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CAPÍTULO 54.DEBATE EN LAS CORTES SOBRE LAS RESPONSABILIDADES DE LA REVOLUCIÓN
Las Cortes, que reanudan
sus sesiones el 5 de noviembre, deben dilucidar la cuestión de las
responsabilidades, tan enredada y oscura por la disputa entre los ministros y
el Presidente de la República. Los escaños de socialistas y republicanos de
izquierda aparecen vacíos. Tampoco asiste Maura. En cambio, ocupan sus puestos
los nacionalistas vascos y los progresistas. Lerroux plantea el debate
político. «En los primeros días del pasado mes —dice— un viento de locura
criminal paseó por toda la península y culminó en oprobio y en vergüenza, en
dolor y en sangre, en algunos lugares de la misma. Pudiera decirse que
sorprendió, en la intensidad con que se realizara, a todo el mundo, pero
también pudiera decirse que se había realizado la amenaza, que se había
cumplido la profecía.»
¿Quiénes son los
responsables del estado pasional? Después del desgaste de los Gobiernos de
alianza republicano socialista, llegó al poder el partido radical, y contra él
se desencadenó violenta campaña y a continuación contra las fuerzas dispuestas
a colaborar con el pretexto «de que no se sabía si estaban encauzadas dentro de
la República. A esto se llamó dar la batalla al fascismo». Y los socialistas
empezaron a preparar la revolución. «Yo moriría satisfecho de haber prestado a
mi Patria el servicio de haberos arrancado a vosotros, los monárquicos, todos
estos elementos que hoy constituyen la derecha de la República.» «Se nos acusa
de fascistas y de haber alterado el espíritu de la República. ¿Qué proyectos se
han aprobado contrarios al espíritu y a la letra de la Constitución?» «No habrá
modificación de leyes fundamentales, si no es siguiendo el curso prescrito en
la misma Constitución.»
«Cumplimos con exactitud
lo estipulado por el Estatuto catalán. ¿Por qué entonces el acuerdo desesperado
y explosivo de la Generalidad el 6 de octubre? Respecto a Asturias, votamos
todos los créditos que se propusieron para sostener la industria del carbón y
a los obreros. Tales medios han servido para preparar esos crímenes nefandos
que nos avergüenzan tanto como nos indignan. Lo mismo en Cataluña que en
Asturias, el imperio del poder se ha mantenido. El Gobierno no tiene el
propósito de ir a una represión proporcionada a los salvajismos cometidos.
Cumplirá la ley sin crueldad, porque ésta es la mayor enemiga de la justicia.
Hemos contraído una responsabilidad histórica que nos obliga a vivir prevenidos
para que hechos semejantes no puedan repetirse.»
* * *
Firmada por diputados de
las minorías radical, cedista, agraria y otros, se
lee una propuesta de confianza, que defiende su primer firmante, Gil Robles.
Desea éste decir al país el agradecimiento que debe al hombre que se sienta a
la cabecera del banco azul, blanco de los más duros ataques del partido socialista,
eje del movimiento revolucionario, que compartió responsabilidades de gobierno,
imponiendo una política que obligó al apartamiento del partido radical; que,
después de haber vivido y medrado dicho partido durante la monarquía y en
situaciones de dictadura, se adhirió fervorosamente a la República, no por la
República misma, sino porque entendía que el Poder en sus manos no habría de
ser un fin, sino un medio para la realización íntegra de su programa
revolucionario.
Como no pudo impedir la
formación de este Gobierno, apeló a la violencia, incluso con ayudas del
exterior, a fin de someter a España a esa dictadura oprobiosa que ha conocido
durante dos semanas una de las regiones españolas. «En cuanto a los partidos
republicanos que se solidarizaron con los socialistas y con los rebeldes
catalanes, incurrieron en la misma ilegalidad y traición que los promotores del
desorden.»
Disconformes con muchas
orientaciones doctrinales de la Constitución, queremos su reforma por el
camino y los medios que ésta señala. En cuanto al castigo de los culpables,
función fundamental y privativa del Consejo de ministros es la de examinar
cuándo y en qué condiciones puede proponer el Presidente de la República el
ejercicio de la gracia de indulto. «Materia es ésta en la cual yo no quiero
entrar. El derecho de indulto, reminiscencia de facultades antiguas de la
Corona, no es ya una facultad personal del Jefe del Estado, sino que compete al
Gobierno responsable, el cual hace la propuesta en los términos y condiciones
que quiere, y trae luego el asunto al Parlamento para que vea si ha sabido o no
cumplir con su obligación.»
«Vamos a poner en claro
todo lo ocurrido, sea quien sea el culpable y caiga quien caiga. Tan grave ha
sido, que nadie puede, en modo alguno, echar un velo sobre responsabilidades,
por muy elevadas y por muy significadas que sean. ¡Al pueblo, señor
Presidente! ¡A buscar en él apoyo, inspiración y fuerza! Los que creemos en
España, los que creemos en el pueblo, los que nos hemos formado, en la
democracia sincera, no tenemos miedo ninguno. Su Señoría, viejo luchador, y
nosotros, luchadores inexpertos, tenemos una misma finalidad. Si es preciso, ¡a
buscar a España! Pero no habrá lugar. Estas Cortes vivirán mucho tiempo.»
El jefe monárquico
Goicoechea anticipa que no votará la proposición de confianza: «Cuando parecía
natural —dice— que, transcurrido un mes, el presidente del Consejo de Ministros
se apresurara a explicar el uso que hizo de los poderes que por la Cámara se le
confirieron, nos encontramos con la sorpresa de que se nos reclama un nuevo
voto de confianza, sin que acertemos a saber por qué.»
«El señor Gil Robles ha
hablado de responsabilidades morales y materiales, pero no ha aludido a las
responsabilidades por omisión, y tengo que decir que si yo hubiera contraído
aquella en que los señores Samper y los ministros de la Guerra y Marina han incurrido,
no podría conciliar el sueño en todo lo que me resta de vida.
»La significación que se
ha dado a la gracia del indulto es equivocada, pues las resoluciones del
Consejo de ministros quitan libertad a los tribunales y crean una serie de
responsabilidades que no sé cómo el Gobierno logrará salvar, convirtiéndose en
una especie de Tribunal de Casación que os atraerá la responsabilidad sobre
todas las sentencias. Estáis perpetrando un atropello constitucional y legal,
pues el delito de traición cae de lleno bajo la competencia de la justicia
militar.
»Una de dos: o no hay
discrepancia entre el Presidente de la República y el Gobierno, y en ese caso
el Gobierno tiene la obligación de cubrir con su responsabilidad la del
Presidente; o hay discrepancias, y entonces debéis tener el valor de afrontar
la realidad, y presentar una proposición acusándole. Todas las apariencias dan
a entender que se pretende favorecer a los más grandes culpables del delito de
traición. ¿Cuál es la razón de ese género de predilecciones? ¿Es acaso el hecho
de que muchos de los inculpados forman parte de organizaciones secretas, a las
cuales pertenecen algunos de los ministros de la República?»
Gil Robles le interrumpe:
S. S. no tiene derecho a interpretar así el concepto que del indulto tiene el Gobierno.
Goicoechea concluye: El
país anhela que desandéis todo lo andado desde el 14 de abril de 1931.
