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CAPÍTULO 40.
SE DESCUBREN ARSENALES Y ALIJOS DE
ARMAS DE LOS SOCIALISTAS
Los socialistas continuaban los preparativos de la
insurrección armada con impudicia y escándalo. En la polémica entablada entre
los partidarios de respetar al régimen y los detractores de la República
parlamentaria, de la que no podía esperarse nada, vencieron estos últimos,
guiados por Largo Caballero, el cual, aconsejado por Araquistain, Álvarez del
Vayo y Carlos Baráibar, sostenía que el reformismo llevaba al socialismo a una
vía muerta, y que la experiencia había demostrado la imposibilidad de realizar
el socialismo en un régimen de democracia burguesa. «La República es un
accidente —escribía Araquistain al examinar la nueva etapa del socialismo—. Hay
que volver a Marx y Engels, no con los labios, sino con la inteligencia y con
la voluntad. El socialismo reformista está fracasado. Nos engañamos casi todos
y ya es hora de reconocerlo. No ha fracasado el socialismo revolucionario, sino
su falsificación. Marx y Engels tenían razón en todo en su teoría de la
Historia y del Estado y en su Programa de acción. No fiemos únicamente en la
democracia parlamentaria, incluso si alguna vez el socialismo logra una
mayoría: si no emplea la violencia, el capitalismo le derrotará en otros
frentes con sus formidables armas económicas». Prieto, vacilante, «al fin se
puso al lado de los que defendíamos una acción definitiva». Y así se lanzaron
los socialistas a cometer el grave error del que muchos se arrepintieron años
después.
Los dirigentes de la U. G. T. Besteiro, Saborit y Trifón
Gómez se esforzaban para que la organización no se comprometiera en la
aventura; pero Largo Caballero los arrolló, diciéndoles que «los trabajadores
reclamaban una acción rápida y enérgica, a fin de impedir el golpe de Estado
que preparaban las derechas, en cuyo caso serían disueltas las sociedades
obreras». Besteiro accedió a redactar con Prieto el programa político para
después del triunfo, que los socialistas tenían por indiscutible. Proponía Besteiro
la creación de una Cámara Corporativa Consultiva. Por su parte, Prieto
incorporó al proyecto la mayor parte de las reformas radicalísimas que
figuraban en su discurso del cine Pardiñas. Tan disparatadas parecieron a los
representantes de la U. G. T., que se negaron a figurar en la Comisión
designada por la Ejecutiva del partido socialista para organizar la revolución.
El Comité Supremo quedó formado por Largo Caballero, Enrique de Francisco y
Anastasio de Gracia.
Entre unos y otros prepararon el programa a realizar por el
Gobierno que saliese de la revolución triunfante. Este programa se mantuvo en
secreto cuidadosamente y no se hizo público hasta quince meses después, que lo
dio a conocer El Liberal, de Bilbao, periódico de Indalecio 'Prieto. En
síntesis, contenía lo siguiente:
1.° Nacionalización de la tierra, que pasaría a ser
propiedad estatal, salvo en las regiones del minifundio, o pequeña propiedad,
donde seguiría la posesión de los cultivadores directos. Todas las rentas del
suelo las percibirían el Estado, los municipios u otras comunidades o
corporaciones de carácter público autorizadas por el Estado. En las zonas de
los latifundios se procuraría el establecimiento de explotaciones colectivas.
2.° Ritmo acelerado de las obras hidráulicas, y,
considerando insuficientes las consignaciones del presupuesto del Estado, se
promete hacer uso del ahorro nacional, asegurándole un interés prudencial. Esta
operación podría realizarse mediante un consorcio entre el Estado, la entidad
federativa de las Cajas de Ahorro y la Banca oficial, quedando en hipoteca las
tierras regables.
3.º Paso a la enseñanza superior exclusivamente a los
alumnos que hubieran demostrado en la primaria y en la secundaria un grado de
capacitación satisfactorio: se crearían escuelas especiales que perfeccionaran
los conocimientos técnicos de los obreros y que aumentaran su cultura general.
4.º Disolución de todas las Órdenes religiosas e incautación
de sus bienes, más la expulsión de los jesuitas del territorio nacional.
5.° Disolución del Ejército, reducción de sus contingentes y
reclutamiento de la tropa y la oficialidad en los partidos leales a la
República; podrían permanecer en el Ejército quienes hubiesen revelado sin
tibieza su adhesión al régimen.
6.° Disolución de la Guardia Civil y reorganización de los
institutos armados del Estado sobre las mismas bases democráticas que el
Ejército.
7.º Modificación de todos los órganos de la Administración
pública, separando a los funcionarios desafectos a la República.
8.° No siendo conveniente de momento realizar en la mayor
parte de la industria española modificaciones socializadoras, el programa
quedaría reducido a medidas encaminadas al mejoramiento moral y material de los
trabajadores, ofreciéndoles los medios de controlar la marcha de aquellas
organizaciones industriales a cuyo servicio están adscritos.
9.° Reforma del sistema tributario, acentuando la
contribución en las rentas y en las transmisiones hereditarias.
10.° El programa sería implantado rápidamente por decretos,
cuyo refrendo se recabaría más tarde de los órganos legislativos que libremente
se diera el pueblo. Y estimando que este programa no obtendría el asentimiento
de quien ahora desempeña la presidencia de la República, (Alcalá Zamora)
procedería a la cesación de éste en sus funciones.
* * *
La tarea más urgente era procurarse armas. Esta gestión, por
la gravedad que entrañaba, fue confiada a diputados. La inmunidad parlamentaria
resultaba protección valiosa para semejantes empresas. Muchas de estas
gestiones se hicieron en París, con agentes de casas de Praga especializadas en
la exportación de material ofensivo para todas las revoluciones marxistas del
mundo.
El día 6 de junio la Policía descubrió en un solar de la
calle de San Enrique, de la barriada de Cuatro Caminos, de Madrid, un depósito
de cajas que contenían 616 pistolas y 80.000 cartuchos. Se practicaron algunas
detenciones, entre ellas la del tesorero del Sindicato de Panadería, adscrito a
la Casa del Pueblo. Los detenidos declararon que el diputado socialista por
Jaén, Juan Lozano Ruiz, les había ordenado el transporte de aquella mercancía.
