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CAPÍTULO 83.

FORMIDABLE ALARDE MARXISTA EL PRIMERO DE MAYO

 

 

Los partidarios de la unificación proletaria hicieron de la Fiesta del Trabajo (1 de mayo) una demostración de fuerza, sin precedentes en la historia de las concentraciones de masas patrocinada por el poder público. Fue un día íntegramente rojo. Paralizadas todas las actividades de la capital cerradas las panaderías, suprimido el tráfico, prohibidos los entierros—, Madrid debe consagrar su atención plena al desfile magno. Rondas volantes de jóvenes marxistas se dedican desde primeras horas de la mañana a suprimir hasta el más tenue soplo de vida urbana.

Lo más espectacular no será la imponente muchedumbre congregada, con ser ésta ingente, sino el aparatoso ejército de la revolución — «inmenso» lo denomina el diario comunista—, que se exhibe en todo su poderlo. Millares de jóvenes uniformados con sus camisas rojas o azul pálido, corbatas también rojas y sus correajes, mandados por jefes que ostentaban en el pecho las insignias de jerarquía, moviéndose con ritmo y disciplina demostrativos de una instrucción sólida, cubren el trayecto desde la glorieta de Atocha, por los paseos del Prado, Recoletos y Castellana hasta la plaza de Colón. Figuran también en el cortejo millares de niños uniformados y formaciones de mujeres con pantalones blancos y cubiertas con flaneras. Cantan unos La Internacional, otros La joven guardia, se repiten los vítores a Rusia, a Stalin y a Largo Caballero: canciones picantes con mostaza revolucionaria. Gritan las mujeres: «¡Hijos, sí, maridos no!» Vociferan los niños:

«No queremos catecismo, que queremos comunismo.»

A veces se hace silencio y vibra lúgubre como un trueno el «U. H. P.», «U. H. P.», repetido al unísono. Aunque los manifestantes en su mayoría son socialistas, los comunistas con mucha astucia, mediante innumerables banderas con la hoz y el martillo y retratos de sus santones, logran convertir el desfile en demostración soviética. A las milicias siguen las masas de afiliados, y, entre confusa gritería grupos de mozuelos y rufianes arrastran o exhiben sobre plataformas, colgados de horcas muñecos-caricaturas de Gil Robles, Calvo Sotelo, el general Primo de Rivera y otros.

Parte la manifestación de la glorieta de Atocha, para terminar ante la Presidencia del Gobierno, en la Castellana. Aquí, una Comisión entrega al Jefe del Gobierno las conclusiones; en total, veinticuatro: entre otras, petición de castigo de los autores e inductores de la represión de Octubre, indemnización para las víctimas, disolución de las organizaciones monárquicas y fascistas, con la confiscación de propiedades y bienes, estrechamiento de relaciones con la Unión Soviética, libertad para Thaelmann y Prestes y ausencia de España de la Olimpiada de Berlín.

Si para el diario comunista la jornada ha sido un estímulo «a marchar con las banderas desplegadas hacia triunfos rotundos y definitivos», El Socialista la interpreta como «una afirmación de dominio y emplazamiento de conquista ante el futuro». El órgano de Largo Caballero, Claridad, dice: «Es inútil contener el proceso revolucionario con promesas legales que se cumplirán o no, y que después de tantos desengaños es forzoso oír con escepticismo.»

Dos días después (3 de mayo) se inaugura en el Paseo de Rosales de Madrid, un monumento a Pablo Iglesias, fundador del partido socialista. Es obra del escultor Barral, del pintor Quintanilla y del arquitecto Esteban de la Mora. Las milicias de las juventudes marxistas formadas ante el monumento entonan La Internacional.

De acuerdo con las instrucciones del partido y de la U. G. T. El 1.° de mayo se celebró en muchas ciudades y pueblos con paro general y en todas ellas con gran colorido y exuberancia de signos soviéticos. Alcanzan singular importancia en Barcelona, Bilbao, Vigo y Valencia. Pero no en todos los lugares los marxistas se contentan con exhibiciones de masas: la ocasión era propicia para dar suelta al desorden disfrazado de júbilo. Tal aconteció en pueblos de Granada, Sevilla, Asturias, Valencia, Cuenca, Alicante y La Coruña. Quemaron las iglesias de San Miguel de Salinas y Sella (Alicante), Grao de Gandía, Cullera y Catarroja (Valencia). El miedo que a muchos producía la Fiesta del Trabajo queda reflejado en este relato de lo sucedido en Melilla: «La burguesía melillense —cuenta Claridad (12 de mayo) — huyó a la zona francesa. ¿Qué temían? Temerían seguramente que el pueblo se tomase la justicia por su mano. Mas el pueblo sabe tener disciplina y no ignora que los hechos aislados no tendrían hoy ninguna eficacia. Todo llegará. Entonces puede que no haya tiempo para huir.»

En esta apoteosis roja la nota discordante la dio Prieto en Cuenca en un discurso de propaganda electoral del Frente Popular, con motivo de repetirse las elecciones a diputados a Cortes, por anulación de las anteriores. «Cuando llegué al teatro —refiere Prieto— humeaban cerca las cenizas de la hoguera en que habían ardido los enseres de un Casino derechista asaltado por las masas populares. En céntrico hotel hallábanse sitiadas desde la víspera significadísimas personalidades monárquicas. El ambiente era de frenesí». Como había circulado con insistencia la noticia, después rectificada, de que el general Franco figuraría en la candidatura de derechas, Prieto se felicita de que por decisión del general su nombre haya desaparecido de la lista. Y a continuación pronuncia las siguientes palabras:

«No he de decir ni media palabra en menoscabo de la figura de este jefe militar. Le he visto pelear en África y para mí el general Franco llega a la fórmula suprema del valor: es hombre sereno en la lucha. Tengo que rendir este homenaje a la verdad. Ahora bien: no podemos negar, cualquiera que sea nuestra representación política y nuestra proximidad al Gobierno, que entre elementos militares, en proporción y vastedad considerable, existen fermentos de subversión, deseos de alzarse contra el régimen republicano, no tanto, seguramente, por lo que supone su presente realidad, sino por lo que el Frente Popular, predominando en la política de la nación, representa como esperanza para un futuro próximo. El general Franco por su juventud, por sus dotes, por la red de amistades en el Ejército, es hombre que en un momento dado puede acaudillar con el máximo de probabilidades todas las que se derivan de su prestigio personal, un movimiento de este género.» «No me atrevo a atribuir al general Franco propósitos de tal naturaleza... Acepto íntegra su declaración de apartamiento de la política. ¡Ah!, pero lo que yo no puedo negar es que los elementos que con autorización o sin autorización suya pretendieron incluirle en la candidatura de Cuenca buscaban su exaltación pública con objeto de que investido de la inmunidad parlamentaria pudiera, interpretando así los designios de sus patrocinadores, ser el caudillo de una subversión militar.»

Con estas palabras Prieto, además de advertir que las fuerzas de resistencia a la anarquía no eran tan despreciables como decían los partidarios de la revolución, contestaba por elevación a Largo Caballero, el cual en sus discursos repetía que no había cañones, fúsiles ni bayonetas capaces de contener el ímpetu irresistible del proletariado, cuando éste se lanzara al ataque. Por lo demás, Prieto no podía aportar en aquel momento prueba alguna que demostrara la existencia de una conspiración militar, y menos que en ella participara el general Franco.

