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CAPÍTULO 66DIECISIETE
DECRETOS DE HACIENDA SOBRE RESTRICCIÓN Y SERVICIOS DE LA ADMINISTRACIÓN
Lo que
caracteriza al nuevo Gobierno es la participación de un ministro de la Lliga Catalana. Es la primera vez que esto ocurre en la
República. Pedro Rahola, doctor de Ciencias Políticas y Económicas por la
Facultad de Derecho de París, ha sido diputado regionalista en varias
legislaturas. Tiene cincuenta y nueve años. «El summum de la ironía — comenta
La Veu de Catalunya (27 de septiembre) — es que el
señor Hoyo Villanova (el irreductible enemigo del catalanismo) haya suscitado
una crisis como consecuencia de la cual ha tenido que entregar la cartera de
Marina a un ministro catalanista.» En homenaje a la presencia de éste, uno de
los primeros acuerdos es levantar el estado de guerra en Barcelona.
La
sustitución de Pórtela es habilidad estratégica del Presidente, que reserva al
ministro para una futura próxima situación.
Desde su
comienzo, el Gobierno se ve sometido al ímpetu anegador de Chapaprieta. Sus proyectos y leyes inundan el área
política con la fuerza de un cataclismo. Las estructuras de los Ministerios se
tambalean. A cada declaración del ministro de Hacienda se desmoronan
Departamentos, desaparecen cargos y oficinas. Suprime una Dirección General en
la Presidencia; dos en el Ministerio de Estado; tres, además de la
Subsecretaría, en el de Justicia; tres en el de Trabajo; una en la de Guerra;
la Subsecretaría en el de Marina; una Dirección General en Gobernación; todas
las Direcciones Generales en los Ministerios de Comunicaciones y Obras
Públicas; dos en el de Instrucción; cinco en el de Agricultura; dos en el de
Hacienda y la Subsecretaría de Marina Civil, más la reducción de un 10 por 100
en las plantillas de funcionarios.
Poseído de
delirio nivelador, Chapaprieta arrasa cuanto
contraría a sus designios. Desmocha, poda y monda sin piedad. Diecisiete
decretos publica la Gaceta (30 de septiembre) para aplicación de la ley de
Restricciones y reorganización de los servicios de Administración. Establecen
aquéllos: Plantilla tipo para todos los Cuerpos: escala técnica, categoría
máxima, 15 000 pesetas anuales; mínima, 5.000; escala auxiliar: máxima, 7.000
pesetas; mínima, 3.000. Extinción de los privilegios a los funcionarios. Amortización
de la mitad de las vacantes: el 50 por 100 de las economías se dedicará a
mejoras. Revisión de los nombramientos. No se podrá tener más de dos funciones
o empleos del Estado. Supresión de las indemnizaciones de residencia, menos en
Canarias y Norte de África. Las gratificaciones superiores a 1.000 pesetas
anuales sufrirán un 10 por 100 de descuento. Se revisarán los expedientes de
los empleados que hayan entrado en la Administración después del año 1918; los
ingresados por concurso seguirán si el concurso ha sido legal. Los de
nombramiento libre deberán someterse a examen de aptitud. Parte diario de
asistencia. Jornada de trabajo: seis horas consecutivas. Supresión de todas las
imprentas oficiales: este servicio pasa a depender de los talleres de la Casa
de la Moneda. Supresión de las agregaciones del personal de los organismos de
provincias o de otros Ministerios o secretarías particulares, centros o
dependencias que radiquen en Madrid. Se regula la concesión o inversión de
subvenciones. Se refunden en un solo centro las Direcciones Generales de
Propiedades y Derechos del Estado. Se amortizan 597 plazas de porteros de los
Ministerios civiles. Se revisan gratificaciones, gastos de representación,
dietas, residencias, horas extraordinarias y viáticos al
Los
desmesurados proyectos, que en la prensa encuentran buena acogida, sobresaltan
a los funcionarios y dejan en incertidumbre a los ministros, que desconfían
del éxito. ¿Cómo un jefe ocasional de Gobierno, con un respaldo parlamentario
precario, se atreve a acometer tan colosal empresa, que requiere una situación
sólida y duradera? Todos los indicios acusan debilidad en el Gobierno y
proximidad del huracán revolucionario. En estas condiciones, la edificación se
hace sobre arena.
