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CAPÍTULO 80.ALCALÁ ZAMORA DESTITUIDO DE LA PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA
CONSTITUCIÓN
DEFINITIVA DEL PARLAMENTO. — UNA PROPOSICIÓN DE LEY DE LA MAYORÍA DECLARA QUE
NO FUE NECESARIO EL DECRETO DE DISOLUCIÓN DE CORTES. — SU APROBACIÓN LLEVA
IMPLÍCITA LA DESTITUCIÓN DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA. — DIFICULTADES PARA
NOTIFICAR A ALCALÁ ZAMORA SU CESE. — EL PRESIDENTE DE LA CÁMARA ASUME LAS
FUNCIONES DE JEFE DE ESTADO. — AZAÑA DICE QUE EL PROGRAMA DE GOBIERNO ES EL DEL
FRENTE POPULAR. — CALVO SOTELO PLANTEA DEBATE SOBRE EL ORDEN PÚBLICO. —
«DISPUESTOS A TODA CLASE DE SACRIFICIOS, NO ACEPTAMOS LA ELIMINACIÓN COBARDE
ENTREGANDO EL CUELLO AL ENEMIGO» (GIL ROBLES). — «ESPAÑA ES EL PAÍS DE MÁS
INCERTIDUMBRE DE EUROPA» (VENTOSA). — «¿NO QUERÍAIS VIOLENCIA? PUES TOMAD
VIOLENCIA» (AZAÑA). — CALVO SOTELO HACE UNA RELACIÓN DE SUCESOS TRÁGICOS. — EL
GOBIERNO OBTIENE LA CONFIANZA EN LAS CORTES.
Admitidos
la mitad más uno del número legal de diputados (3 de abril), las Cortes quedan
constituidas definitivamente. Es elegido presidente de la Cámara, Martínez
Barrio por 287 votos, y reelegidos los vicepresidentes que hasta entonces
actuaban como provisionales. El presidente saluda a las nuevas Cortes. «Nacen
—dice— plenas de autoridad: hagamos lo posible por que esa autoridad se
robustezca y multiplique en los días futuros.»
A
continuación un secretario da lectura al escrito del jefe del anterior
Gobierno, Pórtela, con el decreto del Presidente de la República sobre disolución
de «las primeras Cortes ordinarias de la República» y de otro simultáneo de
convocatoria de nuevas elecciones. Acto seguido, el secretario lee una
proposición presentada en el momento mismo de quedar constituida la Cámara,
rogando al Congreso «se sirva declarar que siendo la disolución de Cortes
acordada por decreto de 7 de enero, la segunda que se ha decretado durante el
actual mandato presidencial, procede, con arreglo a lo dispuesto en el artículo
81 de la Constitución, examinar y resolver sobre la necesidad del referido
decreto, examen y resolución que conforme a lo también establecido en dicho artículo,
han de constituir el primer acto de estas Cortes, procediendo por consiguiente
a anunciar hoy el planteamiento del asunto para que pueda ser abordado dentro
de las condiciones establecidas en el artículo 106 del Reglamento de la
Cámara». Firman la proposición: Indalecio Prieto, Largo Caballero, Llopis,
Uribe, Enrique de Francisco, Acuña, Ángel Pestaña, Dolores Ibarruri,
Belarmino Tomás, Jaime Comas, Manuel Pedroso, Galarza, Jiménez de Asúa, Álvarez
del Vayo, Mariano Moreno, Pedro Corominas y José A. Trabal.
Los
firmantes, componen la representación plena de las fuerzas que hicieron la
revolución de Octubre de 1934. La propuesta ha sido minuciosamente elaborada
para desalojar a Alcalá Zamora de la presidencia de la República. Su verdadero
autor, Indalecio Prieto, contaba con la complicidad y el apoyo de todos los
grupos izquierdistas, unánimes en la animadversión al Jefe del Estado. No
causó sorpresa. Era la culminación del triunfo del Frente Popular, que sin esta
eliminación resultaría incompleto, frustrado y estéril.
Prieto se
encarga de defender la proposición. Apoyándose en «El derecho de disolución
del Parlamento», de Gaspar Bayón y Chacón, «obra notabilísima de un ilustre
funcionario de las Cortes», sostenía que las disueltas el 9 de octubre de 1933
no tenían de Constituyentes más que el nombre, pues desde el momento que se
aprobó la Constitución se convirtieron en ordinarias. Si hubieran continuado
siendo constituyentes, su disolución hubiese sido ilegal. Y siendo ordinarias,
el Presidente de la República no tenía facultad para disolverlas, sino en
virtud del artículo 81, y, por ello, «su disolución ha de incluirse en el
cómputo que dicho precepto establece». Las Cortes deben declarar «lisa y
llanamente si el decreto presidencial dictado el 7 de enero del corriente año
agota la facultad del Presidente de la República, computando al efecto la
disolución de las Cortes Constituyentes, que pudieron y debieron disolverse por
sí mismas». En tal caso, las actuales no pueden ser disueltas por Alcalá
Zamora. Inquirió Maura la opinión del Gobierno, y Azaña se limitó a decir: «El
Gobierno está conforme con la tesis expuesta y reflejada en la proposición y en
la tramitación que le ha dado el Presidente de la Cámara.» Ya en el uso de la
palabra, el jefe del Gobierno exaltó la esperanza y la confianza de los republicanos
en la reconquista del poder por los medios pacíficos y normales. «Voy a la obra
del Frente Popular —añadió— por el propio impulso vital que me caracteriza. No
me asustan las ingentes dificultades con que voy a tropezar.» Esos obstáculos
«unos consisten en agresiones al régimen y al Gobierno, otros en indisciplina
de masas o de grupos no sujetos a la dirección y responsabilidad de ninguna
organización política, y otros son las reacciones ofensivas de los intereses
lastimados por la política republicana». «Se ha alborotado mucho en algunos
pueblos: se han cometido desmanes que el Gobierno manifestaría una simple
ridiculez si dijera que los lamenta, una cosa innecesaria si dijera que los
reprueba y una cosa obligada si afirma que trata de corregirlos... Nosotros nos
hemos encontrado el 19 de febrero del año 36 con un país abandonado por las
autoridades: cuando yo me voy del Gobierno y ya he sabido irme, elegantemente,
dos veces— dejo a mis subordinados en su sitio hasta que los reemplacen los de
mi sucesor; pero el día 19 de febrero, cuando nosotros desde Gobernación
llamábamos, no había ni gobernadores ni funcionarios subalternos en los
gobiernos, ni nadie que pudiese responder ante el nuevo Gobierno de la
autoridad provincial y local. Y yo entonces sentí la aprensión justificada de
lo que podría pasar. El Gobierno y su presidente no disculpan nada. Pero hay
que discurrir como hombres. ¿Es que se puede pedir a las muchedumbres irritadas
o maltratadas, hambreadas durante dos años, a las muchedumbres saliendo del
penal, que tengan la virtud que otros tenemos de que no trasparezcan en nuestra
conducta los agravios de que guardamos exquisita memoria?»
«Hay la
explotación política del suceso, lo que ya no es legítimo. Tenemos que acudir
al remedio de esa aberración del espíritu español, que consiste en un eclipse
total del sentimiento de la justicia y de la piedad y hay que acudir con una
obra desde el Gobierno subsanando las vías usuales en España de gobernar y
haciendo saber a todos que hay un modo honesto, honrado de entender la vida
pública, dentro de la cual caben todas las competencias y todas las
oposiciones: que hay un respeto a la vida y al derecho de los demás que nadie
está autorizado a traspasar.»
