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CAPÍTULO 83.FORMIDABLE ALARDE MARXISTA EL PRIMERO DE MAYO
Los
partidarios de la unificación proletaria hicieron de la Fiesta del Trabajo (1
de mayo) una demostración de fuerza, sin precedentes en la historia de las
concentraciones de masas patrocinada por el poder público. Fue un día
íntegramente rojo. Paralizadas todas las actividades de la capital cerradas las
panaderías, suprimido el tráfico, prohibidos los entierros—, Madrid debe
consagrar su atención plena al desfile magno. Rondas volantes de jóvenes
marxistas se dedican desde primeras horas de la mañana a suprimir hasta el más
tenue soplo de vida urbana.
Lo más
espectacular no será la imponente muchedumbre congregada, con ser ésta ingente,
sino el aparatoso ejército de la revolución — «inmenso» lo denomina el diario
comunista—, que se exhibe en todo su poderlo. Millares de jóvenes uniformados
con sus camisas rojas o azul pálido, corbatas también rojas y sus correajes,
mandados por jefes que ostentaban en el pecho las insignias de jerarquía,
moviéndose con ritmo y disciplina demostrativos de una instrucción sólida,
cubren el trayecto desde la glorieta de Atocha, por los paseos del Prado,
Recoletos y Castellana hasta la plaza de Colón. Figuran también en el cortejo
millares de niños uniformados y formaciones de mujeres con pantalones blancos y
cubiertas con flaneras. Cantan unos La Internacional, otros La joven guardia,
se repiten los vítores a Rusia, a Stalin y a Largo Caballero: canciones
picantes con mostaza revolucionaria. Gritan las mujeres: «¡Hijos, sí, maridos
no!» Vociferan los niños:
«No
queremos catecismo, que queremos comunismo.»
A veces
se hace silencio y vibra lúgubre como un trueno el «U. H. P.», «U. H. P.»,
repetido al unísono. Aunque los manifestantes en su mayoría son socialistas,
los comunistas con mucha astucia, mediante innumerables banderas con la hoz y
el martillo y retratos de sus santones, logran convertir el desfile en
demostración soviética. A las milicias siguen las masas de afiliados, y, entre
confusa gritería grupos de mozuelos y rufianes arrastran o exhiben sobre
plataformas, colgados de horcas muñecos-caricaturas de Gil Robles, Calvo
Sotelo, el general Primo de Rivera y otros.
Parte la
manifestación de la glorieta de Atocha, para terminar ante la Presidencia del
Gobierno, en la Castellana. Aquí, una Comisión entrega al Jefe del Gobierno las
conclusiones; en total, veinticuatro: entre otras, petición de castigo de los
autores e inductores de la represión de Octubre, indemnización para las
víctimas, disolución de las organizaciones monárquicas y fascistas, con la
confiscación de propiedades y bienes, estrechamiento de relaciones con la Unión
Soviética, libertad para Thaelmann y Prestes y
ausencia de España de la Olimpiada de Berlín.
Si para
el diario comunista la jornada ha sido un estímulo «a marchar con las banderas
desplegadas hacia triunfos rotundos y definitivos», El Socialista la interpreta
como «una afirmación de dominio y emplazamiento de conquista ante el futuro».
El órgano de Largo Caballero, Claridad, dice: «Es inútil contener el proceso
revolucionario con promesas legales que se cumplirán o no, y que después de
tantos desengaños es forzoso oír con escepticismo.»
Dos días
después (3 de mayo) se inaugura en el Paseo de Rosales de Madrid, un monumento
a Pablo Iglesias, fundador del partido socialista. Es obra del escultor Barral,
del pintor Quintanilla y del arquitecto Esteban de la Mora. Las milicias de las
juventudes marxistas formadas ante el monumento entonan La Internacional.
De
acuerdo con las instrucciones del partido y de la U. G. T. El 1.° de mayo se
celebró en muchas ciudades y pueblos con paro general y en todas ellas con gran
colorido y exuberancia de signos soviéticos. Alcanzan singular importancia en
Barcelona, Bilbao, Vigo y Valencia. Pero no en todos los lugares los marxistas
se contentan con exhibiciones de masas: la ocasión era propicia para dar
suelta al desorden disfrazado de júbilo. Tal aconteció en pueblos de Granada,
Sevilla, Asturias, Valencia, Cuenca, Alicante y La Coruña. Quemaron las
iglesias de San Miguel de Salinas y Sella (Alicante), Grao de Gandía, Cullera y
Catarroja (Valencia). El miedo que a muchos producía la Fiesta del Trabajo
queda reflejado en este relato de lo sucedido en Melilla: «La burguesía
melillense —cuenta Claridad (12 de mayo) — huyó a la zona francesa. ¿Qué
temían? Temerían seguramente que el pueblo se tomase la justicia por su mano.
Mas el pueblo sabe tener disciplina y no ignora que los hechos aislados no
tendrían hoy ninguna eficacia. Todo llegará. Entonces puede que no haya tiempo
para huir.»
En esta
apoteosis roja la nota discordante la dio Prieto en Cuenca en un discurso de
propaganda electoral del Frente Popular, con motivo de repetirse las
elecciones a diputados a Cortes, por anulación de las anteriores. «Cuando
llegué al teatro —refiere Prieto— humeaban cerca las cenizas de la hoguera en
que habían ardido los enseres de un Casino derechista asaltado por las masas
populares. En céntrico hotel hallábanse sitiadas
desde la víspera significadísimas personalidades
monárquicas. El ambiente era de frenesí». Como había circulado con insistencia
la noticia, después rectificada, de que el general Franco figuraría en la
candidatura de derechas, Prieto se felicita de que por decisión del general su
nombre haya desaparecido de la lista. Y a continuación pronuncia las siguientes
palabras:
«No he de
decir ni media palabra en menoscabo de la figura de este jefe militar. Le he
visto pelear en África y para mí el general Franco llega a la fórmula suprema
del valor: es hombre sereno en la lucha. Tengo que rendir este homenaje a la
verdad. Ahora bien: no podemos negar, cualquiera que sea nuestra representación
política y nuestra proximidad al Gobierno, que entre elementos militares, en
proporción y vastedad considerable, existen fermentos de subversión, deseos de
alzarse contra el régimen republicano, no tanto, seguramente, por lo que supone
su presente realidad, sino por lo que el Frente Popular, predominando en la
política de la nación, representa como esperanza para un futuro próximo. El
general Franco por su juventud, por sus dotes, por la red de amistades en el
Ejército, es hombre que en un momento dado puede acaudillar con el máximo de
probabilidades todas las que se derivan de su prestigio personal, un movimiento
de este género.» «No me atrevo a atribuir al general Franco propósitos de tal
naturaleza... Acepto íntegra su declaración de apartamiento de la política.
¡Ah!, pero lo que yo no puedo negar es que los elementos que con autorización o
sin autorización suya pretendieron incluirle en la candidatura de Cuenca
buscaban su exaltación pública con objeto de que investido de la inmunidad
parlamentaria pudiera, interpretando así los designios de sus patrocinadores,
ser el caudillo de una subversión militar.»
Con estas
palabras Prieto, además de advertir que las fuerzas de resistencia a la
anarquía no eran tan despreciables como decían los partidarios de la
revolución, contestaba por elevación a Largo Caballero, el cual en sus
discursos repetía que no había cañones, fúsiles ni bayonetas capaces de
contener el ímpetu irresistible del proletariado, cuando éste se lanzara al
ataque. Por lo demás, Prieto no podía aportar en aquel momento prueba alguna
que demostrara la existencia de una conspiración militar, y menos que en ella
participara el general Franco.