«Aunque también tiene importancia, afirmaba Prieto, juzgo secundario el hecho de haber incluido en las mismas condiciones en la candidatura de Cuenca al señor Primo de Rivera. También esto merece nuestro comentario. Porque los partidos de derecha han sacrificado a sus propios candidatos, los que lucharon en las elecciones de febrero y que, con uno u otro carácter tienen aquí determinadas vinculaciones, para incluir a candidatos extraños a sus organizaciones y cuyo único título es el caudillaje de una formación consagrada exclusivamente a la violencia. Dados los términos en que se ha planteado aquí la lucha, ésta desborda los contornos de un combate político local. El combate tiene significación nacional: quizá por eso haya venido yo a hablaros.»

Se refería Prieto a la revolución de octubre de 1934: «Nos lanzamos a ella a sabiendas de que rompíamos los cordones que circundan la legalidad» y de que «tras el fracaso venía una responsabilidad, una culpa y, para quienes no pudieran eludirlo, un castigo». Pero lo que no resulta lícito es «prescindiendo de los tribunales y cerrando los ojos ante la ley, imponer castigos que ni los tribunales pueden dictar, ni las leyes establecen». «¿Qué extraño es que después gentes con el alma herida por tanta vileza se entreguen al desmán y sacien de cuando en cuando su furor en una venganza, pensando en aquellos hermanos suyos de Asturias a los que se flageló o ejecutó sin piedad? Esa es la explicación de los desmanes que están ocurriendo en España. Y añado que no los justifico, que no los aplaudo, que no los aliento.»

«Si mi voz se oye fuera de aquí diré para vosotros y para quienes fuera de aquí reciban el eco de mis palabras: ¡Basta ya! ¡Basta, basta! ¿Sabéis por qué? Porque en esos desmanes cuya explicación os he dado no veo signo alguno de fortaleza revolucionaria. Si lo viera, quizá los exaltase. No; un país -conste que mido bien mis palabras— puede soportar la convulsión de una revolución verdadera. La convulsión revolucionaria con un resultado u otro la puede soportar un país: lo que no puede soportar es la sangría constante del desorden público, sin finalidad revolucionaria inmediata; lo que no soporta una nación es el desgaste de su poder público y de su propia vitalidad económica, manteniendo el desasosiego, la zozobra y la intranquilidad. Podrán decir espíritus simples que este desasosiego lo producen sólo las clases dominantes. Ello, a mi juicio, constituye un error. De ese desasosiego, no tarda en sufrir los efectos perniciosos la propia clase trabajadora en virtud de trastornos y posibles colapsos de la economía, porque la economía tiene un sistema a cuya transformación aspiramos, pero que mientras subsista hemos de atenernos a sus desventajas y entre ellas figura la de reflejar dolorosamente sobre los trabajadores la alarma, el desasosiego y la intranquilidad de las clases dominantes.»

A continuación el orador describe la situación del país: «España atra­viesa en estos instantes dificultades enormes, de las mayores que se le han presentado a lo largo de su vida... No hay hipérbole alguna en afirmar que los españoles de hoy no hemos sido testigos jamás ¡jamás! de un panorama tan trágico, de un desquiciamiento como el que España ofrece en estos instantes. Quebrantadísimo su crédito exterior, que habrá de restablecer breve e imperiosamente, con el sacrificio que sea, atribuyendo totalmente ese sacrificio a las clases capitalistas, España en el exterior, por el atasco enorme que sufre el Centro de Contratación de Moneda, es hoy un país sobre el cual se ha colgado el papel de insolvente.»

«Si el desmán y el desorden se convierten en un sistema perenne, por ahí no se va al socialismo, por ahí no se va tampoco a la consolidación de una República democrática, que yo creo nos interesa; ni se va a la consoli­dación de la democracia, ni se va al socialismo, ni se va al comunismo; se va a una anarquía desesperada, que ni siquiera está dentro del ideal liber­tario; se va a un desorden económico que puede acabar con el país.»

Si para la Prensa republicana Prieto en Cuenca reveló sus dotes de gran gobernante a lo Briand, como decía El Sol, del lado marxista partieron contra el tribuno censuras y anatemas. «Prieto —escribía Claridad (4 de mayo) — empleó el lenguaje de los representantes de las clases privilegiadas.» En cuanto a los desmanes, decía estas palabras: «La clase obrera quiere la república democrática —ya lo predijo Engels—, no por sus virtudes intrínsecas, no como un ideal de gobierno, sino porque dentro de ese régimen la lucha de clases, sofocada bajo los regímenes despóticos, encuentra una mayor libertad de acción y movimiento para lograr sus reivindicaciones inmediatas y mediatas. Si no fuera por eso, ¿para qué quieren los trabajadores la República y la democracia? Creer que la lucha de clases debe cesar para que la democracia y la República existan solamente, es no darse cuenta de las fuerzas que mueven la Historia. Es poner el carro delante de los caballos.» La indignación de los integrantes del grupo de Largo Caballero era muy grande y pedían que el partido adoptase sanciones enérgicas contra Prieto, al que calificaban de traidor.

El primero de Mayo comienza en Zaragoza el Congreso extraordinario de la Confederación Nacional del Trabajo, que dura doce días. El programa comprende el examen del informe sobre la participación anarcosindicalista en la revolución de Octubre, conveniencia del partido único y aprobación de bases para la instauración del comunismo libertario. Asisten al Congreso 649 delegados de 982 sindicatos, que representan a 550.595 cotizantes. Se admite la representación de los sindicatos de Cataluña, Levante y Huelva, que actúan fuera de la disciplina de la C. N. T. Asisten también delegados de la A. I. T. (Asociación Internacional de Trabajadores), de carácter anarquista, cuyo Secretariado en un informe preliminar pide al Congreso que exponga claramente sus deseos políticos y diga «a dónde va».

«La propaganda comunista, —se lee en el informe— las manifestaciones «revolucionarias» de Largo Caballero, que ha tomado realmente en serio, su «rol» de «Lenin español» y que nos recuerda la fábula de la rana que quiere hacerse tan grande como el buey, han traído sus frutos. La situación confusa en el interior de la C. N. T. ha hecho el resto y es, en suma, gracias a la agitación que casi podría llamarse antiabstencionista de los organismos confederales, que se puede hoy ver al partido comunista español salir de la sombra, en la que hasta ahora era perfectamente invisible, con un grupo de catorce diputados en las Cortes. Es también gracias a esta actitud indecisa, a esta ausencia de actitud neta de la C. N. T. que vemos hoy en España a Azaña y Casares Quiroga exactamente como cuando Casas Viejas.»

«Una C. N. T. que no sabe lo que quiere, o que no sabe dónde va, es a breve plazo y en vista precisamente de las intrigas políticas de los partidos socialista y comunista y de la tendencia desarrollada en el seno de las masas en provecho de las dictaduras, la derrota de la A. I. T.»

