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CAPÍTULO 68

EL «STRAPERLO», UN ESCÁNDALO QUE CONMUEVE LA VIDA POLÍTICA

 

Una nota entregada a la Prensa (19 de octubre) en la secretaría particular del Presidente del Consejo dice: «Ha llegado oficialmente a poder del Gobierno una denuncia suscrita por un extranjero, cuya personalidad no consta de un modo auténtico en España, en la que se formulan acusaciones contra determinadas personas por supuestas irregularidades cometidas con ocasión del ejercicio de funciones públicas. El Gobierno ha trasladado de oficio esta denuncia al fiscal, con el propósito de que se practique la más amplia y escrupulosa investigación».

Lo impreciso de la nota levanta gran polvareda y estruendo y contribuye a difundir más un rumor desorbitado por la imaginación popular sobre un escándalo a propósito de la concesión de permisos de juego, en el que se supone complicados a ministros y altos funcionarios del Gobierno.

El asunto se inicia con una carta fechada en La Haya el 30 de junio de 1935, dirigida a Lerroux y firmada por David Strauss (77), en la que éste le ofrece enterarle de un asunto «que le interesa muchísimo», para lo cual le pide las señas de su domicilio a vuelta de correo. Se trata —dice la carta — «de las gestiones hechas por el actual Gobierno respecto a la concesión que me diese para el juego en San Sebastián y Mallorca». «El asunto — añade— es de suma importancia, sobre todo para Azaña, y por lo mismo quisiera ponerme de acuerdo con usted.» No está claro si Lerroux contestó o no al requerimiento, pero el caso es que al referirse aquél al suceso en La pequeña historia refiere que un día recibió un sobre voluminoso procedente del extranjero, y en un escrito firmado por Strauss se le denunciaba «que persona de mi apellido y familia, y otras de mi amistad, habían estado en relación con él para tratar de poner en explotación un aparato de juego, en el cual, afirmaba el inventor, se sustituía el azar y actuaba solamente el cálculo; que después de viajes, gestiones y gastos cuantiosos le habían abandonado sin conseguir la autorización necesaria para la explotación y sin cumplir el compromiso de indemnizarle» «Requería mi intervención para que yo les obligase a la indemnización de los perjuicios y a reembolsarle los gastos, señalando una crecida cantidad de florines o pesetas.»

«¡A buena parte venían!, exclama Lerroux. En primer lugar que no vi en el asunto, luego de la información practicada, más que una imprudente ligereza sin importancia. En segundo lugar, que yo no he sido nunca sujeto fácil para domadores.»

* * *

David Strauss, autor de las cartas, es un judío holandés, aventurero, empresario de casas de juego, nacionalizado en Méjico y asociado a otro judío también echado a la criba, llamado Perlo, para explotar una ruleta eléctrica de su invención denominada Straperlo —nombre formado por conjunción de las sílabas de los dos apellidos—. El aparato era muy propio para juegos de sociedad y habilidad al margen del albur, «por cuanto que en él influían las condiciones particulares del operador, en especial la vista, la rapidez en el cálculo, la memoria retentiva y la serenidad». Strauss experimentó la ruleta en Schevellingen, playa cercana a La Haya, con mucho provecho personal y disgusto de las autoridades, que le expulsaron del país. Se trasladó a Barcelona a fines de 1933, con un lucido cortejo en el que figuraba el campeón de boxeo Schmelling y su esposa, la artista Anny Ondra. Logró ser recibido por el alcalde de la Ciudad Condal, Carlos Pi y Suñer, y por el presidente de la Generalidad, Companys, y hacer una exhibición de su ruleta en el Casino de Sitges, y aunque a todos impresionó la novedad y exactitud de la máquina, no se decidieron a autorizar su explotación. Pasado algún tiempo, Strauss se trasladó a Madrid con el propósito de buscar nuevos horizontes para su negocio.

