EL PONTIFICADO UNIVERSAL DE JESUCRISTOSEGÚN SAN PABLO VI
JESUCRISTO, CABEZA ESPIRITUAL DE LA CREACIÓN
Por
lo cual, dejando a un lado las doctrinas elementales sobre Cristo, tendamos a
lo perfecto, no echando de nuevo los fundamentos de la penitencia, de las obras
muertas y de la fe en Dios, la doctrina sobre los bautismos, la imposición de
las manos, la resurrección de los muertos y el juicio eterno. Y esto es lo que
vamos a hacer si Dios lo permite. Porque quienes, una vez iluminados, gustaron
el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, gustaron lo
hermoso de la palabra de Dios y los prodigios del siglo venidero, y cayeron en
la apostasía, es imposible que sean renovados otra vez a penitencia, pues de
nuevo crucifican para sí mismos al
Hijo de Dios y le exponen a la afrenta. Porque la tierra, que a menudo absorbe
la lluvia caída a menudo sobre ella y produce
plantas útiles para el que la cultiva, recibirá las bendiciones de Dios; pero la que produce espinas y abrojos es reprobada y
está próxima a ser maldita, y su fin será el fuego.
Observemos
que las disputas entre teólogos respecto a la autoría
de la Epístola a los Hebreos, revocando la autoridad de
los primeros cristianos en razones diversas, no procede. Este párrafo pone a
las claras que es de nuevo Pablo, el gran abogado de Cristo contra el
Judeocristianismo, quien machaca ante la comunidad cristiana lo que defendiera
en privado en el Concilio del 49 delante de los Apóstoles y los primeros
obispos. Cuando seguimos el curso de la historia de Jerusalén desde la Resurrección
a su destrucción por los Romanos vemos cómo el Judaísmo
intentó absorber al Cristianismo y quiso aprovechar el
universalismo apostólico para proclamar una Guerra Santa de Independencia
contra el Imperio, a la que, finalmente, ante la actitud de Pablo, norma para todas
las iglesias, el Judaísmo se lanzó por su
cuenta. ¿Quién es el apóstata
al que se refiere Pablo sino el Judeocristiano que se convierte al esperando de
esta manera convertir a Cristo al Judaísmo? Mas no
es el Cristiano el que debe hacerse Judío, sino el
Judío el que debe hacerse Cristiano.
No
hay acercamiento posible entre luz y tinieblas, justicia y corrupción, libertad
y censura, paz y guerra, cristianismo y ciencia del bien y del mal. Es la
Criatura la que debe convertirse y aceptar la Verdad en toda su realidad
natural y sobrenatural; no es el Creador quien debe renunciar a su
Personalidad, sino la criatura la que debe abandonar la ley de la Ciencia del
bien y del mal, levantarse del polvo y luchar por su Vida acorde a la ley del
Universo.
Los
muertos están muertos y la palabra de los muertos no vale nada. Sólo
la Palabra de Dios es eterna, y, en consecuencia, es la estrella polar de
referencia en el viaje de la criatura por la existencia. Pero, como dice Pablo,
curiosamente y porque el mundo se halla sujeto a la ley de la Ciencia del bien
y del mal, hay quien aun estando criado en la Fe requiere de leche materna,
como diciendo que sin quererlo queriendo echan de menos la ley maldita en cuyo
horno el infierno, bajo el que vive el mundo, cocina carne humana para el
deleite de los demonios que, renegando del Hombre en cuanto ser espiritual, han
hecho confesión de fe animal y, declarándose animales, prefieren la ley de la
selva a la Ley de la Verdad eterna.
El
cristianismo, lo mismo ayer que hoy y mañana, en
cuanto sistema pedagógico perfecto debe mirar al Futuro desde al Presente, de
manera que no estando sujeto a los cambios de los tiempos la Formación del Ser
quede siempre sujeta al Modelo sempiterno; el Cristianismo, a la manera que un
caminante no puede acomodar su objetivo a las variaciones de los terrenos, no
puede sujetar su Ley a las circunstancias de los tiempos. Aun adaptando el paso
a los accidentes el Norte queda donde queda el Norte. La estrella polar del
Cristianismo es Jesucristo, y siendo Modelo Universal del Ser no es el siglo el
que debe imponer su ley, sino el mundo el que debe moverse en el seno de su
Ley.