«Aunque
también tiene importancia, afirmaba Prieto, juzgo secundario el hecho de haber
incluido en las mismas condiciones en la candidatura de Cuenca al señor Primo
de Rivera. También esto merece nuestro comentario. Porque los partidos de
derecha han sacrificado a sus propios candidatos, los que lucharon en las
elecciones de febrero y que, con uno u otro carácter tienen aquí determinadas
vinculaciones, para incluir a candidatos extraños a sus organizaciones y cuyo
único título es el caudillaje de una formación consagrada exclusivamente a la
violencia. Dados los términos en que se ha planteado aquí la lucha, ésta
desborda los contornos de un combate político local. El combate tiene
significación nacional: quizá por eso haya venido yo a hablaros.»
Se
refería Prieto a la revolución de octubre de 1934: «Nos lanzamos a ella a
sabiendas de que rompíamos los cordones que circundan la legalidad» y de que
«tras el fracaso venía una responsabilidad, una culpa y, para quienes no
pudieran eludirlo, un castigo». Pero lo que no resulta lícito es «prescindiendo
de los tribunales y cerrando los ojos ante la ley, imponer castigos que ni los
tribunales pueden dictar, ni las leyes establecen». «¿Qué extraño es que
después gentes con el alma herida por tanta vileza se entreguen al desmán y
sacien de cuando en cuando su furor en una venganza, pensando en aquellos
hermanos suyos de Asturias a los que se flageló o ejecutó sin piedad? Esa es la
explicación de los desmanes que están ocurriendo en España. Y añado que no los
justifico, que no los aplaudo, que no los aliento.»
«Si mi
voz se oye fuera de aquí diré para vosotros y para quienes fuera de aquí
reciban el eco de mis palabras: ¡Basta ya! ¡Basta, basta! ¿Sabéis por qué?
Porque en esos desmanes cuya explicación os he dado no veo signo alguno de
fortaleza revolucionaria. Si lo viera, quizá los exaltase. No; un país -conste
que mido bien mis palabras— puede soportar la convulsión de una revolución
verdadera. La convulsión revolucionaria con un resultado u otro la puede
soportar un país: lo que no puede soportar es la sangría constante del desorden
público, sin finalidad revolucionaria inmediata; lo que no soporta una nación
es el desgaste de su poder público y de su propia vitalidad económica,
manteniendo el desasosiego, la zozobra y la intranquilidad. Podrán decir
espíritus simples que este desasosiego lo producen sólo las clases dominantes.
Ello, a mi juicio, constituye un error. De ese desasosiego, no tarda en sufrir
los efectos perniciosos la propia clase trabajadora en virtud de trastornos y
posibles colapsos de la economía, porque la economía tiene un sistema a cuya
transformación aspiramos, pero que mientras subsista hemos de atenernos a sus
desventajas y entre ellas figura la de reflejar dolorosamente sobre los
trabajadores la alarma, el desasosiego y la intranquilidad de las clases
dominantes.»
A
continuación el orador describe la situación del país: «España atraviesa en
estos instantes dificultades enormes, de las mayores que se le han presentado a
lo largo de su vida... No hay hipérbole alguna en afirmar que los españoles de
hoy no hemos sido testigos jamás ¡jamás! de un panorama tan trágico, de un
desquiciamiento como el que España ofrece en estos instantes. Quebrantadísimo su crédito exterior, que habrá de
restablecer breve e imperiosamente, con el sacrificio que sea, atribuyendo
totalmente ese sacrificio a las clases capitalistas, España en el exterior, por
el atasco enorme que sufre el Centro de Contratación de Moneda, es hoy un país
sobre el cual se ha colgado el papel de insolvente.»
«Si el
desmán y el desorden se convierten en un sistema perenne, por ahí no se va al
socialismo, por ahí no se va tampoco a la consolidación de una República
democrática, que yo creo nos interesa; ni se va a la consolidación de la
democracia, ni se va al socialismo, ni se va al comunismo; se va a una anarquía
desesperada, que ni siquiera está dentro del ideal libertario; se va a un
desorden económico que puede acabar con el país.»
Si para
la Prensa republicana Prieto en Cuenca reveló sus dotes de gran gobernante a lo
Briand, como decía El Sol, del lado marxista partieron contra el tribuno
censuras y anatemas. «Prieto —escribía Claridad (4 de mayo) — empleó el
lenguaje de los representantes de las clases privilegiadas.» En cuanto a los
desmanes, decía estas palabras: «La clase obrera quiere la república
democrática —ya lo predijo Engels—, no por sus virtudes intrínsecas, no como un
ideal de gobierno, sino porque dentro de ese régimen la lucha de clases,
sofocada bajo los regímenes despóticos, encuentra una mayor libertad de acción
y movimiento para lograr sus reivindicaciones inmediatas y mediatas. Si no
fuera por eso, ¿para qué quieren los trabajadores la República y la democracia?
Creer que la lucha de clases debe cesar para que la democracia y la República
existan solamente, es no darse cuenta de las fuerzas que mueven la Historia. Es
poner el carro delante de los caballos.» La indignación de los integrantes del
grupo de Largo Caballero era muy grande y pedían que el partido adoptase
sanciones enérgicas contra Prieto, al que calificaban de traidor.
El
primero de Mayo comienza en Zaragoza el Congreso extraordinario de la
Confederación Nacional del Trabajo, que dura doce días. El programa comprende
el examen del informe sobre la participación anarcosindicalista en la
revolución de Octubre, conveniencia del partido único y aprobación de bases
para la instauración del comunismo libertario. Asisten al Congreso 649
delegados de 982 sindicatos, que representan a 550.595 cotizantes. Se admite la
representación de los sindicatos de Cataluña, Levante y Huelva, que actúan
fuera de la disciplina de la C. N. T. Asisten también delegados de la A. I. T.
(Asociación Internacional de Trabajadores), de carácter anarquista, cuyo
Secretariado en un informe preliminar pide al Congreso que exponga claramente
sus deseos políticos y diga «a dónde va».
«La
propaganda comunista, —se lee en el informe— las manifestaciones
«revolucionarias» de Largo Caballero, que ha tomado realmente en serio, su
«rol» de «Lenin español» y que nos recuerda la fábula de la rana que quiere
hacerse tan grande como el buey, han traído sus frutos. La situación confusa en
el interior de la C. N. T. ha hecho el resto y es, en suma, gracias a la
agitación que casi podría llamarse antiabstencionista de los organismos confederales, que se puede hoy ver al partido comunista
español salir de la sombra, en la que hasta ahora era perfectamente invisible,
con un grupo de catorce diputados en las Cortes. Es también gracias a esta
actitud indecisa, a esta ausencia de actitud neta de la C. N. T. que vemos hoy
en España a Azaña y Casares Quiroga exactamente como cuando Casas Viejas.»
«Una C.
N. T. que no sabe lo que quiere, o que no sabe dónde va, es a breve plazo y en
vista precisamente de las intrigas políticas de los partidos socialista y
comunista y de la tendencia desarrollada en el seno de las masas en provecho de
las dictaduras, la derrota de la A. I. T.»
El
informe de la ponencia encargada de analizar la conducta de la C.N.T. en la
revolución de Octubre endosa la responsabilidad de los sucesos a los
socialistas, que los planearon como «resultado de su iracundia por haber sido
arrojados del poder». Los socialistas organizaron los sucesos «compinchados con
Azaña, jefe del radicalismo socializante, el político más cínico y más
fríamente cruel que nació a la vida española, y a Companys, atorrante político
que vivió del halago al anarquismo y que luego lo persiguió corajudamente». «La
promesa socialista de luchar por la dictadura del proletariado era el incentivo
que manipularon para ganarse la simpatía de los trabajadores, el aspecto sonoro
y falaz de sus trucos proselitistas: pero sus fines concretos eran los pactos
con Azaña y Companys.» Se acusa a los socialistas de falta de voluntad en la
lucha y miedo a la victoria proletaria. Excepto en Asturias, «los socialistas
no combatieron en ninguna parte, limitándose a distraer por las noches desde
los tejados la atención de las fuerzas oficiales o secundando tímidamente la
agresividad de nuestros compañeros, como sucedió en Vizcaya, que era la
provincia donde más armas había y en condiciones especiales para el triunfo».
