventosa, de la Lliga Catalana, entiende de inaplazable necesidad «acabar con el ambiente de guerra civil». Maura pide un Gobierno que cumpla el programa del Frente Popular y Gil Robles, «que se dé trato de igualdad a todos los ciudadanos, obligando a todos los españoles a vivir dentro de la ley». Irazusta, nacionalista vasco, aboga por la aprobación del Estatuto entregado al presidente de las Cortes el 15 de abril, y Cid, en nombre de los agrarios, solicita un Gobierno que salve el principio de autoridad.

Azaña al dar por terminadas las consultas encarga a Prieto la for­mación de Gobierno. El líder socialista sabe que cualquier gestión que haga está condenada al fracaso, en virtud de los acuerdos adoptados por la Agrupación Socialista madrileña y la U. G. T. de que en ningún caso podrán colaborar los socialistas en un Gobierno en alianza con los republicanos, a los que les incumbirá la plena responsabilidad de la administración del poder. Los republicanos estaban condenados a subsistir de su propia debilidad y a soportar la carga del Gobierno en pavorosas circunstancias de anarquía y guerra, provocadas por sus amigos y aliados, los marxistas. Al renunciar Prieto al encargo, explicó las razones en una nota: «Los obstáculos verdaderamente extraordinarios con que a virtud de las circunstancias tropezaría cualquier socialista en la empresa de presidir el Gobierno, se acrecentarían mucho tratándose de mí, por la animosidad con que me distingue cierto sector del partido en que milito, animosidad que ahora, a efectos públicos, carece de transcendencia, pero que la tendría considerable si yo ocupara la jefatura del Gobierno, ya que se traduciría en entorpecimientos a la gestión ministerial y en quebrantamiento del Frente Popular, cuya integridad es indispensable mantener a toda costa».

Pasó entonces el Presidente el encargo a Martínez Barrio, para que constituyese un Gobierno de concentración republicana. Rehusó éste, persuadido de la inutilidad del intento, y Azaña llamó a Casares Quiroga, según estaba convenido, para que intentara un Ministerio de amplia base parlamentaría. Las dificultades mayores se las proporcionaron las negativas de algunos ministros a continuar en el Gobierno. Amos Salvador fundaba su alejamiento en motivos de salud. En el anterior Gabinete, donde desempeñó la cartera de Gobernación, más fueron las ausencias que las presencias, y siempre que pudo eludió enfrentarse con quienes le interpelaban sobre el desorden público, endosando esta papeleta a Azaña o a otros. «Según sus amigos —refiere José Pla—, el primer mes de regir el Ministerio lo pasó Amos Salvador casi sin comer, durmiendo escasísimas horas, sin poder descansar un solo momento. A los pocos días de ejercicio del cargo ya se le daba por dimitido». Tampoco Gabriel Franco quiso continuar en la cartera de Hacienda. La explicación la dio en una nota prohibida por la censura. Declaraba el profundo pesar con que declinaba el ofrecimiento, «debido al criterio rígido que vengo manteniendo en lo que concierne a los gastos públicos, sin olvidar que las circunstancias obligan hoy en día, en evitación de mayores males, a una política de liberalidad. Mis convicciones me imponen, no obstante, Emites de tolerancia bastante restrictivos». Menos protocolario, al dar posesión a su sucesor dirá, sin ambages, que la situación de la Hacienda pública española «es la más grave después de la pérdida de las colonias». Otro que también se niega a figurar en el Ministerio es Marcelino Domingo, porque se considera preterido, y en lo íntimo aterrorizado por los desbordamientos anárquicos. «En todas las revoluciones triunfantes —escribía en El Liberal de Madrid (28 de mayo) — existen los provocadores que suscitan o promueven el desorden. ¿Quiénes son? Los interesados en desacreditar las revoluciones, en hundirlas. Lo inexplicable es que el desorden lo promueven o provoquen los revolucionarios. Es decir, lo inexplicable es que hundan la victoria los victoriosos.» Finalmente, Casares Quiroga quiso que el ministro de la Esquerra en el Gobierno fuese Pi y Suñer. Izquierda Catalana, partido al que pertenecía el interesado, le puso el veto. Continuó Lluhí Vallescá.