La Policía se presentó en el domicilio del diputado, donde encontró 54 pistolas
y 500 cartuchos empaquetados y mucha propaganda subversiva. Fue detenido el
diputado y trasladado ante la Sala Segunda del Tribunal Supremo, y desde aquí
pasó a la Cárcel Modelo. «En la batalla que está empeñada —escribía El
Socialista—, el descubrimiento de Cuatro Caminos es un incidente de
proporciones muy relativas. Guarde bien la Policía esas pistolas. Pero no
piense que con ello ha resuelto ningún problema. Las cosas siguen como antes.»
La única medida gubernamental fue el establecimiento de la previa censura,
«porque algunos periódicos hacen excitaciones a la revolución». Los diputados
socialistas pidieron a las Cortes (8 de junio) que no fuese aceptado el
suplicatorio para procesar al diputado mientras la Comisión competente no oyera
al inculpado, trámite esencial prescrito por la ley de Enjuiciamiento criminal.
Se acordó así, y el detenido fue puesto en libertad. .
Dictaminó de nuevo la Comisión (3 de julio) que fuese
atendida la solicitud formulada por el Tribunal Supremo para procesar a Lozano.
Salió en su defensa Prieto con un largo y atronador discurso, acusando al
Tribunal Supremo de haberse excedido en sus atribuciones cuando decretó la
detención del diputado y con un estratégico giro se erigió también en defensor
de Primo de Rivera, sobre quien pesaban dos suplicatorios: uno, por haberse
hecho responsable de la concentración de falangistas en el aeródromo de Estremera
—suplicatorio que no prosperó — , y otro, por tenencia ilícita de armas, a
causa de haber reconocido como suyas, «en una confesión nítidamente gallarda»
—decía Prieto — , las pistolas transportadas por un individuo detenido en la
carretera de Chamartín, cuando las llevaba desde la casa de José Antonio a su
despacho, con objeto de obtener las licencias correspondientes. No había
paridad entre los hechos de ambos diputados; pero a Indalecio Prieto le
convenía confundirlos bajo un mismo enjuiciamiento. Alegaba que el delito de su
correligionario tenía un carácter político y que los socialistas no podían
moverse dentro de la legalidad. «Estamos dispuestos a defendernos, sin reparar
en lo que el sacrificio exija.» «Es un caso manifiesto de legítima defensa
—afirmaba el diputado socialista Andrés y Manso—, y como tal, podría tener, no
ya atenuantes, sino eximentes, en cualquier conciencia honrada. ¡Bien
quisiéramos muchos de nosotros delinquir con depósitos de armas!» «El cometido
por el señor Lozano —manifestó el presidente del Consejo— es un delito común
con finalidades políticas, en el terreno de las hipótesis. Pero ¿es que la
licitud de los fines puede justificar la de los medios empleados? ¿Puede
sostenerse en el Parlamento español, como doctrina que ha de servir de ejemplo
a los demás ciudadanos, que los fines políticos pueden justificar los medios
del crimen, los de la tenencia ilícita de armas? «Es notorio —advirtió el
diputado radical Rodríguez Pérez— que es la Sala Segunda del Tribunal Supremo la
que requiere al Congreso para que le dé autorización para procesar a nuestros
compañeros señores Lozano y Primo de Rivera. Es notorio, también, que un
artículo especial de la Constitución del 76 atribuyó al Tribunal Supremo el
derecho a procesar a diputados y senadores.» Recordó entonces Primo de Rivera
que «en el penúltimo párrafo del artículo 56 de la Constitución se dice que las
Cortes podrán acordar que se suspenda la instrucción sumarial, incluso hasta
que termine la investidura parlamentaria del acusado». El presidente de las
Cortes invitó a la Cámara para que votara sobre lo que se había discutido. Por
214 votos contra 62 se aprobó el suplicatorio para procesar al diputado Lozano.
Primo de Rivera votó en contra. Acto seguido se leyó el dictamen de la Comisión
de Suplicatorios. En él se atendía la autorización solicitada por el Tribunal
Supremo para procesar a José Antonio Primo de Rivera por tenencia ilícita de
armas. Prieto se levantó «para oponerse ahincadamente al dictamen». Las armas
que le valían el delito a Primo de Rivera no fueron halladas en su domicilio:
las llevaba un individuo por la carretera. «Encuentro justificado —afirmaba el
diputado socialista— que el señor Primo de Rivera sea portador de esas armas,
por las condiciones un tanto dramáticas en que se desenvuelve su actuación
política, notoriamente imprudente.» «El señor Primo de Rivera ha venido a esta
Cámara en condiciones excepcionales. Hubiera irrumpido en la vida pública sin
llamarse Primo de Rivera, como un muchacho vigoroso, vehemente, de temperamento
belicoso si se quiere, y su actuación sería más desembarazada. Le traba la
responsabilidad, que yo considero una pesadumbre, de su apellido. Para la
política que representa, esta persecución, aunque sea liviana, será una
plataforma... Cuando le escuchábamos, semanas atrás, vimos que su política no
tiene encaje posible en la realidad; plenamente romántica, teñida de amor
patrio, de un españolismo quizá excesivo desde mi punto de vista, que él quiere
conducir a soluciones fraternales, amorosas, de una cordialidad que pudiéramos
considerar suprahumanas, y, sin embargo, enfoca su principal actividad a la
organización de grupos armados propensos a todas las audacias.» «Si la Cámara
no quiere dar alas a este fascismo que empieza con rasgos de audacia, pero que
puede prender en ciertas imaginaciones en forma muy peligrosa, no conceda el
suplicatorio, porque hacer objeto de una persecución judicial al señor Primo de
Rivera es crear una aureola en torno a su figura.» «Si con vuestros votos le
empujáis a la cárcel, es la propaganda más grande que el señor Primo de Rivera
puede hacer, silencioso, desde su celda; infinitamente más provechosa y útil
que toda la que puede derivarse de su elocuencia por plazas y coliseos. Eso
sería una torpeza política considerable; en ese aspecto está archijustificada
la denegación del suplicatorio. Procederíais con mezquindad, que no os
agradeceríamos, si por medir con el mismo rasero, y por justificar lo que a mi
juicio ha sido un atropello, quisiérais cometer otro más evidente y mayor con
el señor Primo de Rivera.» Los cronistas de la sesión, al llegar a este
momento, consignan: «Al terminar su discurso el señor Prieto, el diputado señor
Primo de Rivera se le acercó y le estrechó la mano.»