De las gestiones con personajes del partido radical y del dinero gastado en preparativos y sobornos, habla Strauss en las cartas remitidas a Lerroux. Al no obtener contestación insiste en su empeño por otros caminos. Confía el asunto al abogado de París Henri Torres, el cual envía a Madrid a un pasante de su despacho, para que éste a su vez por mediación de otro abogado que trabajó con Lerroux proponga a éste «que para evitar el escándalo de una reclamación por vía judicial, le abone a Strauss no sé cuántos cientos miles de francos. La denuncia iba acompañada de una colección de documentos copiados, fotografiados y originales». Lerroux rechaza los papeles y desprecia al chantajista.

Entonces Strauss se dirige a Martín Luis Guzmán, mejicano, amigo íntimo de Azaña, ex gerente de El Sol, y le ofrece los documentos referentes a sus tratos con personajes radicales. Esta vez da en la diana. Martín Luis Guzmán le contesta (15 de julio): «Mucho interés político tiene, en verdad, el asunto que me propone, y nosotros le acogeríamos desde luego, a condición de quedar a nuestro arbitrio la elección del momento en que sea oportuno hacer uso de la información. Si está usted de acuerdo con esto, fijaremos en seguida los detalles de la entrevista de que me habla».

Lerroux afirma que la intriga del straperlo se engendra en el extranjero entre Strauss, Prieto, Azaña, Martín Luis Guzmán, «un gran amigo y admirador de Azaña, que le sirvió para varios menesteres», y «un consejero de Estado que disfrutaba de la intimidad y confianza de Don Niceto». Es cierto que por aquellos días Indalecio Prieto abandona París y se traslada a Ostende, donde permanece una larga temporada.

Por dos veces en el curso del despacho como jefe del Gobierno con el Presidente de la República, habla éste a Lerroux con reticencia de la denuncia que ha recibido y del escándalo que se fragua, puesto que Strauss, sin duda aconsejado, ha resuelto poner el asunto en manos del Jefe del Estado. «Don Alejandro me decía, —en versión de Lerroux —, note usted que cualquiera de estas tardes puede levantarse un diputado en   el Congreso y formular una pregunta o plantear una interpelación sobre el caso. ¿Y qué?, le replicaba yo. A la pregunta se contestará como proceda. Se accederá a la interpelación cuando el asunto haya tomado estado oficial.» «Ante mi actitud no reacciona en ningún sentido ni toma resolución alguna».

Pasando el Presidente de la República revista a las tropas de la guarnición en la Castellana (12 de octubre), en compañía del ministro de la Guerra, le dijo a éste, «misteriosamente, que había un asunto muy grave, y que fuéramos —cuenta Gil Robles— aquella noche a su casa Chapaprieta, Martínez de Velasco, Melquíades Álvarez y yo, sin que Lerroux lo supiera. En la reunión nos contó con grandes aspavientos lo que sabía, y a duras penas logramos que por una mínima lealtad enterara de ello a don Alejandro». Los jefes de las minorías acuerdan, después de cambiar impresiones, aconsejar al Presidente de la República que les envíe los documentos para su estudio, como así lo hace. Una vez la denuncia en poder del jefe del Gobierno, éste en compañía de Gil Robles visita a Lerroux para informarle de que el Presidente ha entregado oficialmente los documentos. En Consejo de ministros (18 de octubre) Chapaprieta declara saber que va a ser interpelado sobre el asunto Strauss y temiendo se le acuse de haber retenido indebidamente en su poder la denuncia, ha resuelto pasarla a los Tribunales. También propone la publicación de una nota para informar a la opinión de que así se ha hecho.

* * *

Y el straperlo estalla en las Cortes (22 de octubre). El radical Pérez Madrigal ruega al presidente del Consejo diga quién es el denunciante y de qué medio se ha valido para elevar su denuncia hasta el Gobierno. El monárquico Goicoechea pregunta qué significa la nota y qué valor se concede a su contenido. El presidente del Consejo explica cómo recibió el Presidente de la República una carta, documentos y fotocopias, de los cuales dio conocimiento y puso a disposición del Gobierno, el cual los ha pasado al Fiscal. El remitente de dichos papeles «es un señor totalmente desconocido». «El partido radical —afirma Pérez Madrigal — no puede soportar ni un momento más los efectos de esa nota que lleva el corrosivo veneno de la difamación contra unos hombres que han prestado servicios eminentes a la República.» «¿Es que el Jefe del Estado no se percata de la trascendencia que puede tener ser portador de las infamias, de las calumnias de un desconocido, de un chantajista internacional?»