El informe de la ponencia encargada de analizar la conducta de la C.N.T. en la revolución de Octubre endosa la responsabilidad de los sucesos a los socialistas, que los planearon como «resultado de su iracundia por haber sido arrojados del poder». Los socialistas organizaron los sucesos «compinchados con Azaña, jefe del radicalismo socializante, el político más cínico y más fríamente cruel que nació a la vida española, y a Companys, atorrante político que vivió del halago al anarquismo y que luego lo persiguió corajudamente». «La promesa socialista de luchar por la dictadura del proletariado era el incentivo que manipularon para ganarse la simpatía de los trabajadores, el aspecto sonoro y falaz de sus trucos proselitistas: pero sus fines concretos eran los pactos con Azaña y Companys.» Se acusa a los socialistas de falta de voluntad en la lucha y miedo a la victoria proletaria. Excepto en Asturias, «los socialistas no combatieron en ninguna parte, limitándose a distraer por las noches desde los tejados la atención de las fuerzas oficiales o secundando tímidamente la agresividad de nuestros compañeros, como sucedió en Vizcaya, que era la provincia donde más armas había y en condiciones especiales para el triunfo». Lo ocurrido en Cataluña se enjuicia en la ponencia con las siguientes palabras: «El conato rebelde duró seis horas, pues a la primera indicación de los cañones del Ejército —tres mil soldados y pocas piezas de artillería, frente a sesenta mil separatistas y marxistas armados de fusiles y ametralladoras—, los gloriosos masacradores de anarquistas que hasta el último instante no cesaron en su persecución, se entregaron como azoradas mujerzuelas. Cataluña era la máxima esperanza de socialistas y republicanos. Al rendirse sin trabar combate los catalanes, dieron por perdida la conjura y no hubo ya medio de reanimar aquel desastre general. Si la C. N. T. no se tiró a fondo en la pelea, ello obedeció a que no quiso ser la vanguardia de sacrificio por unas facciones que hubiesen rematado fríamente a nuestros supervivientes de la lucha contra el Gobierno.» El Secretariado de la Internacional Anarquista designó tres ponentes, Müller, Schapiro y Eusebio C. Carbó, para que enjuiciaran el comportamiento de la C. N. T. en la revolución de Octubre. El dictamen decía: «Hizo bien la Confederación en Cataluña, en Aragón, en Andalucía y en casi todas partes, negándose a caer en una emboscada.» Lo sucedido en Asturias «era imputable el Frente Único». En otros sitios, como Madrid, «socialistas y comunistas demostraron no ser lo suficientemente revolucionarios para seguir a los anarquistas en el camino de una revolución emancipadora.»

Con respecto a la invitación hecha por la Unión General de Trabajadores para una alianza con la C. N. T., ésta propone las siguientes condiciones:

«Primera. —La U. G. T. al firmar el pacto revolucionario reconoce explícitamente el fracaso del sistema de colaboración política y parlamentaria. Como consecuencia lógica de dicho reconocimiento, dejará de prestar toda clase de colaboración política y parlamentaria al actual régimen imperante. Segunda. —Para que sea una realidad efectiva la revolución social hay que destruir completamente el régimen político y social que regula la vida del país. Tercera. —La nueva regularización de convivencia nacida del hecho revolucionario será determinada por la libre elección de los trabajadores, reunidos libremente. Cuarta. —Para la defensa del nuevo régimen social es imprescindible la unidad de acción, prescindiendo del interés particular de cada tendencia. Solamente defendiendo el conjunto será posible la defensa de la revolución de los ataques del capitalismo nacional y extranjero. Quinta. —La aprobación del presente dictamen significa que el Comité Nacional queda implícitamente encargado, si la U. G. T. acepta el pacto, de entrar en relaciones con los mismos, con objeto de regularizar la buena marcha del pacto ateniéndose a los acuerdos arriba expresados y a los ya existentes en el seno de la C. N. T. en materia revolucionaria.» Un artículo adicional determina el carácter mayoritario de las bases propuestas para que la U. G. T. las estudie en su Congreso nacional de sindicatos. El acuerdo conjunto sería sometido a discusión y referéndum de los sindicatos de ambas Centrales, y aceptado si fuera expresión de una mayoría representada por el 75 por 100 de los votos de aquéllas.

La ponencia, integrada por Federica Montseny, Juan García Oliver y Juan López, directivos de la Federación Anarquista Ibérica, articuló el programa para caso de instauración del comunismo libertario, que obtiene 950 votos contra 30. En resumen, se propone lo siguiente: «Desarme del capitalismo; disolución de los institutos militares, para entregar las armas a las comunas; la sociedad nueva se organizará aboliendo la propiedad privada, el Estado, el principio de autoridad y las clases sociales. Socializada la riqueza, ésta quedará en poder de los que la producen, administrada por los sindicatos de cada ramo u oficio y de las comunas libertarias de cada localidad, que se organizarán por comarcas y regiones, constituyendo en conjunto la Confederación Ibérica de Comunas Autónomas Libertarias. Se proclama el amor libre, la educación sexual, que habrá de iniciarse en las escuelas y la aplicación de métodos para la selección de la especie. La religión se reconoce en cuanto permanece relegada al sagrado de la conciencia individual, pero se enseñará en la escuela la teoría de la inexistencia de Dios. Se aplicará asimismo la corrección de los llamados delitos, instituyendo los instrumentos de castigo —cárceles y presidios por medios Juan García Oliver preventivos inspirados en la Medicina y la Pedagogía.» ¿Habría manera de compaginar este programa con el socialista y el comunista? ¿No era pensar en un imposible o exigir a unos y otros afiliados que enloquecieran al unísono?

El Congreso eligió (8 de mayo) por mayoría Madrid para sede de su Comité Nacional, en lugar de Zaragoza, que lo había sido hasta entonces. En un mitin celebrado en la Plaza Monumental de Barcelona, la C. N. T. reitera su llamamiento a la U. G. T. para colaborar juntas, siempre que sean respetadas las tácticas políticas del sindicalismo.

Otra organización revolucionaria rebrota con finalidades anarquistas: la «Unió de Rabassaires». En la asamblea general de delegados celebrada en Barcelona (14 de mayo) se acuerda pedir la reforma de la Ley de Cultivos, la expropiación de las tierras sin indemnización, no pagar a los dueños los frutos convenidos, pedir la sustitución de los funcionarios de Justicia encargados de aplicar la ley por campesinos elegidos por los propios rabassaires, y organizar la vida sindical propia dentro de las organizaciones revolucionarias de clases, sin ninguna relación con la Esquerra.

* * *

Largo Caballero dirigiéndose a los compromisarios socialistas en el brindis de un banquete celebrado en un restaurante de Cuatro Caminos (13 de mayo), anuncia «acontecimientos que alumbrarán en poco tiempo». «No debemos consentir que se nos convierta en servidores no ya del régimen ni de ciertos partidos que no tienen fuerza. Los amigos de ahora en cuanto queramos imponer nuestra táctica serán nuestros enemigos.» «Hay que realizar la unificación sindical con los comunistas: está ya casi terminada la unificación de las juventudes comunista y socialista. Costará más trabajo la unión con la C. N. T., pero hay que ir a una alianza con ella y entonces no habrá en España ninguna fuerza, por muy armada que esté, que pueda con nosotros, si imponemos una disciplina férreamente militar. Cuando el proletariado diga: «Aquí estoy», no habrá policía, ni Ejército, ni Guardia Civil que pueda nada. Por eso el Congreso sindicalista de Zaragoza ha sido un acontecimiento trascendental. La revolución a la que aspiramos no se puede hacer sino violentamente. Pero es preciso que tengamos una ideología y una teoría revolucionarias.» «¿Qué concepto tienen de nosotros los que nos piden que seamos pacíficos, que no provoquemos conflictos y que dejemos desenvolverse a la producción?»

Araquistáin veía en Largo Caballero —que tan fielmente seguía sus consejos— al «paladín del verdadero programa proletario: al nuevo derecho social por la revolución». «El problema —añadía Araquistáin — no es nuevo: está en los clásicos del socialismo, que muchos socialistas europeos habían olvidado, y está en la táctica del comunismo ruso. Pero el comunismo ruso cometió un grave error: querer dictar las revoluciones desde Moscú, desatendiendo las circunstancias de lugar y tiempo de cada país; era demasiado inoportunista. Yo creo que la Segunda y Tercera Internacional socialista están virtualmente muertas: está muerto el socialismo reformista, democrático y parlamentario que representaba la II Internacional y está muerto ese socialismo revolucionario de la III Internacional que recibía el santo y seña de Rusia para todo el mundo. Yo tengo el convencimiento de que ha de surgir una IV Internacional que funda las dos anteriores, recogiendo de la una la táctica revolucionaria y de la otra el principio de las autonomías nacionales. En este sentido, la actitud de Largo Caballero, que es la del partido socialista español y de la U. G. T., me parece una actitud de IV Internacional, es decir, una superación del socialismo histórico».

