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CAPÍTULO 63. GIGANTESCOS
ALARDES DE MASAS CED1STAS EN CASTILLA Y VALENCIA
Los grandes
planes que anuncia Chapaprieta para restringir los
gastos públicos, crean un ambiente de expectación y hasta de esperanza. El
ministro da la sensación de hallarse muy seguro de sí mismo. Además, toda
promesa de economías hechas por un hacendista es siempre bien acogida, Pues no
se piensa en los contratiempos ni en quiénes podrán ser las posibles víctimas
de una política de austeridad. El Gobierno se embarca confiado en la
aventurada navegación, a todas luces difícil y peligrosa. No parean preocupados
los ministros; antes, por el contrario, se muestran dispuestos a cooperar en la
patriótica obra de nivelar el presupuesto y de sanear s finanzas, objetivos
primordiales de Chapaprieta.
El proyecto
de ley de Autorizaciones al Gobierno con la finalidad de restringir los gastos
del Estado es dado a conocer a las Cortes (29 de mayo). Los siete primeros
artículos abarcan: reorganización de los servicios de los Departamentos
ministeriales; supresión de Cajas especiales y de exacciones que no se hallen
legalmente establecidas;
¿Cómo se
podrá conseguir tan prodigioso evento? En primer lugar, haciendo uso del
recurso legítimo de las conversiones voluntarias, rebajando los tipos elevados
de interés y con una política de revalorización de la riqueza. «Capítulo muy
esencial en las economías será la transformación de clases pasivas, y aun
cuando no puedo cometer la imprudencia de decir hoy a la Cámara a cuánto
ascenderán en total aquéllas, desde luego adelanto que se podrán cifrar en
centenares de millones de pesetas.» Respecto a los ingresos, «me propongo no
recargar los tributos, lo que no quiere decir que no haya de hacer una revisión
de los mismos, para colocar las distintas tributaciones en un plan de igualdad
y de justicia». El ministro de Hacienda aparecía ante la Asamblea como un mago
llegado del país de las maravillas.
«Tengo una
gran complacencia en decir que los latidos que llegan hasta el Ministerio de
Hacienda me permiten asegurar que se inicia una corriente de capitales
nacionales y extranjeros que nos podrían traer la solución a casi todos
nuestros problemas. En lo que respecta a la rehabilitación de España, no debe
haber diferencia. En política económica no veo que los Gobiernos de izquierdas
hayan tenido una política distinta a los de centro y derecha.»
Opípara
ración de optimismo y de júbilo, denomina Calvo Sotelo el discurso del ministro.
«Durante los cuatro años de República, hemos conocido un presupuesto de doce
meses, otro de nueve, dos semestral y cinco prórrogas trimestrales. Ningún país
de Europa presenta una situación comparable. Hace un año propuse la concesión
de plenos poderes al Gobierno para resolver el problema económico. El proyecto
fue torpedeado. Se nombró una Comisión para estudiar las economías que convenía
hacer. Nada hemos sabido de ella; ahora nos presentan un presupuesto cuyo
cifrado desconocemos. En cuanto al futuro, ¿quién asegura al ministro y a sus
compañeros que seguirán en el Gobierno, no en 1937, sino el año próximo?
Problema más inmediato es el monetario; la política de intervención que se ha
seguido es muy onerosa y ha creado una situación difícil, debido al déficit de
la balanza de pagos, que se puede evaluar en mil millones de pesetas. ¿Cuál es
el remedio para este mal? Capital extranjero no vendrá mientras España no ofrezca
garantías de paz y de orden.» España vive una verdadera guerra civil larvada y
el mañana es una incógnita pavorosa que no la despejará el Gobierno. Además,
tendría que garantizar a ese dinero el retorno, cosa harto problemática. En
cuanto a la estabilización de la peseta, ¿cómo va a estabilizar España su
moneda, cuando vive en inestabilidad todo el mundo. La peseta no recobrará
nunca una gran parte de su actual devaluación.»
Un
presupuesto —afirma Ventosa— representa la traducción de una política, y sin
definir ésta resulta inútil la pretensión de hacer un presupuesto. Las
ilusiones y esperanzas del ministro de Hacienda son irrealizables. El Gobierno
debe asegurar el orden público y el ministro de Hacienda ganar la confianza en
la normalidad financiera del país, sin lo cual ni la estabilidad monetaria ni
el derecho de decidir en el problema monetario podrán conseguirse. Con las
observaciones de otros diputados y el anuncio del ministro de Hacienda de la
próxima presentación a las Cortes de una serie de proyectos, de un Presupuesto
y de una colección de leyes complementarias, finaliza la primera fase de la
operación hacendística, médula de la política del Gobierno. Comienzan a
discutirse las obligaciones generales del Estado, en relación con el
presupuesto.
