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CREACION DEL UNIVERSO SEGUN EL GÉNESIS |
LA HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO |
REYES REYES LIBRO
PRIMERO PRIMERA
PARTE
SEGUNDA PARTE HISTORIA SINCRÓNICA DE LOS REYES HASTA ACAB Y JOSAFAT
LIBRO
SEGUNDO
PRIMERA
PARTE SIGUE
LA HISTORIA SINCRÓNICA HASTA EL FIN DEL REINO DE ISRAEL SEGUNDA
PARTE REYES DE JUDÁS HASTA EL CAUTIVERIO
Las fuentes que se cita son: 1) Libro de los hechos de Salomón; 2) Libro de las Crónicas de los reyes de Judá; 3) Libro de las Crónicas de los reyes de Israel. Estos libros, o bien eran crónicas oficiales de los mencionados reinos,o escritos de algún sacerdote o profeta que consultó los archivos reales. Historia
universal. Además de los pueblos circunvecinos, influyeron en Israel los imperios de Egipto, Babilonia y Asiria. Sheshonq fundó la XX dinastía hacia los años 950-929; Salmanasar III, rey de Asiria, hizo sentir su presencia en Occidente; en 853 tuvo lugar la batalla famosa de Qarqar. Otros tres reyes asirios pesaron sobre el reino del Norte: Teglatfalasar III (745-727), Salmanasar V (726-722), Sargón (721-705). Sobre Judá actuaron: Senaquerib (704-68 1), Asaraddón (680-669), Asurbanipal (668-628). Funesto para Judá fue sobre todo el rey de Babilonia Nabucodonosor (605-562). Algunos datos cronológicos
de Asiria dan luz sobre la cronología del libro de los Reyes: 853: Batalla de Qarqar, reinando Ajab en Israel. 841: Tributo de Jehú. 738: Tributo de Menajem. 732: Empieza el reinado de Oseas. 721: Toma de Samaría. 701: Invasión de Senaquerib. 598: Primera deportación de Judá. 587: Caída de Jerusalén. Historia
del Reinado de Salomón La vida de David se apagaba por
momentos y no había señalado todavía al heredero. Para Saúl y David fue la unción real privilegio personal,
pero con David la monarquía se había estabilizado. El sucesor, según
la promesa divina, sería de ascendencia davídica. ¿A cuál de sus hijos legaría David el reino? Amnón, el
primogénito, murió asesinado por Absalón;
a Absalón le atravesó Joab con una lanza; de Kileab se conserva tan
sólo el nombre, creyéndose que murió joven; el hijo mayor que le quedaba
era Adonías. Adonías reunióse con sus partidarios
más influyentes en En-Roguel,
fuente conocida hoy día con el nombre de Bir Ayub, al sudeste
de Jerusalén. Junto a la fuente había una grande piedra llamada haz
zoheleth, de la rampa. Sobre la misma inmoló Adonías
gran cantidad de ovejas, bueyes y becerros, que comieron todos los
invitados a la fiesta. El
lugar y la ocasión eran propicios para adelantar el nombramiento de
rey o de sucesor de su padre
en el trono. En-Roguel estaba muy cerca de Jerusalén y, al mismo tiempo,
era lugar apartado, tranquilo y fuera del alcance de los espías que el
partido contrario podía mandar.
En el banquete tomaron parte todos los prohombres de Judá. En el curso
del mismo, por efecto del vino y por el entusiasmo que el joven
príncipe despertaba entre los comensales, oyéronse gritos de “¡Viva
el rey!” adelantándose al veredicto definitivo de David.
Enteráronse del banquete y de sus incidencias los del
partido contrario, que decidieron obrar
inmediatamente con el fin de atajar en sus comienzos el movimiento
subversivo de Adonías. Natán fue el encargado de pasar al contraataque,
valiéndose de Betsabé como de intermediaria.
Le hace saber que el triunfo de Adonías ponía en peligro su vida y
la de su hijo Salomón. Del juramento
que, según el texto, hizo David a Betsabé en favor de su hijo no tenemos
noticia alguna en otros textos, de lo que no se sigue que no
lo hiciera. Natán cree que Betsabé era la persona más indicada
para notificar al rey — que acaso guardaba
cama habitualmente — la
rebelión de Adonías. Una vez hubiera ella expuesto al rey la situación, entraría Natán para completar la obra. Natán aborda al monarca diciéndole : Adonías ha organizado
un banquete, al que ha convidado a los de su partido,
excluyendo a otras personalidades relevantes del reino. ¿Es que el
rey ha autorizado el banquete y los gritos de “¡Viva el rey!” ocultando a sus siervos su voluntad acerca del que debía
sucederle a su muerte?. Reacciona David
y confirma públicamente el juramento hecho antes en privado
en favor de Salomón. Como despertando de un letargo, David dio orden de
que se acercaran Sadoc, Natán y Banayas,
a los que impartió la orden de que montaran a Salomón sobre la mula
real, le llevaran a Guijón y le ungieran allí Sadoc y Natán,
proclamándolo rey al son de las trompetas. El Guijón es la fuente
llamada hoy día Ain-sitti-Mariam, al pie de la colina del Ofel, junto
al torrente Cedrón y al este de Jerusalén. Adonías
había escogido una fuente más alejada de la ciudad; David
quiere que el representante del
sacerdocio, Sadoc, y Natán, profeta, unjan a Salomón en una
más próxima y concurridísima. Ordenó David asimismo que, una vez ungido
rey Salomón, con la misma
solemnidad y escoltado por su guardia
personal regresara a Jerusalén y
entrara en palacio a fin de entronizarlo
en el trono regio: “Pues a él, dijo David, le instituyo jefe de
Israel y de Judá”. Cumpliéronse las órdenes de David. Sadoc, en calidad de sumo sacerdote, consagró al nuevo rey, con la asistencia de Natán y de los soldados de la guardia real que, a partir de este momento, se convierte en guardia de Salomón. Desde ahora el hijo de Betsabé es un mesias, un ungido del Señor . El aceite para las unciones reales conservábase en un cuerno; el que utilizó Sadoc procedía del tabernáculo donde David había colocado provisionalmente el arca de la alianza. Durante la ceremonia tocóse el sofar, trompeta de cuerno de borrego o de buey debidamente trabajado, que se empleaba para convocar al pueblo a las ceremonias sagradas y para una movilización general. Un entusiasmo grande reinó entre el público asistente al acto, que contagió a los de la ciudad. La cosa no era para menos, ya que se había asegurado la descendencia davídica en el trono, salvándose al mismo tiempo la unidad nacional. Los acontecimientos se precipitaron. Todavía estaban
banqueteando los conjurados, cuando Salomón regresaba a la ciudad
ceñida la cabeza con la doble corona de Judá y de Israel, empezando
a reinar desde aquel momento. De
la fuente de Guijón a la de En-Roguel hay una
distancia de 760 metros, pero la configuración del terreno no permitía
que de una se divisara la
otra. Adonías oyó el griterío, pero no vio el acto que se desarrollaba
a unos centenares de metros más al norte. Jonatán, hijo del
sumo sacerdote, partidario de Adonías, contó lo que ocurría, añadiendo
que la corte había reconocido ya al nuevo monarca y que David, postrado
en su lecho, como otro Jacob moribundo,
lo había confirmado como sucesor suyo, congratulándose de haberlo
podido ver con sus propios ojos.
Nada había ocultado Jonatán de
cuanto había sucedido; sus palabras, tajantes y certeras, destrozaron las esperanzas de Adonías y sembraron
el pánico entre los comensales, ya que, conforme
a las costumbres antiguas orientales, la amenaza de muerte colgaba
sobre la cabeza de los del partido derrotado. Esto temía Adonías,
que para salvar su vida marchó al tabernáculo de
Yavé, acogiéndose al derecho de asilo. En otros pueblos antiguos,
fenicios, griegos y romanos,
tenía también el altar cuatro cuernos, que simbolizaban la fuerza
de Dios. También fuera de Israel existían ciudades sagradas
a las que podían refugiarse los perseguidos por la justicia. En Israel,
además del altar existían las ciudades de refugio. A este mismo derecho
se acogerá más tarde Joab. Mandó Salomón que Adonías
marchara a su casa, significándole que le separaba de palacio y que
perdía su favor. No era prudente que Salomón iniciara su reinado con
la muerte de los jefes de la oposición, imitando en esto la
política de su padre David. Muerte de David Murió David y fue sepultado en
la ciudad que lleva su nombre. Tradiciones recientes colocaban el
sepulcro de David en Belén o en una dependencia del Cenáculo (Benjamín
De Tudela); pero era natural que sus restos mortales descansaran
en un mausoleo levantado en la ciudad que arrebató a los jebuseos. En las excavaciones hechas
por R. Weill durante los años 1913-1914 creyóse haberse encontrado el sepulcro de los trece primeros
reyes de la dinastía davídica cerca de la piscina de Siloé; pero su optimismo no encontró eco entre los historiadores
y exegetas. Según los cómputos, murió David a los setenta años
de edad, después de un reinado
de cuarenta, en cifras redondas. Con su muerte desaparecía el que
ha sido llamado modelo de reyes y tipo del Mesías. Son pocos los datos
que la historia ha dejado para poder dar un juicio
certero y cabal de su obra. La Biblia ha puesto de relieve “que Yavé
estaba con él,” que le asistía en todo momento y que le colmó
de bienes. Dios escogió a David por rey de Israel; lo tomó de la majada, de detrás de las ovejas, para ser príncipe en Israel.
Con el auxilio
de Dios y su propio valor y constancia fue venciendo los obstáculos
que cerraban sus pasos
al trono, llevando una vida arriesgada y errante, con la mirada fija
en la meta que debía alcanzar. Muerto Saúl, fue requerido para que
reinara sobre Judá, ejemplo que siguieron poco después las tribus
del Norte. Con este acto, el rey, con poder personal,
se convierte en monarca de Judá y de Israel, es decir, de un reino
unido bajo el imperio de su persona.
Durante toda su vida demuestra David fe y piedad, celo por el arca
y por el culto. Quiso edificar un templo a Yavé, sirviendo
de modelo el palacio que había levantado en la ciudad de David para
él y su familia; pero si no tuvo este honor, fue él quien adquirió
los terrenos y construyó un altar
en la era de Areuna, donde más tarde levantará Salomón el edificio. Pero, a pesar de su piedad, cayó en el pecado, cometiendo un adulterio
y un homicidio. Si pecó,
como puede hacerlo cualquier rey humano, se arrepintió sinceramente
de su falta tan pronto como
el profeta Natán le echó en cara sus crímenes, en lo que no
suelen imitarlo los reyes de este
mundo. Durante su vida vivió
oprimido por su culpa y recibió con resignación
los castigos que le mandó Dios. Menos conocido es el aspecto
profano del reinado de David. Sabemos que con su diplomacia supo mantener
el equilibrio entre Judá e Israel, turbado
más de una vez. Bastaba cualquier pretexto, como el que invocaba Seba,
para que se manifestasen las susceptibilidades de ambos reinos.
En lo exterior tuvo a raya a los enemigos tradicionales del pueblo
hebreo: filisteos, amonitas, moabitas, amalecitas, árameos, etc. A
los jebuseos arrebató la ciudad
de Jerusalén, que, dadas sus condiciones geográficas, convirtió en
capital de su reino. Para llevar a término tantas guerras contaba
principalmente con una legión extranjera
y tropas mercenarias. A la paz entre las tribus, al menos aparente,
acompañó la tranquilidad en las fronteras, dominando a cananeos
y jebuseos, sometiendo a tributo a otros pueblos e
imponiéndose por su prestigio a todas las naciones colindantes hasta
el Introitus Hamat. El reino de pavid tuvo atisbos de
imperio. Murió David en la brecha, luchando por la
grandeza y unidad del reino. Al desgaste físico se unió el
drama de su familia, que aceleró su marcha hacia el sepulcro. En su umbral salvó a Israel de una lucha civil para ocupar su trono vacante. De
no ser la imprudencia
de Adonías, acaso David hubiera muerto sin arreglar el problema de
su descendencia. Murió David hacia
el año 970 a.C. Muerte de Adonías Salomón le había perdonado la vida a Adonías, imponiéndole,
sin embargo, la orden de marcharse a su casa y conducirse lealmente. Enamorado de Abisag la sunamita, quiso
desposarla. Sabido es que, a la muerte del rey, el harén pasaba
a su sucesor. Si alguien lograba
casarse con alguna mujer o concubina del rey, adquiría un título que
le daba derecho a la sucesión. De ahí que Absalón abusó de
las concubinas de su padre ante todo el pueblo para confirmar
sus pretensiones al trono.
Abisag no era propiamente del harén de David, pero el pueblo
opinaba lo contrario. El monarca comprendió las intenciones malignas
de Adonías al pedir la mano de Abisag, y así se lo da a entender a
su madre. Con el apoyo de un gran sector, por su condición de
hermano mayor, con la sunamita por esposa
tenía Adonías en sus manos títulos suficientes para derrocar a Salomón
y ocupar el trono de Judá
y de Israel. ¿Había en las palabras de Adonías indicios de una conjura
en gran escala? Puede ser.
Salomón, con su juramento, afirma que la mano de Adonías mueve
turbiamente a Betsabé a hacerle tal petición, y con igual firmeza
decreta su muerte. ¿Puede Salomón
proceder con guante blanco en unos momentos decisivos para
el trono? ¿No ha manifestado su padre su voluntad? ¿No
es manifiesta la voluntad de Dios de que sea él el sucesor de David? En pocas palabras refiere el texto la ejecución de Adonías.
Joab temió correr la misma suerte que los otros jefes
de la conjuración y trató de salvar su vida buscando asilo en los cuernos del altar del tabernáculo de Yavé. Pero,
conforme a la Ley, debía
morir. A sangre fría, y por temor a que le suplantara, no temió matar
a Abner, aduciendo las leyes
de la venganza de sangre por la muerte de su hermano Azael. Mientras
besaba a Amasa, le introdujo la espada en sus entrañas, desplomándose.
