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CAPÍTULO 66

DIECISIETE DECRETOS DE HACIENDA SOBRE RESTRICCIÓN Y SERVICIOS DE LA ADMINISTRACIÓN

 

Lo que caracteriza al nuevo Gobierno es la participación de un ministro de la Lliga Catalana. Es la primera vez que esto ocurre en la República. Pedro Rahola, doctor de Ciencias Políticas y Económicas por la Facultad de Derecho de París, ha sido diputado regionalista en varias legislaturas. Tiene cincuenta y nueve años. «El summum de la ironía — comenta La Veu de Catalunya (27 de septiembre) — es que el señor Hoyo Villanova (el irreductible enemigo del catalanismo) haya suscitado una crisis como consecuencia de la cual ha tenido que entregar la cartera de Marina a un ministro catalanista.» En homenaje a la presencia de éste, uno de los primeros acuerdos es levantar el estado de guerra en Barcelona.

La sustitución de Pórtela es habilidad estratégica del Presidente, que reserva al ministro para una futura próxima situación.

Desde su comienzo, el Gobierno se ve sometido al ímpetu anegador de Chapaprieta. Sus proyectos y leyes inundan el área política con la fuerza de un cataclismo. Las estructuras de los Ministerios se tambalean. A cada declaración del ministro de Hacienda se desmoronan Departamentos, desaparecen cargos y oficinas. Suprime una Dirección General en la Presidencia; dos en el Ministerio de Estado; tres, además de la Subsecretaría, en el de Justicia; tres en el de Trabajo; una en la de Guerra; la Subsecretaría en el de Marina; una Dirección General en Gobernación; todas las Direcciones Generales en los Ministerios de Comunicaciones y Obras Públicas; dos en el de Instrucción; cinco en el de Agricultura; dos en el de Hacienda y la Subsecretaría de Marina Civil, más la reducción de un 10 por 100 en las plantillas de funcionarios.

Poseído de delirio nivelador, Chapaprieta arrasa cuanto contraría a sus designios. Desmocha, poda y monda sin piedad. Diecisiete decretos publica la Gaceta (30 de septiembre) para aplicación de la ley de Restricciones y reorganización de los servicios de Administración. Establecen aquéllos: Plantilla tipo para todos los Cuerpos: escala técnica, categoría máxima, 15 000 pesetas anuales; mínima, 5.000; escala auxiliar: máxima, 7.000 pesetas; mínima, 3.000. Extinción de los privilegios a los funcionarios. Amortización de la mitad de las vacantes: el 50 por 100 de las economías se dedicará a mejoras. Revisión de los nombramientos. No se podrá tener más de dos funciones o empleos del Estado. Supresión de las indemnizaciones de residencia, menos en Canarias y Norte de África. Las gratificaciones superiores a 1.000 pesetas anuales sufrirán un 10 por 100 de descuento. Se revisarán los expedientes de los empleados que hayan entrado en la Administración después del año 1918; los ingresados por concurso seguirán si el concurso ha sido legal. Los de nombramiento libre deberán someterse a examen de aptitud. Parte diario de asistencia. Jornada de trabajo: seis horas consecutivas. Supresión de todas las imprentas oficiales: este servicio pasa a depender de los talleres de la Casa de la Moneda. Supresión de las agregaciones del personal de los organismos de provincias o de otros Ministerios o secretarías particulares, centros o dependencias que radiquen en Madrid. Se regula la concesión o inversión de subvenciones. Se refunden en un solo centro las Direcciones Generales de Propiedades y Derechos del Estado. Se amortizan 597 plazas de porteros de los Ministerios civiles. Se revisan gratificaciones, gastos de representación, dietas, residencias, horas extraordinarias y viáticos al extranjero. A los funcionarios con destino en el extranjero no se les pagara en oro y se les tasa la prima por carestía de vida. Restricción en el uso de automóviles y supresión de 300 vehículos oficiales. Clasificación y reglas para el funcionamiento de las Cajas especiales. Revisión de los expedientes de concesión de derechos pasivos y unificación de los mismos. Unificación de locales para oficinas y precios de alquiler. Prohibición de compra de material por separado: una Comisión gestionará todas las compras. Constante acción depuradora y de fiscalización de gastos públicos y en especial de subvenciones. Reorganización de personal y servicios de Hacienda. El plan de restricciones queda incorporado al presupuesto en vigor.

