EL PONTIFICADO UNIVERSAL DE JESUCRISTO

SEGÚN SAN PABLO

 

IV

JESUCRISTO, SUMO PONTÌFICE UNIVERSAL

 

Temamos, pues, no sea que, perdurando aún la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros crea haber llegado tarde. Porque igual que a ellos, se dirige también a nosotros este mensaje: y no les aprovechó a aquéllos haber oído la palabra, por cuanto la oyeron sin fe los que la escucharon. Entremos, pues, en el descanso los que hemos creído, según que dijo: “Como juró en su cólera: No entrarán en mi descanso”, aunque estuviesen acabadas las obras desde la creación del mundo. Pues en cierto pasaje habla así del día séptimo: “Y descansó Dios en el día séptimo de todas sus obras”. Y en éste dice de nuevo: “No entrarán en mi descanso”. Queda, pues, que algunos han de entrar en el descanso, y aquellos a quienes primero se les comunicó la buena nueva no entraron a causa de su contumacia; de nuevo señala un día, “hoy,” declarando por David después de tanto tiempo lo que arriba queda dicho: “Si hoy oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones”. Pues si Josué los hubiera introducido en el descanso, no hablaría (David) de otro día después de lo dicho. Por tanto, queda otro descanso para el pueblo de Dios. Y el que ha entrado en su descanso, también descansa de sus obras, como Dios descansó de las suyas. Démonos prisa, pues, a entrar en este descanso, a fin de que nadie caiga en este mismo ejemplo de desobediencia. Que la palabra de Dios es viva, eficaz y tajante más que una espada de dos filos, y penetra hasta la división del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia, antes son todas desnudas y manifiestas a los ojos de aquel a quien hemos de dar cuenta. Teniendo, pues, un gran Pontífice que penetró en los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengámonos adheridos a la confesión. No es nuestro Pontífice tal que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, antes fue tentado en todo a semejanza nuestra, fuera del pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, a fin de recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno auxilio

 

Y pues que la visión del Futuro es la raíz del movimiento y sólo un loco o un demonio camina hacia el infierno, la pregunta es solo natural: ¿Qué Iglesia vieron los Apóstoles? Ellos fueron los Edificadores de la Iglesia, y moviéndose en la dirección de su Edificación, y no pudiendo hacer nadie nada sin antes ver el plano del Edificio, según el propio Moisés viera cuando se le dijo “y hazlo todo según se te muestra”, es sólo natural que nosotros nos preguntemos por los Planos de la Iglesia que se les mostrara a los Edificadores y acorde a cuya visión pusieron manos a la obra.

¿Fue la Iglesia que Pablo y Pedro vieron aquella iglesia romana de los siglos IX al XI entregada a la brujería, al homicidio, perros por obispos, una escuela de criminales de la peor especie tal que el diablo vestido de sotana se alzó como Jefe de los obispos?

¿O fue la Iglesia por la que Pablo y Pedro murieron aquella otra visión de la iglesia romana del XII al XIV que se tiró al barro y convirtió toda la cristiandad en lo que los pontífices judíos convirtieron toda la Judería Mundial, una mina de oro?

¿O fue la Iglesia cuyas piedras quedaron santificadas por la aspersión de la sangre de los Primeros cristianos aquella iglesia romana absolutamente puesta al servicio de una familia del XV y la Iglesia Católica la esclava de semejante “señor”?

¿O la Iglesia por la que los Apóstoles lo sufrieron todo será la Iglesia del XXI, Cuerpo divino cuya Cabeza es el Pontífice Sempiterno, Jesucristo, y nadie osa llamarse Pontífice ni declararse Patriarca, y todos los Obispos son hermanos en el mismo Dios y Siervos del mismo Señor? ¡Pues escrito está: “Bendito el que dobla sus rodillas ante Dios”!

Estamos en Guerra contra el Infierno. Dios está en pie de Guerra contra la Muerte desde el día que Satanás, “la serpiente antigua”, utilizó al Primer Hombre como hacha de guerra contra el Espíritu Santo. Y no vemos que la Victoria se haya consumado. Pero como dijo San Pablo: “Sí vemos a Aquel que poniéndose al frente fue coronado, por su Obediencia hasta la Cruz, a fin de conducirnos a la Victoria Final, ¡Jesucristo!”. Y ¿quién es el que se echa a dormir en pleno campo de batalla cuando el fuego arrecia y la sangre corre a cascadas?

