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INTRODUCCIÓN : CAPÍTULO
III.
ENTUSIASMO DE LOS ESPAÑOLES EN FAVOR DE LA GUERRA.— PRINCIPIOS
DE LA GUERRA DEL ROSELLÓN.— BATALLA DE MASDEU.— SITIO Y RENDICIÓN DE
BELLEGARDE.— OCUPACIÓN DE PUIGCERDÁ POR LAS TROPAS REPUBLICANAS.— BATALLA DE
TRULLAS.— RETIRADA DE RICARDOS AL BULÓ.— ACCIÓN DE CAMPREDÓN.—COMBATE DE
CERET. OCUPACION DE PORT VENDRES, SAN TELMO Y COLLIUVRE POR LAS TROPAS
ESPAÑOLAS , Y FIN DE LA CAMPAÑA DEL ROSELLÓN EN 1793.— GUERRA DEFENSIVA EN LAS
FRONTERAS DE ARAGÓN, NAVARRA Y GUIPÚZCOA DURANTE EL MISMO AÑO.
No bien hubo sido proclamada en España la guerra, cuando
todas las clases del Estado, sin excepción, manifestaron el entusiasmo más
decidido para cooperar a la lucha. Los donativos y ofertas que desde 1.° de
febrero se habían hecho al monarca por los españoles, recibieron un incremento
tan notable en el espacio de dos años, que no hay memoria en la historia de
los pueblos modernos de un desprendimiento tan generoso como universal. Desde
el grande de España hasta el último mendigo, todos corrieron a depositar en
las arcas del tesoro los intereses de que según sus respectivas fortunas podían
disponer, bastando para ejemplo de tan cuantiosos donativos, entre otros que se
podrían citar, el del duque del Arco, importante la suma de dos millones de
reales en efectivo; el del arzobispo de Zaragoza y su cabildo de un millón de
reales por primera imposición, comprometiéndose a dar trescientos mil anuales
mientras durase la guerra; el del arzobispo de Valencia, de cincuenta mil pesos
fuertes, además de otro millón de reales aprontados por su cabildo, y el del
capítulo de Toledo finalmente, importante no menos que 25 millones de reales.
Para formar una idea de esta profusión, baste decir que cuando los donativos
gratuitos de Francia ofrecidos a la Asamblea nacional en 1790 ascendieron a
cinco millones de francos, y los de Inglaterra en 1763 a 45, los de España
montaron la enorme suma de 73 millones. Las cofradías y hermandades, y hasta
las monjas mismas, ofrecían los emolumentos con que contaban para el sostén de
sus respectivos institutos: los individuos que no tenían dinero daban géneros
y efectos de su comercio o de su industria: los que no tenían intereses
comerciales o industriales que ofrecer, ofrecían sus personas o la de sus
hijos: los que nada de esto en fin podían presentar a la patria, ofrecían sus
oraciones y plegarias al cielo por el buen éxito de las armas españolas.
Las
provincias Vascongadas y Navarra hicieron llamamientos a la población; los
catalanes después de haber querido levantarse en masa, ofrecieron poner en
campaña 60,000 soldados; los grandes y títulos solicitaron el favor de levantar
cuerpos a sus expensas; el general de los franciscanos se ofreció a marchar
adonde se le destinase al frente de 40,000 frailes; el arzobispo de Zaragoza
propuso la formación de un ejército de 40,000 hombres escogidos entre los
individuos del clero secular y regular más capaces de soportar las fatigas de
la guerra. Todos los individuos, todas las órdenes del Estado quería vencer o
morir por la patria. Los contrabandistas mismos dejaron de serlo, y olvidando
los hábitos de su vida anterior consagrada al crimen y al asesinato, volaron a
ofrecerla en defensa de la nación y del gobierno que los perseguía. Trescientos de ellos con sus capataces o cabos al frente y a las órdenes de su jefe Úbeda, marcharon a
derramar su sangre en Guipúzcoa, participando del entusiasmo general que
entonces reinaba. ¿Era aquel un fuego fatuo y momentáneo, o pudo el gobierno
haber aprovechado el ardor de los españoles con éxito mejor del que tuvo? Al
considerar nosotros la perseverancia de los sacrificios nacionales durante dos
años, sin que nuestras ventajas en el Pirineo pasasen más allá de la primera
campaña, no estamos muy distantes de creer con la mayoría de los historiadores,
que lo que en aquella lid nos faltó fue gobierno; y cuando el ejército se puso
en pie de guerra con solo gente prometida y voluntaria, según aserción del
príncipe de la Paz, triste es tener que decir que los resultados no correspondieron
a lo que de tantos y tan heroicos esfuerzos teníamos derecho a esperar.
Los
franceses emigrados que se hallaban en España, formaron un cuerpo militar con
permiso del rey, bajo la denominación de legión real de los Pirineos, cuyo mandó
se dió al marques de San Simón, grande de España de
primera clase, cubierto con las heridas que había recibido en el sitio de Yorktown
en Virginia , y lleno de la reputación militar que había adquirido en la guerra
de América. Según el primer plan debían incorporarse en la legión real de los
Pirineos todos los franceses que la emigración trajo a España; pero habiendo
querido utilizar el general del ejército de Cataluña los que pasaron por
aquella parte, se formaron en consecuencia tres cuerpos, dos en el ejército de
Cataluña y uno en el de Guipúzcoa. Los franceses que no estaban domiciliados
en España, y cuya conducta no inspiraba confianza al gobierno, recibieron la
orden de salir de nuestro territorio a los pocos días de haberse declarado la
guerra, como en efecto se verificó.
Una junta con el nombre de consejo militar supremo, bajo la
presidencia del primer ministro, entendió en los planes de guerra que se
creyeron más realizables, habiéndose adoptado por la corte el de formar tres
ejércitos, de los cuales dos deberían obrar
defensivamente, mientras otro tomaría la ofensiva. El Rosellón presentaba una
frontera guarnecida de plazas y fuertes que podían retardar la marcha de
nuestras tropas, dando tiempo a los enemigos para reunir suficiente número de
fuerzas con objeto de oponerse a la invasión, si se intentaba temar la ofensiva
por aquella parte; y si se adoptaba la defensiva, estos puntos fortificados podían
servir de segunda línea al enemigo, el cual podría tomar la ofensiva con
fundada esperanza de éxito, por tener su retaguardia asegurada perfectamente.