* * *
El nuevo
Ministerio se presenta a las Cortes (1 de octubre) y durante tres días se
discute la crisis y se hacen muy curiosas y extrañas revelaciones e irónicas y
festivas alusiones a los ministros. «Este Gobierno — dice su presidente— es
esencialmente continuador del que le precedió.» «La crisis se ha desarrollado
con tan perfecta publicidad que es innecesaria una explicación detallada de lo
que ha ocurrido.» «Venimos a cumplir lo que queda del programa y a demostrar
que es posible la nivelación presupuestaria.» «El Gobierno se ha reforzado con
la representación de la Eliga Catalana, para acometer
empresas de más vuelo.» Chapaprieta no considera el
momento oportuno para tratar del problema internacional; todos los síntomas
anuncian que Italia se dispone a invadir Abisinia. El sacerdote radical Basilio
Álvarez declara que ya no pertenece al partido radical. «El Gobierno —dice—
fracasó al nacer. No es bloque ni instrumento de Gobierno. De un lado,
Lerroux, liberal por abolengo y corazón; de otro, Gil Robles, antiliberal por
conciencia y temperamento. «El error de Lerroux fue coaligarse con la C. E. D.
A.; de ahí no puede salir ley alguna de tipo democrático. ¿Dónde está la
eficacia de vuestra política?»... «¿Por qué habéis provocado la reciente crisis
de tales dimensiones? ¿Por qué fue desmontado Lerroux de la cabecera del banco
azul? El abismo
Royo
Villanova explica la crisis en los términos en que lo hizo al abandonar la
cartera de Marina. Dimitió por el decreto de 8 de septiembre, que declaraba
subsistente la valoración de los servicios traspasados a la Generalidad, hecha
antes de la revolución de octubre, conforme, según se dijo, a lo acordado en
Consejo de ministros. «Sin embargo, yo no recordaba ningún acuerdo que se
relacionase con el asunto.» «El decreto no lo habían leído los ministros, ni el
presidente del Consejo, ni el Presidente de la República.»
Crisis
patológica la denomina Calvo Sotelo; la trece o catorce de las planteadas en
los últimos cuatro años: setenta ministros; carteras que han conocido diez
titulares; titulares que han desempeñado hasta cuatro carteras; Gobiernos de
treinta días; crisis trimestrales, como el cupón. Inseguridad, inestabilidad
progresiva. No es posible que los ministros emprendan obras de importancia. «Ya
veremos si el presidente del Consejo puede convertir ahora en realidad las
promesas hechas como ministro de Hacienda. No puedo comprender que en pleno
régimen transitorio de autonomía sea nombrado ministro un representante de la Lliga Catalana, adversaria de la provisionalidad.»
El punto
vital en el desarrollo de la última crisis está en las notas presidenciales:
el Jefe del Estado no posee soberanía; es mero magistrado que personifica a la
nación. Por eso producen asombro sus notas «difusas y profusas, de prosa gerundiosa y gongorina», que plantean problemas, definen,
marcan rutas, señalan objetivos y formulan recomendaciones a espaldas incluso
del Parlamento. «Estas notas tienen una trascendencia formidable, pues
demuestran que la confianza otorgada está capitidisminuida, puesto que
desconoce y oscurece la llamada egregia soberanía del Parlamento.» Las dos
notas razonan la no disolución de la Cámara. «No se ha disuelto el Parlamento,
porque su continuación significa un daño menor al que produciría la
convocatoria de nuevas elecciones. ¿Comprendéis que hombres que blasonan de
demócratas digan que una apelación a elecciones ahora es una invitación a la
guerra civil, o una inmensa desgracia, según el señor Cambó? Asistimos a un
proceso de descomposición espiritual y moral verdaderamente grave, que se
manifiesta todos los días en episodios trágicos. Cuando un país atraviesa por
esta situación, el sufragio universal no es remedio. Por el contrario, agravará
la dolencia y destruirá todo lo que toque. Nosotros tenemos derecho a decir eso,
pero no los hombres demócratas.» «Estamos persuadidos
de que las próximas elecciones han de ser una batalla suprema entre la
revolución y la contrarrevolución.»
