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CAPÍTULO 37.
CALVO SOTELO PLANTEA DEBATE EN LAS
CORTES SOBRE LA SITUACIÓN DE LA HACIENDA
Los efectos de la amnistía empezaron a sentirse muy pronto.
El día 4 de mayo llegó a Madrid Calvo Sotelo. Al día siguiente, la Sala Segunda
del Tribunal Supremo hizo extensivos los beneficios de la ley a generales,
almirantes y civiles en destierro por haber pertenecido al Directorio militar o
a los Gobiernos de la Dictadura. El general Sanjurjo, recuperada la libertad,
fijó su residencia en Portugal. El conde de Guadalhorce, desde Buenos Aires,
donde se encontraba, anunció su próximo regreso a España. El ministro de
Instrucción repuso al señor Yanguas Messía en su cátedra de Derecho internacional
privado de la Universidad Central.
Fue autorizada la apertura de Acción Española, cuyos locales
estaban clausurados desde el 5 de agosto de 1932. «Nuestra labor —decían en una
nota sus dirigentes— será, como antes, al margen de todo partido político, pura
y estrictamente cultural.» Apenas instalado en Madrid, Calvo Sotelo se puso en
contacto con sus amigos políticos. El ex ministro había vivido desde el exilio
todas las vicisitudes de la vida pública española; sin embargo, quiso, desde el
primer momento, con el vigor y penetración mental peculiares en un hombre de
acción, conocer el significado y eficacia de ciertas tácticas, el valor real de
los grupos operantes, las intenciones de sus jefes. Calvo Sotelo comprobó que
el posibilismo de Acción Popular ganaba a las masas; que los partidos monárquicos
no se hallaban por el momento en condiciones para una actuación positiva e
influyente: los creía condenados a anquilosarse en la oposición; confianza y
simpatía le inspiraba el movimiento de Falange, juvenil, audaz y sincronizado
con otros movimientos nacionalistas y sociales europeos.
Con motivo de unas entrevistas de Calvo Sotelo con Ruiz de
Alda, se difundió el rumor del ingreso de aquél en Falange. Pero pasó el tiempo
y la incorporación no se produjo. Primo de Rivera no dio nunca su conformidad a
este deseo expresado por algunos falangistas. «Calvo Sotelo le parecía el
representante de la burguesía y la aristocracia; es posible también que le
impresionara el gran prestigio del colaborador insigne de su padre».
La figura de Calvo Sotelo, aureolada por la persecución y el
voluntario destierro, se ofrecía a no pocos españoles como la de un jefe
probado en el éxito y en la adversidad, con las dotes de energía, de
improvisación y de mando exigidas para ser caudillo de la contrarrevolución.
Por todo esto se le contemplaba con viva curiosidad.
El día 8 de mayo prometió el cargo de diputado y tres días
después encabezaba una proposición incidental firmada por diputados monárquicos
para solicitar de la Cámara, «en vista de los rumbos que toma la Hacienda
española..., la fijación de aquellas normas de austeridad que permitan y
obliguen al Gobierno a frenar el mal en su avance y restablecer rápidamente, al
igual que en otros países, la nivelación presupuestaria». Calvo Sotelo defendió
la proposición (18 de mayo) en un silencio expectante, en una Cámara con lleno
completo en escaños y tribunas; durante más de una hora habló sin ser
interrumpido. La mayor parte de su discurso la dedicó a defender su gestión
durante la Dictadura, «cuya responsabilidad asumo íntegra», para deducir por
comparación con los ingresos y gastos de la Hacienda republicana la marcha
«desacertada y ruinosa» de ésta. «Como español —declaraba— me alegraré de
vuestros aciertos, porque ante todo y por encima de todo está España y nada más
que España.» «¿Qué puede y debe hacer España?», preguntaba. Para solucionar los
problemas derivados del desorden financiero, proponía la concesión al Gobierno
—al que fuese— de plenos poderes, con plazo que no pasara del 30 de junio,
fecha término de la prórroga presupuestaria vigente, «a fin de resolver sobre
la marcha, con medidas concretas y draconianas, el problema presupuestario
español». Sugería algunas soluciones para conseguir economías no inferiores a
400 millones de pesetas: política de Deuda; saneamiento del capítulo de Clases
pasivas; supresión del subsidio directo del Estado para la implantación de la
Reforma agraria y de las subvenciones a las Compañías ferroviarias, ampliando
en lo preciso y bajo control del Estado su facultad emisora; supresión del
contrato de préstamo al Gobierno de Méjico; morigeración del tren de vida del
Estado; reducción de un 20 por 100 de los gastos de Orden público y de todo
gasto encaminado a sustituir la enseñanza privada por la estatal. «Creemos
—terminaba Calvo Sotelo— que debemos alentar al Gobierno con nuestras
iniciativas. No perseguimos finalidad política alguna.»
No había pronunciado el ex ministro de la Dictadura el
discurso demoledor contra el régimen esperado por muchos de sus amigos; por el
contrario, analizado con detención, más bien se descubría en él un secreto y
patriótico propósito de colaborar con el Gobierno, ayudándole a salir de las
dificultades económicas en que se debatía. No lo entendió así Prieto, que con
fogosa oratoria de mitin reprodujo las acuñadas diatribas contra la Dictadura,
tantas veces usadas para enfebrecer a las masas revolucionarias. «Ha hecho con
las cifras —decía— cubileteos de prestidigitación, para terminar proponiéndonos
un nuevo régimen dictatorial, ejercido por las extremas derechas, para acabar
de deshonrar a la República. La obra presupuestaria de la República ha sido de
diafanidad absoluta.» «Yo creo —añadía— que ha sido excesiva la audacia de S.