Los desmesurados proyectos, que en la prensa encuentran buena acogida, sobresaltan a los funcionarios y dejan en incertidumbre a los ministros, que desconfían del éxito. ¿Cómo un jefe ocasional de Gobierno, con un respaldo parlamentario precario, se atreve a acometer tan colosal empresa, que requiere una situación sólida y duradera? Todos los indicios acusan debilidad en el Gobierno y proximidad del huracán revolucionario. En estas condiciones, la edificación se hace sobre arena.

* * *

El nuevo Ministerio se presenta a las Cortes (1 de octubre) y durante tres días se discute la crisis y se hacen muy curiosas y extrañas revelaciones e irónicas y festivas alusiones a los ministros. «Este Gobierno — dice su presidente— es esencialmente continuador del que le precedió.» «La crisis se ha desarrollado con tan perfecta publicidad que es innecesaria una explicación detallada de lo que ha ocurrido.» «Venimos a cumplir lo que queda del programa y a demostrar que es posible la nivelación presupuestaria.» «El Gobierno se ha reforzado con la representación de la Eliga Catalana, para acometer empresas de más vuelo.» Chapaprieta no considera el momento oportuno para tratar del problema internacional; todos los síntomas anuncian que Italia se dispone a invadir Abisinia. El sacerdote radical Basilio Álvarez declara que ya no pertenece al partido radical. «El Gobierno —dice— fracasó al nacer. No es bloque ni instrumento de Gobierno. De un lado, Lerroux, liberal por abolengo y corazón; de otro, Gil Robles, antiliberal por conciencia y temperamento. «El error de Lerroux fue coaligarse con la C. E. D. A.; de ahí no puede salir ley alguna de tipo democrático. ¿Dónde está la eficacia de vuestra política?»... «¿Por qué habéis provocado la reciente crisis de tales dimensiones? ¿Por qué fue desmontado Lerroux de la cabecera del banco azul? El abismo entre derechas e izquierdas es tan grande que ya todo el país es una guerra civil enconada.»

Royo Villanova explica la crisis en los términos en que lo hizo al abandonar la cartera de Marina. Dimitió por el decreto de 8 de septiembre, que declaraba subsistente la valoración de los servicios traspasados a la Generalidad, hecha antes de la revolución de octubre, conforme, según se dijo, a lo acordado en Consejo de ministros. «Sin embargo, yo no recordaba ningún acuerdo que se relacionase con el asunto.» «El decreto no lo habían leído los ministros, ni el presidente del Consejo, ni el Presidente de la República.»

Crisis patológica la denomina Calvo Sotelo; la trece o catorce de las planteadas en los últimos cuatro años: setenta ministros; carteras que han conocido diez titulares; titulares que han desempeñado hasta cuatro carteras; Gobiernos de treinta días; crisis trimestrales, como el cupón. Inseguridad, inestabilidad progresiva. No es posible que los ministros emprendan obras de importancia. «Ya veremos si el presidente del Consejo puede convertir ahora en realidad las promesas hechas como ministro de Hacienda. No puedo comprender que en pleno régimen transitorio de autonomía sea nombrado ministro un representante de la Lliga Catalana, adversaria de la provisionalidad.»

El punto vital en el desarrollo de la última crisis está en las notas presidenciales: el Jefe del Estado no posee soberanía; es mero magistrado que personifica a la nación. Por eso producen asombro sus notas «difusas y profusas, de prosa gerundiosa y gongorina», que plantean problemas, definen, marcan rutas, señalan objetivos y formulan recomendaciones a espaldas incluso del Parlamento. «Estas notas tienen una trascendencia formidable, pues demuestran que la confianza otorgada está capitidisminuida, puesto que desconoce y oscurece la llamada egregia soberanía del Parlamento.» Las dos notas razonan la no disolución de la Cámara. «No se ha disuelto el Parlamento, porque su continuación significa un daño menor al que produciría la convocatoria de nuevas elecciones. ¿Comprendéis que hombres que blasonan de demócratas digan que una apelación a elecciones ahora es una invitación a la guerra civil, o una inmensa desgracia, según el señor Cambó? Asistimos a un proceso de descomposición espiritual y moral verdaderamente grave, que se manifiesta todos los días en episodios trágicos. Cuando un país atraviesa por esta situación, el sufragio universal no es remedio. Por el contrario, agravará la dolencia y destruirá todo lo que toque. Nosotros tenemos derecho a decir eso, pero no los hombres demócratas.» «Estamos persuadidos de que las próximas elecciones han de ser una batalla suprema entre la revolución y la contrarrevolución.»