Última
consecuencia que se desprende de las notas presidenciales: acusan la existencia
de un poder, presidencial por el título y su origen legal, pero que ha
degenerado en personal. «Todavía no ha sido llamado a formar Gobierno el señor
Gil Robles, jefe del partido más numeroso de esta Cámara: prueba evidente de
invasión del poder presidencial en el poder parlamentario. El indulto de Pérez
Farrás, en contra del dictamen del Tribunal Supremo y de la voluntad del
Gobierno. La ley de Reforma y reorganización del Tribunal Supremo, preparada
por el señor Aizpún y estudiada por el señor
Casanueva, que no consiguió la firma del Presidente para su presentación a las
Cortes. La concesión de la Cruz Laureada de San Fernando a los generales López
Ochoa y Batet, después de negar la Comisión de Guerra el ascenso de ambos
generales.» «En muchos casos, y ahora hablo en nombre de la calle, se han hecho
nombramientos de ministros de la República sin la previa propuesta, y en otros
han existido propuestas que no han sido aceptadas.» «Eso no es exacto», replica
el Presidente del Consejo de ministros. «Afirmo por mi honor —habla Calvo
Sotelo—, y nadie me podrá contradecir, que ha habido ministros nombrados por
el Presidente de la República con la complicidad del Presidente del Consejo,
sin que éste los hubiese llevado en su propuesta.»
«El Jefe del
Estado dirige en la actualidad la política española. A mí no me parece mal que
el Jefe del Estado tenga un poder dirimente fuerte.
«Los hombres
de la Lliga Catalana —dice Ventosa— estimamos la
disolución de Cortes como suceso inconveniente y desgraciado. Calvo Sotelo,
cuando habla de las elecciones, declara que no las teme, pero se reserva para
un resultado que le sea adverso el recurso de la fuerza. Nosotros no tememos
tampoco las elecciones, pero sí la perturbación y la demagogia. Aparte de la
situación internacional, aconseja también que no se celebren la falta de una
Ley electoral que normalice el régimen municipal y reglamente unas elecciones
generales. Respecto a nuestra participación en el Gobierno, tenemos el mismo
derecho que los demás grupo parlamentarios para concertar una obra política
común. La cooperación no significa identificación ideológica. En los problemas
de carácter general no existen discrepancias fundamentales. La posición nuestra
la expusimos con diafanidad cuando negociamos con el señor Chapaprieta nuestra colaboración y planteamos el problema de Cataluña. Procuraremos por
cuantos medios legales estén a nuestro alcance que se restablezca la integridad
del régimen autonómico. Sabemos que, aparte del derecho a reclamar, tenemos
deberes que cumplir: en primer término, demostrar nuestra preocupación por
todos los problemas de interés general para España; segundo, renunciar a toda
tendencia separatista, que condenamos explícitamente; tercero, demostrar que la
autonomía no está adscrita a ningún partido, pues es la manera más eficaz de
cooperar a la obra de prosperidad de España. Prestaremos al Gobierno el
concurso leal de nuestra minoría.»
* * *
Sobre la
situación internacional, Goicoechea afirma que el pleito italo-abisinio
se parece como una gota de agua a otra gota a todos los pleitos de carácter
internacional que han surgido en la posguerra como consecuencia de los Tratados
secretos que los beligerantes concertaron.
España se
encuentra en el estado de orfandad que le crea su propia ausencia de ideales y
aspiraciones en el orden internacional. España necesita conservar su
neutralidad, y puede conservarla absteniéndose de votar en la Sociedad de
Naciones las sanciones.
El
presidente del Consejo responde que en este instante el deber le ordena callar,
a fin de no comprometer con sus palabras el interés supremo de la patria.