El
Creador entra en el cuerpo de su Creación a fin de rescatar a su criatura del
Polvo, y jamás con la intención de, comprendiendo su Caída,
bendecir su permanencia en los bajos fondos del infierno en que devino el Paraíso
por culpa de los acontecimientos conocidos. Porque son conocidos y el efecto es
vivido en la carne, el Cristiano, siguiendo a su Creador, tiende inexcusablemente
y abiertamente a vivir a la luz de la Ley de la eternidad, que aborrece
infinitamente la ley de la Ciencia del bien y del mal y prefiere mil veces la
muerte antes que pactar con el diablo.
La
Resurrección es un Discurso. Es el Dios de la Eternidad el que habla. Y el que
habla se certifica en todo lo que dijo y firma y sella con la sangre de la Cruz
a fin de que el mundo entero vea la Sabiduría del que se hizo analfabeto con
sus criaturas a fin de hacernos sus hijos, es decir, partícipes de todas las riquezas
de su Ser. Y si a sus hijos, de la Descendencia de Abraham, les abrió su ser al Poder sin límites, que se halla en la Palabra, a sus hijos,
de la Descendencia de Cristo, les abre el mismo Dios y Padre de todos, las
riquezas de esa Sabiduría Creadora que está en todos los
secretos del Creador. Pues habiendo sido creado a la Imagen y semejanza de Dios
el Futuro de la vida en la Tierra, que es el Hombre, el Futuro del Hombre era
la Inteligencia sin límites, de cuya Herencia fue privada la Humanidad
por la Caída. Pero Dios, como ya sabemos por la Iglesia, y
si Ella no nos lo hubiera contado no lo sabríamos, juró por su sangre que al término de los tiempos, cuando se hubiera hecho
justicia, su Creación se levantaría del polvo y
donde hubo ignorancia habría
conocimiento sin medida.
Aunque
hablamos de este modo, sin embargo, confiamos y esperamos de vosotros, carísimos,
algo mejor y más conducente a la salvación.
Que no es Dios injusto para que se olvide de vuestra obra y del amor que habéis
mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y perseverando en
servirlos. Deseamos que cada uno de vosotros muestre hasta el fin la misma
diligencia por el logro de la esperanza, no emperezándoos,
sino haciéndoos imitadores de los que por la fe
y la longanimidad han alcanzado la herencia de las promesas. Cuando Dios hizo a
Abraham la promesa, como no tenía ninguno
mayor por quien jurar, juró por sí mismo, diciendo: Te bendeciré abundantemente, te multiplicaré grandemente.
Y así, esperando con longanimidad, alcanzó
la promesa. Porque los hombres suelen jurar por alguno mayor, y el juramento
pone entre ellos fin a toda controversia y les sirve de garantía.
Por lo cual, queriendo Dios mostrar solemnemente a los herederos de la promesa
la inmutabilidad de su consejo, interpuso el juramento, a fin de que por dos
cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos firme
consuelo los que corremos hasta dar alcance a la propuesta esperanza. La cual
tenemos como segura y firme áncora de
nuestra alma, y que penetra hasta el interior del velo, adonde entró por nosotros como precursor Jesús, instituido
Pontífice para siempre, según
el orden de Melquisedec.
Sobre
lo cual -que sin la Iglesia hubiéramos
conocido el Origen del Mundo- hay que levantarse para callar a quienes, en su
ignorancia, si locura se verá por la
respuesta final a su declaración inicial,
afirmaron que existiendo la letra no hace falta la Iglesia. Estupidez supina
que hace honor a la Necesidad de la Muerte de Cristo y funda la Redención
en la Ignorancia cuando la criatura, una vez amamantada, mira a la madre
que lo parió y la expulsa de su vida una vez la necesidad satisfecha, pues no necesitándola
¿para qué la quiere, a la madre que lo parió? Tal es la
actitud infrahumana, inhumana y de bestia que la criatura de la Reforma
puso en circulación en el mundo cristiano.