Para el diputado por
Oviedo Melquíades Álvarez, las notas de los partidos republicanos rompiendo con
las instituciones republicanas equivalían a fomentar y justificar la
revolución. Después de esto, en adelante, ¿se podrá llamar a consulta a esos
hombres? El movimiento ha representado de un lado el propósito de desmembrar la
Patria, y de otro el infame deseo de destruir la sociedad y con ella todo lo
que representa la más alta espiritualidad de la vida. «Por si no fuera bastante
para execrar esta revolución, hay que decir que en su desarrollo se cometieron
crímenes de tal ferocidad que con sólo recordarlos el sentimiento de piedad se
ahuyenta de las almas más generosas y clementes.»
«Nunca he sido enemigo
sistemático de la revolución. En la Historia hubo algunas que pueden
calificarse de santas. La revolución es legítima contra un poder que atropella
arbitrariamente los derechos y libertades de los ciudadanos. Y el director de
ese movimiento revolucionario debe situarse al frente para encauzarlo. Yo
dirigí la revolución de 1917 y mientras fui director no se cometió el más
pequeño desliz de carácter delictivo. Y declaré que cualquier delito común
sería denunciado por mí en la Policía.» (El orador es interrumpido con ironías
y sarcasmos.)
«En la aplicación de penas
no debe haber desigualdad. Hay hombres que se han manchado con toda clase de
crímenes. Desgraciadamente para ellos, los Tribunales pedirán la pena de muerte
y estoy seguro de que con gran dolor de todos, que somos hombres piadosos, el
Gobierno tendrá que ejecutarlas. El derramar sangre cuesta muchas lágrimas e
inquietudes, pero, por encima de la sensibilidad está el interés de España.
Thiers, el hombrecillo que fue la befa de sus contemporáneos, cuando presenció
los horrores de la Commune de París, en 1870, fusiló
en nombre de la República y produjo millares de víctimas. Con aquellos
fusilamientos salvó la República, las instituciones y mantuvo el orden. Que los
delitos no queden impunes: al cumplir la ley se sirven los intereses de la
República y de España.»
La mayor expresión de
confianza al Gobierno en estos momentos, afirma Cambó, es callar sin indicarle
el camino que debe seguir. Creo equivocado agravar las penas impuestas por las
leyes. Ganivet veía a los españoles duros en la aplicación de la justicia, pero
inclinados inmediatamente a la piedad. Lo procedente es hacer más eficaz el
procedimiento de urgencia y extender el campo de los delitos sometidos al
mismo. «Yo pediría a todos los señores diputados que nos comprometiéramos a que
el día en que se discuta la reforma constitucional se establezca en ella un
precepto que dificulte la concesión de la amnistía en España para los delitos
que se llaman políticos y sociales, cuando vayan acompañados de las
manifestaciones máximas de delincuencia. Para esos delitos no hay más pena
eficaz que la pena de muerte, porque todas las demás vienen canceladas a los
pocos meses por una amnistía, y todos deseamos que la pena de muerte se aplique
lo menos posible. Recordad, señores diputados, y señores del Gobierno, que en
menos de cuatro años se han dado tres amnistías generales. La última
revolución, quizás la más grave de cuantas se han producido en Europa en lo que
va de siglo, coincide con una profunda crisis espiritual. Si en España no se
crea un clima espiritual que asfixie el espíritu de revuelta y de indisciplina
de los españoles, España no se librará de los grandes males que la aquejan; y
el único remedio espiritual que puede curarnos de esa indisciplina social, es
la floración intensa de un patriotismo afirmativo, porque en España pasan los
años y los siglos con afirmaciones de patriotismo negativo. Ha de llegar el
momento en que el patriotismo español sea amor a España y conciencia de los
grandes destinos que puede España cumplir. No ha sido en momentos normales cuando
ha renacido el patriotismo, sino en las grandes crisis. Nos estamos desangrando
estúpida e irracionalmente, sin necesidad. Tenemos desfavorable la balanza
comercial, porque queremos; en España tenemos paro forzoso, porque queremos; el
Gobierno podría resolver plenamente estos problemas con muy poco dinero. España
no tiene política exterior y debe tenerla. Hoy España tiene muy poco que pedir
y puede ofrecer más que nunca. Para resolver esos problemas, se necesita
atención, esfuerzo y espíritu de continuidad.»
El disgusto y la decepción
de las derechas monárquicas por el cariz impunista de
la política gubernamental, agravado por la presencia en el Gobierno de
ministros a quienes consideraban responsables por omisión en los sucesos de
Octubre se acentúa en la sesión siguiente (6 de noviembre). Los
tradicionalistas, declara el conde de Rodezno, «no votaremos la confianza,
porque nos lo impide nuestra posición adversa al régimen». El discurso de más
dura crítica y oposición lo pronuncia Calvo Sotelo. Coincide con Cambó en que
los sucesos revolucionarios recientes son los más graves registrados en la
Historia de España desde el siglo XIX a nuestros días. «Creo, añade, que, desde
principios del siglo XIX acá, en país alguno se ha producido conmoción tan
violenta, tan grave por toda clase de motivos. En el caso español han actuado
conjuntamente el fermento separatista y el fermento marxista... Esto es lo que
da, a la reciente tragedia española una gravedad insólita, superior a todo lo
imaginable.» «En las responsabilidades por todo esto y por lo concerniente al
período preparatorio de la revolución hay dos, bien definidas: la del Gobierno
Samper y la del partido socialista.»
«La responsabilidad del
Gobierno Samper, políticamente hablando, me parece indudable... Por la
debilidad con que actuó al frente de los destinos del país, ha provocado el
clima propicio para que estallase el movimiento revolucionario.» «¿Qué decir
de las responsabilidades que alcanzan al ministro de la Guerra, señor Hidalgo?
Para Calvo Sotelo las ha contraído de dos tipos: personal, por las actividades
particulares como accionista principal de la Editorial Zenit, consagrada a la
difusión de literatura comunista: el catálogo de sus publicaciones comprende
series enteras dedicadas a exaltar la lucha de clases y a encumbrar episodios
revolucionarios de raíz anarquista. Como ministro de la Guerra, recuerda
destituciones de mandos militares, hasta el punto de «abandonar a España en
manos de la Divina Providencia», y el pacto con los revolucionarios, como lo
prueba el telegrama de López Ochoa a los jefes de columnas.» «El pacto fue
incumplido, pero lo que yo censuro es que haya existido un convenio entre el representante
del Poder Público y una facción que había cometido los crímenes más villanos.»
«Jamás Gobierno alguno,
señor Lerroux, logró la suma de adhesiones y de fervores que Su Señoría a
partir del 5 de octubre. El entusiasmo de ayer se ha trocado en desesperanza.
El Gobierno ha sucumbido ante presiones externas, de las que se debe hablar
aquí con entera claridad.»
«Los elementos
revolucionarios se están rehaciendo espiritual y moralmente a marcha
vertiginosa, y es que se sienten apoyados y protegidos por algo o por alguien
que no es fácil definir; por un fluido magnético que sopla de no sé qué alturas
invisibles.»
«En pleno estado de guerra
se difunde una prensa clandestina, que ataca con prosa soez al Gobierno y a sus
representantes. Los atracos, los crímenes sociales y el pistolerismo se
encuentran a la orden del día; se habla de inminentes huelgas con entera naturalidad.