«¿Hay en
juego —pregunta Primo de Rivera— algún interés vital para Europa? En el actual
conflicto italo-etíope se debaten simplemente un
asunto colonial y un asunto británico ¿Es que vamos a fingir que nos
escandalizamos porque se emprenda una nueva expedición colonial? ¡Si todos los
pueblos de Europa las han emprendido! ¡Si el colonizar es una misión, no ya un
derecho, sino un deber de los pueblos cultos! Inglaterra se resiste a admitir
que nadie ponga el dedo, y menos las armas, en un punto neurálgico de su
imperio. En este instante está planteada en Ginebra una pugna de Inglaterra
contra Europa. ¿Cuál es, en primer lugar, el papel de España en Ginebra? España
no puede votar por pura efusión ginebrina: debe exigir antes de decidirse a
arrostrar con su voto la responsabilidad de desencadenar la guerra en Europa
por un asunto que no es europeo. Y si la cuestión queda reducida a un conflicto
entre Italia e Inglaterra, España no puede adoptar otra actitud que una
neutralidad a rajatabla, ya que no tiene ningún interés en defender al imperio
inglés, al que no debemos nada. ¿Tendré que hacer pasar por vuestro espíritu el
recuerdo de Gibraltar?»
El
presidente del Consejo reitera que el Gobierno no puede admitir discusión sobre
el tema internacional y desea que la Cámara no se enzarce en discusiones.
Martínez
Barrio acepta la recomendación del Gobierno, y, a cambio, pide al presidente
del Consejo que haga un relato de lo ocurrido en la última crisis, pues no
acepta las versiones que se han dado, y explique la razón de la presencia de
Martínez de Velasco en el banco azul, y por qué no logró Alba constituir
Gobierno.
«La opinión
debe conocer qué coincidencias se han establecido entre los grupos que integran
la mayoría. ¿La coincidencia ha sido sobre el programa gubernamental, ajustado
a la segunda nota del Presidente de la República, para que de ningún modo pueda
agravar la infortunada tirantez de la vida española en estas horas que para
todos deben ser de honda meditación e ilimitado sacrificio? Pues en ese caso
que el Gobierno empiece por dar pruebas inequívocas e inmediatas de su propia
pacificación.
El ministro
de la Gobernación interrumpe: «Esté seguro Su señoría de que no habrá golpe de
Estado; por lo menos, mientras yo sea ministro de la Gobernación. Y luego,
tampoco.» El ministro de la Guerra exclama: «Yo le tranquilizaré más a Su
señoría.» «Lo más interesante —subraya Martínez Barrio es que se tranquilice el
país. ¿Por qué he formulado esta pregunta? La he hecho para recordar a todos la
necesidad de que nuestras querellas políticas se desenvuelvan en el ámbito de
la legalidad.» Termina: «Os auguro corta vida; tenéis la dolencia mortal en
vosotros mismos.» «¿Quiere decir Su señoría —pregunta Gil Robles— en qué funda
sus temores y sospechas respecto a un golpe de fuerza? ¿Tiene alguna prueba, al
menos indiciarla, de que pueda ocurrir el acontecimiento que tanto le
preocupa?» Responde Martínez Barrio: «He traído el santo temor que tuvieron
todos los ciudadanos el mes último cuando el Gobierno del que formaba parte Su
señoría tomó, poco menos que militarmente, en una buena noche, todas las
provincias de España. ¿Por qué?»
El ministro
de la Guerra contesta: «En las fechas que dice Martínez Barrio no se adoptó la
menor medida de carácter militar. De las precauciones gubernativas, el
ministro de la Gobernación podría dar cuenta. Ni una sola unidad militar salió
de su residencia habitual. Si Su señoría no puede desmentirme, diré que después
de traer una hablilla de la calle, ha pretendido reforzarla con una insidia.
Partidario de la legalidad, Martínez Barrio todavía no ha condenado el
movimiento que quiso llevar a España a la anarquía. Yo le aseguro que mientras
esté en el Ministerio de la Guerra, el Ejército no hará otra cosa que ser un
fiel servidor de la nación, dentro de las leyes que constituyen su honor y su
juramento, sin marchar jamás por un camino que llevaría a la anarquía a la
patria que tienen obligación de defender.» «Si yo he pretendido la cartera de
Guerra ha sido para rehacer un Ejército que durante estos años ha sido
deshecho. Para que nosotros nos afiancemos en el Poder no son necesarios golpes
militares. Nos basta con la fuerza de opinión que nos sigue. No nos importa que
se cierna el peligro de una disolución. Por interés del partido, puede
decretarse cuanto se quiera, como se quiera y en las circunstancias que se
quiera.»