Ignoro
si semejante actitud se merece más respuesta
que la debida al juicio autocrítico y el
arrepentimiento por semejante conducta insana. Que esa actitud vino a
consecuencia de la insanidad de un círculo de la
servidumbre del Señor, muy bien!, que el Señor
se encargue de ellos, lo que a nosotros nos compete es actuar acorde al Modelo
que vemos en el Evangelio y si el mismísimo Hijo
Todopoderoso de Dios, una vez pasada la Hora de las Tinieblas, perdonó las Negaciones de Pedro, ¿quiénes somos
nosotros para condenar lo que el Todopoderoso Hijo de Dios no tomó en cuenta? Todo lo que sabemos es que cumplida la Resurrección,
Pedro jamás volvió a caer, y si
hubiese vuelto a caer entonces también a Pedro se
le hubiera aplicado la sentencia de Pablo, pues Dios, como dice su Evangelio,
no conoce acepción de personas.
De
donde se ve que si Pedro usara el Perdón de su
Maestro para volver a caer, Pedro estaría
convirtiendo la Apostasía en la doctrina de los siervos de su Señor,
por esta misma apostasía Jesucristo ya no más
su Señor sino el mismo Diablo. Sobre lo cual, y como
los hijos no pueden ser juzgados por los crímenes de sus padres, tampoco pueden
ser juzgados por los pecados de sus predecesores los obispos hoy al cargo, pues
cada cual es juzgado por sus delitos propios, y sería
Dios un Juez corrupto y miserable si juzgare al hijo vivo por los delitos
cometidos por un padre muerto o echara en la cárcel a un
administrador fiel por el desfalco de su predecesor en el puesto.
Cada
cual es autor de sus propios actos, y tan error es fundar la santidad en la
gloria de un muerto, afirmando que por la gloria de Pedro quedan santificados
todos sus sucesores, quedando absueltos de sus crímenes sus
sucesores por la gloria de un Santo, como condenar a todos los obispos por el
delito de un pecador. Pues cuando Pablo dice que por un solo hombre fuimos
condenados todos, está mirando a ése como cabeza
de todos.
De
este modo y porque hubo crimen y delito: de ser el obispo de Roma cabeza de
todas las iglesias y no exclusivamente de la Romana, la Reforma obró en consecuencia y según Justicia Divina al condenar por el delito de esa
cabeza a todos los Católicos. En efecto, dice Pablo que Cristo fue el
modelo de Adán. Y siendo Cristo la Cabeza del Hombre, es solo
natural que Adán fuera la de su Mundo, y al caer la cabeza era
de justicia que todo su cuerpo se hundiera. Mas siendo la Justicia de Dios es
incorruptible, porque Dios no puede errar, de un sitio, y porque ama la Verdad
sobre todas las cosas, del otro, muriendo la Cabeza era imposible que el
cuerpo no muriera, hablando de Adán. De donde
se ve que es el Obispo Romano el que vive por la Iglesia y no la Iglesia la que
vive por el Obispo de Roma, debiendo el Cuerpo de Cristo, o sea, la Iglesia Católica,
su vida no al Obispo Romano sino a Jesucristo, su Cabeza, quien siendo
Indestructible e Incorruptible es imposible que pueda morir, y al contrario que
Adán, quien muriendo arrastró a la muerte a todo su
cuerpo, Jesucristo, Dios Hijo Unigénito, no
pudiendo morir, mantiene eternamente vivo el suyo.
Y
de haber sido el Obispo Romano la Cabeza de la Iglesia Católica
ciertamente el juicio de la Reforma contra el crimen sin arrepentimiento de la
Curia Romana Imperial hubiere sido de justicia y la Iglesia Católica,
si en caso de depender del Santo Papa para vivir, hubiera seguido el mismo
destino que el cuerpo de Adán tras la
muerte de su cabeza.
No
siendo este el caso, sino que Jesucristo es la Cabeza Universal de todas las
iglesias, cada siervo del Señor responde
de sus delitos ante el Juez del Universo. Porque habiendo sufrido Dios, en su
Inocencia Inmaculada, el homicidio cometido contra su Hijo Adán,
era de Sabiduría que jamás de los
jamases volviese Dios a poner su Creación en ese
trance, por lo cual estableció de una vez y para siempre que la Cabeza
Espiritual de toda su Creación fuese su
Hijo, Rey sempiterno para su Pueblo Universal y Único Pontífice
Universal de su Iglesia.