A juicio del presidente de la Comisión, señor Pellicena, el
diputado socialista había deformado las cosas. La Comisión se limitaba a
preguntar: «¿Cree la Cámara que los diputados pueden tener depósitos de armas
en su casa?» «No hay paridad entre los dos casos aquí tratados. Pero ¿qué más
quisieran los socialistas que la Cámara denegara el suplicatorio del señor
Primo de Rivera? ¡Si es lo que estaban esperando! Sus señorías, que dicen que
no emplearán esto como argumento, lo han empleado ya en sus periódicos y en sus
mítines.»
Primo de Rivera, después de dar las gracias a Prieto, «que
en muchas ocasiones por el camino de actitudes estéticas de la mejor clase
llega a una profunda y auténtica emoción humana», agregó: «Yo no soy ni un
sentimental ni un romántico, ni un hombre combativo, ni siquiera un hombre
valeroso: tengo estrictamente la dosis de valor que hace falta para evitar la
indignidad, ni más, ni menos. No tengo, ni poco ni mucho, la vocación
combatiente, ni la tendencia al romanticismo. Al romanticismo menos que nada.»
«Lo mismo que el señor Prieto llega a la emoción por el camino de la elegancia,
se puede llegar al entusiasmo y al amor por el camino de la inteligencia.» «Yo
le aseguro al señor Prieto que si fuera un defensor acérrimo, hasta por la
violencia, de un orden social existente, me habría ahorrado la molestia de
salir a la calle, porque me ha correspondido la suerte de estar inserto en uno
de los mejores puestos de ese orden social. Lo que pasa es que sentimos que hay
latente en España, y reclama cada vez con más insistencia que se la saque a
luz, una revolución que tiene dos venas: la vena de una justicia social
profunda, que no hay más remedio que implantar, y la vena de un sentido
tradicional profundo, de un tuétano tradicional español que tal vez no reside donde
piensan muchos, y que es necesario a toda costa rejuvenecer.» «Yo no pensé ni
por un instante que estas cosas se tuviesen que sostener por la violencia, y la
prueba es que mis primeras actuaciones fueron completamente pacíficas. Empecé a
editar un periódico, se iniciaron contra nosotros agresiones, cada día más
cruentas, que movieron a represalias. Pero estas represalias vinieron mucho
después. La gente nos echa encima todos los atributos de fascismo, sin ver que
nosotros sólo hemos asumido del fascismo aquellas esencias de valor permanente
que también habéis asumido vosotros, los que se llaman hombres del bienio: un
sentido del Estado que imponéis enérgicamente.» «Ruego a la Cámara que haga lo
que tenga a bien: si no deniega el suplicatorio me resignaré a ir ante el
Tribunal y a que éste me condene y a pasarme una grata y profunda temporada en
la cárcel, que ya conozco, donde se pasan horas de soledad y meditación muy
difíciles de lograr en otra parte.» Puesto a votación el dictamen, se aprobó la
concesión del suplicatorio por 137 votos contra 65. Entre los que votaron en
contra, con socialistas y republicanos de izquierda, figuraban monárquicos y
tradicionalistas.
* * *
A pesar de la correcta disputa entre los dos jefes en el
Parlamento, que haría creer en la posibilidad del diálogo, la lucha de
socialistas y falangistas era a muerte. Por eso los elogios que José Antonio
dedicó al líder socialista los consideraron extremosos ciertos jefes de choque
de Falange, preocupados por el endurecimiento de la lucha. Uno de los más
destacados hombres de acción, el médico don Manuel Groizard, cuando iba con su
esposa fue tiroteado desde un «taxi» (1.° de julio). El doctor resultó herido
de dos balazos. Como represalia, un grupo de falangistas asaltó un Centro
socialista en Cuatro Caminos. La policía practicó al día siguiente un registro
en los locales de Falange de la calle de Marqués de Riscal y se incautó de
armas y municiones. Ochenta afiliados que se encontraban en el edificio, entre
ellos el propio José Antonio, el jefe de milicias Arredondo, varios jefes de
centurias y otros directivos quedaron detenidos. Para hacer patente el disgusto
por el discurso parlamentario, Juan Antonio Ansaldo propuso a varios jefes una
irrupción en el despacho de la Jefatura en ocasión de hallarse reunidos los
triunviros, para expresarles «el descontento profundo que la conducta
«apaciguadora» de José Antonio producía en las fuerzas de la Falange, exigiéndole
un cambio total de línea de acción o la inmediata dimisión del principal
responsable». Esta exteriorización de indisciplina no se realizó. Pocos días
después Ansaldo era expulsado de Falange. La notificación llevaba la firma de
los triunviros.
La preparación de las milicias socialistas se hacía con
aparatoso alarde: lucían camisas rojas, se ejercitaban en instrucción de tiro,
ensayaban desfiles marciales, apercibiéndose para la insurrección, que se
juzgaba inmediata. Mil jóvenes movilizados acamparon en San Martín de la Vega
(8 de julio), con pertrechos y aspecto de tropa en campaña. Decía El Socialista
(10 de julio): «Iban uniformados, alineados, en firme formación militar, en
alto los puños, impacientes por apretar el fusil. La plaza está erizada de
puños en alto... La iglesia soberbia ha quedado envuelta en un anillo de
hierro... En el ánimo de los oyentes un poso de odio imposible de borrar sin
una violencia ejemplar y decidida, sin una operación quirúrgica.»