Martínez
Barrio reprocha al ministro de la Guerra el apasionamiento que ha puesto en sus
palabras. «Yo no he hablado de golpes de Estado ni de sublevación militar.
Consulté con el presidente del Consejo si podía formular una pregunta
relacionada con el rumor público y recibí su aquiescencia.
No he pensado ni por un momento en que el Ejército falte a su honor y a sus
compromisos.»
* * *
Todavía hay
algo más que decir sobre la última crisis y la conducta que en ella siguió el
Presidente de la República, que a juicio de Maura fue perfecta. «¿Dónde está
escrito que el Presidente tenga que limitar sus consultas y por qué denominar
grotesco al desfile de personajes por Palacio? Y en cuanto a las notas, ¿quién
se atreverá a negar que rebosan sentimiento patriótico? La solución de la
crisis fue la única posible. Las rebañaduras de todo el conglomerado
ministerial, con jefes y todo, están volcadas en el banco azul. Ese es el
Gobierno. El programa queda reducido a la ley electoral y presupuestos, y los
flecos son las otras leyes que no se han de aprobar. Y como penacho, la reforma
constitucional, en la que nadie cree.»
«Según el
texto de la Constitución, el Jefe del Estado nombra libremente al jefe del
Gobierno, y a propuesta de éste a los ministros. El Jefe del Estado, con
perfecto derecho constitucional, puede decirle: No apruebo su lista o no
apruebo a éste. ¿Alguna vez ha salido alguien de Palacio diciendo que el
Presidente había impuesto a tales o cuales ministros? Los poderes del Estado se
armonizan, se complementan y conviven. Y nada de particular tiene que en esa
convivencia haya cambio de impresiones sobre nombres y personas. El señor Calvo
Sotelo acusaba al Jefe del Estado de estar con la revolución y decía esto
mientras razonaba sobre una crisis cuyo resultado final ha sido la formación de
un Gobierno en el que está todo lo que hay de derecha en España.»
El ministro
de Agricultura, Industria y Comercio, Martínez de Velasco, aludido a veces con
palabras mortificantes, por haber sustituido en el Gobierno a dos ministros
dimisionarios de la minoría agraria, da una explicación peregrina de lo
ocurrido: «Yo tengo un concepto de la ética política y creí que no tenía
derecho a extender una patente de incapacidad a los dos amigos que ostentaban
una representación política y no habían fracasado; por eso me negué a
sustituirlos, pues ello hubiera llevado implícito el reconocimiento de su
fracaso. Y yo, que me había negado muchas veces a ser ministro, me encargué
nada menos que de la cartera de Agricultura.»
Tampoco, a
juicio de Santaló, de la Esquerra, está justificada
la crisis, puesto que el actual Gobierno es continuación del anterior con el
El debate
político continúa (3 de octubre), porque no hay tema que más interese a las
oposiciones. Barcia, de Izquierda Republicana, insiste en analizar las causas
de la crisis, y especialmente le interesa saber por qué forma parte del
Gobierno Martínez de Velasco, continuador de la política de Velayos,
de su mismo partido, y por qué ha salido Pórtela, que desempeñaba sus funciones
con acierto. El tradicionalista Lamamié de Clairac se asombra de que los diputados izquierdistas se
muestren tan exigentes en reclamar explicaciones a la crisis y en pedir
garantías, libertades y elecciones, cuando en tiempo de su mandato suprimían y
atropellaban los derechos ciudadanos y gobernaban con la Ley de Defensa de la
República, que implicaba la suspensión de las garantías constitucionales.