Así
uniéndonos a todos al mismo que nos sustenta con su
Fe, devinimos por esta Voluntad de quien con su Voluntad lo ha creado todo, una
misma realidad del Ser en quien todos somos una misma cosa, el cuerpo de quien
es para todos Cabeza, de unos como Señor, de otros
como Rey, de otros como Hermano, de otros como Padre, pero para todos el mismo
Jesucristo, hoy y siempre: el Rey Universal y Único Señor
Sempiterno a cuyos pies el Dios de la Eternidad y el Infinito ha puesto todas
las cosas, las del Cielo como las de la Tierra. Pues siendo verdad que la Fundación
del Nuevo Reino de Dios tuvo lugar aquí en la Tierra, no menos verdad es que la
Creación entera quedó comprendida entre las fronteras de
su Fundación, y lo mismo los hijos de Dios no de esta creación,
como dirá enseguida Pablo, que los hijos de Dios nacidos
de Abraham, todos quedaron sujetos a la Corona del Hijo de Dios.
Pues
este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo,
que salió al encuentro de Abraham cuando volvía
de derrotar a los reyes, y le bendijo, a quien dio las décimas
de todo, se interpreta primero rey de justicia, y luego también
rey de Salem, es decir, rey de paz. Sin padre, sin madre, sin genealogía,
sin principio de sus días ni fin de
su vida, se asemeja en eso al Hijo de Dios, que es sacerdote para siempre. Y
ved cuán grande es éste
a quien dio el patriarca Abraham el diezmo de lo mejor del botín.
Los hijos de Leví que reciben el sacerdocio tienen a
su favor un precepto de la Ley, en virtud del cual pueden recibir el diezmo del
pueblo, esto es, de sus hermanos, no obstante ser también
ellos de la estirpe de Abraham. Al contrario, aquel,
que no venía de Abraham, recibió los diezmos de Abraham y bendijo a aquel a quien fueron hechas las promesas. No
cabe duda que el menor es bendecido por el mayor. Y aquí son ciertamente los
hombres mortales los que reciben los diezmos, pero allí uno de quien se da
testimonio que vive. Porque aún se hallaba
en la entraña de su padre cuando le salió al encuentro Melquisedec.
De
donde se ve que yendo la Adoración de la Creación,
nosotros, a su Creador, y porque en su Cada la criatura
se inventó un dios, con los Atributos de la Divinidad pero desprovista de su
Personalidad, es decir, un Ser sin Espíritu, Dios
mismo se levantó contra esa Invención y diciendo YO
SOY EL QUE SOY, Dios lo puso todo a los pies de su Espíritu,
o mejor dicho, llenó su Ser del Espíritu de que querían
privarlo, por ser Santo, y lo hizo hasta el punto de poner en las manos de su Espíritu
Santo todos y de cada uno de los Atributos de la Divinidad.
Esto
en cuanto a la Respuesta del Dios de la Eternidad y del Infinito a las
Religiones Antiguas, el denominador común de las
cuales fue la Adoración por los Atributos y la transformación
de Dios en un ídolo de Poder, propiedad universal común
a todas las religiones no cristianas que existen en la Tierra.
Pero
observamos en la Historia de las Religiones Antiguas que la Criatura es de por
sí incapaz de proceder a la Adoración
Natural debida a su Divino Creador, y, fijando sus ojos en aquello que no posee
los Atributos de la Divinidad, tiende a adorar a Dios por su Todopoder y su Omnipotencia y desterrar del Creador a Aquel
que dice YO SOY. Y sin embargo sabemos positivamente que es este Espíritu
por el que Dios se merece toda adoración y, si por
el Poder solo fuera, la Religión sería cosa de demonios para quienes en el Poder está la Gloria.
Nuestra
Historia nos enseña, en lecciones duras, que la línea
que separa al sacerdote del demonio es muy sutil, y que el paso de lo uno a lo
otro comienza a hacerse cuando el sacerdote no busca en Dios AL QUE ES, sino
que busca a Dios por el Poder, pues no es sino natural que quien ambiciona el todopoder se dirija a quien es Todopoderoso buscando en su
Gloria su gloria propia. Es una ley que hemos observado en los últimos cinco
milenios y seguimos viendo cómo la Religión,
sujeta a la imposibilidad descrita arriba, en lugar de engendrar santos deviene
fuente de monstruosos asesinos, a cuya ley no se escapó en ningún
caso el cristianismo, como vemos en la Historia del Papado, en la Reforma y en
la Historia Ortodoxa de Bizancio.
