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CAPÍTULO 72
PORTELA
DISUELVE LAS CORTES Y RESTABLECE LAS GARANTÍAS CONSTITUCIONALES
La C. E. D.
A. sale de la crisis desarbolada para quedar a la deriva. ¡Adiós a la táctica y
al accidentalismo! El partido es un enjambre irritado expulsado de la colmena.
Gil Robles, más belicoso que nunca, se dispone a dar la batalla y para ello
anuncia a todos los centros del partido que la lucha ha comenzado. «Mis
organizaciones están en pie y tengo la confianza de todos.»
«Se ha
cometido una injusticia contra la C. E. D. A. —se lamenta El Debate (16 de
diciembre) —. Injusticia en la que no faltan extraños colaboradores. Juntos la
suscriben el señor Martínez de Velasco y el señor Cambo. A uno y otro, alcanza
la responsabilidad de este proceso. Las fuerzas de la C. E. D. A. han apoyado
al régimen con generosidad. Sacrificaron múltiples cosas con desinterés y
hasta con abnegación. Todo fue inútil.» El ex ministro Casanueva resume: «Dos
años perdidos para España.» «Fracaso de toda una táctica —escribe A B C (15 de
diciembre) —; inutilidad de unos apoyos que según el ángulo de observación
parecían claudicaciones o sacrificios; demostración de que todo cuanto se hizo
para ganar confianza no bastó para disipar recelos; desahucio de unas Cortes;
retroceso a los días peores... Todo esto representa esta lamentable solución de
cuyo alcance da medida el júbilo con que la han recibido los revolucionarios.»
Porque, en
efecto, al otro lado hay euforia. Pórtela es saludado como el restaurador de
las libertades públicas. «Han quedado descartados —dice L'Humanité,
el diario comunista de París— los dos enemigos más peligrosos de las libertades
populares: Lerroux, desacreditado; y Gil Robles, expulsado.» «Las izquierdas
—escribe La Libertad— no serán un obstáculo inconmovible para la
formación y actuación de un partido derechista, a cuyo frente y dirección vería
con tranquilidad y sin reserva el pueblo a los señores Portela y Chapaprieta.» Incluso la minoría parlamentaria socialista
se congratula «de haber contribuido dentro de las Cortes con la obstrucción y
fuera con la retirada, después de octubre de 1934, a precipitar la muerte de
aquéllas, saludable para el régimen».
* * *
Gil Robles
en una extensa nota (16 de diciembre) explica las tribulaciones sufridas por la
C. E. D. A.: fija posiciones y analiza conductas. Se ha querido justificar la
anómala tramitación y solución de la crisis «con el pretendido agotamiento de
las Cortes y el peligroso anhelo de Poder de la minoría popular agraria». Ciego
será, sin embargo, quien no vea que el desenlace de la crisis no es más que el
último episodio de la revolución contra las Cortes actuales. La mera
posibilidad de que éstas, apenas llegaron al Parlamento, fueran capaces de
encauzar la política de reconstrucción ansiada por el país, desencadenó la
ofensiva de los elementos disolventes derrotados en las urnas. Comenzaron
pidiendo la disolución de las Cortes apenas nacidas, lo cual hubiera
constituido un golpe de Estado. Se buscó entonces esterilizarlas, con la
formación de Gobiernos que no respondieran a la composición de la mayoría
parlamentaria. El propósito de la revolución se vio realizado. El grupo
parlamentario más fuerte fue privado de participación gubernamental durante un
año. Gobiernos regidos por figuras secundarias de los partidos de la mayoría.
Ambiente de inquietud y de duda, «leyes votadas e indultos impuestos a favor de
los cabecillas de la revolución mantenía a los ministros en una situación de
interinidad constante. ¿Qué Parlamento del mundo hubiera funcionado eficazmente
en tales condiciones?» A pesar de ello, la obra legislativa de las actuales
Cortes «significa un esfuerzo ingente en bien de la nación», en favor de «una
obra de reconstrucción destruida apenas iniciada». «A ninguno de nosotros se
ocultaban los riesgos de una posición tan comprometida. Cada vez que una
iniciativa tropezaba con obstáculos insuperables, o en las alturas del Poder
surgía una ayuda inesperada a la revolución, que hacía inútiles nuestros
afanes, la perspectiva de una reforma constitucional, solemnemente anunciada
por el Presidente de la República, nos daba aliento para llevar una carga que
se iba haciendo insoportable por instantes.»
«En esta
situación se llegó a la última crisis. No surgió ésta, como se ha dicho, por
falta de asistencia de la mayoría con sus votos. Buena prueba de ello es que
pocos días antes de producirse obtuvieron varias leyes un quorum
extraordinario. La crisis sobrevino en apariencia por discrepancia del Gobierno
con un ministro (Chapaprieta), que, dejando a un lado
sus grandes condiciones personales, no tenía en la Cámara más que su voto. En
el fondo, lo que triunfaba era la amenaza revolucionaria, que ante la posibilidad
de reforma de la Constitución, exigía la eliminación de la C. E. D. A. del
Poder y la disolución de las Cortes.
«Por eso
nada significó que el bloque gubernamental se presentara intacto a las
consultas y ofreciera al Poder moderador la seguridad de una obra legislativa
inaplazable y realizable en plazo brevísimo, y que habría de culminar en el
acuerdo de revisar la Constitución. Era inútil el esfuerzo. No era eso lo que
se buscaba.» Quebrantado el partido radical por los recientes procesos
depuradores, había que arrojar a la C. E. D. A. del Gobierno y romper la
solidaridad de los partidos del bloque. Para ello nada mejor que dar los
sucesivos encargos de formar Gobierno en condiciones «adecuadas», tales que la
C. E. D. A. no pudiera jamás aceptar sin dejar maltrecho su decoro. El proceso
de la crisis está concluido y nuestro partido eliminado. La obra legislativa,
para la que ofrecimos desinteresadamente nuestros votos, abandonada y perdida.