Otras concentraciones fueron suspendidas por órdenes del
Ministro de la Gobernación. Pero la disposición del partido socialista de hacer
por encima de todo su revolución se reiteró en una declaración del Comité
Nacional de la U. G. T. (1 de agosto), dominado por Largo Caballero y sus
partidarios, en la que se enjuiciaba la política radical con estas palabras:
«Jamás, ni aun en las peores épocas de la Monarquía se ha conocido divorcio
mayor entre lo que el pueblo trabajador necesita y reclama con legítimo derecho
y la obra que los gobiernos vienen realizando desde el 14 de septiembre de
1933. De trescientos quince días de Gobierno lerrouxista, doscientos veintidós
ha estado el país sometido a un régimen de prevención o alarma. De los noventa
y tres días de normalidad constitución, sesenta corresponden al período
electoral.» Después de enumerar los atropellos contra las organizaciones
obreras, terminaba: «Contra un régimen de terror blanco como el actual no
sirven protestas platónicas. Por ello este Comité se limita a declarar que está
dispuesto a procurar que la clase trabajadora organizada que representa,
realice el supremo esfuerzo para dar término con el régimen de excepción que
vive la clase obrera y recomienda a ésta la más estrecha unión para fines concretos
y definitivos.»
Las instituciones republicanas no significaban ni suponían
nada para los socialistas ni tampoco para los republicanos izquierdistas que se
habían situado fuera del régimen. «La República —escribía El Socialista (14 de agosto) — ha dejado de inspirarnos respeto. No nos interesa sino en la
medida que de ella recibimos daño y, por consecuencia, en la medida que
necesitamos hacerla resistencia. El desencanto sería terrible si no tuviéramos
esperanzas nuevas, ambiciones más altas con las cuales llenar nuestro ánimo y
empujar nuestro esfuerzo... Para nosotros la República está perdida ya.»
La articulación del movimiento que se preparaba no sería
completa, si no se lograba la unión con los otros partidos revolucionarios,
sobre todo con el comunista, siempre dispuesto para la revuelta, de la que
esperaba salir beneficiado. La Juventud Socialista dio los primeros pasos hacia
esa unión: en realidad de la observación de sus propagandas y de sus lecturas
resultaba difícil distinguir dónde acababa el socialismo y dónde empezaba el
comunismo. «Fue la Juventud Socialista, se dice en la Historia oficial del
partido comunista en España el factor determinante en la radicalización del
partido socialista, que hizo posible el entendimiento con el partido
comunista.» La primera vez que se patentizó esta inteligencia fue con ocasión
del entierro de Joaquín del Grado (29 de agosto), miembro del Comité Central
Comunista, muerto en una colisión con falangistas en la barriada de Cuatro
Caminos de Madrid. Convocadas para asistir al acto, acudieron las juventudes
socialistas y comunistas, uniformadas con camisas rojas, y con banderas de la
hoz y el martillo. «Se marcó el paso, refería El Socialista, se llevaron
banderas, se alzó el puño y se cantó La Internacional, a pesar de las órdenes
contrarias del Gobierno.» Algunos de los propósitos revolucionarios están
reflejados en los siguientes textos de Renovación órgano de la Federación de
Juventudes Socialistas: «La revolución proletaria significa la destrucción
total de las fuerzas de Asalto. No la eliminación de jefes y soldados
sospechosos, sino la destrucción total, el aniquilamiento y la aplicación de
Tribunales a todos los individuos del Cuerpo, a fin de que por medio de juicio
sumarísimo respondan de su actuación dentro del estado burgués. Muchas
sentencias habrá que firmar. Estamos seguros de que antes y después los jóvenes
socialistas estarán dispuestos con entusiasmo a darles cumplimiento.»
El pleno del Comité Central del partido comunista (12 de
junio) dirigió un llamamiento al Comité Ejecutivo del partido socialista,
proponiéndole pactar una tregua política para estudiar la formación del Frente
Único. El partido socialista, convencido de la situación de inferioridad que
significaría la aceptación total del pacto respondió con una contrapropuesta en
favor de las Alianzas Obreras, de las cuales quedarían excluidos los
campesinos. En la reunión plenaria del Comité Central del partido comunista,
celebrada los días 11 y 12 de septiembre, se dio la conformidad. «En la vida
del partido comunista el pleno de septiembre de 1934 es un jalón histórico. Al
ingresar en las Alianzas, el partido se proponía establecer una corriente de
unidad y de contactos permanentes con los trabajadores socialistas y ugetistas
y convertir esas Alianzas en órganos actuantes de Frente Único.» En su informe
ante el Pleno, el camarada José Díaz declaraba: «El partido comunista va a las
Alianzas con el propósito de convencer a los trabajadores socialistas de la
indispensable necesidad para el triunfo de la revolución, de organizar los
Comités de fábrica, de campesinos y de la creación de los soviets».
Aunque Largo Caballero buscó con insistencia el
entendimiento con los sindicalistas, no existe prueba de que llegara a un
acuerdo con dicha organización ni de que ésta participara como tal en la
preparación de la revuelta. Cuantas promesas recibió la C. N. T. no modificaron
su trayectoria ni su táctica. Según declara Ángel Pestaña, el líder capacitado
e influyente del sindicalismo, éste atravesaba el año 1934 una crisis interna y
declinaba rápidamente. «Cada día se debilita más.» Su número de afiliados, que
en junio de 1932 alcanzó la cifra de un millón doscientos mil, había decrecido
mucho. «Las zonas donde la C. N. T. conserva más influencia son Zaragoza,
Logroño y parte de su provincia; Andalucía, con exclusión de Huelva, y alguna
otra capital. En Levante está muy diseminada esta influencia. No hay una sola
población completa donde persista la influencia de la C. N. T., si se exceptúa
algún pueblo aislado. La ha perdido por completo en Castilla. En Galicia es
dudosa. No así en Asturias. Pues si la ha perdido en Gijón, la conserva en La
Felguera y otros pueblos. La que tenía en Bilbao ha quedado reducida a la
mínima expresión. Y en Guipúzcoa y Navarra, igualmente. Por lo que afecta a
Cataluña, la influencia de la C. N. T. como organismo de clase es nula; sin
embargo, se le escucha. Pero no es por respeto; es por temor. En Cataluña, y
más particularmente en Barcelona, los elementos que pertenecen a la C. N. T. se
imponen a la clase trabajadora por la fuerza». El sindicalismo perdura como
teoría que interpreta la acción sindical en todas las actividades de la vida.
Pero su espíritu apolítico se conservaba en sus dirigentes y en las masas
íntegro y sin claudicaciones.
