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CAPÍTULO
57.
GONZÁLEZ
PEÑA CONDENADO A MUERTE POR CONSEJO DE GUERRA
En vano
pretende el Gobierno salir del atascadero de la liquidación de los sucesos de
Octubre, para caminar con desembarazo, puesta toda su atención en los asuntos
de interés nacional. No es posible. A cada momento nuevos obstáculos traban sus
pasos. En la madrugada del 3 de diciembre, fuerzas de la Guardia Civil y de
Asalto detienen en la aldea de Ablaña a González
Peña, el «generalísimo» de los revolucionarios asturianos. Tras de cincuenta
días de errar por los montes, escondido en refugios fortuitos, terminó buscando
asilo en el domicilio de la viuda de Montoto, mujer de conocida piedad
religiosa. Un confidente informó de la llegada al capitán de la Guardia Civil,
Reparaz, que actuaba a las órdenes de Doval. Avisado este, mandó sitiar la casa
y le conminó personalmente para que se entregara. González Peña no opuso
resistencia. Fue trasladado al convento de las Adoratrices de Oviedo,
habilitado para prisión.
Una
complicación más que añadir a las muchas derivadas de los sucesos de Octubre,
que siguen manando sentencias de muerte, detenciones de cabecillas y la
consabida e interminable recogida de armas.
Al comenzar
el mes de febrero quedaban por celebrar sólo en Asturias más de mil Consejos de
guerra. Unos seiscientos serían sobreseídos.
Pocos días
después (11 de diciembre) es capturado el sargento Diego Vázquez, desertor del
regimiento número 3, iniciador y jefe de importantes acciones revolucionarias.
Las Cortes
aprueban el suplicatorio para procesar a González Peña, mientras en Oviedo se
substancia ante Consejo de guerra, en un salón de la Diputación, el juicio
sumarísimo contra el sargento Vázquez. Preside el teniente coronel del
Regimiento número 3, Manuel Iglesias, y actúa como defensor el capitán de la
Guardia Civil, Pedro Martínez. El acusado confiesa que preparó y dirigió los
ataques contra la Comandancia de Carabineros y el Cuartel de Pelayo. También
reconoce que ejerció el mando de las fuerzas rebeldes de Campomanes. Facilita
los nombres de los que integraban los Comités revolucionarios y denuncia a
González Peña como jefe máximo de la revolución. El Tribunal le condena a
muerte, y la sentencia se cumple en el patio del Cuartel de Pelayo (1 de febrero).
Junto con él es fusilado Jesús Argüelles, «Pichilatu»,
que poseído de furia sanguinaria dio muerte a siete mujeres. El sargento murió
arrepentido. El «Pichilatu» se negó a reconciliarse
con la Iglesia. «Para mí —cuenta Lerroux,—, fue el del sargento Vázquez otro
conflicto espiritual... Por las mismas razones que consideré necesario ejecutar
la sentencia contra el comandante Pérez Farrás, traidor a la patria, creí
también que procedía ejecutar la que condenaba al sargento Vázquez, igualmente
traidor... Le llevé el asunto al Presidente de la República y no vaciló...»
«Don Niceto, que había salvado la vida del «héroe de la independencia catalana»
comandante Pérez Farrás, no quiso salvar la vida del sargento Vázquez.»
Los Consejos
de guerra se suceden. El juicio contra el diputado socialista Teodomiro
Menéndez se celebra en el Hospital de Toledo (9 de febrero).
Al procesado
se le traslada a la sala en camilla, convaleciente de las fracturas que se
produjo al arrojarse desde una ventana al patio de la cárcel donde estaba
recluido. Preside el Consejo el teniente coronel Iglesias. Las pruebas son
contradictorias. Y aunque abundan los testimonios que le exculpan, prevalecen
los que le acusan. González Peña, en su declaración como testigo, niega que
Menéndez formase en ningún Comité. En cambio, en testimonio leído del sargento
Vázquez, éste afirma que el diputado fue uno de los dirigentes más activos. El
defensor, teniente coronel de Infantería, Aurelio Malilla, simpatizante con la
causa de los revolucionarios, ensalza los esfuerzos del procesado por frenar y
debilitar los impulsos de los extremistas. Menéndez es condenado a muerte y al
pago de cien millones de pesetas en concepto de indemnización civil por los
daños producidos tanto a los intereses del Estado como a los particulares.