Lo ocurrido en Cataluña se enjuicia en la ponencia con las siguientes palabras:
«El conato rebelde duró seis horas, pues a la primera indicación de los cañones
del Ejército —tres mil soldados y pocas piezas de artillería, frente a sesenta
mil separatistas y marxistas armados de fusiles y ametralladoras—, los
gloriosos masacradores de anarquistas que hasta el
último instante no cesaron en su persecución, se entregaron como azoradas
mujerzuelas. Cataluña era la máxima esperanza de socialistas y republicanos. Al
rendirse sin trabar combate los catalanes, dieron por perdida la conjura y no
hubo ya medio de reanimar aquel desastre general. Si la C. N. T. no se tiró a
fondo en la pelea, ello obedeció a que no quiso ser la vanguardia de sacrificio
por unas facciones que hubiesen rematado fríamente a nuestros supervivientes de
la lucha contra el Gobierno.» El Secretariado de la Internacional Anarquista
designó tres ponentes, Müller, Schapiro y Eusebio C.
Carbó, para que enjuiciaran el comportamiento de la C. N. T. en la revolución
de Octubre. El dictamen decía: «Hizo bien la Confederación en Cataluña, en
Aragón, en Andalucía y en casi todas partes, negándose a caer en una
emboscada.» Lo sucedido en Asturias «era imputable el Frente Único». En otros
sitios, como Madrid, «socialistas y comunistas demostraron no ser lo
suficientemente revolucionarios para seguir a los anarquistas en el camino de
una revolución emancipadora.»
Con
respecto a la invitación hecha por la Unión General de Trabajadores para una
alianza con la C. N. T., ésta propone las siguientes condiciones:
«Primera.
—La U. G. T. al firmar el pacto revolucionario reconoce explícitamente el
fracaso del sistema de colaboración política y parlamentaria. Como consecuencia
lógica de dicho reconocimiento, dejará de prestar toda clase de colaboración
política y parlamentaria al actual régimen imperante. Segunda. —Para que sea
una realidad efectiva la revolución social hay que destruir completamente el
régimen político y social que regula la vida del país. Tercera. —La nueva
regularización de convivencia nacida del hecho revolucionario será determinada
por la libre elección de los trabajadores, reunidos libremente. Cuarta. —Para
la defensa del nuevo régimen social es imprescindible la unidad de acción,
prescindiendo del interés particular de cada tendencia. Solamente defendiendo
el conjunto será posible la defensa de la revolución de los ataques del
capitalismo nacional y extranjero. Quinta. —La aprobación del presente dictamen
significa que el Comité Nacional queda implícitamente encargado, si la U. G. T.
acepta el pacto, de entrar en relaciones con los mismos, con objeto de
regularizar la buena marcha del pacto ateniéndose a los acuerdos arriba
expresados y a los ya existentes en el seno de la C. N. T. en materia
revolucionaria.» Un artículo adicional determina el carácter mayoritario de las
bases propuestas para que la U. G. T. las estudie en su Congreso nacional de
sindicatos. El acuerdo conjunto sería sometido a discusión y referéndum de los
sindicatos de ambas Centrales, y aceptado si fuera expresión de una mayoría
representada por el 75 por 100 de los votos de aquéllas.
La
ponencia, integrada por Federica Montseny, Juan García Oliver y Juan López,
directivos de la Federación Anarquista Ibérica, articuló el programa para caso
de instauración del comunismo libertario, que obtiene 950 votos contra 30. En
resumen, se propone lo siguiente: «Desarme del capitalismo; disolución de los
institutos militares, para entregar las armas a las comunas; la sociedad nueva
se organizará aboliendo la propiedad privada, el Estado, el principio de
autoridad y las clases sociales. Socializada la riqueza, ésta quedará en poder
de los que la producen, administrada por los sindicatos de cada ramo u oficio
y de las comunas libertarias de cada localidad, que se organizarán por comarcas
y regiones, constituyendo en conjunto la Confederación Ibérica de Comunas
Autónomas Libertarias. Se proclama el amor libre, la educación sexual, que
habrá de iniciarse en las escuelas y la aplicación de métodos para la selección
de la especie. La religión se reconoce en cuanto permanece relegada al sagrado
de la conciencia individual, pero se enseñará en la escuela la teoría de la
inexistencia de Dios. Se aplicará asimismo la corrección de los llamados
delitos, instituyendo los instrumentos de castigo —cárceles y presidios por
medios Juan García Oliver preventivos inspirados en la Medicina y la
Pedagogía.» ¿Habría manera de compaginar este programa con el socialista y el
comunista? ¿No era pensar en un imposible o exigir a unos y otros afiliados que
enloquecieran al unísono?
El
Congreso eligió (8 de mayo) por mayoría Madrid para sede de su Comité Nacional,
en lugar de Zaragoza, que lo había sido hasta entonces. En un mitin celebrado
en la Plaza Monumental de Barcelona, la C. N. T. reitera su llamamiento a la U.
G. T. para colaborar juntas, siempre que sean respetadas las tácticas políticas
del sindicalismo.
Otra
organización revolucionaria rebrota con finalidades anarquistas: la «Unió de Rabassaires». En la asamblea general de delegados celebrada
en Barcelona (14 de mayo) se acuerda pedir la reforma de la Ley de Cultivos, la
expropiación de las tierras sin indemnización, no pagar a los dueños los frutos
convenidos, pedir la sustitución de los funcionarios de Justicia encargados de
aplicar la ley por campesinos elegidos por los propios rabassaires,
y organizar la vida sindical propia dentro de las organizaciones
revolucionarias de clases, sin ninguna relación con la Esquerra.
* * *
Largo
Caballero dirigiéndose a los compromisarios socialistas en el brindis de un
banquete celebrado en un restaurante de Cuatro Caminos (13 de mayo), anuncia
«acontecimientos que alumbrarán en poco tiempo». «No debemos consentir que se
nos convierta en servidores no ya del régimen ni de ciertos partidos que no
tienen fuerza. Los amigos de ahora en cuanto queramos imponer nuestra táctica
serán nuestros enemigos.» «Hay que realizar la unificación sindical con los
comunistas: está ya casi terminada la unificación de las juventudes comunista y
socialista. Costará más trabajo la unión con la C. N. T., pero hay que ir a una
alianza con ella y entonces no habrá en España ninguna fuerza, por muy armada
que esté, que pueda con nosotros, si imponemos una disciplina férreamente
militar. Cuando el proletariado diga: «Aquí estoy», no habrá policía, ni
Ejército, ni Guardia Civil que pueda nada. Por eso el Congreso sindicalista de
Zaragoza ha sido un acontecimiento trascendental. La revolución a la que
aspiramos no se puede hacer sino violentamente. Pero es preciso que tengamos
una ideología y una teoría revolucionarias.» «¿Qué concepto tienen de nosotros
los que nos piden que seamos pacíficos, que no provoquemos conflictos y que
dejemos desenvolverse a la producción?»
Araquistáin veía en Largo Caballero —que tan
fielmente seguía sus consejos— al «paladín del verdadero programa proletario:
al nuevo derecho social por la revolución». «El problema —añadía Araquistáin — no es nuevo: está en los clásicos del
socialismo, que muchos socialistas europeos habían olvidado, y está en la
táctica del comunismo ruso. Pero el comunismo ruso cometió un grave error:
querer dictar las revoluciones desde Moscú, desatendiendo las circunstancias de
lugar y tiempo de cada país; era demasiado inoportunista.
Yo creo que la Segunda y Tercera Internacional socialista están virtualmente
muertas: está muerto el socialismo reformista, democrático y parlamentario que
representaba la II Internacional y está muerto ese socialismo revolucionario de
la III Internacional que recibía el santo y seña de Rusia para todo el mundo.
Yo tengo el convencimiento de que ha de surgir una IV Internacional que funda
las dos anteriores, recogiendo de la una la táctica revolucionaria y de la otra
el principio de las autonomías nacionales. En este sentido, la actitud de Largo
Caballero, que es la del partido socialista español y de la U. G. T., me parece
una actitud de IV Internacional, es decir, una superación del socialismo
histórico».