¿Por qué se tolera la cotización descarada entre los revolucionarios con cuotas
extraordinarias para indemnizar a todos los que hayan sufrido daño como
consecuencia de la revolución social? ¿El Gobierno no tiene poder para impedir
que se levante frente a él otro poder clandestino e ilegal?
»E1 poder de intimidación,
en los momentos de graves conmociones sociales sólo se logra con la justicia
—éste es el primer don de todo Gobierno—, pero también con la energía, que
nunca será cruel si la ampara la ley. ¿Quién pide en España crueldad? Nadie, en
absoluto. Que no haya crueldad para los criminales, pero que tampoco haya
crueldad para los veintidós millones de españoles expuestos a sufrir otro
asalto trágico.»
«Todavía —prosigue el
diputado— no han ido a Oviedo ni el jefe del Gobierno ni el presidente de la
República. Los heridos, traídos de Asturias a Madrid, no han recibido el
homenaje del Jefe del Estado. Comportamiento bien distinto al que siguió el
año 1932, cuando le faltó tiempo para honrar y recompensar a los que
defendieron a la República, a los dos días de fracasar la revolución de
Sanjurjo.»
«El partido socialista
—dice Calvo Sotelo— tiene la responsabilidad directa de este movimiento,
agravada por los siguientes motivos:
»Primero.—El partido
socialista, que votó esta Constitución, se lanza contra ella para establecer
una dictadura que va, no sólo contra la República, sino contra el régimen
social y económico. Segundo motivo.—Su táctica discrepa de la de todos los
partidos socialistas solventes de Europa, puesto que ninguno patrocina la lucha
de clases en forma violenta. Tercer motivo.—A los dos años de haber luchado los
socialistas contra la revolución desencadenada por la C. N. T. y la F. A. I.,
dicen un buen día que es compromiso suyo ir a la revolución social porque la
lucha de clases es inseparable del marxismo.
«Debemos sentar el
principio con todas sus consecuencias: hay que suprimir la lucha de clases.
Como hecho y como propaganda. El morbo que lleva al país a estas luchas feroces
no está sólo en los partidos; hay que buscarlo, además, en los cuerpos legales
de la misma República.
»La Constitución
republicana agoniza con esa tristeza íntima de todas las senectudes, porque «no
tienen un mañana». ¿Qué frutos ha producido la Constitución? El dolor, la
huelga, el separatismo, el marxismo, la destrucción, la anarquía, la lucha de
clases que está agostando poco a poco la vida de España. Además, el viejo
espíritu republicano español estaba imbuido de un espíritu antimilitarista.
Pero la vida es maestra: y esta República, que no puede ser nunca presidida
por un militar, ha sido salvada ahora por unos cuantos generales, jefes,
oficiales y soldados. Y al hablar de generales conste que tengo presentes no
solamente aquellos que se hallan en la inteligencia y en la gratitud de todos,
sino también a algún otro que, como el general Franco, no por haber carecido de
responsabilidad oficial en su puesto de mentor y asesor del ministro de la
Guerra, dejó de contraer una responsabilidad moral enorme en momentos tan
graves, que hoy la Patria le agradece con la máxima gratitud.»
«Es preciso afirmar la
necesidad de que España cuente con un Ejército poderoso y devolver la
satisfacción moral y la dignidad espiritual a los mandos de ese Ejército; es
preciso, en una palabra, que consideremos que el honor del Ejército es el mismo
honor de España El Ejército es mucho más que el brazo, es la columna vertebral,
y si se quiebra, si se dobla, si cruje, se quiebra, se dobla y cruje España.»
Calvo Sotelo califica de
inconstitucional la forma como se han preparado los indultos, tanto por la
intervención personal del Presidente de la República como por la intromisión en
los Tribunales para hacer una selección de expedientes y delitos. «Vosotros
—afirma— habéis establecido un criterio sin precedentes en el Derecho Penal
español, que es el examen conjunto de las sentencias a muerte dictadas en
delitos distintos. ¿Os dais cuenta, señores del Gobierno, del precedente que
habéis establecido al indultar un delito que une la rebelión militar a la alta
traición equiparándolos a delitos comunes cometidos por la turbamulta
revolucionaria?
»De los veintitrés
condenados a penas de muerte, veintiuno han sido indultados y dos ejecutados;
de éstos uno cometió un delito social-militar: arrojó una bomba contra un
camión de guardias civiles; varios resultaron muertos; el otro, vulgar
atracador, al huir disparó y mató a un agente de la autoridad. ¡Ah!, pero entre
los indultados hay reos del delito de rebelión militar y alta traición.
Indultando a Pérez Farrás habéis cometido un crimen al ejecutar a esos dos
desgraciados.
»¿Qué más queda del
espíritu de las Constituyentes? Queda la cúspide del Estado, y yo digo que si
hay cuarenta y nueve diputados que asocien su firma a la mía, aquí se
presentará una petición de discusión para acusar por responsabilidades
políticas y criminales al Jefe del Estado, que ha infringido la Constitución y
ha pisoteado el espíritu representado por esta Cámara.
»Es inútil que aquí
intentemos amenguar la categoría de los hechos. El 6 de octubre es una fecha de
densidad histórica tan inconmensurable como la del 14 de abril. El 14 de abril
se hundió un régimen; el 6 de octubre no ha perecido un régimen, porque
todavía se tiene en pie, pero ha perecido todo un sistema político estatal.»
Gil Robles se levanta para
desvanecer la fuerte impresión que el discurso de Calvo Sotelo ha producido.
«En la proposición de confianza, empieza diciendo, queda muy clara la
necesidad de ir a una depuración de responsabilidades por acción u omisión,
directas o indirectas, actuales o anteriores, en la preparación, desarrollo y
consecuencias del movimiento revolucionario. Respecto a la tramitación de los
indultos, el jefe del Gobierno ha de ofrecer al del Estado en propuesta
razonada los motivos en los cuales funda la procedencia o improcedencia del uso
del derecho de gracia, y es lógico que tiene que examinar, no a instancia, pero
sí para su conocimiento, todos aquellos antecedentes, en que fundamentar una resolución
que de otro modo sería caprichosa y no amoldada a los supremos intereses por
que un Gobierno tiene en todo momento que velar. En cuanto a la comparecencia
de determinados reos ante el Tribunal Supremo de Garantías, es obligada «por
las leyes constitucionales y el Estatuto», que yo no voté y contra las que
elevé la voz en el Parlamento, pero que se han convertido en una legalidad a la
que hay que atenerse.» «Pero cuando el Gobierno no ha podido liquidar aún el
proceso revolucionario, cuando quedan todavía núcleos rebeldes que es necesario
aplastar, ¡ah!, entonces yo no me apunto un éxito oratorio, yo, lo que hago, es
poner mi persona, mi partido, mi misma ideología al lado del Gobierno aunque se
desgaste y se destruya, porque el espíritu de partido no lo pongo sobre España,
sino debajo de ella para servirla.»
El orador recuerda que el
año 1921 insinuaciones muy elevadas en la esfera del Gobierno obligaron a los
Bancos a dar una suma superior a 40.000 duros para que se edificara la Casa del
Pueblo de Mieres. «¿Es que no sabemos —pregunta— la fecha —época de la
Dictadura de Primo de Rivera— en que se cedió al Sindicato Minero de Mieres de
Asturias para su explotación la mina de San Vicente?»