Última consecuencia que se desprende de las notas presidenciales: acusan la existencia de un poder, presidencial por el título y su origen legal, pero que ha degenerado en personal. «Todavía no ha sido llamado a formar Gobierno el señor Gil Robles, jefe del partido más numeroso de esta Cámara: prueba evidente de invasión del poder presidencial en el poder parlamentario. El indulto de Pérez Farrás, en contra del dictamen del Tribunal Supremo y de la voluntad del Gobierno. La ley de Reforma y reorganización del Tribunal Supremo, preparada por el señor Aizpún y estudiada por el señor Casanueva, que no consiguió la firma del Presidente para su presentación a las Cortes. La concesión de la Cruz Laureada de San Fernando a los generales López Ochoa y Batet, después de negar la Comisión de Guerra el ascenso de ambos generales.» «En muchos casos, y ahora hablo en nombre de la calle, se han hecho nombramientos de ministros de la República sin la previa propuesta, y en otros han existido propuestas que no han sido aceptadas.» «Eso no es exacto», replica el Presidente del Consejo de ministros. «Afirmo por mi honor —habla Calvo Sotelo—, y nadie me podrá contradecir, que ha habido ministros nom­brados por el Presidente de la República con la complicidad del Presidente del Consejo, sin que éste los hubiese llevado en su propuesta.»

«El Jefe del Estado dirige en la actualidad la política española. A mí no me parece mal que el Jefe del Estado tenga un poder dirimente fuerte. Todo lo contrario. Si España hubiera de vivir de manera definitiva en régimen republicano, yo votaría siempre cien veces mejor por una República presidencialista que por una República parlamentaria.» «¿A dónde va ese poder tan fuerte que se ha creado en estos cuatro años? El Jefe del Estado no siente la contrarrevolución. Al año de los sucesos de Asturias, no ha ido a Oviedo a mostrar su solidaridad con las víctimas de la barbarie, ni se asoció el pasado domingo al homenaje rendido en Madrid a las fuerzas que salvaron a España. Los que no están contra la revolución están con la revolución, más viva hoy que hace un año.»

«Los hombres de la Lliga Catalana —dice Ventosa— estimamos la disolución de Cortes como suceso inconveniente y desgraciado. Calvo Sotelo, cuando habla de las elecciones, declara que no las teme, pero se reserva para un resultado que le sea adverso el recurso de la fuerza. Nosotros no tememos tampoco las elecciones, pero sí la perturbación y la demagogia. Aparte de la situación internacional, aconseja también que no se celebren la falta de una Ley electoral que normalice el régimen municipal y reglamente unas elecciones generales. Respecto a nuestra participación en el Gobierno, tenemos el mismo derecho que los demás grupo parlamentarios para concertar una obra política común. La cooperación no significa identificación ideológica. En los problemas de carácter general no existen discrepancias fundamentales. La posición nuestra la expusimos con diafanidad cuando negociamos con el señor Chapaprieta nuestra colaboración y planteamos el problema de Cataluña. Procuraremos por cuantos medios legales estén a nuestro alcance que se restablezca la integridad del régimen autonómico. Sabemos que, aparte del derecho a reclamar, tenemos deberes que cumplir: en primer término, demostrar nuestra preocupación por todos los problemas de interés general para España; segundo, renunciar a toda tendencia separatista, que condenamos explícitamente; tercero, demostrar que la autonomía no está adscrita a ningún partido, pues es la manera más eficaz de cooperar a la obra de prosperidad de España. Prestaremos al Gobierno el concurso leal de nuestra minoría.»

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Sobre la situación internacional, Goicoechea afirma que el pleito italo-abisinio se parece como una gota de agua a otra gota a todos los pleitos de carácter internacional que han surgido en la posguerra como consecuencia de los Tratados secretos que los beligerantes concertaron.

España se encuentra en el estado de orfandad que le crea su propia ausencia de ideales y aspiraciones en el orden internacional. España nece­sita conservar su neutralidad, y puede conservarla absteniéndose de votar en la Sociedad de Naciones las sanciones.