Porque
Largo Caballero, instruido por sus consejeros, cuando negocia con comunistas y
sindicalistas, piensa que con su táctica el partido socialista absorberá a
aquéllos. Sin embargo, sucederá todo lo contrario. La división del partido no
sólo lo debilita y siembra la incertidumbre en sus afiliados, disponiéndolos
para la dispersión, sino que permite algo peor. El poder del sindicalismo se
mantiene inconmovible. «Los comunistas —refiere el diputado Jesús Hernández—
nos las arreglábamos para aprovecharnos hasta el máximo de aquellos
antagonismos suicidas. Un día apoyábamos a uno contra otro: al siguiente
hacíamos lo contrario, y en todas las ocasiones los incitábamos unos contra
otros de modo que se destruyeran, juego que realizábamos a plena luz y no sin
éxito».
Mientras
centristas y marxistas se acometen con ferocidad, los comunistas se infiltran
astutos en el socialismo. Álvarez del Vayo, vicepresidente de la sección
madrileña del partido, Edmundo Rodríguez, presidente de la Central Madrileña de
la U. G. T.; Felipe Pretel, tesorero de la U. G. T.; Margarita Nelken y
Francisco Montiel, diputados; Santiago Carrillo, secretario de la Juventud
Socialista; José Laín, Melchor Cabello, Aurora Arnaiz y otros siguen afiliados
al socialismo, pero con obediencia absoluta a Moscú y son agentes del Kremlin
dentro del socialismo para traicionarlo. «Fue la cautelosa infiltración en
otras agrupaciones políticas sostenedoras del régimen republicano lo que luego
les dio fuerza (a los comunistas) —escribe Indalecio Prieto —. He dicho muchas
veces que más peligrosos que los comunistas son los comunistoides deslizados en colectividades seudoculturales y en
círculos de simpatizantes del tipo de los Amigos de la U. R. S. S.»
* * *
El Frente
Popular, para simplificar la discriminación de adversarios los identifica a
todos como fascistas. A las turbas se las ceba fácilmente en odio contra
personas o cosas con sólo colgarlas aquel mote. La caza del fascista es deporte
favorito, fomentado por las autoridades y dirigentes de los partidos
revolucionarios. Las cárceles rebosan de presos y la lista de muertos o heridos
falangistas aumenta todos los días. Sobre José Antonio y directivos
encarcelados en Madrid se acumulan procesos para cerrarles todas las
posibilidades de salida. La primera causa, por publicación clandestina de un
manifiesto dirigido «Desde los sótanos de la Dirección General de Seguridad»
se celebra (3 de abril) ante la sección cuarta de la Audiencia Provincial,
constituida en Tribunal de Urgencia en la Cárcel Modelo de Madrid. El fiscal, Carsi, solicita para el procesado la pena de dos meses y un
día de arresto. José Antonio se defiende a sí mismo. La sentencia es conforme a
la petición fiscal.
La causa
contra José Antonio y otros directivos de Falange, acusados de delito de
asociación ilícita, se ve ante el Tribunal de Urgencia en la Cárcel Modelo (30
de abril). Instruye el sumario el juez Ursicino Gómez, y actúan como defensores
José Antonio y José María Arellano. En las conclusiones del Fiscal, Medina, se
dice que los estatutos de Falange ocultan el verdadero fin de la asociación,
«que propugnaba un orden nuevo para implantarlo en pugna con las resistencias
del orden vigente, mediante la subversión». Pide la disolución de la Asociación
en virtud de lo dispuesto en el artículo 14 de la ley de Asociaciones de 30 de
junio de 1887; y un año, ocho meses y veintiún días de prisión y quinientas
pesetas de multa para cada uno de los procesados. Tras la prueba testifical, el
Fiscal retira la acusación para los miembros del S. E. U., por no aparecer
probado que éste dependiera de Falange, y mantiene los cargos contra Primo de
Rivera como jefe de la Organización. Para los restantes procesados pide dos
meses y un día de arresto como simples asociados a una sociedad ilícita que
admite el empleo de la fuerza y la violencia para lograr fines revolucionarios.
«¿Qué
harán ante esto los españoles? ¿Esperar cobardemente a que desaparezca España?
¿Confiar en la intervención extranjera? ¡Nada de eso! Para evitar esta última
disolución en la vergüenza tiene montadas sus guardias, firme como nunca,
Falange Española de las J. O. N. S. Ahora que está el Poder en las manos
ineptas de unos cuantos enfermos capaces, por rencor, de entregar la patria
entera a la disolución y a las llamas, la Falange cumple su promesa y os
convoca a todos, estudiantes, intelectuales, obreros, militares, españoles,
para una empresa peligrosa y gozosa de reconquista».
«No me
interesa mi absolución, afirma José Antonio, puesto que recabo nuevamente para
mí la responsabilidad de la función directiva de todas las actividades de la
organización que presido. Es Falange con sus cincuenta muertos, sus tres años
de trabajo, de lucha y de fe lo que defiendo. ¿Es un delito —pregunta— mantener
la unidad de España, tratar de que se modifique la Constitución, propugnar la
transformación jurídico-político-económica del país? Nos encontramos en un
momento histórico en que ha hecho crisis un sistema. No somos cobardes ni
frívolos: somos hombres que tratamos de evitar el hundimiento total que parece
avecinarse.»
La
sentencia del Tribunal dice así: «Considerando que de los hechos probados no se
deduce la perpetración por parte de los acusados del delito que se les inculpa
por el Ministerio Fiscal, ya que el ideario político de la Asociación contenido
en los Estatutos aceptados legalmente, no ha sido alterado en su esencia,
orientación ni procedimiento por el documento impreso que se ha leído como
prueba.
“Fallamos:
Que debemos absolver y absolvemos del delito de que son acusados a los
procesados. Igualmente, y en virtud de la anterior absolución, debemos
declarar y declaramos no haber lugar a la disolución de la Asociación Falange
Española de las J. O. N. S.”
La
censura prohíbe la publicación de la sentencia y los procesados absueltos por
el Tribunal continuarán en la cárcel.
El tercer
proceso contra José Antonio es por injurias al Director General de Seguridad,
Alonso Mallol, al que acusó en conversación privada de haber roto con los
«cuernos» los sellos que la autoridad de la República ordenó poner en el Centro
clausurado de Falange. La vista se celebra también en la Cárcel Modelo (21 de
mayo). La condena es de dos meses y un día de arresto.
José
Antonio aparenta aceptar la mortificación carcelaria con buen ánimo, soportando
con ejemplar conformidad y entereza las incomodidades y desagrados propios de
su condición de preso. Desde el primer momento se adapta al ambiente de la
prisión, considerándola no morada provisional, sino residencia para muy
prolongada y forzada estancia. Se acomoda al reglamento, a fin de hacer
fructíferas sus horas de ocio mediante el estudio, la lectura y organización
del Movimiento, sin desatender por eso la gimnasia, la pelota y el fútbol. Viste
«mono» de dril azul y come las viandas que le sirven, como a otros detenidos,
de una taberna cercana. «No me importan dos años de cárcel, exclamó en una
ocasión. Repasaré el Bachillerato».
Las
Cortes, a propuesta de la Comisión de Actas, acuerdan anular las elecciones de
Granada y Cuenca, donde las derechas ganaron las mayorías, fundándose en que
ninguno de los candidatos había alcanzado el cuarenta por ciento de votos
válidos establecido por la ley. Previamente en los Gobiernos civiles
respectivos y en las Juntas del Censo habían desplumado a los triunfadores de
los votos necesarios para que no alcanzaran aquel tanto por ciento. Anunciadas
nuevas elecciones para el 3 de mayo, reflexionaron los dirigentes de los
partidos de derechas sobre si convenía participar en la lucha con las garantías
constitucionales suspendidas, prohibida la propaganda, con todos los resortes
del poder y del mando en manos del Frente Popular y encarcelados sus más calificados
afiliados.