«La
pasión de las luchas políticas en que estamos envueltos los españoles desde
hace años, propende demasiadas veces a resolver las cosas por la violencia y ha
llegado a infundir en las gentes no militantes en los partidos una
sensibilidad irritada que las inquieta y no las deja vivir con reposo. Por una
parte hay la corriente de pánico a supuestas subversiones del orden social que
desalienta a mucha gente, imaginando que un día de estos España va a amanecer
constituida en soviet. Que esto lo crea el vulgo no me sorprende, pero que lo
crean y propaguen personas que conocen la política y militan en ella, pasa de
los límites de lo lícito. A favor de esa corriente se crea la atmósfera
necesaria para que los golpes de fuerza sobre el país prosperen. ¿Quién puede
pensar que somos un Gobierno claudicante? La otra corriente de pánico es a la
inversa. Cuando se habla de orden público, los ministros suelen excederse en
afirmaciones rotundas. Yo no diré nunca una bravata. No he venido a gobernar
con una tranca ni con una bolsa de dinero para corromper. No somos ni verdugos
ni títeres. Gobernamos con razones y con leyes.»
«Hay otro
género de obstáculos: las agresiones y reacciones ofensivas de los intereses
lastimados por la política del Gobierno. Sí, es cierto, vamos a lastimar
intereses cuya legitimidad histórica no voy a poner en cuestión, pero que
constituyen la parte principal del desequilibrio que padece la sociedad
española. ¡Ahora quisieran los que nos acusaban de destruir la economía
española que aquella otra política no se hubiera interrumpido, porque ahora el
sacrificio tendrá que ser mayor! Venimos a romper toda concentración abusiva de
riqueza dondequiera que esté; a equilibrar las cargas sociales y a no
considerar en la sociedad más que dos tipos de hombres: los que colaboran en la
producción y los que viven del trabajo y a costa de la labor ajena. Para los privilegiados
de España se presentará la opción entre acceder al sacrificio o afrontar los
efectos de la desesperación. Si la reacción ofensiva de los intereses
lastimados llega a producir lo que se produjo contra la política de las Cortes
Constituyentes, habremos perdido la última coyuntura legal, parlamentaria y
republicana de atacar de frente el problema y resolverlo en justicia.»
«Gobierno
con la ley. Gobierno con la Constitución de la República, aunque sea mala y
discutible.» «Ésta es quizá la postrera coyuntura que tenemos, no sólo del
desenvolvimiento pacífico y normal de la política republicana y del
asentimiento definitivo y pacífico del régimen republicano en España, sino
también del régimen democrático. Salvemos la institución republicana y hagamos
todo lo posible para que por razón de ineficacia y esterilidad no naufrague
también el último reducto donde se asienta la libertad civil. Yo no quisiera
verlo perecer.»
Pórtela,
aludido, afirma que abandonó el poder «porque las elecciones tenían un carácter
plebiscitario». Afronta y acepta las responsabilidades políticas por la
disolución de Cortes, «tal como el Congreso, supremo soberano, decida». Estima
que el debate debe ser aplazado conforme al artículo 106 del Reglamento, «pero
por encima de todo está la voluntad de la Cámara y a ella me someto».
* * *
Cuestión
tan grave como la que plantea la proposición no puede ser resuelta
atropelladamente, opina Ventosa. «Es indiscutible que el planteamiento de una
cuestión presidencial en el momento presente representaría con muchas
probabilidades la elección de una persona que significaría una perturbación
permanente durante su mandato.» Insinúa que el Tribunal de Garantías podría ser
el llamado a resolver el conflicto entre el Parlamento y el Presidente de la
República. Comparte esta opinión Carrascal, representante de la C. E. D. A.,
pero los autores de la proposición se muestran contrarios a aceptar ninguna
fórmula o recurso dilatorio, y estimándose suficientemente discutido el asunto
se procede a votar, aprobándose aquélla por 181 votos contra 88.
Para
completar la maniobra, en otra proposición (7 de abril) con las mismas firmas
se pide que las Cortes declaren «que no era necesario el decreto de disolución
de Cortes de 1936». La aprobación de esta propuesta lleva implícita la
destitución del Presidente de la República. Vuelve a protestar Ventosa contra
la forma y urgencia con que se plantea un tema de tanta trascendencia. Debe
tramitarse, exclama, previo nombramiento de una «Comisión especial que con el
estudio de los antecedentes y bajo la responsabilidad de quienes la formen
emita su dictamen para que sobre el delibere la Cámara». Prieto, director y
ejecutor exclusivo de la ofensiva contra el Presidente, se niega a aceptar otro
procedimiento que retrase la solución. Ésta tiene que ser «rápida, inmediatísima,
para evitar que autoridad tan altísima como la del Presidente de la República
esté en litigio». El líder socialista respira la gozosa prisa del cazador que
va tras la pieza seguro de cobrarla. «Nosotros, dice, abrimos de par en par las
puertas del Palacio presidencial a otro ciudadano que al ir ungido por el voto
del pueblo tenga la facultad omnímoda de disolver este Parlamento cuando lo estime
conveniente, cosa que no puede hacer el Presidente actual, y con lo cual
desaparecería todo peligro de Convención. Cuando surge una incompatibilidad
entre el poder moderador de una República y las Cortes, o la opinión, no hace
falta la revolución: entonces se echa al poder moderador.» «Las Cortes,
continúa Prieto, no fueron disueltas con el limpio afán de recoger un anhelo de
las masas, sino con el deseo ilógico, de atropellar la voluntad soberana del
país, haciendo un Parlamento conforme al criterio presidencial, en vez de
estar, como dispone la Constitución, subordinado a la opinión del país.»
En apoyo
de que Alcalá Zamora había agotado la facultad de disolución, aduce trozos de
discursos de Gil Robles, durante la campaña electoral pronunciados en Lugo,
Orense, León, Córdoba, Toledo y Madrid, en los que se hace petición idéntica a
la formulada en la proposición. No salía bien parado el Presidente de la
República de tales textos, que al orador socialista le sirven de base de
partida para incursiones por otros predios de los dominios presidenciales, de
los cuales regresa con nuevas pruebas del descrédito del «personaje altísimo»
que debía ser sustituido «por otro hombre que cuente con el respeto admirativo
de la opinión pública» y con potestad «para disolver este Parlamento cuando lo
juzgue conveniente con arreglo a la libertad que la Constitución le confiere».
Estima
Gil Robles que Prieto involucra dos cuestiones: la de procedimiento y la de
fondo. «Aunque reconociéramos que el decreto de 7 de enero agotaba la facultad
presidencial, no quiere decir que encontráramos bueno el camino seguido para
llegar a esa declaración.» Respecto a los juicios expresados durante la campaña
electoral, «los textos no son verdad más que cuando son completos»; y la
habilidad de truncarlos no basta para deducir con ello que reflejen exactamente
el pensamiento del orador. Coincide con Ventosa en que debe seguirse el
procedimiento señalado por los artículos 82 y 107 de la Constitución.
Establecen éstos que la destitución del Presidente han de proponerla cien
diputados, anunciándose el debate con tres días de anticipación. La votación ha
de ser por bolas y tomada en consideración la iniciativa de los cien diputados,
la Cámara formula una propuesta de destitución que implica el apartamiento del
Presidente de la República de sus funciones y la convocatoria de elecciones de
compromisarios, que se habrán de reunir con los diputados para decidir si
procede o no la destitución y en el caso de que se acordara la improcedencia,
se produce automáticamente la disolución del Congreso. Para ganar esta votación
son necesarios los votos de las tres quintas partes de la Cámara, en lugar de
la mayoría absoluta. «Si tan seguros estáis — afirma Gil Robles— de que en una
contienda normal con plenas garantías está la opinión a vuestro lado, id
claramente, por el camino del artículo 82. De lo contrario, no podemos
acompañaros.»