S. No voy a negar a S. S. su inteligencia: la conozco, y no creo que me eleve
al servilismo decir que le admiro, porque yo, en mi soberbia, no admiro a casi
nadie. Pero, dado el talento de S. S., colocándose, desde el punto de vista
crítico, en posición sólida, firme, ¿qué duda cabe que puede prestar buenos
servicios de asesoramiento? Tiene S. S. preparación, experiencia, práctica: eso
es un valor considerable. ¡Figúrese S. S. si reconoceremos que como diputado
puede ser elemento valioso en una obra que podemos y debemos realizar
conjuntamente!» «Para nuestra organización social habéis forjado instrumentos
insuperables de socialización: el Monopolio de Petróleos es uno. El Monopolio nosotros
no lo destruimos, lo perfeccionamos.» Prieto explicó su actuación como ministro
de Hacienda en el Gobierno provisional, en circunstancias difíciles y de
inferioridad. En la sesión siguiente (22 de mayo) el ministro de Hacienda
expresó su confianza de que se corregirían los errores financieros. «Con
nuestro régimen —exclamó— el déficit es decreciente, mientras con la Dictadura
lo fue creciente.» «El programa mínimo de restauración presupuestaria puede
hacerse dentro de la vida de esta Cámara, sin poderes excepcionales, que no
son necesarios.» Rectificó Calvo Sotelo, y de nuevo su discurso fue un
minucioso repaso a su obra de ministro de Hacienda, que dio motivo a otra
extensa réplica de Prieto, esta vez en forma comedida. Por primera vez un
debate político planteado en las Cortes republicanas alcanzaba altura y los
oradores participantes en las diez sesiones que duraría la discusión cuidaban
de mantener ésta en un ambiente de seriedad y corrección. El debate se
centraba especialmente en el análisis de la obra de la Dictadura. A ella
dedicaron casi la totalidad de sus discursos los señores Barcia y Cambó (25 de
mayo). «Al suscitar el señor Calvo Sotelo el tema de la situación
presupuestaria —decía el líder catalán— ha prestado un servicio al Parlamento y
al país.» «Toda propuesta de nuevo gasto es un atentado contra la prosperidad
de España.» Enjuiciaba la obra de Calvo Sotelo diciendo: «Es muy difícil que
una Dictadura pueda regir la Hacienda del Estado de conformidad con las
conveniencias de la normalidad de la Hacienda pública. Una Dictadura tiene que
hacer lo que se llama una política de prestigio, que podríamos llamarla más
exactamente una política de vanidad. Los hombres renuncian a la libertad en el
momento en que ven en peligro su vida y la vida del país. Pero esta renuncia es
transitoria. Desaparecido el peligro los hombres sienten otra vez el intenso
deseo de gozar de su libertad individual y una dictadura, para mantenerse mucho
tiempo, tiene que dar a los hombres y a los pueblos algo en compensación a la
libertad que les quita; tiene que darles una ilusión o bienestar. Y dar
bienestar artificiosamente es dar pan para hoy, pero preparar seguramente el
hambre para mañana...» «Tampoco un Gobierno influido por socialistas puede
realizar una política presupuestaria prudente. El socialismo es caro y allí
donde gobierna e influye ha producido perturbaciones financieras y económicas.
El aumento de burocracia es propio del socialismo.» El señor Cambó combatió con
energía el presupuesto extraordinario del señor Calvo Sotelo y la creación del
Monopolio de Petróleos, «que a mi entender no tiene justificación alguna».
Además, «el negocio peor que puede imaginarse hoy es establecer en España la
industria del refino de petróleos», por la dificultad de transporte y porque
«los subproductos no tienen aquí aplicación». Las soluciones enunciadas por
Calvo Sotelo merecían ser atendidas, con una condición previa exigida a todos
los españoles: «la aceptación de una legalidad común, y que no se amenace a la
paz pública. Mas esta advertencia: en España no puede soñarse hoy con aumentar
los tributos. España está en período de crisis económica. Hoy una depresión
monetaria significaría condenar al obrero a la miseria.»
A la vista de las enseñanzas del debate, un grupo de
diputados, encabezado por don Joaquín Chapaprieta, y en el que figuraban, entre
otros, los señores Cambó, Lerroux, Prieto, Gil Robles, Martínez de Velasco y
Martínez Barrio, presentaron una proposición a la Cámara (30 de mayo) para
pedir al Gobierno «la preparación, cuanto antes, de un plan completo económico
que, a la par que atienda las perentorias necesidades que las circunstancias
actuales acusan, se encamine a la desaparición del déficit en los presupuestos
del Estado.»
De esta manera, el debate saldría de la órbita trazada por
la proposición de Calvo Sotelo para seguir una trayectoria netamente
gubernamental. La discusión continuó en torno a la política financiera y
económica de la Dictadura. El señor Chapaprieta quiso probar cómo en los seis
años de aquella «se gastaron, comparados con los años anteriores, seis mil
millones más de pesetas, lo que representa un déficit efectivo de mil millones
cada año», sin perjuicio de reconocer a Calvo Sotelo «como ministro de altos vuelos
y altas dotes e iniciador de este debate que por sus tonos de solemnidad e
importancia ha llamado la atención de la Cámara y del país». La proposición
defendida por el señor Chapaprieta tenía dos finalidades: una, que la Cámara
adoptase la resolución heroica de exigir la presentación de unos proyectos de
ley para resolver los graves problemas económicos planteados; otra, que el
Gobierno, obrando bajo un mandato imperativo, introdujese economías y trajese a
la Cámara un plan completo presupuestario. Rodríguez de Viguri secundó a
Chapaprieta con otro extensísimo discurso: «Dispongámonos —decía— a presenciar
el paso de los cinco mil millones por el presupuesto español; pero formemos el
propósito firme de no aumentar ni una peseta más.»
Entendía don Ignacio Villalonga, de Acción Popular (31 de
mayo), que la fórmula de plenos poderes propuesta por Calvo Sotelo era
constitucional, pues en definitiva significaba delegar poderes del Parlamento
que al Parlamento volverían y éste podría modificar. «La situación —añadía— es
tan inquietante, que nadie tiene derecho a negar su colaboración para buscar el
remedio.»
Intervino José Antonio Primo de Rivera (6 de junio) para
enjuiciar a la Dictadura como fenómeno histórico y fenómeno político, «sin
hablar en nombre de ninguna piedad filial, sino como miembro de una generación
a la que le ha tocado vivir después de la Dictaron dura». Ésta «superó a la
mayor parte de aquellos períodos con los que se la puede comparar, en lo
honesto y eficaz de la gestión..., comunicó eficacia y seriedad a la máquina
administrativa española». Sin embargo, «como experiencia política fue una experiencia
frustrada»... «La Dictadura rompió un orden constitucional que regía a su
advenimiento, embarcó a la patria en un proceso revolucionario y, por
desgracia, no supo concluirlo... La Dictadura estuvo encarnada por un hombre
tan extraordinario, que si no lo hubiera sido no habría podido mantenerse seis
años en aquel equilibrio tan difícil...» «La Dictadura se encontró con una
falta, sin la cual es imposible sacar un régimen adelante: le faltó elegancia
dialéctica... Los intelectuales no la entendieron y le volvieron la espalda:
con los intelectuales se le volvió la juventud...» «Al general Primo de Rivera
(descartados unos cuantos colaboradores leales e inteligentes) no le
entendieron los que supusieron que le querían y no le quisieron los que le podían
haber entendido...» «Y ésa fue la tragedia grande y tan auténtica del general
Primo de Rivera, que le costó no menos que la vida al ver el fracaso esencial
de su obra...» «Fracasó trágica y grandemente la Dictadura porque no supo
realizar su obra revolucionaria...» «La revolución del 14 de abril de 1931 se
está metiendo en la misma vía muerta en que se metió la revolución de
septiembre de 1923...» «Las promesas del 14 de abril se han quedado tan
incumplidas como las promesas del 13 de septiembre.» «Si la República no lleva
a cabo la revolución social que había prometido con la tranquilidad y serenidad
de los que gobiernan, la República no justifica ni poco ni mucho el hecho de
estar en este instante gobernando.» «El día en que el partido socialista asumiera
un destino nacional, como el día en que la República que quiera ser nacional
recogiera el contenido socialista, ese día no tendríamos que salir de nuestras
casas a levantar el brazo ni a exponernos a que nos apedreen y, a lo que es más
grave, a que nos entiendan mal: el día que eso sucediera nos reintegraríamos
pacíficamente a nuestras vocaciones.»