El Comité
Nacional de la C. E. D. A., en nombre de los candidatos del Frente Nacional,
acuerda retirarse de Granada «por no comprometer en la persecución brutal e
injusta a sus afiliados y por el gesto de asco de no participar en una farsa
como la que allí se va a representar». Con respecto a Cuenca, «se decidió
-decía un manifiesto electoral— desistir de una nueva tentativa de copo, para
lo que, evidentemente, ahora como en febrero, sobrarían votos, y reducir la
pretensión electoral a la obtención de los puestos de la minoría». Firmaban el
manifiesto los candidatos José Antonio Primo de Rivera, Antonio Goicoechea,
Rafael Casanova y Modesto Gonsálvez. Falta el nombre
del general Fanjul, familiar al cuerpo electoral de Cuenca y de mucho arraigo
en la provincia, que ha preferido servir al interés nacional y cumplir sus
deberes militares. También faltan los nombres de Enrique Cuartero y Tomás
Sierra, triunfantes en las elecciones de febrero., que se prestaron «voluntaria
y generosamente a sacrificarse y a apoyar con ardimiento la candidatura que se
formara».
Todas
estas renuncias se hacían para componer una candidatura en la que figurasen el
general Franco, Antonio Goicoechea y José Antonio, a los que se consideraba
urgente y necesario amparar con la inmunidad parlamentaria. La inclusión del
primero se hizo a instancias de significados elementos militares, que se lo
pidieron a Gil Robles y Fanjul a fin de que Franco pudiese residir en Madrid y
gozar de mayor libertad de movimientos. En cuanto al jefe de Renovación,
Goicoechea, desposeído de su acta por la Comisión parlamentaria, se pretendía
reintegrarle a las Cortes, donde su presencia se estimaba indispensable.
«No
pudieron —se decía en el manifiesto— los directores de la lucha sustraerse al
empeño hidalgo y al clamor vehemente que desde todos los ámbitos de la
provincia solicitaban la inclusión del nombre de José Antonio.» Ese clamor
vehemente y unánime de los electores obedece al deseo de arrancar al jefe de la
Falange de las manos de sus perseguidoras. Con íntimo convencimiento creían
todos que la vida de José Antonio corría grave riesgo si no se le libraba del
poder de sus carceleros. Así estaba planteada la lucha electoral de Cuenca,
cuando la Junta Provincial del Censo en el momento de la proclamación de
candidatos aprobó, por mayoría y a propuesta del candidato radical-demócrata
Álvarez Mendizábal, el acuerdo de considerar la elección como segunda vuelta, lo
cual impedía la proclamación de candidatos que no hubieren participado en la
anterior elección. Para entonces el general Franco, que se encuentra en
Canarias, ha comunicado al general Fanjul su decisión de no intervenir en las
elecciones, porque prefiere atender a sus deberes militares, con lo cual cree
servir mejor al interés nacional. «No sólo en señal de protesta contra el
acuerdo de la Junta Provincial del Censo —se decía en el manifiesto electoral—,
sino como muestra de solidaridad obligada con el injustamente perseguido,
nosotros, que renunciamos forzadamente a luchar en compañía del ilustre general
Franco, mantenemos a todo trance la candidatura de José Antonio Primo de
Rivera, en espera de que en las Cortes no habrá de prevalecer ante nuestra
manifiesta y resuelta voluntad, al propósito de descontar sus votos, atropellar
su derecho y mantenerlo en prisión... La candidatura que os aconsejamos votéis
reviste carácter nacional. Nacional porque aspira a simbolizar un movimiento de
vigorosa reacción contra todas las vergüenzas antinacionales hoy victoriosas y
omnipotentes.» El nombre de José Antonio en aquel momento polariza la opinión
de los españoles adversarios del Frente Popular. Por eso la candidatura es
patrocinada por todas las organizaciones de derechas que toman a su cargo la
preparación de la lucha electoral, la vigilancia de las mesas y, además, le
darán sus votos.
* * *
Por los
motivos expuestos, las elecciones de Cuenca apasionan a todos los españoles, y
de la actuación arbitraria de la Junta Provincial del Censo se ocupan las
Cortes (30 de abril). El diputado Fuentes Pila pregunta al ministro de Justicia
cuál va a ser la actitud del Gobierno frente al abuso de la Junta Provincial
del Censo en Cuenca. El ministro replica que el acuerdo de la Junta le parece
perfecto, «pues está dentro de sus atribuciones lo que ha hecho». Firmada por
representantes de todas las minorías de derechas se presenta una proposición
incidental a la Cámara, para que se sirva declarar que las elecciones
convocadas serán nuevas y no tendrán por tanto el carácter de segunda vuelta.
Fuentes Pila, defiende la proposición. Ventosa califica lo sucedido de
monstruoso y entiende que la cuestión «encierra transcendencia enorme para todo
el régimen parlamentario». ¿Por qué y para qué la Junta Provincial del Censo ha
denegado el derecho a los electores a votar a otros candidatos de los que
lucharon el 16 de febrero?, pregunta Calvo Sotelo. «Porque había dos
candidatos, nuevos: uno meteórico, que amaneció candidato y voluntariamente
dejó de serlo en seguida, el general Franco; otro, que era candidato, que es
candidato y que será candidato pese a las actitudes híbridas del Gobierno y aun
de la Cámara hasta el día mismo de la elección: don José Antonio Primo de
Rivera.» El orador añade: «Si el señor Primo de Rivera reúne la mayoría de los
votos que se emitan en Cuenca y aun cuando se le cierre allí el paso para su
proclamación y aquí en la Cámara, para la validez de su éxito, será, en
conciencia y ante la ciudadanía del país y con arreglo a vuestros principios
democráticos, auténtico diputado.» La proposición produce el efecto deseado:
«dar carácter de problema nacional al que en otro caso hubiera quedado circunscrito
a la provincia de Cuenca». Por lo que respecta a Primo de Rivera, «le habéis
rendido un homenaje insospechable y prestado un servicio inmenso. La ley del
embudo es vuestro santo y seña. Seguid así, que nosotros tomamos nota y ya
llegará nuestra hora». Diputados de las minorías cedista,
agraria y tradicionalistas declaran que consideran ilegal el acuerdo de la
Junta del Censo de Cuenca.
* * *
Dos días
antes de las elecciones, invaden la provincia de Cuenca y la capital las
milicias de las juventudes socialistas unificadas, varias compañías de
guardias de Asalto y mucha policía. Como la cárcel de la ciudad resulta insuficiente,
se habilitan locales para encerrar a los detenidos. Se crea el clima de terror
con agresiones, asaltos e incendios de casas y del hotel donde se alojan los
candidatos de derechas, después de haber sido incendiado el teatro donde éstos
hablaron. La residencia de los padres paúles es también asaltada y destrozados
sus muebles y biblioteca. Los electores de derecha arrostran peligros, acuden a
las urnas y dan el triunfo a sus candidatos y en puesto preferente a José
Antonio.
* * *
De lo
sucedido en Granada y Cuenca se ocupan las Cortes. El diputado cedista Luciano de la Calzada habla (22 de mayo) de
Granada. «Los diputados elegidos sólo representan a un gobernador complaciente,
a un Gobierno parte en la contienda y a unas masas que en la brutalidad, en la
agresión y en la injusticia han buscado el camino del triunfo.» No hubo
intervención en las mesas, y las actas se amañaron en las Casas del Pueblo y en
el Gobierno civil. «Al iniciar los candidatos del Frente Nacional la campaña de
propaganda para saber hasta qué punto les sería permitida, en unos sitios las
autoridades amotinan a las gentes; de otros salen ahuyentados a pedradas y
tiros, cuando no son encarcelados junto con los amigos que les esperaban.
Granada ha vivido la campaña electoral del Frente Popular en plena anarquía.»