A propósito
de la regulación de los servicios de Orden Público, Justicia y Enseñanza de
Cataluña, el tradicionalista Comín denuncia injerencias de la Generalidad,
encaminadas a menoscabar la autoridad y prestigio de la enseñanza en
castellano, tanto en la Universidad como en Escuelas normales y primarias.
Deduce el diputado que el Estatuto ha sido utilizado para disminuir cuanto
tiene carácter español. A juicio del regionalista
Trías de Bes, el uso del bilingüismo, cuando no hay
reticencias, se puede solucionar noblemente. «Al hablar en catalán y explicar
en catalán —dice— siempre lo hacemos en un idioma español.» El diputado Maeztu
exclama: «¡Su señoría, sí!»
Se ha
experimentado hasta el extremo límite la imposibilidad de gobernar si no es
apoyándose en leyes de excepción. Los días de normalidad constitucional en la
República se cuentan con los dedos. De nuevo el Gobierno solicita de las
Cortes (6 de junio) una prórroga de treinta días del estado de alarma y
prevención en catorce provincias. Es la octava prórroga. El Gobierno, afirma
el diputado de Unión Republicana Pascual Leone, no puede mantener la normalidad
sin vulnerar violentamente la ley de Orden Público, con olvido de la
Constitución. Ahora se dice que el Gobierno prepara una lista de oradores a
quienes se les prohibirá hablar en público. Las leyes son del pueblo y no es
lícito utilizarlas contra él. El Gobierno —replica el ministro de la Gobernación—
no hace más que interpretar la voluntad del pueblo y servirlo. «Por el bien
público deben continuar suspendidas las garantías constitucionales en este
momento. La paz material no basta. Hace falta también que en la nación reine un
espíritu de conciliación y de templanza. En los mítines de un lado y de otro
impera la violencia de palabra y las provocaciones» «No se puede comparar a
unos y otros —interrumpe Calvo Sotelo—, porque nosotros estuvimos al lado del
Gobierno el 6 de Octubre.» Varios diputados protestan, llamándole «dictador».
Calvo Sotelo: «Tendremos que ser, como sigáis así, dictadores de vuestra
cobardía.» Barcia: «Cobardía la de sus señorías en estos momentos.»
«El estado
de excitación moral que domina al país — afirma el ministro de la Gobernación—
aconseja no dejar la vía libre a los derechos y garantías constitucionales.»
«He llamado cobardes, explica Calvo Sotelo, a los hombres que el día de la
promulgación de la Constitución votaban la ley de Defensa de la República, y a
su amparo se cometían crímenes monstruosos. La continuada suspensión de
garantías significa que la Constitución es inviable.»
Portela,
avisa que suspenderá los mítines cuando prevea que van a ser motivo de
alteraciones del orden y sólo autorizará los que no ofrezcan peligro. Acusa a
Calvo Sotelo de buscar la dictadura por todos los caminos incluso los del
desorden. Nueva intervención de Barcia para rechazar los calificativos de
traidores y cobardes. Continuos alborotos. Prodigalidad de insultos de unos
bancos a otros y disertaciones sobre la actitud de las izquierdas el 6 de
octubre. Copiosa lluvia de invectivas, réplicas y disquisiciones retrospectivas hasta el
agotamiento. Insistencia de Calvo Sotelo en sus denuncias. La Dictadura —dice—
reconoció el hecho sindical y profesional del obrerismo, pero no pactó con el
marxismo. Llaneza, Cordero, González Peña, Largo Caballero y otros jefes
socialistas convivieron con la Dictadura. Hay que extirpar el marxismo, porque
de lo contrario éste acabará con España. «Por muchos millones que arbitréis
para remediar el paro obrero, como no garanticéis la seguridad social, haciendo
que no sea posible asesinar de noche a un patrono, por haber despedido a un
obrero revolucionario, como ocurrió ayer, o permitáis que se lance por la calle
de Muntaner, en Barcelona, a toda carrera un tranvía incendiado, hecho ocurrido
hace tres noches; mientras no logréis asegurar la tranquilidad no habréis
conseguido nada.» «Vosotros, exclama, dirigiéndose a las izquierdas, os
entregáis a la propaganda entre las masas obreras buscando público para
vuestros auditorios. En definitiva, vais a repetir las jornadas del año 30:
vais a proporcionar un éxito a esas fuerzas para que luego os aplasten y
después pasen por España, si no hay españoles que sepan impedido.»