Como
Prieto le culpara de haber compartido con el Gobierno Pórtela los desafueros y
atropellos electorales, Gil Robles contesta: «Somos un partido que no ha hecho
ni una sola elección desde el Gobierno; en todo momento hemos luchado contra
los que tenían los resortes del mando, y, como si eso no fuese bastante, contra
lo que vosotros habéis hecho en muchas provincias desde el día de las
elecciones hasta el escrutinio, arrebatándonos más de cuarenta actas.» «Nos
apartamos de la Comisión de Actas porque queríamos dejaros íntegra la
responsabilidad de la formación de un Parlamento que nace con un vicio de
nulidad de atropellos y de violencia. Que quede, señores diputados, esto
también en las páginas indelebles del «Diario de Sesiones», para que conste que
una fuerza política que siempre ha luchado en la oposición ha tachado de
ilegítimo todo lo que vais a hacer.»
Continúa
el debate, «estéril y perturbador» —a juicio de Ventosa encaminado a originar
una crisis presidencial «improcedente y peligrosa», y anuncia que el grupo de
la Lliga se abstendría de votar. «La Convención nace en el día de hoy —exclama
Calvo Sotelo— por este acuerdo, más que si hubierais dejado al señor Alcalá
Zamora enquistado en la Presidencia y maniatado frente al Parlamento. El
Presidente futuro no será árbitro de la nación, sino el jefe designado por unos
partidos». «Habéis elegido — afirma Maura— el camino tortuoso, para cobraros
unas viejas cuentas, porque por el camino legal no podíais derribarle. Soy un
convencido hasta la saciedad de que el derrotero que el Presidente trazaba a la
República era funesto; he procurado inútilmente, por todos los medios, durante
mucho tiempo, que ese derrotero cambiara. Como Jefe de Estado había perdido mi
estima, y hubiera votado contra él con arreglo al artículo 82. ¿Qué necesidad
tenéis de manchar la limpieza de unas Cortes, para hacer creer a las gentes que
obráis solamente por pasión? ¡Oídlo bien! Lo que nos estamos jugando esta
tarde, es más que un mero pleito político y personal: es la esencia de la
República.»
Los
agrarios, manifiesta el diputado Cid, estiman que la cuestión debe ser resuelta
por un Tribunal que no sea la Cámara. Se abstendrán de intervenir en la
votación y también los progresistas, cuyo representante, Fernández Castillejo,
dice que «quizá el historiador de mañana al relatar este episodio podrá
escribir: «Las segundas Cortes de la República inauguran su mandato con un
golpe de Estado.»
* * *
En las
cuatro horas de sesión y terciando en ellas tantos oradores, no se alza ni una
sola voz en defensa del Presidente de la República, de su actuación y de su
obra. Alcalá Zamora parecía no haber existido para ninguno de aquellos a
quienes patrocinó ya fuesen diputados, ministros o jefes del Gobierno. Pero en
la farsa que se representaba, lo más singular y asombroso era que los
conjurados para derribarle se apoyaban cínicamente en el argumento de que el
último decreto de disolución no era necesario, después de haberlo exigido con
griterío desaforado en sus propagandas políticas y de aconsejarlo como
indispensable al ser consultados por el Jefe del Estado en la última crisis.
¿Hubiesen podido sacrificar al Presidente de la República y disponer de los poderes
omnímodos que se atribuyen sin el decreto por el que ahora desahuciaban con
ignominia a Alcalá Zamora?
Por 238
votos contra 5, éstos del grupo de Pórtela, se aprueba la propuesta. Se
abstienen las minorías de oposición. Los diputados en el ejercicio del cargo
son 417; la mitad más uno, 209; por tanto, la votación es válida. Se anuncia a
la Cámara que la Mesa de las Cortes se traslada acto seguido a notificar al
Presidente de la República el acuerdo. Eran las diez y diez minutos de la noche
del 7 de abril.
Componían
la Mesa los vicepresidentes Jiménez de Asúa, Sánchez Albornoz y Rosado Gil; los
secretarios González y Fernández de la Bandera, Llopis y Trabal, asistidos del
oficial mayor del Congreso, San Martín.
Llegados
al domicilio particular del Presidente, penetraron los delegados, mientras
quedaba zumbando en la calle la colmena de reporteros y fotógrafos. En aquel
momento acompañaban al Presidente el general Queipo de Llano, el Secretario
General, Sánchez Guerra, Samper, Fernández Castillejo y el jefe del Gabinete de
Prensa de la Presidencia, Emilio Herrero. Estaban enterados de lo sucedido en
el Congreso y sabían lo que se avecinaba.
Tras
breve espera en una sala, apareció el periodista Herrero, para manifestar a los
mensajeros que el Presidente no podía recibirlos, por hallarse descansando. Se
trata de hacerle una notificación urgentísima e imprescindible, explica Jiménez
Asúa, y la Cámara espera. Nueva pausa: ahora es el hijo mayor de Alcalá Zamora,
catedrático de Derecho Procesal, el que razona la negativa de su padre. «Como
ningún precepto constitucional le obliga a recibir personalmente la
notificación, bastará hacerla por cédula, como en cualquier procedimiento. En
último caso podían hacérsela a él, comprometiéndose a transmitirla.» «Como no
se trata de una simple providencia, responde Jiménez de Asúa, la Mesa de las
Cortes se traslada acto seguido al Palacio Nacional, domicilio oficial del
Presidente de la República, para cumplir su encargo.»
A las
once de la noche llegaban los parlamentarios a Palacio, y tras de no pocas
diligencias y llamadas lograron que se les abrieran las puertas y se reavivaran
las estancias solitarias y oscuras, hasta el despacho presidencial, donde el
oficial San Martín comenzó a redactar la notificación. En este momento se
presenta el Secretario General de la Presidencia, Sánchez Guerra, que se hará
cargo del documento.
De nuevo
parten los componentes de la Mesa hacia el Congreso y a su llegada se reanuda
la sesión en presencia de todo el Gobierno y llenos los escaños, con excepción
de los cedistas. Preside Jiménez de Asúa. El secretario,
Llopis, lee el acta, redactada en el Palacio Nacional: «Constituida la Mesa de
las Cortes en el domicilio particular de S. E. Don Niceto Alcalá Zamora —se
dice en el documento—, no pudo hacerse la notificación del acuerdo adoptado por
el Congreso en la sesión de hoy, porque a pesar de insistentes requerimientos
hechos por los señores vicepresidentes de las Cortes, se nos respondió que S.
E. se hallaba descansando y que ningún precepto constitucional le obligaba a
recibir personalmente la notificación. Invitados a hacerla ante alguno de sus
allegados, el vicepresidente primero del Congreso opuso que en tal caso se
haría la notificación en el domicilio oficial del señor Presidente de la
República. Inmediatamente la Mesa se trasladó al Palacio Nacional, e hizo
entrega al señor Sánchez Guerra, en su calidad de Secretario General de la
Presidencia de la República, de la comunicación del Presidente del Congreso,
trasladándole el acuerdo adoptado por las Cortes en la sesión de hoy, para que
lo hiciera llegar a su auténtico destinatario.»
Se lee a
continuación el artículo 74 de la Constitución que dispone que en caso de
quedar vacante la Presidencia de la República, «el Presidente del Parlamento
asumirá las funciones». Una delegación de la Mesa sale en busca de Martínez
Barrio, que aguarda en su despacho. Al aparecer en el salón, los diputados
puestos en pie le aclaman. Promete solemnemente por su honor ante las Cortes
«servir fielmente a la República, guardar y hacer guardar la Constitución y
observar las leyes». Nuevas efusiones de entusiasmo y vivas a la República.