Pues, en lo tocante al Pontificado-Patriarcado, sabemos que nadie puede mantenerse de pie delante del Dios de la Eternidad, realidad que se manifestó en la abolición del sacerdocio hebreo por en cuanto no pudiendo hacer la Vestidura al Santo era imposible que el Sacerdocio alcanzara la santidad por la vestimenta temporal, de manera que dispuso Dios, siendo el Pontífice aquél solo que puede abrirse camino ante la presencia de Dios, y porque ninguna criatura puede mantenerse de pie delante de su Creador, quiso Dios que quien lo está siempre, su Hijo, clamase de rodillas ante su Trono por nosotros, y por el Amor consiguiese del Omnipotente lo que por el Temor no pudo comprarle nadie con oro.

¿Sería acaso ésta la Visión que Pablo y Pedro tuvieron del Nuevo Sacerdocio, coronado con el Pontificado sempiterno del Hijo Unigénito de Dios, quedando abolido por su Coronación todo Señorío de un siervo sobre los siervos del Señor Jesús, Único Pontífice Universal?

¿O sería acaso la Visión del Sacerdocio Cristiano que tuvieron Pedro y Pablo la que representaron en sus carnes y cuerpos aquellos Papas y Patriarcas Teócratas que exigieron para sí el Imperium y se coronaron hasta con tres coronas, cabezas de ejércitos, sembradores de cizañas entre las naciones cristianas, promotores de guerras fratricidas y en todo menos en el título por vocación emperadores?

Ahora bien, sabemos que la Iglesia del Cielo es Eterna y su Movimiento en el Tiempo responde a una misma Realidad: Jesucristo es su Sumo Pontífice Universal, y nadie en el Cielo osa declararse Pontífice. Él es la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia de Dios, y este Cuerpo, como el bosque no puede ni ser ni subsistir sin los árboles, es el fruto de la existencia de las iglesias de los Pueblos que componen el Reino de Dios. La Obediencia de todas las iglesias es a su Cabeza, Jesucristo, y todos los obispos de las iglesias están sometidos al Único Señor Sempiterno de la Iglesia de Dios: Jesucristo. Sobre las iglesias de su Reino el Señor tiene sus Pastores, como se ve en su Revelación, y por ellos El administra las iglesias, y estos Pastores, una sola cosa con el Pastor Universal, Jesucristo, sirven a Dios Todopoderoso “apacentando sus Rebaños”, todos nosotros, su Creación. ¿Pues quién se mantendrá de pie delante del Dios de la Eternidad y del Infinito? Por esto, porque nadie puede mantenerse de pie delante del Eterno, elevó Dios a su Hijo al Pontificado Universal, a fin de que toda la Creación tenga por Señor a su Hijo, y siendo solo natural que el Hijo viva en su Padre todos los Pueblos encontremos en Jesucristo el Pontífice que halla en Dios un Corazón complaciente a sus ruegos y un Espíritu que se derrama por su Oración.

¡¡Como en el Cielo...así en la Tierra!!

Luego estando las iglesias al servicio del Señor en cuanto Pastor Universal Sempiterno y siendo su Misión “apacentar los Rebaños de Dios”, nosotros, su Creación, el Modelo de Trabajo que tienen los Pastores en la Tierra es el que el Señor expuso en el Primer Concilio Universal Apostólico, es decir, en el 49, donde los Apóstoles, en cuanto Pastores de las distintas iglesias, se reunieron en el mismo Espíritu para, como Hermanos que han Heredado de Dios, y administran en Nombre del Señor esa Heredad, siendo Jesucristo el Heredero Final y Original de todas las cosas, mantener los Rebaños de su Señor unidos y defenderlos del Infierno.

