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CAPÍTULO 73.Gestiones frustradas para la unión de los monárquicosLA FUSIÓN
O AVENENCIA DE TRADICIONALISTAS Y MONÁRQUICOS DE ALFONSO XIII RESULTA
IMPOSIBLE. — EL REY RECHAZA EN ROMA LAS INVITACIONES QUE SE LE HACEN PARA QUE
ABDIQUE EN SU HIJO DON JUAN. — BODA EN LA CAPITAL DE ITALIA DE DON JUAN DE
BORBÓN CON DOÑA MERCEDES DE BORBÓN Y DE ORLEÁNS. — DON ALFONSO CARLOS INSTITUYE
REGENTE A SU SOBRINO DON JAVIER DE BORBÓN PARMA. — HOMENAJE EN MADRID A LOS
DIPUTADOS MONÁRQUICOS. — «NO QUEREMOS CATÁSTROFES, AUNQUE ELLAS PUDIERAN TRAER
LA MONARQUÍA.» — «HOY EL EJÉRCITO ES LA BASE DE SUSTENTACIÓN DE LA PATRIA, LA
COLUMNA VERTEBRAL, SIN LA CUAL NO SERÍA POSIBLE LA VIDA NACIONAL» (CALVO
SOTELO). — LA INVITACIÓN DE JOSÉ ANTONIO A LOS JEFES DE DERECHAS PARA FORMAR UN
FRENTE NACIONAL NO OBTIENE BUENA ACOGIDA. — FRACASADAS LAS NEGOCIACIONES CON
GIL ROBLES, LA FALANGE DECIDE PRESENTAR CANDIDATURAS PROPIAS EN ONCE
PROVINCIAS.
La
apertura del período electoral sorprendía a los monárquicos divididos. El
Bloque Nacional no había conseguido aglutinar a alfonsinos y tradicionalistas
con la cohesión anhelada por sus dirigentes para presentarse bajo un mando
único a reñir la batalla de las urnas.
Los
partidarios de don Alfonso XIII, concedieron importancia a una entrevista
celebrada en Puchheim (22 de agosto), residencia de
don Alfonso Carlos, por los dos jefes de las ramas dinásticas. Se creyó que ya
era un hecho la fusión de alfonsinos y tradicionalistas en el príncipe don
Juan, próximo a contraer matrimonio. Don Alfonso Carlos se apresuró a aclarar
en carta al Secretario General que la visita «ha sido puramente familiar», para
invitarle a la boda del infante don Juan, a la que no asistirla «por graves
razones».
Con tal
motivo Fal Conde en una nota, con acento acusador,
exponía las razones que hacían imposible no sólo la fusión, sino la avenencia
entre las dos ramas.
Los
tradicionalistas seguían con estricta fidelidad las orientaciones de don
Alfonso Carlos, residente en San Juan de Luz, que su Secretario General
interpretaba con severidad. El número de requetés, especialmente en Navarra,
crecía, y no había pueblo, por apartado y pequeño que fuera, sin su unidad.
Imposibilitado para actuar como jefe de aquéllos el coronel Varela, por la
estrecha vigilancia a que estaba sometido, fue designado Inspector Nacional de
Requetés (octubre de 1935) el teniente coronel Ricardo de Rada, e Inspector
Jefe de los requetés navarros el teniente coronel Alejandro Utrilla. Quedó
constituida en San Juan de Luz una Junta Suprema Militar Carlista presidida
por el general Musiera, de la que formaban parte algunos jefes militares y los
inspectores regionales de Requetés. La Junta actuaba bajo las órdenes directas
del príncipe Javier de Borbón Parma y de Fal Conde.