El Consejo
de guerra que acapara la curiosidad pública es el que se celebra en el salón de
la Diputación (15 de febrero) para juzgar a González Peña. Lo preside el
teniente coronel Iglesias. Los testimonios del apuntamiento son aplastantes
contra el procesado, alma y promotor de la revolución, jefe indiscutible antes
y durante la tragedia. Teodomiro Menéndez y el sargento Vázquez —éste en
testimonio escrito— declaran que no hubo en la insurrección autoridad superior:
sus órdenes se acataban ciegamente; planeaba y dirigía, sin que se alzara voz
discrepante frente a la suya. Organizó los ataques a la Fábrica de Armas, la
lucha contra el Cuartel de Pelayo y las operaciones en el Monte Naranco, en la
estación del Norte y Trubia. Ordenó el transporte de bombas, la instalación de
los cañones y el reparto de fusiles; participó en el asalto al Banco de España
y dispuso la distribución del dinero robado.
Para el
defensor, teniente coronel Matilla, cuyo informe ofrece más hojarasca mitinesca que enjundia jurídica, el procesado «fue un mero
espectador de la rebeldía». Si en el proceso abundan los testimonios
acusatorios se debe a que los principales detenidos por supuesta intervención
en los sucesos, «creían que González Peña había logrado escapar y acumulaban
cargos contra él». «El verdadero jefe militar del movimiento fue Dutor».
Estima el
defensor que el procesado «a lo sumo podría ser considerado como auxiliar de la
rebeldía o rebelde.» Autorizado González Peña para ampliar su declaración,
pronuncia un discurso virulento que el presidente interrumpe varias veces. «Fui
al movimiento revolucionario, no lo niego, pero no como jefe, porque en nuestra
organización no hay jefes, ni cabecillas, sino como uno más, un mero auxiliar.»
No asaltó el Banco de España, «pero le pareció bien que el dinero se
distribuyese entre las viudas, huérfanos e inútiles de la revolución». También
niega que durante su actuación revolucionaria le acompañase su amante, como ha
dicho un periódico. Pide a los jueces que «si vieseis alguna atenuante os
apresuréis a aplicarla, porque os juzgo justos».
En los
resultandos de la sentencia se enumeran los sucesos de los que fue protagonista
el reo, se le condena a la pena de muerte y en concepto de responsabilidad
civil al pago por indemnización de doscientos millones de pesetas. A la vez se
decreta la disolución de la Asociación profesional obrera, Sindicato de Obreros
Mineros de Asturias.
«¡La que se
nos viene encima!», exclama un ministro radical al conocer la sentencia,
convencido de que con ella se hará más embarazosa la ya difícil y ardua marcha
del Gobierno. Para la C. E. D. A. significará el indulto el refrendo de una
política impunista repudiada por la mayoría de sus
afiliados y por los monárquicos. De otro lado, ¿cómo aprobar la condena de
muerte con el escandaloso antecedente absolutorio de Pérez Farrás? Los
radicales no dudan: González Peña saldrá indultado, porque el Presidente de la
República será el primer y más acérrimo defensor del indulto. La misma opinión
comparten todas las izquierdas y hasta el propio sentenciado.
Apenas hecha
pública la condena, se produce una movilización de fuerzas izquierdistas, en
prueba de que se hallan alerta y apercibidas. La campaña en favor del indulto
se enciende y propaga de un extremo a otro del país. El rescoldo revolucionario
que permanecía latente, va a convertirse en llamarada. González Peña lo
califica de «gran resurgir de las izquierdas». El frente izquierdista se inicia
en una reunión celebrada en la redacción de La Libertad de Madrid (31
diciembre, 1934). A ella asisten Martínez Barrio, Barcia, Albornoz, Gordón Ordas, Botella Asensi y Franchy Roca. Se adhieren Miguel Maura y Cirilo del Río. Las izquierdas, afirma
Albornoz, convocador de la reunión, «se encuentran intactas y deben aliarse con
las organizaciones proletarias para salvar a la República». Como adelantado de
la propaganda para un frente único, rompe el fuego Martínez Barrio con ocasión
de un homenaje que le tributan sus correligionarios de Sevilla (6 de enero,
1935). Considera necesaria y urgente la unión de todos los republicanos que
acatan la República del 14 de abril, «incluso de los que sin ser de izquierda
la sirvan con lealtad». Insiste en esta recomendación en otros actos y en
Algeciras (8 de marzo), apunta la posibilidad de una disolución de Cortes y
llama a la unión «a todos los que quieran salvar a la República, no importa el
campo de donde procedan».