Sorprendió a muchos el singular enjuiciamiento de la
Dictadura hecho por José Antonio; la declaración paladina del fracaso de aquel
régimen; y la ausencia de elogios o de palabras amables para Calvo Sotelo o su
obra. Por todo ello el discurso «no fue —decía A B C — del agrado de ningún
sector de derechas».
Se reanudó el debate sobre la proposición incidental de
Calvo Sotelo (13 de junio) con un nuevo ataque al régimen dictatorial por el
diputado radical Matesanz y otra intervención de Calvo Sotelo para responder de
modo especial a los alegatos formulados por Cambó, Prieto y Chapaprieta.
Concluyó su discurso, de tres horas de duración, con estas palabras:
«Estamos frente a un déficit de 1.000 millones de pesetas;
el rendimiento fiscal disminuye. Si no refrenáis la política de despilfarro y
de déficit; si no enmendáis la política social y restablecéis el respeto a la
vida, a esta vida humana que en España ahora no tiene ningún valor, porque está
cotizada de una manera verdaderamente infame a merced de los atropellos y del
pistolerismo desatados por esas calles, si no hacéis renacer la confianza, y
con la confianza, la iniciativa y la apertura de nuevos horizontes para la
producción y el trabajo, llegaremos a ver la libra esterlina a 500 y pico de
pesetas, y entonces la ruina será con España y la responsabilidad no será
nuestra.» A pesar de los consejos del presidente de la Cámara para abreviar el
desmesurado debate, éste se prolongó con las intervenciones de los señores
Goicoechea, Martínez Sala y Prieto (20 de junio).
* * *
Para festejar el feliz regreso de Calvo Sotelo y Yanguas
Messía a España, y en homenaje a ellos, Acción Española organizó un banquete.
Se celebró en el Hotel Palace (20 de mayo) y asistieron mil comensales. Ofreció
el homenaje el diputado Sáinz Rodríguez. Su discurso fue un llamamiento a la
unión de «todos los que no éramos republicanos el 19 de noviembre» (día de las
últimas elecciones). «La Monarquía es para nosotros un contenido social,
histórico.» «Debemos formar un bloque nacional compuesto por los partidos con
un denominador común, en el que todos coincidamos, puesto que los monárquicos
no hacemos cuestión previa la presencia de un rey en el trono.» «Queremos una
estructura monárquica del Estado, porque luego el pueblo sabrá poner a la
cabeza del Estado a quien por derecho le corresponda.» El orador llamaba a la
unión «a nuestros hermanos los tradicionalistas» y «a esas juventudes que
saludan brazo en alto y con la mano abierta».
Hablaron a continuación los señores Pradera, Pemán,
Goicoechea, Maeztu y Yanguas Messía. Al final, Calvo Sotelo: «Acción Española
merece la gratitud de España por haber llevado las clases intelectuales a las
derechas o por haber intelectualizado a las derechas. Acción Española ha
trazado una recta en el horizonte de los ideales nacionales. La recta en
política es la dogmática; la curva es la táctica. Y la táctica es lícita
siempre y cuando se haya subordinado a la dogmática; porque una táctica sin
dogmática es como una religión sin Dios, como un rebaño sin pastor o como una
familia sin jefe...» «Las clases intelectuales españolas han propendido siempre
a la izquierda, por camaradería, por rutina, por apetencias no muy selectas,
porque hay que confesar que la Monarquía, con espíritu socialmente absurdo,
protegió siempre las instituciones de orden cultural que estaban minadas por el
sentido más izquierdista. Y los intelectuales de las izquierdas españolas, que
ni siquiera han rendido tributo a la memoria de Menéndez y Pelayo, son
responsables del grave delito de habernos desplazado; pero han cometido además
el de ponerse a los pies de la muchedumbre, que después se ha permitido el lujo
de despreciarlos como ellos se merecen.»
En unas declaraciones al A B C, Calvo Sotelo manifestaba
cómo entendía la acción política con vistas al futuro de España: «El Parlamento
actual rendiría buen servicio si se constituyese un Gobierno presidido por Gil
Robles en colaboración con agrarios, liberales-demócratas y radicales... Ha
pasado la oportunidad. La C. E. D. A., el 20 de noviembre, padeció un eclipse.
Dispuesta a enrolarse en la República, ¿por qué no exigió entonces el Poder?
Las izquierdas estaban aplastadas y la ocasión era única. La frustró la teoría
de la lentitud. Gil Robles no puede contentarse con menos que con la jefatura y
la mayoría del Gobierno. Se me ha requerido para formar un partido y me he
negado. ¿Por qué no constituir un bloque o alianza nacionalista con la
cooperación de las fuerzas afines que no aceptan la Constitución? Mantendría
los compromisos electorales y formularía un conjunto de objetivos inmediatos...
La República no está consolidada todavía. Este es un hecho. Y es otro
incontrovertible que su consolidación la harían mejor que nadie fuerzas
conservadoras. Ahora bien, yo me pregunto: ¿es admisible que a una Monarquía
desordenada por unos monárquicos imprudentes suceda una República consolidada
por unos monárquicos impacientes? Creo que la Monarquía no puede volver ni por
la violencia ni por el sufragio; pero creo que puede volver en un mañana más o
menos lejano, como remate de un gran proceso evolutivo de estructuración del
Estado y por aclamación nacional. De otro modo, en manera alguna... Hay que ir
a la conquista del Estado con una política de claridad y decisión... Entiendo
que si algún día cambia España su régimen no será para una restauración, sino
para una instauración. Esto es, que la Monarquía, aunque retorne, no podría ser
en nada, absolutamente en nada, lo que era la que pereció en 1931. Como
diputado, pertenezco a Renovación Española. Fuera del Parlamento, estoy libre
de disciplina de partido.»
* * *
Con la llegada a España de Calvo Sotelo, creyó la C. E. D.
A. que el frente de derechas opuesto a la táctica posibilista recibía
considerable refuerzo y trataría de alejar de Acción Popular a los monárquicos
de cualquier filiación, convenciéndoles de la inutilidad del propósito
perseguido, «Nosotros estimamos escribía A B C— que dentro de la República es
absolutamente imposible (empleamos con todo alcance d adverbio) realizar el
programa de extrema derecha que propugna el señor Gil Robles. La República tiene
también obstáculos tradicionales para impedir obstinadamente que pueda
cristalizar en una segura realidad la aspiración programática del señor Gil
Robles y de cuantos piensen y actúen como él.» Y pocos días después el mismo
periódico decía: «Gil Robles afirma que no quiere sacrificar al accidente de la
forma de Gobierno la sustancia vital y nacional de la política
antirrevolucionaria. El error enorme de su táctica consiste precisamente en
sacrificar la sustancia al accidente, a la republicanización que le discuten y
analizan. La fuerza decisiva que trajeron las derechas a las Cortes pudo y
debió conseguir mucho más de lo que arroja el mísero balance de su labor.»