Como los
momentos reclamaban «orientaciones de excepcional importancia para la Causa»,
don Alfonso Carlos creyó conveniente ratificar los poderes que otorgó a Fal Conde el 3 de mayo de 1934 «e investirle de la cualidad
de Jefe Delegado mío en España». A la vez instituye (20 de diciembre) el
Consejo de la Comunión Tradicionalista, formado por Esteban Bilbao Eguía,
Lorenzo María Oller, Manuel Señante, Luis Hernando de Larramendi, José María Lamamié de Clairac, «los que bajo
la Presidencia de mi Jefe Delegado constituyen, a mis órdenes, la superior
categoría de la misma». No figuraba en el Consejo ningún tradicionalista
navarro, y en esta ausencia descubrían los mejor enterados una desavenencia
entre Fal Conde, que gozaba del máximo favor del
anciano don Alfonso Carlos, y los personajes más influyentes y autorizados del
carlismo en Navarra.
La boda
del príncipe don Juan de Borbón, hijo de don Alfonso XIII y de doña Victoria de Battenberg, con la infanta doña María de las
Mercedes, hija del infante don Carlos de Borbón-Dos Sicilias y de la infanta
doña Luisa de Orleáns, se celebró el 12 de octubre de 1935 en la Basílica de
Santa María de los Ángeles, de Roma, y fue bendecida por el Arzobispo de
Florencia. Cinco mil españoles se trasladaron a la capital de Italia para
asistir al acto. Representantes de las realezas reinantes, príncipes e infantes,
una brillante selección de la grandeza, ex ministros y leales, se asociaron a
la fiesta, más emocionante y nostálgica que alegre.
Los
primates españoles coincidentes en Roma estimaron que era oportuno discutir
sobre el futuro de la Monarquía. El acontecimiento nupcial ofrecía excelente
ocasión para que el Rey abdicara en su hijo, lo cual suprimiría obstáculos y
facilitaría el entendimiento entre los monárquicos. Enterado el Rey de que se
aireaban tales propósitos, se expresó del siguiente modo: «Me he visto en la
necesidad de cortar la tendencia que trata de estimularme a la abdicación,
explotando el nombre de Juan como si fuera el rival mío o alentando una
rebeldía que en el caso de mi hijo no se dará nunca. Yo no dudo de las buenas
intenciones de los que exaltan al príncipe, pero creo que antes deben pensar en
sus deberes con el Rey y con la justicia que creo merecer de España. Repito que
el primer día que llegue al Palacio de Oriente no me opondré a firmar el acta
de abdicación. Pero antes de ese momento no lo haré, porque el fundamento de la
paz y del bien de España radica en la reivindicación que se me debe, y la
reivindicación será la vuelta al Trono, que transmitiré inmediatamente a Juan
con alma, vida y corazón».
Abordó
también don Alfonso XIII el tema de la fusión de las dos ramas monárquicas:
«Los tradicionalistas conscientes, serenos y con el pensamiento puesto en la
defensa de su ideal, que hoy no difieren substancialmente del nuestro en el
orden de la futura Monarquía, saben mejor que nadie lo que hablamos don Jaime y
yo en París y en Fontainebleau en 1931, y la absoluta identificación y
cordialidad que mantuvimos en nuestras conversaciones. En último extremo, el
día que muera don Alfonso Carlos no hay más heredero directo que yo, y con
arreglo a su propia teoría de la legitimidad, la dinastía española tendrá un
solo tronco y no dos ramas rivales. En este caso, incluso para ellos, si son
lógicos y consecuentes, el Rey seré yo, e igualmente jefe de la Casa de Borbón.
Por tanto, el príncipe en estos momentos no podría dar solución al problema. Y
yo estoy seguro de que los hombres responsables del tradicionalismo saben
apreciar y hacer justicia a mis sacrificios si verdaderamente han seguido con
atención mis pasos, antes y ahora».
No pocos
tradicionalistas, algunos muy significados —al frente de los cuales figuraba el
conde de Rodezno, de gran autoridad en el carlismo navarro — aceptaban la
teoría expuesta por don Alfonso XIII de que la escisión dinástica quedaría
resuelta a la muerte de don Alfonso Carlos. Pero no todos admitían semejante
supuesto, porque «la usurpación de derechos por parte de los sucesores de
Fernando VII no había prescrito, sino que, por el contrario, la parte que se
consideró despojada del derecho luchó por reivindicarlo con las armas en la
mano en largas y cruentas guerras».