El Gobierno
abre la mano a la propaganda hablada y levanta el estado de guerra (23 de
enero), con excepción de las provincias de Madrid, Barcelona, Asturias, Aragón,
León, Santander y Palencia. A partir de este momento, no hay domingo sin
abundante floración de mítines, de los que se despeñan cataratas de oratoria
colérica y truculenta, contra el Gobierno y las instituciones de una República
«en poder de traidores». Los ataques más feroces son contra el Ejército, al que
se le hace responsable de «crímenes nefandos en la represión de Asturias». Se
anuncia «justicia implacable el día del triunfo, aunque se conmuevan los
cimientos del Estado y se derrumben los altares». El indulto de González Peña
es una exigencia de la revolución que no puede ser negada sin que sobrevengan
trastornos gravísimos. En los mítines se lee un manifiesto de los emigrados en
París, encabezado por las firmas de Prieto, Belarmino Tomás y Amador Fernández,
dirigido a las organizaciones proletarias del mundo. «La cabeza de González
Peña —se dice—, obrero de la mina, la exige la burguesía como trofeo sangriento
de una España regida por un clericalismo fanático.»
Secundan la
propaganda oral periódicos y hojas clandestinas filtradas en fábricas,
talleres, tajos, cuarteles y oficinas públicas, con excitaciones a la violencia
y consignas revolucionarias. Unas proceden de los focos sindicalistas, otras de
los socialistas, las más del comunismo «No hemos sido vencidos ni aplastados —escribe
el periódico Octubre, portavoz de la Juventud Socialista—. El que estemos de
momento hundidos no significa nada: es un descanso, un chapuzón para arrancar
con más brío. No hemos perdido nuestra fuerza, por el contrario ha crecido al
mismo tiempo que nuestra experiencia revolucionaria... Siguiendo el camino que
Lenin señaló a los bolcheviques rusos, tenemos el triunfo seguro.»
Se suceden
las detenciones de Comités que conspiran y se afanan por rehacerse a la vez que
protegen a los delincuentes ocultos y les ayudan a salir de España. Los brotes
de erupción revolucionaria son cada vez más numerosos. La Prensa izquierdista
hace la apología de Octubre y arrecia la ofensiva contra la «represión
sangrienta». A los cinco meses de la insurrección sólo cuenta el «heroísmo» de
los rebeldes y la «crueldad» de quienes los derrotaron.
La C. N. T.
publica Revolución Social; el Comité Provincial de Madrid del Partido
Comunista, Frente Rojo; el Partido Comunista, Bandera Roja. Las
Juventudes Socialistas, U H P. He aquí algunas muestras de la prosa de
estos libelos: «España chorrea sangre por los cuatro costados. El Gobierno
siembra la muerte en su derredor a manos llenas. Asturias sigue siendo la
victima de unas bandas de locos sedientos de sangre, de asesinos y de ladrones
vesánicos» (Revolución Social). «Hemos de esforzarnos todos en extender
por toda España un Frente Único con una sola dirección. Por eso España entera
debe ser en la próxima insurrección una inmensa Asturias roja que asombre al
mundo» (Frente Rojo). «Bajo un régimen de terror, vigilados por un
Gobierno sanguinario, se ha creado un Comité de enlace de los partidos
socialista y comunista; se han fusionado los Sindicatos comunistas y
socialistas de mineros; se han creado Comités de enlace en siete fábricas
siderúrgicas de Vizcaya; se trabaja por la unidad sindical en Madrid, en
diversas profesiones» (Bandera Roja). «U. H. P. refleja en sus páginas
cuantas infamias y traiciones se han cometido contra los trabajadores por el
Gobierno radical cedista. Asturias clama venganza»
(U. H. P.).