El
contento de cuantos han participado en la conjura no es para dicho.
Satisfacción y sorpresa al ver cuán fácilmente habían logrado eliminar el
estorbo. El Frente Popular amplía los caminos para sus avances y abre nuevos
horizontes. Momentos felices los que siguen a la supresión de Alcalá Zamora. El
Presidente interino rebosa de dicha, ante el oleaje de parabienes. Empieza a
clarear el día, cuando sale del Congreso otro lucido cortejo en dirección al
Palacio Nacional. Figuran en él Martínez Barrio, el jefe del Gobierno,
ministros y muchos altos cargos y funcionarios. Martínez Barrio va a
posesionarse oficialmente de su cargo. El acto se celebra en el despacho del
anterior Presidente, en presencia del Gobierno, del general Batet, jefe del
Cuarto Militar de la Presidencia, del jefe de la escolta presidencial,
comandante Casado y del Secretario General, Sánchez Guerra. Las ceremonias se
suceden: dimisión formularia de Azaña, ratificación de confianza y los mejores
augurios, porque de ahora en adelante los republicanos auténticos tienen su
república, la que ellos querían y esta vez para siempre. Así lo creen en el
alborear radiante de la mañana abrileña.
La
destitución de Alcalá Zamora, alegra a unos, deja indiferente a la mayoría e
indigna a los contados amigos de aquél. «Ni nos duele ni nos complace la caída
—escribe A B C—, pero reconocemos que significa una ejemplaridad saludable, una
lección para muchos hombres que entran en la política con igual estilo que
Alcalá Zamora.» El Debate considera que «se ha colocado al país ante un
problema artificial, complejo y grave cuando el país se halla atareado por
otros más reales y apremiantes». Estima El Socialista que «el Frente
Popular se manifiesta resuelto a cumplir las etapas políticas y sociales que se
propuso y refrendó el país». «El Gobierno —escribe Mundo Obrero— no tiene ahora
tope en las alturas.» «La destitución — afirma Claridad— rectifica el error
tremendo de la elección de Alcalá Zamora. Su mentalidad monárquica, su complejo
de inferioridad y su conciencia católica explica todo lo sucedido desde
diciembre de 1931. Sólo buscaba el medro personal y por eso rompió con los
partidos que le llevaron al sitio que ocupó.»
El conde
de Romanones recuerda que «el 14 de abril de 1931 Alcalá Zamora, conminatorio,
dio a la Monarquía de plazo hasta la puesta del sol: al Presidente de la
República no le han dado ni una hora». Companys por todo comentario, dice a un
diputado de su minoría: «Habéis cerrado el 6 de Octubre. Todo está vengado y
todo está salvado.» Dos años después escribirá Alcalá Zamora en L'Ere Nouvelle, de
París (6 de mayo de 1938): «Me vi en el dilema de resistir, contando con el
apoyo seguro de la mayoría de la población, o de someterme a una injusticia. Me
vi obligado a elegir entre una guerra civil próxima e inevitable, que debía de
estallar en un plazo de pocos días, y el peligro de una guerra más lejana, pero
más intensa aunque hipotética. En ese momento trágico no vacilé, prefiriendo
esperar que triunfara el Frente Popular. Si no resistí fue por evitar la guerra
civil, pero de todos modos era inevitable, aunque no he cargado con la
responsabilidad de desencadenarla.»
Nunca se
conocerán las misteriosas legiones con las que contaba Alcalá Zamora fieles a
su causa y a su persona.
* * *
Se otorgó
el Parlamento ocho días de vacaciones y se reanudaron las sesiones el 15 de
abril. Este día Azaña hizo la declaración ministerial, continuación del
discurso pronunciado el 7. El programa que vamos a realizar —dijo— es el de
nuestra coalición de izquierdas. Consiste principalmente en la amnistía y en
las reparaciones debidas a los que han padecido persecuciones políticas.
Forman parte de estas medidas de reparación la restauración de la legislación
autonómica votada por las Constituyentes. En el grupo de medidas de orden
político figuran las que afectan a la reforma del sistema electoral del
Tribunal de Garantías Constitucionales y del presidente del Tribunal Supremo;
una ley de competencias para delimitar las distintas jurisdicciones existentes
y la reforma del Reglamento de la Cámara. «Necesitamos adaptar las Cortes a la
vida moderna y a la rapidez, energía y competencia de un Estado moderno.»
Pero las
cuestiones que por el momento preocupan nuestra atención son la situación del
campo y el paro obrero. También el problema económico es grave. La deuda
comercial, onerosísima. El Centro de Contratación no puede atender las
peticiones cotidianas que se le hacen. Por falta de pago nos hemos visto al
borde de carecer de primeras materias para el movimiento de algunas industrias.
La situación de la Hacienda tampoco es muy lisonjera. «Mientras con la política
comercial no acertemos a hacer descender el nivel de nuestra balanza de pagos,
los sacrificios que se hagan para liquidar o reducir la deuda comercial serán
estériles.»
«Todos
los españoles que no tienen la desgracia de haber caído en la miseria y en la
falta de trabajo, están habituados a una cierta facilidad de vida, a que no
falte nada, y nos alegra que los extranjeros que oyen nuestras lamentaciones
nos digan: «Pero si ustedes viven en un país privilegiado; si aquí hay de todo,
si aquí la vida es barata y se vive mejor que en parte alguna.» Sí, muy bien;
pero esta facilidad de vida relativa nos cuesta cada año una pérdida substancial
en la riqueza española y es preciso llamar la atención del país sobre la
necesidad de actuar decidida y abnegadamente por un sistema de privaciones si
queremos normalizar la vida económica, pues de lo contrario tendremos que
pagarla con pérdidas irreparables de la riqueza y del caudal españoles.»
Habrá que
pedirle al país dinero para obras públicas, «pero sin convertir éstas en una
mal disfrazada obra de beneficencia». Respecto a la política agraria, «dentro
de dos o tres días, se traerá a las Cortes el proyecto de ley derogando la
contrarreforma agraria del año 1935; el proyecto de rescate y readquisición de
bienes comunales; otra ley rectificando o revisando los desahucios que se han
decretado; una nueva ley de Arrendamientos; nuevas bases de la ley Agraria;
otra ley permitiendo la consolidación de la propiedad de los arrendatarios y
otra con disposiciones sobre tierras procedentes de donaciones y mercedes de la
Corona y que pondrá a disposición de la Reforma Agraria la masa de tierras que
el Estado necesita para hacer estas reformas sin sacrificarse hasta derramar la
última gota de sangre de sus venas. A estas horas se ha dado tierra en las
provincias extremeñas a 70.000 yunteros; dentro de unos meses se les dará
dinero. Hemos acelerado también la política de asentamientos. El Gobierno
presentará la fórmula de crédito para dar efectividad a esta reforma agraria».
Restableceremos toda la legislación social de las Constituyentes: «Vamos a crear
en la ley el delito de envilecimiento doloso del salario, y organizaremos la
magistratura social.»
En el
orden internacional, España cooperará a la obra pacificadora de la Sociedad de
Naciones y cumplirá las obligaciones que nazcan del Pacto.