Porque Largo Caballero, instruido por sus consejeros, cuando negocia con comunistas y sindicalistas, piensa que con su táctica el partido socialista absorberá a aquéllos. Sin embargo, sucederá todo lo contrario. La división del partido no sólo lo debilita y siembra la incertidumbre en sus afiliados, disponiéndolos para la dispersión, sino que permite algo peor. El poder del sindicalismo se mantiene inconmovible. «Los comunistas —refiere el diputado Jesús Hernández— nos las arreglábamos para aprovecharnos hasta el máximo de aquellos antagonismos suicidas. Un día apoyábamos a uno contra otro: al siguiente hacíamos lo contrario, y en todas las ocasiones los incitábamos unos contra otros de modo que se destruyeran, juego que realizábamos a plena luz y no sin éxito».

Mientras centristas y marxistas se acometen con ferocidad, los comunistas se infiltran astutos en el socialismo. Álvarez del Vayo, vicepresidente de la sección madrileña del partido, Edmundo Rodríguez, presidente de la Central Madrileña de la U. G. T.; Felipe Pretel, tesorero de la U. G. T.; Margarita Nelken y Francisco Montiel, diputados; Santiago Carrillo, secretario de la Juventud Socialista; José Laín, Melchor Cabello, Aurora Arnaiz y otros siguen afiliados al socialismo, pero con obediencia absoluta a Moscú y son agentes del Kremlin dentro del socialismo para traicionarlo. «Fue la cautelosa infiltración en otras agrupaciones políticas sostenedoras del régimen republicano lo que luego les dio fuerza (a los comunistas) —escribe Indalecio Prieto —. He dicho muchas veces que más peligrosos que los comunistas son los comunistoides deslizados en colectividades seudoculturales y en círculos de simpatizantes del tipo de los Amigos de la U. R. S. S.»

* * *

El Frente Popular, para simplificar la discriminación de adversarios los identifica a todos como fascistas. A las turbas se las ceba fácilmente en odio contra personas o cosas con sólo colgarlas aquel mote. La caza del fascista es deporte favorito, fomentado por las autoridades y dirigentes de los partidos revolucionarios. Las cárceles rebosan de presos y la lista de muertos o heridos falangistas aumenta todos los días. Sobre José Antonio y directivos encarcelados en Madrid se acumulan procesos para cerrarles todas las posibilidades de salida. La primera causa, por publicación clandestina de un manifiesto dirigido «Desde los sótanos de la Dirección General de Seguridad» se celebra (3 de abril) ante la sección cuarta de la Audiencia Provincial, constituida en Tribunal de Urgencia en la Cárcel Modelo de Madrid. El fiscal, Carsi, solicita para el procesado la pena de dos meses y un día de arresto. José Antonio se defiende a sí mismo. La sentencia es conforme a la petición fiscal.

La causa contra José Antonio y otros directivos de Falange, acusados de delito de asociación ilícita, se ve ante el Tribunal de Urgencia en la Cárcel Modelo (30 de abril). Instruye el sumario el juez Ursicino Gómez, y actúan como defensores José Antonio y José María Arellano. En las conclusiones del Fiscal, Medina, se dice que los estatutos de Falange ocultan el verdadero fin de la asociación, «que propugnaba un orden nuevo para implantarlo en pugna con las resistencias del orden vigente, mediante la subversión». Pide la disolución de la Asociación en virtud de lo dispuesto en el artículo 14 de la ley de Asociaciones de 30 de junio de 1887; y un año, ocho meses y veintiún días de prisión y quinientas pesetas de multa para cada uno de los procesados. Tras la prueba testifical, el Fiscal retira la acusación para los miembros del S. E. U., por no aparecer probado que éste dependiera de Falange, y mantiene los cargos contra Primo de Rivera como jefe de la Organización. Para los restantes procesados pide dos meses y un día de arresto como simples asociados a una sociedad ilícita que admite el empleo de la fuerza y la violencia para lograr fines revolucionarios.

«¿Qué harán ante esto los españoles? ¿Esperar cobardemente a que desaparezca España? ¿Confiar en la intervención extranjera? ¡Nada de eso! Para evitar esta última disolución en la vergüenza tiene montadas sus guardias, firme como nunca, Falange Española de las J. O. N. S. Ahora que está el Poder en las manos ineptas de unos cuantos enfermos capaces, por rencor, de entregar la patria entera a la disolución y a las llamas, la Falange cumple su promesa y os convoca a todos, estudiantes, intelectuales, obreros, militares, españoles, para una empresa peligrosa y gozosa de reconquista».

«No me interesa mi absolución, afirma José Antonio, puesto que recabo nuevamente para mí la responsabilidad de la función directiva de todas las actividades de la organización que presido. Es Falange con sus cincuenta muertos, sus tres años de trabajo, de lucha y de fe lo que defiendo. ¿Es un delito —pregunta— mantener la unidad de España, tratar de que se modifique la Constitución, propugnar la transformación jurídico-político-económica del país? Nos encontramos en un momento histórico en que ha hecho crisis un sistema. No somos cobardes ni frívolos: somos hombres que tratamos de evitar el hundimiento total que parece avecinarse.»

La sentencia del Tribunal dice así: «Considerando que de los hechos probados no se deduce la perpetración por parte de los acusados del delito que se les inculpa por el Ministerio Fiscal, ya que el ideario político de la Asociación contenido en los Estatutos aceptados legalmente, no ha sido alterado en su esencia, orientación ni procedimiento por el documento impreso que se ha leído como prueba.

“Fallamos: Que debemos absolver y absolvemos del delito de que son acusados a los procesados. Igualmente, y en virtud de la anterior abso­lución, debemos declarar y declaramos no haber lugar a la disolución de la Asociación Falange Española de las J. O. N. S.”

La censura prohíbe la publicación de la sentencia y los procesados absueltos por el Tribunal continuarán en la cárcel.

El tercer proceso contra José Antonio es por injurias al Director General de Seguridad, Alonso Mallol, al que acusó en conversación privada de haber roto con los «cuernos» los sellos que la autoridad de la República ordenó poner en el Centro clausurado de Falange. La vista se celebra también en la Cárcel Modelo (21 de mayo). La condena es de dos meses y un día de arresto.

José Antonio aparenta aceptar la mortificación carcelaria con buen ánimo, soportando con ejemplar conformidad y entereza las incomodidades y desagrados propios de su condición de preso. Desde el primer momento se adapta al ambiente de la prisión, considerándola no morada provisional, sino residencia para muy prolongada y forzada estancia. Se acomoda al reglamento, a fin de hacer fructíferas sus horas de ocio mediante el estudio, la lectura y organización del Movimiento, sin desatender por eso la gimnasia, la pelota y el fútbol. Viste «mono» de dril azul y come las viandas que le sirven, como a otros detenidos, de una taberna cercana. «No me importan dos años de cárcel, exclamó en una ocasión. Repasaré el Bachillerato».

Las Cortes, a propuesta de la Comisión de Actas, acuerdan anular las elecciones de Granada y Cuenca, donde las derechas ganaron las mayorías, fundándose en que ninguno de los candidatos había alcanzado el cuarenta por ciento de votos válidos establecido por la ley. Previamente en los Gobiernos civiles respectivos y en las Juntas del Censo habían desplumado a los triunfadores de los votos necesarios para que no alcanzaran aquel tanto por ciento. Anunciadas nuevas elecciones para el 3 de mayo, reflexionaron los dirigentes de los partidos de derechas sobre si convenía participar en la lucha con las garantías constitucionales suspendidas, prohibida la propaganda, con todos los resortes del poder y del mando en manos del Frente Popular y encarcelados sus más calificados afiliados.