El hervor
revolucionario y la ascendente marea subversiva preocupa y atemoriza a las
derechas, al advertir que el Gobierno es impotente para frenar los ímpetus
extremistas. La batalla a la revolución, prometida en los grandes discursos, no
se riñe, y buscando la causa de este fracaso los dirigentes cedistas creen encontrarla en su escasa representación en el Gobierno, desproporcionada
a su fuerza parlamentaria. Criterio compartido por los agrarios, que se
consideran también preteridos. Resolver el problema que estos desequilibrios
plantean es tarea compleja, pues requiere previa coincidencia de propósitos en
la labor política a desarrollar. «El problema planteado por la C. E. D. A.
—escribe El Debate— radica en la necesidad de un ritmo más rápido y de mayor
volumen en la acción del Gobierno. Esta necesidad se refiere tanto a la labor
puramente de Gobierno como a las tareas legislativas.» El ánimo de los
gobernantes está absorbido por la condena de González Peña. Su indulto, ¿no
quebrantará la alianza radical-cedista? En este caso,
cuanto se ha proyectado será en precario y sobre bases movedizas de arena.
El jefe de
los agrarios, Martínez de Velasco, y el progresista Pita Romero cesan como
ministros sin cartera (6 de enero). Han desaparecido, explica aquél, los
motivos que justificaban mi presencia en el Gobierno como deber patriótico.
Pita Romero continuará como embajador cerca de la Santa Sede. La salida de los
dos ministros es una facilidad brindada a Lerroux para resolver la crisis que
se avecina.
Menudean las
entrevistas del jefe del Gobierno con Gil Robles, Martínez de Velasco y
Melquíades Álvarez. Interviene en la negociación de lo que se prepara el
presidente de las Cortes.
Las cosas
marchan bien, dicen los jefes políticos. La coalición garantiza la estabilidad
del Gobierno Gil Robles, más explícito, aclara: «Hemos llegado a un completo
acuerdo en cuanto a planes legislativos y gubernativos.» Ministros y ex
ministros radicales otorgan a Lerroux un voto de confianza para organizar el
Gobierno. Terminados los preparativos y obtenida la autorización del presidente
de la República, Lerroux anuncia (22 de enero) que Rocha, ministro de Marina,
desempeñará la cartera de Estado y Gerardo Abad Conde, de escaso relieve
político, la de Marina. Extraña y decepcionante crisis. En apariencia todo
sigue igual. El problema no ha sido resuelto, sino aplazado hasta que se
ventile el pleito que planteará la condena de González Peña.
* * *
Cuando se
reanudan las sesiones de Cortes (23 de enero) y se da cuenta de forma rutinaria
de los cambios de cartera, Ventosa pide «algo más que el parte facultativo de
la crisis». «En mi experiencia política, que va siendo larga —dice—, conozco
pocos casos de un Gobierno que haya tenido un desgaste tan rápido y tan
grande.» «Al cabo de tres meses y medio, cuando tan necesario es el concurso de
la opinión pública para la eficacia de las sanciones por la subversión
revolucionaria, se aprecia un movimiento de protesta y una campaña contra la
represión que no se ha efectuado de manera eficaz. El mismo Ejército, al cual
se le ha hecho ejecutor de la justicia, se ve complicado en esta misma campaña
por la lentitud y la vacilación del Gobierno.» «¿Qué eficacia ha tenido el
proyecto sobre agravación de penas por tenencia ilícita de armas? ¿Cuántas son
las armas que se han recogido? ¿Es que en Madrid y en Barcelona, por ejemplo,
no se ocultan cantidades «normes de armamento? Hoy, después de tres meses y
medio de actuación del Gobierno subsiste la amenaza revolucionaria como la
víspera del día 6 de Octubre.» «La ley regulando el régimen transitorio en
Cataluña ha sido violada desde el primer momento.» «Lo que hacéis en Cataluña
manteniendo esta situación de interinidad, despiertos todos los apetitos y
concupiscencias, es preparar la apoteosis y la vindicación de todos los
Gobiernos de Esquerra.» «Creo sinceramente que la obra que ha realizado el
Gobierno desde el 6 de Octubre hasta la fecha ha sido deprimente para España.»