Tanta sangre inocente derramada en tiempo de paz debía
ser vengada. Por los favores
que hizo a su padre, David, se
autorizó fuera sepultado en el mausoleo familiar, que se encontraba
en las afueras de Belén, al descampado, donde estaba también sepultado
su hermano Azael. Banayas le sustituyó en la jefatura del ejército;
Sadoc quedó único sumo sacerdote, descendiente de la rama de Eleazar.
Había David afirmado con juramento a Semeí que no le haría morir a espada; pero encargó a Salomón no le dejara impune a causa de las maldiciones que profirió contra él. Salomón buscó una ocasión propicia para cumplir con una y otra voluntad de su padre. Empezó por someterlo a una libertad vigilada, quizá por estar también comprometido con la causa de Adonías. Se le prohibe salir de Jerusalén e incluso atravesar el torrente Cedrón para ir a su casa de Bajurim, en la vertiente oriental del monte Olivete. Buena le pareció a Semeí la propuesta del rey, que se obligó conjuramento a cumplir. Aquis,
rey de Gat, era hijo de Maoc. Era Gat una de las cinco grandes ciudades
filisteas; dos veces habíase refugiado David
allí. No atravesó Semeí el torrente Cedrón, pero hizo un recorrido
superior a los cuarenta kilómetros en dirección al sudoeste de la
capital. En seguida se enteró Salomón de esta salida de Semeí,
que, por perjuro y para anular los efectos de sus maldiciones, fue
condenado a muerte. Después de la maldición que pronuncia el rey,
añade inmediatamente una
bendición para contrarrestar los efectos de aquélla. Con estas medidas
se afirma el reino de Salomón. Muertos los conspiradores, nadie pensó en adelante
en disputarle su derecho al trono, que en tres años quedó afianzado.
Matrimonio de Salomón En contra del carácter dinámico
del reinado anterior, el de Salomón es estático: conserva, organiza y saca provecho de las circunstancias.
A la muerte de David hubo conatos de rebelión por parte de Hadad, rey de Moab, y de Rezón,
el arameo que creó la dinastía de Damasco.
Para proteger la ruta comercial nordeste, vióse obligado Salomón a
enfrentarse con Rezón en Soba.
Pero, a pesar de estos intentos de independencia, el imperio de David se mantuvo intacto durante todo el reinado de Salomón. Para afianzarlo
modernizó el ejército con
armamento nuevo y carros de combate, fortificó las ciudades clave
y creó una línea de plazas fuertes a lo largo de la gran vía
comercial que unía Egipto con Siria: Hasor, Megiddo, Betorón, Guezer.
Por el sur, las fortalezas de Baalat y Tamar protegían las rutas de
los metales, que Salomón extraía de las minas de Asiongaber,
junto al moderno puerto golfo de Aqaba. En vez de velar las armas, creyó
Salomón que el método más seguro para asegurar la paz era la vía diplomática. De ahí su política de
las uniones matrimoniales. Después de una larga ausencia
de Egipto de la historia de Palestina, reaparece ahora acogiendo a
Hadad fugitivo en el palacio del
faraón y apoyando su causa en contra de los israelitas.
Salomón se apresuró a pactar con el faraón egipcio, obteniendo de
él el privilegio de llegar a ser
yerno suyo. No es fácil determinar de qué faraón se trata, pero los
autores modernos están acordes en admitir que fue uno de los
últimos monarcas de la XXI dinastía de Tanis,
muy probablemente Psusenne II, cuya tumba ha sido encontrada en Tanis
y que reinó hacia los años 984-950 a.C. El reinado de Salomón abarca aproximadamente los años 970-930 a.C. Como dote entregó el faraón a su hija la ciudad de Guezer, que conquistó, “incendiándola y matando a los cananeos que habitaban en la ciudad”. Parece que el faraón se apoderó de Guezer en los primeros años del reinado de Salomón, poco después de la muerte de David y del regreso de Hadad a su patria. Una de las razones en apoyo de lo dicho está en que, al cuarto año de su reinado, estableció Salomón relaciones comerciales con Hiram, rey de Tiro, en virtud de las cuales la madera de cedro era transportada por mar hasta el puerto de Jafa, y de allí, en arrastre, a Jerusalén, por el camino que pasaba junto a Guezer. Ninguna dificultad ponen los de esta ciudad al arrastre de la madera por su territorio, lo que induce a creer que estaba entonces bajo el poder de Salomón. El sueño de Gabaón La Ley
de unidad de altar, que
tanto encarece el Deut 12:4-14, no
estaba en vigor en tiempos de
Salomón; la urgió el rey Josías hacia el año 621 a.C. Dos eran los
santuarios nacionales en tiempos de David: el
de Gabaón, con Sadoc al frente, y el de Jerusalén, que presidía el
sumo sacerdote Abiatar. Era Gabaón una ciudad levítica, de la tribu
de Benjamín. Había allí una piedra célebre,
que quizá era un monumento conmemorativo. No lejos de Gabaón se levantaba la colina llamada hoy
día Nebí Samuil, donde, según 1 Crón 16:40;
21:29, se encontraba el tabernáculo de Moisés y el antiguo altar de
los holocaustos. A este lugar iba
Salomón para ofrecer sacrificios al Señor; por este lugar debía también
de tener sus preferencias Sadoc. El autor sagrado, al mismo
tiempo que pone de relieve la piedad y
munificencia de Salomón, le disculpa de ir a Gabaón y ofrecer allí
sacrificios, “porque no había sido hasta entonces edificada
casa a Yavé.” De ahí que el monarca siguiera la costumbre antigua
de sacrificar “en los lugares altos”, por creer el pueblo que, por
razón de su altura, los montes
estaban más cerca de los cielos y en comunicación más estrecha con
la divinidad, con el Dios “que marcha por las alturas de la tierra”.
Fueron acaso razones
políticas las que aconsejaron a Salomón a desplazarse a Gabaón,
por
mirar las tribus del Norte con recelo el
centralismo de Judá. El número de sacrificios cruentos ofrecidos
parece excesivo, si consideramos que en tales sacrificios la víctima
era consumida totalmente por el fuego. Pero no parece fuera de lugar
entender la expresión “mil holocaustos ofreció” de los sacrificios
pacíficos, en los cuales parte
de la víctima era consumida y otra servida a los que intervenían en
el banquete sagrado. También el número crecido de víctimas
puede significar la piedad y munificencia del rey. Durante aquella fiesta, Dios habló a Salomón en sueños. Deja entrever el texto que Salomón
dormía en una de las dependencias del santuario, lugar propicio para recibir comunicaciones celestiales por residir Dios allí.
Agradecido Dios por tanto sacrificio, concedió
a Salomón la gracia que le pidió. Discreta y juiciosa fue la
petición que le hizo el monarca. Le concedió Dios un corazón que “entienda”,
a fin de poder juzgar rectamente las
causas del pueblo. Según las promesas de Dios a Abraham,
el pueblo de Israel será de una extension incalculable , como las
estrellas del cielo y las arenas del mar. Fue proverbial la sabiduría de
Salomón, que ya admiraban sus contemporáneos, israelitas y paganos. La ciencia extraordinaria que poseía
es de origen divino, es un
don de Dios. De ahí que la tradición le haya atribuido los
libros llamados sapienciales.
Anota Dhorme que esta petición de bienes espirituales por
parte del rey es única en la antigüedad semítica. Los reyes de Babilonia y de Asiria pedían a sus
dioses larga vida, seguridad nacional, un ejército invencible, país próspero, un poder duradero,
etc. Da a entender Dios en
su respuesta que también
sus servidores de Israel le pedían preferentemente
larga vida, derrota de los enemigos, grandes
riquezas, gracias que también concedía
Dios graciosamente a los que le servían. De vuelta a
Jerusalén ofreció nuevos sacrificios, cruentos y pacíficos, en el
santuario donde se albergaba el arca de la alianza. No convenía al rey
indisponerse con los de Judá. Con la prudencia y sabiduría que
le caracterizaba emprendió Salomón la organización del reino. Entre los oficiales (sarim) reales se enumera
en primer lugar al sacerdote Azarías, sobrino de Sadoc
por parte de su hijo Ajimas, para poner de relieve el matiz teocrático de su reino. Dos oficiales ejercían el cargo
de secretario (sofer); ambos eran hijos de Sisa. Algunos exegetas ven en los nombres del padre y del hijo reminiscencias
egipcias, deduciendo que pertenecían a una familia egipcia
establecida en Jerusalén. Josafat era mazkir, o
sea archivero o heraldo, jefe del protocolo e intermediario entre
el rey y el pueblo. Entre los egipcios, el heraldo dirigía el ceremonial
de palacio, introducía las audiencias, comunicaba las órdenes pertinentes
al pueblo y transmitía las órdenes reales; acompañaba al rey en sus
desplazamientos, regulaba las etapas de viaje y velaba por la seguridad
del monarca. En el texto hebraico se mencionan Sadoc y Abiatar como
sumos sacerdotes, pero sus nombres
entraron en la lista de los funcionarios reales por influencia de
los catálogos de los tiempos de David. Por los buenos servicios
prestados, Salomón recompensó a Natán nombrando a su hijo mayor, Azarías,
superintendente y ministro de hacienda; a Zabub,
confidente y familiar suyo. Este título de “amigo del rey” era muy
apreciado en Israel en tiempos de los Macabeos. Ajisar ejercía
el cargo de visir o primer ministro.
Adoniram, abreviado en Adorara, era el prefecto de los tributos. En el reinado de David habían las tribus mostrado su
indiferencia por los intereses nacionales. Con
el fin de conseguir una mayor solidaridad en todo el reino, ideó
Salomón la creación de doce
prefecturas o distritos administrativos, al
frente de los cuales colocó un gobernador (nissib,
nissabim). Las doce prefecturas no correspondían a los límites de las doce tribus,
sino a los doce meses del año, debiendo
cada una, y según la estación, proveer por turno a las necesidades
de palacio, enviando harina, bueyes, ovejas, aves, frutas,
etc., y cebada y paja para los caballos
del rey. No eran arbitrarias las nuevas divisiones, que tendían a
quitar las barreras políticas de tribu, nocivas para el interés
de la nación. Parece que la división en doce prefecturas se aplicó
solamente a las tribus del centro y del norte; Judá
ocupaba un lugar aparte. La nueva división administrativa se
presenta en tres grupos: el primero comprende el territorio de la montaña de Efraím, con las posesiones de la “casa
de José,” al otro lado del Jordán, y las ciudades cananeas incorporadas
al reino; el segundo grupo comprende las
tribus del norte; el tercero, los territorios de Benjamín y de Gad.
El autor señala el nombre de los doce nissabim. Pero,
a causa de estar deteriorado el documento que copió, no se ha conservado
el nombre de los cinco primeros, dándose solamente el de sus padres.
Sin embargo, las listas administrativas de Ugarit indican más bien
que el uso del nombre patronímico
era común para los miembros de determinadas familias que estaban al
servicio del rey. A un hijo de Hur le tocó ejercer sus funciones
en la montaña de Efraím. Esta prefectura limitaba al sur con Baal
Hasor, al norte de Betel, y terminaba al norte en Abelmejolá, al mediodía de Betsán. Al frente del segundo
distrito destinó Salomón a un hijo de Decar, que fijó su residencia
en Maqas (quizá en el actual el-Muheizin, a quince
kilómetros al occidente de Betsemes). Al sur del Carmelo, limitando
en su parte meridional
con Afee y al oeste con el Mediterráneo, estaba el tercer distrito.
El gobernador residía en
Arubat, que acaso estaba en el lugar conocido hoy por tell-el-asawir,
a quince kilómetros al oriente de Cesárea. Al sur de Arubot estaba
Soco (hoy tell er-Ras). En Jefer, territorio de la llanura
de Sarón, pacían grandes vacadas pertenecientes a la familia real.
Al norte de esta prefectura se extendía la de Dor, entre Nahr ez-Zerqa,
al sur, y la ciudad
de Haifa, al norte. Las famosas ciudades cananeas de Tanac, Megiddo, Jibleam y Betsán entraban en el distrito gobernado por Baña,
que residía en el palacio salomónico de Megiddo. Al otro lado del
Jordán, en el país de Tob, Makir y Basán, vastos territorios regados por el Yarmuc y sus afluentes,
se extendía la sexta prefectura, que tenía a Ramot Galaad por
capital. Al sur de la misma, limitando
en su parte meridional con el Yaboc, estaba la prefectura de Majanaím.
La octava, la del territorio de Neftalí, al norte del lago de Genesaret,
se extendía desde un punto paralelo al extremo meridional del mismo hasta la gran curva que
forma el Nahr elLitani, al norte. A su lado
occidental, en el territorio de Aser, se extendía la novena prefectura,
que limitaba al norte con Nahr el-Qasimiye. La décima, la de
Isacar, limitaba al este con el Jordán y al oeste con Tanac y Megiddo.
Al norte de Jerusalén, entre Betel, al norte, y Jericó, al este, se
extendía la demarcación de Benjamín. Finalmente, la duodécima hallábase
en Trans-Jordania, entre el Arnón
y el Yaboc. Llama la atención que no figure Judá en esta lista, lo
que ha parecido tan anormal a algunos exegetas, que incluso
han modificado el texto para incluirla. Sin embargo, la
tribu de Judá se menciona implícitamente, por ser “el país” que tenía
al frente un gobernador particular; de la misma manera, en
asirio, matu, el país, designa la provincia central del imperio.