Ya no habrá ni plan quinquenal de Obras Públicas, a beneficio de los pueblos
humildes y olvidados, ni los créditos para resolver el paro, ni los doscientos
millones para el trigo, ni la ley de Protección a los pescadores, ni los medios
para sacar al país de la vergonzosa indefensión militar en que se encuentra.
Todo lo más, unos presupuestos por decreto en contra de la Constitución y de la
democracia.
«Pudimos
tener por misericordia un puesto al menos de observador en el Gobierno que
admite la gravísima responsabilidad de dejar abandonados tantos vitales
problemas y presidir unas elecciones, de las que saldrá una Cámara totalmente
ingobernable; no lo hemos querido, aun a trueque de perder los beneficios
proporcionables del calor gubernamental en un periodo de elecciones.
«La
injusticia que con nosotros se ha cometido no nos aparta de nuestra posición ni
de nuestra táctica. Seguimos pensando que desde ella es como mejor podemos
servir a España. Por eso acudimos a la opinión, para pedirle que, con la
sanción de sus votos, dé a nuestro partido la fuerza que necesita para arrollar
todos los obstáculos y dominar a la revolución que, vencida en la calle ha
logrado enroscarse en nuestro armazón institucional. Quienes sientan con la
angustia con que nosotros sentimos el hondo dramatismo del momento actual,
sabrán poner sobre sus diferencias el anhelo de una patria común que se nos
rompe y el fervor de una civilización espiritual que se nos hunde, para formar
un haz apretadísimo y constituir un gran frente nacional contra la revolución y
sus cómplices. No es un esfuerzo de partido el que pedimos. Es una gran cruzada
espiritual y española para el triunfo clamoroso de un nobilísimo ideal común.»
¿Satisfacían
tales explicaciones a los cedistas? Éstos veían que
en lo fundamental nada había cambiado. De nuevo se les avisaba que el peligro
revolucionario estaba en pie y a las puertas, más amenazador y temible que
nunca. Otra vez estaban en riesgo de perderse aquellos principios para cuya
defensa dieran cuanto se les pidió. Las pequeñas conquistas conseguidas se iban
a desvanecer como el humo. La tan exaltada táctica quedaba reducida a unos
juegos de habilidad intranscendente.
Comenta
Calvo Sotelo en unas declaraciones (A B C, 17 de diciembre): «Ha muerto el
accidentalismo y por todos los costados. La República no es compatible con el
derechismo auténtico. ¿Qué hemos visto? Una crisis resuelta exclusivamente a
base de eliminar del Gobierno a la C. E. D. A. y para que Gil Robles abandonase
la cartera de Guerra. El jefe del Estado ha interpretado el espíritu del 14 de
abril y ha ganado el aplauso de los republicanos en posesión de ese espíritu.
Ha muerto el accidentalismo adhesionista. Un régimen
no se puede consolidar con esencias contrarias a las de sus instauradores.
Cualquier régimen prefiere perecer a falsificarse. Es más fácil substituir que
transformar el espíritu del 14 de abril. El único accidentalismo que ahora cabe
es el de la sumisión.»
* * *
La
implacable hostilidad de la C. E. D. A. al nuevo Gobierno se manifiesta desde
el primer momento. Concejales y gestores provinciales cedistas abandonan sus cargos: dimite el comisario general del Trigo, Larraz, cuyo
proyecto de ordenación de la economía triguera queda inédito. También dimite el
gobernador general de Cataluña, Villalonga, sustituido en el acto por el
Presidente de la Comisión Jurídica asesora de la Generalidad, Maluquer, y dos
días después por el regionalista Félix Escala. El jefe del Gobierno no concede
mucha importancia a las excitaciones y amenazas de la C. E. D. A. Se considera
muy bien amparado.
En Consejo
de ministros celebrado bajo la presidencia del Jefe del Estado (17 de
diciembre), éste hace el ofrecimiento «ampliamente razonado» de autorizar la
suspensión de las sesiones de Cortes hasta el 31 de enero de 1936, inclusive.
El Gobierno considera excesivo el plazo y pone como fecha tope el primero de
enero. En cuanto a los presupuestos, Alcalá Zamora cree que pueden ser
prorrogados por decreto, conforme determina la Constitución.
Absorbe la
atención de Pórtela el nombramiento de altos cargos y el reparto de gobiernos
civiles, donde deben cocerse y amasarse las elecciones «como en los peores
tiempos del viejo régimen», según dice Gil Robles Pórtela prodiga sus gestos de
amabilidad hacia las izquierdas. Autoriza la salida de El Socialista, está
dispuesto a permitir la reaparición de todos los periódicos suspendidos, accede
también a la apertura de las sociedades adheridas a la Casa del Pueblo y de los
centros sindicalistas; en fin, busca una fórmula legal para que los Tribunales
militares que actúan en Asturias finalicen cuanto antes su labor.
Una prórroga
del presupuesto por decreto es anticonstitucional, afirma y razona Gil Robles
en una extensa carta al presidente de las Cortes (17 de diciembre). Corresponde
a las Cortes la aprobación de un presupuesto nuevo o la prórroga del anterior y
en caso de no hallarse reunidas aquéllas, a la Diputación Permanente, donde
tampoco tiene Portela los votos necesarios. «¿Qué pasará —pregunta el jefe de
la C. E. D. A.— si a fin de año no está votado el presupuesto? Pues ya lo dice
otro artículo de la Constitución: «Nadie estará obligado a pagar contribución
que no esté votada por el Parlamento.»
El
presidente de las Cortes se limita a contestar en una nota que someterá el
asunto a examen del presidente del Consejo de ministros y de los representantes
de los distintos núcleos parlamentarios no ministeriales. A estos últimos,
reunidos en su despacho (23 de diciembre) les da a conocer un informe de la
Secretaría técnica de las Cortes, según el cual «la facultad y obligación de
prorrogar el presupuesto corresponde al Gobierno, bien entendido que esta
prórroga no puede comportar la más pequeña modificación». Disienten de la
interpretación los representantes de los grupos de derechas y eluden exponer su
criterio las izquierdas, pero como el presidente de las Cortes encuentra en
los jefes de minorías comprensión y deseos de facilitar la solución, «pues
negarse a la prórroga, declara Gil Robles, sería tanto como realizar una obra
anárquica y demoledora», de ahí que la prórroga por decreto será un hecho.