Habla a
continuación Calvo Sotelo. La solución de la crisis ha dejado las cosas como
estaban, «sin otra novedad que la incorporación del señor Abad Conde,
distinguido paisano mío y eminente masón». Continúa la infiltración tentacular
de la masonería en todos los órganos del Estado, incluso en los militares. Por
otra parte, el problema económico se agrava. Los presupuestos se liquidan cada
año con mayor déficit; el de 1935 se anuncia de 800 millones de pesetas. La
campaña internacional antiespañola no cesa, con el concurso de compatriotas que
hacen gala de ello. Respecto a la revisión de la Constitución, «¿cómo habéis
admitido que la iniciativa parta del Presidente de la República, y, sobre
todo, de un presidente elegido como lo ha sido el actual?» «Niego que el
Presidente de la República tenga independencia política para proponer la
revisión de la Constitución que elaboraron las Cortes que a él le eligieron.»
El jefe de
la C. E. D. A., en su papel de árbitro y conciliador se refiere a la pasada
crisis y con palabras enigmáticas dice que «se ha resuelto de momento un
problema que la realidad planteaba, pero que en su día tendrá solución
adecuada». «Hago —añadió— la afirmación categórica y solemne del acuerdo de
todos nosotros de cumplir el programa tanto en el orden parlamentario como
gubernativo, en cuanto estimamos de necesidad patriótica.» Lerroux, en
respuesta a las censuras de Ventosa por la lentitud y vacilaciones en sancionar
a los culpables de Octubre, explica: «Nosotros hemos querido que se cumpla la
justicia conforme a la ley y no podíamos ser más expeditivos que los Tribunales
militares.»
Una
proposición de ley firmada por diputados monárquicos reclama «el levantamiento
inmediato del estado de guerra». José Antonio Primo de Rivera, primer firmante,
manifiesta que al prolongar indefinidamente el estado de excepción, «el
Gobierno desgasta su propia autoridad, y de paso el prestigio y la autoridad
del Ejército, al hacerle responsable nominal de todo lo bueno y lo malo que
bajo este período ocurra». En dos proposiciones de ley, una de diputados
regionalistas catalanes y la otra de monárquicos, se piden «normas prefijadas y
equitativas para la aplicación de la previa censura de Prensa».
El ministro
de la Gobernación, Vaquero, recuerda que «en años recientes, en períodos de
gran ambiente de libertad, si no se aplicaba la previa censura, en cambio, se
suspendían indefinidamente los periódicos». «La censura, como la aplicación de
la pena de muerte y otras medidas rigurosas que repugnan a los espíritus
liberales, son todavía necesarias a la hora de asumir las responsabilidades
anejas al rectorado de los países.»
La Cámara
dedica un homenaje necrológico (31 de enero) a la memoria del ex presidente del
Congreso de los diputados y del Consejo de ministros, don José Sánchez Guerra
Martínez, fallecido el 26 de enero de 1935 y acuerda concederle a su viuda,
doña Luisa Sáinz, una pensión de 20.000 pesetas anuales.
* *
Diputados de
Unión Republicana, con Martínez Barrio al frente, en una proposición de ley
formulan a las Cortes un ruego para que el Gobierno «reponga los Ayuntamientos,
alcaldes y concejales destituidos o suspendidos sin observancia de lo
preceptuado en la Ley Municipal vigente». Diputados regionalistas catalanes,
con Ventosa como primer firmante, solicitan en otra proposición de ley (6 de
febrero) que el Congreso estime necesario el restablecimiento sin demora de la
normalidad de la vida municipal en Cataluña y de una manera especial en
Barcelona. Por graciosa decisión de Pórtela, la alcaldía de la Ciudad Condal ha
sido confiada a José Pich y Pon, antiguo lerrouxista,
y la administración municipal a un grupo de concejales radicales,
desacreditados. «Ni los Bancos, ni quienes tengan que contratar con Pich y Pon
—afirma Ventosa— estarán muy seguros de que realmente esté facultado para
negociar y comprometer la hacienda y el futuro de la ciudad.»