El presidente del Consejo responde que en este instante el deber le ordena callar, a fin de no comprometer con sus palabras el interés supremo de la patria.

«¿Hay en juego —pregunta Primo de Rivera— algún interés vital para Europa? En el actual conflicto italo-etíope se debaten simplemente un asunto colonial y un asunto británico ¿Es que vamos a fingir que nos escandalizamos porque se emprenda una nueva expedición colonial? ¡Si todos los pueblos de Europa las han emprendido! ¡Si el colonizar es una misión, no ya un derecho, sino un deber de los pueblos cultos! Inglaterra se resiste a admitir que nadie ponga el dedo, y menos las armas, en un punto neurálgico de su imperio. En este instante está planteada en Ginebra una pugna de Inglaterra contra Europa. ¿Cuál es, en primer lugar, el papel de España en Ginebra? España no puede votar por pura efusión ginebrina: debe exigir antes de decidirse a arrostrar con su voto la responsabilidad de desencadenar la guerra en Europa por un asunto que no es europeo. Y si la cuestión queda reducida a un conflicto entre Italia e Inglaterra, España no puede adoptar otra actitud que una neutralidad a rajatabla, ya que no tiene ningún interés en defender al imperio inglés, al que no debemos nada. ¿Tendré que hacer pasar por vuestro espíritu el recuerdo de Gibraltar?»

El presidente del Consejo reitera que el Gobierno no puede admitir discusión sobre el tema internacional y desea que la Cámara no se enzarce en discusiones.

Martínez Barrio acepta la recomendación del Gobierno, y, a cambio, pide al presidente del Consejo que haga un relato de lo ocurrido en la última crisis, pues no acepta las versiones que se han dado, y explique la razón de la presencia de Martínez de Velasco en el banco azul, y por qué no logró Alba constituir Gobierno.

«La opinión debe conocer qué coincidencias se han establecido entre los grupos que integran la mayoría. ¿La coincidencia ha sido sobre el programa gubernamental, ajustado a la segunda nota del Presidente de la República, para que de ningún modo pueda agravar la infortunada tirantez de la vida española en estas horas que para todos deben ser de honda meditación e ilimitado sacrificio? Pues en ese caso que el Gobierno empiece por dar pruebas inequívocas e inmediatas de su propia pacificación. El presidente del Consejo debe salir al paso del rumor, muy difundido, de que en un momento determinado la voluntad política del país puede ser suplantada, coaccionada o anulada por un golpe de fuerza.»

El ministro de la Gobernación interrumpe: «Esté seguro Su señoría de que no habrá golpe de Estado; por lo menos, mientras yo sea ministro de la Gobernación. Y luego, tampoco.» El ministro de la Guerra exclama: «Yo le tranquilizaré más a Su señoría.» «Lo más interesante —subraya Martínez Barrio es que se tranquilice el país. ¿Por qué he formulado esta pregunta? La he hecho para recordar a todos la necesidad de que nuestras querellas políticas se desenvuelvan en el ámbito de la legalidad.» Termina: «Os auguro corta vida; tenéis la dolencia mortal en vosotros mismos.» «¿Quiere decir Su señoría —pregunta Gil Robles— en qué funda sus temores y sospechas respecto a un golpe de fuerza? ¿Tiene alguna prueba, al menos indiciarla, de que pueda ocurrir el acontecimiento que tanto le preocupa?» Responde Martínez Barrio: «He traído el santo temor que tuvieron todos los ciudadanos el mes último cuando el Gobierno del que formaba parte Su señoría tomó, poco menos que militarmente, en una buena noche, todas las provincias de España. ¿Por qué?»

El ministro de la Guerra contesta: «En las fechas que dice Martínez Barrio no se adoptó la menor medida de carácter militar. De las precauciones gubernativas, el ministro de la Gobernación podría dar cuenta. Ni una sola unidad militar salió de su residencia habitual. Si Su señoría no puede desmentirme, diré que después de traer una hablilla de la calle, ha pretendido reforzarla con una insidia. Partidario de la legalidad, Martínez Barrio todavía no ha condenado el movimiento que quiso llevar a España a la anarquía. Yo le aseguro que mientras esté en el Ministerio de la Guerra, el Ejército no hará otra cosa que ser un fiel servidor de la nación, dentro de las leyes que constituyen su honor y su juramento, sin marchar jamás por un camino que llevaría a la anarquía a la patria que tienen obligación de defender.» «Si yo he pretendido la cartera de Guerra ha sido para rehacer un Ejército que durante estos años ha sido deshecho. Para que nosotros nos afiancemos en el Poder no son necesarios golpes militares. Nos basta con la fuerza de opinión que nos sigue. No nos importa que se cierna el peligro de una disolución. Por interés del partido, puede decretarse cuanto se quiera, como se quiera y en las circunstancias que se quiera.»