Apoderándose los españoles de la línea de los Pirineos orientales y de las
plazas marítimas de Coliuvre y Portvendres,
forzaban á Perpiñán a rendirse, despejado que fuese el llano y ocupados que
hubieran sido los pasos de Estageles y Salces, únicas
salidas del Rosellón sobre el Languedoc. Dueños así de todo el Rosellón,
hubieran podido adelantar sus conquistas en el Languedoc mismo, teniendo su
apoyo en las montañas de Corbieres que se unen los
Pirineos y al mar; y en caso de derrota, la línea de los Pirineos venía a ser,
no solo su punto de retirada, sino una barrera también contra el ejército
conquistador. El Labour ofrecía una frontera desguarnecida
enteramente, no pudiendo Castel-Piñon ni San Juan de Pié de Puerto detener un ejército, ni menos
sostenerse la ciudadela de Bayona contra una simple división que llegase a
pasar el Adour. Los españoles podían llegar hasta el Garona,
merced a un movimiento precipitado, sin experimentar grandes impedimentos, y
ocupar una considerable extensión de territorio en un país abundante :
calculando empero los acontecimientos desgraciados de la guerra, la retirada podía
ser peligrosa y difícil para el ejército invasor, a no tener ocupado el Bearne
para evitar ¡as consecuencias de semejante vicisitud.
No siendo
posible tomar la ofensiva por todas parles, se decidió verificarla sobre el Rosellón,
a pesar de ser aquella parle de la frontera la más difícil de invadir. Las
razones para adoptar este partido, eran a la verdad poderosas, una vez supuesto
el proyecto de enviar una expedición marítima a los puertos del Mediterráneo,
con el objeto de aprovechar las disposiciones hostiles de Marsella, Lyon y Toulon contra el gobierno republicano: teniendo el gobierno
este designio, era conveniente apoyar la mencionada expedición naval con las
fuerzas de tierra que debían operar hacia aquella parte, y la provincia del Labour no ofrece las mismas ventajas. Desguarnecida ésta además
de plazas y posiciones fuertes, aun cuando la invasión fuese fácil, no ofrece
el mismo apoyo a nuestros ejércitos para sostenerse en ella y para evitarlas
vicisitudes de una retirada a la cual pudieran ser obligados; mientras el Rosellón,
por lo mismo de ser su posición tan ventajosa, ofrecía a las fuerzas invasores
mayor facilidad de mantenerse en el suelo francés. Este plan tenía además la
ventaja del atrevimiento, siendo natural que la república se creyera segura,
por la misma temeridad de la empresa, en la parte donde la naturaleza y el arte
hacían menos vulnerable a Francia. Tales fueron las razones que se tuvieron presentes,
y tal el plan adoptado. Dióse en consecuencia el
mando del ejército que debía estar a la defensiva de Guipúzcoa y Navarra al
teniente general D. Ventura Caro: la defensa de los pasos del Pirineo para
cubrir el Aragón fue confiada al teniente general príncipe de Castel-Franco,
coronel de guardias walonas; y el mando del ejército
que debía invadir el Rosellón lo tuvo el teniente general D. Antonio Ricardos,
capitán general de Cataluña en aquella época, y verdaderamente digno por sus
grandes conocimientos militares de poner en ejecución el plan adoptado.
Ricardos
contaba apenas 3,500 hombres de tropa de línea cuando recibió la orden de
empezar las hostilidades contra Francia, la cual tenía 16,000 repartidos en el
territorio que se iba a invadir. El escaso número de las fuerzas invasoras no era
efecto de la casualidad o de la desprevención, según el príncipe de la Paz,
sino del designio de sorprender a la república, que en todo pensaba menos en
ser invadida por aquella parte con tan escasa gente. Ricardos entró en el territorio
francés el día 16 de abril, y juzgando que con fuerzas tan poco imponentes no
podía seguir las reglas ordinarias del arte de la guerra que prescriben a un
general prudente tomar o cubrir todas las plazas fuertes que se hallan sobre su
línea de operaciones, a fin de poder avanzar en seguida sin recelo de sorpresa
por sus flancos, creyó deber reunir todas sus fuerzas mientras le llegaban
auxilios, forzar la frontera sobre un solo punto y tomarla de revés, infundir
terror a los enemigos con esta maniobra atrevida, incomunicando con las
fronteras el interior del país y poniendo de este modo las plazas y fuertes que
las cubren en la precisión de rendirse, o en la certidumbre de ser tomadas por
el ejército de refuerzo que estaba reuniéndose en Cataluña. Para ejecutar este
plan con seguridad y tener cubiertos los flancos, hizo ocupar los desfiladeros
al oriente de Bellegarde y sobre su derecha por los
somatenes de Cataluña, mientras otro cuerpo de la misma Milicia, unida a
algunos destacamentos de tropas de línea, cubría la izquierda, teniendo a raya
las tropas que estaban en la Cerdaña francesa. Tomadas estas disposiciones,
estableció un puesto bastante considerable delante de la Junquera para cubrir a Bellegarde, plaza importante y que puede considerarse
como la llave del Rosellón por aquella parle, y con el resto de su ejército marchó
a los Pirineos y entró en Wallespir, dirigiéndose
sobre San Lorenzo de Cerdá, para desde allí tomar de revés la primera línea de
defensa del Rosellón, cuyos extremos se apoyan al oeste en Mont-Luis y al
oriente en Portvendres. Hízose todo con arreglo a
estas disposiciones, y al día siguiente de la entrada en el Rosellón fue tomado
San Lorenzo de Cerdá por la vanguardia al mando del mariscal de campo Escofet,
el cual tomó igualmente Arles con el auxilio de la división a las órdenes del
conde de la Unión. Siguióse el 20 la loma de la villa
de Ceret, y cuando llegaron los refuerzos que el
general esperaba, era ya dueño casi en su totalidad de la primera línea de
defensa de que hacemos mención, y estaba ocupado en verificar la apertura de
un camino en el Coll de Portell, a fin de poder
trasportar la artillería que necesitaba para conservar su posición y bajar a
las llanuras.