La paz reinaba en el interior y en
las fronteras del reino; Israel multiplicábase de día en día, con
una población numerosa como la arena del mar; reinaba en
el país un nivel de vida que engendraba alegría y bienestar; todo
el mundo tenía lo suficiente para comer y beber. El reino de Salomón
se extendía desde el río Eufrates
hasta el Mediterráneo y Egipto. Propiamente no se extendía hasta
el Eufrates el reinado de Salomón, pero puede interpretarse el texto
en el sentido de que los
arameos, que limitaban con el Gran Río, habían sido sometidos a tributo
por David, continuando el mismo trato durante el reinado de
Salomón. En confirmación de la grandeza de Salomón, refiere el autor
sagrado los gastos de la casa real, incluyendo
la guarnición de la capital. Diariamente consumíanse varios coros
de harina (koros en griego;
kor, karru, en asirio y babilónico), medida de capacidad para
sólidos, correspondiente al homer. Cada homer equivalía
aproximadamente a trescientos sesenta y cinco litros. Algunos, basándose
en el árabe, traducen la palabra barburim por cucos, que, según
Plinio, tiene la carne muy sabrosa. Dice el texto hebraico que disponía
Salomón de cuarenta mil establos
para sus caballos. Calculábanse tres caballos por carro. Los carros a disposición
del monarca son mil cuatrocientos. Cabe, pues, suponer que la tradición
judía tendía a
aumentar la gloria y magnificencia de Salomón multiplicando
el número de sus carros, caballos y consumo diario. En las excavaciones practicadas durante
los años 1928-1929 en Megiddo se descubrieron las cuadras de Salomón,
que medían cincuenta y cinco metros de largo, veintidós de
altura y cincuenta y cinco de ancho. Los dos grupos de cuadras descubiertas
podían albergar unos cuatrocientos cincuenta caballos. Alianza de Salomón con Hiram Como su padre había pedido a Hiram maderas de cedro
para su palacio,
también Salomón se dirige al monarca fenicio para que le mande maderas
de cedro y de ciprés. Según Flavio Josefo, Hiram sucedió en el trono
a su padre Abibaal y reinó treinta y cuatro años, a saber,
desde 979 hasta 945. En la cronología de
los reyes de Judá se calcula que Salomón reinó desde 970 hasta 930,
coincidiendo parte de su reinado con el de Hiram. No se excluye la
posibilidad de que David, en vez de tratar directamente
con Hiram, lo hiciera con el padre, de nombre Abibaal, con lo que
se armonizan los datos cronológicos
bíblicos y los de la historia universal. El nombre del rey de Tiro
es conocido en la Biblia bajo tres formas: Hiram, Hirom y Huram
(en los libros de las Crónicas). El nombre es una abreviación de A hiram, que significa
mi hermano (el dios Baal) es elevado, forma que se ha
conservado en la inscripción fenicia del siglo XIII a.C. sobre el
sarcófago de Hiram, rey
de Biblos. El rey fenicio emprendió grandes obras encaminadas al engrandecimiento
de Tiro, que en tiempos de David y de Salomón era la ciudad principal
de Fenicia. Había en el Líbano un bosque inagotable
de cedros que se exportaban a una y otra nación para la construcción y amueblamiento de edificios
suntuosos. El egipcio Wenamón dejó escrito el diario de un viaje desde Tebas a Biblos, hacia el año
1100, con el fin de comprar planchas de cedro destinadas a la construcción de la barca sagrada del dios Amón. David
utilizó para su palacio
maderas de cedro; Salomón quiso que en el templo de Yavé se emplearan
maderas de cedro, abeto o ciprés (berosh). El contrato entre Hiram y Salomón remonta a la unción de
éste por rey de Israel. A la felicitación
de Hiram responde Salomón que su padre David abrigaba el deseo de
levantar un templo a Yavé, que no pudo realizar a causa de
no habérsele dado la oportunidad de poner a sus enemigos bajo la planta
de sus pies; expresión que se inspira en la costumbre de poner
el vencedor su pie sobre el cuello del rey vencido. Basándose en lo
que se dice en Deut 12:10, cree Salomón que ha llegado el momento
en que, obtenida la paz dentro y fuera de las fronteras, ponga él
en práctica el proyecto de un templo nacional. Encarga a Hiram que
corte maderas de cedro, proponiéndole
el envío de obreros israelitas para ayuda de los sidonios en el corte
y arrastre de la madera. El nombre de sidonios aplicábase frecuentemente
a todos los habitantes de
la costa fenicia. Ajustándose a la mentalidad de su tiempo, reconoce
Hiram que Israel está bajo
la protección de Yavé, dueño y señor de Palestina, como BaalMelqart
lo era de Fenicia. En cuanto al transporte de la madera, Hiram propone,
como medio más económico y fácil, la utilización de la vía
marítima, embarcando el material en los diversos puertos de Fenicia
y desembarcando en Jafa, desde donde sería arrastrada hasta Jerusalén,
distante unos sesenta y ocho kilómetros . Ambos reyes estipularon lo que anualmente, mientras duraran
los trabajos, debía Salomón aportar
al rey de Tiro, consistente en veinte mil coros (homer; cada
coro equivalía a 365 litros) de trigo y veinte mil batos (el
bato era la décima parte del coro) de aceite kathith, o
sea, de olivas machacadas. Según
el texto hebraico, entregaba Salomón solamente veinte
coros de aceite, cantidad ridicula. Los trabajos se hacen a base de
prestaciones personales forzadas. Sobre los cananeos y extranjeros
(guer) recayó principalmente esta carga, pero tampoco
quedaron exentos de ella los hebreos. Treinta mil hombres, a las órdenes
de Adoniram, trabajaron
en esta magna empresa, turnándose en grupos de diez mil por mes, con
el fin de permanecer una
mensualidad en el Líbano y dos meses en casa para atender a sus respectivas
ocupaciones. A este número cabe añadir otro muy crecido dedicado al
transporte de la madera y a la
extracción de bloques de piedra, labores que ejercían los extranjeros,
sometidos a trabajos forzados. En las montañas de Judá se encuentran buenas canteras con
piedras y mármoles de excelente calidad. Gran parte de los bloques
de piedra para el santuario procedían probablemente
de mogaret el Kattan, que Flavio Josefo llama “cavernas de
los reyes,” junto a la
actual puerta de Damasco, de Jerusalén. Entre los obreros especializados
se citan los guibalenses,
oriundos de la ciudad de Gebal, la antigua Biblos. En cuanto al número
de trabajadores e inspectores, no van acordes los textos bíblicos
de los libros de los Reyes y de las Crónicas, debido al mal
estado de la tradición textual referente a los números.
Construcción
del templo de Jerusalén. Este hecho tiene una importancia extraordinaria
en la historia de Israel. Todos los santuarios particulares (Betel, Gabaón, Rama) perdían con el nuevo templo su importancia.
En tiempos de David tendíase a
una unificación nacional política y administrativa, dejándose subsistir
por razones diplomáticas el santuario de Gabaón, al lado del de Jerusalén.
Al levantar Salomón el templo de
Yavé, lograba la unificación
cultural y religiosa, no permitiéndose en adelante ofrecer sacrificios fuera de Jerusalén.
El pecado mayor de las tribus del norte fue contravenir esta
disposición sobre el santuario. Después del exilio, los judíos de
Egipto levantaron un templo en
Elefantina, y más tarde (siglo II a.C.) otro en Leontópolis. Pero
estas tentativas de escisión fueron siempre condenadas en Israel.
Levantóse el edificio al norte de la ciudad de David, en
los terrenos de una antigua era perteneciente
al jebuseo Areuna, llamado también Orna. El altar de los sacrificios
se levantaba sobre la llamada Roca Santa, que ocupa el centro de la
rotonda de la actual mezquita de
Ornar. Para otros, el santo
de los santos estaba emplazado en el lugar que ocupa
la mencionada Roca. Indicación cronológica El texto masorético afirma que la obra
del templo dio comienzo el año 480 después de la salida de Egipto, correspondiente al cuarto año del reinado
de Salomón. Esta última fecha se encuentra también
en la Vulgata y en la versión de Símmaco. Los LXX reducen los años
a 440; Flavio Josefo los hace remontar a 592. Pero cabe preguntar:
¿En qué fecha tuvo lugar la salida de los israelitas
de Egipto? Ya hemos visto en la introducción al libro de Josué que
existen dos hipótesis principales: una que pone el éxodo hacia los
años 1440 a.C.; una segunda señala el siglo XIII, en tiempos
de la XIX dinastía. Los partidarios de la primera hipótesis hallaban
el argumento principal en
nuestro texto al decir que tan grande acontecimiento tuvo lugar el
año cuarto del reinado de
Salomón. Ahora bien, este año coincide aproximadamente con 968, lo
que sugiere el año 1445 como fecha del éxodo. Pero es éste un argumento
frágil por tener el número 480 carácter simbólico,
como puso de relieve el P. Lagrange. En definitiva, el número 480
debe considerarse como dato cronológico “accidental y precario.”
El mes segundo es llamado Ziv, nombre fenicio y cananeo, y
corresponde al segundo mes de la primavera (marzo-abril). El templo era un edificio rectangular,
construido en dirección este-oeste, que se dividía en tres partes principales: el vestíbulo o pórtico (ulam) una grande sala (hecal),
lugar que más tarde se llamó convencionalmente “el santo,” y el
santuario íntimo (debir), o “santo de los santos”. El pórtico, la parte anterior del templo propiamente dicho, medía
20 por 10 codos, o sea, 11 metros de ancho por
5:50 de largo; se desconoce su altura. Del ulam se pasaba al hecal
(heikal, del babilónico ekallu, palacio; e-gal
= casa grande en sumero) por una doble puerta de madera de ciprés. Era
ésta la gran sala donde se desarrollaba
el culto. Medía 40 codos de largo, 20 de ancho y 30 codos de altura;
en total, unos 15 metros
cuadrados. Las medidas se dan en codos, cuyo valor preciso no puede
determinarse; lo único que
se puede afirmar es que el codo equivalía a algo más de medio metro.
Existían el llamado codo
menor, correspondiente a 45 centímetros, y el mayor, que se utilizaba
en las grandes construcciones sagradas, a 55 centímetros. La palabra shekufim, que deriva de una raíz verbal
que significa mirar desde lo
alto, habla de ventanas. Estas
ventanas hallábanse en la parte superior del muro del santo y tenían
la finalidad de alumbrar
y permitir la renovación del aire de la gran sala del culto. Galling
supone que se abrieron ventanas tanto en los muros que daban sobre la puerta como en
los laterales. Las ventanas estaban provistas de rejas. Junto a las paredes del hecal y
del debir se construyeron cámaras para alojar el personal al
servicio del templo. El término debir, designaba el lugar llamado
santísimo (Sancta Sanctorum). San Jerónimo, siguiendo a Aquila
y Símmaco, traduce la palabra por oraculum, aunque muestre
preferencia por locutorium, derivándola de dabar = hablar.
Pero el término debir viene de la raíz dbr = lo que
está detrás. Parece que del hecal se entraba al debir subiendo
un escalón. Ninguna ventana
iluminaba el lugar, cerrado por una puerta que raramente se abría.
En realidad habitaba Yavé en la oscuridad. La puerta de entrada de la planta baja se encontraba al
“costado derecho,” es decir, al sur. Por unas escaleras (lubim)
internas o externas, en forma de caracol, se subía a las habitaciones
del primero y segundo piso. Cada
piso tenía una altura equivalente a 2:70 metros, siendo la altura
total de 8,50. Por encima
de estas edificaciones laterales divisábase el muro del hecal y
del debir, que las sobrepasaba en algunos metros. Se
cree comúnmente que estos edificios, además de servir de alojamiento
a los sacerdotes y empleados del templo, eran utilizados para almacenes,
depósitos, etc. Los muros del interior fueron recubiertos con planchas de
cedro, empleándose la madera de ciprés para la pavimentación. En el
interior no eran visibles las piedras de los muros. Ya hemos dicho
que del hecal se entraba en el debir, la parte posterior
del edificio, lugar santísimo, que medía 10,50 metros de largo, ancho
y altura. En este lugar santísimo, oscuro y en forma de cubo, debía
colocarse el arca de la alianza, dentro de la cual se conservaban
las tablas donde estaban escritas las condiciones de la alianza de
Yavé con su pueblo. En el debir, lugar santísimo,
residía la divinidad. El acceso a este lugar se hacía a través de
una puerta de dos hojas, de madera de olivo. Todo su interior estaba revestido de oro. Delante de
la puerta, al exterior, se levantó el altar de los perfumes,
de madera de cedro. No tenía entonces el oro el valor que ha alcanzado
hoy; los doradores empleaban hojas de oro, que aplicaban sobre la
superficie. En el debir ocupaba un lugar
destacado el arca de la alianza, sobre cuyas extremidades había dos
querubines de oro con las alas extendidas. Además de éstos, se modelaron otros dos con madera
de olivo salvaje (shemen), de 5:25 metros, cuya configuración externa correspondía probablemente a
cuadrúpedos alados con cabeza humana. Las
grandes alas desplegadas de los querubines ocupaban toda la anchura
del debir, en cuyo centro estaba el arca. La palabra querubín viene del
acádico karabu = bendecir, y particularmente del participio
karibu, que era el término técnico para designar una divinidad de segunda categoría
que intercedía por los hombres delante de los dioses supremos. Los
querubines que se mencionan en la Biblia tienen diversas misiones.
Los dos querubines del arca, que con sus alas desplegadas tapaban
el capporeth, el propiciatorio,
crearon la expresión bíblica de
que Dios habla en medio de dos querubines. Significan ellos
la presencia de Dios, que
tiene su “trono sobre los querubines”. Con estos dos querubines pueden
relacionarse los de madera de olivo colocados en el debir, “de
pie y con los rostros vueltos a la entrada de la casa”, considerados
como guardianes y custodios del santuario. La misión
de los querubines bíblicos coincide en líneas generales con la que
tenían en la antigüedad pagana.
Los querubines alados del cenotafio de Setis I tienen mucho parecido
con los querubines del arca.