* * *
Acapara la
atención de los dirigentes políticos los preparativos electorales, y en
especial la extensión y límites de las posibles coaliciones. El carácter de la
lucha que se avecina y la Ley Electoral vigente, que favorece a las mayorías,
aconseja las máximas concentraciones de electores. Los partidos confiados a sus
únicas fuerzas serán barridos. De ahí las intrigas de Pórtela, para ganar la
adhesión de agrarios, regionalistas y liberales demócratas, y a su amparo
situar candidatos propios con la intención de constituir un partido centro,
ilusión de Alcalá Zamora, tan conveniente a la hora de las combinaciones
ministeriales. Esta coalición gubernamental supondrá para los grupos
participantes la ruptura con la C. E. D. A., riesgo que a todo trance desean evitar.
Por lo pronto, los diputados de la minoría agraria, con excepción de Royo
Villanova, que se da de baja en el partido, acuerdan (17 de diciembre)
«sostener íntegramente el programa que sirvió de base a la coalición electoral
de derechas en 1933, Y mantener su colaboración en el Gobierno en tanto éste
responda a la significación con que se constituyó y sirva de garantía a la
libre emisión de la voluntad nacional». Criterio que comparten regionalistas y
liberales demócratas, y que malhumora y contraría a Portela.
Por su
parte, Gil Robles, impaciente y brioso, en su discurso en el Teatro Calderón de
Valladolid (19 de diciembre), con el que inicia la campaña electoral en un
ambiente de entusiasmo explosivo, anuncia «una nueva era política» lejos «de
los hombres degenerados de una política bastarda» y dirigiéndose a los
componentes del Gobierno les dice: «¿No sabéis que ese grupo centro que se
trata de forjar en los Gobiernos civiles va a ser una tabla tendida entre el
orden y la revolución? ¿No veis que por un puñado de Gobiernos civiles y de
subsecretarios vais a ser cómplices de la revolución?... Yo os digo: Aún estáis
a tiempo de marcharos. Mañana será tarde y no podremos admitiros en nuestra
compañía.»
En el Cine
Madrid, abarrotado de un público enardecido, Gil Robles explica (20 de
diciembre) «cómo me encontré el Ejército y lo que quise hacer con él». Grandes
letreros sobre los palcos gritan: La Patria está en peligro. ¡Españoles, acudid
a salvarla! ¡A por los trescientos! «He salido de Guerra —afirma el jefe de la
C. E. D. A.— por tres razones: porque yo, conforme a mi doctrina, no me aparto
de los caminos de la ley, sino que espero que sean otros los que se aparten;
segundo, porque lanzar al Ejército a un golpe de Estado era destruirlo y
adscribirlo a un partido; y tercero, porque aunque haya salido volveré muy
pronto, pero no por la rebeldía y el complot, sino con la opinión española,
por el mandato de una democracia triunfante, para ponerme delante de los que
ahora me obstaculizan, y les diré: ¡Quien se pone delante de la voluntad
popular, o baja la cabeza o se va!»
Muy seguro
del triunfo se considera Gil Robles. El partido, deprimido y mustio en los
últimos meses, probado por tantas contrariedades, resurge hervoroso y se
moviliza para una lucha que ofrece perspectivas muy halagüeñas. El tercer mitin
de la campaña electoral se celebra en Plasencia (21 de diciembre), con igual
temperatura de entusiasmo y optimismo. El jefe de la C. E. D. A. reitera su
aviso a los gobernantes, a quienes espera «poner en trance de abandonar el
poder o de salirse de la legalidad».
Pero el
aviso solemne y conminatorio está en una nota (27 de diciembre) que expone el
criterio «inconmovible» del Consejo Nacional de la C. E. D.A. el cual
«preconiza la formación de un amplísimo frente contrarrevolucionario, cuyas
características habrán forzosamente de amoldarse a las particularidades
electorales de cada provincia». La C. E. D. A. entiende «que el pretendido
partido centro que quiere improvisar el señor Pórtela es absolutamente
incompatible con el frente antirrevolucionario». «En consecuencia, la C. E. D.
A. no entrará en coalición con ninguno de los partidos que coadyuven desde el
Gobierno a los planes del señor Pórtela». En la misma línea de oposición
gubernamental los diputados de Acción Popular de Asturias, en carta a
Melquíades Álvarez, le invitan a que retire su asistencia al Gobernó, «que
significa un agravio para nosotros». «Unidos. — dicen—, no nos hacen falta ni
gobernadores ni protección oficial para triunfar en Asturias». La nota y la
carta producen tal efecto, que los ministros De Pablo Blanco y el liberal
demócrata Martínez se apresuran a visitar a Gil Robles para expresarle su deseo
de ir en coalición electoral con la C. E. D. A. Este criterio lo comparten
también los agrarios, Chapaprieta y los regionalistas
catalanes, más o menos expresamente. El único ministro incondicional de
Pórtela, dispuesto a secundarle en su intento de formación de un partido, es
Cirilo del Río. Esta adhesión no le compensa al jefe del Gobierno del disgusto
que le produce la deserción de los restantes ministros, dispuestos al parecer a
utilizar la influencia y los resortes del poder en favor de los candidatos cedistas, Portela derribará las columnas del templo antes
que tolerar semejante traición, como él la llama.
* * *
Los días
iniciales del nuevo Gobierno coinciden con la Navidad. Con tanta fuerza
obsesiona la lucha en torno al poder, que muchos españoles se sienten más
políticos que cristianos. Las lluvias torrenciales que se suceden día y noche
deslucen y disminuyen el espectáculo callejero. Incontables hogares están más
alterados por la discusión electoral que por la pandereta y la zambomba.