El
regionalista Ventosa afirma: «Mientras la opinión pública esté dividida en dos
bandos enemigos irreconciliables, ni con estados de excepción ni sin ellos
será posible un régimen de normalidad en España. La normalidad de los
espíritus será el preludio de una normalidad material. Por 127 votos contra 25
se autoriza al Gobierno para prorrogar el estado de alarma.
* * *
La Cámara
consagra varias sesiones, tarde y noche, al proyecto de ley de Autorizaciones
para resolver el problema planteado por el excedente de trigo, debido a las
desorbitadas importaciones hechas por Marcelino Domingo, siendo éste ministro
de Agricultura, y por la prohibición decretada por la Generalidad a la entrada
de trigos castellanos en Cataluña. Se trata de autorizar al ministro para
retirar temporalmente del mercado, por sí o delegando en un Banco oficial y en
condiciones que se fijen, hasta 4.00.000 toneladas de trigo procedente de la
cosecha de 1934; para bonificar a tipo máximo de 9 por 100 anual, englobados
intereses y gastos, las retenciones voluntarias de trigo procedentes de aquella
cosecha. El proyecto de Ley queda aprobado.
Simultáneo a
este debate se desarrolla otro sobre medidas para remediar al paro, mediante
primas a la construcción de obras públicas,
Con esta son
cuatro las veces —afirma el ministro de Trabajo (4 de junio) — que la Cámara se
ocupa de un proyecto contra el paro forzoso. Todos fueron combatidos por
insuficientes, diciéndose que la solución estaba en los principios marxistas.
Se exagera el número de parados, que deben de ser 500.000 o menos, pero
aumentan de manera constante. Las causas de paro son de tipo económico. Aparte
de las obras comprendidas en el proyecto hay otras de iniciativa privada, entre
ellas las de cuatro inmobiliarias, dispuestas a invertir solamente en Madrid
varios millones de pesetas. El ministro calcula que el proyecto representará
hasta finales de 1936 una movilización de unos cuatrocientos millones de
pesetas. Otras medidas de Gobierno permitirán la movilización de cifra
parecida. «Ningún otro proyecto se ha presentado nunca que represente un
conjunto de medidas tan eficaces y de tanto alcance como éste.» Se aprueba el
dictamen.
* * *
La ley de
Imprenta, discutida con tanta fogosidad en las primeras sesiones de junio,
queda en vía muerta para dar paso a otros proyectos, especialmente el de paro,
y a los presupuestos del segundo semestre de 1935, cuya aprobación urge. Los
votos particulares y enmiendas al dictamen de la Comisión sobre la ley de
Imprenta tienen poco éxito. La atacan desde todos los sectores. El
tradicionalista Tejera afirma: «La República o es la Constitución o no
es nada. La Constitución garantiza en el artículo 34 la libre emisión del
pensamiento. Este dictamen es un instrumento de tiranía contra la libertad.
Cuatro años de República y apenas ha habido dos meses de libertad; que se quite
la República y nos dejen la libertad.» Se distinguen en la impugnación de la
ley los diputados González López, Recaséns Siches, Pascual Leone y Fernández Labandera.
Los vocales de la Comisión encargados de su defensa, no demuestran celo ni
entusiasmo. Puestos a discusión los presupuestos, todos los demás asuntos
quedan aletargados. Y la ley de Imprenta arrinconada en el desván de los
trastos inútiles.
En sesiones
dobles, diurnas y nocturnas, se examinan los presupuestos. Las discusiones son
serias y los diputados que en ellas participan demuestran conocimiento de lo
que tratan. Es una de las pocas veces en que el Parlamento parece recuperar la
conciencia de su misión y de su autoridad. Cuando se termina el estudio de
gastos e ingresos de cada Departamento, se discute el articulado de la ley,
hasta dar cima a la labor (29 de junio). «Jamás una Comisión de Presupuestos
—afirma Barcia— dio las facilidades que ha dado la actual para dictaminar y
discutirlos.» Calvo Sotelo enjuicia la obra con estas palabras: «Es el peor
presupuesto de estos últimos años.»