De
esta continuación de la ley antigua en el mundo cristiano
entendemos que la Libertad de los hijos de Dios le vino al mundo en Promesa, y
se mantuvo en el seno de la Iglesia Católica a la
manera que está en las entrañas de la
Esposa la Descendencia de su Marido. Sujeta la Cristiandad a la misma ley que
venía operando la destrucción
de tantas civilizaciones, era solo natural que el Hijo de Dios viese en el
Futuro la División de las iglesias y profetizase la Noche de los
Obispos en el seno de las Parábolas del
Sembrador; y, a la vez, habiéndose
consumado el Matrimonio Sagrado en virtud del cual se cumplía
la Escritura, que dice: Buscaras con ardor a
tu Marido, que te dominará, habiéndose
establecido por este Matrimonio la Fundación del
Cristianismo sobre una Roca Indestructible, la corrupción
inherente a la ley operante no podía destruir la
Promesa por este mismo Pablo escrita, cuando dice que la creación
entera espera la manifestación de los
hijos de Dios, o séase, nosotros, quienes nacidos de ese Matrimonio
Sempiterno ya no nos sujetamos a la ley antigua y, por tanto, no tiene poder
sobre nosotros la Ignorancia a la que fuera confinado el Sacerdocio.
Pues
aquel que sirve es esclavo de aquel al que sirve mientras está a su servicio, y
estando sujeto a las órdenes de quien le contrata no participa de la libertad
de quien es hijo de ese mismo al que sirve, pues estando sujeto a la ley de la
obediencia debida a sus cadenas se relaciona por decreto y mandato con aquel
que es su señor. Sujeta a orden la obediencia del siervo
procede de la orden y no del conocimiento, pues quien manda dispone y quien
obedece no pregunta, mas el hijo de ese mismo señor
entra y sale libremente de la casa de su padre y el conocimiento precede a la acción,
dado que siendo su padre, y aun siendo la orden la misma, el Señor
con su hijo no tiene secretos y le explica el porqué de las cosas, mientras que
el siervo está limitado a la acción.
Sujeta
la Iglesia, pues, a servidumbre, según está
escrito: Buscaras con ardor a tu marido, que te dominará,
y porque quedó� de esta
manera establecida la Religión, era
imposible, hablando ahora del Mundo Natural, que de por sí mismo el hombre pudiese adorar a Dios por el que es, pues no conociendo a Dios
sino por sus Atributos, la Divinidad del que dijo Yo Soy el que Soy quedó
nublada por la visión del Poder de aquel que abriera las aguas de un
mar para abrirle paso a su creación. Así que,
siendo imposible para el hombre alcanzar el Conocimiento Verdadero de su Espíritu,
dispuso Dios que Aquel que estaba en El viniera a nuestro encuentro y
nos descubriese al que es en el que era, enseñándonos a
Adorar a la Divinidad no en razón de su Todopoder sino en razón de su Espíritu.
Y de aquí que Pablo utilizase la comparación entre
Jesucristo y Melquisedec. Esto de un sitio, del otro:
Pues
si la perfección viniera por el sacerdocio levítico,
(pues bajo él recibió el pueblo la Ley) ¿qué necesidad hab�a de suscitar
otro sacerdote, según el orden de
Melquisedec, y no denominarlo según el orden de
Aron? Mudado el sacerdocio, de necesidad
ha de mudarse también la Ley.
Pues bien: aquel de quien esto se dice, pertenece a otra tribu, de la cual
ninguno se consagró al altar. Pues notorio es que Nuestro Señor
nació de Judá, a cuya tribu nada dijo Moisés tocante al
sacerdocio. Y esto es aún mucho más
evidente en el supuesto de que, a semejanza de Melquisedec, se levanta otro Sacerdote,
instituido no en virtud del precepto de una ley carnal, sino de un poder de
vida indestructible, pues de él se da este
testimonio: Tú eres sacerdote para siempre según
el orden de Melquisedec. Con esto se anuncia la abrogación
del precedente mandato a causa de su ineficacia e inutilidad, pues la Ley
no llevó nada a la perfección, sino que
fue solo introducción
a una esperanza mejor, mediante la cual nos acercamos a Dios.