El ejército de la revolución era ya innúmero como las arenas
del desierto. La dificultad estribaba en buscar los fusiles y pistolas para
armar a las legiones. Los socialistas, como se ha dicho, se movían dentro y
fuera de España por conseguirlas. Indalecio Prieto, que era uno de los que con
más tenacidad y diligencia se dedicaba a esta misión, entró en negociación con
un financiero bilbaíno, propietario de minas y antiguo e incondicional amigo
del diputado socialista. Se llamaba Horacio Echevarrieta. En 1921 ganó mucha
popularidad por su intervención en el rescate de españoles, prisioneros en el
desastre de Annual, pues el financiero era amigo del cabecilla Abd-el-Krim, que
tenía bajo su poder a los cautivos. Echevarrieta mantenía desde hacía años
relación comercial con un grupo de políticos portugueses apodado los Budas,
deseoso de adquirir armas y municiones para la revolución que fraguaba.
Figuraban al frente Bernardino Machado y Alfonso Costa. Su propósito era
derribar a Oliveira Salazar. Los principales dirigentes de esta conspiración se
llamaban Alexandrino Mouras Pinto, Alfonso de Castro Moraes y Dos Santos. La
República española había creado el ambiente ideal para sus planes. Azaña les
protegía con largueza. Se entendía con ellos por mediación de su confidente,
Martín Luis Guzmán, gerente de El Sol, y de su secretario particular,
Juan José Domenchina. En diciembre de 1932, Azaña consignaba en sus Memorias:
«Si el asunto político de Portugal se me arreglara tan bien como éste (el
contrato para la construcción de barcos concertado con Méjico), daría por
buenas todas las pesadumbres que caen sobre mí y podría presentarme ante mi
país a manifestarle cuáles son los jalones de una gran política». Los
conspiradores ofrecían a cambio del apoyo una alianza con Portugal el día de su
triunfo y a Echevarrieta concesiones ventajosas y privilegios económicos.
Pedían al financiero un préstamo de medio millón de pesetas, y aquél se avenía
a otorgárselo siempre que el Estado le pagase unas cantidades que le adeudaba. Tan
impacientes se mostraban los portugueses por obtener el dinero, que
intercedieron cerca de Azaña, rogándole saldase el Estado su deuda con
Echevarrieta. «Por la noche (enero de 1933), refiere Azaña, vino Alfonso Costa
con el coronel Poppe y Guzmán. Trataban a Costa como presidente del futuro
Gobierno portugués. Larga conversación en francés, aunque ambos hablan y
entienden el castellano. No quieren nada con los «hombres de negocios». Lo que
se haga, que sea por orden mía y por hacerme a mí un servicio; esta cuestión es
de política internacional. Retuve a Guzmán para darles instrucciones y que vea
a «don H» lo antes posible, a fin de poner en claro este importante asunto.
Después de comer salí con Lola a tomar el sol. Cuando me dirigía a la escalera
llegó Guzmán. Ha visto a «don H». Está pronto a dar su tributo sin condiciones.
Le parece bien que sea el Comité Supremo (el qué representa Costa) quien lo
acepte, y en mi presencia o con mi intervención, como ellos quieran».
A partir de este momento, el financiero pasó al Consorcio de
Industrias Militares diversos encargos de armas, con destino a Abisinia. Los
inconvenientes opuestos por el Consorcio fueron prontamente zanjados por la
intervención de Azaña, a la sazón presidente del Consejo y ministro de la
Guerra. El verdadero destinatario de este armamento eran los portugueses
exiliados en España y Francia, dedicados a constituir depósitos de armas para
la revolución en perspectiva. Pero andaban muy escasos de dinero y Echevarrieta
a su vez había pagado la mayor parte de las compras con letras aceptadas, que
al vencimiento dejó impagadas.
El Consorcio recuperó el armamento y lo almacenó en el
castillo de San Sebastián de Cádiz, donde se encontraba en 1934, cuando los
socialistas, que llevaban muy adelantados los preparativos para la
insurrección, se pusieron en relación con los portugueses y con Echevarrieta,
proponiéndoles la adquisición de las armas guardadas en el mencionado castillo
y los explosivos de un arsenal propiedad del financiero.
Los principales mediadores en esta negociación fueron los
diputados socialistas Prieto, Negrín, González Peña y Amador Fernández, este
último tesorero de la mina de San Vicente en Asturias, administrada por el
Sindicato Minero. Por parte de los portugueses figuraba como elemento
responsable un francés llamado Souvie, a cuyo nombre se haría la operación. Se
convino el traspaso de la mercancía bélica a los socialistas a mediados de
mayo, y desde aquel momento se dedicaron éstos a buscar el modo de trasladarlas
a Cataluña y a Asturias. Prieto se encargó de ofrecer una parte de ellas a la
Generalidad, pero la gestión no tuvo éxito.
Entonces los socialistas aplicaron su actividad a trasladar
el armamento a Asturias y a Vizcaya. En el mes de junio llegaron a Cádiz el
capitán de la Marina mercante Manuel Atejada y el maquinista Jenaro Álvarez,
procedentes de Gijón. Acogidos por varios socialistas gaditanos y auxiliados
por ellos, comenzaron las gestiones para adquirir un barco de cabotaje que,
según decían, pensaban dedicar al suministro de aceite para los pósitos
marítimos. En pocos días lograron sus deseos. El armador de Cádiz don José León
Carranza les ofreció uno de 180 toneladas, matriculado antes en San Sebastián
con el nombre de Mamelena II. El armador tenía solicitado el cambio de aquél
nombre por el de Turquesa. Se convino la entrega del precio, que eran 70.000
pesetas, en tres veces, encargándose de ello el contable de la mina de San
Vicente de Asturias, el cual recibiría el dinero del tesorero del Sindicato
minero y diputado Amador Fernández.
Una vez ultimada la compra del barco, sacar las armas
custodiadas en el castillo de San Sebastián no fue cosa difícil, tan pronto
como su antiguo dueño, Echevarrieta, se manifestó dispuesto a pagarlas.
Figuraban como compradores el francés Jean León Souvie y el portugués Alfonso
de Castro. El Consorcio de Industrias Militares dio su consentimiento (23 de
agosto). Llegaron procedentes de Gijón los tripulantes que se iban a hacer
cargo del barco y el 5 de septiembre en camiones militares y con la ayuda de
soldados del parque de Cádiz se procedió al embarque del cargamento, que se
componía de 329 bultos, con un peso de 18.216 kilos, según la factura de
exportación . Poco después, el Turquesa emprendía viaje rumbo a Burdeos, según
constaba en el despacho de embarque del delegado marítimo.