Goicoechea pregunta: «Si se tratase de una denuncia poco razonable o no suficientemente justificada, ¿la hubiera entregado el Jefe del Estado para que fuera origen de actuaciones gubernativas y en su día de actuaciones judiciales? Sería necesario que una Comisión parlamentaria se encargara de esclarecer si existe o no motivo para el desprestigio y para crear la atmósfera de inmoralidad y de corrupción que indudablemente con protesta de la opinión, rodea a muchos de los que han ejercido funciones públicas.» «Bendigo el honesto apartamiento en que nos hemos colocado y que nos permite no mancharnos, no ya con el contacto directo, sino ni siquiera con el forzado repugnante encubrimiento de tales impurezas.»

De imprudentes y precipitadas califica Chapaprieta las palabras del diputado monárquico. Y añade: «El Gobierno acepta que se abra inmediatamente esa información parlamentaria, con la condición de que actúe con toda rapidez.» «El Presidente de la República cumplió lisa y llanamente su deber y el Gobierno ha hecho lo que tenía que hacer.»

En este asunto, afirma Miguel Maura, está en juego el honor de la República, del régimen y el de esta Cámara. ¿Por qué no se dice en qué consiste la acusación? La conoce toda España, la conocen todos los diputados. ¿Por qué se ha de silenciar aquí? «Después que los hechos y los nombres sean conocidos, quisiera saber quién podría afirmar en el banco azul que la depuración de esos hechos iba a poderse hacer imparcial y serenamente con los mismos hombres que hoy están sentados en él como jueces y como partes.»

Al Gobierno se le ofrecían dos caminos, explica Gil Robles. El primero llevar el asunto a los Tribunales para que investiguen lo que puede haber de verdad en la denuncia; existe otro, el que pedía el señor Goicoechea y que cuenta también con nuestra plena aquiescencia; que venga el asunto a la Cámara para que se nombre una Comisión parlamentaria en cuyas manos quedará la denuncia y la prueba. ¿Cuál de estos caminos quiere seguir la Cámara? «Con el fin de aclarar más las cosas, diré que la denuncia se refiere a supuestas irregularidades, con respecto a una concesión de juego en San Sebastián y no sé si en toda España durante el verano de 1934.» La denuncia ha sido formulada «por un aventurero internacional, estafador y chantajista, expulsado de varios países y que ha tenido relación más o menos directa con personas que en aquel año ejercían funciones públicas y con otras que tenían amistad o parentesco con quienes no sé si las ejercían o no entonces». «Estamos a la disposición de quien quiera aportar no sólo su interés de investigador, sino incluso su pasión política, al esclarecimiento total de los sucesos.» Recuerda Gil Robles que en las Cortes Constituyentes denunció irregularidades en un contrato de tabacos atribuibles a Prieto, ministro del Gobierno Azaña entonces en el Poder. Pidió el nombramiento de una Comisión parlamentaria y Azaña dijo que si se aceptaba la idea no seguiría un momento más en el banco azul, porque cualquiera que fuese el alcance de las acusaciones, el voto de la Cámara daba por liquidado el asunto. El jefe de la C. E. D. A. no quiere invocar este precedente.

El izquierdista Barcia responde que dicho precedente no serviría, puesto que Azaña no admitió siquiera la posibilidad de inculpación. Yo esperaría —opina Cambó— el dictamen del Fiscal, que dirá si hay verosimilitud de delito, y en tal caso debe nombrarse un juez que apreciará responsabilidades para personas que puedan y deban ser acusadas por la Cámara.

En medio de gran expectación, Lerroux afirma: «Nos hallamos en presencia de una gran intriga política. Deseo que cuanto antes se esclarezca este asunto.» «¿Qué decir de aquellas personas que a sabiendas de que el denunciante no es una persona regular se han puesto en relación con él?» y a continuación da lectura a las cartas de Strauss y de Martín Luis Guzmán a las que hemos hecho referencia.