Constituye
un acontecimiento al margen de la política la visita a Madrid de Pablo Casals,
el rey del violoncello, nombrado hijo adoptivo de Madrid, donde inició su
carrera artística. El alcalde le impone la Medalla de Oro de la ciudad (15 de
diciembre), distinción suprema de la Villa, y Casals, que ha regalado y
enloquecido al público congregado en el Cine Monumental con unas asombrosas
interpretaciones, da las gracias por el homenaje. Cuenta la historia de sus
mocedades artísticas, su gratitud a la Reina Cristina, de quien recibió
impagable ayuda, y refiere la siguiente anécdota: «Vivía yo en Madrid con una
familia que me profesaba mucho cariño, correspondido por mí con igual
intensidad. El cabeza de familia era un bonísimo hombre portero de Palacio y
que había servido al Rey en Cataluña. Su esposa era madrileña y en tal grado
enamorada de su esposo, que siempre que hablaba de él le llamaba «mi catalán».
¡Quién habría de decirme que corriendo los años, así como aquella madrileña
llamaba «mi catalán» al hombre de su cariño, había de haber un catalán, yo, que
llamase «mi Madrid» al Madrid de aquellos y de estos tiempos!» La entrega
solemne de la Medalla de Oro se hace días después, en el salón de sesiones del
Ayuntamiento.
Otro
acontecimiento relevante es la imposición de la birreta cardenalicia al Nuncio
de Su Santidad en Madrid, monseñor Federico Tedeschini,
ceremonia celebrada (21 de diciembre) en el gran salón del Palacio Nacional.
Tras la lectura por el delegado pontificio del acta acreditativa del
nombramiento, el Presidente de la República toma de manos del delegado
pontificio, monseñor Tito Crespi, la birreta y se la impone al nuevo cardenal,
mientras el introductor de embajadores le coloca el manto de púrpura .
Y un suceso
luctuoso: la muerte (5 de enero del 1936) del escritor Ramón María del Valle
Inclán, acaecida en un sanatorio de Santiago de Compostela, tras de diez meses
de estar hospitalizado. Nació Valle Inclán en Puebla de Caramiñal, en 1870. El
orfebre del idioma castellano muere pobre y el Gobierno costea los gastos de su
entierro.
* * *
Las
discrepancias en el seno del Gobierno en torno a las coaliciones electorales
han transcendido al público. La situación se ha hecho insoportable y el
desenlace no puede tardar. El 30 de diciembre se reúnen los ministros en el
Palacio Nacional, como preparación al Consejo que presidirá el Jefe del Estado.
Pórtela da lectura al decreto de disolución, con largo preámbulo. Acto seguido
comenta con frases amargas, reticencias y algún epíteto hiriente las visitas de
los ministros de Trabajo y Agricultura a Gil Robles. «La dirección política del
Gobierno —dice Pórtela— le incumbe al Presidente del Gobierno y sólo a él.»
Teoría que De Pablo Blanco no acepta, pues entiende que en un Gabinete de
coalición la dirección política corresponde a todo el Gobierno. Chapaprieta coincide en el mismo criterio. En este momento,
Pórtela, erguido y colérico, se enfrenta con los disidentes y les reprocha con
palabras duras y mordaces su deslealtad. Los vituperados replican a gritos.
«Aquello —dirá poco después Rahola — no ha sido precisamente Versalles.» «Portela
— declarará más tarde el ministro De Pablo Blanco— ofendió con palabras
descorteses y ademanes descompuestos al Consejo de ministros reunido en su
función más augusta». Aparece el secretario del Presidente para anunciar que
Alcalá Zamora les espera. «Puede decir a Su Excelencia contesta Portela— que se
ha planteado la crisis.» Los ministros de Trabajo y Agricultura, al oír esto,
salen presurosos, como si huyesen. A los periodistas que les rodean, en la
puerta de Palacio, el primero les dice: «Crisis, crisis total.» El segundo
rubrica: «Una crisis por motivos inconcebibles.»
Portela pasa
a entrevistarse con el Jefe del Estado y le refiere lo ocurrido. El Presidente
de la República le reitera en el acto su confianza y en nota facilitada a la
prensa enumera las razones de esta decisión: proximidad de la anterior crisis,
apremio de las circunstancias, necesidad correcciones. Los asistentes, que
debieron aguantar más de una hora en pie, daban señales de cansancio.»
Rápidas
visitas de Portela al presidente de las Cortes, a Maura y Abilio Calderón.
Ofrece a estos últimos puestos en el Gobierno, y ambos los rechazan. Las
restantes gestiones las realiza por teléfono, y a las siete de la tarde
presenta al Jefe del Estado el siguiente Gobierno: Presidencia y Gobernación,
Manuel Pórtela Valladares; Justicia y Trabajo. Manuel Becerra; Estado, Joaquín
Urzaiz; Hacienda, Manuel Rico Avello; Guerra, general Molero; Marina, almirante
Antonio Azarola; Instrucción Pública, Filiberto Villalobos; Agricultura,
Industria y Comercio, José Álvarez Mendizábal; Obras Públicas y Comunicaciones,
Cirilo del Río.
Los apuros y
urgencias de la situación no permiten a Portela discurrir ni los habituales
tratos en esta clase de encargos. Ha compuesto un Gobierno con lo que ha
podido. «Este Gobierno —explica en la declaración ministerial (31 de diciembre)
— se ha constituido en una hora de preocupación y gravedad con el fin de
realizar una obra de pacificación y de reconstrucción del país. La hostilidad
implacable entre derecha e izquierda, los rumbos exterminadores con sus
caracteres de guerra civil, que no se detienen ni ante los más altos poderes,
salvaguardados en todos los países por el respeto ciudadano, abren, más que un
interrogante, una sima ante el país y alcanzarán con sus estragos a las propias
fracciones. El vencido de hoy sería el vencedor de mañana y España no
resistiría a esta constante convulsión. Tiene, pues, el Gobierno, un contenido
político impuesto por exigencias de la realidad y que puede definirse bajo el
dictado de centro republicano que sirva de regulador y de ponderado equilibrio
en nuestra organización política.»