En cuanto
a política interior, «no arde en ningún alma con tanta fuerza la pasión del
bien público como en la nuestra». «El fenómeno a que asistimos en España es el
acceso al poder político de nuevas clases sociales, fenómeno que localizamos en
el primer tercio de este siglo. Nuestro deber de políticos y gobernantes es
acercarnos a ese fenómeno con el propósito de organizar de nuevo la democracia
española. Nosotros quisiéramos contribuir lo suficiente para que se
desarraigara de entre nosotros la apelación cotidiana a la violencia física. Ya
sé yo que estando arraigada como está en el carácter español la violencia, no
se puede proscribir por decreto, pero es conforme a nuestros sentimientos
desear que haya sonado la hora en que los españoles dejen de fusilarse unos a
otros. Nadie tome estas palabras por apocamiento ni por exhalación de un ser
pusilánime que se cohíbe o encoge delante de los peligros que pueda correr el
régimen que está encomendado a su defensa. Nosotros no hemos venido a presidir
una guerra civil; más bien hemos venido con la intención de evitarla.»
Una sola
cosa quisiera que se les pegase a los demás de mí: la calma, que es también una
fuerza política. No debemos dar valor a lo que no lo tiene. Cuando paso por
algunas provincias de nuestro país, bellas desde la creación, miserables hoy,
donde la pobreza española se ha comido hasta la corteza de los árboles y ya no
queda nada por destruir, muchas veces me digo que nuestro país por esas
muestras parece una tierra magnífica echada a perder por sus moradores. «Pues
este mismo estrago de la tierra española lo observamos todos en el espíritu
español, más difícil de restaurar que el estrago físico, y tanto como hablamos
y hablan otros del abandonamiento de las riquezas españolas, que se pierden sin
explotación, lo que yo más temo, lo que más me preocupa, a donde van a parar
todos mis pensamientos, es la pérdida de las fuerzas naturales del espíritu
español, que no han encontrado hasta hoy una mano amorosa que se ponga en
cóncavo debajo del manadero y lo sostenga y lo acerque a los labios para que
nuestro país pueda beber lo que tanta falta le hace. Mientras vosotros queráis
ayudarnos, aquí lo estaremos: pero toda esta emoción y todo este empuje, sépase
de una vez para siempre, que yo lo tengo colgado de un pelo y que estoy
dispuesto a echarlo por el suelo en cuanto se tuerza en lo más mínimo nuestro
propio respeto, la integridad de nuestra obra y la disciplina y devoción de la
causa republicana que yo he venido aquí a defender y representar.»
* * *
El
respetuoso silencio con que fue escuchado Azaña se quebró cuando Calvo Sotelo
se levantó a hablar. Su figura atlética domina el mar revuelto de los frentepopulistas, inquietos y como sojuzgados por una
mezcla de admiración y de miedo. Apenas iniciado el discurso suena la primera
interrupción y a partir de aquel momento se produce el constante aullar de las
jaurías fustigadas. Insultos, injurias, amenazas. En vano el presidente se
esfuerza por aplacar a los irritados. «Las interrupciones que tengan carácter
ofensivo —explica el orador—, viniendo de ciertas personas, para mí no
constituirán ofensa.» Y mira al decir esto a los escaños comunistas. Dos
mujeres, la «Pasionaria» y la Nelken, sobresalen como escandalizadoras. «Hablar
de calma como característica del Gobierno, dice Calvo Sotelo, cuando no existe
garantía para la vida en la calle, y amenaza la disolución social, y
muchedumbres uniformadas gritan: ¡Patria, no!, y al grito de ¡Viva España! se
contesta con vivas a Rusia, y se falta al honor del Ejército y se escarnece a
España; cuando todo eso ocurre durante siete u ocho semanas, ¿es posible tener
calma?» «A partir del 16 de febrero dijérase que se
ha volcado sobre España un ventarrón de fuego y de furor. Desde el 16 de
febrero hasta el 2 de abril se han producido los siguientes asaltos y
destrozos: en centros políticos, 58; en establecimientos públicos y privados,
72; en domicilios particulares, 33; en iglesias, 36. (Un diputado interrumpe:
«Muy poco cuando no os han arrastrado a vosotros todavía»). Centros políticos
incendiados, 12; establecimientos públicos y 127 privados, 45; domicilios
particulares, 15; iglesias , 106, de las cuales 56 quedaron completamente
destruidas; huelgas generales, 11; tiroteos, 39; agresiones, 65; atracos, 24;
heridos, 345; muertos, 74.» (La relación de estos sucesos, publicada en el Diario
de las Sesiones de Cortes correspondiente al 15 de abril de 1936, comprende
once páginas). «Entre los episodios los hay tan horrendos que no hay ninguna
persona con figura humana que no sienta indignación.»
«¿Sabéis
—pregunta Calvo Sotelo— lo que está ocurriendo en Jerez? Los edificios que han
incendiado o intentado incendiar, entre anoche y hoy, son: Conventos de San
Francisco, de Santo Domingo, de las Mínimas, de las Reparadoras; periódico
Guadalete y un centro de derechas.» (Varios diputados: «¡Para la falta que
hacían!»). «¿Quién quema? Álvarez del Vayo, diputado socialista, dijo en un
mitin de Barcelona hace quince días que los incendios producidos así en La
Nación, como en las iglesias de San Ignacio y de San Luis eran debidos a que el
pueblo de Madrid quería hacer una protesta contra el ritmo lento con que el
Gobierno desarrollaba el programa del Frente Popular. Y con palabras más
expresivas, tomadas íntegramente del discurso del sindicalista o comunista Asín, en el mitin celebrado en Cartagena el día 5 de este
mes, se dice lo siguiente: «No debemos contentarnos con quemar una o mil
iglesias. Eso es un espectáculo que tiene algo de fausto, algo deslumbrante,
más o menos magnífico, pero que no tiene base sólida para garantizar nuestro
bienestar en el día de mañana. Única manera de hacer efectiva nuestra
liberación económica es expropiando a la Deuda privada, al Banco de España:
expoliando a todos los que explotan y expolian al pueblo español.»
«El
desenfreno dura semanas y meses.» («Y lo que durará», interrumpe la Nelken).
«Que el señor Azaña, exclama el orador, tome nota de esas palabras.» La
pesadumbre en el concepto mundial, que producen estos sucesos, la refleja la
prensa extranjera. L'Ere Nouvelle, órgano de las izquierdas francesas, los
comenta así: «Desde el primero de marzo en toda España reina el desorden. En
casi todas las grandes ciudades los elementos de extrema izquierda han
emprendido una campaña de violencias que toda democracia debe condenar. Es
singularmente paradójico reprochar a los regímenes de dictadura el uso de la
fuerza y proceder exactamente como ellos cuando la ocasión se presenta. Nadie
ignora que los atentados se suceden en ciertas ciudades desde hace un mes. Y
se conocen al detalle, a pesar de la censura de Madrid, los odiosos actos
cometidos contra muchas sociedades representativas de doctrinas opuestas al
nuevo régimen. Estos mismos excesos prueban que el Gobierno de Madrid está
siendo desbordado por sus aliados de extrema izquierda. El peligro para las
democracias no está sólo en los partidos de la reacción. Aquel que constituyen
los partidos revolucionarios no es menos grave para ellas. Habiendo dado jaque
a uno, España parece incapaz de reaccionar contra el otro.»
«Los
efectos en el orden económico —prosigue el orador— son desastrosos: el descenso
en las cotizaciones bursátiles desde el 14 de febrero supone una merma de 1.936
millones de pesetas; la circulación fiduciaria en el mismo periodo ha subido
480 millones; la cotización de la peseta sigue en descenso; el turismo se
retrae y el Instituto de Derecho Internacional, que tenía anunciado su Congreso
en Madrid para el mes de abril, lo ha suspendido en vista del desorden
imperante.»