El Gabinete quedó constituido así: Presidencia y Guerra, Santiago Casares Quiroga (Izquierda Republicana); Estado, Augusto Barcia (I. R.); Justicia, Manuel Blasco Garzón (Unión Republicana); Marina, José Giral (I. R.); Gobernación, Juan Moles (independiente); Hacienda, Enrique Ramos (I. R.); Instrucción Pública, Francisco Barnés (I. R.); Obras Públicas, Antonio Velao (I. R.); Agricultura, Mariano Ruiz Funes (I. R.); Industria, Plácido Álvarez Buylla (U. R.); Trabajo, Juan Lluhí (Esquerra); Comunicaciones, Bernardo Giner de los Ríos (U. R.).

Al adjudicarse la cartera de Guerra Casares Quiroga suprimía la pre­sencia de militares en el Gobierno, de conformidad con los deseos expues­tos por los extremistas. Velao, ingeniero de Caminos, era incondicional del Presidente de la República, así como Ramos, subsecretario de la Presidencia durante todo el tiempo que la desempeñó Azaña. El ministro de Comunicaciones, Giner de los Ríos, arquitecto, procedía de la Institución Libre de Enseñanza. Lluhí, designado para Trabajo, abogado de Izquierda Catalana, había sido concejal de Barcelona y jefe del primer Gobierno de la Generalidad. Moles dejaba la Comisaría de España en Marruecos para regir el Ministerio de la Gobernación.

El expresidente de la República Alcalá Zamora, cree, «coincidiendo con la insuperable gravedad de la situación nacional», que debe salir de su retraimiento y convoca a sus amigos, —cuatro ex ministros, cuatro diputados y dos ex diputados— para decirles su propósito de propagar el ideario del partido progresista, «a fin de cooperar a que con el menor estrago posible se logre y encauce la convivencia nacional dentro de una solución constitucional, jurídica, democrática y republicana». La noticia tiene ecos de ultramundo. Es la nota cómica que hace sonreír a un país saturado de tragedia.

* * *

Todo el aparatoso espectáculo en torno a la elección de Presidente de la República con su corolario de crisis y nuevo Gobierno no logran apartar la atención de los españoles de los desmanes que se suceden hora tras hora y día tras día, sembrando el espanto.

Agentes comunistas difunden por las barriadas de Cuatro Caminos, Tetuán y Chamartín de Madrid, al comenzar la tarde del 4 de mayo, la infame especie de que damas catequistas y monjas reparten caramelos envenenados a hijos de obreros. Añaden que un niño ha muerto en la Casa de Socorro y otro agoniza en el Colegio de la Paloma, en medio de terribles sufrimientos. Se propaga la patraña y pronto las turbas encolerizadas se congregan ante los edificios citados en busca de las víctimas pidiendo castigo para los criminales. No aplaca a los exasperados la comprobación por algunos manifestantes —a los que se les permite la entrada— de la falsedad de los supuestos crímenes. A los rumores del envenenamiento se une el de que desde la antigua iglesia de los Ángeles se ha disparado contra la muchedumbre. Resulta ineficaz la intervención de algunos diputados socialistas para convencer a los exaltados de que cuanto se propalaba era mentira. Pueden más los agitadores, expertos en la técnica de la subversión.