Gil Robles
comenta la crisis en el homenaje que le tributa 'a minoría de la C. E. D. A. en
el Hotel Ritz (30 de diciembre): «Soy más optimista que nunca; pero si no lo
fuera, me bastaría el espectáculo de la crisis de hoy para que el optimismo
inundara mi espíritu. Ha bastado que nos neguemos a ir en ciertas compañías
para que todo el edificio se derrumbe.» Sin embargo, la satisfacción no estaba
justificada. ¿Salían en verdad la C. E. D. A. y los partidos de derecha
beneficiados con el cambio de Gobierno? ¿No habían perdido una situación de
privilegio para descender a un terreno erizado de dificultades? El jefe de la
C. E. D. A. exalta los méritos de su minoría: «Calladamente, ha servido a
Gobiernos en los que no tenía fe; ha aparecido a veces como claudicante cuando
la victoria coronaba sus esfuerzos. Ha trabajado en el anónimo y ha dejado que
una sola figura se destaque.» «Para todos —afirma— no hay más salida que este
partido que simboliza a las derechas españolas.»
Desde el
Palacio de la Música Catalana le contesta Cambó pocas horas después: «El señor
Gil Robles, por falta de tiempo o por lo que sea no ha podido estudiar los
problemas económicos del país y esto explica su incapacidad para tratarlos. El
nuestro no es un movimiento epiléptico: ha sido creador de una cultura que
probablemente no conseguirán crear los que nos critican.»
La
impaciencia desborda a derechas e izquierdas en sus afanes propagandísticos.
Las primeras ganan por su dinamismo y organización. Sienten prisa por verse
constituidas cuanto antes en un frente único para reñir la batalla decisiva. El
frente único de derechas —dice Calvo Sotelo — lo exigen las masas y urge.
Gil Robles
pronuncia en una misma tarde en tres teatros de Barcelona (29 de diciembre)
inflamados discursos contra el Gobierno y en especial contra Pórtela, «puro y
simple mandatario de las logias masónicas». Calvo Sotelo y Pradera hablan en
Jaén, el conde de Rodezno en Burgos. El Bloque Nacional se dirige en un
manifiesto a la opinión pública: «La revolución — dice— ha triunfado en 1935,
logrando uno de los objetivos que se proponía en 1934, o sea la eliminación de
la C. E. D. A. de los medios ministeriales... Hoy ruge amenazadora. El marxismo
francamente revolucionario es menos peligroso que el que se disfraza de
comedimiento y democratismo. No se imagina en todo su
crudelísimo alcance las consecuencias que acarrearía un triunfo de la extrema
izquierdista... El Bloque Nacional va tras un Estado nuevo, felizmente viejo en
la Historia de España»... «Es necesaria la formación de un amplio frente
contrarrevolucionario, cimentado sobre un programa bien preciso que ha de tener
como base la substitución del texto constitucional de 1931, ya cancelado en su
virtualidad jurídica.»
* * *
Los
presupuestos del Estado son prorrogados por decreto (31 diciembre de 1935) y
cuando todos esperan la disolución de Cortes se produce la gran sorpresa con la
publicación en la Gaceta (2 de enero) de un decreto por el que se suspenden las
sesiones de Cortes durante un mes. El Gobierno necesita ese tiempo para variar las
estructuras políticas del país, dado el propósito de Pórtela de crear un
partido centro, e intervenir activamente en las elecciones, para sacar hasta
150 diputados, cifra dada en un Consejo de ministros, según certifica De Pablo
Blanco. El más indignado por el aplazamiento es Gil Robles, que desfoga su
enojo en unas declaraciones que la censura prohíbe. Dirige entonces una carta
al presidente de las Cortes: «La suspensión de sesiones por el Gobierno implica
una manifiesta violación de la Constitución vigente, que equivale a un golpe de
Estado y coloca al Presidente de la República y al Gobierno fuera de la ley.»
El presidente de las Cortes, por su parte, visita al jefe del Gobierno para
recordarle el dictamen de la Secretaría Técnica de la Cámara, que considera
ilegal la prórroga, «si bien las Cortes no se han pronunciado en asunto de tan
transcendental importancia y la mayoría de los grupos parlamentarios encuentran
justificada u oportuna la iniciativa del Gobierno». Las izquierdas callan,
porque entienden que la modificación que ha experimentado el Gobierno les
beneficia, y lejos de indignarse por el aplazamiento de la suspensión de
Cortes, la medida les complace. «Todo es perfectamente constitucional y de la
más exquisita corrección», comenta El Liberal (3 de enero).
La respuesta
inmediata al flamante decreto son dos proposiciones de ley presentadas a la
Mesa de la Cámara (2 de enero). Una suscrita por cuarenta y seis diputados del
antiguo Bloque y monárquicos, pide al presidente de las Cortes que con toda
urgencia reúna a la Diputación Permanente, a fin de que por la misma se acuerde
la convocatoria de sesiones para tramitar la petición de responsabilidad
criminal contra el jefe del Gobierno y ministros. Fundan la acusación en la
inconstitucionalidad del decreto de prórroga de los presupuestos y en la
ilegalidad del decreto que suspende las sesiones, ilegalidad declarada en el
dictamen de la Asesoría Jurídica de las Cortes. La otra proposición, suscrita
únicamente por diputados monárquicos, acusa al Presidente de la República de
haber contraído responsabilidad criminal, al refrendar los dos decretos con infracción
de la Constitución, e incidir en los delitos previstos en el artículo 151 del
Código Penal.
«Evidente,
añade la proposición es la responsabilidad criminal contraída por el Presidente
de la República, de la que no puede exonerarle el refrendo ministerial, por
cuanto el artículo 151 del Código Penal habla conjuntamente del Presidente de
la República y de los ministros al personalizar el sujeto de los delitos que
posteriormente enumera. Se impone disponer a su exacción por ley y a tal
efecto, los firmantes de la proposición, de acuerdo con lo que exige el
artículo sexto de la ley reguladora de esta responsabilidad, formulan el
proyecto de acusación y lo elevan a V. E. para que en cumplimiento de sus
deberes proceda a convocar sesión para la tramitación ordenada por la ley».