«Se cometió un error que
ha seguido cometiéndose después: el de creer que el partido socialista obraba
de buena fe y que por captación podría obtenerse algo de él. Es el mismo error
en que incurrió la República. El partido socialista ha recibido auxilios y
protecciones de Gobiernos parlamentarios monárquicos, de Gobiernos
dictatoriales monárquicos y de Gobiernos republicanos. Y cuando ha ocurrido
eso, y esta realidad nadie puede negarla, cuando ese partido, preparando la
revolución desde Poder desencadenó el movimiento subversivo más criminal que se
ha cometido en España, entonces hay quien se vuelve contra un Gobierno que
tiene veinte días de vida, nacido en el fragor del combate, para decirle: ¡Tú
eres responsable de todos los errores del pasado y del presente...!»
«El indulto afirma es una
facultad que corresponde exclusivamente al Consejo de Ministros. Si el Gobierno
no cree oportuno poner en conocimiento del Jefe del Estado el caso, ni aquél
ni ninguna autoridad puede intervenir. ¡Queda sentada la tesis! ¿Es que se
pretende que yo siga por el camino que tantos españoles apetecen, de
interpretar los indicios que se deriven de las notas oficiosas? No puedo
hacerlo.»
«Mi interés es el interés
de España. Y si en pleno período revolucionario, con la sublevación por
dominar, planteo una cuestión previa, para examinar si el Jefe del Estado ha
cumplido o no con su deber, me convierto en un revolucionario dentro del
Gobierno...
»La visión seductora del
Estado futuro propugnado por Calvo Sotelo no la comparto, porque me atengo a la
realidad.» Pero eso no quiere decir que haya renunciado al programa
revisionista. «La Constitución vigente tiene vicios substanciales con los
cuales no podemos transigir», pero mi deber de ciudadano me dice que «mientras
esa ley este en vigor ha de respetarse, aunque dentro de las vías legales se
procure su modificación. Es la única táctica posible».
«Está en crisis —dice—
aquel viejo concepto liberal que cimentaba sobre el individuo todo el edificio
político y social.» Pero temo que «antes de ensayarse con plena eficacia, este
también en decadencia el principio contrario, que apartando al individuo,
quiere construirlo todo sobre el Estado». «No sé si lo que defiendo es o no
tradicionalismo, pero los principios no son doctrinas estancadas en ninguna
organización política, sino arrancados del alma misma nacional, y el ponerles
etiqueta está por encima de las pequeñeces del partido.»
Todavía no ha llegado el
momento de la coincidencia de fuerzas para la construcción de un nuevo Estado.
«Tenemos que contentarnos con la colaboración del partido radical, en cuyas
filas he encontrado un apoyo y una coincidencia que nunca creí alcanzar.» «Nos
separan abismos doctrinales, pero nos une un mismo amor a España.» Por todo
ello, reitera su apoyo al Gobierno, «que no es un Gobierno de partido, sino una
agrupación circunstancial de hombres que trabajan por el bien de la patria».
La mayoría puesta en pie
le aclama. Guerra del Río, ex ministro radical, declara: «La vieja guardia
republicana empieza a rendirse. La C. E. D. A. ha quedado absolutamente
deslindada del fascismo. No cabe declaración más terminante. Gil Robles ha
prestado un gran servicio a la República, porque el discurso de Calvo Sotelo
llegó a producir un enorme efecto en la Cámara...» «Gracias a Dios —comenta el
ministro de Justicia Aizpún que estaba en la Cámara
Gil Robles. De lo contrario, pudo haberse producido un derrumbamiento.»
* * *
«Lerroux —manifiesta José
Antonio Primo de Rivera—, ha dejado abandonada una bandera intacta» que él y
sus amigos recogen del suelo. «El Gobierno que preside don Alejandro Lerroux se
encontró en una de esas encrucijadas históricas desde donde arrancan para una
patria el camino de la grandeza y el camino de la vulgaridad. Hubo una ocasión
decisiva en aquella mañana del 7 de octubre en que todos apoyamos al Gobierno
para que lanzase a España por el camino de la grandeza y este es el momento en
que tememos que el Gobierno esté desperdiciando una magnífica ocasión
histórica...» «Nadie se juega nunca la vida por un bien material. Cuando se
arriesga una vida cómoda, cuando se arriesgan unas ventajas económicas es
cuando se siente uno lleno de un fervor místico por una religión, por una
patria, por una honra o por un sentido nuevo de la sociedad en que se vive. Por
eso los mineros de Asturias han sido fuertes y peligrosos.»
«Frente al estallido de
una revolución llena de ímpetu místico, ¿qué podía ofrecer el Estado español?
¿Pero es que el Estado español cree en algo? ¿Y la sociedad española? Decidme
si la sociedad española tenía el sentido de estar al servicio de unas normas de
validez permanente que la justificaran en una actitud enérgica y de defensa. A
España la ha salvado ese genio heroico y militar, que una vez más ahora, como
siempre, ha devuelto a España su unidad y su tranquilidad.
»El mayor error del
Gobierno es que concede más importancia a los horrores de Asturias, que ya no
tienen más que un valor anecdótico, que a lo sucedido en Cataluña, que ha sido
gravísimo. Hemos visto condenado a muerte a un pistolero e indultado a un
oficial que se alzó contra la unidad de España, mandó disparar a sus tropas y
mató a otro oficial del Ejército español y a varios soldados. El señor Pérez
Farrás es masón y por eso se ha salvado.»
«Si vosotros —dice,
dirigiéndose a los diputados de la C. E. D. A.— representáis algo hondo y
espiritual, es decir, lo contrario de la masonería, veremos cómo explicáis en
las próximas propagandas electorales vuestra complicidad en este crimen.»
«Dentro de muy poco, estará todo poco más o menos como estaba; la estructura
social y política que ha quebrado seguirá en pie y no se habrá logrado nada, y
la vena heroica y militar que nos ha salvado volverá a enterrarse, por si otra
vez tiene que salvarnos de milagro. Las ocasiones desperdiciadas han sido las
que abrieron siempre camino a las revoluciones nacionales; porque se ha
desperdiciado el 7 de octubre, es muy posible que venga la revolución nacional
en cuyas filas me alisto.»
Los nacionalistas vascos
se abstendrán de votar, declara su jefe Aguirre, pero si tal abstención se
entiende como falta de solidaridad con el Gobierno ante el anuncio de
inminentes desórdenes, votarán la confianza.
Termina el debate con unas
palabras de Lerroux. Califica el discurso de Calvo Sotelo como «el más
demagógico que ha podido pronunciar hombre de responsabilidad y talento». No
quiero hurtarme, dice, ni siquiera a las insidias. «A mí no me rebaja ni me desautoriza
que el señor Goicoechea suponga que el señor Gil Robles es presidente adjunto.
¿Por qué? Porque es muy posible que si este Gobierno se consume rápidamente al
enfrentarse contra la revolución, sea Gil Robles quien tenga que sustituirme en
este puesto y entonces yo seré el presidente adjunto.» «Vamos a dilucidar
inmediatamente todo género de responsabilidades, las de conjunto y las
individuales.»