Las turbas intentan asaltar un convento de franciscanos, incendian el colegio de niños, de San Vicente de Paúl, en la calle de la Santísima Trini­dad, las iglesias de San Sebastián y de Raimundo Lulio, proveyéndose de gasolina para estos menesteres en los surtidores de Cuatro Caminos, y de coches particulares a los que detienen y cuyos depósitos vacían. El incen­dio de la iglesia de las Comendadoras, en la plaza de Chamberí, es sofocado por los bomberos. En la barriada de Tetuán es incendiada la iglesia de la calle de Garibaldi y en el barrio de Almenara arden, la iglesia, la casa del párroco y el colegio de Nuestra Señora del Pilar anejo a la iglesia de los Ángeles. Las religiosas se descuelgan desde los balcones por trenzados hechos con sábanas, sin que nadie las auxilie. Más de cuarenta personas entre catequistas, religiosas, profesoras e incluso un matrimonio francés, Eugenio Olivier y su esposa, sorprendidos en las sucias vorágines de los bárbaros, resultan heridas, algunas graves. Quince profesoras de un colegio de la calle de Villamil, que instruían a cuatrocientos niños gratuitamente, son golpeadas y arrastradas por las calles. El mismo suplicio sufren cuatro monjas de un Patronato de enfermos de Cuatro Caminos. La consecuencia de todos estos desmanes, es inesperada. Los obreros de la construcción, «alarmados por las descaradas provocaciones de la reacción», acuerdan declarar la huelga.

En la hora de ruegos y preguntas, en la sesión de Cortes (6 de mayo) el diputado monárquico Gamazo hace minucioso relato de todos estos van­dálicos sucesos. «Vivimos —exclama— en huelga ferroviaria y en huelga de puertos, de ocupación de fábricas y de fincas. La alianza del Gobierno con el Frente Popular os ha llevado a esta situación. Muchos de vuestros correligionarios están tan asustados como los nuestros por la suerte de España.» Calvo Sotelo interviene para decir que entrega al Diario de Sesiones una relación complementaria de la que facilitó en anterior ocasión con los episodios de violencia, de lucha, de sangre e incendios ocurridos en España desde el de abril hasta el 4 de mayo. «Esta relación —dice—, puede sintetizarse en unas cifras escuetas: muertos, 47; heridos, 216, de los cuales 200 graves; huelgas, 38; bombas y petardos, 53; incendios totales o parciales, en su mayor parte de iglesias, 52; atracos, atentados, saqueos, agresiones, 99.» «Sabemos que hay ocho o diez mil —y algunos calculan doce mil— españoles detenidos, unos por fascistas y otros por parecerlo.» «¿Cómo y por qué ciudadanos de determinada facción política investidos de hecho de una autoridad que no les corresponde cachean, registran, detienen y ejercen funciones policiacas, amparados unas veces y suplan­tando otras a los gobernadores civiles?».

El Gobierno —contesta Casares Quiroga— «es el primero en condenar y execrar los lamentables sucesos ocurridos en Madrid». De forma muy rebuscada, insinúa que gentes de derecha pudieran ser los propaladores de los perversos rumores, y que desde luego no lo fueron los hombres de izquierda que en la calle pretendían contener a las gentes enloquecidas. «No sé de dónde surgió esa idea de los caramelos envenenados; algún día lo averiguará el Ministerio, y si yo estoy aquí, ¡ay de aquel que la haya lanzado!» «La barbarie alcanza a todos. En un registro realizado en una casa de un hombre conocido se han encontrado balas dum-dum, preparadas por uno de los oficiales retirados.» «Al ministro de la Gobernación no se le puede acusar de lenidad ni de negligencia en las medidas tomadas. Yo no tolero una guerra civil. Nos preocupamos del desarme: en Granada se han recogido 13.000 armas; en Jaén se llevan recogidas 7.000.» Esas armas pertenecían, según el ministro, a gentes de derechas, y Calvo Sotelo pide el desarme de todo el mundo. «Pero a mí —afirmaba Casares Quiroga— lo que me preocupan son las derechas y en cambio no me preocupa la revolución social. En las masas proletarias he encontrado lealtad y ayuda para salir del trance. Por eso, en primer término, es por lo que ante todo procedo al desarme de aquellos elementos de peligrosidad más inmediata.»