A partir de este momento se entabla una verdadera lucha entre Barcia y Goicoechea y el ministro de la Guerra, interesados los dos primeros unas veces en solidarizar a los ministros de la C. E. D. A. con los supuestos delincuentes, y otras en aislarlos, mediante la ruptura del bloque gubernamental. ¿Solidaridad con lo que no está esclarecido?, pregunta Gil Robles. ¡De ninguna manera! Los presuntos acusados tampoco me lo consentirían. «Eso equivaldría a convertir la mayoría en un Jordán que lavará posibles faltas o en un veto que taparía determinadas responsabilidades. Eso, jamás.»

Una vez constituida la Comisión especial que debe entender en el asunto (87) recibe toda la documentación de la denuncia. Strauss de manos del ministro de Justicia, designa presidente a Arranz y comienza su trabajo. Con tanta diligencia y afán acomete la Comisión la labor, que el dictamen queda terminado en la madrugada del 26 de octubre y al mediodía lo publica El Debate en una edición especial, para satisfacer la voraz curiosidad del público.

* * *

El dictamen muy extenso, de unas trece mil palabras, es un relato de las truhanerías de una banda de picaros moviéndose en grandes hoteles, casinos, antesalas de ministerios y gobiernos civiles. Algunos de los personajes ejercen cargos importantes, los más son familiares, merodeadores o simples perillanes que cotizan supuestas influencias para la obtención de unos permisos de juego que harían la fortuna del judío holandés Strauss, dispuesto, según dice, a repartir las ganancias con los tunantes asociados a su empresa. Las negociaciones se prolongan meses y meses, en busca del anhelado permiso, siempre al alcance de la mano, pero que no llega nunca.

La historia empieza en mayo de 1934 con la aparición en Barcelona del aventurero Strauss. El propietario del teatro Olimpia, Joaquín Gasa, le presenta al entonces subsecretario de la Marina Mercante, el radical Pich y Pon. En cuanto éste conoce el maravilloso funcionamiento de la ruleta, encarga al citado Gasa y al boxeador Paulino Uzcudum que gestionen su instalación para ser ensayada en un salón del Hotel Ritz. Pich y Pon considera fácil la consecución de los permisos, siempre que se cuente con dinero en abundancia. Y el tahúr sin perder tiempo marcha a Holanda a buscarlo. Al regreso, Pich y Pon le presenta a Aurelio Lerroux, sobrino e hijo adoptivo del jefe radical y al oficial del Ejército Galante. El primero asegura que obtendrá lo que se proponga con su influencia decisiva cerca de su padre adoptivo y del ministro de la Gobernación Salazar Alonso. Pero sin dividas no habrá gestión fructuosa: cien mil pesetas al ministro, cincuenta mil al subsecretario y trescientas o cuatrocientas mil a Pich y Pon para su distribución entre funcionarios. Galante sobornará al director general de Seguridad, Valdivia. Habrá dinero para todos: para los periodistas y para los que integran las Comisiones técnicas que han de informar sobre las excelencias de la máquina. De cuidar la parte relacionada con algunos diarios se encarga el periodista Santiago Vinardell. Para la explotación del negocio se constituye una sociedad, cuya escritura se redacta en las oficinas de Pich y Pon en Barcelona, y pocos días después en la casa de Lerroux, de San Rafael, se determina el porcentaje en el reparto de beneficios. Las perspectivas del negocio son prometedoras, por eso el holandés aguanta la lluvia incesante de sablazos de sus voraces socios, esperando resarcirse pronto y con creces, A fin de disipar las úl­timas dudas, la ruleta es transportada al despacho del subsecretario de la Gobernación, Benzo, y en presencia del ministro y de varios socios funciona y todos se admiran de la precisión. Sin embargo, el permiso no llega, porque el ministro de la Gobernación se niega a concederlo sin el consentimiento del presidente del Consejo, Samper. Pero ahí está Aurelio Lerroux para solucionar la dificultad con la ayuda de Sigfrido Blasco, hijo del novelista Blasco Ibáñez, que obtendrá del jefe del Gobierno lo que le pida. Aurelio Lerroux, que dispara con pólvora ajena, promete a Blasco medio millón de pesetas en cuanto obtenga el consentimiento. Por un escrúpulo de conciencia, entiende Blasco que el dinero debe ser para Samper, y consultado Lerroux, padre, considera excesiva la cantidad y cree que debe ser repartida también con Salazar Alonso.