Martínez Barrio reprocha al ministro de la Guerra el apasionamiento que ha puesto en sus palabras. «Yo no he hablado de golpes de Estado ni de sublevación militar. Consulté con el presidente del Consejo si podía formular una pregunta relacionada con el rumor público y recibí su aquiescencia. No he pensado ni por un momento en que el Ejército falte a su honor y a sus compromisos.»

* * *

Todavía hay algo más que decir sobre la última crisis y la conducta que en ella siguió el Presidente de la República, que a juicio de Maura fue perfecta. «¿Dónde está escrito que el Presidente tenga que limitar sus consultas y por qué denominar grotesco al desfile de personajes por Palacio? Y en cuanto a las notas, ¿quién se atreverá a negar que rebosan sentimiento patriótico? La solución de la crisis fue la única posible. Las rebañaduras de todo el conglomerado ministerial, con jefes y todo, están volcadas en el banco azul. Ese es el Gobierno. El programa queda reducido a la ley electoral y presupuestos, y los flecos son las otras leyes que no se han de aprobar. Y como penacho, la reforma constitucional, en la que nadie cree.»

«Según el texto de la Constitución, el Jefe del Estado nombra libremente al jefe del Gobierno, y a propuesta de éste a los ministros. El Jefe del Estado, con perfecto derecho constitucional, puede decirle: No apruebo su lista o no apruebo a éste. ¿Alguna vez ha salido alguien de Palacio diciendo que el Presidente había impuesto a tales o cuales ministros? Los poderes del Estado se armonizan, se complementan y conviven. Y nada de particular tiene que en esa convivencia haya cambio de impresiones sobre nombres y personas. El señor Calvo Sotelo acusaba al Jefe del Estado de estar con la revolución y decía esto mientras razonaba sobre una crisis cuyo resultado final ha sido la formación de un Gobierno en el que está todo lo que hay de derecha en España.»

El ministro de Agricultura, Industria y Comercio, Martínez de Velasco, aludido a veces con palabras mortificantes, por haber sustituido en el Gobierno a dos ministros dimisionarios de la minoría agraria, da una explicación peregrina de lo ocurrido: «Yo tengo un concepto de la ética política y creí que no tenía derecho a extender una patente de incapacidad a los dos amigos que ostentaban una representación política y no habían fracasado; por eso me negué a sustituirlos, pues ello hubiera llevado implícito el reconocimiento de su fracaso. Y yo, que me había negado muchas veces a ser ministro, me encargué nada menos que de la cartera de Agricultura.»

Tampoco, a juicio de Santaló, de la Esquerra, está justificada la crisis, puesto que el actual Gobierno es continuación del anterior con el mismo programa. La política que se sigue la considera una sarta de errores y torpezas, «inspirada por el odio y que despierta el deseo de venganza».

El debate político continúa (3 de octubre), porque no hay tema que más interese a las oposiciones. Barcia, de Izquierda Republicana, insiste en analizar las causas de la crisis, y especialmente le interesa saber por qué forma parte del Gobierno Martínez de Velasco, continuador de la política de Velayos, de su mismo partido, y por qué ha salido Pórtela, que desempeñaba sus funciones con acierto. El tradicionalista Lamamié de Clairac se asombra de que los diputados izquierdistas se muestren tan exigentes en reclamar explicaciones a la crisis y en pedir garantías, libertades y elecciones, cuando en tiempo de su mandato suprimían y atropellaban los derechos ciudadanos y gobernaban con la Ley de Defensa de la República, que implicaba la suspensión de las garantías constitucionales.