* * *
Inesperadamente
surge un nombre ya clásico en la República, como sinónimo de excesos y
violencias de un poder abusivo: Casas Viejas. En la audiencia de Cádiz se ve la
revisión de las sentencias del capitán Rojas, que al frente de los guardias de
Asalto reprimió aquel motín con singular dureza, obedeciendo las órdenes del
entonces ministro de la Gobernación, Casares, y el de la Guerra, Azaña.
Llamados a declarar, comparecen los dos gobernantes, y también lo hace el
capitán de Estado Mayor Bartolomé Barba, que se ratifica en las declaraciones
hechas durante el proceso, según las cuales Azaña ordenó que la represión fuese
enérgica, sin prisioneros ni heridos, que siempre resultan inocentes, y «los
tiros a la barriga». Azaña niega que diera semejante orden. En el fallo no se
aprecian al capitán Rojas eximentes y se le condena a lo mismo que la vez
anterior, o sea, por catorce homicidios a siete años cada uno, apreciándose
sólo tres delitos equivalentes a veintiún años de reclusión.
Firmada por
diputados monárquicos — Goicoechea en primer término se presenta a las Cortes
(24 de junio) una proposición no de ley a
* * *
Continúan
los Consejos de guerra, pero las sentencias no producen impresión ni dejan
huella, convencidos los jefes y las masas revolucionarias de que está próxima
la liquidación de las condenas con indulto y premio para los sentenciados. Los
informes de los fiscales, publicados por algunos
periódicos, evocan los espantosos crímenes. Los de Moreda (10 de mayo), que
serán sancionados con cinco condenas a reclusión perpetua y diez a catorce
años. La matanza en el cementerio de Turón —tal vez el capítulo más ignominioso
y espeluznante del octubre rojo—, donde fueron vilmente asesinados el ingeniero
Rafael del Riego diez religiosos y dos oficiales de Carabineros. Cuatro
sentencias de muerte dicta el Consejo (18 de junio), más treinta y cinco
reclusiones perpetuas, siete de doce años de prisión y dos de diez años. Los
asesinatos perpetrados en Tarazona de la Mancha (Albacete) son castigados (27
de junio) con cinco penas de muerte y treinta condenas a veinte años de
prisión; los cometidos en Matallana de Torio (León), con dos penas de muerte y
siete reclusiones perpetuas. Ninguno de los condenados a última pena será
ejecutado. En casi todos los casos, los jefes que integran los Tribunales
reciben anónimos amenazadores de muerte, con el fin de quebrantar su ánimo y
forzarles a la benevolencia. Cuando se celebra el Consejo contra los asesinos
de Turón, los mineros promueven una huelga de solidaridad con los procesados.
Delegados del Socorro Rojo Internacional asisten a los Consejos para confortar
con su presencia a los reos, y hojas clandestinas y la Prensa comunista
extranjera exalta a los culpables a la categoría de héroes.
Los
consejeros de la Generalidad salen de Madrid (23 de junio) para cumplir condena
en los penales de Cartagena y Puerto de Santa María. Reciben incontables
testimonios de adhesión.
Sentencias y
encierro en cárceles son rasgos aparentes de una revolución derrotada. La
realidad es que el espíritu de insurrección permanece íntegro, con sus raíces
vivas, inflamado de cólera y dispuesto para el próximo asalto. El alarde de
Mestalla los ha ensoberbecido. Piensan y repiten que toda España es Valencia.
Masas innúmeras esperan la orden para lanzarse a la conquista del Poder. Desde
los muros, los carteles gritan amnistía. Los mítines son concentraciones de
enardecidos contra el Gobierno «fascista y monarquizante».
«Así eran —comenta El Debate— los mítines que precedieron al estallido de
Octubre.» En Barcelona los sindicalistas que no pueden contener su
impaciencia, queman a diario tranvías y autobuses y vuelve a imperar la tiranía
de las pistolas. El Gobierno declara el estado de guerra en la capital y en la
provincia (29 de junio) y los ministros de la Guerra y de Gobernación vuelan a
la Ciudad Condal para estudiar sobre el terreno «la lucha contra los que
preparan crímenes en la sombra y contra los que mediante cobro de cantidades se
prestan a realizarlos».