Así estaban las cosas, cuando el 6 de junio A B C publicaba
la siguiente noticia de su corresponsal en París, Mariano Daranas, el cual, a
su vez, la había sabido del ex embajador de España en París, señor Quiñones de
León: «El domingo —decía— visitó a don Alfonso XIII, en Fontainebleau, el
diputado a Cortes por Santander y presidente de la Juventud de Acción Popular,
José María Valiente». ¿Qué significado y alcance tenía la visita? Para la
prensa revolucionaria, la entrevista descubría «las oscuras maniobras de Acción
Popular», pues mientras se enmascaraba de republicana y adicta al régimen,
enviaba mensajeros al Rey para garantizarle la lealtad del partido,
cualesquiera fueran las aparentes exteriorizaciones en contra. No se acertaba a
descifrar la finalidad perseguida con la publicación de la noticia en el diario
monárquico, puesto que en cualquier caso perjudicaba a don Alfonso XIII. Se
atribuyó a maquinación de Quiñones de León, tal vez por inspiración masónica,
para cortar de raíz la influencia cedista en el área monárquica. El juego
estaba claro. Acción Popular se vio y se deseó para salir del enredo. Gil
Robles, en una nota, se manifestaba sorprendido por la noticia, «de la que no
tenía antecedente alguno». «Hechas las oportunas averiguaciones, he podido
comprobar — añadía— que es totalmente fantástica: en nuestro partido sólo hay
una táctica, que es la dictada por el Consejo de la C. E. D. A., y ante ella
sólo caben dos soluciones: o someterse o marcharse.» Por su parte, la Juventud
de Acción Popular «reiteraba su acatamiento absoluto a la disciplina del
partido».
Apenas llegó Valiente a España, se apresuró a decir «que la
noticia carecía del más ligero fundamento». Insistió entonces el corresponsal
en la veracidad de la información y la completó con nuevos detalles. La
respuesta de Valiente, esta vez, fue una carta a Gil Robles (12 de junio)
presentándole la dimisión de sus cargos en Acción Popular, «porque creo que así
sirvo al ideal y elimino obstáculos para su realización», al ver cómo «se
acentúa la maniobra que a base de mi nombre se quiere realizar contra la C. E.
D. A.»
Del conjunto de noticias se deducía la existencia de unas
secretas negociaciones entre la C. E. D. A. y el Rey. En efecto, en junio de 1933,
Gil Robles se había entrevistado en París con Alfonso XIII. «La reunión se
celebró en casa del conde de Aybar, en presencia del marqués de Oquendo y del
duque de Miranda... Gil Robles hizo saber al Monarca cuál era su posición por
lo que respectaba a la colaboración con la República, a la que estaba dispuesto
a servir de buena fe, aunque sabía que su sacrificio era inútil. Según su
opinión, no se consolidaría la República; pero era preciso agotar todos los
caminos legales para comprobar la imposibilidad de dicho régimen en España, ya
que no había republicanos, sino masas socialistas. Le dijo que para don Alfonso
el trabajo de la C. E. D. A. era favorable, ya que con él nada comprometían los
monárquicos. Pidió que no se lanzara contra él y su táctica a los grupos
monárquicos. Parece que el regio desterrado coincidió con Gil Robles, pues de
él no partió ninguna condenación para la táctica gilroblista».
Por su parte, José María Valiente confirmaba a sus íntimos
la visita de Gil Robles acompañado de don Cándido Casanueva al Rey. Un año
después de la entrevista en casa del conde de Aybar, como se hiciese cada vez
más patente la hostilidad de los monárquicos, contrarios a la táctica
colaboracionista de la C. E. D. A., bien por razones doctrinales o alarmados
por el auge de ésta, Gil Robles pensó en repetir su visita a París. Mas dada su
situación con la República, desistió del proyecto y encomendó la misión a
Valiente, a quien entregó cuatro cuartillas escritas de su puño y letra, «que
eran el guión de lo que le había de decir al Rey». Acompañado del marqués de
Oquendo y de José María Alarcón, marchó Valiente a París. «En la estación de
Fontainebleau nos esperaba el duque de Miranda, con quien salimos hasta la
carretera. De pronto, frente a nosotros frenó bruscamente un «Ford». El mismo
don Alfonso, que venía al volante, nos hizo señas de que nos llegásemos a él.
Yo me senté a su lado, y en el asiento de atrás Miranda, Oquendo y Alarcón. En
pleno bosque paró don Alfonso el coche. Nos apeamos y estuvimos paseando dos
horas. Yo leí las cuartillas; él oyó amablemente, y... los monárquicos
siguieron en la C. E. D. A.» En las cuartillas se pedía «que no se prohibiese a
los monárquicos pertenecer a la C. E. D. A. y que esperasen y tuviesen
confianza en ella, porque el camino de la legalidad era el único posible para
llegar a la restauración de la Monarquía».
Parece indudable, y no hay prueba documental en contrario,
que al Rey no desagradaba la experiencia de la C. E. D. A., cuyo desarrollo
seguía con el mayor interés. No esperaba de Renovación Española «grandes
ventajas en el camino de la restauración monárquica» y, en cambio, opinaba «que
la C. E. D. A. era una experiencia política que debe realizarse, aunque
fracase; como oficialmente es republicana, su fracaso, si se produce, no
quebrantaría mínimamente la causa de la Monarquía; antes bien, la reforzaría. Y
si triunfa, estoy seguro de que la Monarquía llegaría prudentemente, sin
violencias ni trastornos,.. Yo comprendo la perplejidad de muchos monárquicos;
pero, ciertamente, hay juegos que no pueden hacerse a cartas descubiertas.
Ellos entienden que hay que hacer trampas, porque el bien común lo necesita.
Nosotros no las hacemos; pero si encontramos el camino expedito, sea bien
recibido si es para bien del país».
Al partido carlista lo regía una Junta Suprema Delegada,
compuesta por el conde de Rodezno, don Víctor Pradera, don José María Lamamié
de Clairac y don José Luis Oriol, presidida por el primero. Por efecto de las
graves circunstancias que aconsejaban la unión de las fuerzas afines, se habían
reintegrado a la Comunión Tradicionalista los elementos integristas,
continuadores de la escisión provocada por don Cándido Nocedal. No constituían
gran número; pero se caracterizaban por su gran tenacidad, su celo y su
habilidad, pues a poco de «reingresar en la Comunión se habían apoderado de los
puestos claves de la organización».