Mas si aquí acabara la Visión del Movimiento del Espíritu de Dios por las “aguas de los milenios” que Dios les mostró a sus Apóstoles no entenderíamos ni podríamos entender la raíz de esta Epístola y de las otras, lo mismo de Pablo que de Pedro, Santiago o Juan. Y como ya he dicho arriba que el Espíritu de Dios extiende la mirada de sus hijos al fin hacia el que Él camina, es sólo natural que habiéndose consumado, en la Resurrección, los esponsales entre Cristo y su Iglesia, el fruto de esta Unión Sempiterna pusiese sobre el Futuro una Descendencia, respecto a la cual le escribiera Pablo a los Romanos diciendo “porque la creación está esperando ansiosa la manifestación de los hijos de Dios”, es decir, el nacimiento de esa descendencia de Jesucristo Señor y la Iglesia, su Esposa. Pues que los Apóstoles eran hijos de Dios ¿quién lo pone en duda? Y sin embargo es Pablo, un hijo de Dios, quien afirma que la creación espera ansiosa la manifestación de los hijos de Dios. Y si “la esperaba” es que la Generación que la Creación ansiosa estuvo esperando “estaba” en el seno de la Iglesia.

Y pues que toda Esposa sella su Matrimonio con unas Arras, en este caso, Divinas, siendo por este Anillo Sagrado por el que es reconocida la Esposa del Señor, nadie ignora que es la Iglesia Católica la Madre de esos hijos de Dios “cuyo nacimiento aguardaba la creación entera”, y viéndola en el horizonte la saludara Pablo, en nombre de todos los Apóstoles, escribiendo sobre nosotros en quienes se manifiesta la gloria de la libertad de los hijos de Dios.

Pues, en efecto, el siervo está sometido en todo a su Señor, y el deber y el decreto es su lote, pero el hijo entra y sale libremente de la Casa como quien trabaja para en lo suyo, y su parte es la libertad y la voluntad de su Padre. De manera que con su hijo no tiene secreto el Señor, mientras que con su siervo es el deber y el decreto el que ordena. Ahora bien, la Madre es en todo la Señora de la Casa en lo que se refiere a la Administración del Servicio al Señor, su Esposo; el honor de su Esposo reposa en el suyo, y siendo su gloria la descendencia en Ella de su Señor y Esposo la libertad de sus hijos es su gloria y la gloria de sus hijos es la suya propia. Resultando de aquí que a quien Dios le da su gloria nadie se la quita, y, siendo hijo del Señor, su obediencia es a su Padre, y debiendo el Siervo cumplir su trabajo: quien contra su deber hace lo contrario de aquello para lo que fue contratado, rompe el contrato con su Señor y es expulsado de la Casa del Señor. Pues mientras el hijo es niño no puede levantarse para defender a su Madre contra unos siervos infames, pero una vez hecho hombre es en todo Heredero y actúa en su Casa para la gloria de su Padre.

Luego es Dios Eterno y Omnisciente quien produce todo el Movimiento, y todo lo que se mueve procede del aliento de su Espíritu que, derramando su Pensamiento por el Universo, ordena la Historia de la Plenitud de las Naciones hacia el Fin del Libro de la Vida del Hombre sobre la Tierra, a saber, la Victoria total y absoluta sobre el Infierno y la Muerte. Y es en este Campo que nos movemos todos, hijos, siervos y Pueblo, cada uno un árbol del Bosque de la Vida, cada uno un soldado de los Ejércitos del Señor, avanzando al unísono, sin división, y siendo Todos en la Individualidad hallamos la gloria del Creador, quien a la vez que mueve todo el Siglo fija sus ojos en cada uno de nosotros y dirige nuestros pasos por el Escenario de la Historia buscando, fruto del esfuerzo de todos, un efecto único.

Cada cual debe mirarse en El, porque es en sus Ojos donde se halla el espejo que refleja nuestra verdadera realidad. Y si la fuerza del hombre es vivir de pie delante de todo semejante, siendo maldición doblar las rodillas ante otro hombre, nuestra gloria es doblar las rodillas ante el Rey que nos da dado a todos el Dios de la Eternidad y el Infinito. Su Voluntad es Sabiduría y Salvación. Desobedecerla, ser remiso, condicionarla, y en el caso extremo la rebelión, es alzarse en guerra contra el Rey. Lo que cada uno dé, eso recibirá, quien Obediencia, gloria, quien desobediencia, ruptura de contrato entre él y el Señor de todas las iglesias, Jesucristo, Pontífice Universal Sempiterno, el Pastor de los pastores de los Rebaños de su Padre en el Cielo.

¡Como en el Cielo, así en la Tierra!

 

 

V

EL VERDADERO ROSTRO DE CRISTO