«En Illora, en presencia del alcalde, que contemplaba
el espectáculo acodado en el balcón del Ayuntamiento, sacaron de la iglesia una
a una todas las imágenes, lanzándolas al fuego, mientras la banda municipal
interpretaba el Himno de Riego.»
No les
quedó otro remedio a los candidatos de derechas que retirarse. La censura
impidió la publicación de un manifiesto en el que se explicaban las causas de
la renuncia. El diputado preguntaba: «¿En nombre de qué se nos va a pedir que
doblemos la cabeza ante esas palabras que dicen democracia, sufragio popular y
parlamentarismo?»
El
diputado de Izquierda Republicana Gomáriz, replica que las elecciones de
Granada el 16 de febrero se celebraron bajo un régimen de terror, mientras que
las segundas se han hecho en un régimen de libertad, sin que haya sido falseada
la voluntad popular. No niego -añadió- que las derechas tengan alguna fuerza en
Granada que les permitiría aspirar a las minorías, pero si renunciaron a ellas
fue, no sé si generosamente o en lucha de egoísmos por los puestos que les
impidió entenderse.
Giménez
Fernández, de la C. E. D. A., que en las anteriores Cortes ostentó la
representación de Granada, interviene: «En las dos elecciones ha habido
defectos, debidos a la imperfección del sistema. Las elecciones con cualquier
Gobierno se desarrollan siempre en un ambiente de violencia y entre vejaciones.
El Poder, unas veces por acción y otras por omisión, participa en ellas.» El
diputado propone que para acabar con la picaresca caciquil y las
arbitrariedades de las autoridades se vaya rápidamente a una Ley Electoral
sobre la base de la representación proporcional en la que no hagan falta
coaliciones que deshonran a quienes en ella participan; porque unos y otros
apelan a las artes caciquiles y divididos los españoles en dos bandos
irreconciliables, de un solo voto depende tener diez diputados o dos diputados
y por conseguir ese voto se apela a las mayores barbaridades y a los mayores
atropellos. Contra eso no hay más que el sistema de representación
proporcional en el cual los partidos se valoren en relación con la fuerza que
realmente tienen y ni 10, ni 20 ni 1.000 votos determinan esos atropellos
terribles en que la mayoría aplasta a la minoría y sucesivamente se cambian los
términos, y así se produce la política de bandazos, causa principal de la ruina
e inestabilidad de la organización política española. «Si nosotros nos
equivocamos, no os equivoquéis vosotros en bien de la República, en bien del
sistema parlamentario y en bien de España.»
No era
buena la ocasión para tal género de reconvenciones en plena euforia del Frente
Popular, hechas por quien pertenecía al bando de los vencidos. Y menos,
dirigidas a una mayoría partidaria de la candidatura única y de clase, elegida
bajo el signo de la dictadura proletaria.
* * *
Los
excesos y atropellos en las elecciones de Cuenca determinan un voto particular
de las derechas (2 de junio) para pedir la nulidad de aquellas. «Las actas de
Cuenca —dice Giménez Fernández al defender el voto — tienen una transcendencia
que no se reduce al mero expediente electoral. Nos hallamos ante el problema
político de darles carta de naturaleza democrática a unas fuerzas que
equivocadamente se ha dado en llamar fascistas, que acudieron a las elecciones
en Cuenca presentando un hombre que para ellas tiene el máximo prestigio por su
cultura y su elocuencia, que, además, marca una tendencia interesante como
representante de una de las múltiples facetas de la opinión española. Con las
actas de Cuenca se plantea el problema de la vitalidad del régimen
democrático.»
Pues
bien; el ambiente de coacción de Granada fue una broma en comparación con el de
Cuenca. Bandas de escopeteros y pistoleros actuaron días antes de la elección y
durante ella, en emboscadas, y apaleaban ferozmente a los elementos
representativos de las derechas, que el gobernador encarcelaba «si tenían la
avilantez de protestar»». En Pozorrubio de Santiago,
las bandas propinaron una formidable paliza a un elector en presencia del
notario. Los propios delegados gubernativos se dedicaron a robar las actas, y
en Villamayor las sacaron de la misma cartería. En el pueblo de Canalejas los
interventores del Frente Popular se negaron a que se computasen los votos a
Primo de Rivera, porque era deseo del gobernador, según consta en el acta. En
Casas de Pino y San Clemente los delegados gubernativos arrebatan las actas
pistola en mano. Y así en otros muchos pueblos. Pruebas abundantes demuestran
que el día de la elección algunos alcaldes metieron en la cárcel a los
electores de derecha para que no votaran y en Fuentes de Pedro Naharro fueron encerrados en la Casa Consistorial, según
consta en acta levantada por el notario. El diputado lee la lista de
veinticinco pueblos donde las derechas no obtuvieron ni un solo voto y de otros
donde el censo íntegro se atribuyó a las izquierdas.
El argumento principal que se emplea para
justificar la no anulación de las actas de Cuenca se basa en que de uno u otro
modo puede salir favorecido el fascismo. Giménez Fernández analiza el problema
desde el aspecto ideológico. «Las doctrinas que se han dado en llamar fascistas
contienen una aspiración de protección a los humildes y una teoría de odio a
los abusos del capitalismo. Yerran quienes creen que el fascismo va contra el
marxismo; va primeramente contra el capitalismo. Sus características
—totalidad, autoridad, nacionalismo y eficacia— son genuinas de todos los
sistemas totalitarios. Por eso, sus señorías tampoco pueden censurarlos, porque
en definitiva son los mismos métodos que sus señorías propugnan. Por eso, me
parece absurdo y contradictorio que condenen a unos y no a otros. El
fascismo... (Interrumpe La Pasionaria: Lo que es intolerable es que en una
Cámara democrática y republicana se haga la apología del fascismo). Pero,
señores diputados, prosigue Giménez Fernández, si nosotros estamos en un
régimen democrático debemos procurar que el fascismo sea un partido político
que no quede al margen de los partidos políticos (Nuevas protestas). Creo que
si no hubiera aquí esa prevención contra el fascismo, las actas de Cuenca no se
anularían. A todos nos interesa que el fascismo sea un partido que actúe dentro
de la legalidad.» (El diputado Muñoz de Zafra: ¡Eso no se puede tolerar! ¡Es
indigno!).
Giménez
Fernández continúa: Con el sistema seguido «se incrementa el fascismo en vez de
contenerlo». «El peligro es que el fascismo no es un partido, sino que está
constituido en antipartido. El mayor éxito que puede
alcanzar la democracia consiste en que sus propios enemigos reconozcan la
existencia de una legalidad y de una voluntad popular y vengan aquí a sostener
sus opiniones.» Por el contrario, «al negar el cómputo debido de los votos de
Cuenca se comete un error gravísimo, porque vais a convencer a los demás de que
la lucha legal no es posible y de que hay que ir a la lucha antilegal».
Termina
con estas palabras: «Los partidos, las ideas, la democracia, la República no
tiene nada que temer de sus enemigos; de quienes tienen que temer es de los
sectarios que los desnaturalizan, de los malvados que los prostituyen, de los
ambiciosos que los deshonran y de los imbéciles que los ponen en ridículo».
Como
consecuencia de la furia iconoclasta del Frente Popular, dice Suárez de Tangil, conde de Vallellano, valores tan representativos
como Melquíades Álvarez, Cambó, Lerroux, Goicoechea, han quedado excluidos de
estas Cortes. «Quiero hablar —añade—, en nombre de un ausente, a quien vuestro
odio, vuestro sectarismo y ferocidad tienen recluido en la cárcel de Madrid.»
Sin embargo, «Primo de Rivera ha obtenido el mayor número de votos en la
provincia de Cuenca, sin intervención, sin apoderados, sin siquiera ser
candidato proclamado por la Junta Provincial del Censo». «He sido testigo
presencial y he visto escrutinios en los que a la cabeza de todos los
candidatos iba José Antonio Primo de Rivera, a quien se le han quitado 20.000
sufragios.» El diputado monárquico explica cómo operaron pistoleros con el
título de delegados gubernativos y cómo fueron aterrorizados los elementos de
derechas y el calvario de sesenta padres paúles paseados por las calles de la
ciudad entre insultos y vejaciones de la plebe. «Excluiréis ahora a los
elegidos por el censo de Cuenca, pero llegará un día en que esos miles de
electores os barrerán.»