Los integristas reprobaban la favorable disposición de
muchos tradicionalistas para una fusión con los partidarios de Alfonso XIII.
Entendían que el principio de legitimidad era intangible y no admitía
componendas. Además se manifestaban decepcionados por los escasos resultados
obtenidos con la táctica seguida hasta entonces por los monárquicos de una y
otra rama y propugnaban un tradicionalismo militar y heroico, dispuesto a la
lucha en campo abierto, que es donde, en definitiva, se reñiría la última batalla.
Los carlistas de Navarra, la fuerza más considerable del
tradicionalismo, participaban de este convencimiento y se preparaban con
incesante actividad para que el momento crítico no les sorprendiera inermes y
desapercibidos. En esta labor preparatoria sobresalía el esfuerzo de don
Antonio Lizarza Iribarren. «Recorrí —dice— cien veces y en todas direcciones,
Navarra, buscando jefes de Requetés para los distintos pueblos, reclutando
muchachos y encuadrándolos».
En marzo de 1934 Lizarza participó en una misión organizada
por don Rafael Olazábal, experto en conspiraciones, para visitar a Mussolini,
Figuraban también en aquélla el general Barrera, exilado en París desde agosto
de 1932, y el jefe de Renovación Española, don Antonio Goicoechea. Se trataba
de informar al Duce de los preparativos para una instauración monárquica,
empresa que requería dinero y armas. Mussolini dialogó con mucha curiosidad con
los comisionados para conocer a fondo sus propósitos y acabó prometiéndoles lo
que le pedían. La importancia de la ayuda quedó consignada en acta redactada
por Goicoechea y firmada por los integrantes de la misión, los cuales se
comprometían bajo juramento a no decir nada de lo convenido en la entrevista.
En efecto, nadie supo en España lo negociado en Roma y únicamente circuló como
rumor sin fundamento la entrevista con el Duce.
Los componentes de la misión habían negociado bajo su
personal responsabilidad. El acta especificaba la cantidad y forma de la ayuda
de Mussolini a los monárquicos, aunque nunca se supo sobre la llegada de armas
procedentes de aquel país para los partidos monárquicos. También se convino en
las conversaciones sobre el envío a Italia de varias expediciones de jóvenes
carlistas, que serían instruidos por militares en el manejo de armas modernas.
El criterio de los integristas, contrario a un entendimiento
de las autoridades tradicionalistas con las alfonsinas, por considerarlo
perjudicial, tanto en el orden ideológico como en el material, logró ganar la
voluntad de don Alfonso Carlos. Con fecha 3 de mayo, fundándose en las
conclusiones de una reunión de jefes regionales celebrada en Madrid (20 de
abril), donde se reclamaron nuevas orientaciones en las actividades de la
Comunión Tradicionalista, y basándose también en la dimisión presentada por la
Junta Delegada, consciente ésta de la conveniencia de un cambio, don Alfonso
Carlos declaró extinguida la Delegación y creó para sustituirla una Secretaría
General. «Sólo tendré presentes —advertía don Alfonso Carlos— las observaciones
e iniciativas que vengan por conducto de mi Secretaría General.» Para
desempeñar este cargo nombró a don Manuel Fal Conde, abogado, natural de
Higuera de la Sierra (Huelva), que hizo sus estudios en Sevilla y en esta
capital alternaba el ejercicio de su profesión con la enseñanza. Al advenir la
república se dedicó a la política y logró galvanizar el carlismo andaluz y
acrecentar el número de afiliados. «De las relevantes dotes de organizador,
laboriosidad, con la cooperación y necesarias asistencia de todos; esperamos
lograr los fines que nos proponemos», decía don Alfonso Carlos. A pesar de las
apariencias con que se encubría la variación en los cargos directivos del
Tradicionalismo, la supresión de la Junta Delegada equivalía a desautorizar a
sus componentes, cuya actuación se conceptuaba desafortunada para la causa. Los
alfonsinos y muchos tradicionalistas censuraron la decisión de don
Alfonso Carlos, por ser los postergados prohombres del
tradicionalismo, de brillante historial, que se habían significado por una
activa labor en favor de la unión de todos los monárquicos.
A los tres días de efectuado este nombramiento, y en prueba
de que el criterio de Fal Conde se había impuesto en toda la línea, don Alfonso
Carlos enviaba al conde de Rodezno la siguiente orden: «Queriendo que nuestro
partido sea respetado como merece, prohíbo toda unión oficial con Renovación.
Prohíbo que nadie que tenga un cargo en nuestro partido, o sea diputado a
Cortes, tome parte en reunión alguna de otro partido. Debe suprimirse la TYRE
(Tradicionalistas y Renovación Española), que sólo autoricé para el momento de
las elecciones. Al hablar en los discursos de nuestra Comunión, no quiero que
se diga Partido Monarquico sino Tradicionalista, y mejor Carlista. No se puede
servir a dos Caudillos; es decir, a Mí y a don Alfonso o don Juan. No debe
existir unión ni afinidad alguna con los de Renovación» (6 de mayo de 1934.)
La tan anhelada unión de las fuerzas católicas, aconsejada
por la jerarquía eclesiástica, cada vez se resquebrajaba más, haciéndose muy
difícil. El nuevo Secretario general trató desde el primer momento de imprimir
a la organización un carácter guerrero, con desprecio para los procedimientos
legales. Designó Delegado nacional de Requetés al diputado don José Luis
Zamanillo, que también procedía del integrismo, y Delegado regional de los
Requetés navarros al carlista Lizarza. El general Varela, que actuaba como jefe
militar de los Requetés de toda España, redactó, con el seudónimo de «Don
Pepe», un Compendio de Ordenanzas, Reglamentos y obligaciones del Boina Roja,
jefe de Patrullas y jefe de Requetés. A partir de entonces, en las
concentraciones que celebran los tradicionalistas en la finca El Quintillo
(Sevilla), Potes (Santander) y en otros puntos de Navarra, Castellón y
Cataluña, desfilan requetés uniformados, con boinas rojas y disciplinados por
una preparación militar.
Don Alfonso Carlos dirigió (29 de junio) un manifiesto
llamando a los españoles a que se alistaran bajo la bandera de la Tradición
Nacional. «No teniendo sucesor directo —decía—, sólo podrán sucederme quienes,
sabiendo lo que ese derecho vale y significa, unan la doble legitimidad de
origen y ejercicio, entendida aquélla y cumplida ésta al modo tradicional, con
el juramento solemne a nuestros principios y el reconocimiento de la
legitimidad de mi rama...» «La sucesión de la dinastía — comentaba A B C— se ha
reducido a una sola línea, representada precisamente por el último Rey, don
Alfonso XIII y sus herederos. No puede subsistir la disidencia, porque, después
del venerable anciano que hoy la sostiene, no quedará en su rama quien invoque
los títulos que inútilmente alegaba.»