Éste era
criterio irreductible del Jefe Delegado y de los componentes del Consejo de la
Comunión Tradicionalista, los cuales propusieron a don Alfonso Carlos que para
zanjar esta cuestión designara regente del Reino a su sobrino el príncipe don
Javier de Borbón Parma. Aceptada la idea, Luis Hernando de Larramendi redactó
un documento que se hizo público el 23 de enero de 1936.
Muchos
carlistas no aceptaron esta designación, fundándose en que don Alfonso Carlos
carecía de prerrogativas para hacerla, máxime cuando el designado no era
español. Se olvidaban las razones de la Ley Sálica, para fundarse únicamente en
motivos sentimentales y políticos, con el natural quebranto de la unidad de los
monárquicos, en un momento en que la revolución avanzaba. Pero la situación
dramática del país no permitía dedicar mucha atención a estas discusiones, a
todas luces bizantinas en aquellas circunstancias.
* * *
La prueba
de la buena disposición de las masas para una inteligencia se había dado pocos
días antes (12 de enero) con un grandioso homenaje en Madrid
a las minorías monárquicas, por iniciativa de la Agrupación Regional de
Derechas de Santander. Mítines simultáneos en el cine Monumental y en el
teatro de la Zarzuela y banquetes en tres grandes hoteles, con cinco mil
comensales. Discursos violentos contra la República de Pradera, Calvo Sotelo,
Conde de Rodezno, Goicoechea, Luca de Tena, Albiñana, Sáinz Rodríguez, Lamamié de Clairac y Fal Conde. Ninguna discrepancia, entusiasmo, ovaciones
encendidas. Fue Calvo Sotelo, de todos los oradores, el que con más precisión
presentó los planes del presente y futuro, con palabras impregnadas de negros
presentimientos. «No queremos la catástrofe, exclama, aunque ella pudiera traer
la Monarquía. Nuestros ensueños monárquicos no consienten que el Trono se cimente
sobre regueros de sangre y montones de escombros. No. La Monarquía que volverá
a España, cuando Dios lo quiera y nosotros lo consigamos, ha de construirse
sobre los pilares graníticos y solidísimos de un Estado nuevo, integrador,
autoritario y corporativo, y sólo entonces, cuando se le pueda ofrecer un solio
de gloria y de grandeza, quisiéramos ver la corona, rematada por la Cruz,
ciñendo las sienes de esa augusta matrona que se llama España.
«Queremos
la unión de las derechas con dos condiciones: primera, que no se limite a las
urnas; segunda, que la unión se haga con dignidad para todos. Que se nos
respete la fuerza que equitativa y proporcionalmente nos pertenece, por haberla
adquirido a pulso. No pedimos limosnas, pero tampoco admitiremos expoliaciones.
Se
predica por algunos la obediencia a la legalidad republicana; mas cuando la
legalidad se emplea contra la Patria y es conculcada en las alturas, no es que
sobre la obediencia, es que se impone la desobediencia, conforme a nuestra
doctrina católica, desde Santo Tomás al Padre Mariana. No faltará quien
sorprenda en estas palabras una invocación indirecta a la fuerza. Pues bien.