Los
refuerzos que Ricardos acababa de recibir hicieron ascender su ejército a cerca
de 10,000 hombres, con los cuales penetró en el llano del Rosellón; pero no
siendo aun bastantes estas tropas, ni teniendo artillería para emprender otras
operaciones, hubo de contentarse con bloquear los fuertes ocupados por los
enemigos cortando todas sus comunicaciones por la izquierda. Mientras él
obtenía estas ventajas, el flanco izquierdo del ejército quedaba cubierto como
consecuencia de haber Lancasier forzado el Coll de Rigard, y apoderádose de una
parte de la Cerdaña francesa delante de Puigcerdá.
La batería situada en el Coll de Portell batía
entretanto el fuerte de Bellegarde por la parte del
occidente, mientras otra batería de morteros puesta delante de la Junquera
ocupaba la faz que mira a España. El mal tiempo que sobrevino en los primeros días
de mayo impidió a Ricardos la continuación de su plan; pero habiendo mejorado
aquel, y recibido el general nuevos refuerzos avanzó más terreno sobre el Thuir, dándose la batalla de Masdeu (que fue la primerra acción general que se tuvo) el día
18 de marzo, en la cual perdieron los franceses los tres campos atrincherados
que el general Deflers había formado para cubrir Perpiñán,
siendo la consecuencia de esta acción la completa derrota del enemigo, el cual,
a pesar de la superioridad de sus fuerzas tuvo que abandonar su artillería y
municiones con lodos los pertrechos de boca y guerra. La noticia de la derrota
de los franceses infundió en Perpiñán el desorden y la confusión en tanto
grado, que las autoridades se retiraron a Narbona, llevándose los archivos del
departamento, saliendo en pos un gran número de
habitantes que no se creyeron seguros en la ciudad Todos los cuerpos franceses
que estaban en Thuir, Elna y otras partes se retiraron después a Perpiñán, abandonando lodo el llano, y
guardando únicamente Portvendres, Colliuvre,
Argeles y algunos puntos sobre la orilla del mar, a fin de mantener abierta la
comunicación entre la capital y estos fuertes. El terror se había apoderado de
los franceses en tales términos, que un batallón nacional de 800 voluntarios
declaró terminantemente que no quería servir contra los españoles, lo que
obligó al general Deflers a desarmarle, echándole
ignominiosamente de las filas, y enviándole al interior. Los españoles estaban
rendidos de cansancio, habiendo andado cinco leguas antes de la batalla y
peleado por espacio de 16 horas, lo cual no impidió que arrastrase a brazo la
artillería cogida al enemigo, andando todavía dos leguas para llegar al Buló, donde el general había determinado acamparse. Siguióse a esta victoria la ocupación de Argeles y la toma
de Elna y de Cornellas, no
menos que las del fuerte de los Baños y de la Guardia en los primeros días de
junio, quedando asegurada la conquista del alto Wallespir y cubierta una parle de la frontera, como asimismo la villa de Campredon, con la toma de dichos puntos.
Dueño
Ricardos de la corriente del Tech en su mayor parte y
de la llanura del Rosellón intermedia entre Perpiñán y los Pirineos, resolvió
concluir el sitio de Bellegarde bombardeada desde el
24 de mayo, y a cuyo gobernador se había intimado la rendición, aunque
inútilmente, el día 3 de junio. Al cabo de un mes de bombardeo y de una
defensa la más obstinada, durante la cual habían tirado las baterías españolas
23,073 balas de todos calibres, 2021 bombas y 3251 granadas y a cuyos tiros había
respondido la plaza con 9642 balas y 1324 granadas y bombas, fue intimada al jefe
enemigo una segunda y última rendición. El gobernador que había destruidos
todos los edificios que no eran a prueba de bomba, como asimismo las poternas,
puertas, rastrillos y puentes levadizos; caídos en los fosos la mayor parte de
los parapetos; destruidos casi en su totalidad los tres almacenes de pólvora, y
desmontados los morteros con 32 de los 44 cañones que había en batería, accedió
a la rendición que le fue intimada, entregando una de las puertas de la
fortaleza a 100 granaderos españoles, mientras marchaba él al campo del Buló a firmar con el general Ricardos los artículos de la
capitulación. fue esto el día 24 de junio, y el 26 por la tarde salió la
guarnición de la plaza, compuesta de 900 hombres con tambor batiente y banderas
desplegadas, habiéndosele concedido los honoros de la
guerra. Los enemigos rindieron sus armas debajo del glasis,
y fueron conducidos a la Junquera para pasar desde allí a Barcelona.
Rendido Bellegarde, continuó Ricardos avanzando sobre el Thuir, y puso un nuevo campo en Masdeu.
En la noche del 29 al 30 de junio atacaron los españoles el puesto Oriol,
defendido por fuertes baterías, y aun consiguieron penetrar en una de ellas;
pero habiendo sido descubierta la operación, fueron arrojados de la batería
tomada, lo que no impidió que los que de ella pudieron salvarse se llevasen
algunos prisioneros. Siete días después fueron los franceses derrotados en Pontellas, y nuestra infantería se apoderó de Caneos, que fue
abandonado por la vanguardia francesa. El mismo día 7 por la noche se oyó gran
fuego de artillería en el mismo lugar de Caneos que había sido vuelto a ocupar
por la vanguardia enemiga. A las 9 de la mañana siguiente se dirigieron sobre Masdeu dos fuertes columnas francesas, pero el fuego de las
baterías españolas hizo callar el suyo, y el enemigo se retiró antes de haberse
podido llegar al combate que tenía proyectado. Estando Ricardos tan bien
asegurado en su posición de Thuir, dejó para su
custodia dos regimientos de infantería y uno de caballería, marchando adelante
con el resto de las tropas y campando delante de Truillas el día 14 de julio, aniversario de la toma de la Bastilla, el cual querían
celebrarlos franceses con una batalla, aprovechando al efecto el entusiasmo que
naturalmente excitaba en ellos el recuerdo de aquel día, pero Ricardos no dio
tampoco lugar a que la batalla se verificase.