La muerte del infante don Gonzalo de Borbón, hijo de don
Alfonso XIII, ocurrida en accidente de automóvil, en Suiza (18 de agosto), fue
ocasión dolorosa que convocó a los monárquicos en los sufragios por el alma del
infante celebrados en templos de toda España. En estas expresiones emotivas
participaron también muchos tradicionalistas.
Desde los primeros meses de 1934 se sucedían las noticias de
complots. Alcalá Zamora cuenta en sus Memorias cómo el 10 de febrero los
informes oficiales y confidenciales daban por seguro un golpe de mano urdido
por los sindicalistas para apoderarse de varios centros oficiales y asaltar el
domicilio particular del Presidente de la República, Los ministros aconsejaron
a éste que se trasladase al Palacio de Oriente, como lugar más seguro,
negándose Alcalá Zamora a abandonar su casa. El 7 de marzo el ministro de la
Guerra informaba al Presidente de una conjura revolucionaria en el regimiento
número 19, de guarnición en Aranjuez, en la que intervenían reclutas
socialistas de las zonas de Toledo y Badajoz, recién incorporados. En dicho
regimiento cumplía su servicio militar un hijo de Alcalá Zamora. Se atribuía a
los conspiradores el propósito de apoderarse de él en calidad de rehén. Se
ordenó el cese de un capitán, de un teniente y un sargento, como instigadores,
y se sancionó a 200 reclutas por desobediencia. El Presidente de la República
confiesa haber vivido unos días de mucha intranquilidad, pues sabía la
filiación socialista de su hijo y temía «que intentaran complicarle en la
pérfida red».
Cuando se tramitaba la crisis del Gobierno de Lerroux,
Casares Quiroga y Maura despertaron a altas horas de la madrugada (26 de abril)
al secretario de la Presidencia de la República para prevenirle de un golpe de
Estado fraguado por los radicales con la complicidad de elementos militares. Le
instaron con apremio para que avisara a la Escolta presidencial y al jefe de la
Casa militar. «Azaña y más de mil republicanos muy significados pasaron la
noche en alerta». Al día siguiente Alcalá Zamora recibió expresiones de lealtad
de muchos jefes militares.
De más volumen era el complot correspondiente a junio.
También lo denunció Miguel Maura y lo supo en la sobremesa de un almuerzo al
que asistían Azaña, Martínez Barrio y Sánchez Román. En la noche del 6 al 7,
los guardias de Asalto sublevados instaurarían la dictadura de Lerroux, previo
secuestro de Alcalá Zamora y de varios republicanos significados. Aun cuando
«no se debía olvidar la fantasía de Miguel Maura y el interés de quienes lo
excitan, era prudente comprobar, como en tantos otros rumores gravéis, su
consistencia». En esta ocasión el infundio tomó mucho auge, al ser acogido con
escandalosa alarma por algunos periódicos. «El martes —escribía El
Socialista (7 de junio) — fue un día muy agitado, de mucha inquietud
política. Se adivinaba en muchos rostros un ceño preocupado y duro. Se hablaba
abiertamente de un golpe de Estado patrocinado por quienes mayor celo debieran
poner en reprimirlo... Orden inaplazable: alerta a todos. La obligación de
todos los obreros y socialistas es permanecer en guardia.» Otro diario
republicano, La Voz, enriquecía el rumor con valiosos detalles: El general
González Carrasco tenía la misión de secuestrar al Presidente de la República,
cuyo domicilio particular quedaría sitiado por los guardias de Asalto con su
jefe, el teniente coronel Muñoz Grandes al frente. En el complot estaban
complicados Lerroux y el ministro de la Gobernación. La noticia de cuanto se
tramaba era del dominio público. «Llamé —refiere Salazar Alonso — al director
de Seguridad y le ordené que el teniente coronel Muñoz Grandes fuera a ponerse
a disposición del comisario encargado de la protección del Presidente, y que el
domicilio particular, así como Palacio, fueran custodiados por fuerzas de
Asalto; es decir, por los supuestos secuestradores.»
Por su parte, las milicias socialistas, movilizadas,
ocupaban posiciones, mientras la minoría socialista, reunida, «acordaba hacer
las averiguaciones pertinentes para conocer lo que hubiera de verdad en los
manejos subrepticios de que se habla y prevenir a las organizaciones, si se
comprueba lo que se denuncia». «Los rumores —se decía en una nota del Consejo
de ministros— son totalmente infundados. Se trata de una maniobra con fines
alarmistas. Se procederá contra ellos.» El ministro de la Gobernación impuso a
La Voz una multa de 10.000 pesetas. Samper, en conversación con Alcalá Zamora,
quedó, según testimonia el Presidente en sus papeles íntimos, «en tomar medidas
y relevar en corto plazo al teniente coronel Muñoz Grandes, jefe de los
guardias de Asalto, que se tuvo la equivocación de nombrar, a pesar de conocer
su intimidad con el general Primo de Rivera.»
El verdadero peligro para la República no eran los fantasmas
de esos complots, sino muchedumbres exasperadas por los socialistas, dispuestas
a desarrollar el programa revolucionario que se habían trazado. Estaba en el
telar una huelga de campesinos organizada desde hacía tiempo por la Federación
Española de Trabajadores de la Tierra, dirigida por tres agitadores expertos:
Ricardo Zabalza, secretario general; Manuel Martínez, vicesecretario, y Manuel
Márquez. El partido comunista se apresuró a secundar las consignas. Se daba la
circunstancia de hallarse en granazón la mejor cosecha cerealista conocida en
el siglo. Malograrla equivalía a asestar un golpe decisivo a la economía
española.
La propaganda en favor de la huelga se hacía en tonos muy
violentos. Decía un manifiesto de origen comunista: «Las batallas decisivas van
a librarse entre la revolución y la contrarrevolución... No hay otra salida de
la situación que la toma revolucionaria del Poder por la lucha insurreccional
victoriosa llevada juntos y bajo la dirección del proletariado.» Desde una
proclama socialista se excitaba con estas palabras: «Actuar en el campo con
energía y decisión; hay que prender fuego a las cosechas de los más opulentos,
a ver si ceden patronos y autoridades. Hay que quemar máquinas y aperos... Si
nos derrotan por vuestra torpeza, moriréis vosotros y los vuestros de hambre.
Pues ya que os vais a morir, peleando o no, ¿qué os importa matar a quien os va
a ocasionar la muerte? ¿Qué os importa destrozar lo que no es hoy ni será nunca
vuestro?»... Las peticiones de los huelguistas se concretaban así: «Vamos hacia
la conquista de la jornada de seis horas, incluido el tiempo para ir y venir de
los tajos; por la prohibición del uso de máquinas en tanto no se asegure a cada
obrero cuarenta jornales de siega como mínimo; por la anulación de todas las
deudas hipotecarias; por la toma y reparto sin indemnización entre los obreros
agrícolas de todas las tierras comarcales, del Estado, del señorío, de la
Nobleza, de la Iglesia y de los ricos.»