Pasan los días. Los socios se dispersan, viajan, se transmiten por teléfono impresiones optimistas. Aurelio Lerroux regala un reloj de oro de 2.800 pesetas a su padre, y otro a Salazar Alonso. Las facturas las paga el judío. Y, por fin, llega el permiso. Es para San Sebastián y allá se van Strauss, Aurelio Lerroux y Galante. Es agosto de 1934. El judío arrienda el viejo Casino, dispone su limpieza y decoración, llama a sus mesnadas de crupiers belgas, contrata artistas, músicos y empleados, alquila libreas para vestir a los criados y autobús es para el transporte de invitados desde la frontera. En este momento Aurelio Lerroux llama con urgencia al judío y le exige la entrega de las 400.000 pesetas para que Blasco se las lleve a Samper, que «está furioso, y de no recibir dinero no habrá ruleta». Strauss en la capital de España se enreda en discusiones interminables; suplica, gime, dice que está arruinado y consigue que los demandantes esperen. Vuelve a San Sebastián. A las seis y media de la tarde (12 de septiembre de 1934) abre el Casino sus puertas. Concurrencia elegante y vistosa: mil cien invitados. Tres horas después, en pleno sarao, irrumpe la policía pistola en mano y acercándose a las mesas ordena la suspensión del juego y la clausura del Casino. La catástrofe para Strauss. Cuando se lamenta de lo sucedido ante Aurelio Lerroux, éste le calma y le promete que todo se arreglará. La crisis está próxima y de ella saldrá su padre jefe de Gobierno y reglamentará el juego. El judío se conforma. Aurelio proyecta para el futuro: excluirá a Blasco del negocio, que se regirá por otro contrato redactado por Gumersindo Rico, director general de la Telefónica, en el cual se rebaja la participación de Pich y Pon del 50 al cinco por ciento. La gran dificultad estriba en conformar a Rocha, a quien Pich y Pon le había prometido la mitad de los beneficios que éste percibiera. No sin gran trabajo se logra convencerle.

Una vez arregladas así las cosas, Aurelio Lerroux propone a Strauss llevar el negocio a Mallorca, concretamente al hotel Formentor, que pasa por una situación muy crítica. El judío se instala en Palma, se entrevista con personas de la localidad y prepara el ambiente. Ya es jefe de Gobierno Lerroux y ministro de la Gobernación Eloy Vaquero. El sobrino de Lerroux ve ahora el camino más fácil, pues lo arreglará todo con su padre y con el ministro de la Gobernación. Para esto es indispensable manejar una masa considerable de dinero, a fin de ganar la voluntad de los personajes claves: 25.000 pesetas, que Aurelio consiguió extraer al judío para premiar a Benzo, el cual obtendría del ministro el soñado permiso. En efecto, ahora las cosas marchan. El gobernador de Palma manifiesta que ha recibido orden formal y precisa del ministro y del subsecretario de la Gobernación de autorizar el juego en Formentor. El holandés se muestra satisfecho y feliz. Llama a crupiers de Bruselas, Barcelona y Madrid, ordena el inmediato envío de accesorios de juego. Una pequeña sombra: el gobernador opina que habrá que contar con las autoridades militares, porque España vive en estado de guerra como consecuencia de los sucesos de Octubre. El judío se desespera y lo abandona todo, pero a las dos semanas se reanima, porque la concesión es un hecho. Las autoridades militares no intervienen en estos asuntos. El straperlo funciona con gran éxito en el hotel Formentor. A los ocho días nueva desgracia: el gobernador suspende el juego por orden de Madrid y esta vez el fracaso es definitivo. Strauss grita, amenaza, conjura y consigue que Benzo le devuelva las 25.000 pesetas y Aurelio Lerroux 50.000, que había recibido como adelanto.