Barcelona no
es una excepción. La criminalidad y el terrorismo político y social reverdecen
en Zaragoza, Sevilla, Madrid, Málaga, Bilbao, Lérida. En Badajoz es asesinado
(10 de junio) el diputado socialista Pedro Rubio Heredia por el secretario
municipal Regino Valencia, exasperado por un artículo del diputado en el
semanario La Verdad Social. Sin embargo, es en la Ciudad Condal donde el
recrudecimiento de la actividad criminal es más intenso. Actúa de gobernador
general, con carácter de interino, desde que Pórtela hubo de dejar el cargo,
Juan Pich Pon, amigo íntimo y satélite de Lerroux, desde los tiempos de
hegemonía radical en el Ayuntamiento. Distribuye los cargos con tan descarada
parcialidad entre sus correligionarios, que regionalistas y cedistas protestan contra el injusto reparto.
* * *
Ante el auge
de la marea roja, cedistas y radicales se disponen a
responder al desafío con las mismas armas y en el mismo terreno en que son
provocados. ¿Acaso duda alguien de que son capaces de movilizar masas en
proporciones todavía más gigantescas? Afianzarán la alianza, cerrarán las filas,
hasta formar un bloque granítico e invulnerable. El primer acto tiene por
escenario la monumental Salamanca (23 de junio), engalanada y radiante.
Salamanca es el foco más poderoso de la irradiación cedista.
El Ayuntamiento rinde homenaje a los salmantinos Gil Robles y Casanueva,
declarados hijos predilectos de la ciudad. Para asociarse al homenaje acuden el
presidente del Consejo, los ministros de Obras Públicas y de Comercio e
Industria y el de Gobernación, que asiste, de paso, a la entrega de una bandera
a la Guardia Civil. Tras el desfile militar que presencian el Presidente y los
ministros desde el balcón del Ayuntamiento, se celebra «un banquete monstruo»,
según adjetivan los periódicos, de cuatro mil comensales. La hora de los
brindis es esperada con expectación, porque se supone que los discursos
encerrarán el tuétano de la jornada. Gil Robles dice: «Estamos reunidos en un
Gobierno de hombres de política distinta, de posición doctrinal diferente, de
origen político vario, pues a nadie se le pidió que renunciase a sus ideales ni
a sus programas. Hubiera sido una ofensa. Se trató sólo de salvar lo
fundamental, la civilización, y porque hemos visto en la República que el
pueblo se dio el medio de salvar a España, nos unimos en un abrazo cordial.»
«Por encima de todo seguiremos con la vista fija en el ideal supremo que nos ha
congregado aquí, y que es la consagración de una táctica política, de una
realidad o de un resultado.»
Lerroux se
expresa de este modo: «¿Qué sacrificio le he pedido yo al señor Gil Robles, ni
cuál ha sido el que él me ha pedido a mí? Únicamente una compenetración para
salvar a España. Yo nada he cedido. Él tampoco. En el terreno de la lealtad no
le doy ventaja a nadie.» «Yo prefiero una República regida por derechas a una
Monarquía gobernada por izquierdas. La República perdió toda su significación
después de las perturbaciones políticas. He de decir que soy hombre de
izquierda, amante de mi patria, y si es necesario encauzar el progreso de los
tiempos con un ritmo acelerado hacia hombres de la derecha, lo haré, si fuera
preciso y si ello significa bien para mi Patria.» «Yo os juro sobre el altar
sagrado de los muertos de ayer que no abandonaré esta coalición establecida
entre los elementos aquí reunidos, si ellos me siguen prestando esa solidaridad
Hemos estado unidos ayer, lo estamos hoy y lo estaremos mañana dando cara a la
ola revolucionaria.»
Los actos de Salamanca alientan y satisfacen plenamente a radicales y cedistas. Serán memorables, porque han servido de ocasión para robustecer una alianza que compromete y ata a los dos partidos con vínculos de solidez inquebrantable. Lerroux explica su presencia en Salamanca de esta manera: «Había llegado a formularme esta conclusión: para que la República se equilibre y dure, necesita pasar de la triste experiencia demagógica de sus dos años con Azaña a la experiencia de otros dos años de gobierno templado y moderado que faciliten más tarde el de Gabinetes de centro, equilibrados y progresivos. La segunda experiencia pide que el Poder vaya a manos de la C. E. D. A. Que vaya y en él pierda ese partido rigideces doctrinarias, adquiera ductibilidad, se homogeneice más, acabe de organizarse y se vincule a la República, por muy de la derecha que sea. Después, el péndulo recobrará su marcha sincrónica.»