Los temas de
interés agrario son los que acaparan la atención y el tiempo de las Cortes. A
la ley de Arrendamientos Rústicos en plena discusión se suma una proposición de
ley de los cedistas, para que se tramite con urgencia
el proyecto de reforma de la Reforma Agraria, y que mientras tanto cesen las
incautaciones de fincas rústicas a los particulares. «Que hace falta la Reforma
Agraria —exclama el ministro de Agricultura — es algo que todos estamos
convencidos, aunque desgraciadamente a posteriori y no a priori, cuando debió
hacerse.» «Ello explica muchas cosas que han ocurrido después. Es un medio
heroico para salir de una situación desastrosa. Yo traeré en breve a la Cámara
la reforma de la Reforma Agraria. Tengo la sospecha de que la ley que voy a
traer no va a agradar a mucha gente». Se ve obligado a hacer esta advertencia,
porque sabe de terratenientes, no pocos de ellos afiliados a la C. E. D. A.,
que con muy variados pretextos burlan la ley o tratan de soslayarla. Contra
infractores de otras leyes el cedista Dimas Madariaga
y quince diputados de la minoría piden a los ministros de Trabajo, Obras
Públicas y Gobernación informen de las medidas «que se proponen adoptar en relación
con las decisiones de determinadas entidades patronales que prestan un servicio
público, sobre suspensión o derogación de mejoras logradas por su personal».
Dichas entidades suponen que el clima político es favorable para este género de
infracciones y otros abusos.
En la
discusión inacabable por la plétora de enmiendas a la ley municipal, Calvo
Sotelo, al referirse a la anormalidad constitucional, endémica en España, hace
(13 de febrero) un curioso cálculo: «He echado unas cuentas —dice— sobre el
tiempo que ha vivido España con plenitud constitucional desde el 14 de abril
acá y no me salen más que veintitrés días, en la totalidad del territorio.
Desde que se proclamó la República, hasta que existió Constitución, vivió con
un Estatuto provisional y cuando se proclamó la Constitución, un estrambote
hacía valedera todavía la Ley de Defensa de la República, que sólo perdió su
vigor en agosto o septiembre de 1933. Pero desde entonces acá, sólo ha habido
veintitrés días de normalidad constitucional en toda España; en un sitio o en
otro, cuando no en todo el país, se declaraba el estado de prevención, el de
alarma o el de guerra, en el que nos encontramos desde Octubre en gran parte
del territorio; desde luego, en el de alarma, en toda España.»
Cambó (15 de
febrero) cree que Calvo Sotelo se equivoca cuando dice que la democracia es
incapaz de resolver los grandes problemas contemporáneos. Por el contrario,
donde esos problemas están más complicados y lejos de una solución es en
aquellos países que han abandonado los regímenes democráticos. Temo que el poco
interés que inspira este debate se deba a cierta sensación que muchos tienen de
que este proyecto no es más que de relleno, y no se va a aprobar, lo cual sería
una gran desgracia. «Estoy en absoluto conforme con el señor Calvo Sotelo
—añade Cambó— cuando echa de menos que en la ley no figure un régimen electoral
para los Municipios, que puede ser distinto del régimen electoral que se adopte
para las elecciones de Diputaciones o del Parlamento. En España la única manera
de que los municipios sean Corporaciones económico-administrativas y no
esencialmente políticas es que se elijan sus miembros por el sistema de
representación proporcional.»