El presidente del Consejo de ministros resume el debate. Defiende el proceder «correcto y constitucional» del Presidente de la República y sus notas publicadas con todo derecho. «En la dirección de la política nacional ha obrado con arreglo al estricto ejercicio de sus facultades.» Dirigiéndose a Calvo Sotelo, le dice: «Es que S. S. sueña con un poder presidencialista, con un poder integral que le enamora, porque, según ha dado a entender más de una vez, no es ni monárquico ni republicano.» La concesión de cruces a los generales Batet y López Ochoa se hizo a indicación de la Co­misión parlamentaria. En la modificación del Gobierno ha influido no poco el reajuste de carteras impuesto por la ley de Restricciones. La incorporación de otras representaciones al Gobierno se ha hecho de conformidad con los proyectos expuestos por Lerroux, cuando presentó el Gobierno anterior a la Cámara. «El Gobierno se propone ir paulatinamente de concesión en concesión al restablecimiento de garantías para poner al país en condiciones de una consulta electoral y desea convivir con todos los elementos que estén dentro de la legalidad.»

Replica Calvo Sotelo: «He oído con asombro al señor Chapaprieta decir que el Presidente de la República puede dirigir la política nacional. ¡De ningún modo! La dirección política de la nación y del Gobierno incumbe al presidente del Consejo de ministros.» «Yo afirmo que la política del Presidente de la República degenera en un poder personal. Afirmo esto fundándome en la serie de hechos que enumeré en mi anterior discurso. Debo decir a la Cámara, por mi honor, que todo cuanto denuncié lo sé por ministros o exministros de todos los partidos que han participado en el Gobierno durante esta etapa parlamentaria. Quiero exponer lo que soy y cómo pienso en política. Soy monárquico por reflexión y por elegancia, pero no supedito el éxito de mis ideales a que España atraviese previamente por una etapa de catástrofe. Si para que volviese la monarquía hubiera que sufrir los horrores de un régimen comunista o el caos de una revolución como la de Bela Kun, subordinaría ante la suprema conveniencia de mi país mis convicciones doctrinales y diría: todo menos eso.» «Yo no tengo que ver nada con muchas cosas de la monarquía que se fue, ni propugno la instauración en España de lo que era escoria de la monarquía, que tuvo mucha escoria, como la tiene la República: propago la reinstauración de lo que considero esencia inmutable del alma nacional, que no en balde España vivió durante más de un milenio bajo la forma monárquica. Me parece una de las manifestaciones más lamentables de concupiscencia política que hombres que han gobernado con la monarquía colaboren en un régimen republicano que aún no se ha consolidado. Propugno una característica de Estado que no va contra el Parlamento, pero sí contra el sufragio inorgánico; un Estado de mando único que sólo se puede consolidar en España con la monarquía. La reinstauración de la personi­ficación monárquica de la Corona no puede considerarse cuestión previa sino final de un ciclo evolutivo que puede durar lo que la Providencia disponga o el país quiera.»

Yo —explica Chapaprieta—, «desde el instante en que la monarquía hizo trizas la Constitución corté totalmente mis relaciones con ella y con­tribuí lo que pude a derrocar la Dictadura». «El señor Calvo Sotelo al jurar una monarquía constitucional y servir luego cargos de un régimen dictatorial se separó de aquella monarquía.» A Goicoechea, que ha reprochado al jefe del Gobierno su silencio en la cuestión internacional, recordándole a la vez que la neutralidad es una bandera común, le responde Chapaprieta: «El Gobierno no adoptará ninguna medida definitiva sin la asistencia y concurso de todas las fuerzas que representan a la nación.»

La confianza le es otorgada al Gobierno por 211 votos contra 15.