El Gobierno obtiene la
confianza por 233 votos en favor y ninguno en contra. Se han abstenido los
monárquicos y los tradicionalistas.
* * *
La discusión de los
sucesos de Asturias no ha terminado. En la sesión siguiente (7 de noviembre),
el diputado cedista asturiano y alcalde de Oviedo
durante la Dictadura, Fernández Ladreda, vuelve sobre el tema. Es un testigo de
calidad, por haber vivido la tragedia en la capital de Asturias. Hace un relato
dramático y palpitante de lo sucedido. Cuenta cómo se preparó el movimiento y
se permitió el armamento de los mineros por dejación de las autoridades
regionales e indiferencia del Gobierno. Describe a los cabecillas, autores del
desorden y los momentos más dramáticos, aquellos en que la región estaba en
poder de los malhechores. El relato de los asesinatos de ingenieros y
sacerdotes encoleriza a la mayoría, que puesta en pie apostrofa a los verdugos.
«Asturias —concluye — pide justicia. No consentirá que sobre sus ruinas se
levante la bandera del impunismo».
Aludido y acusado por
varios diputados el ministro de la Guerra, Hidalgo, se defiende. Su relación
con la «Editorial Zenit» se remonta a 1928 y se redujo a recomendar el
descuento de unas letras en favor de un amigo interesado en el negocio. Al
constituirse la editorial en Sociedad Anónima, fue presidente de su Consejo de
Administración por poco tiempo. En la actualidad es sólo acreedor de la
entidad. El Consorcio de Industrias Militares va a ser disuelto. El coronel de
la Fábrica de Armas está sometido a sumaria. Asturias no estuvo desguarnecida,
pero sí falta de mandos. Ante la notoria reducción de las guarniciones
peninsulares hubo que recurrir a fuerzas del Ejército de África. «No era la
primera vez que esto se hacía, porque ya el señor Azaña las trajo el 10 de
agosto.» «El general Franco, en el orden espiritual, fue mi asesor; López Ochoa
condujo al Ejército a la victoria y libró a Oviedo del asedio y Yagüe al frente
de los soldados de África coronó la victoria.»
Otros oradores, Moutas,
Fuentes Pila, Serrano Jover, enjuician los sucesos desde diversos puntos de
vista. Acusado el ministro de Estado, Samper, jefe del Gobierno hasta las
vísperas de la revolución, como responsable de no haber previsto y abortado el
movimiento, desea puntualizar los hechos. Apenas inicia su discurso se ve
interrumpido en un constante asalto por monárquicos y cedistas.
A Samper, de buena fibra parlamentaria, diestro en la réplica, documentado,
sus adversarios no le sorprenden desapercibido. «El Gobierno —dice— estaba
constituido por trece ministros, y, sin embargo, sólo se nos acusa a los
señores Rocha, Hidalgo y a mí.» «Un movimiento revolucionario no puede
producirse más que mediante el concurso, por lo menos, de estas tres
circunstancias: una causa psicológica, una acumulación de fuerzas materiales y
una ocasión propicia.» «El partido socialista, con motivo del advenimiento de
la República, adquirió un predominio superior al que le correspondía: en primer
término, porque gozó de un trato de favor durante la Dictadura que le permitió
organizarse adecuadamente, mientras los demás partidos políticos eran
perseguidos; en segundo lugar, porque obtuvo una participación en las
candidaturas de las Cortes Constituyentes desproporcionada a sus fuerzas,
merced a su habilidad para inmiscuirse en las organizaciones republicanas. Y,
por último, porque en cuanto alcanzó una participación en el Poder no se dedicó
a servir los intereses de la Patria, sino a organizar sus fortalezas y sus
unidades de combate, ocupando dentro de la República una posición
privilegiada.» El día 17 de Septiembre dice El Socialista: «Con el Gobierno del
señor Lerroux entra España en una fase revolucionaria. Queramos o no, el
proceso de la revolución española se acelera desde ahora.» El día 28 de
septiembre, Largo Caballero declara en el semanario Renovación: «Nos hallamos
en una etapa de la revolución social. El capitalismo ha dado de sí todo lo que
podía. Estamos a las puertas de una acción de tal naturaleza que conduzca al
proletariado a la revolución social.» Y el mismo día 28 de septiembre El
Socialista escribe: «El partido socialista es la vanguardia revolucionaria
del proletariado organizado. Los sindicatos tienen el deber histórico de
preparar su defensa, que no es otra que la revolución. La revolución no puede
tener por objeto al capitalismo, sino destruirlo.» «Por otra parte, surge otro
conflicto, que tampoco el Gobierna provoca: el de Cataluña. La Generalidad de
Cataluña estaba acostumbrada a vivir en plena arbitrariedad desde el
advenimiento de la República.» «Si en el mes de junio el Gobierno se hubiera
incautado del orden público, la situación en Cataluña hubiera sido peor, porque
entonces se trataba de la Esquerra catalana, pero fácilmente se hubiera
incorporado a ella una gran parte del pueblo catalán.» «Cuando llega el momento
de defenderse contra un movimiento revolucionario, el Estado español es invencible,
aunque se unan socialistas y comunistas y sindicalistas y todos los elementos
enemigos del orden público; el Estado es invencible cuando pone en uso todos
los resortes de su poder, pero el Estado español es débil respecta a las
medidas de previsión.» «En resumen, no creo haber suscitado el movimiento
revolucionario; no podría llegar a tanto mi poder; obedece a causas lejanas en
las que yo no he tenido intervención. Tampoco ha habido imprevisión, porque se
han adoptado las medidas ordinarias y corrientes, aun cuando en Asturias la
revolución haya rebasado el grado de esas medidas. Sin embargo, justo o injusto,
yo me someto a vuestro fallo y acato de antemano vuestra deliberación, con la
seguridad de que de mis labios no ha de salir una queja. Prefiero el ostracismo
a la caridad.» «Hace falta que en España creemos una zona templada de
convivencia para todos los hombres de bien, para todos los hombres de buena
voluntad, cualquiera que sea el partido a que pertenezcan.» «Me preocupa
también la suerte de las propias masas socialistas; no se puede hacer
desaparecer un partido; ese partido existe y ojalá encuentre hombres que
recojan esas masas y la dirijan y encaminen por procedimientos evolutivos.»
«La irresponsabilidad en
España —afirma Goicoechea al replicar al ministro de Estado— hace mucho tiempo
que ha mudado de sitio. La irresponsabilidad legal sigue en las cumbres; pero
la irresponsabilidad moral está en los consejeros.» La Cámara debe manifestar
su incompatibilidad con aquellos diputados socialistas que no condenen los
sucesos de Asturias y debe declarar que el Gobierno del señor Samper es
responsable, por negligencia de los sucesos desarrollados. Estos dos deseos
figuran en una proposición de la minoría de Renovación Española que Goicoechea
defiende. Reproduce sus ataques al Gobierno Samper, acusándole de falta de
energía y de claudicación constante. ¿Qué criterio —pregunta— tiene el Gobierno
de esas organizaciones secretas en la Marina y el Ejército, organizaciones a
que el señor Rocha pertenece? Creemos que la responsabilidad más grave que
podemos arrastrar sería nuestra infidelidad a las conclusiones del voto
popular del 19 de noviembre.