Notamos,
en consecuencia, que ya en Abraham latía la
Esperanza de Salvación Universal, y aunque en Promesa, era tal su
fuerza como para vencer el poder de su sangre y mover su brazo hacia lo alto,
armado de hierro, para sacrificar a su propio unigénito
en el altar de la Encarnación. Dios no
llama a Abraham su siervo, sino su Amigo. Y en esta Amistad, latiendo el
Conocimiento Perfecto del Amigo Divino, negado a la Humanidad en función
de la Caída y sus efectos universales, tenemos en las entrañas
de Israel a Cristo, la Religión fundada no
en la Adoración del Poder sino en la visión
del Espíritu del que dice YO SOY EL QUE SOY. Mas cuando
llega la Hora de la Encarnación notamos que
la Ley Antigua debía seguir su Camino hasta nosotros, la
Descendencia en las entrañas de Cristo, la manifestación
de los hijos de Dios que la creación entera
esperaba ansiosa, y debiendo bajar Jesús su brazo, a
la manera que Abraham el suyo, aunque en este caso contra el Imperio del Mundo,
el Cristianismo debía hacer su camino a la manera que hizo el suyo el
pueblo nacido de la Obediencia de Abraham, con la diferencia, se entiende, que aquella
Obediencia dio paso a la Iglesia, y ésta, siendo
la Esposa del Señor, es ya religión sempiterna
y está en la Casa de su Esposo como Señora al cargo
de todo aquello que se refiere a la Casa de su Señor, es decir,
la Adoración de Dios en tanto que Espíritu,
pues el Poder es el Señor, su Esposo.
La
corrupción está en la elevación
de quien es siervo al trono de su Señor,
reclamando para sí los poderes de su Señor,
justificando esta corrupción en la
necesidad de los tiempos. Pues como sabemos quien tiene por Señor a su Esposo recibe de su Señor
Esposo todos los poderes debidos al gobierno de su Casa y queda al cargo de las
Llaves de la misma mientras el Señor está fuera
de la Casa; pero este Poder se refiere a la Casa de su Señor,
y no a la del vecino, por decirlo así, siendo la extensión
del Poder de las llaves del reino de los cielos a las puertas del Infierno una perversión
natural a la corrupción intrínseca a la
Ignorancia bajo la que ejecuta su acción el siervo
mientras su señor está� de viaje lejos de su casa.
Así que, habiendo procedido Dios a encarnarse a fin de dejar tocar su Espíritu
por los sentidos, la Revolución Fundacional
del Cristianismo vino a poner sobre la Mesa la Esperanza de Salvación
Universal que Abraham llevó en su seno todos los días
de su vida y que, por el Matrimonio de Cristo con la Iglesia, recogida la
Esperanza en el seno de quien es Eterno, vino a cruzar los milenios sobre el
tempestuoso mar de los siglos en la indestructible barca de la Divinidad de su
Fundador. Pues siendo la Religión Antigua un
Poder sujeto al arbitrio de la cabeza del momento, Dios venció de antemano la consumación
de la corrupción bajo cuya montaña de crímenes
se hundiera el Templo Antiguo, y que amenazaría al Nuevo
Templo, estableciendo para la Iglesia Una Sola y Única Cabeza
Universal, su Hijo. Y dado que la creación se hundió en la Caida en razón de la voluntad de quienes siendo cabezas
religiosas de sus mundos dirigieron sus cuerpos hacia la Guerra contra el Espíritu
Santo, Dios abolió toda Corona y Poder, hizo de todos los pueblos
uno solo, los fundió en uno solo y único y le dio
por Cabeza a todo su Reino un Único Rey y Señor,
su Hijo, a fin de que siendo Indestructible su Cabeza el Cuerpo de la Creación
participe de la Eternidad propia de su Creador, y siendo la Voluntad del Rey y Señor
el Impulso Sobrenatural e Incorruptible bajo el que se mueve su Reino quede
desterrado del Universo la Semilla de la Muerte, que procedió a parir al Diablo, la serpiente antigua, y extender su Infierno, primero en el
Cielo, y finalmente en la Tierra. Deduciendo de cuyos actos malignos se ve que
el origen de la corrupción de la religión está en la elevación
de una criatura, sea sacerdote o rey, a la gloria de quien es la Única
y Sola Cabeza de las Iglesias: el Rey y Señor,
Jesucristo. Conociendo lo cual, porque Él mismo era
hebreo, Pablo vuelve a la constante figura de Melquisedec, denunciando el
Pontificado de Sucesión como origen de la Corrupción
que se consumaría en la destrucción del Templo
Antiguo y cuya reedición condujo a la Iglesia
Ortodoxia a ese mismo fin, primero en su forma bizantina, luego en su forma
rusa, habiendo dejado Dios un resto a fin de ofrecer misericordia. Esto de una
parte. De la otra, habiéndose dado el mismo estado de cosas durante la coronación
de Carlo Magno era solo natural que la Negación del Papado
contra la Corona Universal de Jesucristo condujera a la Iglesia de Occidente a
aquella Guerra Civil Europea que los historiadores nos han transmitido bajo el
pomposo nombre de la Reforma.