* * *

Que España carece de política exterior se ha dicho sin disimulo y por diversos oradores en plena Cámara. No tiene otra que la desarrollada por Salvador Madariaga en la Sociedad de Naciones, donde el delegado español se mueve, pacta y resuelve a su arbitrio, porque el ministerio de Estado suele estar regentado por «hombres sin competencia ni interés por estas materias». Estalla el conflicto ítalo-etíope, el Negus moviliza su menguado ejército, Italia invade Abisinia (3 de octubre), el Consejo de la S. de N. declara a Italia país agresor, se estudia la aplicación de sanciones y Chapaprieta recomienda a las Cortes que no se hable del conflicto, porque el momento es grave y toda circunspección poca. Derechas e izquierdas enmudecen obedientes, sin saber lo que el Gobierno piensa o prepara. José Antonio y Goicoechea recuerdan la existencia del artículo 16 del Pacto de la S. de N. en virtud del cual todas las naciones firmantes se comprometen a romper sus relaciones económicas con el país declarado agresor, y a adoptar las oportunas medidas de carácter militar que pueden llevar a la guerra. España figura entre los firmantes del Pacto. El ministro de Estado calla y el presidente del Consejo ordena silencio. A todo esto, Inglaterra «informaba repetidamente al Gobierno español que estaba seriamente empeñada en mantener los principios del Pacto contra Mussolini». En contraste, los informes de Pérez de Ayala, embajador de España en Londres, balsámicos, aseguraban que todo pasaría como tormenta veraniega. En las negociaciones no secretas, afirma Madariaga que él era «la cabeza visible». España, dice, «había adquirido en Ginebra una situación incomparable de prestigio como país desinteresado de la S. de N», sin que se pueda prestar excesivo crédito a esta aseveración, pues el prestigio radicaba en que Madariaga presidía el Comité de los Cinco — Gran Bretaña, Francia, Polonia y Turquía—, pero era evidente que la autoridad del delegado español «no pasaba de simbólica y su fuerza tan sólo la de la nación que representaba más quizá la que mis largos años al servicio de los ideales de Ginebra pudiera añadir de personal». Gran Bretaña «envió sendas cartas a las potencias mediterráneas, preguntándolas si cooperarían con ella en la aplicación del artículo 16 del Pacto en el caso de que fuera necesario tomar medidas de carácter naval contra Italia. No se mandó a España esta carta, sino otra distinta y más tardía. España contestó que sus fuerzas estarían siempre a disposición de la Sociedad de Naciones». Refiere también Madariaga: «Siendo presidente del Consejo el señor Chapaprieta, creí necesario avisar al Ministerio de Estado de la posibilidad de que las sanciones llegasen a punto de guerra. Como yo había sostenido siempre una actitud favorable a las sanciones, creí de elemental prudencia asegurarme de que cada paso que daba ya a estas alturas peligrosas contaba con el apoyo del Gobierno. El propio presidente del Consejo, ex monárquico que no había manifestado nunca una fe republicana muy ardiente, quizá el presidente del Consejo más derechista que ha tenido la República, contestó del modo más terminante que puesto que habíamos firmado el Pacto no había que hablar, sino seguir adelante.»

 

CAPÍTULO 67

INMENSA CONCENTRACIÓN IZQUIERDISTA A LAS PUERTAS DE MADRID

 

HOMENAJE DE DESAGRAVIO A LERROUX. — ENCENDIDOS ELOGIOS DE GIL ROBLES AL JEFE RADICAL Y RATIFICACIÓN DE LA ALIANZA RADICAL-CEDISTA. — «Bendigo mi suerte, que me deparó tratar con estos hombres» - los CEDISTAS - (LERROUX). — EN UN DEBATE POLÍTICO SE DESCUBRE EL DESBARAJUSTE QUE REINA EN EL MINISTERio DE AGRICULTURA. — EL PROBLEMA MÁS GRAVE QUE TIENE ESPAÑA ES EL DEL CAMPO, DICE EL CONDE DE RoMANoNES. — CONSECUENCIAS DE LA APLICACIÓN DE LA LEY DE RESTRICCIONES Y DE LA NUEVA POLÍTICA HACENDÍSTICA. — CHAPAPRIETA PROMETE LA NIVELACIÓN DEL PRESUPUESTo Y UN ERARIO QUE NO NECESITE DINERO DE LoS CAPITALISTAS, PUES BASTARÁ CON Lo QUE PRODUZCAN LOS IMPUESTOS. — EN CUATRO AÑoS DE REPÚBLICA HAN MUERTO EN ACTOS DE SERVICIo 140 GUARDIAS DE SEGURIDAD Y ASALTO Y MÁS DE 300 HAN RESULTADo HERIDOS. — SE CALCULA EN 200.000 EL NÚMERO DE IZQUIERDISTAS REUNIDoS EN EL CAMPO DE COMILLAS, EN LAS AFUERAS DE MADRID. — AZAÑA RECLAMA CoN URGENCIA LA CoNSULTA ELECTORAL. — «ME TEMO —DICE— QUE EL PRÓXIMo GOBIERNO NO PODRÁ CoNSERVAR NADA DE CUANTO ESTA SITUACIÓN HA REALIZADo.» — EL ACTO DE COMILLASCOMENTA A B C— ES LA AMENAZA DE LA REVOLUCIÓN PERSONIFICADA Y ACTIVA.