* * *
Respuesta
por partida doble (30 de junio). Por la mañana en Medina del Campo y por la
tarde en Valencia. En las inmediaciones del Castillo de la Mota y bajo un sol
ardoroso y cegador se congrega una multitud imponente, llegada en trenes
especiales y cientos de autobuses y coches de las provincias castellanas y
leonesas, y hasta de Galicia, Vascongadas y Aragón.
Banderas y
letreros flotan sobre el océano humano. «Asturias por el Jefe», reza uno de los
carteles; «Salamanca pide todo el Poder para el Jefe», dice otro. Y por este
estilo los demás. Después de la misa, el presidente de la J. A. P. de
Valladolid lee los diecinueve puntos del programa y los nombres de los
sacrificados por el ideal. A continuación se celebra el mitin. Varios oradores,
entre ellos el ministro de Justicia, preceden al Jefe. Dice Casanueva: «En las
próximas elecciones hay que vencer, hay que lograr la mayoría absoluta, porque
si somos vencidos, ¡ay de nosotros y de todo lo nuestro; de las personas, de
las propiedades y de los más caros ideales!» El entusiasmo de las gentes raya
en frenesí al adelantarse Gil Robles para dirigirles la palabra: «Hace diez
meses — recuerda— decía en Covadonga que era necesario preparar nuestro partido
para una empresa genuinamente nacional. Por eso, cuando las circunstancias
exigieron mi participación personal en el Gobierno, quise que ésta fuera, a
toda costa, un símbolo. Hubo insensatos que creyeron que yo pedía la
cartera de Guerra para preparar el Ejército para un golpe de Estado. ¡Qué falta
de conocimiento de lo que es el Ejército y de lo que es nuestro partido! ¡Que
yo quería ir al Ministerio de la Guerra para dar un golpe de Estado! ¿Qué
necesidad tenía yo del Ejército para triunfar? Aunque hubiera sido tan criminal
que lo pretendiera, y aunque el Ejército hubiera olvidado sus deberes para
seguirme, ¿qué necesidad había de eso? De la ley no nos separaremos. Fuimos al
Poder para imponer la ley a quienes quieran salirse de ella y para decir que
dentro de la ley tenemos nuestra fuerza. ¿Quién duda de que con nosotros está
España? No necesitamos más ayuda que la de los ciudadanos con la papeleta
electoral en la mano. Si alguien es tan insensato que no lo crea, que intente
la aventura de comparecer ante el pueblo y de ir a las elecciones; a ellas
iremos nosotros para dar una batalla definitiva, que será la victoria de la
ciudadanía y de la razón. Nosotros surgimos en pleno movimiento revolucionario,
en él vencimos y ahora nos compete la obra de reconstrucción nacional, viendo
cuáles son los materiales aprovechables de este inmenso derribo en que han
convertido a España y yendo a la realización de nuestro programa, que ha de
concretarse en la reforma de la Constitución, ofrecimiento que hemos de
cumplir, pase lo que pase y se oponga quien se oponga.»
«Pido fe en
un ideal que no puede desaparecer para defender el espíritu religioso, esencia
de la vida nacional; fe en los que mandan y dirigen, justificando las posturas
y actos que las circunstancias les obligan a adoptar, pues las cosas se ven de
distinto modo desde el Poder que fuera de él. Exijo disciplina y obediencia a
los jefes, que deben ser relevados cuando pierdan la confianza, pero que
mientras tanto tienen el deber de exigir aquella obediencia.»
* * *
A quien dude
de que España entera está con la C. E. D. A., Gil Robles le ofrece un asiento
en el avión para que se traslade con él a Valencia, donde le aguarda un
espectáculo inenarrablc. El estadio de Mestalla y la
Plaza de Toros, abarrotados de correligionarios agobiados por un calor
asfixiante.