Portela
conoce la imposibilidad de acudir a la Diputación Permanente, en la que no
cuenta con un solo voto. Sin embargo, en una nota (3 de enero) alardea de
indiferencia ante «la campaña derrotista de los monárquicos, con algunas firmas
de complemento de los elementos de un solo partido republicano, pues los demás
no han alzado la voz contra la prórroga de los presupuestos, que no es acuerdo
de este Gobierno, sino del anterior». En cuanto al decreto de suspensión de
sesiones, se presta —dice — «a interpretaciones, y por lo mismo aleja y rechaza
la comisión de un delito, máxime si se ha coincidido en el parecer que más
autoridades ha reunido en su pro». «Respecto al decreto de suspensión de
sesiones, no es cosa de traer aquí todas las razones que militan para
justificar la facultad constitucional en este punto.» «Sobre si era o no más
conveniente disolver las Cortes, la elección entre dos soluciones corresponde
al Gobierno.»
No obstante,
y para demostrar su buena disposición, Pórtela declara que acudirá ante la
Diputación Permanente, para defender la legalidad de sus actos. El presidente
de las Cortes convoca a la Diputación para la tarde del 7 de enero. ¿Tiene o no
competencia la Diputación Permanente para pronunciarse sobre la acusación? Alba
y los más versados en derecho político estiman que la Diputación debe declinar
el conocimiento del asunto a favor del pleno parlamentario. Con lo cual en vez
de mejorar la situación de Portela la empeora y mucho más cuando sabe que son mayoría
los vocales de la Comisión dispuestos a pedir la urgente convocatoria de
Cortes. La amenaza es grave.
A la salida
del Consejo de ministros (6 de enero), Portela anuncia «que ha desistido de
comparecer ante la Diputación» «Me sustituirá —dice — el ministro de
Agricultura.» A continuación se entrevista con Alcalá Zamora y los dos
personajes reconocen que no se puede prolongar el peligroso juego ni bordear más
abismos. Hay que decidirse y cortar por lo sano. Pórtela sale de la visita con
el decreto de disolución, que lleva un preámbulo redactado por el Presidente de
la República .
Los decretos
simultáneos de convocatoria de elecciones y de reunión de las nuevas Cortes
señalan la fecha del 16 de febrero para la primera y del 16 de marzo para la
segunda. En virtud de otro decreto quedan restablecidas las garantías
constitucionales en todo el territorio nacional.
«No ha
habido elecciones parciales para diputados, que en todo lugar y tiempo son
signo indicador. No ha habido tampoco elecciones municipales, que en abril de
1931 dieron a la República encauzamiento y rumbo, y dos años más tarde, aunque
en reducida extensión o de segundo grado, mostraron expresiva y eficaz
advertencia. Por otra parte, actos de violencia colectiva y prevenciones
legales de la autoridad por aquéllos determinadas, han mantenido prolongada
anormalidad para la expresión serena e igualitariamente libre de la opinión
pública. Evidente la necesidad de contar con ésta, así como su alteración, sólo
de la consulta popular puede surgir su fallo. La obra legislativa,
transcendental, que en todos los órdenes se impone, requiere, a más de la
posibilidad material, harto dudosa hoy, de producirla, identificación con el
deseo conocido del país. E1 impulso legislador, obedeciendo al electoral,
siguió decidido de 1931 a 1933 en una dirección; desde esa fecha a la actual,
ha marchado con parecida decisión en sentido opuesto. La magnitud de la
oscilación alcanzada aconseja que, vista por la voluntad reflexiva de España la
distancia recorrida y la separación abierta, decida si quiere mantener su rumbo
volver a otro, moderar cualquiera o estabilizar, transigiéndolos. Por cuanto
expuesto queda, con cumplimiento de !o preceptuado en el artículo 81 de la
Constitución, en uso de la prerrogativa que me concede, aplicada por primera
vez a Cortes no investidas de potestad constituyente, y de acuerdo con el
Consejo de ministros.
«Vengo en
decretar lo siguiente:
«Artículo
único. — Quedan disueltas las primeras Cortes ordinarias de la República, y por
otro Decreto simultáneo se convoca a nuevas elecciones.
»Dado en
Madrid, a 7 de enero de 1936. — Niceto Alcalá Zamora y Torres. El presidente
del Consejo de Ministros, Manuel Pórtela Valladares.»
El propósito
de las oposiciones ha sido cortado en raíz. No habrá reunión de Cortes ni
acusación. A pesar de todo, la Diputación Permanente celebrará sesión. El
presidente de las Cortes advierte que es antirreglamentario discutir las
disposiciones firmadas por el Jefe del Estado. Pórtela califica de abuso del
Reglamento de la Cámara el intento de aquellos diputados obstinados en
reunirse. Así no es posible la vida política. «Disueltas las Cortes, la nuez
está vacía y es inútil convocarlas.» Pese a todos los pesares, diecinueve
vocales de la Diputación Permanente se congregan en una sesión encrespada y
afrentosa para la República. Los preside Alba. El oficial mayor lee los
decretos de disolución de Cortes y de convocatoria de elecciones. Miguel Maura
se expresa de este modo: «Estaba pendiente una acusación contra el Gobierno con
todos los requisitos que la Constitución exige para que sea cursada. Y cuando
está pendiente esa acusación motivada, el Presidente de la República, de
acuerdo con el del Gobierno, disuelve el Parlamento y no comparece siquiera
ante la Diputación. Y eso se hace a través de un Gobierno que no tiene más significación
que la de ser favorito del Presidente, y que está presidido por un electorero
clasificado como tal desde los tiempos más remotos, y compuesto por seis
ministros que no son diputados y por otros cuatro que, aunque lo son, no
representan a nadie. Eso es veinte veces peor que lo de la Monarquía y no tiene
nada que ver ni de cerca ni de lejos con la República.» «Frente a todo lo que
representan los partidos políticos, el Presidente de la República con un
Gobierno que está acusado ante el Parlamento y que no representa absolutamente
nada más que su voluntad disuelve el Parlamento.» «Un republicano del 14 de
abril que luchó contra la Monarquía, dice ahora aquí que esto es veinte veces
peor que aquello.» «Y esto lo dice el compañero de penas y fatigas del actual
Presidente de la República, que luchó conmigo contra todo aquello y que hoy
desde su alta magistratura ha venido a hacer bueno todo lo que la Monarquía
realizó en sus últimos tiempos.» No menos decepcionado se manifiesta el cedista Giménez Fernández: «Yo, que hice la campaña
electoral de noviembre de 1933 al grito de ¡viva la República!, me siento tan
defraudado como el señor Maura, porque están ocurriendo cosas que nunca pensé
pudiesen suceder en una República.» En su calidad de jurista «quiere dejar
sentado para cuando llegue la hora de hablar de estas cosas que esta es la
segunda suspensión de Cortes». Martínez Barrio disiente de los oradores, que a
su juicio se desbordan en sus apreciaciones, y decide retirarse. Secundan su
actitud los izquierdistas Rodríguez Pérez, Sánchez Albornoz, el esquerrista Santaló y el
nacionalista vasco Horn. En nombre de los monárquicos
Goicoechea propone que de acuerdo con el artículo 33 del Reglamento, se haga
historia de lo acontecido, para dar cuenta a las nuevas Cortes de la
proposición acusatoria presentada contra el jefe del Gobierno, el deseo de la
Diputación Permanente de convocar al Parlamento y cómo fue malogrado el
propósito por el Presidente de la República con la disolución de Cortes. El ex
ministro De Pablo Blanco comenta: «La República va muy mal. Considero que el
régimen está perdido. Preside el Gobierno un hombre que se jacta de despreciar
al Parlamento y no tiene inconveniente en proclamarlo.» Otro ex ministro cedista, Casanueva, opina en los pasillos del Congreso:
«Cuando no había más que un loco al frente de los destinos de España, podían
conllevarse las cosas, pero con dos no hay manera.»