El barco llegó a las nueve de la noche (10 de septiembre) a
la altura de San Esteban de Pravia (Asturias), aproximándose a unas dos millas
de la costa. El capitán encendió en cubierta una luz roja, señal convenida, y
recibió respuesta con los destellos de una linterna. Dos horas después se
acercaban tres motoras, iniciándose acto seguido el transbordo de la mercancía
del Turquesa. En total se descargaron unas ochenta cajas: las motoras,
partieron hacia la desembocadura del río Nalón, deteniéndose en el sitio
conocido por Puente de Muro, donde esperaban varios coches y tres camionetas de
la Diputación de Oviedo. Algunos hombres allí apostados se apresuraron a
trasladar el cargamento desde las embarcaciones a las camionetas: dos de éstas
partieron raudas con la mercancía, pero la tercera no pudo arrancar por avería
en la dirección. Trataban de repararla los mecánicos, cuando se presentaron
unos carabineros atraídos por el insólito rebullicio a hora tan desusada. Al
acercarse aquéllos, varios de los hombres huyeron y la fuga acrecentó la
sospecha de los vigilantes. Repararon que muchas de las cajas ostentaban esta
inscripción: Djibouti, (tránsito). Cartuchos para máuser. Fabricado en 1932 y
embalado en 1934.» Procedían de la Fábrica de Toledo.
Las sorpresas se sucedían. La Guardia Civil de Muros de
Nalón había sido avisada y avanzaba hacia la playa: observó unos coches que
circulaban de manera anormal y al dirigirse hacia ellos sonaron unos disparos.
Se dispusieron a responder los guardias, pero los automóviles se detuvieron y
sus ocupantes hicieron señas de que se entregaban: eran un hermano del diputado
González Peña, el alcalde de Pola de Siero, Inocencio Burgos y tres afiliados
socialistas.
Una más detenida exploración del cargamento de la camioneta
y de algunas cajas y fardos que se encontraban en el suelo permitieron apreciar
toda la importancia del alijo, que se componía en su mayor parte de cartuchos
para máuser, 1.600 cartuchos por caja con un total de 116.000. Figuraba también
entre el material aprehendido pistolas, revólveres y cargadores.
Informado el Gobernador de Oviedo, Fernando Blanco, de lo
que sucedía, dispuso una rigurosa vigilancia de las carreteras. Pronto se supo
que durante toda la noche y madrugada se había advertido una circulación tan
intensa como extraña. En uno de los coches detenidos viajaban los diputados
socialistas Ramón González Peña, Amador Fernández, un práctico del puerto de
San Esteban de Pravia y tres personas más, todos armados de pistolas. Se supo
de la presencia en Asturias de los diputados socialistas Prieto, Negrín y
Teodomiro Menéndez, que desde el mes de agosto hicieron varias visitas a aquel
puerto.
Acerca del paradero de las armas desembarcadas se averiguó
que parte de las transportadas por las dos camionetas fueron escondidas en
casas de dirigentes socialistas, en las cuevas llamadas de Alfoz y Sobrefurado,
cerca de Palomar, concejo de Ribera de Arriba, y en el pueblo de Valduno, donde
un socialista llamado Cornelio Fernández, antiguo sacristán, ayudado por un
hermano, ocultó las armas en su casa, contigua a la iglesia.
La noticia del alijo conmovió a España, pues confirmaba el
formidable asalto que preparaba la revolución. El Gobierno anunció medidas de
rigor ejemplar contra los complicados. Designó juez especial al magistrado de
la Audiencia de Oviedo, don Jesús García Obeso, encomendó el esclarecimiento de
los hechos, con jurisdicción para toda España, al magistrado del Supremo y
fiscal de la República, don Salvador Alarcón, y confió al general de Estado
Mayor don Joaquín Fanjul la misión de investigar la actuación del Consorcio de
Industrias Militares.
La policía detuvo en Oviedo al vicepresidente de la
Diputación, Valentín Álvarez, al secretario del Sindicato Minero, Belarmino
Tomás, y a los mecánicos y marinos que intervinieron en las operaciones de
transporte. Despojó de sus atribuciones para los efectos de orden público a los
alcaldes asturianos socialistas de la cuenca minera. En Madrid fueron
procesados e ingresaron en prisión el financiero Echevarrieta y los
portugueses que habían participado en la compra-venta de las armas.
El descubrimiento del alijo era importante y sobre todo
revelador de la existencia de un contrabando de mucho volumen. Todavía duraba
la indagación por lo de San Esteban de Pravia cuando la policía, al practicar
un registro en la Casa del Pueblo de Madrid, clausurada desde el día 8, a raíz
de la última huelga general, encontró un arsenal. Como eran incontables las
dependencias, secretaría y sótanos, amén de teatro, salones y café, el registro
se prolongó durante varios días; cada jornada rendía abundante cosecha de
armamento de toda clase: docenas de fusiles, revólveres, fusiles
ametralladoras, porras de goma, centenares de peines de Máuser, 107 cajas de
cartuchos, 37 cajas de bombas de mano, cartuchos de dinamita, ampollas de ácido
prúsico y materias químicas para la fabricación de explosivos, La Casa del
Pueblo estaba convertida en un polvorín y los hallazgos de armas de cada día
superaban en cantidad al precedente.
La policía detuvo al presidente de la Junta administrativa
de la Casa del Pueblo, Wenceslao Carrillo, y a los directivos Agapito García
Atadell, Pascual Tomás y Rafael Henche. Otros se escabulleron y no fueron
habidos.
Se pasaba de un descubrimiento a otro sin interrupción; en
la madrugada del día 20 de septiembre, la Guardia Civil del puesto de la
Moncloa detenía en las cercanías de la Ciudad Universitaria un camión cargado
de fusiles ametralladoras, lanzallamas, 54 cajas de cargadores para
pistolas-ametralladoras alemanas, 34 cajas de peines para ametralladoras, 5
fusiles contra carros blindados y otros elementos ofensivos. La sorpresa se
produjo en el momento en que las armas eran descargadas. Los mecánicos y sus acompañantes
intentaron resistir a la Guardia Civil, pero fueron detenidos, con excepción de
dos. A uno de los apresados, Francisco Ordóñez Peña, estudiante y secretario de
la F. U. E., se le ocuparon documentos referentes a la próxima revolución.