El
presidente del Consejo de ministros resume el debate. Defiende el proceder
«correcto y constitucional» del Presidente de la República y sus notas
publicadas con todo derecho. «En la dirección de la política nacional ha obrado
con arreglo al estricto ejercicio de sus facultades.» Dirigiéndose a Calvo
Sotelo, le dice: «Es que S. S. sueña con un poder presidencialista, con un
poder integral que le enamora, porque, según ha dado a entender más de una vez,
no es ni monárquico ni republicano.» La concesión de cruces a los generales
Batet y López Ochoa se hizo a indicación de la Comisión parlamentaria. En la
modificación del Gobierno ha influido no poco el reajuste de carteras impuesto
por la ley de Restricciones. La incorporación de otras representaciones al
Gobierno se ha hecho de conformidad con los proyectos expuestos por Lerroux,
cuando presentó el Gobierno anterior a la Cámara. «El Gobierno se propone ir
paulatinamente de concesión en concesión al restablecimiento de garantías para
poner al país en condiciones de una consulta electoral y desea convivir con
todos los elementos que estén dentro de la legalidad.»
Replica
Calvo Sotelo: «He oído con asombro al señor Chapaprieta decir que el Presidente de la República puede dirigir la política nacional. ¡De
ningún modo! La dirección política de la nación y del Gobierno incumbe al
presidente del Consejo de ministros.» «Yo afirmo que la política del Presidente
de la República degenera en un poder personal. Afirmo esto fundándome en la
serie de hechos que enumeré en mi anterior discurso. Debo decir a la Cámara,
por mi honor, que todo cuanto denuncié lo sé por ministros o exministros de
todos los partidos que han participado en el Gobierno durante esta etapa
parlamentaria. Quiero exponer lo que soy y cómo
pienso en política. Soy monárquico por reflexión y por elegancia, pero no
supedito el éxito de mis ideales a que España atraviese previamente por una
etapa de catástrofe. Si para que volviese la monarquía hubiera que sufrir los
horrores de un régimen comunista o el caos de una revolución como la de Bela
Kun, subordinaría ante la suprema conveniencia de mi país mis convicciones
doctrinales y diría: todo menos eso.» «Yo no tengo que ver nada con muchas
cosas de la monarquía que se fue, ni propugno la instauración en España de lo
que era escoria de la monarquía, que tuvo mucha escoria, como la tiene la
República: propago la reinstauración de lo que considero esencia inmutable del
alma nacional, que no en balde España vivió durante más de un milenio bajo la
forma monárquica. Me parece una de las manifestaciones más lamentables de
concupiscencia política que hombres que han gobernado con la monarquía
colaboren en un régimen republicano que aún no se ha consolidado. Propugno una
característica de Estado que no va contra el Parlamento, pero sí contra el
sufragio inorgánico; un Estado de mando único que sólo se puede consolidar en
España con la monarquía. La reinstauración de la personificación monárquica de
la Corona no puede considerarse cuestión previa sino final de un ciclo
evolutivo que puede durar lo que la Providencia disponga o el país quiera.»
Yo —explica Chapaprieta—, «desde el instante en que la monarquía hizo
trizas la Constitución corté totalmente mis relaciones con ella y contribuí lo
que pude a derrocar la Dictadura». «El señor Calvo Sotelo al jurar una
monarquía constitucional y servir luego cargos de un régimen dictatorial se
separó de aquella monarquía.» A Goicoechea, que ha reprochado al jefe del
Gobierno su silencio en la cuestión internacional, recordándole a la vez que
la neutralidad es una bandera común, le responde Chapaprieta:
«El Gobierno no adoptará ninguna medida definitiva sin la asistencia y concurso
de todas las fuerzas que representan a la nación.»
La confianza
le es otorgada al Gobierno por 211 votos contra 15.
* * *
Que España
carece de política exterior se ha dicho sin disimulo y por diversos oradores en
plena Cámara. No tiene otra que la desarrollada por Salvador Madariaga en la
Sociedad de Naciones, donde el delegado español se mueve, pacta y resuelve a su
arbitrio, porque el ministerio de Estado suele estar regentado por «hombres sin
competencia ni interés por
INMENSA
CONCENTRACIÓN IZQUIERDISTA A LAS PUERTAS DE MADRID
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