El Comité Nacional de la C. E. D. A., en nombre de los candidatos del Frente Nacional, acuerda retirarse de Granada «por no comprometer en la persecución brutal e injusta a sus afiliados y por el gesto de asco de no participar en una farsa como la que allí se va a representar». Con respecto a Cuenca, «se decidió -decía un manifiesto electoral— desistir de una nueva tentativa de copo, para lo que, evidentemente, ahora como en febrero, sobrarían votos, y reducir la pretensión electoral a la obtención de los puestos de la minoría». Firmaban el manifiesto los candidatos José Antonio Primo de Rivera, Antonio Goicoechea, Rafael Casanova y Modesto Gonsálvez. Falta el nombre del general Fanjul, familiar al cuerpo electoral de Cuenca y de mucho arraigo en la provincia, que ha preferido servir al interés nacional y cumplir sus deberes militares. También faltan los nombres de Enrique Cuartero y Tomás Sierra, triunfantes en las elecciones de febrero., que se prestaron «voluntaria y generosamente a sacrificarse y a apoyar con ardimiento la candidatura que se formara».

Todas estas renuncias se hacían para componer una candidatura en la que figurasen el general Franco, Antonio Goicoechea y José Antonio, a los que se consideraba urgente y necesario amparar con la inmunidad parlamentaria. La inclusión del primero se hizo a instancias de significados elementos militares, que se lo pidieron a Gil Robles y Fanjul a fin de que Franco pudiese residir en Madrid y gozar de mayor libertad de movimientos. En cuanto al jefe de Renovación, Goicoechea, desposeído de su acta por la Comisión parlamentaria, se pretendía reintegrarle a las Cortes, donde su presencia se estimaba indispensable.

«No pudieron —se decía en el manifiesto— los directores de la lucha sustraerse al empeño hidalgo y al clamor vehemente que desde todos los ámbitos de la provincia solicitaban la inclusión del nombre de José Antonio.» Ese clamor vehemente y unánime de los electores obedece al deseo de arrancar al jefe de la Falange de las manos de sus perseguidoras. Con íntimo convencimiento creían todos que la vida de José Antonio corría grave riesgo si no se le libraba del poder de sus carceleros. Así estaba planteada la lucha electoral de Cuenca, cuando la Junta Provincial del Censo en el momento de la proclamación de candidatos aprobó, por mayoría y a propuesta del candidato radical-demócrata Álvarez Mendizábal, el acuerdo de considerar la elección como segunda vuelta, lo cual impedía la proclamación de candidatos que no hubieren participado en la anterior elección. Para entonces el general Franco, que se encuentra en Canarias, ha comunicado al general Fanjul su decisión de no intervenir en las elecciones, porque prefiere atender a sus deberes militares, con lo cual cree servir mejor al interés nacional. «No sólo en señal de protesta contra el acuerdo de la Junta Provincial del Censo —se decía en el manifiesto electoral—, sino como muestra de solidaridad obligada con el injustamente perseguido, nosotros, que renunciamos forzadamente a luchar en compañía del ilustre general Franco, mantenemos a todo trance la candidatura de José Antonio Primo de Rivera, en espera de que en las Cortes no habrá de prevalecer ante nuestra manifiesta y resuelta voluntad, al propósito de descontar sus votos, atropellar su derecho y mantenerlo en prisión... La candidatura que os aconsejamos votéis reviste carácter nacional. Nacional porque aspira a simbolizar un movimiento de vigorosa reacción contra todas las vergüenzas antinacionales hoy victoriosas y omnipotentes.» El nombre de José Antonio en aquel momento polariza la opinión de los españoles adversarios del Frente Popular. Por eso la candidatura es patrocinada por todas las organizaciones de derechas que toman a su cargo la preparación de la lucha electoral, la vigilancia de las mesas y, además, le darán sus votos.

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Por los motivos expuestos, las elecciones de Cuenca apasionan a todos los españoles, y de la actuación arbitraria de la Junta Provincial del Censo se ocupan las Cortes (30 de abril). El diputado Fuentes Pila pregunta al ministro de Justicia cuál va a ser la actitud del Gobierno frente al abuso de la Junta Provincial del Censo en Cuenca. El ministro replica que el acuerdo de la Junta le parece perfecto, «pues está dentro de sus atribuciones lo que ha hecho». Firmada por representantes de todas las minorías de derechas se presenta una proposición incidental a la Cámara, para que se sirva declarar que las elecciones convocadas serán nuevas y no tendrán por tanto el carácter de segunda vuelta. Fuentes Pila, defiende la proposición. Ventosa califica lo sucedido de monstruoso y entiende que la cuestión «encierra transcendencia enorme para todo el régimen parlamentario». ¿Por qué y para qué la Junta Provincial del Censo ha denegado el derecho a los electores a votar a otros candidatos de los que lucharon el 16 de febrero?, pregunta Calvo Sotelo. «Porque había dos candidatos, nuevos: uno meteórico, que amaneció candidato y voluntariamente dejó de serlo en seguida, el general Franco; otro, que era candidato, que es candidato y que será candidato pese a las actitudes híbridas del Gobierno y aun de la Cámara hasta el día mismo de la elección: don José Antonio Primo de Rivera.» El orador añade: «Si el señor Primo de Rivera reúne la mayoría de los votos que se emitan en Cuenca y aun cuando se le cierre allí el paso para su proclamación y aquí en la Cámara, para la validez de su éxito, será, en conciencia y ante la ciudadanía del país y con arreglo a vuestros principios democráticos, auténtico diputado.» La proposición produce el efecto deseado: «dar carácter de problema nacional al que en otro caso hubiera quedado circunscrito a la provincia de Cuenca». Por lo que respecta a Primo de Rivera, «le habéis rendido un homenaje insospechable y prestado un servicio inmenso. La ley del embudo es vuestro santo y seña. Seguid así, que nosotros tomamos nota y ya llegará nuestra hora». Diputados de las minorías cedista, agraria y tradicionalistas declaran que consideran ilegal el acuerdo de la Junta del Censo de Cuenca.

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Dos días antes de las elecciones, invaden la provincia de Cuenca y la capital las milicias de las juventudes socialistas unificadas, varias compa­ñías de guardias de Asalto y mucha policía. Como la cárcel de la ciudad resulta insuficiente, se habilitan locales para encerrar a los detenidos. Se crea el clima de terror con agresiones, asaltos e incendios de casas y del hotel donde se alojan los candidatos de derechas, después de haber sido incendiado el teatro donde éstos hablaron. La residencia de los padres paúles es también asaltada y destrozados sus muebles y biblioteca. Los electores de derecha arrostran peligros, acuden a las urnas y dan el triunfo a sus candidatos y en puesto preferente a José Antonio.

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De lo sucedido en Granada y Cuenca se ocupan las Cortes. El diputado cedista Luciano de la Calzada habla (22 de mayo) de Granada. «Los diputados elegidos sólo representan a un gobernador complaciente, a un Gobierno parte en la contienda y a unas masas que en la brutalidad, en la agresión y en la injusticia han buscado el camino del triunfo.» No hubo intervención en las mesas, y las actas se amañaron en las Casas del Pueblo y en el Gobierno civil. «Al iniciar los candidatos del Frente Nacional la campaña de propaganda para saber hasta qué punto les sería permitida, en unos sitios las autoridades amotinan a las gentes; de otros salen ahuyentados a pedradas y tiros, cuando no son encarcelados junto con los amigos que les esperaban. Granada ha vivido la campaña electoral del Frente Popular en plena anarquía.» «En Illora, en presencia del alcalde, que contemplaba el espectáculo acodado en el balcón del Ayuntamiento, sacaron de la iglesia una a una todas las imágenes, lanzándolas al fuego, mientras la banda municipal interpretaba el Himno de Riego.»