Una vez más
la Derecha Regional Valenciana demuestra la maestría para movilizar
muchedumbres a despecho de los sabotajes y agresiones de los enemigos
interesados en malograr el éxito. Primero en la Plaza de Toros y después en
Mestalla, Gil Robles es aclamado como caudillo victorioso a los gritos de
«¡Jefe!, ¡Jefe!, ¡Jefe!» Le preceden en la tribuna los ministros Salmón, Aizpún y Lucia. Dice éste: «El Alcázar regio con sus
camarillas era la cámara ardiente de la autoridad. De los sacrificios del
pueblo sólo se aprovechaban cuatro capitalistas. Jamás se pudo encontrar una
generación como ésta, tan dispuesta a la revolución de las almas. ¿Quién nos
iba a decir que antes de tres años íbamos a organizar estas manifestaciones
como jamás se conocieron en España? Tengo fe inquebrantable en el porvenir de
mi patria y digo que si me dais una democracia, yo os daré un pueblo de
prestigio y de vida.» Gil Robles se expresa en estos términos: «El poder,
cuando se ejerce noble y honradamente, dignifica, y vosotros lo corroboráis con
vuestra presencia. Mi discurso en Salamanca ha desagradado a fuerzas afines,
que lo han calificado de intolerable. ¿Por qué? Os confieso por mi honor que
allí no hubo claudicación ni renuncia. Cuanto se pactó quedó bien claramente
especificado. Para llegar a ese pacto nada nos hemos pedido mutuamente. Nos
hubiéramos inferido una grave ofensa. Cada partido con su programa. Nosotros,
siguiendo con la táctica de siempre. Nuestro programa en el orden social
comprende: imperio de
la ley y profunda reforma, llevando a la vida pública un sentido social no para
arruinar a los ricos, sino para elevar a los pobres. Por querer hacer esto, hay
quienes nos motejan y llaman socialistas vergonzantes. He oído decir a ciertas
clases conservadoras que si les merman sus privilegios les da igual que seamos
nosotros o los socialistas quienes lo hagan. Los que tal cosa dicen llamándose
derechas, deben pensar que el socialismo arrebata por la fuerza y nosotros lo
que queremos es una mejor y más justa distribución de la riqueza, no en nombre
de un partido, sino en el de una doctrina que es esencia de la doctrina de la
Iglesia, que se realizará con prudencia para no destruir la economía, pero que
hay que hacerla, porque la sociedad que no lo haga por las buenas, lo hará el
día de mañana por las malas. Que piensen que en España la revolución encontró
el terreno preparado porque había un ansia de justicia social que era necesario
satisfacer. El vacío lo repugna la naturaleza: o lo llenamos de amor, o lo
llenamos de odio; o de reforma cristiana o de revolución.»
La respuesta
al alarde de las izquierdas ha sido categórica y plebiscitaria. La C. E. D. A.
se enorgullece de poseer el aval incondicional del pueblo. La Prensa de
derechas encomia la grandiosidad del acto, y la de izquierdas trata de
menospreciarlo, dando a entender que la concentración se ha logrado a fuerza de
dádivas y soborno de voluntades. Como el diario monárquico La Voz de Valencia
dijera que los monárquicos habían contribuido al esplendor de los actos, Luis
Lucia recabó para la Derecha Regional Valenciana, «organización dentro de la
República», la «exclusiva del éxito». «En la hora del triunfo es muy fácil
subirse en las traseras del carro de la victoria.»
Con los
actos de Salamanca, Medina del Campo y Valencia la C. E. D. A. llega al cénit
de su pujanza y esplendor. Nunca se ha considerado más fuerte y más dueña de
los destinos de España. Convencido Gil Robles del poder formidable de su
partido, cree que si se presenta la ocasión de decidir la suerte política de
España por medio de votos, la C. E. D. A. arrollará con ímpetu irresistible
cuantos obstáculos se opongan a su marcha.
Los
radicales no quieren ser menos que sus enemigos ni que sus aliados, y congregan
sus huestes en el estadio de Mestalla (7 de julio). De nuevo abarrota el campo
una multitud de setenta mil personas residuos del añoso anticlericalismo de Azzati y de Blasco Ibáñez, republicanos históricos, gentes
de rompe y rasga en algún tiempo dueñas de la ciudad y de su administración.
Habla Samper: «No es posible —exclama vivir en perpetua guerra civil. Hay
700.000 obreros parados, los cuales preguntan: ¿De qué me
sirve la República, si quiero trabajar y no puedo? La guerra la tenemos dentro
de casa.»
CAPÍTULO 64PROYECTOS DRÁSTICOS DE HACIENDA PARA RESTRINGIR LOS GASTOS DEL ESTADO
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