Viendo
los franceses a los españoles tan cerca de Perpiñán, formaron tres campos
avanzados bajo el fuego de la plaza, en una posición ventajosa. Ricardos que no
tenía bastantes fuerzas para tomar la ofensiva, hubo de contentarse con maniobrar
para sacar de su posición a los franceses. Vióse entonces el ejército en un peligro inminente, pero gracias a una fuerte
división de caballería que cubrió su retirada, no solo se salvaron nuestras
fuerzas, sino que cargados los franceses con el mayor ímpetu por la mencionada
división, se vieron obligados a abandonar sus piezas de artillería. Después de
esta acción reñidísima, hubo varios sucesos parciales, tales como la pérdida de Vinza por nuestras tropas, como consecuencia de la
traición de los paisanos franceses del mismo pueblo que se habían adherido a
nuestra causa, traición que no impidió recobrar la población en el mismo día.
A la toma de Villafranca y su castillo verificada el 4 de agosto por el general
Crespo, siguióse el 10 la destrucción de las baterías
que los franceses asestaban contra Millas, la momentánea sorpresa de nuestra
vanguardia de Argeles verificada por los franceses aunque con poco éxito, y la
entrada de los españoles en Villanueva el día 19, donde el príncipe de Monforte
mandó derribar el árbol de la libertad, recoger las bandas tricolores y
desarmar el pueblo, llevándose además algunas presas, todo a vista de las
avanzadas que los enemigos tenían en los dos campamentos a la derecha de Perpiñán.
Antes de esto habían sido los franceses desalojados de Musel,
cuya población fue dada al pillaje.
Los
españoles ocupaban siempre las posiciones de Masdeu, Truillas y Thuir, pero por su
retaguardia e izquierda eran continuamente inquietados por los franceses que
estaban en la Cerdaña, y que siendo dueños de Oleta y
de Mont-Luis hacían incursiones en el país conquistado. Ricardos resolvió
llevar su línea sobre el Tet, y desembarazar con su
movimiento todo el país entre este rio y los Pirineos. El marqués de las
Amarillas pasó el rio hacia el anochecer del 30 de agosto y atacó a los
enemigos, los cuales después de una débil resistencia abandonaron su campo de Cornellas, dejando en él las tiendas y artillería. Por la
parte de la Cerdaña desalojó Crespo a los enemigos de la montaña de Montferrail, y se apoderó también de su artillería. Por
estas dos victorias el general español fué enteramente dueño del llano del Rosellón hasta el Tet;
pero el general francés Dagobert (al cual se
reunieron las tropas batidas en Cerdaña, además de la guarnición de Mont-Luis y
las tropas batidas en Villafranca) viéndose fuera de las posiciones que tenía
sobre el Tet, combinó una maniobra llamando la atención
de sus enemigos sobre la retaguardia de sus operaciones, y con la precipitación
de su movimiento unido a la superioridad de sus fuerzas se apoderó de Puigcerdà,
obligando al mariscal de campo D. Dieu o de la Peña
que lo defendía a abandonar su campo con la artillería, replegándose sobre Urgel.
Deseoso el general español de recuperar la Cerdaña, nombró al mariscal de campo
D. Rafael Vasco, para que con cinco batallones, cincuenta caballos y competente
artillería se dirigiese hacia aquel punto, apoderándose antes de la villa de Oleta, donde los enemigos tenían un campamento de
doscientos hombres. Atacó Vasco el referido campo y logró desalojar a los
enemigos; pero sobreviniendo Dagobert, favorecido de
una espesa niebla, atacó y sorprendió nuestro campo al día siguiente, y
nuestras tropas tuvieron que abandonar Oleta con la
mayor precipitación y considerable pérdida. Esto fue en los días uno, dos y
tres de setiembre. Los franceses en tanto no tenían ya en el llano del Rosellón
sino los campos delante de Perpiñán, y la posición de Peyrestortes,
que era necesario tomar para poder ocupar Rívetsaltes,
y llevar la línea sobre el rio Gly, apoyando la
izquierda en Estagel. El general español que conocía la
necesidad de aprovecharse de sus ventajas, y de llevar los franceses más allá
de las Corberas (lo que le hubiera asegurado la posesión
total del Rosellón y la pronta rendición de Perpiñán), mandó al marqués de las
Amarillas que hiciese ocupar Rívetsaltes, y tomar
posición delante del campo de San Estevan, a fin de
contener allí a los franceses, y dar lugar a que pasaran las tropas de la parte
de Estageles, a fin de cercarlos por su izquierda.
Para el ataque del campo francés se había señalado el 3 de setiembre, pero por
accidentes imprevistos (no se sabe cuáles) no pudo efectuarse aquel día.
Combinando
Ricardos en ataque general, había hecho pasar tropas sobre Conflans a fin de entretener a los franceses que estaban en Mont-Luis, e impedirles
pasar el Tet. También había dado orden de atacar los
campos delante de Perpiñán, igualmente que el de la derecha de Orles y el de la
izquierda de Cabestany. El cuerpo del brigadier D. José Bally atacó el campo de
Orles en la tarde del 3 de setiembre, y apoderándose de la principal batería,
enclavó los cañones, e hizo prisionero en ella al general Frecheville.
El cuerpo del brigadier Iturrigaray desalojó a los enemigos del campo Cabestany,
y después de haber hecho allí una mortandad horrible, se llevó algunos
prisioneros y muchas piezas de cañón. El ataque de Peyrestortes se verificó el 8, habiéndose empeñado un vivísimo fuego de artillería por
ambas partes. Un batallón del regimiento de Navarra y algunas compañías de
granaderos provinciales se arrojaron en medio de la metralla de los enemigos, y apoderáronse de las baterías a la bayoneta, después
de un encarnizado combate, pusieron a los franceses en derrota y penetraron
dentro del campo. Esta acción brillante fue sin embargo infructuosa, pues
habiendo recibido los franceses al día siguiente refuerzos del campo de Salces,
atacaron a las tropas victoriosas, y el marqués de las Amarillas se vio
obligado a abandonar Peyrestortes retirándose a la
posición de Masdeu después de haber rechazado por dos
veces él ímpetu de los enemigos. Atacado Courten igualmente
en la posición del Bernet, se vio obligado a replegarse a Truillas,
después de haberse defendido desesperadamente y por espacio de 17 horas con solo
5,000 hombres, contra 24,000 franceses mandados por el general Dagobert. Los enemigos obtuvieron sucesos igualmente
afortunados en el Conflans, obligando a los españoles
a concentrarse sobre Villafranca, cuyo punto trataron nuestras armas de cubrir a
toda costa.