Sí, la hay... Una gran parte del pueblo español, desdichadamente una
grandísima parte, piensa en la fuerza para implantar el imperio de la barbarie
y de la anarquía. Su fe y su ilusión es la fuerza proletaria, primero, y la
dictadura, después. Pues bien: para que la Sociedad realice una defensa eficaz,
necesita apelar también a la fuerza. ¿A cuál? A la orgánica: a la fuerza
militar puesta al servicio del Estado. La fuerza de las armas, ha dicho Ortega
y Gasset, y nadie recusará este testimonio, no es fuerza bruta, sino fuerza
espiritual. Y aún agrega que el honor de un pueblo está vinculado al de su
Ejército... Cuando las naciones vivían la etapa venturosa de las grandes
unanimidades, el Ejército era un mero complemento fundamental para la lucha
exterior solamente; pero hoy, minadas por las grandes discordias —la social, la
económica, la separatista—, necesitan un Estado fuerte, y no existe Estado
fuerte sin Ejército poderoso. Me dirán algunos que soy militarista. No lo soy,
pero no me importa que lo digan. Prefiero ser militarista a ser masón, a ser
marxista, a ser separatista e incluso a ser progresista. Dirán otros que hablo
en pretoriano. Tampoco me importa. Prefiero ser pretoriano con riesgo de
milicia, a serlo con sordidez leguleya del Alcubilla. Hoy el Ejército es la
base de sustentación de la Patria. Ha subido de la categoría de brazo ejecutor,
ciego, sordo y mudo a la de columna vertebral, sin la cual no es posible la
vida. Como no se concebiría la de España, si el 6 de octubre no la hubiese
salvado un Ejército en que la ponzoña política y masónica no había extinguido
del todo los brotes sobrehumanos del patriotismo y la espiritualidad. Cuando
las hordas rojas del comunismo avanzan, sólo se concibe un freno: la fuerza del
Estado y la transfusión de las virtudes militares —obediencia, disciplina y
jerarquía— a la sociedad misma, para que ellas desalojen los fermentos
malsanos que ha sembrado el marxismo. Por eso invoco al Ejército y pido al
patriotismo que lo impulse.
Los
pueblos que cada dos o tres años discuten su existencia, su tradición, sus
instituciones fundamentales, no pueden prosperar. Viven predestinados a la
indigencia. Por eso hemos de procurar a toda costa que estas elecciones sean
las últimas. Lo serán si triunfan las izquierdas, ya lo dicen ellas sin rebozo.
Pues, hagan eso mismo las derechas, hasta que, saneado el ambiente y el
sistema, sea factible una apelación al sufragio. Nosotros queremos que suceda
al Parlamento anterior, que ha sido el de la pausa, un Parlamento que sea el de
la prisa.
Si
triunfan las izquierdas, se la darán ellas: si triunfamos nosotros, démosnosla también, sin perder un solo día... ¿Cómo? En
primer término declarando constituyentes las próximas Cortes. Lo serán sin
duda, porque ha muerto ya la Constitución asesinada por sus autores. Las Cortes
venideras deberán sustituir totalmente la Constitución sin sujetarse a ninguna
rémora. Fijaos bien en esto, que es básico. Si los que dicen que procede al
revisión constitucional han de atenerse al artículo 125, por el que tal revisión
exige la autodisolución del Parlamento, será imposible iniciarla. Por eso
tenemos interés en afirmar el carácter constituyente de esas futuras Cortes,
que, por serlo, no tropezarán con freno alguno, ni traba, ni obstáculo en los
actuales Poderes de la República.»
El
discurso de Calvo Sotelo fue el más resonante de cuantos pronunciaron los
oradores monárquicos en la campaña electoral de Madrid. «Idéntica importancia
que para las derechas —comentaba «El Socialista», (13 de enero) — van a tener
las elecciones para nosotros. Cabe, pues, que nosotros digamos: 1936, año
revolucionario. Victoriosas las izquierdas, nada se opondrá a que el 1936 sirva
para dar comienzo a la revolución que no llegó a producirse al desmoronarse el
régimen monárquico y amanecer el republicano.»
* * *
La
invitación de José Antonio, en su discurso del Cine Madrid, en favor de un
Frente Nacional de carácter electoral, no tuvo acogida en los grupos de
derechas. Éstos guardaron silencio. La Falange quedaría sola y a merced de sus
propios medios en la lucha electoral que se avecinaba. Se reconocía y elogiaba
el espíritu disciplinado y heroico de sus afiliados, la simpatía que
despertaban en una extensa zona de la opinión, pero se valoraba en muy poco su
influencia en el censo electoral, única que contaba en las urnas. Por otra
parte, unirse con la Falange equivalía a pactar con el fascismo, ya que las
izquierdas confundían en una misma condenación los dos títulos, y todo
calificado de fascista atraía sobre su cabeza la cólera fulminadora de la
revolución.