* * *
En su
discurso Cambó había dicho: «Asistimos a un período de debilidad del Poder
público, como quizá no lo habíamos vivido nunca, y esta debilidad, que nace en
el sistema colectivo, se refleja en la Cámara, pues yo he de decir que no he
pertenecido a ninguna tan insensible a las heridas que se infieran al interés
público como la Cámara actual. Si el Parlamento está resultando ineficaz, la
culpa no es de los diputados: jamás hemos visto una ausencia tan constante del
presidente del Consejo de las deliberaciones de la Cámara». Lerroux, que
simultanea la jefatura del Gobierno con el Ministerio de la Guerra, esquiva los
debates del Parlamento, y con mucha más razón cuando atañen a cuestiones
espinosas como la planteada el 15 de febrero por el diputado republicano
independiente Cano López, sobre infiltración de la masonería en el Ejército. En
la proposición, no de ley, firmada por diputados monárquicos y algunos cedistas, se pide al Gobierno la adopción de medidas que
impidan a ningún miembro de los Cuerpos armados el ingreso en la Masonería,
«cuyos mandatos obligan con votos, tantas veces incompatibles con los altos
intereses de la patria». Muchos testimonios alegados por el diputado prueban la
gran influencia de la Masonería en la vida política española. Por lo que se
refiere al Ejército, de los veintiún generales de División son masones los
siguientes: López Ochoa, Miguel Cabanellas, Gómez Morato, Riquelme, Núñez del
Prado, Gómez Caminero, Villa Abrille y Molero. Son
también masones los generales de Brigada Urbano, Llano, Miaja, Jiménez, López
Gómez, Martínez Monje, Cruz Boullosa, Martínez Cabrera, Pozas, Castelló,
Romerales y Fernández Ampón. Amplía la denuncia con otra lista de coroneles,
entre continuas interrupciones y avisos del presidente de la Cámara, para que
no lance ligeramente nombres a la crítica sin más pruebas. En la reciente
combinación de altos cargos, la mayoría de los designados — afirma— son
masones, y recuerda que Pérez Farrás al salir del Consejo de guerra que le
condenó a muerte exclamó: «Ahora veremos qué hacen los hermanos.» Cumplieron
muy bien, puesto que fue indultado.
En medio de
grandes alborotos, el ministro de la Gobernación recuerda que la Masonería ha
existido legalmente en España antes de la República. «Ignoro —añade— si en la
actualidad existen actividades de ese género. Además, hay que demostrar que la
Masonería sea enemiga de la patria.» Por otra parte, si es una sociedad
secreta, ¿cómo se puede afirmar de una persona que pertenece a ella? Tengo a
todos los militares por unos perfectos caballeros y patriotas, «y estoy seguro
de que la sangre de esos hombres está deseando extravasarse de sus venas, si es
necesario, para servir a España». «Lo de esta tarde es una pesadilla que
esperamos no volverá a repetirse.» El diputado Cano insiste en preguntar si un
militar puede o no pertenecer a la Masonería. No logra respuesta. Cuando más
encrespada está la polémica, interviene Gil Robles, da un giro habilidoso a la
cuestión y la desvía de su objetivo, para salvar al Gobierno de un peligro cierto.
«No cabe duda de que el sentido que se ha dado a la proposición — y si no lo tiene,
nosotros se lo damos plenamente— es procurar que dentro del Ejército impere una
disciplina que ninguno de sus miembros la altere, sometiéndose a una ideología
incompatible con la única y suprema disciplina. Ese criterio lo comparte el
Gobierno y en ese sentido puede contarse con nuestros votos. Para nosotros la
disciplina del Ejército es única e intangible y no puede confundirse con otras
de orden ideológico, social o político.» Pero, ¿dónde está el Gobierno?,
pregunta el diputado Díaz Pastor. ¿Allí, o ahí?, dice, indicando
alternativamente al banco azul y a la minoría de la C. E. D. A.
El escándalo
no cesa. Cano se muestra dispuesto a retirar su proposición si el Gobierno
declara que el Ejército es incompatible con la Masonería. Gil Robles contesta:
«El Gobierno impedirá actividades políticas en el Ejército, vengan de donde
vengan, incluso de las logias. El problema para nosotros está zanjado.»
En votación
nominal la proposición es aprobada por 44 votos contra 42, mas el Presidente
advierte que el resultado no es válido, por no haber tomado parte por lo menos
cien diputados, como prescribe el Reglamento.
La
excitación va en aumento. Gil Robles se desvive por ordenar aquel desconcierto.