«El señor
Azaña prestó, quizás, un servicio a España, porque en un cuerpo electoral de
mayoría marxista obtuvo una representación mayoritaria republicana. Pero el
Gobierno del Frente Popular es cosa muy distinta del Frente Popular como
coalición electoral. Me fundo —afirma Calvo Sotelo— en que el Frente Popular es
una consigna soviética, acordada en agosto de 1935 en un Congreso de la
Internacional Comunista celebrado en Moscú, como transición hacia la dictadura
proletaria. Hay otro hecho y es la bolchevización progresiva del partido
socialista español, confirmada en un proyecto de programa que se redactó para
la revolución de octubre, y en el publicado por la Agrupación Socialista
Madrileña. Si el Gobierno ha de vivir de la asistencia de esas fuerzas, no puede
ser una garantía contra el comunismo, porque esos partidos quieren, lo ha dicho
Largo Caballero, la conquista del poder para el proletariado por todos los
medios. En aquellos programas se propugna la socialización de la industria y la
disolución del Ejército para ser reorganizado después de eliminar generales,
jefes y oficiales. «Las fuerzas proletarias españolas se disponen a dar un
segundo paso revolucionario, que será la instauración del comunismo.» (El
Presidente del Consejo de Ministros interrumpe: «La instauración del comunismo
sería fatal para S. S. y para mí»). «Su Señoría, continúa Calvo Sotelo, ha
dicho una gran verdad, pero no se acomoda a ella. Y aunque sea fatal para mí,
desde luego porque tengo el honor de figurar en las listas negras, lo más grave
es que resultaría fatal para España; y yo, que no tengo derecho a preocuparme
de la vida de S. S. ni de la mía, tengo la obligación de pensar en la de
España.» «Yo le pregunto a S. S.: ¿cree que desarrolla la política defensiva y
preventiva precisa para evitar un intento de comunización?
Su Señoría tiene medios, como todo Poder, firmes y fuertes de carácter
policiaco, y algunos se hacen efectivos sobre este modesto diputado, que no
sabe a cuenta de qué merece esos honores casi de predilección. Yo pregunto al
Gobierno: ¿Se ha procurado evitar la entrada de armamento con destino a fines
comunistas en España? ¿Sabe que se están armando grupos proletarios para dar el
golpe el día que tengan medios suficientes en la mano? ¿Sabe que se propaga en
los cuarteles la indisciplina? Aquí tengo un número de El Soldado Rojo, en que
se dan nombres y apellidos de jefes y oficiales, señalándolos a la brutalidad
de las gentes comunistas... Nos encontramos ante ciento diez diputados que
quieren implantar el comunismo en España, que se llaman ministeriales y que
influyen en el seno del Gobierno y en la política de éste. ¡Ah! Pero si el
Gobierno muestra flaqueza y vacila, nosotros estamos dispuestos a oponernos por
todos los medios, diciendo que en España no se repetirá la trágica destrucción
de Rusia.»
«Coincido
con el señor Azaña en que este es el último ensayo parlamentario que se puede
intentar en la política española. Si resulta cierto y la democracia
parlamentaria fracasa, ¿qué puede ocurrir?, Largo Caballero en reciente
discurso decía: «Si eso ocurre no hay más que una salida. La dictadura del
proletariado.» Yo quiero decir en nombre del Bloque Nacional que si esto ocurre
no se irá fatalmente a la dictadura del proletariado, porque España podrá
salvarse también con una fórmula de Estado autoritario y corporativo.»
* * *
El
discurso termina en medio de un temporal de dicterios, insultos y procacidades
que se reproducen cuando Gil Robles se dispone a hablar. El jefe de la C. E. D.
A., muy curtido en galernas parlamentarias, tiene la réplica fácil, mordaz,
ingeniosa, y devuelve golpe por golpe en una disputa de cien contra uno. Azaña
se había referido a la inconsecuencia en que incurría Acción Popular, por no
haber acometido una política de salarios adecuada a las necesidades de la
justicia. «Nuestro paso por el Gobierno sin plenitud de responsabilidad no nos
permitió realizar en el orden social aquello que hubiéramos querido hacer. Es
más: no me duelen prendas y debo decirlo: entre gentes que se llaman
conservadoras, y sectores de opinión que circunstancialmente nos apoyaron,
porque tal vez creyeron que éramos únicamente servidores de sus intereses, hubo
incumplimiento de lo dispuesto en las leyes.» «No pudimos evitarlo. Pero para
evitar injusticias sociales, para acabar con esos desniveles tan bruscos,
nuestros votos estarán a disposición de S. S.» (Un diputado: «No los
queremos»). «¿Qué me importa que no los queráis, si lo quiere mi conciencia?»
«No
tenéis en cuenta —prosigue Gil Robles— que las fuerzas de derecha se equiparan
en número a las del Frente Popular, ateniéndonos sólo a los resultados de las
Juntas del Censo, «aun descontadas las actas de votación que se anularon
violentamente en los días de abandono del Poder». Azaña y las masas que le
siguen «parecen desconocer que en los momentos actuales en todos los pueblos y
aldeas de España se desarrolla una persecución implacable contra las gentes de
derecha: que se multa, se encarcela se deporta y asesina por el mero hecho de
haber sido interventor, apoderado o directivo de una organización de derechas.
En estas condiciones se produce un fenómeno que me angustia y es que los
partidos que actuamos dentro de la legalidad empezamos a perder el control de
nuestras masas, en las que comienza a germinar la idea de la violencia para
luchar contra la persecución. Y puede llegar un momento en que tendremos que
decirles que vayan a otras organizaciones, que les ofrecen por lo menos el
aliciente de la venganza, cuando ven que dentro de la ley no hay una garantía
para los derechos ciudadanos.»
Gil
Robles, continúa de este modo: «Desengañaos, señores diputados; una masa
considerable de opinión española, que por lo menos es la mitad de la nación, no
se resigna a morir; yo os lo aseguro. Si no puede defenderse por un camino se
defenderá por otro. Frente a la violencia que allí se propugna surgirá otra
violencia y el Poder público tendrá el triste papel de espectador de una
contienda ciudadana en la que se va arruinar material y espiritualmente la
nación. La guerra civil la impulsan, por una parte la violencia de aquellos que
quieren ir a la conquista del Poder por el camino de la revolución; por otra
parte la está mimando, sosteniendo y cuidando la apatía de un Gobierno que no
se atreve a volverse contra sus auxiliares que tan cara cobran la ayuda. Su
Señoría va a traer unos proyectos que significan el responso del sistema
parlamentario. Yo creo que S. S. va a tener dentro de la República otro sino
más triste, que es el de presidir la liquidación de la República democrática...
Cuando la guerra civil estalle en España, que se sepa que las armas las ha
cargado la incuria de un Gobierno que no ha sabido cumplir con su deber frente
a los grupos que se han mantenido dentro de la más estricta legalidad.»
«Dispuestos a toda clase de sacrificios, incluso el de nuestra desaparición,
dice Gil Robles, no aceptaremos la eliminación cobarde, entregando el cuello al
enemigo: es preferible saber morir en la calle a ser atropellado por cobardía.»