Envanecidos
los franceses con el éxito de sus armas en Peyrestortes,
en el Bernet y en Conflans, donde habían conseguido
sorprender los puestos españoles de Basca y Oleta, resolvieron libertar enteramente Perpiñán,
y rechazar a los españoles sobre el Tet. El general Dagobert había recibido diez batallones de refuerzo y
concibió el atrevido proyecto de cortar a los españales su retirada a España. Todas sus combinaciones se limitaron al ataque de la
fuerte posición que nuestras tropas ocupaban, la derecha en Masdeu,
el centro en Truillas y la izquierda en Thuir, teniendo sus avanzadas en Pontellás.
De la victoria del general republicano pendía no solo la suerte de la campaña,
sino acaso también la paz que la España se hubiera visto obligado a hacer de
ser derrotado su ejército.
Presentáronse los franceses en numero de
24,000 hombres delante de la posición de los españoles, y mientras dirigían él
ataque principal a su izquierda, apoyada en Thuir como tenemos dicho, una fuerte división maniobraba al mismo tiempo con el fin de
cercar nuestro ejército. Ricardos, que al primer aviso del movimiento de los
enemigos había enviado al general Crespo con tres mil hombres para ocupar las
alturas de Reart a la derecha de su posición, marchó
después a Thuir con el objeto de observar los
movimientos del ejército francés. Viendo sus numerosas columnas avanzarse a
este punto, lo hizo reforzar por la Reserva que estaba en Masdeu a las órdenes del teniente general Courten, mandando
igualmente al conde de la Unión que pasara a Thuir con cuatro batallones y un Regimiento de dragones. Preséntase en esto una columna enemiga de 5,000 hombres delante de las alturas de Reart; pero Ricardos conoce que esta demostración de ataque
no tiene otro objeto que ocultar la verdadera intención del enemigo sobre la
izquierda e impedir que se la refuerce: el general entonces en vez de reforzar
el puesto de Reart, saca un destacamento de la
brigada de carabineros, y lo envía a la izquierda donde el fuego había ya
comenzado. Todos los esfuerzos de los franceses se dirigían a tomar la batería
de este punto compuesta de doce piezas de a 24 y mandada por el duque de
Osuna. La columna francesa avanza con intrepidez: Osuna contiene el ardor de
sus tropas y prohíbe hacer fuego. Los franceses siguen avanzando, y cuando se
hallan a medio tiro de cañón, manda el duque disparar, y los barre con la
metralla. El regimiento de la Champagne que iba a la cabeza de la mencionada
columna queda totalmente destruido: su centro sin embargo prosigue avanzando;
pero sucumbe igualmente al mortífero fuego de la batería. Nuevos batallones se
presentan detrás; pero todos encuentran la muerte sobre los cadáveres de los
héroes que les han precedido. Mientras la batería es atacada de frente, otra
columna de 4,000 hombres procura cercarla por la izquierda, con orden de forzar
una batida de árboles que termina en un pequeño reducto defendido por los
cazadores de guardias españolas. El comandante del reducto viéndose cortado,
lo abandona, uniéndose al batallón que de la tala de árboles se había retirado
a una altura vecina, en la cual estaba apoyado haciendo fuego sobre el enemigo,
que por su parte avanzaba para desalojarle. El conde de la Unión hace entonces
un movimiento para tomar de flanco la columna que avanza: esta maniobra
detiene los progresos del enemigo, el cual se forma en batalla en frente de las
tropas del conde, quedando en una situación la más crítica, teniendo delante
las tropas de este general y viéndose expuesta por su flanco al terrible fuego
de la batería de Osuna. Defiéndese no obstante con
valor; pero llegando Ricardos en persona al frente de los carabineros reales y
de los dragones de Pavía, carga sobre la columna enemiga con tal impetuosidad
que la obliga a pronunciarse en derrota, quedando los que la componen o
prisioneros o muertos, y siendo tan pocos los que se salvan, que su derrota
equivale a un exterminio total. El campo rebosa de cadáveres hasta el punto de
no poderla caballería pasar por él. La columna derrotada se componía de los
regimientos de la Champagne, Bermandois, Boulonais y Medoc, y de los
guardias nacionales del Gers y del Gand, gente la
mejor disciplinada de lodo el ejército de los Pirineos orientales.
Mientras
se verificaba este ataque tan terrible y mortífero sobre la izquierda, el
centro era atacado con igual vigor, y una fuerte columna compuesta igualmente
de tropas escogidas se avanzaba al cuartel general de Truillas después de haber forzado los primeros puestos. Courten se defiende allí con el valor que le es característico. Ricardos tranquilo en
su izquierda, saca de ella cuatro regimientos de caballería, y se presenta
delante de la línea francesa; pero viendo que no la puede atacar de frente,
destaca al barón de Kesel con dos regimientos de
caballería para tomar el flanco derecho del enemigo, mientras el brigadier
Godoy con otros dos regimientos de la misma arma parte a atacar el flanco izquierdo,
y Courten con su infantería los combate de frente.
Este movimiento acaba de decidir la batalla. Godoy que ha recibido un refuerzo
de la mitad de una brigada de carabineros y de alguna infantería enviada por
el conde de la Unión, cerca la columna de la izquierda de los franceses , les
intima la rendición. El jefe enemigo pide 20 minutos de tiempo para consultarlo
al general Dagobert; pero solo se le conceden 15, con
orden de no hacer movimiento de ninguna especie. Dagobert que se halla a la retaguardia de la tropa más inmediata a la columna cercada,
manda hacer fuego sobre esta y sobre los españoles indistintamente. Godoy
entonces repite a la columna la orden de rendirse, y
la mayor parte de los soldados depone las armas, quedando pasados a la bayoneta
los que por hallarse los últimos procuran salvarse en la fuga.