¿Esperanza fallida? ¡En absoluto!
Pues el que es Indestructible es Invencible, y debiendo regresar el Señor
de su Viaje es solo natural que el siervo que durante la ausencia de su Señor
asumiera el poder sobre su Casa ponga a los pies de su Señor
el Pontificado y deje al Juicio de su Señor el pago de
sus errores y aciertos, y la Esposa, regresando su Señor
a Casa, disponga la Mesa. De manera que, en y por esta Disposición,
se cumple esa esperanza mejor de la que hablara Pablo, porque siendo profeta, según
lo escrito, que el espíritu de Jesús es el espíritu
de la profecía, desde su carne Pablo ya viera en compendio el
viaje que le esperaba al Cristianismo desde el Imperio de los Césares
a nuestros días. Por lo que se atreviera a decir, hablando de Jesús
como Solo y Único Pontífice
Universal de la Creación entera, de la Presente como de la Futura:
Y
por cuanto no fue hecho sin juramento, pues aquellos
fueron constituidos sacerdotes sin juramento, mas este
lo fue con juramento por el que le dijo: Juró el Señor y no se arrepentirá:
“Tú eres sacerdote para siempre”, de
tanta mejor alianza, se ha hecho fiador Jesús.
Y de aquellos fueron muchos los hechos
sacerdotes, por cuanto la muerte les impidió permanecer; y es por tanto
perfecto su poder para salvar a los que por Él
se acercan a Dios, y siempre vive para interceder por ellos. Y tal convenía
que fuese nuestro Pontífice, santo,
inocente, inmaculado, apartado de los pecadores y más
alto que los cielos; que no necesita, como los pontífices,
ofrecer cada día víctimas,
primero por sus propios pecados, luego por los del pueblo, pues esto lo hizo
una sola vez ofreciéndose a sí mismo.
En suma, la Ley hizo pontífices a
hombres débiles, pero la palabra del juramento,
que sucedió a la Ley, instituyó al Hijo para siempre perfecto.
Ahora bien, si el hombre pudo haber alcanzado por sí mismo este Modelo de Pontificado, establecido en la Santidad, la Inocencia y la Incorruptibilidad inmarcesible propias del Espíritu Creador, en este caso Dios sería el peor de los criminales, aquel que mata a su propio hijo. Mas abogando la Historia en defensa de esta Imposibilidad, debiendo Dios, por Amor a su Creación, hacerse carne en su Hijo y en la Cruz abrirse el Pecho para que viéramos su Corazón, que no tiene en el Poder su Gloria sino en la Verdad y la Justicia, y porque era imposible que una religión fundada en la Adoración del Poder llevara a la Creación a la Visión del Espíritu del Creador, el Hijo bajó su Brazo Todopoderoso y viendo el Espíritu del Padre se arrodilló ante su Sabiduría, deviniendo por esta Adoración perfecto, y Pontífice Universal Sempiterno. Amén.
VIIJesucristo, Vida al otro lado del Fin del Mundo.El Testamento de Cristo y la Ley contra la Guerra
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