De la misma manera pueden éstos relacionarse con los dos genios que,
uno frente a otro, de pie
o de rodillas, se ven en los muros exteriores del naos, o cofre
sagrado de los templos egipcios, y también con los cuatro dioses
que con los brazos abiertos y alas desplegadas protegen el sarcófago
de Tutankamon. Pero, aunque existan analogías externas entre los querubines paganos y los bíblicos, sin embargo, cabe tener presente que estos últimos son de género indefinido, en tanto que en Egipto se habla de genios masculinos y femeninos. En la Biblia no se les rinde culto; están al servicio de Dios, sujetos a El y simbolizando su presencia. Su misión primaria es atestiguar que Dios está allí presente. Ningún atributo divino se les reconoce; no se les adora ni se les considera como protectores o mediadores entre Dios y los hombres. Los querubines son humildes servidores del Dios de Israel. La tradición les concederá un lugar entre la jerarquía angélica. Concretándonos a los querubines del arca, puede admitirse que los israelitas, en contra de la ley que les prohibía hacer imágenes y figuras, los representaron inspirándose en los karibi de Egipto, que, a su vez, fueron importados de Mesopotámia. Su misión principal en el templo era la de simbolizar la presencia divina y custodiar el lugar sagrado La puerta del debir era de madera de olivo silvestre,
y el dintel tenía forma angular. La puerta del hecal era cuadrangular,
de madera de ciprés, con dos hojas giratorias, lo que permitía a los
sacerdotes la entrada para el servicio cotidiano sin necesidad de
abrir todo el portal. Fuera y alrededor del templo había un atrio
cuadrangular, que, en oposición a otro mayor, llamóse
atrio (haser) interior o sacerdotal. En medio estaba el altar
de los holocaustos, y a los
lados lo necesario para los ritos sacrificiales. Nos lo podemos representar
como un cercado con un muro
semej ante a los otros, de tres hiladas de piedra y una de vigas de
cedro para mayor consistencia. Empezada la obra en el mes segundo (ziv) del cuarto
año de Salomón, fue acabada en el mes de bul (octubre-noviembre)
del año II, de lo que se desprende que los trabajos duraron exactamente
seis años y medio. En el
texto se emplea una cifra redonda, de valor altamente simbólico. De
lo dicho se deduce que la construcción procedió lentamente.
No deben urgir se demasiado las analogías del mismo con los templos
de Egipto y de Mesopotamia. El palacio de Salomón Entre el relato de la construcción
del templo y la enumeración de los utensilios empleados para los sacrificios se intercala la noticia sobre la
construcción del palacio salomónico. La descripción del
edificio es somera e incompleta. Se hace solamente hincapié en la
parte palaciega llamada “Bosque
del Líbano,” en el vestíbulo y salón regio. En la obra se invirtieron
unos trece años. Todos los edificios descritos levantábanse en la
zona sur de la explanada del templo, a continuación de la ciudad
de David. La casa del “Bosque del Líbano” se llagaba así por sus muchas columnas de cedro, que daban la impresión de una selva de cedros del Líbano. Medía algo más de 68 por 6 metros, iluminada por tres series de ventanas. Tres hileras de quince columnas sostenían las habitaciones y el techo del edificio, tenía una altura total de 15 metros. En su estructura, los artífices se inspiraron en los famosos atrios de Egipto, especialmente en la gran sala del templo de Karnac. Los LXX hablan de tres series de cuarenta y cinco columnas cada una, lo que elevaría el número total de las mismas a ciento treinta y cinco, igual que en el mencionado templo de Karnac. En la gran sala celebrábanse las fiestas, servía de arsenal y se guardaban los quinientos escudos de oro de la guardia real. En el salón del trono, o sala de justicia, dirimía
Salomón las cuestiones judiciales.
Sus paredes estaban recubiertas de madera de cedro desde el suelo
hasta el techo, o como dice el texto masorético, “desde el suelo hasta
el suelo.” En el v.8 se cita la habitación privada
de la familia real; la casa de la reina, la hija del Faraón . El texto
sagrado no especifica la causa de otorgar esta distinción a
la esposa egipcia; acaso fuera por escrúpulos religiosos
de la princesa o porque se creía superior a las otras esposas reales,
pero no parece que se le diera el título de guebira, como
a la reina madre, Betsabé. El artífice recibió el nombre de Hiram
por parte de su padre adoptivo, por pertenecer por su padre a la tribu
de Neftalí. Habiendo quedado viuda su madre, emigró con el hijo a
Tiro, en donde se casó de nuevo con un hombre del
país, obrero especializado en trabajar el bronce
y maestro insigne de su hijo adoptivo. Este alcanzó gran fama en Tiro,
siendo considerado como el artífice
más capacitado y completo de sus dominios. Dios tenía destinado para
el nuevo templo un artífice
de la talla de Beseleel. La nacionalidad de la mayoría de los artífices
del templo y del palacio explican en parte el origen y naturaleza
de algunas decoraciones. Las dos columnas de bronce Las dos columnas de bronce estaban
delante del pórtico,
a ejemplo de los obeliscos que se levantaban delante de los templos
egipcios
y de Fenicia (Korsabad, Tiro, Hierápolis). Se les ha equiparado a
dos gigantescos candelabros
o dos indicadores permanentes para el cálculo de los equinoccios.
Otros les dan un significado simbólico: dos columnas
entre las cuales el sol se levanta al este; “árboles
de vida”; columnas de nube y de fuego, que acompañaron a los
israelitas por el desierto. A la de la derecha se llamó Yakin;
a la de la izquierda, Boaz, palabras que significan, respectivamente, “que asegure” y “por él la fuerza.”
Según B. Y. Scott, las dos palabras hebreas son los dos vocablos con los que empiezan los oráculos dinásticos
inscritos en las columnas, significando que “Yavé establecerá su trono perpetuamente;
en la fuerza de Yavé, que el rey se alegre.”
En 586 fueron reducidas a pedazos y llevadas a Babilonia.
El mar de bronce Tratábase de un gran pilón de bronce,
sostenido por doce figuras de toro, que servía
para depósito del agua necesaria para los servicios del templo. De
este famoso pilón se ocupan varios
textos bíblicos. Tenía una capacidad para cerca de 44.500
litros, pero advierte Barrois que las dimensiones que señala el texto
contradicen a las medidas lineales del mar de bronce. Todas
las cifras dadas son exageradas y desproporcionadas en relación
con otros recipientes encontrados en las excavaciones arqueológicas.
El mar de bronce estaba al lado derecho del templo, al sudeste,
destinado a las abluciones de los sacerdotes. No sabemos cómo ni de
dónde llegaba el agua a este “mar de bronce,” al que muchos
críticos independientes dan un significado simbólico. Se sacaba el
agua o por medio de grifos o con cubos, valiéndose de una escalera
para alcanzar el borde del pilón. Subsistió en su lugar hasta el reinado
de Ajaz. A su vuelta de Damasco “quitó el mar de encima de los toros
de bronce, que estaban debajo, y le colocó sobre un solado de piedra”
. Siendo muchos los sacrificios cotidianos que se ofrecían,
hacíase gran consumo de agua. De ahí que,
además del pilón de bronce, se disponía de diez pilas más pequeñas
(mekonoth), en forma cuadrangular,
montadas sobre ruedas, con facilidad de trasladarse de un lugar a
otro. Los detalles de estas
basas de bronce son difíciles de precisar por los términos
técnicos empleados. Sin embargo, da el texto ideas muy aproximadas
acerca de su capacidad, de la facilidad de movimientos, de su utilidad en los servicios
de limpieza y de la variada
ornamentación que presentaban. Como motivos ornamentales empleáronse
figuras de toros, leones y querubines, que, según Dhorme, tenían
la misión de proteger las basas contra cualquier intento de los malos
espíritus. Por comparación con las basas similares encontradas en
Larnaca, Enkomi, Chipre y Megiddo,
parece que tales ornamentaciones hallábanse en los misgueroth
Otros utensilios y resumen Para los sacrificios eran necesarios
los calderos, en los que se hervía la carne; las palas se utilizaban
para retirar las cenizas y transportarlas fuera del recinto sagrado;
empleábanse las tenazas para extraer las carnes
del interior de los calderos; en los cuatro cuernos del altar había cuatro copas que recogían la sangre de las víctimas.
Dentro del santuario, los utensilios
eran de oro. El altar de los perfumes estaba construido
con madera de cedro recubierto de oro. Lls
panes de proposición (lehem hapanim = panes del rostro), también
revestido de oro; diez candelabros además de numerosos y variados
utensilios, tales como amparas,
copas, tazas, cuchillos, basas, braseros. El famoso candelabro de
los siete brazos, de oro
puro se encendía al atardecer y se apagaba en las
primeras horas de la madrugada. Todo
el oro y la plata que David adquirió en sus
campañas contra los árameos, moabitas, amonitas, filisteos y amalecitas
fue consagrado a Yavé La solemne dedicación del templo constituía el sueño dorado de Salomón. Finalmente,
Yavé tenía
su casa, mucho más suntuosa que cualquiera
de las que había habitado anteriormente.
Ya no era Yavé un Dios peregrino,
que iba de un lugar a otro, de una tienda a un tabernáculo.
A Salomón, rey pacífico, le tocó el honor de levantar un templo digno
a Yavé. Se terminó el año undécimo
del reinado de Salomón, en el mes octavo,
correspondiente a octubre-noviembre. La dedicación, que se inicia
con el traslado del arca de la alianza, efectuóse en el mes
séptimo (septiembre-octubre). ¿En qué año del reinado de Salomón tuvo lugar tan gran acontecimiento? Unos creen que fue el año
12, es decir, once meses después de terminada la obra; otros retrasan
la ceremonia hasta el año
20 de su reinado. El arca de la alianza era el símbolo
del pacto existente entre
Yavé y su pueblo y una prueba de su presencia en medio de éste. Vimos
que el arca se encontraba en Silo, desde donde
fue sacada para acompañar al ejército en guerra contra los filisteos.
Olvidada casi por mucho tiempo en Quiriat-Jearim, fue trasladada solemnemente
a Jerusalén, siendo colocada en medio del tabernáculo que David había alzado
para ella. De este refugio va a sacarla Salomón para llevarla
procesionalmente “de la ciudad
de David, que es Sión”, al nuevo templo. En el solemne acto
toman parte los ancianos de Israel,
los jefes de las tribus y los príncipes de los padres (aboth) de
los hijos de Israel. Con
la última expresión, que falta en el texto griego, se designan los
príncipes de las casas paternas, o sea, los padres. El traslado
efectuóse en el mes de Etanim, séptimo. La
fiesta de que se habla es la de
los Tabernáculos. El traslado coincidió con el quince
del mes, primer día de la fiesta. Los sacerdotes llevaban el arca y el tabernáculo de la reunión, o sea, la tienda que albergó el arca. En el texto hebraico se añade que los levitas tomaron parte en la ceremonia, que propiamente les pertenecía. Delante del arca marchaba Salomón y todo el pueblo sacrificando muchos animales. El arca fue depositada en el debir, debajo de los querubines. Con ello toma Yavé posesión de su templo y lo santifica con su presencia. Tan pronto como los sacerdotes hubieron abandonado el debir;
una vez depositada allí el arca, una
nube misteriosa se esparció por el hecal, o templo propiamente
dicho, anunciando y velando
al mismo tiempo la presencia de Yavé. Los
sacerdotes comprendieron el
excelso simbolismo de aquella nube, por lo cual, temblando,
se retiraron, no siéndoles posible pisar la habitación de Yavé ni
acercarse al altar de los perfumes. Los trabajos del templo y de la casa de Salomón duraron
muchos años, no siendo posible determinar
cuántos, por no saber si los trabajos de la construcción del templo
efectuáronse contemporáneamente con los de ornamentación por
parte de Hiram. Tampoco es fácil determinar cuándo Hiram se quejó de
las ciudades que le había entregado Salomón. Este había pagado el material
que le mandó Hiram y abonado los sueldos a los obreros del rey de Tiro.
Pero lo presupuestado era insuficiente,
por cuanto las deudas de Salomón debían de ser muchas, y los gastos
de palacio, muy subidos. Por lo mismo, un nuevo contrato se firmó
entre ambos reyes: Salomón entregó
a Hiram veinte aldeas de Galilea a cambio de ciento veinte talentos
de oro, o sea, alrededor de cinco toneladas, y quizá más, en caso de
que se acepte como medida el talento babilónico, de un peso aproximado
de sesenta kilogramos. Según una costumbre existente en el Próximo Oriente,
que remontaba al segundo milenio, los reyes se consideraban hermanos.
El nombre de Cabul se ha conservado
en una aldea que se halla a quince kilómetros al este de Acre. Probablemente
se trata de un juego de palabras: Kabul, de kebal, que
significa “como nada,” aludiendo a la apreciación que hizo Hiram
de las aldeas que se le habían entregado. Salomón, constructor De norte a sur del reino Salomón construyó plazas fuertes, tales
como Jasor, Megiddo,
Bet-Horón y Guezer. Dos fortalezas se levantaron en el sur, Balaat y Tamar, en el desierto, hacia el sudeste de la punta
meridional del mar Muerto, que protegían
el camino del bronce. En todo el territorio estableció ciudades de almacén,
al frente de las cuales puso un prefecto, construyendo asimismo otras
que guardaban los carros de guerra
y las caballerías. El peso de todos los trabajos recayó sobre
los extranjeros que los judíos no habían aniquilado en la conquista
de Canaán, y que existían en gran cantidad en el país. Los trabajadores
estaban divididos en escuadrones mandados por jefes, al frente de los
cuales figuraba Adoniram. Pero llegó un tiempo en que la mano de obra
extranjera no alcanzaba, empleándose entonces a obreros israelitas (como
leñadores en el Líbano o en las canteras de Palestina. Una fuente de riquezas para Salomón
eran las minas del Araba, al sur del mar Muerto, como
han puesto al descubierto las excavaciones practicadas en tell-el-Heleifeh,
la antigua Asiongaber, en el
golfo de Aqaba, junto al actual puerto de Alat o Eilat. En Asiongaber
construyóse una fundición
de hierro y bronce, minerales que se extraían de las minas vecinas,
cuyas instalaciones se protegieron contra los posibles ataques
de Hadad, rey de Edom. Es ésta la más vasta y grandiosa instalación
de este género que se conoce en los territorios del antiguo Oriente
Medio. Con el fin de poder explotar
el mineral y exportarlo, Salomón, de acuerdo con Hiram, construyó una
flota, que lanzó sobre las aguas del mar Rojo hacia los países de Ofir.
Las naves que hacían este servicio de exportación e importación
llamábanse “naves de Tarsis,” esto es, naves al servicio de las fundiciones
de Asiongaber. Esta flota salomónica llevó la fama del rey hebreo hasta
lejanos países La reina de Saba, en Jerusalén La reina de Saba (Sheba) encaminóse
a Jerusalén acaso movida por una doble finalidad: preparar un tratado comercial y admirar la sabiduría del soberano.
Las naves hebreas y de Tiro que surcaban
los mares ponían en peligro el comercio que se efectuaba hasta ahora
entre pueblos y continentes por medio de las famosas rutas caravaneras.