No es admisible si se discute de buena fe —replicaba Calvo Sotelo — que sean gentes de derecha las que propalaran los infames rumores, cuando iban a sufrir los mayores perjuicios. «Han sido electores de los representantes del Frente Popular.» El vendaval de insultos y de gritos hostiles desatado en cuanto se puso en pie el orador, arreció al pronunciar estas palabras. «Nosotros queremos, señor ministro de la Gobernación, que no haya guerra civil en España, y para ello que se ataje toda violencia, la de un lado y la de otro, porque lo contrario no es impedir la guerra civil, sino fomentarla.» «No rehusamos las actuaciones del poder público si se fundan en una ley, pero protestamos cuando particulares, pertenecientes a agrupaciones u organizaciones de tipo social asumen funciones estatales.» En cuanto al fascismo, «aquí y fuera de aquí no es un momento primero; es un momento segundo. No es una acción, es una reacción. En España, como el comunismo avanza, el fascismo como sentimiento de defensa nacional irá creciendo hasta que desaparezca ese peligro social». Como el diputado socialista Rufilanchas ha solicitado que sólo se publiquen en el Diario de Sesiones los documentos que se lean en la Cámara y no los que se entreguen para su inserción, Calvo Sotelo pide al presidente que le ampare en el ejercicio de un derecho, e insiste en que se publiquen los documentos.

* * *

Después del debate parlamentario promovido por la declaración ministerial (16 de abril), la labor propuesta por el Gobierno a las Cortes se encamina a derogar lo legislado en los dos años precedentes, a fin de no dejar huella de ese pasado, y restablecer en cambio las leyes derogadas. A los decretos ya leídos de reforma de la Contribución sobre Utilidades de la riqueza mobiliaria y recargo sobre la contribución territorial correspondiente a riqueza rústica y pecuaria, suma el ministro de Agricultura un proyecto de ley que anula la de Reforma Agraria de 1 de agosto de 1935 y pone en vigor la de 15 de septiembre de 1932 y disposiciones adicionales. Del ministro de Agricultura son también los proyectos de nuevas bases de la reforma agraria y sobre adquisición de propiedad por arrendatarios y aparceros; de revisión de desahucios de fincas rústicas y rescate y adquisición de bienes comunales. Igualmente conocen las Cortes el proyecto de Estatuto del País Vasco, aprobado por las Comisiones gestoras de las Diputaciones de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya y por la Asamblea de los Ayuntamientos de las tres provincias en la ciudad de Vitoria el 6 de agosto de 1933, aprobado en plebiscito del 5 de noviembre del mismo año. Un dictamen de la Comisión de Presupuestos convalida los decretos que restablecían los ministerios y direcciones generales suprimidos por Chapaprieta; y la prórroga de los presupuestos. Unos proyectos del ministro de Justicia ratifican y amplían el decreto-ley de Amnistía de 21 de febrero, otros se refieren a nombramiento de funcionarios para los cargos de Justicia municipal, permiten la designación de jueces especiales para conocer de los delitos atribuidos a la jurisdicción de Guerra y Marina y modifican las normas para el nombramiento de presidente del Tribunal Supremo.