España,
dice a continuación Ventosa, diputado de la Lliga, vive en un estado de
extraordinaria inquietud. «Cada día la opinión pública se siente conmovida por
amenazas de revolución social, por anuncios de la implantación de la dictadura
del proletariado en un plazo más o menos corto...» «España vive en un ambiente
de guerra civil, merced al cual se lanzan unos contra otros los grupos
contrapuestos de españoles, casi equivalentes por su número, según ha resultado
de las últimas elecciones...» «En los últimos meses España ha sufrido
transgresiones, ataques, violencias que exceden de lo que haya ocurrido alguna
vez en España.» «Alegar que todo se debe a provocaciones, es argumento que a
nadie convence. Acusaciones falsas desde el incendio de Roma hasta nuestros
días han servido de pretexto para cometer los mayores excesos.» «El decreto de
readmisión de los obreros despedidos en octubre ha vulnerado el fundamento
mismo de la vida industrial, matando el futuro esencial de confianza sin el
cual no puede existir prosperidad económica de ninguna clase.» «España es hoy
por hoy el país de mayor incertidumbre de Europa. ¿Qué camino hay para poner
término a este estado? La afirmación terminante del Gobierno no sólo en
discursos, sino en hechos, de acabar con los desórdenes presentes y futuros.»
* * *
Los
socialistas, por boca del diputado Llopis, ofrecen su adhesión y apoyo al
Gobierno encargado de administrar la victoria del Frente Popular.
Cuanto
sucede en España se debe a las provocaciones de las derechas. «Se triunfa en
las elecciones del 16 de febrero y no ocurre nada en España, y porque no ocurre
nada y las derechas habían anunciado un programa catastrófico, hay que hacer
que ocurra.» «¡Eso es el colmo!», exclama el diputado monárquico Carranza. «Si
se han quemado iglesias, prosigue Llopis, es porque la Iglesia ha sido
beligerante en esta lucha.»
Los
comunistas, interpretados por el secretario general del Partido, Díaz Ramos,
suponen a los republicanos de izquierda «con el corazón bastante duro» para la
empresa que han acometido. «Ésta es una Cámara de cuellos flojos y puños
fuertes que tiene que decir al pueblo la verdad tal como la siente.» «El
partido comunista, no lo negamos, al contrario, lo decimos en todas partes,
aspira a la dictadura del proletariado, pero apoyará con toda su fuerza al
Gobierno.» Una muestra de la elocuencia del virulento orador y del ambiente
parlamentario la ofrece el siguiente trozo copiado del Diario de Sesiones de
Cortes (15 de junio): «El señor Gil Robles decía de una manera patética que
ante la situación que se pueda crear en España era preferible morir en la calle
de no sé qué manera. Yo no sé cómo va a morir el señor Gil Robles. (Un
diputado: «En la horca.» Grandes protestas). No puedo asegurar cómo va a morir
el señor Gil Robles, pero si puedo afirmar que morirá con los zapatos puestos».
(Las últimas palabras producen grandes protestas).
El
Presidente de las Cortes: «Señor Díaz Ramos, ruego a S. S. que tenga
en cuenta que todo se puede decir atendiendo al Parlamento y a la necesidad de
no provocar conflictos en la Cámara. (Nuevas y enérgicas protestas y contraprotestas). Pido a S. S. que sea prudente en las
expresiones. (Continúan las protestas, que duran largo rato). ¡Orden, señores
diputados! ¡Orden!»
Calvo
Sotelo: «Se acaba de hacer una incitación al asesinato.» (El señor
Ceballos: «¡Eso es provocar al asesinato y no se puede tolerar!» Persisten las
protestas y contraprotestas. El Presidente reclama
repetidamente orden).
El
Presidente: «Esas palabras no constarán en el Diario de Sesiones»
(siguen las protestas).
Varios
diputados: «Eso no basta.»
La
diputado Ibarruri, la «Pasionaria»: «Si os
molesta eso, le quitamos los zapatos y le pondremos las botas.»
Gil
Robles: «Os va a costar trabajo, con botas o sin ellas, porque me
sé defender.» (Aplausos en las minorías derechas. Continúan los rumores).
Tomás
Álvarez: «Ya se levantarán los de Carbayin.»
(Alusión a los supuestos fusilados en dicho lugar, sin formación de causa).
Gil
Robles: «Que conste que no soy asesino, como vosotros.» (Grandes protestas. En
la tribuna de la Prensa se ponen en pie varios periodistas y pronuncian
palabras que no se perciben. Entre varios diputados se cruzan imprecaciones y
frases que no es posible entender).
El
Presidente: «Orden en la Tribuna de la Prensa. ¡Orden, señores diputados!»
González Peña abandona su escaño airadamente, dirigiéndose hacia el de Gil
Robles. Varios diputados se interponen. Otros gritan: «¡Viva Asturias! ¡Sirval!
¡Sirval!»
En esta
forma se desarrolla la sesión, en la que el trotskysta Maurín pide la aplicación de la ley del Talión, el agrario Cid anhela la
terminación de la guerra civil, Tomás Piera, en nombre de la Esquerra, promete
adhesión al Gobierno, el sindicalista Pestaña afirma que «vale más cometer injusticias
y crueldades siendo audaces, que por no serlo dejar que retornen tiempos
pasados». Irazusta, nacionalista vasco, anuncia el apoyo de su minoría a la
votación de confianza, y el sindicalista Pabón (Benito) se declara dispuesto a
dar su voto al Gobierno, «ya que ninguna cosa extraordinaria ha ocurrido en
España, y Azaña no ha empleado la violencia contra los excesos de las masas
obreras».
* * *
El debate
sobre el orden público continúa en la sesión siguiente (16 de abril). Azaña
pretende cohonestar en su discurso de dos horas de duración la presidencia de
un Gobierno dueño de la situación, inmune a cualquier influencia que no sea la
de sus propios componentes, con la anarquía que invade al país como la peor
plaga. Nuestro programa, dice, carece de cláusulas secretas. «Yo reto a
cualquiera a que examinándolo encuentre en él nada que sea subversivo, que no
sea auténtica y definitivamente republicano.» En el programa hemos recogido lo
más urgente para la gobernación del país. En respuesta a Calvo Sotelo, para que
diera su opinión sobre la revolución de Asturias, exclama: «¿Pero no habíamos
quedado en que yo era el empresario de la revolución? ¿No os habéis pasado dos
años diciendo que yo la había preparado? Mi posición sobre la revolución de
Asturias, está expresada en las notas de los partidos republicanos del 4 de
octubre. ¿Participé en la revolución? ¡Qué locura! Autor de consejos para que
no estallara, ¡sí!»
«Oímos
hablar aquí repetidamente de anarquía. Yo creo que la anarquía no es un régimen
durable: no es siquiera un régimen. De la anarquía se sale. Pero, ¿cuál es la
verdadera anarquía? ¿El desorden público y esporádico de multitudes, a quien el
Gobierno reprime, o la anarquía del propio Estado, bajo la cual hemos estado
viviendo dos años?»... «Si bajo los efectos del terror producido no por
nuestras acciones y nuestros programas, sino por las acciones y las profecías
de nuestros adversarios, ha podido parecer un momento que una determinada
persona al frente del Gobierno podía ser un escudo protector de los
atemorizados, yo no me quiero lucir sirviendo de ángel custodio de nadie.
Pierdan SS. SS. el miedo y no me pidan que les tienda la mano... ¿No querían violencia,
no os molestaban las instituciones sociales de la República? Pues tomad
violencia. Ateneos a las consecuencias...» «Lo que importa en la acción del
Gobierno es no romper la cohesión. Y si no se quiere perder el poder, es
preciso que no se abra en nuestra coalición ni una brecha. No seré yo quien la
abra.»