La reina de Saba, viendo mermados sus intereses,
dirigióse a Jerusalén para pactar con Salomón y llegar a un acuerdo
comercial. Diversas veces aparece
en la Biblia la palabra Sheba. Se coloca
el país de Saba en relación con Kus y Etiopía, y en Gen 10:7, con Dedán.
Ambos pueblos no estaban lejos de Tarsis. La reina presentóse con numeroso séquito y con camellos
cargados de aromas, oro y piedras preciosas. Gustaban mucho los orientales
de proponer y solucionar enigmas.
Emplea la reina una fórmula de bendición corriente en la que
se emplea el nombre de Yavé, lo cual no quiere significar que reconociera
a Yavé por único Dios, sino expresar
que Israel estaba bajo la protección de un Dios muy activo y solícito
de su nación, en comparación
con otros de otras naciones. Cristo alude a la visita de la reina de
Saba a Salomón para condenar la incredulidad de los judíos de
su tiempo. Antes de marcharse hizo la reina cuantiosos regalos a Salomón. También Hiram
entregó a Salomón ciento veinte talentos de oro, o sea, más de
tonelada y media.
El oro que llegaba cada año a Salomón
tenía un valor fabuloso. Comenta Colunga que la suma de seiscientos sesenta y seis talentos de oro es colosal. El talento equivalía
a tres mil siclos; éste a unos catorce gramos; luego el talento correspondía
a cuarenta y dos kilogramos de oro. La suma de seiscientos sesenta y
seis talentos equivale a unas veintiocho toneladas de oro, o sea, setenta
y ocho millones de pesetas oro. Pero puede ser que el número seiscientos
sesenta y seis, que reaparece en Ap 13:18 como nombre de la bestia,
tenga sentido simbólico. La cifra puede provenir de la suma de ciento
veinte, más cuatrocientos veinte, más ciento veinte. Construyó Salomón
muchos escudos de oro, doscientos de los grandes que cubrían todo
el cuerpo, y trescientos de los pequeños. Para cada uno de los
primeros se utilizaron seiscientos
siclos de oro (unos 6:7 kgs.); para los segundos, tres minas de oro
cada uno (2,07 kgs.). El
trono construido llamábase de marfil por contener muchas incrustaciones
de este material. Empleábase el marfil para la fabricación de muebles
en Fenicia, Siria, Palestina, Mesopotamia
y Egipto. Las mejores fuentes de riqueza eran las famosas naves
de Tarsis. Mucho se ha discutido acerca del significado de la palabra
Tarsis, que acaso corresponde
a fundición; las naves de Tarsis exportaban a las diferentes
naciones los metales de las fundiciones de Asiongaber, cobrando la mercancía
en oro. El texto bíblico habla siempre
de “naves de Tarsis”. En algunas ciudades concentró Salomón los carros de combate,
desconocidos antes en Israel. Según el códice B, disponía Salomón de
cuatro mil carros, con tres hombres cada uno, obteniéndose de esta manera
la suma de doce mil jinetes adictos al servicio de los carros de combate.
Los caballos importábanse de Coa, pequeña ciudad de las costas de Cilicia;
Musri hallábase al norte de la misma región, cuya riqueza principal
consistía en la cría de caballos (Herodoto, 3:90), entregando
anualmente trescientos caballos blancos a Darío. Salomón negociaba con
los caballos de Musri y Coa; los traía de allí para él y para
los países vecinos, Siria y el reino de los hititas, a quienes los revendía
a precios más remuneradores. Las mujeres extranjeras y la idolatría Próspero en todos los órdenes había
sido el reinado de Salomón. De su padre recibió un reino pacífico en el interior y exterior; todos sus contrincantes
fueron eliminados. Dios le eligió entre los otros hijos de David para sucederle en el trono; le
colmó de sabiduría y de bienes, imponiéndole
únicamente la obligación de mantenerse fiel a Dios y de observar sus
preceptos y mandamientos. Pero, a
medida que crecía su fama y amontonaba riquezas, dejóse arrastrar por
los sentimientos del corazón
hasta ofuscar su privilegiada inteligencia. No supo administrar sus
riquezas ni su gloria con moderación. La conciencia de su superioridad
le llevó al despotismo, tratando a sus subditos con severidad en vez
de amarlos como padre. La misma piedad era más espectacular que
nacida del corazón. Su ansia de gloria llevó a Salomón a concertar tratados
con reyes extranjeros, a
recibir comisiones de los pueblos gentiles, a contraer matrimonios con
numerosas princesas paganas. Las muchas mujeres de variada procedencia
y religión llegaron a cautivar su corazón
a medida que avanzaba en años hasta arrastrarlo a rendir culto a dioses
extranjeros. Si a la hija
del Faraón le concedió una habitación separada, ¿cómo negar a ella y
a las otras su deseo de tener
un lugar de culto para sus respectivos dioses? A causa de las muchas
mujeres extranjeras, el reino del gran monarca israelita empezaba
a resquebrajarse; los profetas, antes fervientes admiradores suyos,
no dudaron en declarársele en contra; el pueblo, agravado por tasas
y trabajos, anhelaba un cambio de cosas.
Era costumbre antigua entre los reyes
trabar amistad con otros monarcas con el envío de una o más hijas para el harén real. A Salomón se le hicieron
innumerables ofrecimientos, porque todos deseaban la amistad de un monarca tan sabio y rico.
Otras mujeres y concubinas entraban en el
harén para cancelar una deuda o un impuesto. Sin embargo, el número
de las mujeres y concubinas que señala el texto es exagerado. En el
Cantar de los Cantares se habla de sesenta reinas y ochenta concubinas;
el número total de mil que señala el texto es una hipérbole manifiesta,
encaminada a poner de relieve la grandeza de Salomón, que en Oriente
se mide principalmente por el número de mujeres del harén. La idolatría
era considerada como el mayor de los pecados. Salomón rindió culto a Astarté, la
diosa principal de los fenicios y sidonios, asociada al dios Baal. De Milcom sabemos que era el supremo dios de los amonitas,
al que se ofrecían niños
en holocausto. Los moabitas reconocían al dios Gamos. De
él se habla en el obelisco de Mesa. Los altares de estos ídolos fueron
levantados en la vertiente occidental
del monte de los Olivos, enfrente del templo de Yavé, constituyendo
un grave escándalo para el judaismo. Desde estos
tiempos arranca la denominación de monte del Escándalo que se
da a la parte extrema sudoccidental del mencionado monte. Este pecado
debía atraer sobre Salomón un castigo
ejemplar, anunciándosele la división del reino en el interior y la aparición
de enemigos en las fronteras. No sabemos si se valió Dios de
un profeta para anunciar estos castigos a Salomón. Enemigos externos de Salomón Dos fueron los principales enemigos que amenazaron las fronteras
del reino salomónico: Hadad, de la
sangre real de Edom, y Rezón, creador del reino de Damasco. En cuanto
al primero, se amplía aquí la noticia del ataque de David contra
Edom y el ensañamiento contra el mismo. Una vez vencidos los edomitas,
Joab se ensañó contra los varones del país, a quienes persiguió durante
seis meses. Hadad, de la familia real, logró escapar a tierras de Madián,
al sudeste de Edom, y de allí a Egipto. Hadad es el nombre del dios
cananeo del cielo y de las tempestades, que llevaron anteriormente
otros dos reyes idumeos. Hadad marchó a Egipto
por existir quizá entre ambos países relaciones cordiales, ya que en
el papiro Anastasi VI de la
XIX dinastía se autoriza a una tribu edomita para que apaciente sus
ganados junto a Pithom. En su huida atravesó Hadad el desierto de Farán, al norte de la península
del Sinaí. El Faraón, probablemente
de la XXI dinastía, recibiólo amigablemente, hasta el punto de entregarle
a Ano, su cuñada, por esposa. El texto masorético llama Tahpenes a la
reina, palabra que, según algunos, debe cambiarse en tahmenis haguebirah
= grande esposa del rey. La mutilación del título egipcio proviene,
probablemente, de su asonancia con el nombre de la ciudad, Tahpankes
o Takhpankhes. La reina adoptó al hijo de Hadad, llamado Guenubat,
que fue educado juntamente con los hijos del rey. A la muerte de David
y de Joab pidió Hadad autorización para regresar a su patria, llevando
en el corazón un gran odio contra los israelitas. Rezón, subdito de Hadadezer, rey de Soba, se proclamó jefe
de una banda, instalándose en Damasco, donde inició el reino que más
tarde se convertiría en un enemigo peligroso del reino del Norte, separado
del de Judá. Jeroboam El enemigo más peligroso para Salomón y su reino fue Jeroboam, capataz de los trabajos del terraplén entre la ciudad de David y el templo. Era efraimita de nacimiento, de la ciudad de Sareda, en el actual Deir Ghassaneh, a treinta kilómetros al este de Jafa y a ocho al sudeste de Rentis, patria de Samuel. La madre de Jeroboam es llamada Seruah, leprosa, por considerar los glosadores que el cisma fue como la lepra y un adulterio para Israel. Probablemente se llamaba Seruyah, Sarvia, como una hermana de David. Jeroboam veía con indignación que, mientras la tribu de Judá gozaba de un régimen de excepción, toda la carga de las obras recaía sobre los efraimitas. Jeroboam, joven, valiente, dirigía los trabajos, pero sentía la causa de sus hermanos de tribu. Seguramente que debió él maquinar desde tiempo algún complot contra la política del rey en connivencia con las tribus del norte. A la misma tribu pertenecía Ajías, de Silo, a quien algunos críticos incluyen entre los confabulados para protestar por la decadencia del templo de Silo, absorbido y desplazado por el de Jerusalén. Pero, como dice el texto, reconoció Ajías los méritos de David y los privilegios de Jerusalén como ciudad escogida por Dios. Con una acción simbólica profetizó la división del reino, reservando una tribu para el hijo de Salomón y entregando a Jeroboam las diez restantes. Siendo doce las tribus, se pensó en corregir el texto, escribiendo dos tribus (de Judá y de Benjamín) en vez de una. Las diez partes representan el bloque de las tribus norteñas. Las otras dos piezas del manto simbolizan la tribu de Judá, con la que habíase fusionado la de Simeón; pero acaso se trata de la tribu de Benjamín, que se asoció a la de Judá, con la que jugó un papel importantísimo. Las palabras del profeta no son ni fórmulas geométricas ni ecuaciones algebraicas. Ajías achaca a Salomón su apostasía,
pero calla las otras causas que aceleraron la división de su reino. Conoce Ajías las ambiciones de Jeroboam,
al cual promete una dinastía perdurable en caso de que religiosamente imite a David. Jeroboam
pudo escapar de manos de Salomón huyendo
a Egipto, cerca del faraón Sesac, llamado Soshenq, fundador de la XXII
dinastía, que reinó aproximadamente los años 950-929 a.C. De él se ocupará
más tarde nuestro autor. Jeroboam
tomó en Egipto por esposa a Ano, hermana mayor de Thekemina,
mujer de Faraón.
Historia
Sincrónica de los Reyes hasta Ajab y Josafat Salomón había bajado al sepulcro dejando
a su hijo en herencia un descontento general en el interior. Antes de morir habíanse renovado los conatos
de independencia de las tribus del norte a causa del trato desigual
de que eran objeto con relación a los de Judá, que la conducta abiertamente imprudente de Roboam sellaron definitivamente.
Roboam dispuso que la ceremonia de la proclamación como nuevo rey de Israel se celebrara en Siquem,
lugar donde se produjo la primera tentativa de la monarquía. A las razones históricas se añadieron otras
consideraciones de orden social. Las tribus norteñas eran más
ricas económicamente que Judá; sus tierras,
más feraces; sus ciudades, más abiertas a las grandes vías comerciales,
lo que originó un nivel de vida superior, una cultura más refinada.
Desde el punto de vista religioso, Siquem guardaba
el sepulcro de José. Abraham había estado allí; Jacob había morado grandes
temporadas en sus inmediaciones. Además, ¿no había sido contaminada
Jerusalén por los santuarios extranjeros? El numeroso harén real creó
en la capital un ambiente de sensualidad y cierto sincretismo religioso.
No solamente las reinas acudían a los templos de sus respectivos dioses,
sino también la servidumbre, el séquito, los mercaderes extranjeros,
los simpatizantes. Los mismos israelitas debían ser, en parte, los proveedores
de víctimas y de cuanto se necesitaba para los sacrificios a
los ídolos. El acto de señalar a Siquem como lugar de su proclamación
como rey fue un acierto diplomático de Roboam. No sabemos si Jeroboam
estuvo o no presente en la ceremonia, ya que había abandonado Egipto
tan pronto como se enteró de la muerte de Salomón. Roboam fue a Siquem por haberse reunido en Siquem todo Israel para proclamarle rey. Así que lo oyó Jeroboam, hijo de Nabat, que estaba en Egipto, adonde había huido de Salomón, se volvió de Egipto. Y hablaron a Roboam diciendo: “Tu padre hizo muy pesado nuestro yugo; aligera tú, pues, ahora esta dura servidumbre, y te serviremos.” El les respondió: “Id y volved a mí dentro de tres días.” Fuese el pueblo. El rey Roboam consultó a los ancianos que habían estado cerca de Salomón, su padre, durante su vida, diciéndoles: “¿Qué me aconsejáis que responda a este pueblo?” Y ellos le dijeron: “Si ahora te rindes a este pueblo y le complaces hablándole blandas palabras, te estará siempre sujeto.” Pero Roboam no siguió el consejo de los ancianos, y consultó a los jóvenes que se habían criado con él y le rodeaban, diciéndoles: “¿Qué me aconsejáis que responda a este pueblo que así me habla: Aligera el yugo que tu padre nos impuso?” Y los jóvenes que se habían criado con él le dijeron así: “Habla de este modo al pueblo que te ha dicho: Tu padre hizo muy pesado su yugo sobre nosotros; aligéralo tú. Habíales así: Mi dedo meñique es más grueso que los lomos de mi padre. Ahora, pues, mi padre os cargó con pesado yugo, y yo haré vuestro yugo más pesado todavía. Mi padre os azotó con azotes, y yo os azotaré con escorpiones.” Vino a Roboam, pues, todo Israel al día tercero, según lo que había dicho el rey: “Volved dentro de tres días”; y el rey respondió al pueblo duramente, dejando el consejo que le habían dado los ancianos, y le habló así, según el consejo de los jóvenes: “Mi padre hizo pesado vuestro yugo, y yo lo haré más pesado todavía; mi padre os azotó con azotes, y yo os azotaré con escorpiones.” Desoyó, pues, el
rey al pueblo, porque así lo disponía Yavé para cumplir
la palabra que El había dicho por medio de Ajías, de Silo, de Jeroboam,
hijo de Nabat. La respuesta insolente del rey pone
en boca de la muchedumbre el grito separatista lanzado en otro tiempo por Seba. La escisión del pueblo era un hecho:
Roboam dominaría sobre Judá y Benjamín, mientras que las diez tribus
del norte se unirían bajo Jeroboam. Varias causas
contribuyeron a esta división. En el colmo de la imbecilidad, no encontró
Roboam otro funcionario para atraer y reducir a los del norte que
el odiado Adoniram, jefe de los tributos.