La enemiga
contra Alcalá Zamora tiene su más ardiente pregonero en Gil Robles. «No puedo
prestar la complicidad de mi silencio —afirma en Orense (5 de enero) — a las
arbitrariedades que se cometen y que tienen su máxima representación en el
Presidente de la República.» «Se podrá decir—exclama en Vigo (6 de enero) — que
la Constitución es mala, pero es peor el Jefe de Estado, que al aplicarla la
vulnera. La suspensión por cuarenta y cinco días de las sesiones de Cortes es
un leso delito contra la Constitución.» «Dos veces han sido disueltas las
Cortes por Alcalá Zamora —manifiesta en Córdoba (12 de enero) —. Las dos ha
entregado la facultad y el resorte a los masones.»
Al día
siguiente de restablecidas las garantías constitucionales se desencadena un
furioso vendaval periodístico contra los gobernantes de la represión de octubre
y contra el Ejército y la fuerza pública, instrumentos de dicha represión.
Participan en esta ofensiva los diarios burgueses de izquierda, El Socialista,
que acaba de reaparecer y a ella se suma (3 de enero), el diario comunista
Mundo Obrero y publicaciones de idéntica filiación nacidas a favor de las
circunstancias Es una riada de prosa calumniosa para sumir en sus vorágines el
prestigio y la autoridad del Ejército, en el que se ceban las plumas con ardor
sanguinario. En contraste, se exalta el heroísmo y la abnegación de los
insurrectos. «La resistencia asturiana —escribe Mundo Obrero— fue de una
honradez intachable.» La cólera y el odio acumulados en catorce meses, al
desaparecer los diques que los contenían, se desbordan impetuosos. «Vómito
negro», lo denomina YA (10 de enero) y «disputa de procacidades y mentiras».
«El panorama que ofrece la Prensa de extrema izquierda —comenta El Sol (12 de enero)— no puede continuar. Los organismos a quienes flagela no pueden
defenderse y es dudoso pensar que acepten con pasividad todo cuanto sobre ellos
se está lanzando... Las instituciones armadas del Estado, que son la garantía
del orden en la República, no pueden estar a merced de cuatro plumas frenéticas
que las injurian, las debilitan y desmoralizan.»
«¿Se puede
consentir —pregunta Gil Robles en un mitin en Córdoba (12 de enero) — que un
Gobierno vea imperturbable cómo los periódicos de izquierda, nutridos con
detritus de alcantarilla, realicen una labor difamatoria contra el Ejército y
que un ministro de la Guerra, con documentos en su poder para esclarecer la
verdad, no defienda a ese Ejército que derramó su sangre por España?»
Pues no sólo
no lo defiende, sino que si se tercia la ocasión lo menosprecia. Como se
rumorea que en algunas guarniciones jefes y oficiales se han reunido, incitados
por la feroz campaña desatada contra el Ejército, el ministro de Agricultura,
Álvarez Mendizábal, opina que tales reuniones «tienen ínfima importancia». Y
añade: «Yo por mi parte le he dicho a Portela: Mire usted: durante la
Dictadura he intervenido en todas las conspiraciones y puedo decirle que
ninguno de los militares comprometidos cumplió su palabra. Sigo creyendo que
ahora pasa lo mismo. Es más de temer la reunión de un grupo de camareros o de
cocineras que, al fin y al cabo, representan alguna fuerza. En cambio
militares, que se comprometen para estas cosas, no creo en su eficacia.» Dos
días después (9 de enero) el ministro se lamenta «de que hubiesen sido
tergiversadas sus palabras, pues tengo de toda la oficialidad del Ejército el
elevado concepto que se merece y jamás puedo decir nada que signifique un
reproche, ni una leve desatención para ellos».