Samper se limita a decir:
«Yo, señor Goicoechea, tendré sobre mí todas las responsabilidades que quiera;
pero S. S. ha hablado como el que carece de toda responsabilidad. Todo lo que
se levanta contra mí es hojarasca y palabrería.» El ministro de Marina, Rocha,
exclama: «Le han engañado al señor Goicoechea los que le han hablado de
determinadas asociaciones. No hay nada de signos raros ni de señales
misteriosas. No se deje sugestionar por esas cosas que me recuerda, lo que
pasaba con los republicanos hace tiempo: que todos los males se los atribuían
al Clero.»
La Cámara dedica la
primera parte de la siguiente sesión (9 de noviembre) a rendir un homenaje a
la memoria del diputado tradicionalista Oreja Elósegui,
asesinado en Mondragón. Representantes de todas las minorías presentes se
asocian con palabras emocionadas. Gil Robles refiere: «Dos días antes de morir,
Marcelino Oreja me envió como recuerdo un crucifijo. En la peana hay escritas
unas palabras de perdón a sus enemigos. ¡Parece que adivinaba lo que le iba a
ocurrir! No puedo en estos momentos condenar ni maldecir a nadie. Están las
palabras de Marcelino Oreja, que es la mejor corona de su memoria y un recuerdo
imperecedero para mí.»
El suplicatorio para
procesar al diputado Largo Caballero se aprueba por unanimidad y la discusión
sobre los sucesos de Octubre prosigue a cargo de nuevos oradores; Roa de la
Vega, cedista, diputado por León; Manglano,
tradicionalista; Rodríguez de Viguri, que enjuicia la situación del Ejército y
al responderle el ministro de la Guerra, explica que no tiene prejuicio alguno
contra el coronel Varela. Éste acaba de terminar el curso de coroneles y sin
tardar mucho se le concederá un mando. El debate concluye con un discurso
acusatorio y explosivo del doctor Albiñana contra las organizaciones marxistas
y separatistas, doliéndose a la par «de ver juntos en el banco azul a católicos
y masones».
El proyecto de reglamento
de la Cámara y otro sobre tenencia ilícita de armas están sometidos a la
discusión de los diputados, destacándose en el examen del segundo Primo de
Rivera. Sigilosamente y sin que su presencia dé motivo a ningún incidente,
ocupan sus escaños Martínez Barrio y Miguel Maura.
El debate sobre los
sucesos de Asturias se reproduce (14 de noviembre) con una interpelación del
tradicionalista Lamamié de Clairac y otra del cedista Madariaga sobre abandono e
indefensión de los Sindicatos católicos. «El terrible drama, dice este último,
es que los obreros no pueden trabajar si no están asociados a organizaciones
marxistas.»
Sin previo aviso, siete
diputados de la Esquerra ocupan sus escaños (15 de noviembre) y al ser
descubiertos se promueve una escandalosa algarabía de protesta. Uno de los
recién llegados, Ventosa Roig, intenta hablar y varios diputados se lo impiden:
«No pueden hablar esos señores aquí.» Calvo Sotelo: «Que digan si son españoles
o antiespañoles.» Guerra del Río: «Tienen perfecto derecho a hablar, como
cualquiera.» Un diputado: «Como cualquiera, no.» Primo de Rivera: «Lo primero
es que hablen de la revolución de Cataluña, y, si no, que no hablen de nada.»
El Presidente: «Vamos a oír primero a estos señores.» Ventosa Roig: «Señor Presidente,
atendiendo al requerimiento de S. S., debo hacer constar, en primer término,
que no veo con qué derecho vienen aquí estos señores a preguntar si somos o no
españoles.»
Interviene Gil Robles,
para censurar a los diputados catalanes por su audacia al presentarse, sin
previamente haber dado «lo que era obligado a su dignidad individual y de
partido, una definición de su conducta, para que supiéramos todos los que
estamos aquí si podíamos dignamente convivir con ellos». «Creo —añade— que
interpreto el sentir de muchos diputados si, dirigiéndome al señor Presidente
de la Cámara, le digo que no podemos, de ninguna manera, admitir diálogos con
quienes se han colocado fuera de la Constitución.»
«La minoría y el partido
de Esquerra Catalana —responde Ventosa Roig— jamás han hecho declaración alguna
de antiespañolismo, sino todo lo contrario. Buena prueba de ello está en que,
incluso con relación a los hechos que aquí se han comentado, niego de una
manera absoluta que se hayan proferido gritos de «¡Muera España!» ni en
Barcelona ni en ningún sitio. No somos antiespañoles; somos federales.»
El diputado Serra y Moret,
de la «Unió Socialista de Catalunya», afirma que el movimiento quedó aislado y
sofocado, porque la inmensa mayoría del pueblo no se adhirió a él. «Las
responsabilidades no pueden alcanzarnos a quienes estábamos ignorantes de lo
que iba a ocurrir; deben concretarse en los que tomaron parte en el
movimiento.»
Todas estas explicaciones
se producen entre continuos alborotos. A fin de apaciguar los ánimos, el
Presidente propone y la Cámara acepta cinco minutos de silencio, «como
corresponde a la dignidad en momentos como este». «Yo quisiera —exclama Gil
Robles— que procurásemos dejar liquidado este incidente cuanto antes. Creo que
a ello han contribuido las palabras del señor Serra Moret, porque con todas las
deficiencias justificadas en buena parte por la dificultad del momento, hay
algo positivo en sus manifestaciones.»
Se leen unas proposiciones
incidentales de Renovación Española y otra de la C. E. D. A. Conforme a la
primera la Cámara debe manifestar su incompatibilidad con aquellos diputados
socialistas que no condenen los sucesos de Asturias «y declarar que el Gobierno
de Samper es responsable por negligencia de los sucesos desarrollados». La
segunda menos radical, ofrece a los ministros desahuciados una oportunidad para
que abandonen el Gobierno sin escándalo. Está redactada en estos términos: «Las
Cortes, en vista de los hechos puestos de relieve en el debate promovido por el
señor Fernández Ladreda, acuerdan: Primero. —Declarar la incompatibilidad moral
de la Cámara con los diputados que hayan tenido parte por acción o inducción en
el movimiento revolucionario. Segundo. —Encarecer al Gobierno la necesidad de
que con la máxima urgencia se proceda a una investigación a fondo de las
cuentas y actividades de los diversos organismos sindicales, procediendo a la
inmediata disolución de todos aquellos que hayan tenido alguna participación
directa o indirecta en el movimiento subversivo. Tercero.—Proceder a la
inmediata incautación de los fondos de Sindicatos y asociaciones que se han
disuelto, aplicándolos a reconstruir las regiones devastadas por el
movimiento.»
La proposición —dice Gil
Robles— recoge un deseo de justicia que ha logrado fundir en un mismo
sentimiento a diversos sectores de la Cámara. «Con independencia de la
actuación de los Tribunales hay un orden de responsabilidades de índole
política que corresponde al Parlamento, y nadie puede dudar de que algunas de
esas responsabilidades afectan a miembros del Gobierno. ¿Fatalidad? ¿Mala
suerte? Son heridas mortales que no tienen remedio. No implica esta actitud
resolución contra ningún ministro. Es un problema de disciplina y de
conveniencia del propio partido radical que debe resolverlo la delicadeza de
los interesados». «Entendemos que nuestra colaboración con el partido radical,
ahora y en lo futuro, es absolutamente necesaria y, firmes en esa posición
patriótica, nos mantenemos en la misma lealtad que en los primeros momentos.»