El
diputado socialista Rufilanchas, de la Comisión de
Actas, afirma que los discursos pronunciados en favor de la nulidad de las de
Cuenca carecen de base probatoria. La impugnación que se hace no es fundada. El
Cuerpo electoral de Cuenca ha votado libre de presiones caciquiles. El orador
lee una hoja repartida por los afiliados de Falange, exaltando la fuerza como
supremo derecho; todos los miembros de la Comisión de Actas —dice— han recibido
anónimos amenazadores y afirma que se ha cometido un atentado contra el
candidato izquierdista Álvarez Mendizábal. «Yo desde mi posición política
—prosigue— debo afirmar que para nosotros el fascismo es el último baluarte del
capitalismo: es el asesinato organizado al servicio de la reacción y que unas
derechas como las que figuran en el partido de Acción Popular, matan a los
trabajadores arteramente, les quitan el trabajo, envilecen sus jornales, les
persiguen implacablemente...» El Diario de Sesiones apostilla: «(Aplausos y
protestas. Se cruzan imprecaciones entre las minorías de extremas de izquierda
y de derecha. El Presidente utiliza el altavoz y los timbres amplificadores
para dominar el estado agitado de la Cámara).»
Rufilanchas continúa en medio de constante
griterío: «Vosotros, las derechas españolas que perseguís al trabajador
arteramente, utilizáis como vanguardia al fascismo para que defienda mediante
el atentado personal y el terrorismo vuestra causa (fuertes protestas). Y si no
fuera así, no veríamos a representantes de la C. E. D. A unidos en candidatura
electoral con los elementos de Falange. Y se ha dado el caso curioso en la
Comisión de Actas de que el señor Serrano Suñer, representante de la C. E. D.
A., ha sido el más ardiente defensor de la validez del acta del señor Primo de
Rivera.» (Interrumpe Serrano Suñer: «Esa afirmación en el momento en que S. S.
la hace ahora y aquí es una afirmación desconsiderada y de doble sentido para
mí, que tengo que rechazar. Lo que yo he hecho no es ni más ni menos que lo que
hice con vuestro correligionario señor Pradal al discutirse las actas de
Almería y cuando nosotros teníamos mayoría. Como voté con los diputados
socialistas cuando se trató de invalidar las actas de Huelva. Eso es lo que S.
S. ha debido manifestar a continuación de esa afirmación, que hecha en este
momento y sin esas aclaraciones es grave y no es correcta»). Rufilanchas insiste en sus ataques: «Se da la circunstancia
de que sea el señor Serrano Suñer, miembro de la C. E. D. A., quien defienda
con mayor tesón al señor Primo de Rivera y de que sean los diputados derechistas
de la Cámara, que dicen que no tienen nada que ver con el fascismo, los que no
tengan inconveniente alguno en defender precisamente a quien ante todo el país
aparece como inspirador, como motor primero de todos esos atentados
criminales.» No hay —termina— elemento alguno de prueba suficiente para que se
anulen las actas de Cuenca.
Antes de
pedir votación nominal del voto particular puesto a debate, Giménez Fernández
explica: «Siento la forma en que por lo visto me he producido, sin obtener, por
lo menos, el respeto y la consideración que otras veces, y no les extrañará a
SS. SS. que prescinda en absoluto de predicar en desierto, porque hoy me he
convencido de que todo lo que sean apelaciones a la convivencia aquí, son
perfectamente inútiles.» El voto particular es rechazado por 149 votos contra
66, pero la batalla en torno a las elecciones de Cuenca continúa muy reñida.
Ahora el diputado de la C. E. D. A. Serrano Suñer insiste en que su defensa del
señor Primo de Rivera en la Comisión de Actas se basaba en un punto de vista
moral, de dignidad colectiva y de decencia pública. Las elecciones de Cuenca
han sido un cúmulo de atropellos. Por una circular del gobernador en el Boletín
Oficial de la provincia se prohibía que al señor Primo de Rivera se le
computaran votos en las mesas electorales. El diputado lee las listas de
secciones con los sufragios que no se consignaron en las actas. De las pruebas
y razonamientos expuestos se deduce que Primo de Rivera obtuvo 46.894 votos, es
decir, 389 más que el cedista Casanova. «Con arreglo
a los escrutinios, a las actas del expediente y a las disposiciones de la ley
electoral se llega a un resultado en virtud del cual tiene mayoría de votos el señor
Primo de Rivera y debe ser proclamado diputado. Si tomáis cualquier acuerdo
sin este examen de cifras del expediente, se podrá decir que las Cortes de 1936
cometieron una iniquidad.»
Todavía
el diputado tradicionalista Valiente, fundándose en gran acopio de pruebas y
actas notariales, reclama, si no la anulación de las elecciones, sí de las
celebradas en más de cien secciones. «Si no lo hacéis, España aprenderá y las
derechas ante tanto acoso y obstinación sabrán también defender sus principios
en el terreno al que vosotros las queréis llevar.»
Termina
la discusión en la que las minorías de derecha rivalizan en una defensa
espontánea por impedir que José Antonio sea despojado de su acta. Quieren
librarle de la cárcel y arrancarle del poder de sus carceleros. No lo
consiguen. El resultado fue el que se había propuesto el Frente Popular. José
Antonio figurará con 1.254 votos menos que el último candidato proclamado. Las
elecciones de Cuenca de sufragio universal son sintomáticas. Demuestran la
inclinación explícita de cuantos no han perdido el instinto de conservación
hacia fórmulas que propugnan medios radicales contra la anarquía. El Gobierno y
sus coadyuvantes son los grandes proselitistas de Falange. Si ésta en las
elecciones de febrero no logró sacar un solo candidato, tres meses después
obtiene la mayoría sin haber salido de la clandestinidad. La propaganda del
fascismo la hacen sus adversarios con su desatentada política, desde el poder.
«Soy
acaso —escribe Primo de Rivera en Informaciones (día 6 de mayo) — el candidato
más profusamente derrotado que conoce España, y mis compañeros de candidatura,
igual. Hablo de las elecciones de febrero porque en estas de ahora, en Cuenca,
no he sido derrotado, sino triunfante. Para quitarme el puesto han tenido que
robar medio centenar de actas, pistola en mano, facinerosos llegados «ad hoc»
de Vallecas y Cuatro Caminos. Las autoridades conquenses no han cubierto con
perifollos su menosprecio a la Ley... Lo de Cuenca no ha sido derrota
electoral, sino otra cosa tan burda, tan descarada, que más vale tomarlo a
risa.»
* * *
Al día siguiente de las elecciones de Cuenca (4 de mayo) José Antonio, convencido de que se aproximan días decisivos para los destinos de España, quiere poner en alerta a los militares con una carta que lleva esta dirección: Carta a un militar español. Será repartida profusamente entre los elementos a quienes se destina. El documento tiene una vibración anhelante y de urgencia, como si el autor tuviera ante los ojos, cuando lo redacta, las visiones apocalípticas de lo que se avecina: “Militares de España, ante la invasión de los
bárbaros: ¿Habrá todavía entre vosotros soldados, oficiales españoles de
tierra, mar y aire quien proclame la indiferencia de los militares por la
política? Esto pudo y debió decirse cuando la política se desarrollaba entre
partidos. No era la espada militar la llamada a decidir sus pugnas, por otra
parte harto mediocres. Pero hoy nos hallamos en presencia de una pugna
interior. Está en litigio la existencia misma de España como entidad, y como
unidad. El riesgo de ahora es exactamente equiparable al de una invasión
extranjera. Y esto no es una figura retórica: la extranjería del movimiento que
pone cerco a España se denuncia por sus consignas, por sus gritos, por sus
propósitos, por su sentido.