Esta
sangrienta batalla dada el 22 de setiembre costó a los franceses 6000 hombres,
mientras los españoles perdieron apenas 4.500, merced a su posición. La victoria,
sin embargo, fue más gloriosa que útil, pues habiendo recibido el general Dagobert 15,000 hombres de refuerzo en la noche que siguió
a su desastre, se halló en el caso de tomar la ofensiva, y se apoderó de Thuir, obligando a Ricardos a retirarse al Buló. En esta retirada desplegó el general español todas
las dotes de su talento, pericia y habilidad, llevándose consigo las piezas de artillería
y equipajes del ejército, sin que el enemigo pudiese recobrar cosa alguna. Nuestras
tropas abandonaron también Argeles. Los franceses pusieron el empeño esperado
para apoderarse del campo del Buló, pero no
consiguieron otra cosa que aumentar el crédito de Ricardos, cuya defensa por
espacio de 24 días, durante los cuales sostuvo tres ataques generales y once
combates, hará siempre honor a su nombre. El brigadier Godoy que tanto se había
distinguido en la batalla de Truillas, conservó su reputación en aquellos días de prueba,
haciendo prisionero el 4 de octubre al
comandante de la vanguardia enemiga y apoderándose de toda su artillería, si bien tuvo que abandonarla
después, no siendo posible sostenerse por la escasez de sus fuerzas.
Entretanto, y mientras el enemigo atacaba el campo del Buló,
el general Dagobert, que ocupaba la parte montañosa
de la Cerdena, cayó sobre la villa de Campredon con 5000 infantes y dos compañías de caballería.
El alcalde mayor de dicha villa y los vecinos de la misma, únicos defensores de
la población, sostuvieron un fuego vivísimo de fusilería sin aceptar la
intimación de rendirse que por dos veces les fue propuesta, y últimamente
tuvieron que ceder al número, abandonando sus casas, que fueron ocupadas por
los franceses; pero sobreviniendo después con refuerzos, lanzaron al enemigo
del pueblo a las seis horas de la ocupación. Distinguióse en esta defensa el alcalde mayor D. Manuel Gutiérrez del Bustillo, que fue
pensionado con la cruz de Carlos III, sobresaliendo igualmente uno de los
vicarios de la villa, llamado D. Martin Cufí, el cual
desempeñó los oficios de soldado y de sacerdote a la vez, batiéndose ora con
los franceses, ora dejándolas armas e interrumpiendo el combate para confesar y
auxiliar a los moribundos. El rey le concedió una pensión, y más adelante le
hizo canónigo de Gerona.
Habiendo
sucedido Turreau al general Dagobert en el mando de las tropas francesas, quiso ilustrar el principio de su campaña
con una acción importante, y al efecto acometió el campamento español en la
noche del 14 al 45 de octubre, dividiendo sus fuerzas en seis columnas.
Desbaratada la derecha de Courten a la impetuosidad
del primer choque, se vio este general en la precisión de replegarse para poner
sus tropas en orden. Los franceses en vez de perseguirle se dirigieron a Montasquieu, punto central del ataque designado por su jefe;
pero Ricardos .que había previsto este movimiento, tenía reforzado aquel punto
y Courten volvió al combate. La pelea de la derecha
fue terrible. La izquierda fue acometida tambien por
dos columnas francesas, pero reforzada igualmente por Ja previsión de Ricardos,
conoció Turreau que su plan había sido comprendido
por su inteligente contrario. Dirígese entonces
contra la batería del Plá del Rey, mesa colocada en la misma izquierda, y cuya
defensa estaba encomendada al coronel Taranco. La
posición de este era buena, pero sus fuerzas ascendían apenas a 1500 hombres,
cuando Turreau la acometía con 6000. Taranco rechazó al enemigo en siete ataques consecutivos, y
habiendo perdido la batería tres veces, la volvió a recobrar otras tres.
Perdida finalmente la cuarta y reducidas sus fuerzas a 600 hombres, tomó
posición al pie de la altura; mas habiendo recibido
al amanecer un refuerzo de 300 valientes, volvió otra vez sobre el enemigo,
cargándole a la bayoneta. La matanza de Plá del Rey fue espantosa, y tanto
mayor cuanto por la oscuridad de la noche disparaban las tropas a veces contra
sus mismos compañeros. Turreau conoció que era
imposible la victoria y se retiró dejando 137 prisioneros en poder de Taranco. A consecuencia de esta acción verdaderamente
terrible, mudó su nombre la batería del Plá, y desde aquella noche tomó el de
la Sangre.
Frustrado
el ataque del campamento del Buló, el general francés
dedicó todo su conato a cortar las comunicaciones del ejército español con
Cataluña. Una división francesa logró frustrar la vigilancia de los españoles
sobre su derecha, y tirándose a las montañas de Albarés se lanzó contra Cantallop, que fue saqueado; pasó una
noche en Ontolí, y se dirigió en seguida sobre
Espolia, mientras otra división enemiga marchaba sobre el Coll de Bañuls. Don
Ildefonso Arias fue atacado el 26, y después de una resistencia obstinada, se vio
obligado a replegarse sobre Espolia, donde habiendo sido otra vez atacado el
28, obligó a los republicanos a tomar las alturas de Bañuls con alguna pérdida.