A Samper le irrita la
manera cómo se pretende arrojarle del Gobierno. Se considera víctima de una
injusticia. Ausente Lerroux del banco azul, se siente impelido a actuar de
defensor. «Si se exige mi dimisión ha de ser mediante proposición y acuerdo de
la Cámara. Mi dimisión voluntaria equivaldría al reconocimiento implícito de
una culpa. ¿No se solidarizó la minoría radical con la conducta de mi
Gobierno? Espero que se serenen los espíritus y se imponga la razón.»
Los radicales votarán la
proposición, anuncia Guerra del Río, haciendo la salvedad de que la
incompatibilidad moral a que se alude no puede alcanzar más que a los
condenados por Tribunales. Los diputados de la Lliga Catalana —dice Ventosa— no entrarán en la cuestión y se abstendrán. La
proposición de la C. E. D. A. se aprueba por 161 votos contra 13. Los
monárquicos han votado a favor.
Samper e Hidalgo salen del
Gobierno. En muy pocas horas y de muy fácil manera se resuelve la crisis.
Lerroux se encarga (16 de noviembre) de la cartera de Guerra y Rocha, ministro
de Marina, de la de Estado. «Me considero —declara Samper— víctima de una maniobra
en cuyo fondo palpitan intenciones y propósitos ajenos a los sucesos de
Octubre. No solicité formar en el Gobierno; fue Lerroux quien decidió mi
nombramiento.» En resumidas cuentas, la crisis es una manifestación ostentosa
promovida por la C. E. D. A., con la que trata de justificarse ante los
correligionarios, indignados por la que califican de táctica impunista. Parva satisfacción a unas exigencias que no
quedarán contentas con tan ridícula farsa. En el proceso de responsabilidades,
el Tribunal de Garantías Constitucionales se declara competente para juzgar a
los consejeros de la Generalidad que delinquieron.
* * *
Al debate sobre los
sucesos de Asturias sucede el debate político (16 de noviembre). Lo plantea
Miguel Maura. Nadie le aventajará —son sus primeras palabras— en condenar los
sucesos revolucionarios. De ahí pasa a analizar la política de la C. E. D. A.
desde sus orígenes y achaca a Gil Robles el propósito de acabar con toda la
obra de la República. Las clases conservadoras deben hacer una política de
convivencia que no sea de debilidad ni de claudicación con el partido
socialista, cuyo número de afiliados, según estadística de la Dirección
General de Seguridad en 1934, es de 1.444.474, más 1.577.547 de otras
organizaciones obreras, frente a 549.946 afiliados de derechas. Cifras —a todas
luces erróneas— que producen risas y abucheos. Existe además —añade—, una masa
neutra, que al movilizarse decide en las elecciones. «Don Antonio Maura en 1910
en un discurso en Molinar de Carranza decía: «El poder político que se asiente
sobre uno de los extremos, cualquiera que sea, podrá dar un día el grito
salvaje de la victoria sobre sus enemigos, pero deberá apercibirse para la
resignación al día siguiente, porque no tendrá paz ni durará.» «De modo que es
un problema de coexistencia y tolerancia, que significa comprender cada cual
que tiene frente a sí alguien que con el mismo derecho opina lo contrario y
concibe de contraria manera la felicidad pública.» «Habéis triunfado en las
urnas, hace un año. ¿Qué ha pasado en este tiempo? El triunfo ha sido
clamoroso, como es posible que no se vuelva a repetir en la Historia de España
en mucho tiempo. Ahora bien: una República democrática, apoyada tan sólo en las
fuerzas esencialmente conservadores y teniendo enfrente la pugna, el odio, la
lucha de todos los sectores que no son conservadores socialmente, no es una
República ni se puede llamar una República; será cualquier cosa, menos eso.»
Martínez Barrio explica su
separación del partido radical cuando éste pactó con las fuerzas de Gil Robles
no incorporadas a la República. A Acción Popular siempre le ha pedido claridad
en su proceder. Ha condenado los movimientos revolucionarios y siendo poder
aplicó la ley a los que se desmandaron y apelaron a la violencia. La actitud de
la Generalidad le merece el juicio más adverso, y cuando quiso hacerlo público,
la censura se lo prohibió. «Jamás he simpatizado con movimientos contrarios a
la unidad de la patria que defendí toda mi vida.» Pregunta: «¿Va a cumplir
Acción Popular con actos desde el Gobierno lo que no se ha decidido a hacer en
una declaración? Los vencidos de ayer son los vencedores de hoy; pero nadie
cuente con tener en su mano apresada, de modo definitivo, la victoria. Los
vencedores de hoy pueden ser los vencidos de mañana. Me sublevo contra la idea
de que mi país esté siempre sometido a esta alternativa dolorosa y trágica;
quiero verle, por el contrario, en una zona de normalidad, de convivencia
política y social que permita a cada uno, desde el ángulo político en que se
halle colocado, defender conjuntamente sus intereses y los de la nación.»
Gil Robles contesta a sus
impugnadores. El período revolucionario —dice, dirigiéndose a Maura— comenzó en
las Constituyentes. Entonces el jefe de la minoría conservadora opinaba que
sólo con la disolución se restablecería la normalidad. Las diatribas de Maura
contra aquellas Cortes y contra Azaña son memorables. Pedía la colaboración de
la C. E. D. A., considerándola fuerza afín, y en las elecciones no puso
inconveniente en que sus candidatos figurasen con los de Acción Popular e
incluso con monárquicos. Por ser nuestro republicanismo sospechoso y ante una
posibilidad de inteligencia con el partido radical, Martínez Barrio recabó su
libertad de acción. Pero en unas resonantes declaraciones a Blanco y Negro,
encontraba lógica una concentración gubernamental de agrarios, radicales,
regionalistas y populistas presidida por Lerroux. Cambió de criterio y deseó la
disolución de las Cortes, con el propósito de robustecer el nuevo partido que
había creado con su escisión. «Y cuando el Jefe del Estado, respondiendo al
significado de las elecciones de noviembre, a nosotros, dispuestos a entrar con
toda lealtad por el camino de la legalidad y servir a la República, nos da
participación en el Gobierno, en ese instante se desencadena la revolución y se
hacen públicas las notas de SS. SS. en las que rompen toda solidaridad con las
instituciones del Estado y dan aliento a los revoltosos.»
«¿Acaso no estuvo en
nuestras manos, con una política de intransigencia, hacer imposible la vida de
ningún otro Gobierno? ¿No estaba en nuestras manos agotar las prerrogativas
constitucionales del Presidente de la República para hacer que viniera aquí una
Cámara con las mismas fuerzas de derechas que ahora se sientan en estos
escaños? Sin embargo, no hemos querido hacer eso, porque nuestro propósito no
era perturbar ni destruir, sino salvar del naufragio todo aquello que
pudiéramos.» «Nuestro espíritu constructivo y nuestro deseo de justicia social
se plasmarán en proyectos y seguiremos nuestro camino con toda la lealtad que
ha merecido los aplausos de muchos republicanos.»