El diputado cedista, Dimas Madariaga, interpela a los ministros de Agricultura y Trabajo sobre la situación de la provincia de Toledo (29 de abril). Con pretexto de aplicar la Reforma Agraria se efectúan incautaciones y asentamientos con criterio político que en lugar de mejorar la situación de los obreros fomenta el paro y arruina a la economía agraria de la provincia. El diputado enumera muchos casos de abuso, de interpretaciones arbitrarias de la ley, de atropellos contra modestísimos colonos. Todas las injusticias que puedan cometerse, responde el ministro de Agricultura, serán reparadas, cuando el Instituto de Reforma Agraria haga la revisión una vez cumplidos los asentamientos. Nos proponemos implantar la Reforma con la mínima lesión de intereses. No nos mueve un imperativo de venganza, sino exclusivamente un impulso de justicia social. Idénticos razonamientos emplea el ministro de Trabajo: «Se hará cumplir la ley a todos.» El diputado radical-socialista por Toledo Palomo interviene: de los 210 ó 212 pueblos de la provincia, en 200 el 70 por 100 de los obreros no han trabajado durante los dos últimos años ni tres meses. Toledo es la provincia en la que se da el latifundio en mayor extensión en toda España. Hay pueblos como Layos que de 1.820 hectáreas de término, una sola finca ocupa 1.518 hectáreas. Santa Cruz de Retamar, del partido de Escalona, posee 12.228 hectáreas y entre cuatro fincas ocupan 8.708, y una de ellas, la de Comillas, 7.400 hectáreas. Malpica, del partido de Talavera, con 7.646 hectáreas, entre cuatro fincas ocupan 7.370 y una sola, la de Arion, 6.092. En Santa Cruz de la Zarza, del partido de Ocaña, el 20 por 100 está en manos de ocho propietarios y una sola finca tiene 2.300 hectáreas. Oropesa cuenta 37.700 hectáreas y entre veinte propietarios concentran 28.980, es decir, el 88 por 100. Mientras subsista esta concentración de riqueza abusiva y anárquica, en Toledo no puede haber paz. La conclusión la deduce el comunista Mitje en estas palabras: «Hay que quitarles las tierras a los grandes propietarios por motivos de utilidad pública.» El socialista Rufilanchas opina que las derechas que durante dos años malbarataron el derecho social y agrario, «no pueden pedir que la legislación que ellas incumplieron sea cumplida ahora». «La política del Frente Popular no puede ser coincidente con la de aquéllos: cuanto más daño se haga, en aras de la justicia social, a lo que vosotros significáis, más leal mente se cumplirá el pacto del Frente Popular. Cuanto mayor sea la indignación y el encono de ellos, el Gobierno podrá pensar que da satisfacción plena a los anhelos del pueblo». Aludido por algunos diputados el ex ministro de Agricultura, Giménez Fernández, recuerda su ley sobre prórroga del derecho de los yunteros para cultivar las tierras ocupadas y con ella «fijé mi posición social-agraria de tal forma, que todavía no he podido librarme del sambenito que entonces se lanzó sobre mí». «Yo no podía hacer más que dar la ley: si después fui lanzado del Ministerio de Agricultura y los que vinieron detrás modificaron mi criterio, yo no tengo culpa.»

«La Ley de Arrendamientos a unos les parecía demasiado avanzada y a otros ultraconservadora. Me declaro responsable del proyecto tal como lo presenté, pero no de las barbaridades que se cometieron en su aplicación.»

En cuanto a la Reforma Agraria del 31 es impracticable: el Gobierno lo ha reconocido al presentar una nueva ley de Bases. «Es preciso que acertéis, añadía Giménez Fernández dirigiéndose a la mayoría, porque vosotros ya tenéis la triste experiencia de los años 31 al 33. Pensad que no se puede colocar a media España fuera de la legalidad; que no tenéis derecho a perseguirla por el hecho de tener ideas distintas de las que sostienen los que detentan el Poder. Sólo así se podrá consolidar la República, porque si la República no es convivencia dentro de la democracia, no es nada.»

Bermúdez Cañete, diputado cedista, interpela al Gobierno sobre readmisión de obreros despedidos y alojados forzosos. Enumera los estragos que la ley ultrarrevolucionaria causaba en la economía nacional y la estela trágica que señalaba su aplicación por sí misma y por las extralimitaciones y abusos con que era interpretada. Como derivación inesperada, el diputado del Frente Popular, antes radical, López de Goicoechea, hace una crítica de la política del Ministerio de Trabajo durante el bienio radicalcedista. Cinco sesiones, casi íntegras, se dedican a discutir los pormenores de aquella política, y de modo particular a polemizar sobre los modos empleados por unos y otros para el nombramiento de los delegados de Trabajo. De los Gobiernos del bienio radical-cedista, —recuerda el diputado radical Guerra del Río— formaron parte Gordón Ordas, Botella Asensi, Sánchez Albornoz, Gómez Paratcha, Palomo, Martínez Barrio, Lara, Domingo Barnés, Santaló y Pi y Suñer, muy interesados ahora en que se olvide su participación en los Ministerios «ignominiosos».

El larguísimo debate podría resumirse en estas palabras del socialista Zabalza, secretario de la Federación de Trabajadores de la Tierra: «Con esos hombres (dirigiéndose a los diputados de la oposición) no hay convivencia posible. Los campesinos y las milicias rojas sabrán defender la República y harán morder el polvo de la derrota a sus enemigos.» Y en estas otras frases del diputado de Izquierda Republicana Fernando Valera: «Es lamentable que un país viva en perpetua discordia, mientras están por hacer casi todas las cosas: familias sin vivienda, gentes harapientas, campos sin cultivar, montes sin árboles, ríos que embalsar... Cuando todo esto sucede es necesario que el país esté dispuesto a buscar en un gran ideal nacional la solidaridad necesaria para llenar los hogares de satisfacción y abrir horizontes a la economía.»