La sociedad se disuelve y los socios desaparecen. Strauss vuelve a Bruselas. Reúne y ordena cauteloso cartas, contratos, oficios, recibos, y facturas que conserva del embrollado negocio, y orientado por guías expertos, interesados en el descrédito del partido radical y del Gobierno, escribe la historia de su aventura en España y la envía al Presidente de la República, «para que usted tenga la bondad de ver que se me haga justicia». «Los personajes —dice— que intervinieron en este asunto así como el Gobierno mismo, son responsables de este asunto tan escandaloso.» Cifra sus pérdidas en 85.000 florines, unas 450.000 pesetas, que debe recibir.

* * *

La acusación de Strauss es una mezcla de mentiras y verdades. Ninguna de las denuncias contra los principales personajes que se nombran es directa, sino a través de tercera persona. La Comisión parlamentaria, fundándose en los documentos, «en las declaraciones recibidas y en las presunciones que racionalmente cabe establecer» llega a la convicción de que se han manifestado en quienes intervinieron en los hechos, conductas y modos de actuar en el desempeño de funciones públicas que no se acomodan a unas normas de austeridad y ética que en la gestión y dirección de los asuntos públicos se supone como postulado indeclinable. En su consecuencia, estima que deben cesar en sus funciones delegadas de Gobierno José Valdivia, director general de Seguridad, Rafael Salazar Alonso, alcalde de Madrid, Sigfrido Blasco Ibáñez, diputado, Aurelio Lerroux, delegado del Estado en la Compañía Nacional Telefónica, Juan Pich y Pon, gobernador general de Cataluña, Miguel Galante, delegado del Estado en los ferrocarriles de Madrid-Zaragoza-Alicante, Eduardo Benzo, subsecretario de Gobernación, y Santiago Vinardell.

El documento al ser divulgado levanta gran polvareda y produce ensordecedora gritería. Las izquierdas se encuentran con el explosivo que más podían apetecer y el escándalo retumba en los periódicos como barrenos de dinamita. Deformada y desorbitada la realidad hasta la exageración, puesto que el aventurero nunca consiguió lo que se propuso, y el soborno comprobado se reduce a la aceptación de dos relojes de oro. Sin embargo, en una situación tan apasionada y neurálgica como la que vive España, de aguda hiperestesia política, el straperlo acaba por enloquecer a todos. Durante varios días no habrá otro tema sobre qué pensar y discutir. Se preguntan unos si podrá subsistir el partido radical, aseguran otros que Lerroux se halla dispuesto a traspasar su jefatura a Santiago Alba. Pero lo primero es saber qué deciden las Cortes.

En ellas (28 de octubre), Arranz, presidente de la Comisión investigadora, informa con minuciosidad de cómo ésta ha cumplido el encargo. A su entender, «el straperlo no está entre los juegos prohibidos por el Código Penal ni por el Código Civil, ni por las disposiciones de las autoridades gubernativas». «No me atrevería a afirmar que en los hechos enjuiciados pueda existir delito.» Sin embargo, los complicados en el asunto deben sufrir una sanción de índole moral. A los Tribunales de Justicia les corresponde depurar los hechos y resolver. «El dictamen responde a lo que nuestra conciencia nos ha dicho.» El fallo no ha sido unánime, porque los representantes radicales «unas veces votaron en contra y otra se abstuvieron». El radical Sigfrido Blasco denigra con frases ampulosas «al chantajista extranjero» calumniador, y asegura que él se limitó a presentar a un antiguo amigo al entonces presidente del Consejo, Samper; Salazar Alonso, en tono humillado y arrepentido, pide que le juzgue el Parlamento; acepta que los Tribunales lo aclaren todo para que resplandezca la verdad y se vea limpio de imputaciones deshonrosas. El monárquico Fuentes Pila, que pertenece a la Comisión, demuestra con las declaraciones de algunos de los acusados que se concedió permiso para jugar en San Sebastián y Formentor. Esas autorizaciones sólo pudieron proceder de los ministros de la Gobernación Salazar Alonso y Vaquero. «Por eso en la Comisión he votado contra el señor Vaquero.» Respecto a Gumersindo Rico, el examen de la documentación no aporta elementos que le comprometan.