A partir del 24 de mayo las sociedades campesinas adscritas
a la Federación comenzaron a presentar los oficios de huelga. El ministro de la
Gobernación, Salazar Alonso, se dispuso a librar la batalla. «La cosecha —
declaró— es la República, y hay que salvarla. La cosecha tiene carácter de
servicio público,» Dictó severas órdenes a los gobernadores, conminándolos para
que castigaran con rigor los desmanes, y en un decreto publicado en la Gaceta
(30 de mayo) declaraba ilegal la huelga y amenazaba con graves sanciones a los
obreros que infringieran la ley de salarios o que ocasionasen perturbación.
«Los actos contra los trabajos agrícolas se considerarán como delito de
sedición o de atentados.» Unos diputados pertenecientes a los grupos afectos al
Gobierno presentaron una proposición incidental a la Cámara para que ésta
expresara «haber visto con satisfacción las medidas adoptadas por el Gobierno
declarando servicio nacional la recolección de la cosecha». Por su parte, los
socialistas, en otra proposición presentada el mismo día, pedían a la Cámara se
pronunciase en contra del decreto, «por incompatible con las leyes». En una
sesión muy tumultuosa, Salazar Alonso justificó las medidas adoptadas por el
Gobierno dado el cariz revolucionario del movimiento, probado con la
documentación recogida. El voto de confianza quedó aprobado por 245 votos
contra 45. Además, según informes confidenciales recibidos por el ministro,
existía un acuerdo entre comunistas, la C. N. T. y la U. G. T. para la acción
conjunta. «Comunistas y F. A. I. sostienen que, dadas las medidas adoptadas por
el Gobierno, es de absoluta necesidad actuar con violencia desde el primer
momento, con objeto de parar como sea las labores del campo. Para ello dicen
que debe incendiarse toda cosecha donde se trabaje, llegando a la agresión
personal con los trabajadores, y en el caso de que éstos fueran protegidos por
la fuerza pública en el momento de sus faenas, cogerlos aisladamente después
del trabajo para impedirles que vuelvan a trabajar más».
El día 5 de junio comenzó la huelga. Los diputados
socialistas de las provincias cerealistas se encontraban en las capitales
respectivas para dirigir la que conceptuaban trascendental ofensiva contra el
Gobierno. Las previsiones de éste impidieron en la mayor parte de las zonas
perturbadas los desbordamientos criminales en la forma anunciada en los
manifiestos. Detenciones de cabecillas, clausura de Casas del Pueblo y
Sindicatos, despliegue de mucha fuerza dispuesta a actuar con energía, frenaron
desde el principio la efervescencia revolucionaria. Hubo desórdenes, incendios
de maquinaria y de mieses, choques sangrientos, en pueblos de Badajoz, Sevilla,
Jaén, Ciudad Real, Toledo, Málaga y Murcia. Quienes dieran crédito a los
boletines redactados por los Comités de huelga deberían creer que España ardía
de punta a punta. La diputada socialista Margarita Nelken manifestaba ante las
Cortes (7 de junio): «A los propietarios de Jaén o de Sevilla que se han
atrevido a sacar las máquinas al campo les han sido quemadas las máquinas o sus
propietarios han sido muertos... (El señor Alcalá Espinosa: «Asesinados.») Muy
bien: asesinados; como asesina también la Guardia Civil... De modo que, a
pesar de que no pasa nada, hay muchos muertos... (El señor Alcalá Espinosa: «Asesinados».)
Llámelos como S. S. quiera. ¡Al fin y al cabo, a mí no me va a dar miedo!...
Que conste, pues, que la huelga campesina, en contra de lo que dice el
Gobierno, es general.»
Pese a la creencia o deseo de los socialistas, el movimiento
revolucionario, lejos de propagarse, declinaba. Únicamente ganaba extensión en
Jaén y en Badajoz. En Jaén ocurrieron graves disturbios en Sabiote y
Torreperogil, con muertos y heridos. Grupos de huelguistas armados de hoces y
escopetas recorrían los campos, asaltaban los cortijos, incendiaban las
cosechas y propagaban el estrago. El ministro de la Gobernación propuso la
declaración del estado de guerra, oponiéndose resueltamente Alcalá Zamora, «por
la ineficacia aparatosa de la medida, demostrada en la experiencia del Gobierno
provisional».
En Badajoz, el gobernador, don José Carlos de Luna, conminó
al diputado socialista Rubio Heredia para que se ausentase de la provincia, por
considerarle principal responsable de la perturbación social desencadenada en
aquélla. El diputado presentó su caso a las Cortes (14 de junio), como
atropello contra la inmunidad parlamentaria. El ministro de la Gobernación
justificó el proceder del gobernador, solidarizándose con su actuación. Prieto
calificó lo sucedido de arbitrariedad propia del sistema dictatorial imperante.
Ventosa aprobó la conducta del gobernador al tratar de impedir al diputado la
realización de un acto delictivo y Gil Robles sentó la teoría de que la
inviolabilidad parlamentaria «sólo podía alcanzar a las opiniones y votos
emitidos en el recinto parlamentario». «Todo lo demás —añadió— es una expansión
abusiva y por consiguiente encaja muy poco dentro de la esencia de las
prerrogativas parlamentarias.» Expusieron también su opinión favorable al
ministro de la Gobernación Martínez Barrio y Goicoechea, y al final Primo de
Rivera lamentó la pérdida de toda una sesión para comentar las peripecias de un
diputado, que ni el mismo interesado las podía tomar en serio.
Sólo algunos chispazos o leve rescoldo quedaba el 9 de junio
de la huelga campesina: se disolvía en fracaso, proclamado sin rebozos por sus
promotores meses después. Entre lo proyectado, un paro general de campesinos, y
lo sucedido, había una distancia sólo salvable con el reconocimiento de la
derrota. «Los campesinos creyeron —y con ellos los trabajadores industriales—
que aquel movimiento era el principio de la insurrección... Si se lanzaba al
campesino a una huelga general, debería arrastrar inmediatamente en su
solidaridad a los trabajadores industriales... Los campesinos gastaron sus
elementos y sus energías. Fueron condenados centenares, cerrados sus centros y
deshechas sus organizaciones. Los trabajadores industriales no habían podido
descender a luchas falsamente planteadas y, velando por los altos intereses del
proletariado, siguieron su marcha, perdiendo a sus aliados campesinos, que
habían derrochado heroísmo revolucionario inútilmente». El fracaso de la huelga
de campesinos significaría en lo futuro el fracaso de otras intentonas
socialistas en el campo, al perder aquellos su fe en los jefes.
* * *
Se había solucionado la huelga de campesinos; pero quedaba
latente, como mal incurable, el paro obrero, extendido por toda España.