«Muchos miembros de nuestra minoría —dice—, por entender que la cosa estaba
suficientemente clara, y que las palabras del ministro de la Gobernación habían
recogido el espíritu de la proposición, no han votado. Pero no debe
interpretarse el retraimiento como maniobra política. Y si el Reglamento lo
permite, puede repetirse la votación y de acuerdo con el criterio expuesto por
el ministro, la apoyaremos. Si lo que se busca es romper el bloque
gubernamental, digo que aquí no hay cuestión política. Yo votaré un criterio
que comparte el Gobierno.» El ministro de la Gobernación confirma que el
Gobierno no hace de la proposición cuestión de confianza.
Cambó
declara: «Para no colaborar en este espectáculo lamentable, la Lliga Catalana, por amor a las instituciones parlamentarias
no participa en votaciones que las desprestigian.» Que se haga o no cuestión de
Gabinete —afirma Goicoechea—, «si el Parlamento declara incompatibles las
organizaciones secretas y la disciplina del Ejército, el Gobierno no tiene
otro remedio que acatar y cumplir esa voluntad». El agrario Royo Villanova
ruega rendidamente al Gobierno, «de rodillas, si es preciso», que deje sin efecto
el nombramiento del general Gómez Caminero para el mando de la División de
Galicia. Su actuación en Valladolid escandalizaba a las gentes de orden, y fue
gobernador militar de Málaga durante la quema de conventos.
En uso de
sus facultades, el presidente del Congreso dispone nueva votación. Esta vez se
aprueba la proposición por 82 votos contra 26. Entre los votantes en contra
figura el ministro de la Gobernación, el presidente de la Cámara y varios
radicales.
* * *
Advertidos
los monárquicos de cuán endeble es la coincidencia radical-cedista en esta cuestión masónica y de la posibilidad de abrir una brecha en el bloque
gubernamental, insisten en el ataque con otra proposición (27 de febrero), que
encabeza Maura (Honorio). Se pide en ella explicación explícita sobre medidas
adoptadas por el Gobierno, para impedir que ningún miembro de los cuerpos
armados pueda pertenecer a la Masonería, y las razones para mantener en altos
mandos a generales a quienes se les supone afiliados a la Masonería. La minoría
radical replica en el acto con otra proposición de que «no ha lugar a deliberar
sobre el asunto», porque, dice Sierra Rustarazo, está
juzgado, y la declaración que hizo en su día el Gobierno satisfizo a los
núcleos mayoritarios de la Cámara. En nombre del Gobierno, el ministro de
Estado, Rocha, ya que tampoco a esta sesión asiste Lerroux, dice que se hará
cumplir el decreto de 1934, en virtud del cual «los militares de todas las
categorías no podrán pertenecer a grupo o asociación en que pudiera exigírseles
intervención en política». Maura cree que el citado decreto es un «camelo». «Lo
cierto es que —agrega— las organizaciones masónicas siguen activas y no se ha
revocado ningún alto cargo.» «El Gobierno debe declarar, por boca de su jefe,
que por cierto siempre está ausente, si quiere cumplir los acuerdos de la
Cámara.»
El ministro
de Estado reitera de manera clara y terminante que prohibirá a los militares
las actividades políticas, y el embrollo es tan grande, por la desconfianza de
los autores de la proposición, que Gil Robles de nuevo se ve obligado a
proclamar «nuestra significación contraria y de absoluta incompatibilidad con
lo que es y representa la Masonería». «Tenemos plena confianza en que el
Gobierno aplicará aquellas medidas que juzgamos indispensables.» «A mí me basta
la coincidencia en unos postulados comunes de índole patriótica con el partido
radical, para que me proporcione la satisfacción de que nuestros ministros se
sienten a su lado.» «Nosotros vamos a votar la proposición de «no ha lugar a
deliberar», porque tenemos la seguridad de que el Gobierno cumplirá su
promesa.» Verificada la votación, la gana el Gobierno por 111 votos contra 28.
Así, de esta
manera, sorteando mil escollos y capeando el temporal que levantaron los
monárquicos, sin que el Gobierno exponga de manera precisa cuál era su
pensamiento, el Parlamento considera liquidado el pleito de la infiltración
masónica en el Ejército.
CAPÍTULO
58
INDULTO
DE GONZÁLEZ PEÑA Y CRISIS TOTAL
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