El clima de guerra civil que se respiraba en la calle y en el Parlamento hacía imposible el diálogo, y los hombres públicos, en lugar de entregarse afanosos a la labor positiva que reclamaba el país, «donde casi todas las cosas estaban por hacer», vivían en perpetua discordia y continuas escaramuzas, preparatorias de recios combates.

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Se hace muy patente la presencia de Casares Quiroga en el Ministerio de la Guerra, por las profusas relaciones de jefes y oficiales de todas las Armas y de la Guardia Civil, que inserta el Diario oficial. Unos son depuestos de sus mandos, otros trasladados de plaza o relegados a situación de retiro. En contraste, quedan los rehabilitados, cuantos sufrieron condena por su participación o complicidad en los sucesos de Octubre. Cada día resulta más peligroso para un militar vestir el uniforme, provocación insufrible para las turbas frentepopulistas. Los incidentes se repiten, en especial en aquellas localidades no muy populosas, con guarnición considerable, donde se destaca más la presencia de elementos, armados. Tal sucede en Alcalá de Henares. Aquí los rozamientos y choques menudean hasta hacer insoportable la vida de jefes y oficiales: el desenlace trágico parece irremediable. Un incidente callejero, a cuenta de que un oficial sale en defensa de unos niños maltratados por unos mozallones, desencadena (15 de mayo) la tempestad, contra el oficial, insultado por la muchedumbre con el epíteto de fascista y contra el capitán Rubio, del Regimiento de Calatrava, paseante casual que acude en auxilio del compañero agredido. Lo que era un grupo de vociferantes se convierte pronto en una muchedumbre enfurecida, que obliga a los dos jefes a replegarse. El capitán se dirige a su casa y hasta allí le siguen a pedrada limpia los irritados marxistas, que para satisfacer su indignación tratan de incendiar el edificio. El perseguido sale con su mujer y tres hijos pequeños por una puerta oculta, que da a la carretera, y amparado en las sombras de la noche busca refugio en el domicilio de un amigo, desde donde informa al gobernador militar de la plaza, general Álvarez, de lo que sucede.

Casi a la vez, unos oficiales llegados en autobús de Madrid, acometidos por grupos hostiles han de buscar salvación en refugios de fortuna. El general gobernador, reclama auxilio de Madrid, de donde le prometen el inmediato envío de fuerzas de Asalto. Entretanto, prohíbe a la oficialidad que se exhiba en las calles. La ciudad ha adquirido repentinamente aspecto huraño de población azotada por un vendaval revolucionario. La Casa del Pueblo congrega a sus afiliados que acuerdan pedir el inmediato traslado de los dos regimientos de guarnición en Alcalá; de no ser atendida su demanda, se declarará la huelga general. El ministro de la Guerra ordena que se acceda a la petición y que en un plazo de cuarenta y ocho horas el regimiento de Villarrobledo salga con destino a Palencia y el de Calatrava a Salamanca. Los jefes y oficiales reclaman ampliación del plazo, y como el general Alcázar estima que la petición, por la forma en que se ha producido, tiene carácter de rebeldía, ordena el arresto de quienes la han formulado. Enviado por el Ministerio de la Guerra el general Peña, para investigar sobre los hechos, dispone la inmediata salida de las fuerzas y el arresto de los coroneles Gete y Moreno y de los jefes y oficiales que les secundaron en la petición, todos los cuales son detenidos, desarmados y conducidos a la prisión militar de Guadalajara, con escolta de guardias de Asalto.

El general Peña, designado para instruir proceso a los indisciplinados, incoa juicio sumarísimo contra el coronel Gete y otros jefes por delito de insubordinación. El fiscal solicita contra el coronel la pena de muerte, en Consejo de guerra (24 de mayo). La sentencia le condenará a doce años de prisión y a la misma pena a otros jefes. En grado menor serán castigados los oficiales en otro Consejo de guerra.