Dios obceca a los que quiere perder. Vuelto el rey a Jerusalén, trató
de reducir a los separatistas
por la fuerza, pero le disuadió el profeta Semeyas. Según algunos
textos, solamente la tribu de Judá obedeció a Roboam; sin embargo,
parte de Benjamín, en cuyo territorio se encontraba Jerusalén, se
unió al reino del sur, en tanto que Jericó se adhirió al del norte.
Con el fin de defender el nuevo reino,
fortificó Jeroboam las ciudades de Siquem y de Penuel. Se identifica esta última con Tulul ed-Dahab, en
la ribera del Yaboc, a unos once kilómetros al este del Jordán. Pensó en rehabilitar los dos santuarios antiguos:
Dan, en los confines septentrionales, y Betel, en el límite sur, lugar donde existían recuerdos
venerandos de los tiempos de
los patriarcas y en donde se ofrecían sacrificios en tiempos de los jueces. Jeroboam repite las palabras que pronunció
Aarón después
de haber construido el becerro de oro. Al rey se le ocurrió representar
a Yavé en forma de becerro por influencias religiosas paganas
de Palestina y Siria, en donde el becerro era considerado como símbolo
de fecundidad y de fuerza, atributos del dios cananeo Baal-Hadad.
En Israel no se practicaba propiamente la idolatría, ya que no se adoraba a dioses
extranjeros, sino que se representaba a Yavé bajo la forma de un toro
o becerro; lo que se oponía, sin embargo, a la
ley sobre la representación sensible de la divinidad. Además, con
esta práctica Jeroboam ponía el yavismo al nivel de las otras religiones
paganas, creando una especie de sincretismo religioso y una
gran desorientación. ¿Cómo distinguirá el pueblo entre
el toro de Yavé y el de Baal? Oseas escritores posteriores consideran
este culto de las imágenes como una verdadera apostasía. Es
posible, además, que buscara Jeroboam un acercamiento
religioso con los cananeos, muy numerosos en su territorio. En todo
caso, consciente o no de sus actos, abría
Jeroboam las puertas del sincretismo religioso Para el servicio de los nuevos santuarios creó sacerdotes
a gentes que no pertenecían a la tribu de Leví; los sacerdotes y levitas
habían emigrado casi en masa a Judá. La institución
de sacerdotes que no contaban con títulos para ello fue considerada
como un gran escándalo
y un nuevo pecado de Jeroboam. Procuró conservar las festividades
principales vigentes en Judá, acomodándolas, sin embargo, a
la nueva situación. Retrasó un mes la fiesta de
los Tabernáculos, haciéndola coincidir con el término de la recolección
de la uva a fin de que la solemnidad y jolgorio fueran mayores.
El rey ofrecía sacrificios, considerándose rey teocrático y
sumo sacerdote. Por todo lo dicho, vemos cuan dudosos fueron los comienzos
del reino del norte desde el punto de vista religioso. Todos los profetas condenan la política
religiosa de Jeroboam. El profeta Ajías, que le anunció a Jeroboam
su elevación al trono de Israel, le predice la desaparición de todos los varones de la casa
de Jeroboam, tanto esclavos como libres, es decir, todos sin excepción.
En cuanto al hijo, morirá, sin que la madre pueda verlo todavía vivo;
pero, por ser inocente, se
le concederá el honor de la sepultura. Su muerte prematura es una
gracia que Dios le concede,
ahorrándole con ello la suerte que correrán sus familiares. Basa fue
el instrumento de que se valió Dios para llevar a término este
castigo. Jeroboam reinó aproximadamente del
año 931 hasta 910. No se han conservado detalles de su muerte; mereció
ser sepultado en el panteón familiar. La profecía de Ajías se refería
a su descendencia. Anuncia la deportación del pueblo
más allá del Eufrates, a tierras de Mesopotamia. El autor sagrado
enjuicia el reinado de Jeroboam exclusivamente desde el punto de vista
religioso. Parece que no tuvo éxito en sus guerras contra Roboam.
Roboam, rey de Judá Los primeros pasos de Roboam en la
escena de la historia hacen de él un tipo repugnante. Hombre
duro, imprudente, amante del lujo, despótico, fue el causante inmediato
del cisma de Israel. Un profeta
logró disuadirlo de que atacara a las tribus del norte, a las cuales
había exasperado con el
anuncio de su programa de gobierno, logrando evitar una guerra civil;
a pesar de ello, hubo guerra constante entre Roboam y Jeroboam. Lo peor de su
actuación fue la práctica de
la idolatría, a la que se entregó él y su pueblo. Hijo de una mujer
amonita, heredó de su madre el gusto por los ídolos. Su conducta
religiosa fue peor que la de cualquiera de los reyes antes existentes.
Edificáronse altos, lugares de culto a estilo de los cananeos.
Antes de la construcción del templo de Jerusalén sacrificaban los
israelitas legítimamente en lugares altos,
pero en estos lugares no existían representaciones idolátricas de
Yavé. Fue distinto a partir de Roboam, en que tales bamoth
apenas se diferenciaban de los altos cananeos. En las instalaciones de los bamoth se tendía a un
culto naturístico. Había allí altares para los
sacrificios y libaciones; piedras que
representaban la divinidad masculina, árboles o palos (asherim),
clavados en el suelo simbolizando la divinidad femenina. Para que tales palos se conservaran verdes cambiábanse con frecuencia.
Estos santuarios fueron prodigándose
por todas partes, erigiéndose preferentemente en los alrededores de
un manantial, en bosques frondosos, por ser dioses de la fertilidad
y fecundidad. La corrupción fue tanta, que se llegó a practicar con descaro la prostitución sagrada de ambos sexos.
Durante su reinado atacó a Palestina
el rey Sesac (Shoshenq) de Egipto. Esta invasión
está confirmada por una inscripción del templo de Amón en Karnac,
en la que se enumeran las ciudades
conquistadas. Se sabe que la acción del faraón fundador de la XXII
dinastía alcanzó al reino del Norte. Por la lista cabe deducir que las tropas
egipcias llegaron a Megiddo, pasaron por Sunem, Betsán, llegando incluso
a Majanaím, en Transjordania. Del reino de Judá se mencionan
las ciudades de Betorón, Guibetón. No puede darse mucho crédito a
esta lista de ciudades conquistadas ni concluir de ella que Sheshonq
hizo dos incursiones en Palestina,
una contra el reino del Norte y otra contra los territorios del Negueb
y de Edom, al sur, perdonando el reino de Judá por haberle
Roboam mandado un tributo. Según Noth, el rey egipcio no
se apoderó de Jerusalén, que no figura en la lista de ciudades conquistadas,
por haberle entregado Roboam
los escudos de oro, que reemplazó por otros de bronce.
Abiam, rey de Judá Abiam, o Abía, era hijo de Maaca, nieta de Absalón, por
Tamar, que se había casado con Uriel
de Gabaón. La palabra hija tiene aquí, como en otros
lugares bíblicos, un significado amplio. Difícil es armonizar los
datos cronológicos del texto por desconocer el sistema numeral
empleado y por no haberse conservado íntegros los números del texto
primitivo. Fue pésima la conducta
religiosa del rey; pero, por amor
a David, “le dio Dios una lámpara en Jerusalén,” es decir, le concedió que le sucediera su hijo en el trono. Reinado de Asa en Judá Entre Asa y el rey de Israel, Basa (909-886), hubo lucha
durante toda su vida. El rey de Israel subió
contra el de Judá, fortificando la ciudad de Rama. Abiam había ocupado
Betel, Jesana y Efrón con
sus dependencias, que Basa reconquistó y rebasó, presentándose con
su ejército a nueve kilómetros
al norte de capital del reino de Judá. Viéndose Asa en grave aprieto,
se desembarazó de su enemigo aliándose con Ben Hadad, rey de
Siria, a quien hizo entrega de todo
el oro que se había reunido en el templo y en el tesoro real después
del tributo pagado a Sesac. Ben Hadad era hijo de Tabrimón
(Rimmón es bueno). El nombre de Jezyón acaso debe cambiarse por Rezón, fundador
del reino de Damasco, Ben Hadad siguió la recomendación de Asa, atacando
a Israel y apoderándose de la totalidad de la tierra de Neftalí, incluyendo
la llanura occidental del lago de Genesaret.
Cayeron en su poder Dan, Abel-Bet-Maaca y el Kinneroth,
la llanura junto al lago de Genesaret. Política funesta la de
Asa, que dando prueba
de poca confianza en Dios, facilitó
la entrada en Palestina a los reyes y pueblos vecinos, ávidos
de encontrar un resquicio por donde infiltrarse en territorio de Canaán.
Al tener noticia Basa de la penetración en su territorio septentrional
de las tropas de Ben Hadad, abandonó Rama y
se dirigió hacia el norte. Quiso prevenir Asa otro ataque por el norte
fortificando las ciudades de Gueba de Benjamín
y Misfa. Asa los persiguió hasta Guerar,
siendo destruidos por “Yavé y su ejército”. En su vejez, Asa estuvo
enfermo de los pies, confiando más en los médicos que en Dios. Reinó
durante los años 911-870. Conservó
los lugares altos en los que se rendía culto a Yavé. A Jeroboam sucedió su hijo Nadab, reinando
durante los años 910-909. Fue malo como su padre. Mientras sitiaba la ciudad danita de Guibetón, en el
actual Tell-el-Melat, a cinco
kilómetros al este de Acarón cayó asesinado por Basa, de la tribu
de Isacar, que ocupó el trono de Israel los años 909-886. Fue Basa
el instrumento de que se valió Dios
para realizar el mensaje de Ajías. Fue Basa un hombre impío, “marchando
por el camino de Jeroboam,”
cruel, quitando de en medio a todos los descendientes de Jeroboam
a fin de deshacerse de todos
los presuntos rivales que le podrían disputar el trono. Reinó en Tirsa
El profeta Jehú Recibió Jehú, hijo de Janani, palabra de Yahvé contra Basa, diciendo: “Yo te he levantado del polvo y te hice jefe de mi pueblo, Israel; mas por haber tú marchado por el camino de Jeroboam y haber hecho pecar a mi pueblo, Israel, irritándome con sus pecados, voy yo a barrer a Basa y a su casa, y haré tu casa semej ante a la de Jeroboam, hijo de Nadab. El que de la casa de Basa muera en la ciudad será devorado por los perros, y el que de los suyos muera en el campo será comido por las aves del cielo.” Basa se durmió con sus padres y fue sepultado en Tirsa. Le sucedió Ela, su hijo. El oráculo de Jehú es parecido al de Ajías . El mismo profeta apostrofó más tarde a Josafat, en cuyo último lugar se cita “la historia de Jehú, hijo de Janani, que fue inserta en el libro de los reyes de Israel.” Basa no pertenecía a la familia real. Jehú le acusa de impiedad y de haber destruido la casa de Jeroboam. Aunque esta acción entraba en los planes de la Providencia, sin embargo, parece que Basa se ensañó y procedió con mala intención. Reinados de Ela, Zimri y Omri Poco se cuidó Ela (886-885) de los
negocios de su reino. Mientras banqueteaba en su palacio, su ejército combatía cerca de Guibetón. Le mató Zimbri
en el curso de una francachela
en casa de su mayordomo, en Tirsa. Por los pecados de Basa y de Ela,
exterminó Zimbri (885) “toda la casa de Basa.” Reinó Zimbri una semana. El ejército que acampaba cerca de Guibetón eligió por rey
a Omri, jefe del ejército, que reinó
durante los años 885-874. No fue reconocido rey por todo Israel, pero
sus partidarios vencieron a los de su rival Tibni, que cayó
asesinado. Los años del reinado de Omri parece que se computan
a partir de la efímera usurpación del poder por parte de Zimbri. Omri
trasladó a Samaria la capital del reino. Samaria estaba al
noroeste de Naplusa, en lugar estratégico, rodeada de tierras feraces.
Omri trató de sellar una alianza estable con Fenicia, casando
a su hijo Ajab con Jezabel, hija de Etbaal,
con la finalidad de mantener a raya a los árameos de Damasco. Según la inscripción de Mesa “Omri humilló por muchos años a Moab, porque
el dios Kemosh (Gamos) estaba airado
contra los de su tierra”. En las inscripciones asirias, Israel
es llamado mat Humri = tierra de Omri, denominación que emplea
todavía Salmanasar III veinte
años después de la muerte del rey de Israel. No parece,
sin embargo, que tuviera éxito en su lucha contra los árameos
Ajab, rey de Israel Ajab subió al trono de su padre, reinando desde el año 874
hasta 853. Tomó por esposa a Jezabel,
hija de Etbaal, rey de Tiro y Sidón, sumo sacerdote de Astarté. Esta
unión matrimonial acarreó grandes males a Israel, que se vio
inundado por una ola de paganismo, fomentado por la reina. Junto con
el culto a Yavé, Ajab sacrificó al dios fenicio Baal Melqart y a Ashera.