El ministro de Estado, Lerroux, dice: «Nadie querrá que venga aquí a hacer de Guzmán el Bueno.» «No renuncio al derecho para mañana de recoger todo lo que se ha imputado al partido radical. Cuando haya recobrado la independencia que no se puede tener en el banco azul, me será permitido tratar el asunto con toda amplitud.» «No os acucie el temor de que yo pretenda hacer de este banco azul asiento de larga temporada ni barricada para defenderme.» «No ha sido nunca mi política la de defensa, a pesar de mis años. No lo ha de ser ahora tampoco y los bravos agresores habrán de recoger, no tardando, los últimos ataques de quien sabe, cuando se le ofende injustamente., defenderse y devolver una por una las ofensas y, uno a uno, los agravios no en los adjetivos, sino en los hechos.» «Todo lo sucedido es producto de una intriga política, como en su momento se demostrará.» «Ahora, no espero más que saber que no es imposible que permanezca la solidaridad en un bloque que ha prestado a la República grandes servicios y es en las actuales Cortes el único instrumento posible.»

«Aquí —exclama José Antonio— hay sencillamente un caso de descalificación de un partido político: que es el partido republicano-radical. Sé que en ese partido hay personas honorables que tendrán que saltar como las ratas del barco que naufraga, porque si no os hundiréis con el barco.» Dirigiéndose a la minoría de la C. E. D. A., José Antonio dice: «Vosotros, con los que he contendido muchas veces, pero en los que tengo muy buenos amigos y en los que hay un instrumento de Gobierno para España y, si queréis, para la República, vosotros y el señor ministro de la Guerra, que sabe cuán profundos son el afecto, el respeto y la admiración que le profeso, tenéis que pensar que ya ningún partido español podrá ir nunca en alianza electoral y política con el partido radical, porque está descalificado ante la opinión pública.» «Y no me vengáis con que las colectividades no delinquen, porque vosotros impusisteis condena al partido socialista por la actitud ilícita de sus miembros en la revolución de Octubre. Cuando en un partido se pueden manipular durante meses —sin que personas de la probabilísima austeridad de Salazar Alonso puedan sustraerse a la red— cosas como estas que nos avergüenzan y nos apestan, que encolerizan contra nosotros y, si no lo remediamos, contra el Parlamento a todo el pueblo español, ese partido, empezando por su jefe, tiene que desaparecer de la vida pública.»

Que se abran de par en par las puertas a la justicia para que entre a fondo en el asunto, pide Miguel Maura. Secundan la petición el presidente del consejo y el ministro de la Guerra, el cual dice: «No hay más presuntos culpables que aquellos que de una manera concreta están señalados en el dictamen. Si se pretende extraer otras conclusiones prácticas, ésas están por encima de los dictados de una resolución de la Cámara: ese es un problema de delicadeza que los propios interesados serán los que lo administren; nosotros no nos podemos constituir en definidores de aquello que por afectar a la propia dignidad son otros los que tienen que determinar. Si eso se hace, será porque el sacrificio va más allá de la inculpación.»

Hay que poner en claro —añade Gil Robles— «cuáles son los partidos y las personas que han tenido contacto con los elementos indeseables, chantajistas y estafadores, que han esperado este momento cuando podían quebrantar un bloque única defensa posible contra los embates de la revolución». Interrumpe Calvo Sotelo: «Empezando por el Presidente de la República.» Contesta Chapaprieta: «¿Qué es eso, señor Calvo Sotelo? Levántese y dígalo pidiendo la palabra.» Calvo Sotelo repite: «Lo digo en voz alta: empezando por el Presidente de la República.» La tramitación del asunto — afirma Gil Robles— ha sido correcta, pues el Jefe del Estado trasladó los documentos al Gobierno.

Se discute si la votación debe hacerse secreta, por bolas, como exige el Reglamento de la Cámara, o nominalmente; si el dictamen ha de votarse en su totalidad o a cada inculpado por separado. El tradicionalista Lamamié de Clairac con el monárquico Fuentes Pila piden, mediante un voto particular, que se aparten de las funciones de Gobierno aquellos ministros inculpados directa o indirectamente en el relato de Strauss, pretensión antirreglamentaria, pues supondría un voto de censura contra el Gobierno. En este caso, la tramitación debe seguir otros caminos.