«El señor
Gil Robles ha dicho que teme verse abandonado por sus huestes, si éstas se
sienten perseguidas en sus derechos, en su vida o en sus propiedades y que
entonces irán a engrosar las filas de los que apelan a la violencia. Yo, decía
el señor Gil Robles, me declararé fracasado y les diré que vayan a esa acción,
donde por lo menos les quedará el aliciente de la venganza. Entonces, ¿con qué
autoridad increpa S. S. a esos hombres que un día por venganza o por despiste
se han lanzado a una revolución? La venganza es un instinto que no debe entrar,
no ya sólo en la vida personal, mucho menos en la vida pública. En ningún
momento tiene nadie derecho a tomarse eso que se llama la justicia por su
mano.» «Nadie puede pintar con bastante crudeza y vigor, no digo la
contrariedad, la repugnancia del Gobierno delante de ciertos hechos que se
producen esporádicamente en España; nadie puede dudar de los desvelos del
Gobierno por impedirlos o por reprimirlos; yo estoy persuadido de que las
llamas son una endemia española; antes quemaban a los herejes, ahora queman a
los santos, aunque sean en imagen. Las dos cosas me parecen mal, no sólo por lo
que tienen de violento y de injusto, sino por lo que tienen de inútil... Ahora,
lo que también hay que reconocer es que la reacción violenta en contra de las
provocaciones, además de ser desmedida es enojosamente perjudicial y va en
contra de aquello mismo que la manifestación reactiva se propone conseguir.
Esto también es manifiesto; y a quien hace daño esa explosión de enojo popular
es al propio Gobierno del Frente Popular y a su política, porque no puede
dudarse de que uno de los propósitos de la reacción contra la República
consiste en promover el ambiente de desconfianza y de intranquilidad en el cual
se pueden cultivar los propósitos más violentos de agresión al régimen
republicano y no debemos contribuir nosotros, ni el Gobierno con su inacción,
ni los republicanos y socialistas con su nervosismo a que ese ambiente se cree
o, por lo menos persista.»
Respecto
a la explotación política de los desórdenes en el extranjero, nadie ignora «que
hay por el mundo una porción de empresas periodísticas a las que no interesa la
amistad de España». «Todo el mundo puede elegir sus amistades y hay quien no
tiene interés en guardarle a nuestro país la justicia y consideración que se le
deben. Y con este salvoconducto se hace una explotación sistemática de lo que
ha podido ocurrir en nuestro país, agigantándolo, multiplicándolo.» En turismo
hay una competencia bastante fuerte; todos los países se disputan la corriente
turística y es muy cómodo y útil para cualquier parte poder decir: «A España no
vayan ustedes, porque allí no se puede vivir»; y se los llevan a su país. Y
este móvil que parece secundario y bajo, tiene gran fuerza y eficacia en la
orientación de algunas campañas de Prensa que todos podemos lamentar; pero,
¡qué le vamos a hacer! Yo no vivo de la opinión de la Prensa extranjera.»
En cuanto
a la retirada del dinero de las cuentas corrientes, si se trata de una
confabulación para causar perjuicio y crear un conflicto, que no está en tas
manos del Gobierno evitar, «tengo yo en mi armario un frasco de elixir que con
dejar caer unas gotas en un proyecto de ley, dará que pensar a los
confabulados. Porque creer que nosotros nos vamos a dejar agredir impunemente,
es pensar en locura». «El Frente Popular no es la revolución social, ni es
labor de entronizamiento del comunismo en España: es
otra cosa más fácil, es la reinstauración de la República en su Constitución y
en los partidos republicanos que la crearon.»
* * *
Entre
granizada de interrupciones, diluvio de insultos y frases procaces y amenazas
rectifica Calvo Sotelo. Pregunta éste al Presidente del Gobierno, y no obtendrá
respuesta, si siendo beneficiario de la revolución de Octubre, daba su
conformidad a los crímenes y depredaciones que se cometieron. Si no lo es «¿con
qué título se puede erigir en heredero político de la revolución?» «¿Ni con qué
autoridad puede ser jefe de las fuerzas marxistas que han convertido en ídolos
a los revolucionarios de Asturias y en un mito a Octubre rojo?» «El comunismo
acecha en España más que en ningún otro país de Europa. El comunismo se prepara
para dar la batalla decisiva en el momento que juzgue oportuno. Sovietismo hay ya en gran parte de la economía española;
son muchas las fábricas en que no existe la autoridad técnica ni la dirección
de empresa y sí tan sólo el Consejo ilegal y clandestino de obreros con
facultades dirigentes. Organismos del Estado son algunos en los que se da este
caso: Fábricas de Tabacos, en que los obreros nombran y destituyen al personal
dirigente; obreros de Almadén, que han expulsado a los médicos y a los
ingenieros del Estado... Nosotros abogamos por la subsistencia de un orden
social que creemos comprometido gravemente por la política vacilante del
Gobierno.»
«Sólo con
asistir a este debate —exclama Ventosa—, sólo con escuchar las manifestaciones
de ayer y de hoy —insultos reiterados, incitaciones al atentado personal,
invocaciones a aquella forma bárbara y primitiva de justicia que se llama ley
del Talión, petición insólita y absurda del desarme de derechas, y no de
todos—, sólo con presenciar y observar el espíritu de persecución y opresión
que se manifiestan en algunos sectores de la Cámara, claramente se ve la
génesis de todas las violencias que se están desarrollando en el país.» «Y he
de agregar que no podéis tener la pretensión de que sean desconocidas fuera,
porque la censura podrá actuar en España para velar, ocultar o evitar que se
divulguen determinados hechos, pero más allá de las fronteras la censura carece
de eficacia, toda gestión oficiosa resulta inútil y los hechos violentos que se
producen de manera desmesurada, bárbara y extraordinaria en España para deshonra
y vergüenza nuestra, no son desconocidos en el resto de Europa. Sin una base de
confianza, toda la actuación del Gobierno resultará estéril e ineficaz.»
La sesión
se cierra con un voto de confianza al Gobierno: 196 diputados votan en favor y
78 en contra.
CAPÍTULO 81.LA OLA DE DESMANES CRECE Y SE PROPAGAINCENDIO
DE IGLESIAS Y CONVENTOS EN LA MAYORÍA DE LAS PROVINCIAS. — EN YECLA QUEMAN
CATORCE TEMPLOS Y 375 IMÁGENES. — JEREZ DE LA FRONTERA DOMINADA POR LAS
MILICIAS MARXISTAS. — ASESINATO DEL EX MINISTRO ALFREDO MARTÍNEZ, EN OVIEDO Y
DEL MAGISTRADO DEL SUPREMO, PEDREGAL, EN MADRID. — INVASIONES DE FINCAS EN
ANDALUCÍA, EXTREMADURA Y LA MANCHA. —INCAUTACIÓN EN MADRID DE UNA EMPRESA DE
TRANVÍAS. INCIDENTES, EXPLOSIONES Y TIROTEOS DURANTE EL DESFILE MILITAR EN LAS
FIESTAS CONMEMORATIVAS DE LA REPÚBLICA. — EL ENTIERRO DE UN ALFÉREZ DE LA
GUARDIA CIVIL DA ORIGEN A COMBATES CALLEJEROS CON MUERTOS Y HERIDOS. — EN
PROTESTA CONTRA ESTOS SUCESOS, LA C. N. T. IMPONE LA HUELGA GENERAL EN MADRID.
— SANCIONES CONTRA JEFES Y OFICIALES QUE DESARROLLEN ACTIVIDAD POLÍTICA. — EL
GOBERNADOR DE OVIEDO DECLARA: «HE NOMBRADO DELEGADOS DEL FRENTE POPULAR EN TODO
ASTURIAS, LOS CUALES REALIZAN BATIDAS ANTIFASCISTAS CON BUEN RESULTADO». —
TRIUNFAL ACOGIDA A LOS EXILIADOS QUE REGRESAN DE RUSIA.
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