El 30 comparecieron los franceses en número de 40,000 hombres delante del campo
de Espolia: Arias se vio en un apuro terrible; pero habiéndole sobrevenido
refuerzos, obligó a los enemigos a huir. A pesar de esta victoria,
la situación del ejército español continuaba siendo muy crítica, pues los
franceses ocupaban siempre el Coll de Bañuls y tenían un cuerpo avanzado en la
parte de los Pirineos perteneciente a España en los alrededores de Cullera,
desde cuya posición amenazaban el Ampurdán. Empeñados además los franceses en
apoderarse de Ceret, único punto de retirada para los
españoles en caso de desgracia en su derecha y centro, dirigieron todo su
conato sobre aquel punto importante. Ricardos conoció la necesidad
absoluta de conservarle a toda costa, y cuando antes no pensaba sino en
conquistas, dirigió entonces todos sus cálculos a lomar medidas capaces de asegurar
su retirada, manteniéndose en su posición hasta que le llegasen refuerzos que
le pusieran en estado de volver a tomar la ofensiva. Resolvióse,
pues, a abrazar el único partido razonable en aquella situación apurada, cual era el de un ataque general en toda la línea a fin de
obtener un suceso a todo trance, tomar en seguida sus cuarteles de invierno, y
dar a sus tropas el descanso que tanto necesitaban, tanto por las fatigas de
aquella campaña, como por los terribles efectos de una cruel epidemia que desde
mediados de setiembre estaba asolando su campo. Sus combinaciones sin embargo,
no tuvieron efecto, pues en el momento crítico de empezar a ponerlas en
ejecución, desatóse una tempestad espantosa, en la
cual cayó una lluvia que duró seis días consecutivos. La marina, que entraba
también en las miras y en el plan de Ricardos, perdió la Fragata Preciosa,
y un brix, una goleta y una bombardero se estrellaron contra las rocas de la
costa. Los ríos y torrentes crecieron de un modo extraordinario, saliendo de
madre el Tech y llevándose el puente de comunicación
que el campo del Buló tenía con España por la parte
de Bellegarde. Añadióse á
esto la carencia absoluta de víveres cuyo depósito estaba en Rosas, siendo
imposible la conducción por haber quedado interceptados todos los caminos a
consecuencia del aguacero
Ricardos
no se dejó abatir por estos reveses. Obligado a renunciar su plan de ataque
general sobre toda la línea, tomó las medidas que las circunstancias hacían
indispensables para la subsistencia del ejército, echando mano de los granos y
ganados qué pudo haber, y manteniendo la caballería con las hojas de las
encinas y de los olivos. Hecho esto, resolvió sacar partido de su misma
situación. El huracán había perdonado el puente de Ceret,
único punto de comunicación con España que la tempestad no había podido
destruir; pero esta comunicación seguía incomodada por las baterías francesas
que enfilaban el puente y el camino, y el tránsito era peligroso. Ricardos
conocía toda la importancia de ocupar un punto en que se cifraba la salvación
del ejército, y los franceses por su parte acechaban el momento oportuno de
atacar a Ceret, convencidos igualmente de la
importancia de este golpe. El momento ansiado por el enemigo llego; el conde de
la Unión que mandaba en Ceret, acababa de hacer una
salida con tres columnas de tropas compuestas en su mayor parte de españoles,
dejando el reducto, la villa y el puente a la custodia de los portugueses; y
aprovechando los franceses la salida del conde, atacaron el reducto en la
mañana del 26 de noviembre, y lo tomaron a las tropas portuguesas, que ora
fuese por terror, ora por impericia y cobardía, lo dejaron en poder del
enemigo. Una circunstancia feliz , cual fue la de haberse detenido el conde de
la Unión en la mitad de su camino a consecuencia de un torrente que no le había
permitido pasar adelante, hizo llegar a sus oídos la noticia de la pérdida del
reducto por los mismos portugueses que se retiraban en el mayor desorden.
Avergonzado el general Forbes que los mandaba de un abandono tan deshonroso
para él y para sus tropas, solicitó ir a recuperar el reducto con los mismos que
lo acababan de perder; pero el conde de la Unión no quiso exponer la suerte del
ejército fiándola a los que de tal manera acababan de comprometerla, y mandó a
D. Felipe Viana que con las tropas que tuviese disponibles, compuestas en parte
de las guardias españolas, atacara sin detención a los franceses. Hiciéronlo así estos intrépidos soldados en medio del fuego
de la metralla; y trepando por la escarpada montaña que era preciso vencer para
llegar al reducto, desalojaron a los franceses que se retiraron a sus retrincheramientos. El conde
entonces se precipitó sobre las huellas del enemigo, y comprendiendo en sus
columnas a los portugueses que al fin lavaron su mancha, quitó a los franceses
la primera batería, y sucesivamente la segunda y la tercera. Esta victoria fue
coronada con la toma del importante puesto de la ermita de San Ferriol, que domina
los desfiladeros de los alrededores, y desde la cual incomodaban y encerraban
los franceses a los españoles que estaban en Ceret,
Quedó en poder de los vencedores la artillería de los tres puntos mencionados,
con las municiones, fusiles y tiendas que encontraron en el campo de San
Ferriol. La constancia, valor y sufrimiento de los españoles fue superior a
todo encomio, consiguiendo aquella victoria a la bayoneta, no teniendo sino
cartuchos mojados, hallándose fatigados de una marcha penosa por un terreno
difícil aun en una buena estación, estando convalecientes los más de la
epidemia pasada, y haciendo cinco días que se hallaban sobre las armas a descubierto
de la lluvia. Esta acción aseguró la izquierda del ejército y el alto Wallespir, quedando libre la comunicación de las tropas, y
restablecido el trasporte de los víveres apenas cesó de llover.
Desde entonces hasta el fin de esta reñida y dificultosa campaña,
los triunfos de los españoles se siguieron unos a otros. Seis minutos bastaron
al amanecer del 7 de diciembre para apoderarse nuestros soldados de cinco
baterías, quedando en su poder Villalonga, la Roca y San Genis,
con todo el parque de artillería que los enemigos tenían en este último punto.
Dos estandartes, treinta y cuatro cañones de varios calibres desde 4 a 16, tres
morteros de nueve pulgadas, un obús de seis, cinco pedreros de a dos, veinte y
dos cajones guarnecidos, cinco mil cartuchos de metralla, veinte mil de fusil,
cuarenta barriles de cartuchos de cañón, dos mil fusiles, gran cantidad de
bombas, balas, vestuario, calzado, etc., 300 soldados y 26 oficiales prisioneros, muerto el general de estas tropas y el comandante de una de las cinco
baterías. Tal fue el resultado de la victoria alcanzada por Courten en aquella acción casi momentánea y que merece un lugar distinguido en las
páginas de la historia.
Siguióse a esto la toma del Coll de
Bañuls y la del lugar de igual nombre por el mismo Courten,
quedando en su poder 23 piezas de cañón y 300 prisioneros. Iturrigaray por su
parte atacó y tomó Argeles, donde voló el almacén de pólvora, retirándose
después al campo de Villalonga con 331 prisioneros y tres estandartes cogidos
al enemigo. Ricardos bien entonces el momento favorable de despejar el todo de
su derecha, y resolvió atacar a un mismo tiempo el fuerte de San Telmo y las
plazas de Portvendres y Colliuvre.