* * *
El orden
público se resquebraja y la criminalidad revolucionaria aumentan, en cuanto se
relajan las medidas excepcionales. Proliferan atentados, atracos y desórdenes
callejeros. Pistoleros comunistas asaltan (30 de noviembre) en la Plaza de la
Villa de Madrid una camioneta que transporta fondos municipales para el pago de
los haberes, se apoderan de dinero y dan muerte a un barrendero que trata de
oponerse al robo. Los atracadores, detenidos días después por la Policía,
confiesan que el dinero lo destinaban a las víctimas de la represión de
Asturias. El Tribunal de Urgencia condena a muerte a cuatro de los atracadores,
que serán indultados. En Jerez de la Frontera es asesinado un teniente de la
Guardia Civil; en Tenerife, donde los conflictos sociales degeneran en una
huelga general, los tiroteos en las calles son frecuentes y entre los muertos
que producen se cuenta un guardia de Asalto y un chófer. Los estudiantes
separatistas de Barcelona se declaran en huelga al grito de «¡Viva la
revolución de Octubre!», y colocan en la Universidad una bandera con la
estrella solitaria. En réplica, los universitarios de Madrid, Sevilla,
Salamanca, Oviedo, Santiago, Murcia y de otras ciudades, abandonan las clases y
se manifiestan al grito de «¡Viva España!». Se registran atentados sociales en
Madrid. Menudean las colisiones a tiros entre falangistas, socialistas y
comunistas en varias capitales, con muertos y heridos. Unos pistoleros asaltan
la estación de Puig (Valencia) y matan a un guardia de Asalto. Se producen
atracos en Lugo, Zaragoza, Málaga. La llegada de huérfanos de mineros
asturianos a Bilbao, Zaragoza, Madrid y otros puntos dan origen a desórdenes.
* * *
En estos
primeros días del año 1936 se celebran Consejos de guerra en Mondragón, Oviedo,
Gerona, Ciudad Real y Santander. En Madrid se ve la causa contra treinta y
cuatro jefes de milicias socialistas que intervinieron en los sucesos de
octubre de 1934. Entre los procesados figuran también los tenientes de Asalto
Máximo Moreno y José Castillo y los guardias del mismo Cuerpo José del Rey y
Miguel Gañan. El teniente Moreno es condenado a reclusión perpetua y pérdida de
empleo. Los guardias Del Rey y Gañan a doce años y un día de reclusión
temporal. Distintas condenas recaen sobre los restantes procesados.
Y ya alborea
la nueva revolución cuando todavía no se ha extinguido el rescoldo de la
anterior. Una revolución de proporciones y violencias tan grandes que ante ella
todas las conocidas serán como festivales, o juegos de niños. El Socialista (9
de enero) la describe con estas palabras: «Las derechas no saben lo que es una
revolución auténtica: tenemos esperanzas muy fundadas, consecuencia de un firme
propósito, de que algún día tendrán ocasión de comprobar que una revolución
como la que ellos invocan es algo muy distinto que el 14 de abril, que fue todo
lo contrario que una revolución. Entonces podrán apreciar hasta qué punto
estaban descaminadas al suponer que la experiencia inocente y tímida del bienio
puede ser tomada como ejemplo de revolución. La Historia viva que se escribió
tantas veces con sangre se alumbra hoy con llamaradas de la revolución rusa».
Casares Quiroga amenaza en Carballino (5 de enero): «Si triunfamos las
izquierdas, el ministro de la Gobernación tendrá que ser sordo y ciego durante
cuarenta y ocho horas».
Ramiro de
Maeztu es de los convencidos de la magnitud y ferocidad de lo que se prepara y
presiente con visión genial lo que le aguarda. «Es una indignidad —escribe (A B
C, 17 de enero) — seguir tirando bajo el peso de la misma amenaza. Ya lo he
dicho antes de ahora: ¡Que me peguen los cuatro tiros que me correspondan y se
acabó la angustia!»
Los síntomas
anunciadores de la catástrofe se multiplican. España de hecho está dividida en
dos mitades irreconciliables, separadas por fronteras electrocutantes.
La contienda electoral será el preludio de otros encuentros sangrientos y
terribles. ¿Estará España condenada para siempre a vivir bajo los signos de la
turbulencia y la anarquía? ¿Resultará cierto, como se ha dicho que la
anormalidad es el estado natural de España? ¿Será el español un contendiente
congénito que tiene negados el don de la convivencia, la facultad para el
diálogo, los derechos y deberes inherentes a la condición de ciudadano? ¿Habrá
de vivir eternamente en continua discordia y pelea? Las predicciones y
diagnósticos de Menéndez y Pelayo prevalecen con vigor inmarcesible: al español
le pierde la extremosidad ingénita de su carácter, el fanatismo de sangre y
raza y ese innato afán por reformar que en España es sinónimo de demoler.
Lo sucedido
en los dos últimos años sitúa al espectador ante una conclusión evidente: el
propósito de las derechas por consolidar una república tolerable para todos los
españoles, ha sido un intento desgraciado que ha llevado al país por los
caminos de la pura democracia inorgánica a una situación dramática y
desesperada.
CAPÍTULO 73.Gestiones frustradas para la unión de los monárquicosLA FUSIÓN
O AVENENCIA DE TRADICIONALISTAS Y MONÁRQUICOS DE ALFONSO XIII RESULTA
IMPOSIBLE. — EL REY RECHAZA EN ROMA LAS INVITACIONES QUE SE LE HACEN PARA QUE
ABDIQUE EN SU HIJO DON JUAN. — BODA EN LA CAPITAL DE ITALIA DE DON JUAN DE
BORBÓN CON DOÑA MERCEDES DE BORBÓN Y DE ORLEÁNS. — DON ALFONSO CARLOS INSTITUYE
REGENTE A SU SOBRINO DON JAVIER DE BORBÓN PARMA. — HOMENAJE EN MADRID A LOS
DIPUTADOS MONÁRQUICOS. — «NO QUEREMOS CATÁSTROFES, AUNQUE ELLAS PUDIERAN TRAER
LA MONARQUÍA.» — «HOY EL EJÉRCITO ES LA BASE DE SUSTENTACIÓN DE LA PATRIA, LA
COLUMNA VERTEBRAL, SIN LA CUAL NO SERÍA POSIBLE LA VIDA NACIONAL» (CALVO
SOTELO). — LA INVITACIÓN DE JOSÉ ANTONIO A LOS JEFES DE DERECHAS PARA FORMAR UN
FRENTE NACIONAL NO OBTIENE BUENA ACOGIDA. — FRACASADAS LAS NEGOCIACIONES CON
GIL ROBLES, LA FALANGE DECIDE PRESENTAR CANDIDATURAS PROPIAS EN ONCE
PROVINCIAS.
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