Entre ellos una Circular a las Juventudes Socialistas, invitándolas a estar
preparadas «para los momentos gravísimos que se avecinan», y con instrucciones
respecto al funcionamiento de las Milicias, «que han de tener una base
terrorista». Otros documentos eran instrucciones para los combates en la calle,
utilización de las armas, procedimientos para improvisar el blindaje de coches
y camiones, normas para las tácticas defensivas y ofensivas y consignas para
las actuaciones rápidas y violentas en el primer momento contra los parques de
Artillería, Dirección General de Seguridad, cuarteles, aeródromos... «Hay que
acorazar el corazón —se recomendaba—, contra la sensibilidad de causar víctimas
inocentes.»
Con razón podía decir Samper (20 de septiembre) que el
Gobierno se encontraba en presencia de uno de los más grandes movimientos
subversivos organizado en el país, con toda dase de pertrechos. Casi a la vez
que se publicaba esta declaración, la policía descubría en una villa llamada
Florencia, de la Ciudad Lineal, donde vivía el exdiputado socialista y alcalde
de Puente Genil, Gabriel Morón, un laboratorio para fabricar bombas y se
incautaba de cincuenta kilos de dinamita y botellas con ácido.
En un hotel de la Colonia socialista de la Ciudad Jardín,
habitado por el chófer, Fulgencio Ayala, también la policía hallaba un depósito
de granadas de fusil, dos morteros, cajas de bombas de mano y cartuchos,
paquetes de dinamita, y en el domicilio de un aviador portugués llamado
Meneses, encontraba 300 bombas de mano fabricadas en Oviedo en 1932. Una nota
oficial advertía que muchas de las armas encontradas procedían de las ventas
hechas por el Consorcio de Industrias Militares al señor Echevarrieta, en mayo
de 1932.
Los hallazgos no se circunscribían a Madrid. Surgían como
por ensalmo en todas partes: cajas de cartuchos en el expreso de Santander;
bombas y cartuchos en la Casa del Pueblo de Turón; fardos con pistolas en
Alicante; 90 bombas y 9.000 balines en la bodega del concejal socialista Ramón
Somoza, en Monforte de Lemos (Lugo); unas planchas blindadas en Cádiz remitidas
desde Sevilla a Horacio Echevarrieta, para blindar cuatro tractores; pistolas y
bombas en Cuenca, Orense...
Fueron detenidos otros directivos de los Sindicatos de la
Casa del Pueblo y nuevos portugueses complicados y el abogado Manuel Pastor
Florit, sobrino del ex-ministro Ossorio y Gallardo, en estrecha relación con
los organizadores de la insurrección, según se deducía de los documentos
encontrados. Día y noche la policía incansable continuaba los registros, sin
excluir el Ateneo. Su presidente, Femando de los Ríos, protestó contra el
atropello, con el propósito de conmover «a la conciencia del mundo intelectual».
Los jueces procesan y ordenan el ingreso en prisión de muchos complicados. El
Fiscal de la República solicita la disolución de la Casa del Pueblo y de todas
las organizaciones afectas a ella, por considerarlas ilícitas, en vista de su
probada actuación subversiva. El día 24 de septiembre llega al estuario de la
Gironda el Turquesa, para reparar averías. Como no lleva la documentación en
regla, es intervenido por las autoridades francesas.
Aparte de estas actividades clandestinas, los socialistas
aprovechan todas las ocasiones que se les presenta para hacer alarde de su
fuerza e intimidar a la opinión, convenciéndola de que su acción será
irresistible. En respuesta a una Asamblea de Acción Popular convocada en
Covadonga (10 de septiembre), decretan la huelga general en Asturias, donde son
omnipotentes.
Para protestar contra un decreto del ministro de la
Gobernación que prohibía la actuación de los menores de edad en la política,
las Juventudes Marxistas Unificadas se congregan en el estadio metropolitano,
en la noche del 14 de septiembre, a la luz de los reflectores cedidos por el
Ministerio de la Guerra. Fueron arengadas por oradores socialistas y
comunistas. El tema de los discursos es único: se acerca el momento decisivo de
asaltar el poder. Hay que permanecer alerta, dispuestos a enfrentarse con lo que
sobrevenga. Un clamor inmenso, frenético y ensordecedor de himnos, vítores y
aplausos acogió el desfile de millares de jóvenes de los dos sexos, uniformados
y arrogantes, detrás de las banderas rojas. El espectáculo daba a quienes lo
contemplaban una sensación de plenitud, de triunfo en la mano. Allí estaba el
poderoso ejército de la revolución y nada ni nadie podría contra él.
Los confabulados para el próximo estallido culminaron sus
maquinaciones con un gran proyecto muy malicioso, pues pretendían comprometer
al propio Gobierno, poniéndole en trance difícil y sin salida. Se trataba de
rendir un homenaje nacional a los capitanes Galán y García Hernández, fusilados
como promotores de la insurrección en Jaca en 1930. Sus restos serían
trasladados el día 15 de septiembre desde el cementerio de Huesca, donde
reposaban, a Madrid, para ser enterrados en la plaza de la Independencia, bajo
el arco de la Puerta de Alcalá, en tanto se erigía un monumento en la
prolongación de la Castellana. Un Comité integrado por representantes de los
partidos marxistas y republicanos de izquierda quedó encargado de preparar el
acto, revistiéndole de la máxima grandiosidad dentro de un fragor
revolucionario. ¿Se atrevería el Gobierno a oponerse a tan sospechoso homenaje
a los «mártires de la República»? Si tuvo aquél alguna vacilación no la
reflejó. Únicamente expuso su deseo de acomodar la fecha del acto a los
compromisos adquiridos con anterioridad. Y en prueba de su buen deseo, el
ministro de la Guerra anunció (1 de septiembre) que la Junta Superior de
Órdenes Militares había informado favorablemente el expediente de juicio
contradictorio para concesión de la Laureada de San Fernando al capitán de
Infantería Fermín Galán por hechos realizados en África anteriores a 1924.