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Otro episodio de la guerra civil: la víctima es el capitán de Ingenieros Carlos Faraudo, instructor y jefe de las milicias marxistas. Sufrió procesa­miento y prisión por su participación en la revolución de Octubre. Cuando en la noche del 8 de mayo transita por la calle de Alcántara de Madrid, unos desconocidos disparan contra él desde un coche, causándole la muerte. Espectacular entierro rojo. Jóvenes uniformados que entonan La Internacional abren el desfile ante el cadáver. A continuación fuerzas de la Marina y de la Aviación con el general Núñez de Prado al frente de estas últimas. Discurso de la «Pasionaria», que habla de venganza y de guerra. El teniente coronel Mangada exclama: «Será necesario exigir al Gobierno que obre con más energía en la represión de las provocaciones fascistas y reaccionarias. Pero ya que el Gobierno no lo hace, tenemos el deber de juramentarnos todos para exigir ojo por ojo y diente por diente.»

De las molestias y peligros que supone circular por las carreteras de España da buena idea una orden circular del ministro de la Gobernación a los gobernadores (10 de mayo), redactada en los siguientes términos: «Repitiéndose los casos de detención de automóviles en las carreteras y de exigencia de cantidades con distintos pretextos, sírvase vuecencia dar las órdenes necesarias a la Guardia Civil y a los agentes de la autoridad para que corten tales abusos con una constante vigilancia y procedan a la de­tención de quienes desatiendan sus indicaciones, previniendo a los alcaldes que sin excusa alguna contribuyan a la eficacia de esta medida, dándome a conocer los nombres de los que no cumplan debidamente las órdenes superiores.»

Los salteadores comunistas, con brazaletes rojos, pertenecen al «So­corro Rojo Internacional». Infestan los caminos del Sur y de Levante, para exigir el tributo. Uno de los que ha pagado este peaje rojo, según denuncia el diputado cedista Villalonga en las Cortes, es el ex presidente de la República Alcalá Zamora.

El tránsito por las calles no ofrece menores riesgos. La Delegación General de Orden Público de Cataluña hace público el siguiente aviso (10 de mayo): «Para evitar la repetición de hechos que desgraciadamente vienen repitiéndose con alarmante frecuencia, las empresas, entidades o particulares que hayan de trasladar fondos con sus empleados, deben requerir el auxilio de las fuerzas de esta Delegación, que acompañarán a las personas indicadas a los lugares correspondientes.»

 

CAPÍTULO 85.

EL GOBIERNO SE DECLARA BELIGERANTE CONTRA EL FASCISMO

 

«AL ENEMIGO DECLARADO LO APLASTAREMOS Y A LOS ENEMIGOS EMBOZADOS LOS BUSCAREMOS PARA APLASTARLOS TAMBIÉN» (CASARES QUIROGA). — EL GOBIERNO «POR DIGNIDAD» NO PUEDE TRABAJAR EN LAS CONDICIONES A QUE LE SOMETEN LAS MASAS PROLETARIAS. — «LOS MAYORES PROPAGANDISTAS DEL FASCISMO SOIS LOS GOBERNANTES CON VUESTRAS PERSECUCIONES Y ARBITRARIEDADES» (GIL ROBLES). — EL JEFE DE LA C. E. D. A. DENUNCIA QUE EL GOBIERNO, CON SU POLÍTICA DE RENCOR Y VENGANZA, LLEVA AL PAÍS A LA GUERRA CIVIL. — «LA POLÍTICA ECONÓMICA ESTÁ REGULADA POR EL MARXISMO» (CALVO SOTELO). — SE APRUEBA LA LEY SOBRE REVISIÓN DE DESAHUCIOS DE FINCAS RÚSTICAS. — «LA ANARQUÍA Y AUSENCIA DE AUTORIDAD DE ESPAÑA, NO TIENE PRECEDENTE EN NINGÚN PAÍS EUROPEO» (VENTOSA).