En tiempos de Ajab se representaba al dios fenicio bajo el aspecto
de un guerrero. Al lado de su política religiosa impía, cabe
señalar que en su tiempo el reino de Israel alcanzó un período de gran esplendor. Sus
relaciones con Fenicia beneficiaron a Israel desde
el punto de vista económico y cultural; dominó a los moabitas (Obelisco
de Mesa); mantuvo relaciones amistosas con el reinó de Judá, que,
en cierta manera, dependía del de Israel. En un principio vivió
Ajab pacíficamente con el reino arameo de Damasco, iniciándose las
hostilidades en los últimos años del rey. Benadad II marchó
contra Samaria, siendo derrotado por segunda vez atacó Benadad
a Israel, pero fue nuevamente derrotado en Afec, en la planicie de
Esdrelón, en las cercanías de Endor. A causa del peligro asirio
que se cernía sobre los pueblos de la costa, Ajab perdonó la vida
a Benadad. Antes de empezar la actividad religiosa
de Elías, recuerda el autor sagrado el hecho de que Jiel, de Betel, reedificó Jericó. Cabe suponer que Jiel
emprendió la obra por indicación del monarca,
no pudiendo precisarse si levantó parte de la ciudad o si le encomendó
solamente la erección de un palacio
para el gobernador. Josué tomó la ciudad, en cuya ocasión lanzó una
maldición. Diversamente
es interpretado el texto referente a la obra de Jiel. Ningún israelita
atrevióse a reedificar la ciudad de Jericó a causa de la maldición
de Josué; pero Ajab y su comisionado
Jiel, poco o nada religiosos, prescindieron de aquel juramento y pusieron
manos a la obra, que edificaron conforme al rito cananeo, que
exigía el sacrificio de un niño al poner la primera piedra y de otro
al colocar las puertas. Con esta costumbre bárbara querían ahuyentar
a algún demonio peligroso o poner
la casa bajo la protección de la divinidad. Hasta el momento, la arqueología
no ha aportado pruebas fehacientes sobre los sacrificios de fundación
en uso entre los cananeos, pero existen indicios de que se
practicaban. En este sentido se interpretan los hallazgos
de cadáveres de niños en los fundamentos de casas de Tanac, Guezer,
Megiddo. Pero la costumbre
de los sacrificios humanos y de fundación era netamente cananea.
El
ciclo de Elías En la historia de Elías pueden vislumbrarse dos corrientes: una, en la que Elías desempeña el papel principal y en la que existe una hostilidad violenta contra Ajab y su familia, comprende los relatos referentes a la gran sequía, al viaje del profeta a Horeb, a la viña de Nabot y a la enfermedad de Ocozías. La segunda corriente trata a Ajab con más indulgencia; en ella aparecen varios profetas. Cabe suponer que hacia finales del siglo IX se escribió una historia de Elías, a la que siguió más tarde una de Eliseo. Las dos biografías fueron refundidas, de tal suerte que el final de la vida de Elías y los comienzos de la historia de Eliseo se han perdido. El autor del libro de los Reyes ha quizá utilizado un corpus de relatos profetices compuestos en el reino del Norte. Elías aparece de improviso en la historia
del reino de Israel. Originario de Tisbe, en Trans-Jordania, del lugar conocido hoy por Il-Istib, Lisdib,
al norte del Yaboc, pertenecía a una familia profundamente
yavista. Su mismo nombre:
Eliyahu = Yavé es Dios, indica su fe y su misión. Aunque fuera
profeta, como le llama repetidamente el texto griego, es más conocido
por “el hombre de Dios”. Presentóse ante Ajab, anunciándole en nombre
de Yavé que no habrá ni rocío ni lluvia sino por la palabra de Dios. La sequía
será total, porque
Dios, amo y señor supremo de los elementos, quiere castigar a Israel
por la introducción
oficial del culto de los baales en la nación y asegurar el
triunfo del yahvismo. De esta sequía en tiempos de Ajab habla también Menandro
de Efeso, citado por Flavio Josefo. Una vez anunciado su
mensaje al rey, Elías se escondió en una caverna del torrente Querit, al este del Jordán. Por voluntad
divina, los cuervos le proveían
“de pan y carne por la mañana y de pan y carne por la tarde” (texto
hebreo), o, como dicen los LXX, “de pan por la mañana y carne
por la tarde.” El torrente Querit se secó al cabo de un tiempo; entonces
indicó Dios a Elías que se trasladara a Sarepta,
al mediodía de Sidón, en el lugar llamado hoy Sarfend, Sarafand,
entre Tiro y Sidón. Un wely guarda todavía el recuerdo
de la permanencia allí del gran profeta Elías. Al pedirle pan, le
responde la mujer fenicia, poniendo
a Yavé por testigo, que no dispone de pan cocido, o sea, de pan plano,
redondo y cocido bajo la ceniza. Parece que la viuda solamente tenía
un hijo de corta edad. Al cabo de un tiempo enfermó el hijo de la viuda, quedando sin respiración. Por razones literarias, por la forma con que se introduce el relato, por no tener éste relación con lo que precede, ya que la mujer parece ignorar el milagro de la harina y del aceite, y, finalmente, por su analogía con lo de la mujer sunamita, se sospecha que el presente episodio fue añadido al texto de Elías por los discípulos de Eliseo. La mujer le echa en cara el haberse entrometido en su vida, atrayendo sobre ella la atención divina, que le castiga por los pecados pasados. Tres veces se tendió el profeta sobre el niño muerto, como hizo más tarde Elíseo y San Pablo. Parece como un rito esencial, por el cual se establecía una corriente de vida entre ambos cuerpos. Pero Dios obra el milagro a ruegos de Elías. La sequía fue de tres años o de tres
años y medio, según la distinta manera de contar, al término de los cuales fue palabra de Dios a Elías para que se
presentara a Ajab. Tenía éste un mayordomo que, a pesar de vivir en un
ambiente idolátrico, conservóse fiel a la
religión de sus padres. Abdías se encontró con Elías, que le mandó
fuera a anunciar a Ajab su presencia. Con estilo propio de los orientales,
el mayordomo se excusa exponiendo al profeta los temores que le asaltaban.
La última de las razones que aduce para justificar sus temores es
que, conociendo Abdías que el espíritu de Yavé se presenta de improviso
sobre Elías y sobre los profetas,
trasladándolos a otras partes, teme que en su ausencia se
produzca este fenómeno y desaparezca, apareciendo ante Ajab como mentiroso.
Elías le asegura con juramento que aquel mismo día se presentará
ante Ajab. Ajab acudió inmediatamente al encuentro de Elías, con el
que sostuvo un breve diálogo. A las palabras:
“¿Eres tú, ruina de Israel?” responde Elías con decisión y aires de
superioridad. No es él
el causante de la ruina de Israel, sino el rey y la casa de Omri al rendir culto a los baales, abandonando al verdadero y único Dios; la sequía
es efecto de un castigo de Yavé. Sacrificios sobre el monte Carmelo Los reyes paganos de Edom, Moab, Amón,
Tiro y Sidón consultaban a los profetas en los negocios
más importantes del reino. Existía en Canaán el profetismo extático
y delirante y otro más moderado.
En uno de los textos de Rash Shamra se habla de un éxtasis sobrevenido durante un acto cultual; la toma de posesión de parte de la divinidad
se expresa con la imagen
típicamente bíblica de la “mano que agarra.” La forma moderada del
profetismo se encuentra especialmente en el área aramaica y
moabítica, como atestiguan las inscripciones de Zakir y de Mesa.
La reina Jezabel había traído gran número de profetas de Tiro y Sidón.
Siguiendo la indicación
de Elías, Ajab convocólos al Carmelo. Debían deslindarse los campos
y no andar Israel encendiendo una lámpara a Yavé y otra a Baal.
No se trata de decidir cuál de los dos es el más fuerte, sino de saber
cuál de los dos es DIOS; si lo es Yavé, entonces Baal es pura nada,
y viceversa. El juicio de Dios
tendría lugar sobre el monte Carmelo, hermosa montaña que se
extiende al sudoeste de la llanura de Esdrelón, cubierta de abundante
vegetación. El punto tradicional del sacrificio es El Muhraqa, en
la extremidad sudoriental del monte, a 514 metros sobre el nivel del
Mediterráneo. Desde este sitio se divisa el mar; cerca brota el manantial
Bir-el-Mansura, del cual se sacaba el agua para el sacrificio
En Tell el-Qasis, al pie de El Muhraqa y cerca del Cisón,
se conserva todavía hoy la memoria de la matanza de los profetas de
Baal Alt, para el cual el dios Baal era el dios local del Carmelo,
propone como lugar del sacrificio la punta norte de la montaña que
domina el mar; pero no convencen
sus razones Elías habla
al pueblo, reprobando su conducta sincretista.
Como ejemplo del avance de la idolatría,
dice que es el único profeta
de Yavé que se atreve a presentarse en público, lo que contrasta
con el apoyo oficial con que cuentan los profetas de Baal. A pesar
de esta desproporción numérica,
propone Elías el duelo entre Yavé y los baales, entre él y los centenares
de
profetas de los ídolos. La
prueba consistirá en que cada uno de los dos bandos inmole sobre el
Carmelo un becerro, que se corte la víctima en pedazos y se coloque
sobre la leña, pero sin poner fuego debajo. Al pueblo agradó aquella
propuesta de Elías. A los profetas de Baal, por ser muchos,
se les concedió fueran los primeros, dándoseles, además, la facultad
de escoger la víctima. Elías
reservóse para el acto apoteósico final.
Los profetas de Baal aparejaron el altar e invocaron a Baal
a grandes voces, al mismo tiempo
que se entregaban a una danza violenta y frenética, que a la larga
solía provocar el delirio mántico. Era esta danza originaria
de Fenicia. Al ver Elías que nada
conseguían con sus gritos y danzas, burlábase de ellos, diciéndoles
que su dios Baal, o Herakles, llamado el filósofo,
estaba acaso enfrascado en resolver alguna cuestión
filosófica; o que, por razón de atribuírsele
la invención de la púrpura y de las naves, estaba
ocupado en algún negocio o de viaje. Al dios fenicio se le
atribuían expediciones a Libia, y sus admiradores se lo imaginaban
al frente de las naves fenicias que surcaban los mares enarbolando
las banderas de Tiro y de Sidón o cabalgando sobre un hipocampo alado.
Admite Elías la posibilidad de que Herakles esté dormido.
A las palabras de Elías redoblaban los profetas de Baal
sus esfuerzos a fin de llamar la atención de su dios. Los gritos se
suceden cada vez más agudos y suplicantes, y la danza toma caracteres
de vértigo; la agitación alcanza el paroxismo. Aturdidos, insensibles
y fuera de sí, se herian freneticamente
con cuchillos a los fines de volver mitica la danza. Añade la Biblia
que lo hacían “según su costumbre”. Por la Biblia consta la
costumbre de hacerse tales incisiones en honor de los muertos y por
otros motivos, que los verdaderos profetas condenaban. Hasta bien
entrada la tarde no cesaron de profetizar, en el sentido de estar poseídos y dar señales externas del éxtasis
profético. Cuando la noche amenazaba caerse encima en aquel lugar inhóspito,
y ante el rotundo fracaso de los
falsos profetas, Elías recogió las piedras del altar de Yavé que Jezabel
había hecho demoler y lo reconstruyó. Sobre el Carmelo
residió Eliseo y allí celebraba el pueblo
las neomenias y sábados. Causa extrañeza el interés en reunir doce
piedras que evocaran la memoria
de las doce tribus en unos momentos en que existía la escisión; quizá
se trata de alguna alusión histórica. Abrió Elías alrededor del altar
una zanja tan grande que en su superficie cabían dos satos
de simiente. Es el sato una medida de capacidad que equivalía
a trece litros. Al llegar la hora del sacrificio vespertino,
que tenía lugar entre dos luces,
empezó Elías su oración a
Yavé. Nada de gritos ni de danzas rituales, ni incisiones
de ninguna clase, para dar a entender que
sólo “el Dios de Abraham, de Isaac y de Israel”
podía mandar el fuego. El
milagro se produjo, de lo que dedujeron
los israelitas que Yavé era
el solo y verdadero Dios. A una indicación de Elías se apoderó
el pueblo de los profetas de Baal, que Elías degolló en el torrente
Cisón, al pie del Carmelo.
En la lucha entre Yavé y Baal, los servidores de éste sufren las consecuencias
de la derrota de su dios, conforme a las leyes entonces en uso sobre
la suerte de los vencidos. El gran drama ha terminado con el triunfo aplastante de
Yavé. Ajab y Elías suben del torrente Cisón a la cumbre del monte;
el rey dirigióse al lugar donde se guardaban las provisiones, mientras subía Elías a otra altura superior. Allí se arrodilló,
y, con la cabeza entre las rodillas, no atreviéndose a mirar de cara
lo que está por suceder, esperaba la lluvia, que debía proceder
del mar anunciando con gran ruido su llegada. En Palestina la lluvia
es producida por vientos
del oeste y sudoeste. En la nube se ha querido ver una figura de la
Virgen María, que llevó la salud al mundo. Quiso vénganse Jezabel de Elías por haber hecho matar a
todos los profetas que alimentaba la reina.
Con un juramento hecho en nombre de sus dioses decide Jezabel desquitarse.
Elías huyó a Horeb, nombre del monte Sinaí en los relatos elohistas
del Pentateuco. Teniendo como misión
establecer la doctrina de la alianza en toda su pureza, marcha al
lugar donde Dios e Israel sellaron
el pacto de la alianza y en donde Yavé tiene preferentemente su asiento.
Del Carmelo se dirige hacia
el sur, andando de noche y durmiendo de día en alguna caverna que
encontraba al paso o recostado al pie de un árbol. Las mismas precauciones
tuvo que tomar en el reino
de Judá por reinar allí Josafat, emparentado con el rey de Israel.