No les quedó otro remedio a los candidatos de derechas que retirarse. La censura impidió la publicación de un manifiesto en el que se explicaban las causas de la renuncia. El diputado preguntaba: «¿En nombre de qué se nos va a pedir que doblemos la cabeza ante esas palabras que dicen demo­cracia, sufragio popular y parlamentarismo?»

El diputado de Izquierda Republicana Gomáriz, replica que las elec­ciones de Granada el 16 de febrero se celebraron bajo un régimen de terror, mientras que las segundas se han hecho en un régimen de libertad, sin que haya sido falseada la voluntad popular. No niego -añadió- que las derechas tengan alguna fuerza en Granada que les permitiría aspirar a las minorías, pero si renunciaron a ellas fue, no sé si generosamente o en lucha de egoísmos por los puestos que les impidió entenderse.

Giménez Fernández, de la C. E. D. A., que en las anteriores Cortes ostentó la representación de Granada, interviene: «En las dos elecciones ha habido defectos, debidos a la imperfección del sistema. Las elecciones con cualquier Gobierno se desarrollan siempre en un ambiente de violencia y entre vejaciones. El Poder, unas veces por acción y otras por omisión, participa en ellas.» El diputado propone que para acabar con la picaresca caciquil y las arbitrariedades de las autoridades se vaya rápidamente a una Ley Electoral sobre la base de la representación proporcional en la que no hagan falta coaliciones que deshonran a quienes en ella participan; porque unos y otros apelan a las artes caciquiles y divididos los españoles en dos bandos irreconciliables, de un solo voto depende tener diez diputados o dos diputados y por conseguir ese voto se apela a las mayores barbaridades y a los mayores atropellos. Contra eso no hay más que el sistema de repre­sentación proporcional en el cual los partidos se valoren en relación con la fuerza que realmente tienen y ni 10, ni 20 ni 1.000 votos determinan esos atropellos terribles en que la mayoría aplasta a la minoría y sucesivamente se cambian los términos, y así se produce la política de bandazos, causa principal de la ruina e inestabilidad de la organización política española. «Si nosotros nos equivocamos, no os equivoquéis vosotros en bien de la República, en bien del sistema parlamentario y en bien de España.»

No era buena la ocasión para tal género de reconvenciones en plena euforia del Frente Popular, hechas por quien pertenecía al bando de los vencidos. Y menos, dirigidas a una mayoría partidaria de la candidatura única y de clase, elegida bajo el signo de la dictadura proletaria.

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Los excesos y atropellos en las elecciones de Cuenca determinan un voto particular de las derechas (2 de junio) para pedir la nulidad de aquellas. «Las actas de Cuenca —dice Giménez Fernández al defender el voto — tienen una transcendencia que no se reduce al mero expediente electoral. Nos hallamos ante el problema político de darles carta de naturaleza democrática a unas fuerzas que equivocadamente se ha dado en llamar fascistas, que acudieron a las elecciones en Cuenca presentando un hombre que para ellas tiene el máximo prestigio por su cultura y su elocuencia, que, además, marca una tendencia interesante como representante de una de las múltiples facetas de la opinión española. Con las actas de Cuenca se plantea el problema de la vitalidad del régimen democrático.»

Pues bien; el ambiente de coacción de Granada fue una broma en comparación con el de Cuenca. Bandas de escopeteros y pistoleros actuaron días antes de la elección y durante ella, en emboscadas, y apaleaban ferozmente a los elementos representativos de las derechas, que el gobernador encarcelaba «si tenían la avilantez de protestar»». En Pozorrubio de Santiago, las bandas propinaron una formidable paliza a un elector en presencia del notario. Los propios delegados gubernativos se dedicaron a robar las actas, y en Villamayor las sacaron de la misma cartería. En el pueblo de Canalejas los interventores del Frente Popular se negaron a que se computasen los votos a Primo de Rivera, porque era deseo del gobernador, según consta en el acta. En Casas de Pino y San Clemente los delegados gubernativos arrebatan las actas pistola en mano. Y así en otros muchos pueblos. Pruebas abundantes demuestran que el día de la elección algunos alcaldes metieron en la cárcel a los electores de derecha para que no votaran y en Fuentes de Pedro Naharro fueron encerrados en la Casa Consistorial, según consta en acta levantada por el notario. El diputado lee la lista de veinticinco pueblos donde las derechas no obtuvieron ni un solo voto y de otros donde el censo íntegro se atribuyó a las izquierdas.

 El argumento principal que se emplea para justificar la no anulación de las actas de Cuenca se basa en que de uno u otro modo puede salir fa­vorecido el fascismo. Giménez Fernández analiza el problema desde el aspecto ideológico. «Las doctrinas que se han dado en llamar fascistas contienen una aspiración de protección a los humildes y una teoría de odio a los abusos del capitalismo. Yerran quienes creen que el fascismo va contra el marxismo; va primeramente contra el capitalismo. Sus características —totalidad, autoridad, nacionalismo y eficacia— son genuinas de todos los sistemas totalitarios. Por eso, sus señorías tampoco pueden censurarlos, porque en definitiva son los mismos métodos que sus señorías propugnan. Por eso, me parece absurdo y contradictorio que condenen a unos y no a otros. El fascismo... (Interrumpe La Pasionaria: Lo que es intolerable es que en una Cámara democrática y republicana se haga la apología del fascismo). Pero, señores diputados, prosigue Giménez Fernández, si nosotros estamos en un régimen democrático debemos procurar que el fascismo sea un partido político que no quede al margen de los partidos políticos (Nuevas protestas). Creo que si no hubiera aquí esa prevención contra el fascismo, las actas de Cuenca no se anularían. A todos nos interesa que el fascismo sea un partido que actúe dentro de la legalidad.» (El diputado Muñoz de Zafra: ¡Eso no se puede tolerar! ¡Es indigno!).

Giménez Fernández continúa: Con el sistema seguido «se incrementa el fascismo en vez de contenerlo». «El peligro es que el fascismo no es un partido, sino que está constituido en antipartido. El mayor éxito que puede alcanzar la democracia consiste en que sus propios enemigos reconozcan la existencia de una legalidad y de una voluntad popular y vengan aquí a sostener sus opiniones.» Por el contrario, «al negar el cómputo debido de los votos de Cuenca se comete un error gravísimo, porque vais a convencer a los demás de que la lucha legal no es posible y de que hay que ir a la lucha antilegal».

Termina con estas palabras: «Los partidos, las ideas, la democracia, la República no tiene nada que temer de sus enemigos; de quienes tienen que temer es de los sectarios que los desnaturalizan, de los malvados que los prostituyen, de los ambiciosos que los deshonran y de los imbéciles que los ponen en ridículo».

Como consecuencia de la furia iconoclasta del Frente Popular, dice Suárez de Tangil, conde de Vallellano, valores tan representativos como Melquíades Álvarez, Cambó, Lerroux, Goicoechea, han quedado excluidos de estas Cortes. «Quiero hablar —añade—, en nombre de un ausente, a quien vuestro odio, vuestro sectarismo y ferocidad tienen recluido en la cárcel de Madrid.» Sin embargo, «Primo de Rivera ha obtenido el mayor número de votos en la provincia de Cuenca, sin intervención, sin apodera­dos, sin siquiera ser candidato proclamado por la Junta Provincial del Cen­so». «He sido testigo presencial y he visto escrutinios en los que a la cabeza de todos los candidatos iba José Antonio Primo de Rivera, a quien se le han quitado 20.000 sufragios.» El diputado monárquico explica cómo operaron pistoleros con el título de delegados gubernativos y cómo fueron aterrorizados los elementos de derechas y el calvario de sesenta padres paúles paseados por las calles de la ciudad entre insultos y vejaciones de la plebe. «Excluiréis ahora a los elegidos por el censo de Cuenca, pero llegará un día en que esos miles de electores os barrerán.»