Las
consignas vienen de fuera, de Moscú. Ved cómo rigen, exactas, en diversos
pueblos. Los gritos los habéis escuchado en las calles: no sólo el «¡Viva
Rusia?» y el “¡Rusia, s»; España, no!», sino hasta el desgarrado y monstruoso
«¡Muera España!». Por gritar «¡Muera España!» no ha sido castigado nadie hasta
ahora; en cambio, por gritar «¡Viva España!» o «¡Arriba España!» hay centenares
de encarcelados. Si esta espeluznante verdad no fuera del dominio de todos, se
resistiría uno a escribirla, por temor a pasar por embustero.
Los
propósitos de la revolución son bien claros. La Agrupación Socialista de
Madrid, en el programa oficial que ha redactado reclama para las regiones y las
colonias un ilimitado derecho de autodeterminación, que incluso les lleve a
pronunciarse por la independencia.
El
sentido del movimiento que avanza es radicalmente antiespañol... Hoy se ha
enseñoreado de España toda villanía: se mata a la gente cobardemente (cien
contra uno); se falsifica la verdad por las autoridades; se injuria desde
inmundos libelos y se tapa la boca a los injuriados para que no se puedan
defender; se premian la traición y la soplonería...
¿Es esto
España? ¿Es esto el pueblo de España? Se dijera que vivimos una pesadilla o que
el antiguo pueblo español sereno, valiente, generoso ha sido sustituido por una
plebe frenética, degenerada, drogada con folletos de literatura comunista. Sólo
en los peores momentos del siglo XIX conoció nuestro pueblo horas parecidas,
sin la intensidad de ahora. Los autores de los incendios de iglesias que están
produciéndose en estos instantes alegan, como justificación, la especie de que
las monjas han repartido entre los niños de obreros caramelos envenenados. ¿A
qué páginas de esperpento, a qué España pintada con chafarrinones de bermellón
y de tizne hay que remontarse para hallar otra turba que preste acogida a
semejante rumor de zoco?
El
Ejército, salvaguarda de lo permanente.—Sí; si sólo se disputara el
predominio de éste o de otro partido, el Ejército cumpliría con su deber
quedándose en sus cuarteles. Pero hoy estamos en vísperas de la fecha
¡pensadlo, militares españoles! en que España pueda dejar de existir.
Sencillamente: si por una adhesión a lo formulario del deber permanecéis
neutrales en el pugilato de estas horas, podréis encontraros, de la noche a la
mañana, con lo que sustantivo, lo permanente en España, que servíais, ha
desaparecido. Este es el límite de vuestra neutralidad; la subsistencia de lo
permanente, de lo esencial, de aquello que pueda sobrevivir a la varia suerte
de los partidos. Cuando lo permanente mismo peligra, ya no tenéis derecho a ser
neutrales. Entonces ha sonado la hora en que vuestras armas tienen que entrar
en juego para poner a salvo los valores fundamentales, sin lo que es vano
simulacro la disciplina. Y siempre ha sido así: la última partida es siempre la
partida de las armas. A última hora —ha dicho Spengler— siempre ha sido un
pelotón de soldados el que ha salvado la civilización.
Una gran
tarea nacional.—Tendríais derecho a haceros los sordos si se os llamara
para que cobijaseis con vuestra fuerza una nueva política reaccionaria. Es de
esperar no queden insensatos todavía que aspiren a desperdiciar una nueva
ocasión histórica —la última en provecho de mezquinos intereses. Y si los
hubiera, caería sobre ellos todo vuestro rigor y nuestro rigor. No puede
invocarse el supremo honor del Ejército, ni señalar la hora trágica y solemne
de quebrantar la letra de las Ordenanzas para que todo quedase en el refuerzo
de una organización económica en gran número de aspectos injusta. La bandera de
lo nacional no se tremola para encubrir la mercancía del hambre. Millones de
españoles perecen y es de primera urgencia remediarlo. Para ello habrá que
lanzar a toda máquina la gran tarea de la reconstrucción nacional. Ello
implicará sacrificio para los que hoy disfrutan una posición demasiado grande
en la parva vida española. Pero vosotros —templados en la religión del servicio
y el sacrificio— y nosotros —que hemos impuesto voluntariamente a nuestra vida
un sentido ascético y militar— enseñaremos a todos a soportar el sacrificio con
cara alegre. Con la cara alegre del que sabe que a costa de algunas renuncias
en lo material salva el acervo eterno de los principios que llevó a medio
mundo, en su misión universal, España.
Ha sonado
la hora. — Ojalá supieran estas palabras expresar en toda su
gravedad el valor supremo de las horas en que vivimos. Acaso no las haya pasado
más graves, en lo moderno, otro pueblo alguno, fuera de Rusia. En las demás naciones,
el Estado no estaba aún en manos de traidores; en España, sí. Los actuales
fiduciarios del Frente Popular, obedientes a un plan trazado .fuera, descarnan
de modo sistemático cuanto en la vida española pudiera ofrecer resistencia a la
invasión de los bárbaros. Lo sabéis vosotros — soldados españoles del Ejército,
de la Marina, de la Aviación, de la Guardia Civil, de los Cuerpos de Seguridad
y Asalto—, despojados de los mandos que ejercíais, por sospecha de que no ibais
a prestaros a la última traición. Lo sabemos nosotros, encarcelados a millares,
sin proceso, y vejados en nuestras casas por el abuso de un poder policíaco
desmedido, que hurgó en nuestros papeles, inquirió nuestros hogares, desorganizó
nuestra existencia de ciudadanos libres y clausuró los centros abiertos con
arreglo a las leyes, según proclama la sentencia de un Tribunal que ha tachado
la indigna censura gubernativa. No se nos persigue por incidentes más o menos
duros de la diaria lucha en que todos vivimos; se nos persigue —como a
vosotros— porque se sabe que estamos dispuestos a cerrar el paso a la horda
roja destinada a destruir a España. Mientras los semiseñoritos viciosos de las milicias socialistas remedan desfiles marciales con sus camisas
rojas, nuestras camisas azules» bordadas con las flechas y el yugo de los
grandes días son secuestrados por los esbirros de Casares y de sus poncios. Se
nos persigue porque somos —como vosotros— los aguafiestas del regocijo con que,
por orden de Moscú, se pretende disgregar a España en Repúblicas soviéticas independientes.
Pero esta misma suerte que nos une en la adversidad tiene que unirnos en la
gran empresa. Sin vuestra fuerza — soldados —, nos será titánicamente difícil
triunfar en la lucha. Con vuestra fuerza claudicante es seguro que triunfe el
enemigo. Medid vuestra terrible responsabilidad. El que España siga siendo
depende de vosotros. Ved si esto no os obliga a pasar sobre los jefes vendidos
o cobardes, a sobreponeros a vacilaciones y peligros. El enemigo, cauto,
especula con vuestra indecisión. Cada día gana unos cuantos pasos. Cuidad de
que al llegar el momento inaplazable no estéis ya paralizados por la insidiosa
red que alrededor os tejen. Sacudid desde ahora mismo sus ligaduras. Formad
desde ahora mismo una unión, una unión firmísima, sin esperar a que entren en
ella los vacilantes. Jurad por vuestro honor que no dejaréis sin respuesta el
toque de guerra que se avecina.
Cuando
hereden vuestros hijos los uniformes que ostentasteis, heredarán con ellos, o
la vergüenza de decir «Cuando vuestro padre vestía este uniforme, dejó de
existir lo que fue España», o el orgullo de recordar: «España no se hundió
porque mi padre y sus hermanos de armas la salvaron en el momento decisivo». Si
así lo hacéis, como dice la fórmula antigua del juramento, que Dios os lo
premie, y si no, que os lo demande.
¡Arriba
España! Madrid, 4 de mayo de 1936.”
CAPÍTULO 84.AZAÑA, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA
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