Finalmente, llegó al viejo santuario
de Bersabé, en el límite meridional de Palestina. Allí dejó
en libertad a su siervo para adentrarse solo en las inmensidades del
tórrido desierto, teniendo como meta el Sinaí. Detrás de sí deja al pueblo infiel,
“que claudica de un lado y de otro”, para refugiarse en el santuario
de Yavé. Todo el día caminó bajo el implacable sol del desierto,
llegando al anochecer a un sitio donde se erguía una retama (hebreo:
rothem; árabe: retem), arbusto característico del Negueb,
lo suficientemente desarrollado para dar cobijo a Elías. En aquellos
momentos de cansancio, perseguido por los de su pueblo, devorado por
el hambre y la sed, deseóse la muerte. Mejores que él eran sus padres,
y, sin embargo, murieron; ¿por qué Yavé alarga su vida? Más que el reposo de una
noche en la soledad acogedora
del desierto, anhela la muerte: “Lleva ya mi alma”; en el sheol
piensa encontrar la paz y el reposo que los hombres le
niegan. Servido antes por los cuervos, manda ahora Yavé
a su ángel para que lo conforte. Repuesto del cansancio, el mismo
ángel le invitó a que comiera
de nuevo, cobrando fuerzas para el gran viaje que le esperaba. Recuperado
con aquel alimento, emprendió el camino hacia el monte Horeb,
andando cuarenta días y cuarenta noches; caminaba de noche y descansaba
durante el día, con etapas cortas, a fin de prepararse, como Moisés,
con cuarenta días de penitencia, ayuno y oración. Es el número cuarenta
uno de los que, según San Agustín, no deben tomarse a la letra.
Elías se acercaba por etapas “a la montaña de Dios”, Horeb-Sinaí.
Encuentro con Dios en Horeb En una cueva muy conocida busca refugio Elías para descansar
y resguardarse después del largo
viaje por el desierto. Dios le sacó de la misma revelándosele, como
hizo cinco siglos antes con
Moisés. Por orden de Yavé sale fuera de la caverna; Dios se
le manifiesta, no en el viento fuerte y poderoso ni en el terremoto,
sino “en el ligero y blando susurro.”
Cuando creyó Elías que Yavé estaba presente, por respeto o por creer
que nadie puede sobrevivir después de ver a Dios, cubrióse
su rostro con el manto. ¿Cuál es el significado de esta visión? Según algunos, quiso Dios condenar
el celo excesivo desplegado
por el profeta al exterminar a los videntes de Baal, dándole a entender
la conveniencia de emplear
métodos más humanos y mitigados. Otros creen que la manera suave y
misteriosa con que se hace
sentir la presencia de Yavé representa la espiritualidad de Dios.
Los más potentes elementos materiales: vientos, relámpagos, terremotos,
anuncian la visita, pero no constituyen la misma. Tres
son los mensajes que el profeta recibe de Dios: unción
de Jazael por rey de Siria,
de Jehú por rey de Israel y de Eliseo para que sea profeta en su lugar.
Estos tres personajes serán
los que vengarán el honor de Dios y del profeta. Jazael ocupó el trono
de Siria aupado por Elíseo, sucediendo en el trono a Ben Hadad en
el trono de Siria. Rezón
creó el reino de Damasco y reinó allí. Sus sucesores, Jezyón, Tabrimón
y Ben Hadad I, ensancharon
los límites del reino apoderándose de las rutas caravaneras del desierto sirio hasta el Eufrates. Omri estuvo desafortunado frente a ellos,
viéndose obligado a cederles
algunas ciudades de la frontera septentrional y otorgarles privilegios
comerciales en Samaria. Como consecuencia. Omri buscó la alianza
de los fenicios, en particular con el rey y sumo
sacerdote Etbaal, sellándose la amistad con el matrimonio de Ajab,
hijo de Omri, con Jezabel,
hija del rey de Tiro. Entre Israel y Judá existían relaciones amistosas.
Josafat, rey de Judá, asociado al reino durante la enfermedad
de su padre Asa, pagaba, al parecer, tributos
al rey de Israel. Joram, hijo de Josafat, tomó por esposa a Atalía,
hija o hermana de Ajab. Esta amistad permitió a Josafat tener
sujeto a Edom y libre el camino de las minas de Asiongaber.
Pero Israel tenía un enemigo al norte: los arameos, a quienes
molestaba la amistad de Israel
con Fenicia y el control, por parte de Judá, de los territorios de
Edom y costa del mar Rojo, que cortaban a Siria las vías comerciales
con Arabia. Ben Hadad II, con gran número de tribus aliadas, puso
sitio a Samaria. Reconoció Ajab la superioridad de Ben Hadad, disponiéndose
a entregarle el tributo que le exigía con tal de salvar la capital. Del
texto hebraico no puede deducirse claramente en qué consistía
el tributo exigido por Ben Hadad. La segunda vez reclama, además del oro y la plata para sus arcas, las mujeres para su harén y
los hijos en calidad de rehenes. El rey mandó recado a Ben
Hadad diciéndole que está dispuesto a entregarle el oro y la plata,
pero no sus mujeres e hijos. Ben Hadad juró vengarse; atacará a Samaría
con un ejército tan numeroso, que
todo el polvo de Samaria no llenará el hueco de la mano de cada uno
de los soldados. A lo que respondió Ajab que no conviene envalentonarse antes
de conocer el resultado de la batalla. Un profeta de Yavé promete a Ajab la
victoria sobre Ben Hadad por la acción guerrera de los soldados reclutados por los Jefes de distrito. No
deja de causar extrañeza que un profeta de Yavé intervenga activamente en favor de Ajab; pero ya vimos
que hizo otro tanto Elías.
En esta coyuntura está en causa la independencia de Israel. Ben Hadad,
que sitiaba la ciudad de Samaria, bebía con sus reyezuelos aliados hasta embriagarse,
no preocupándose de la marcha de
la guerra. Al anuncio de que los israelitas habían hecho una salida,
no se interesa por saber
quiénes han salido y por qué, dando la orden de que, en todo caso,
los capturen vivos. Ben Hadad
tuvo que escapar a uña de caballo. El profeta antes mencionado advirtió
al rey que fortificara la ciudad, porque Ben Hadad volvería
al ataque a la primavera siguiente. Saben los árameos que Yavé es el dios de los montes, que
tiene su asiento en el SinaíHoreb;
por esta causa han ganado la batalla los israelitas en el terreno
montañoso de Samaría. Decidieron atacar a Israel esta segunda
vez en terreno llano. Además, los jefes de tribu no han demostrado
ser guerreros, por lo que se recomienda a Ben Hadad que los sustituya
por otros jefes. Al año siguiente,
Ben Hadad presentó batalla en Afec, el actual Fiq, al este
del lago de Tiberíades, punto
estratégico en el camino de Damasco a Betsán. La cifra de cien
mil muertos es inverosímil; obedece a un género literario preconcebido.
Ben Hadad, vencido, vistióse de saco, confiando en la misericordia
de Ajab para salvar su vida. Los reyes llamábanse entre sí hermanos.
Ben Hadad promete devolver las ciudades israelitas que
le arrebató a su padre y conceder al rey de Israel idénticos privilegios
comerciales a los que tenía
él en Samaría. La razón principal de haber Ajab perdonado la vida
de Ben Hadad fue el peligro asirio que se cernía sobre Siria
y Palestina. A Ben Hadad no le convenían las condiciones
que le habían impuesto a raíz de su derrota en Afec.
Un profeta manifestó su disconformidad por el proceder del
rey de Israel al confiar más en las alianzas humanas que en la ayuda
divina y anuncia al rey su castigo por no haber entregado al anatema a Ben Hadad II. Con una parábola hábilmente propuesta obliga al
rey a pronunciar su propia
condenación, como en el caso de Natán y de la mujer de Tecua.
No sabemos si los profetas llevaban externamente alguna incisión,
tatuaje o algo que les caracterizara.
Ben Hadad debía correr la suerte del herem, que tanto
urgían los profetas Desvanecido por el momento el peligro
asirlo, la coalición de las doce naciones se disolvió. Ben Hadad II no cumplió su palabra de restituir a Israel todas las ciudades de
Israel que estaban bajo su poder;
en particular negóse a devolver la ciudad de Ramot Galaad, en Transjordania.
El rey de Israel y Josafat, rey de Judá, llegaron a un acuerdo para
arrebatársela. Ajab reunió a unos cuatrocientos profetas, Que
querían pasar por profetas de Yavé, cuando en realidad eran farsantes
que halagaban al rey anunciándole siempre cosas agradables,
comprometiendo el nombre de
Yavé. A Josafat no gustaron las respuestas de aquellos profetas
venales, por lo que reclamó la presencia de uno que fuera verdadero
mensajero de Yavé. Había uno al cual Ajab aborrecía por decirle la verdad amarga; el rey
mandó llamarle por medio
de un eunuco. Entre tanto, los profetas áulicos, a las órdenes de
Sedecías, emitían uno tras
otro sus mensajes. Sedecías, con unos cuernos de hierro, aseguraba
al rey que cornearía hasta
el último arameo. Simbolizaban estos cuernos el ímpetu con que Ajab
se apoderaría de Ramot Galaad y destruiría al ejército sirio.
El eunuco recomendó a Miqueas que se
plegara a los deseos del rey anunciándole feliz éxito en la empresa de Ramot Galaad. Repitió Miqueas lo que otros
habían anunciado, pero debió de poner
en sus palabras un dejo de ironía, de que se dio cuenta el rey. ¿Para
qué reclamaba el rey su presencia?
¿No deseaba Ajab que Miqueas uniera su voz al coro de los profetas
falsos? Si así lo quería el rey, le hablará Miqueas palabras de hombre, pero
no le comunicará el mensaje divino. Puesto que el rey reclama esto
último, Miqueas le dirá toda la verdad, aunque veladamente: Israel será dispersado, y el rey herido de muerte. Pudo comprender Ajab que,
si Israel es como rebaño
sin pastor, es porque el que debía de hacer las veces de pastor había
perecido. Faltando el amo, cada uno volverá en paz a su casa. A la
observación que hizo Ajab a Josafat respondió Miqueas refiriendo
una visión profética. Sedecías reclamó para sí el derecho de hablar
en nombre de Yavé; Miqueas le anuncia un castigo como el que sufrió
Ben Hadad, profetizándole que imploraría clemencia. El texto hebreo
pone en boca de este profeta desconocido
las palabras con que empieza la profecía de su homónimo, clasificado
entre los profetas menores. Muerte de Ajab en Ramot Galaad A pesar de la profecía de Miqueas,
los dos soberanos marcharon contra Ramot Galaad. Disfrazóse Ajab con el fin de pasar inadvertido. Arreció el combate.
Quiso la Providencia que una flecha lanzada
al azar penetrara por entre una juntura del escudo del rey y le hiriera
mortalmente. Los escudos eran de
cuero, con placas de metal, a manera de escamas. Para no alarmar a
los suyos, nada dijo Ajab; pero se desangraba lentamente en
su carro. Su entereza permitió que el combate se
prolongara hasta la caída del sol. Fue entonces cuando la voz del
heraldo repitió las palabras de Miqueas: “Cada uno a su ciudad,
cada uno a su tierra; el rey ha muerto.” A esta noticia se dispersó
el ejército. Ajab fue llevado a Samaria y enterrado. Al lavarse el
carro real, los perros lamieron
la sangre de Ajab, conforme a las palabras de Elías. Los LXX añaden
que lo hicieron también
los cerdos, que también eran animales impuros, noticia que añadió
un escriba poco simpatizante con Ajab. A este mismo origen se debe el informe de
que las rameras se lavaron
en la sangre del rey. La mención de las rameras es asociada a la de
los perros, ya que se daba este
nombre a los hombres que se prostituían. Debe relegarse al fondo folklórico
la creencia de que la sangre era tenida como precioso cosmético. Dotado
Ajab de grandes cualidades, pudo llegar a ser un gran monarca y un
émulo de David y de Salomón. Prisionero
en manos de una mujer cuyo fanatismo religioso y pasión de mando eran
capaces de cometer los mayores crímenes, atrajo sobre sí la
maldición de Dios, dejando para la posteridad el recuerdo de haber
sido uno de los más detestables reyes de Israel.
Josafat, rey de Judá De Josafat (870-848) se dice que obró rectamente a los ojos de Yavé, achacándosele
únicamente haber autorizado el funcionamiento de altares erigidos
en honor de Yavé fuera del
templo de Jerusalén. Fue aliado del rey de Israel, Ajab, con el que
tomó parte en la expedición
contra Ramot Galaad. Luchó contra los amonitas y míneos y
los moabitas. Casó a su hijo Joram (848-841) con Atalía, hermana,
probablemente, de Ajab. La alianza con Israel le permitió reafirmar
sus pretensiones sobre Edom y continuar la tradición marítima de Salomón
en el puerto de Asiongaber; el vasallaje de Edom continuó hasta su
revuelta en tiempos de Joram. Los reyes de Judá y de Israel equiparon
conjuntamente “naves de Tarsis” para ir, como en tiempos de Salomón,
a la busca de oro. Pero un profeta
hizo saber a Josafat que, en castigo de haberse aliado con el impío
Ocozías, fracasaría aquella empresa. Una tempestad deshizo
la flota. Reinado de Ocozías Ocozías (853-852) siguió en todo la política
religiosa de su padre y de su madre. Rindió culto a Baal, como en
tiempos de su padre, irritando
con ello a Yavé. El coloso asirio despertóse con Assurdan II (c.934-911)
y Adadnirari I (c.911-891). Assurbanipal II (c.884-860) invadió el
territorio de Siria septentrional. A él le sucedió Salmanasar III
(c.859-824), quien al segundo
año de su reinado se adueñó del reino de Bit-Adini y de las ciudades
del Orontes inferior. Al año siguiente (857) se apoderó de
unos doscientos poblados y de Karkemish, sobre el Eufrates, amenazando
con extender sus conquistas hacía Siria y Palestina. Los reyes de
Fenicia apresuráronse a ofrecerle donativos. Inmediatamente se formaron
alianzas contra el peligro asirio. Los reinos de Hamat y de Damasco
se unieron y obligaron a otros a entrar en la liga antiasiria, consiguiendo
la coalición de doce reyes. Cuando
Salmanasar hubo reducido a los de Urartu (Armenia), dirigió sus ejércitos
contra Siria. Los reyes aliados le salieron al encuentro, trabándose
la célebre batalla de Qarqar, sobre el Orontes, el año 853.
Los aliados opusieron al monarca asirio setenta mil soldados. A pesar
de lo que dice Salmanasar en su monolito, el éxito del combate fue
indeciso. Buena prueba de ello está en que Salmanasar regresó
a Asiria. Entre los vencidos señala Salmanasar a diez mil soldados
de Ajab el Israelita.
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