El diputado socialista Rufilanchas, de la Comisión de Actas, afirma que los discursos pronunciados en favor de la nulidad de las de Cuenca carecen de base probatoria. La impugnación que se hace no es fundada. El Cuerpo electoral de Cuenca ha votado libre de presiones caciquiles. El orador lee una hoja repartida por los afiliados de Falange, exaltando la fuerza como supremo derecho; todos los miembros de la Comisión de Actas —dice— han recibido anónimos amenazadores y afirma que se ha cometido un atentado contra el candidato izquierdista Álvarez Mendizábal. «Yo desde mi posición política —prosigue— debo afirmar que para nosotros el fascismo es el último baluarte del capitalismo: es el asesinato organizado al servicio de la reacción y que unas derechas como las que figuran en el partido de Acción Popular, matan a los trabajadores ar­teramente, les quitan el trabajo, envilecen sus jornales, les persiguen implacablemente...» El Diario de Sesiones apostilla: «(Aplausos y protestas. Se cruzan imprecaciones entre las minorías de extremas de izquierda y de derecha. El Presidente utiliza el altavoz y los timbres amplificadores para dominar el estado agitado de la Cámara).»

Rufilanchas continúa en medio de constante griterío: «Vosotros, las derechas españolas que perseguís al trabajador arteramente, utilizáis como vanguardia al fascismo para que defienda mediante el atentado personal y el terrorismo vuestra causa (fuertes protestas). Y si no fuera así, no vería­mos a representantes de la C. E. D. A unidos en candidatura electoral con los elementos de Falange. Y se ha dado el caso curioso en la Comisión de Actas de que el señor Serrano Suñer, representante de la C. E. D. A., ha sido el más ardiente defensor de la validez del acta del señor Primo de Ri­vera.» (Interrumpe Serrano Suñer: «Esa afirmación en el momento en que S. S. la hace ahora y aquí es una afirmación desconsiderada y de doble sentido para mí, que tengo que rechazar. Lo que yo he hecho no es ni más ni menos que lo que hice con vuestro correligionario señor Pradal al discutirse las actas de Almería y cuando nosotros teníamos mayoría. Como voté con los diputados socialistas cuando se trató de invalidar las actas de Huelva. Eso es lo que S. S. ha debido manifestar a continuación de esa afirmación, que hecha en este momento y sin esas aclaraciones es grave y no es correcta»). Rufilanchas insiste en sus ataques: «Se da la circunstancia de que sea el señor Serrano Suñer, miembro de la C. E. D. A., quien defienda con mayor tesón al señor Primo de Rivera y de que sean los diputados derechistas de la Cámara, que dicen que no tienen nada que ver con el fascismo, los que no tengan inconveniente alguno en defender precisamente a quien ante todo el país aparece como inspirador, como motor primero de todos esos atentados criminales.» No hay —termina— elemento alguno de prueba suficiente para que se anulen las actas de Cuenca.

Antes de pedir votación nominal del voto particular puesto a debate, Giménez Fernández explica: «Siento la forma en que por lo visto me he producido, sin obtener, por lo menos, el respeto y la consideración que otras veces, y no les extrañará a SS. SS. que prescinda en absoluto de pre­dicar en desierto, porque hoy me he convencido de que todo lo que sean apelaciones a la convivencia aquí, son perfectamente inútiles.» El voto particular es rechazado por 149 votos contra 66, pero la batalla en torno a las elecciones de Cuenca continúa muy reñida. Ahora el diputado de la C. E. D. A. Serrano Suñer insiste en que su defensa del señor Primo de Rivera en la Comisión de Actas se basaba en un punto de vista moral, de dignidad colectiva y de decencia pública. Las elecciones de Cuenca han sido un cúmulo de atropellos. Por una circular del gobernador en el Boletín Oficial de la provincia se prohibía que al señor Primo de Rivera se le computaran votos en las mesas electorales. El diputado lee las listas de secciones con los sufragios que no se consignaron en las actas. De las pruebas y razonamientos expuestos se deduce que Primo de Rivera obtuvo 46.894 votos, es decir, 389 más que el cedista Casanova. «Con arreglo a los escrutinios, a las actas del expediente y a las disposiciones de la ley electoral se llega a un resultado en virtud del cual tiene mayoría de votos el señor Primo de Rivera y debe ser proclamado diputado. Si tomáis cual­quier acuerdo sin este examen de cifras del expediente, se podrá decir que las Cortes de 1936 cometieron una iniquidad.»

Todavía el diputado tradicionalista Valiente, fundándose en gran aco­pio de pruebas y actas notariales, reclama, si no la anulación de las elec­ciones, sí de las celebradas en más de cien secciones. «Si no lo hacéis, España aprenderá y las derechas ante tanto acoso y obstinación sabrán también defender sus principios en el terreno al que vosotros las queréis llevar.»

Termina la discusión en la que las minorías de derecha rivalizan en una defensa espontánea por impedir que José Antonio sea despojado de su acta. Quieren librarle de la cárcel y arrancarle del poder de sus carceleros. No lo consiguen. El resultado fue el que se había propuesto el Frente Popular. José Antonio figurará con 1.254 votos menos que el último candidato proclamado. Las elecciones de Cuenca de sufragio universal son sintomáticas. Demuestran la inclinación explícita de cuantos no han perdido el instinto de conservación hacia fórmulas que propugnan medios radicales contra la anarquía. El Gobierno y sus coadyuvantes son los grandes proselitistas de Falange. Si ésta en las elecciones de febrero no logró sacar un solo candidato, tres meses después obtiene la mayoría sin haber salido de la clandestinidad. La propaganda del fascismo la hacen sus adversarios con su desatentada política, desde el poder.

«Soy acaso —escribe Primo de Rivera en Informaciones (día 6 de mayo) — el candidato más profusamente derrotado que conoce España, y mis compañeros de candidatura, igual. Hablo de las elecciones de febrero porque en estas de ahora, en Cuenca, no he sido derrotado, sino triunfante. Para quitarme el puesto han tenido que robar medio centenar de actas, pistola en mano, facinerosos llegados «ad hoc» de Vallecas y Cuatro Caminos. Las autoridades conquenses no han cubierto con perifollos su menosprecio a la Ley... Lo de Cuenca no ha sido derrota electoral, sino otra cosa tan burda, tan descarada, que más vale tomarlo a risa.»

* * *

Al día siguiente de las elecciones de Cuenca (4 de mayo) José Antonio, convencido de que se aproximan días decisivos para los destinos de España, quiere poner en alerta a los militares con una carta que lleva esta dirección: Carta a un militar español. Será repartida profusamente entre los elementos a quienes se destina. El documento tiene una vibración anhelante y de urgencia, como si el autor tuviera ante los ojos, cuando lo redacta, las visiones apocalípticas de lo que se avecina:

“Militares de España, ante la invasión de los bárbaros: ¿Habrá todavía entre vosotros soldados, oficiales españoles de tierra, mar y aire quien proclame la indiferencia de los militares por la política? Esto pudo y debió decirse cuando la política se desarrollaba entre partidos. No era la espada militar la llamada a decidir sus pugnas, por otra parte harto mediocres. Pero hoy nos hallamos en presencia de una pugna interior. Está en litigio la existencia misma de España como entidad, y como unidad. El riesgo de ahora es exactamente equiparable al de una invasión extranjera. Y esto no es una figura retórica: la extranjería del movimiento que pone cerco a España se denuncia por sus consignas, por sus gritos, por sus propósitos, por su sentido.