A continuación la Cámara
concede suplicatorio para procesar por jurisdicción militar al diputado
socialista Teodomiro Menéndez (20 de noviembre), aprueba su nuevo Reglamento
interior y prosigue el debate sobre Asturias. Martínez Barrio en su discurso de
rectificación quiere fijar posiciones para el porvenir. El estado de guerra
debe cesar. «Hay —dice— muchos miles de presos en las cárceles. ¿No es hora de
que se ponga término a las detenciones, de todos aquellos contra quienes no
resulta indicio alguno de criminalidad?» «Aplicad las leyes y aplicadlas con
rapidez y hasta, si es vuestro deseo, con severidad, pero aplicadlas sobre
aquellos hombres y sobre aquellas cabezas que resulten implicadas.»
Gil Robles, que en
realidad, dirige este debate y la vida de la Cámara, exclama: «Los procesos se
instruyen con celeridad. Llevamos dos semanas tratando de asuntos políticos; es
hora de ir a una labor más fecunda. Está esperando el presupuesto y el paro demanda
urgente solución. Busquemos soluciones a tantos problemas.»
No es fácil que se cumplan
los deseos gubernamentales de consagrarse por entero a las tareas
constructivas; múltiples obstáculos interceptan el camino. El diputado de la
Unión Republicana, De las Casas, pide al Gobierno (21 de noviembre) se
esclarezca lo sucedido al periodista Luis Sirval. Según el diputado, el
periodista fue asesinado por un oficial del Tercio el 21 de octubre. A juicio
del ministro de Estado, un oficial es incapaz de cometer un hecho como el
denunciado. Se instruirá sumaria y las responsabilidades serán exigidas.
Comienza a discutirse el
dictamen de la Comisión de Agricultura sobre el proyecto de ley de protección
a yunteros y pequeños propietarios. Consta de cinco artículos. Por el primero
se permite a los yunteros, esto es, a los ocupantes de las fincas en virtud de
las autorizaciones concedidas por Peña Novo, gobernador general de Extremadura
en el Gobierno de Azaña, que continúen en su disfrute, pudiendo sembrar sobre
rastrojo durante el año agrícola que terminará el 31 de julio de 1935. Se
beneficiarán únicamente aquellos que hayan cumplido sus obligaciones. Los propietarios
percibirán sus rentas garantizadas por el Instituto de Reforma Agraria. El
artículo segundo exceptúa de esta prórroga las tierras no susceptibles por su
calidad, de resiembro y enumera los recursos que se
pueden presentar. También se exceptúan las tierras que se den en arriendo
voluntario, de menos de diez hectáreas. Los otros capítulos señalan las
garantías para los propietarios, al no permitir que la posesión sirva de título
para el derecho de retracto, y los procedimientos para el desalojamiento de
las fincas al término de la ocupación.
En este proyecto —explica
el ministro de Agricultura, Giménez Fernández— se apunta una tesis sobre el
uso de la propiedad, «que puede estimarse avanzada frente a otros criterios,
que yo respeto». Todas las reformas intentadas en Extremadura han fracasado,
porque mientras en Andalucía el obrero lo que quiere es un buen jornal, en
Extremadura desea tierra propia, porque tienen un concepto familiar de la
propiedad. «Yo aspiraba a que esta distribución de la tierra la hicieran los
propietarios por propio convencimiento. Aspiraba a eso. Pero hasta aquí es lo
cierto que por los peligros que supone el régimen caótico de arriendos que
existe, los propietarios no se atreven a iniciar estas empresas de división de
la propiedad.» «Aquí vendrá una ley de Arrendamientos en que se darán garantías
a los propietarios que establezcan el sistema de aparcería, pero que jamás
puedan ser privados de la propiedad, y por este sistema de aparcería irá poco a
poco mejorando la situación del obrero. También vendrá pronto un proyecto de
acceso a la propiedad. Los asentamientos pueden fracasar, pero la división de
la tierra para que una familia de labradores pueda cumplir su misión, y con el
tiempo adquirir la tierra en propiedad, eso no puede fracasar. Tengo que
decirlo, que en virtud de esta obra necesaria de reforma agraria, aunque
muchos, que hoy tienen mucho, se queden con algo menos, todos deben tener
algo.» «Como toda propiedad tiene que basarse sobre el concepto de que los
bienes se nos han dado como medio para subvenir a la naturaleza humana, el uso
de los bienes que excede de lo preciso para cubrir estas necesidades para que
la propiedad fue creada puede ser abusivo, y lo es, ciertamente, cuando éste
coincide con un estado de extrema necesidad de otros hermanos nuestros.» «No
hay que olvidar que, además del desarme material, hace falta el desarme moral,
y no hay desarme moral si se sigue en el plan de una sociedad egoísta que no se
preocupa más que de la satisfacción de las propias necesidades, sin tener una
palabra de solidaridad y de paz con los desvalidos.»
Giménez Fernández, que se
ha distinguido como el más avanzado en política social entre los diputados de
la C. E. D. A., expone abiertamente su criterio sobre legitimidad, uso y abuso
de la propiedad, en términos hasta ahora inauditos en el campo de las derechas.
Fundamenta sus tesis en encíclicas y textos de santos padres. Le aplauden los
radicales y los diputados de Martínez Barrio con más brío que sus
correligionarios. El ex ministro progresista Cirilo del Río defiende los
proyectos, mientras los agrarios se declaran contrarios a los mismos. De
«antieconómicos y antiagronómicos» los califica
Álvarez Lara. Al socialismo —afirma Royo Villanova— no se le desarma con
reformas sociales. «Es muy lamentable —exclama el independiente Daza— que la
política calamitosa de Marcelino Domingo sea continuada por un ministro de la
C. E. D. A. Con el trabuco de la ley se va a atracar al propietario,
desposeyéndole de sus bienes.» La resiembra preconizada por el ministro de
Agricultura —dice el regionalista Florensa— es un disparate.
Hay que cultivar con arreglo a la técnica y a los conocimientos del buen
agricultor. El tradicionalista Lamamié de Clairac afirma que si con el proyecto se quiere sancionar
una injusticia, es inútil que se invoque como razón la situación de los
yunteros; la injusticia prevalecerá. El monárquico Serrano Jover expone:
«Nosotros no podemos aprobar este proyecto por razones de técnica agrícola,
sociales, políticas y jurídicas.» El ministro de Agricultura contesta (27 de
noviembre) a todos sus impugnadores. «Tengo la teoría —afirma— de que el Poder
público no puede desconocer el derecho de propiedad, pero sí puede reglamentar
su uso con arreglo a las necesidades del bien común, doctrina que creo no me
recusará nadie en esta Cámara, cada uno desde su punto de vista, y afirmo
categóricamente que quien crea que esto es contrario a alguno de los principios
que profeso, me lo diga, porque con textos le demostraré que el Poder público
en todo caso tiene derecho a reglamentar el uso de la propiedad en función del
bien común, doctrina de los pensadores de mi escuela, que no creo que nadie
podrá desconocer.» «Iré a la intensificación, no de cultivos, sino de la
reforma agraria en Extremadura, enviando número bastante de ingenieros para que
se resuelva en este año el problema.» Y la Cámara comienza la discusión del
articulado del proyecto.
CAPÍTULO 55.LOS MONÁRQUICOS PIDEN LA DEROGACIÓN DEL ESTATUTO CATALÁN
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