En vano los franceses, confiados en la fortaleza de las plazas atacadas,
quisieron llamarla atención de sus enemigos por la parte de Villalonga:
rechazados de este campo con pérdida, y escarmentados igualmente en el de Tresera y Bañuls-les-Áspres,
hubieron de someterse a los decretos de la suerte y a la pericia del general
español. Portvendres fue el primero que cayó en poder
de los españoles, siguiendo después San Telmo, merced a la temeridad con que
las tropas de la Cuesta, sin orden de su jefe, se arrojaron a la plaza a pecho
descubierto en medio del fuego de la artillería,
ganando el terreno a palmos, saltando de peña en peña y trepando por montañas casi perpendiculares y vigorosamente defendidas. Colliuvre, en fin, llena de consternación por las noticias
de las últimas pérdidas, rindióse igualmente a las tropas
de la Cuesta; y al amanecer del 21 de diciembre quedaron los españoles
posesionados de la plaza, de sus fuertes guarnecidos con 88 piezas de cañón, de
un gran número de provisiones y repuestos, de 30 buques, la mayor parle
cargados de harina y forraje, de ricos almacenes de víveres y vestuarios, de
dos hospitales abundantemente provistos, y finalmente del mejor puerto que
tiene aquella costa.
TOMA DE
COLLIUVRE
Tal fue
el éxito de la campaña del Rosellón, campaña gloriosa en verdad parar las armas
españolas, faltando solamente la rendición de Perpiñán para que el lauro
hubiera sido completo. Uno y otro hubiera podido conseguirse a ser más numeroso
el ejército de Ricardos, cuyos vicios, igualmente que los del ejército de
observación retardaron con bastante frecuencia el buen éxito de las
operaciones. La administración de los víveres, según Marcillac,
era detestable: la dirección de los convoyes mala; escaso con frecuencia el
número de municiones para la artillería, y hasta el de los cartuchos para los
soldados, los cuales solían rara vez recibirlos durante la acción, La rapacidad
de los asentistas fue escandalosa, debiéndose en gran parte a sus abusos la
epidemia que afligió a las tropas desde mediados de setiembre. Los gastos de
la campaña no estuvieron regulados por la economía, ascendiendo como
ascendieron a doscientos veinte y cinco millones torneses, suma considerable
para un ejército numeroso, y excesiva sobremanera para el que en el momento de
su mayor fuerza no tuvo más que 30,000 hombres. Los hospitales en cambio
estuvieron abundantemente provistos y el príncipe de la Paz tiene razón cuando
los califica de los mejor servidos de Europa en aquel tiempo. En medio de los
defectos que acabamos de mencionar, el general Ricardos supo ser superior a la
escasez de sus fuerzas; y los planes y combinaciones en que tan distinguida
muestra de de su capacidad y pericia, el sitio y
toma de Bellegarde, las batallas de Masdeu y Truillas, la retirada y
defensa del campamento del Bulo, las brillantes acciones del puente de Ceret, Plá del Rey, Coll de Bañuls, Argeles y otros sitios
que la historia mentará siempre con encomio; la toma, en fin, de Portvendres, San Telmo y Colliuvre,
serán otras tantas hojas de laurel para su memoria y para la de los valientes
y sufridos españoles que tan dignamente supieron secundar los planes de su
general con su constancia a toda prueba y con su valor indomable.
Por lo que respecta a la guerra defensiva sostenida por el general Caro en las fronteras de Navarra y Guipúzcoa, y por el príncipe de Castel-Franco en la de Aragón, la campaña de 1793 ofreció pocos hechos de cuenta, o que la historia deba consignaren sus páginas. Las operaciones de este último se redujeron a la defensa de algunos desfiladeros mientras aquel, pasando el Bidasoa desde un principio, consiguió mantener sus tropas más o menos avanzadas en el territorio francés, sin que los enemigos pudieran obligarle a repasar aquel rio. Varios fueron los combates que desde Andaya hasta Valcarlos y Baygorri se dieron, pero sin otro resultado militar que el de hacer patentes los españoles y los franceses la intrepidez y valor que les son naturales. La toma de Castel-Piñón fue un suceso entre otros que hizo honor a las tropas de Caro, pero nuestros soldados no podían mantenerse en aquella posición, y la abandonaron apenas tomada, llevándose consigo todas las piezas de artillería. Las tuerzas que los franceses opusieron a nuestro ejército de observación consistían en 66 batallones y 4 regimientos de caballería, que formaban al todo un ejército de 57,700 hombres; cuando el del general Caro constaba de 22,000, y de estos 8000 tan solo de tropa de línea. Con ellos consiguió cubrir 32 leguas de frontera desde Fuenterrabía hasta los confines de Navarra y Aragón, habiendo hecho cuanto podía exigírsele con solo haber puesto a raya las tropas francesas. El paisanaje del valle de Bastan y el de Rocal, sin exceptuar las mujeres, contribuyó a la defensa de su territorio en unión con las tropas del ejército, mereciendo bien de la patria en los mismos términos que los habitantes de Campredón en la parte oriental del Pirineo. Acaso pudiera motejarse a Caro, dice el ya citado Marcillac, el no haber aprovechado las primeras ventajas de su campaña ocupando el Nive y aun el Adour, apoderándose de Bayona y su ciudadela, como pudo hacerlo tal vez; pero sus fuerzas, añade el mismo, no eran bastantes para ocupar una posición tan extensa, y los planes de la corte le reducían según parece a mantenerse a la defensiva en las inmediaciones del Bidasoa.
CAPITULO IVOJEADA SOBRE FRANCIA Y LA COALICIÓN EN 1793.—POLÍTICA DEL GABINETE BRITÁNICO RESPECTO A LA REVOLUCIÓN.—ALIANZA DE ESPAÑA CON INGLATERRA.—EXPEDICIÓN Y SITIO DE TOULON.- EXPEDICIÓN NAVAL A LAS ANTILLAS Y A LAS ISLAS SARDAS.
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