La
Falange condicionaba en un artículo atribuido a José Antonio, publicado en
Arriba (19 de diciembre) su participación en el Frente «a que se le diera
puesto con plena dignidad y consideración entera a su calidad de Movimiento
total, constituido de arriba abajo, con doctrina, estructura y disciplina
propias». No hubo necesidad de discutir estas condiciones. «Ninguna fuerza, se
decía en una nota (12 de enero) ha hecho suya la idea de Frente Nacional, ni ha
iniciado con Falange negociación alguna». Anunciaba también que participaría en
las elecciones con candidaturas propias en Madrid y en dieciocho provincias.
José Antonio reanudó con mayor aliento la propaganda, que había iniciado en
Sevilla (23 de diciembre) con un mitin en el Frontón Betis. «Cien mítines,
exclamaba, tienen lugar en el día de hoy; el tema en todos ellos será el de las
elecciones. Falange no tiene nada que decir respecto a ellas y hay algo que nos
interesa más: que no tenemos España. Mientras se prepara la más vieja máquina
del Poder desde Gobernación, para sacar una mayoría adelante, nosotros
gritamos: devolvednos a España.»
Y
continuó de este modo: «Muchos de nosotros saldremos perdiendo muchísimo,
saldremos acaso perdiendo todo el día en que triunfe nuestra revolución y, sin
embargo, la queremos, porque sabemos que no nos sirve de nada conservar unos
años más una situación de privilegio, si perdemos a España.» «Nosotros, que
hemos andado a tiros por las calles, que acaso seguiremos a tiros, que
tendremos que caer y hacer caer a otros, y no hemos rechazado nunca una lucha
de frente, no nos importa en esta mañana de domingo ser los primeros en pedir
el indulto de Jerónimo Misa».
La
campaña falangista de Madrid se clausuró con dos mítines (2 de febrero)
celebrados simultáneamente en los cines Europa y Padilla, en los que hablaron
Fernández Cuesta, Ruiz de Alda, Sánchez Mazas y José Antonio. Los discursos se
transmitieron por micrófono. «La Falange, anunció, no acatará el resultado
electoral. Si el resultado de las elecciones es contrario, peligrosamente
contrario a los eternos destinos de España, la Falange relegará con sus fuerzas
las actas de escrutinio al último lugar del menosprecio. Si después del
escrutinio, triunfantes o vencidos, quieren otra vez los enemigos de España,
los representantes de un sentido material que a España contradice, asaltar el
Poder, entonces otra vez la Falange, sin fanfarronadas, pero sin desmayo, estaría
en su puesto como hace dos años, como ayer, como siempre.»
La Junta
Política de Falange publicó un manifiesto electoral (12 de enero) debido a la
pluma de su Jefe. «Esta coyuntura electoral, decía, no representa para nosotros
sino una etapa. Confiamos en que una vez vencida nos quedaremos solos en la
empresa. Pero solos o acompañados, mientras Dios nos dé fuerzas, seguiremos sin
soberbia ni decaimiento, con el alma tranquila en menester artesano y
militante.»
Durante
el período electoral, José Antonio se entrevistó varias veces con Gil Robles,
el cual le ofreció incluir en las coaliciones de derechas a cierto número de
falangistas. Mas pasaban los días sin que la promesa se cumpliese. La Falange
decidió presentar candidaturas propias en once provincias. José Antonio habló
en casi todas ellas. La esperanza puesta en Cádiz, por donde José Antonio salió
triunfante en las elecciones del año 1933, falló por una campaña de
resentimientos locales, basada en la acusación de que no había hecho nada por
la provincia durante su mandato en Cortes.
El viaje
de regreso de Cádiz a Madrid (15 de enero) lo hace el jefe de Falange con
Francisco Bravo. «Vamos solos a la lucha —le confiesa— y no sacaremos ni un
acta. No ha sido posible.» Ironiza sobre las consecuencias electorales y sus
palabras tienen un dejo de amargura: «Ya verás cómo salimos ganando, si la
persecución nos pilla a la intemperie... Si Azaña vuelve al Poder, como ahora
parece evidente, nos van a cazar como a perros...»
CAPÍTULO 74EL FRENTE POPULAR HECHURA DE LA INTERNACIONAL COMUNISTA
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