Los radicales López Varela e Hidalgo califican de incongruente e in­justo que la Cámara juzgue y sancione con sus votos a personas que no son diputados ni pueden defenderse. El Gobierno —exclama Chapaprieta— ha resuelto el problema, pues todos los funcionarios implicados en el dictamen han cesado en el desempeño de sus funciones, incluido el militar, que ha pasado a situación de disponible. Por su parte Salazar Alonso ha renunciado a la alcaldía de Madrid por carta.

* * *

Celebrada la votación, Salazar Alonso queda excluido de la relación de acusados por 140 bolas blancas contra 137 negras, y sancionado Sigfrido Blasco Ibáñez por 190 bolas negras contra 70 blancas. Los restantes citados en el dictamen resultan sancionados por 166 bolas negras contra 14 bolas blancas.

De este modo se da por liquidado en el Parlamento el escándalo del straperlo. El Gobierno queda tambaleante. La crisis llama a sus puertas con golpes fatídicos. En la Prensa izquierdista y en la propaganda mitinesca continúa el desaforado griterío y la disparatada inflación del asunto. El partido radical, acorralado por la furiosa ofensiva, no acierta a reaccionar. Muchos afiliados desertan a otros partidos o se retiran de la vida pública. El lerrouxismo, herido de muerte, agoniza. La C. E. D. A., afligida por tantas y tan duras pruebas por culpa de sus compañeros de viaje, quebrantado el crédito y la energía, ve como un viento otoñal marchita y desnuda el jardín de sus ilusiones.

 

CAPÍTULO 69 .

CHAPAPRIETA REFORMA EL GOBIERNO

 

DIMITEN SUS CARTERAS LERROUX Y ROCHA Y SON NOMBRADOS MINISTROS BARDAJÍ LÓPEZ Y USABIAGA LASQUÍBAR. — SE DESINTEGRA LA MINORÍA RA­DICAL. — DEBATE EN LAS CORTES SOBRE LAS EXTRAVAGANCIAS DE LA ÚLTIMA CRISIS. — OPOSICIÓN IZQUIERDISTA AL PROYECTO DE GUERRA SOBRE MOVI­LIZACIÓN MILITAR. — SE DISCUTEN LAS IRREGULARIDADES DE LAS IMPORTA­CIONES DE TRIGO HECHAS EN 1932 SIENDO MINISTRO MARCELINO DOMINGO. — «ES UNA REALIDAD LA EXISTENCIA DE UN ESPÍRITU REVOLUCIONARIO CUYA INTENSIDAD Y EXTENSIÓN SERÍA NECIO DESCONOCER» (GIL ROBLES). — CONCENTRACIÓN DE TRADICIONALISTAS EN MONTSERRAT. — «HAY QUE DES­TERRAR LA DISCUSIÓN Y EL LIBRE EXAMEN», DICE FAL CONDE. — CALVO SOTELO EN UN MITIN DE SAN SEBASTIÁN COMBATE LOS EXCESOS DEL SE­PARATISMO VASCO. — «ENTRE UNA ESPAÑA ROJA Y UNA ESPAÑA ROTA —DICE —, PREFIERO LA PRIMERA, QUE SERÍA UNA FASE PASAJERA». — JOSÉ ANTONIO CLAUSURA EL II CONSEJO NACIONAL DE FALANGE. — VATICINIO DE JOSÉ ANTONIO SOBRE LA PRÓXIMA LUCHA ELECTORAL: «QUEREMOS — DICE— EL PUESTO DE VANGUARDIA, EL PRIMER PUESTO PARA EL SERVICIO Y EL SA­CRIFICIO». — CÓMO NACIÓ EL HIMNO DE FALANGE. — CREACIÓN DE LA CO­MISARÍA DEL TRIGO. — IGNACIO VILLALONGA, GOBERNADOR GENERAL DE CATALUÑA.