Saltaba a la vista cómo se había forzado el procedimiento para tal concesión.
Se declaró el Gobierno dispuesto «a dar las máximas facilidades para la
ejecución de las obras, y el tributo de honores a los restos de los mártires»,
y el Presidente de la República improvisó un viaje a Jaca (4 de septiembre)
para depositar coronas de flores en las tumbas de los oficiales. Hubo otras
promesas: las Cortes figurarían en el cortejo del traslado de los restos,
siempre que los organizadores variasen la fecha señalada. «Ningún héroe, ningún
genio, ninguna gloria de España alcanzó nunca homenaje semejante como el que se
proyecta a los rebeldes de Jaca», comentó A B C (12 de septiembre). La
Comisión, intransigente, se negó a cualquiera alteración del programa
redactado.
Al margen de las notas hiperbólicas de los organizadores
sobre la grandiosidad del acontecimiento, circulaban rumores sobre las
verdaderas intenciones de los promotores del homenaje. Se les atribuía el
propósito, una vez concentrada en Madrid una masa ingente de revolucionarios de
toda España, en el momento de hallarse el Presidente de la República y el
Gobierno en la Plaza de la Independencia, de hacer allí mismo una proclamación
cruenta o incruenta, según las circunstancias, de una República socialista. Llegaron
a oídos del Gobierno tan siniestros propósitos y Samper advirtió que la
discrepancia de cualquier partido republicano sobre la fecha del homenaje
impondría su aplazamiento, pues «todos los partidos republicanos debían
mostrarse identificados en la veneración a los héroes republicanos». ¡Bizarra
argucia, sabiendo que el jefe del Gobierno contaba de antemano con la
discrepancia de los radicales! Fundándose en falta de unanimidad, el ministro
de la Gobernación ordenó (15 de septiembre) desmontar las tribunas alzadas por
el Ayuntamiento, la suspensión de las obras de apertura de la tumba bajo el
Arco de la Plaza de la Independencia y el aplazamiento del homenaje, acuerdo
sancionado en Consejo de ministros, pues «amparándose en la ceremonia se
pretendía un movimiento cuyas consecuencias no eran fáciles de prever». La
Junta Organizadora respondió a la orden de suspensión declarándose dispuesta a
continuar los trabajos en contra del Gobierno, «indigno de figurar en dicha
ceremonia».
* * *
El programa prerrevolucionario incluía el mantenimiento
permanente de la agitación social que además de sembrar la inquietud
descompusiera más y más las defensas de la sociedad. Durante los meses de
julio, agosto y septiembre las huelgas se contaron por centenares y no hubo
ciudad ni población de alguna importancia que se viese libre de la plaga. «El
movimiento del mes de octubre fue precedido por más de 700 huelgas, algunas de
colosal envergadura, realizadas bajo el signo de la unidad». «Se dejó adrede
manos libres a las Juventudes Socialistas a fin de que, con absoluta
irresponsabilidad, cometieran toda clase de desmanes, que, al impulso de
frenético entusiasmo, resultaban dañosos para la finalidad perseguida. Nadie
ponía coto a la acción desaforada de las Juventudes Socialistas, quienes, sin
contar con nadie, provocaban huelgas generales en Madrid, no dándose cuenta de
que frustraban la huelga general, clave del movimiento proyectado, pues no se
puede someter a una gran ciudad a ensayos de esta naturaleza». La lista de
crímenes políticos o sociales en dicho período es muy extensa. En Hernani fue
muerto a tiros el general Fernando Berenguer.
Asesinato por venganza, ejecutado por el hermano de un
anarquista condenado años atrás por un Consejo de guerra presidido por la
víctima; en Almería cayó asesinado el patrono Cristóbal Puerta; en Cullera el
ex alcalde Juan Llopis, en Alozaina (Málaga) el oficial mayor del Ayuntamiento
dio muerte a tiros al abogado Gutiérrez Navarro y al Presidente de la Comisión
Gestora, Miguel Rubio. Fueron también víctimas de atentados: en Madrid, el
patrono panadero Juan José González; en Cuernavaca, el juez don Manuel Martínez
Alcaina; en Toledo, el industrial Félix Moraleda, dueño de un café-bar en la
plaza de Zocodover, muerto por un camarero; en Barcelona, el fabricante Juan
Minguella; en Lagota (Zaragoza), el párroco, Rafael Calvo, sufrió un atentado
del que quedó gravemente herido, y su madre, muerta; en Córdoba, el gerente de
los talleres de cristalería Pueyo y Compañía; en Tivenys (Tarragona), el
secretario del Ayuntamiento, José Piñal; en Portugalete, el jefe de la Guardia
Municipal, Guillermo Curiel; en Castilblanco (Badajoz), el propietario Vicente
Sanz; en Madrid, el tipógrafo Bienvenido Tapia y el industrial francés George
Machatand; el tranviario Bernardo González, que no secundó la huelga del día 8
y el patrono panadero Bernardo González. También sufrió un atentado el
subgobernador del Banco de España, Pedro Pan Gómez, del que salió ileso. Fueron
asaltadas ocho sucursales de Bancos, muchas fábricas, especialmente en
Cataluña, cortijos en varias provincias; en una del término de Torremolinos
resultaron muertos los dueños y heridos tres familiares; la Central de
Ferrocarriles Catalanes en Barcelona, las oficinas de la Arrendataria de
Tabacos, en Sevilla; el Ayuntamiento de Navaluenga (Ávila); el convento de
Agustinos de Sos (Zaragoza). Se derrumbaban los negocios. En un día (6 de
agosto), cerraban doce fábricas de la Unión Industrial Algodonera de Cataluña y
4.000 hombres quedaban en la calle. Ningún mes se vio libre del inevitable
repertorio de explosiones terroríficas. Tumultuosas manifestaciones marxistas-comunistas,
con su cortejo de tiros y detenciones, eran sucesos endémicos, incorporados a
la vida cotidiana, como un mal sin remedio.
CAPÍTULO 41.
DIMITE SAMPER Y LERROUX FORMA GOBIERNO
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