Quedaban también los 72.000 kilómetros cuadrados de estepa, en espera de ser
fecundados por el agua; quedaban los inmensos páramos y extensiones áridas que
aguardan desde hace siglos una política transformadora que los sacase de su
esterilidad. Un grupo de diputados independientes sugería al Gobierno (14 de
junio) la inclusión en el plan parlamentario, con carácter urgente, de una ley
encaminada a arbitrar las medidas necesarias para aliviar el paro obrero. Según
el diputado José Díaz Ambrona, defensor de la proposición incidental, en
diciembre de 1933 los trabajadores en paro forzoso total eran 351.804; en paro
parcial, 267.143. En suma, 618.952. En mayo de 1934: trabajadores en paro
total, 426.915; en paro parcial, 276.899. Total, 703.816. En un año aumentaron
los parados en 158.977. En Jaén, el 46 por 100 de los obreros estaban en paro
forzoso; en Badajoz, el 39 por 100, y el 36 por 100 en Córdoba. En España había
centenares de miles de obreros sin trabajo, en lucha abierta con el hambre.
Además, el 60 por 100 del paro era eminentemente agrícola y forestal. Proponían
los diputados un plan de obras rentables. «Dicen las estadísticas —afirmaba
Besteiro— que hay 700.000 obreros parados; pues yo creo, sin temor a exagerar,
que podemos duplicar la cifra y aún es posible que nos quedemos cortos. Esto
supone una miseria nacional espantosa.» «La cosa es la siguiente: el paro se
agudiza, y ya no se trata de esas crisis periódicas de una u otra industria o
de un conjunto de industrias; se trata de un paro continuado, al que no se le
ve el fin.» «Para todos, pero singularmente para nosotros, el problema de la
situación de esas masas sin trabajo es un problema fundamental, sin atender al
cual la misión histórica del partido socialista quedará en el mundo muy
quebrantada.» «El remedio habrá que elaborarlo en un proceso largo, mediante
órganos especiales que asesoren y auxilien al Parlamento.» Recordó el señor
Salmón que la iniciativa de este asunto correspondía a la C. E. D. A., con una
proposición de ley para pedir la creación de una Comisión contra el paro
encargada de estudiar un vasto proyecto de obras públicas. Dada la economía
agraria española — decía Cambó—, excesivamente simplista, en determinadas
épocas del año el paro era fatal. «No hay fórmula ninguna —añadía— ni en España
ni en ningún país del mundo para curar el paro obrero... Esta es una de las
muchas manifestaciones de la crisis mundial... Yo creo que el problema crónico
del paro obrero en muchas provincias agrícolas españolas es el mayor problema
que tiene planteado España: el problema de la vida precaria y miserable de
Castilla y de algunas provincias andaluzas. No puede haber en España una
industria próspera mientras tengamos regiones agrícolas en las cuales no haya
jornales más que ciento veinte o ciento cincuenta días al año.» «La política
del paro no puede separarse del conjunto de la política española. En España el
paro aumentará mientras no haya paz, pues lo que produce el paro es: primero,
la reducción de rentas que podían destinarse a dar trabajo; segundo, la
acumulación cobarde de esas rentas en aplicaciones más cómodas, porque la
situación política y social de España no inspira la suficiente confianza al
capital para emplearlas en destinos que podrían resolver considerablemente la
crisis obrera.» Besteiro, en su rectificación, insistió: «No es posible pasar
más porque haya ese paro continuo, de periodicidad ininterrumpida, de los
obreros del campo; ni pasar más tiempo porque esos obreros cuando trabajan
tengan jornales de hambre. En eso España es una vergüenza del mundo. Hay aquí
dolores y situaciones sociales insoportables; pero, además, la economía
española será una economía miserable; no tendremos país, y cuando se opere el
gran avance de las economías mundiales, nos encontraremos en un estado tan de
retraso, que seremos una vergüenza ante nosotros mismos e igualmente ante los
demás.»
La escisión del partido radical seguía latente y sólo
necesitaba ocasión para tomar carácter oficial. Martínez Barrio y el grupo de
diputados adictos se manifestaban dispuestos a recabar autoridad e
independencia. «El partido radical, sus elementos directores, jubilosos y
alegres —escribía Martínez Barrio —, va a desposarse con Gil Robles y lo que su
partido representa; yo, no. Me quedaré escasamente acompañado o solo; pero no
iré con ellos... No logró la desgracia desunirnos y lo ha conseguido la fortuna.
La única satisfacción íntima consiste en que la separación se produce cuando
ellos están en el Poder y yo desposeído de todo atributo que no sea el de mi
convicción y mi ilusión.» Lerroux replicaba a las reticencias de su antiguo
lugarteniente diciendo que el partido en el Poder realizaba la política
prometida en la declaración ministerial, refrendada por el propio Martínez
Barrio. El Comité Ejecutivo del partido se reunió, por fin (16 de mayo), para
examinar la situación. No se encontró fórmula de avenencia en seis horas de
discusión.
La crisis era profunda e irremediable, aunque los reunidos
trataran por todos los medios de evitarla. «Sé han discutido los
procedimientos, pero no las doctrinas», decían unos. «Se trata de un
disentimiento, pero no de una disidencia», afirmaban otros. Martínez Barrio
creyó llegado el momento de proclamar la ruptura, y lo hizo con una carta leída
ante trece diputados. En una nota exponían los reunidos sus deseos y los
motivos de su disgusto: que gobiernen las fuerzas acaudilladas por Gil Robles;
peligro de desaparición del partido radical, absorbido al inclinarse a la
derecha por otras fuerzas. Lerroux convocó a sus amigos (18 de mayo) para hacer
un recuento de leales. Acudieron setenta diputados, y ante ellos acusó a
Martínez Barrio de haberse dejado arrastrar por compromisos ajenos al partido.
«Ni la ley de amnistía, ni la de los haberes del clero encierran nada contrario
a los principios del partido radical.» La escisión ya estaba en marcha. Los
disidentes constituyeron un grupo denominado «radicaldemócrata» y publicaron un
documento explicativo, a modo de manifiesto. Recordaban la declaración de
principios aprobada en asamblea celebrada en 1932. Allí se definió «como un
partido de matiz izquierdista en el campo de la República» sin que ninguna
autoridad pudiera en momento alguno variar ni en la forma ni en el fondo esta
posición ante la opinión pública sin previo acuerdo de la asamblea. «Nos
desgarramos, pues, del partido radical por fidelidad a nuestro pasado.»
Prometían correcta relación con los grupos que circunstancialmente han prestado
o quieran prestar servicios a la República. Respeto para Lerroux. «Mas lo que
no puede hacer la disciplina del partido ni la emoción afectuosa es obligarnos
a dejar el camino ni a retroceder. El partido radical ha perdido su fisonomía
política: está gobernando con ideas prestadas. Seguir hubiera sido colaborar en
la triste obra de la destrucción del partido como órgano de una política
genuina y la entrega del Poder y de la República a unas fuerzas de derechas que
no le han prestado ningún servicio.»
CAPÍTULO 38.EL PARLAMENTO CATALÁN SE DECLARA EN REBELDÍA
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