Las consignas vienen de fuera, de Moscú. Ved cómo rigen, exactas, en diversos pueblos. Los gritos los habéis escuchado en las calles: no sólo el «¡Viva Rusia?» y el “¡Rusia, s»; España, no!», sino hasta el desgarrado y monstruoso «¡Muera España!». Por gritar «¡Muera España!» no ha sido castigado nadie hasta ahora; en cambio, por gritar «¡Viva España!» o «¡Arriba España!» hay centenares de encarcelados. Si esta espeluznante verdad no fuera del dominio de todos, se resistiría uno a escribirla, por temor a pasar por embustero.

Los propósitos de la revolución son bien claros. La Agrupación Socialista de Madrid, en el programa oficial que ha redactado reclama para las regiones y las colonias un ilimitado derecho de autodeterminación, que incluso les lleve a pronunciarse por la independencia.

El sentido del movimiento que avanza es radicalmente antiespañol... Hoy se ha enseñoreado de España toda villanía: se mata a la gente cobardemente (cien contra uno); se falsifica la verdad por las autoridades; se injuria desde inmundos libelos y se tapa la boca a los injuriados para que no se puedan defender; se premian la traición y la soplonería...

¿Es esto España? ¿Es esto el pueblo de España? Se dijera que vivimos una pesadilla o que el antiguo pueblo español sereno, valiente, generoso ha sido sustituido por una plebe frenética, degenerada, drogada con folletos de literatura comunista. Sólo en los peores momentos del siglo XIX conoció nuestro pueblo horas parecidas, sin la intensidad de ahora. Los autores de los incendios de iglesias que están produciéndose en estos instantes alegan, como justificación, la especie de que las monjas han repartido entre los niños de obreros caramelos envenenados. ¿A qué páginas de esperpento, a qué España pintada con chafarrinones de bermellón y de tizne hay que remontarse para hallar otra turba que preste acogida a semejante rumor de zoco?

El Ejército, salvaguarda de lo permanente.—Sí; si sólo se disputara el predominio de éste o de otro partido, el Ejército cumpliría con su deber quedándose en sus cuarteles. Pero hoy estamos en vísperas de la fecha ¡pensadlo, militares españoles! en que España pueda dejar de existir. Sencillamente: si por una adhesión a lo formulario del deber permanecéis neutrales en el pugilato de estas horas, podréis encontraros, de la noche a la mañana, con lo que sustantivo, lo permanente en España, que servíais, ha desaparecido. Este es el límite de vuestra neutralidad; la subsistencia de lo permanente, de lo esencial, de aquello que pueda sobrevivir a la varia suerte de los partidos. Cuando lo permanente mismo peligra, ya no tenéis derecho a ser neutrales. Entonces ha sonado la hora en que vuestras armas tienen que entrar en juego para poner a salvo los valores fundamentales, sin lo que es vano simulacro la disciplina. Y siempre ha sido así: la última partida es siempre la partida de las armas. A última hora —ha dicho Spengler— siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización.

Una gran tarea nacional.—Tendríais derecho a haceros los sordos si se os llamara para que cobijaseis con vuestra fuerza una nueva política reaccionaria. Es de esperar no queden insensatos todavía que aspiren a desperdiciar una nueva ocasión histórica —la última en provecho de mezquinos intereses. Y si los hubiera, caería sobre ellos todo vuestro rigor y nuestro rigor. No puede invocarse el supremo honor del Ejército, ni señalar la hora trágica y solemne de quebrantar la letra de las Ordenanzas para que todo quedase en el refuerzo de una organización económica en gran número de aspectos injusta. La bandera de lo nacional no se tremola para encubrir la mercancía del hambre. Millones de españoles perecen y es de primera urgencia remediarlo. Para ello habrá que lanzar a toda máquina la gran tarea de la reconstrucción nacional. Ello implicará sacrificio para los que hoy disfrutan una posición demasiado grande en la parva vida española. Pero vosotros —templados en la religión del servicio y el sacrificio— y nosotros —que hemos impuesto voluntariamente a nuestra vida un sentido ascético y militar— enseñaremos a todos a soportar el sacrificio con cara alegre. Con la cara alegre del que sabe que a costa de algunas renuncias en lo material salva el acervo eterno de los principios que llevó a medio mundo, en su misión universal, España.

Ha sonado la hora. — Ojalá supieran estas palabras expresar en toda su gravedad el valor supremo de las horas en que vivimos. Acaso no las haya pasado más graves, en lo moderno, otro pueblo alguno, fuera de Rusia. En las demás naciones, el Estado no estaba aún en manos de traidores; en España, sí. Los actuales fiduciarios del Frente Popular, obedientes a un plan trazado .fuera, descarnan de modo sistemático cuanto en la vida española pudiera ofrecer resistencia a la invasión de los bárbaros. Lo sabéis vosotros — soldados españoles del Ejército, de la Marina, de la Aviación, de la Guardia Civil, de los Cuerpos de Seguridad y Asalto—, despojados de los mandos que ejercíais, por sospecha de que no ibais a prestaros a la última traición. Lo sabemos nosotros, encarcelados a millares, sin proceso, y vejados en nuestras casas por el abuso de un poder policíaco desmedido, que hurgó en nuestros papeles, inquirió nuestros hogares, desorganizó nuestra existencia de ciudadanos libres y clausuró los centros abiertos con arreglo a las leyes, según proclama la sentencia de un Tribunal que ha tachado la indigna censura gubernativa. No se nos persigue por incidentes más o menos duros de la diaria lucha en que todos vivimos; se nos persigue —como a vosotros— porque se sabe que estamos dispuestos a cerrar el paso a la horda roja destinada a destruir a España. Mientras los semiseñoritos viciosos de las milicias socialistas remedan desfiles marciales con sus camisas rojas, nuestras camisas azules» bordadas con las flechas y el yugo de los grandes días son secuestrados por los esbirros de Casares y de sus poncios. Se nos persigue porque somos —como vosotros— los aguafiestas del regocijo con que, por orden de Moscú, se pretende disgregar a España en Repúblicas soviéticas independientes. Pero esta misma suerte que nos une en la adversidad tiene que unirnos en la gran empresa. Sin vuestra fuerza — soldados —, nos será titánicamente difícil triunfar en la lucha. Con vuestra fuerza claudicante es seguro que triunfe el enemigo. Medid vuestra terrible responsabilidad. El que España siga siendo depende de vosotros. Ved si esto no os obliga a pasar sobre los jefes vendidos o cobardes, a sobreponeros a vacilaciones y peligros. El enemigo, cauto, especula con vuestra indecisión. Cada día gana unos cuantos pasos. Cuidad de que al llegar el momento inaplazable no estéis ya paralizados por la insidiosa red que alrededor os tejen. Sacudid desde ahora mismo sus ligaduras. Formad desde ahora mismo una unión, una unión firmísima, sin esperar a que entren en ella los vacilantes. Jurad por vuestro honor que no dejaréis sin respuesta el toque de guerra que se avecina.

Cuando hereden vuestros hijos los uniformes que ostentasteis, heredarán con ellos, o la vergüenza de decir «Cuando vuestro padre vestía este uniforme, dejó de existir lo que fue España», o el orgullo de recordar: «España no se hundió porque mi padre y sus hermanos de armas la salvaron en el momento decisivo». Si así lo hacéis, como dice la fórmula antigua del juramento, que Dios os lo premie, y si no, que os lo demande.

¡Arriba España! Madrid, 4 de mayo de 1936.”

 

CAPÍTULO 84.

AZAÑA, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA