Esta es la Voluntad Presente de Dios:"UNIFÍQUENSE TODAS LAS IGLESIAS EN UNA SOLA Y ÚNICA |
CRÓNICA DE LAS TENTACIONES DE SAN PEDRO
Nadie es tan bueno que merezca ser dicho de él: “está limpio de pecado, digno es de tirar la primera piedra”. Ni nadie es tan malo que no merezca nuestra misericordia. Esto hablando entre cristianos. Porque todos sabemos que el Juicio de Dios sobre quienes fueran hijos de su propia Mano ya está firmado y dispuesto a ser ejecutado. La diferencia entre esos hijos de Dios, no de nuestro mundo, “no de esta Creación” según escribe San Pablo, que se alzaron contra la Ley de su Reino, y los seres humanos que hicieron de sus voluntades ley, debemos verla en la diferencia histórica referida a la Formación de sus Civilizaciones. Nuestro Mundo ha sido el único que en la etapa de su Formación, y antes de recibir su Morada en el Universo por Dios creado para ser su Paraíso, ha pasado por el infierno de la Guerra desde su más tierna Adolescencia Ontogénica. Cuando la Reforma de los Sembradores al servicio del Maligno afirmaron que este Paseo por el Infierno de la Guerra fue establecido por Dios en su Presciencia desde el Origen del Hombre, dichos siervos de la Muerte renegaron del Espíritu de Cristo a cambio de todos los reinos del mundo, tentación que el Hijo de Dios rechazó sin siquiera darle un primer pensamiento. La Guerra entre Dios y la Muerte por la Ley de la Creación, que Dios estableció sobre la Roca de su Personalidad, tal que todos los Pueblos de su Reino están sujetos a una Ley de Jurisdicción Universal, y que la Muerte quiso abolir, a fin de establecerse en la Creación mediante una Ley de Inmunidad Invencible para todos los príncipes de la Casa de Dios, esa Guerra Final, porque ya tuvo una Historia antes de la Creación de los Cielos, fue declarada aquí en la Tierra por ésos hijos de Dios, no de nuestra creación, que descubrieron en la ley de la Muerte una dimensión de gloria, que, aunque basada en el Horror y el Terror, los elevaba a ellos a la condición de dioses verdaderos delante del Dios de dioses. No quisieron, como no quiso Caín escuchar a Dios, saber nada de la Abominación que dicha Ley le causaba al Señor Dios YAVÉ, cuya Personalidad fue formada en la Eternidad y establecida sobre unos fundamentos Infinitos, razón por la que ÉL dice de Sí Mismo, “YO SOY EL QUE SOY”. Luego atrapados en una Guerra que implicó al mismo Cosmos, cuando el Hombre era todo Paz, por lógica el Futuro del Género Humano, arrojado al campo de Batalla Final entre Dios y la Muerte, tenía que hacer del ser humano una bestia fratricida cuya ley no podía ser otra que la del más fuerte. El Poder devino el fruto de la cantidad de sangre que un hombre y un pueblo estuviesen dispuestos a derramar. La Infancia de la Civilización dio paso a una Adolescencia
camino de una Madurez a alcanzar superando el infierno de los horrores y terrores
connaturales a esos hombres y pueblos para quienes el Poder y la Gloria se
basan en la Guerra. Creer que este comportamiento de milenios no iba a dejar en
las generaciones una conducta genética patologizada a todos los niveles, mentales
y físicos, sólo puede creerlo un bestia. De aquí las Guerras de los últimos
siglos, cuya fuerza patológica siguen en activo, por en cuanto y en tanto esta realidad sigue trayendo al mundo y abriéndoles
paso a la Historia a hombres para quien el Poder que viene de las armas fratricidas, y la Gloria que viene de las
Riquezas componen la estructura de sus mentes enefermas, seres para quienes
la Guerra no es una Abominación, el Crimen de Estado forma parte de la
Necesidad de la Civilización, y la Corrupción es el medio de llegar a ese Fin: El
Poder.
Esto
ha sido así hasta Ayer. El olor de las Guerras Mundiales del Siglo XX llena el
ambiente Político Internacional, creando una Atmósfera de Preguerra Mundial cuyos
tambores ya suenan. Combatir esta Atmósfera es la Necesidad de Hoy. Ocultar
esta Atmósfera mediante la pantalla del Cambio Climático es una estrategia suicida
global.
Pero a lo que vamos. Nadie es perfecto. Nadie es santo. Nadie es bueno, excepto Dios. El Hombre, como todo hijo de Dios, ha sido creado para ser perfecto, santo y bueno. La Ley lo dice: “Sed santos porque yo soy santo”. No en vano el Hijo de Dios dijo : “Hagamos al Hombre a nuestra Imagen y a nuestra Semejanza”. Palabras que obligan a todos, pero sobre todo y ante todo : a sus Siervos. El Sacerdocio
Cristiano tiene el Deber de ser el reflejo del Sacerdocio de su Señor delante
de todos los hombres. El Sacerdote es el espejo de la santidad de Cristo Jesús,
Encarnación Viva de la Santidad del Señor Dios YAVÉ, su Padre.
Ni que decirse debe que sujeto a la misma ley el
pastor como el rebaño, nacidos en un mundo esclavizado a la ley de la Muerte,
la Vocación del Sacerdote se hace en un campo de batalla propio, donde el
Sembrador Maligno hace todo lo posible por cerrarle al Siervo esa Vía a la
Santidad a imagen y semejanza de la de su Señor, en la que el Pueblo, viendo el
reflejo de su Salvador en el rostro del Sacerdote, cual el pueblo hebreo vio en
el rostro de Moisés la Presencia de su Señor…; el pueblo halla su Paz y su Salud.
La Historia del Sacerdocio Cristiano está escrita. El Método de su Historia, en razón de haberse oscurecido la Luz de su Rostro, se ha sujetado a la ley general por la que se rige la Historia de los Reyes del Mundo. Sin ir más lejos en cuanto la Memoria de Moisés se desvaneció en el tiempo, la luz de su Rostro devino un Mito y el Pueblo se arrojó en brazos de la idolatría, por ello deviniendo un pueblo más entre los pueblos de aquellos días. La luz de Cristo en el rostro del Sacerdocio Cristiano tardó muchos siglos
antes de reinar la oscuridad, y el
sacerdocio cristiano dejara de iluminar
el Futuro del Mundo Católico. Moisés fue un hombre. Cristo Jesús es el Hijo de Dios.
Pero cuando la oscuridad se hizo los mismos males, aunque sobre campo distinto,
regresaron a la escena histórica.
Antes de abrir el velo tras el que los historiadores pontificios quisieron ocultar este fenómeno es necesario entender que el Siervo del Señor es Siervo de la Iglesia, su Esposa; que cuando la Reforma Protestante se levantó contra la Iglesia cometió un Delito casi Imperdonable por en cuanto olvidó que el Siervo de Cristo sirve a su Esposa, y arrojarle a la Esposa del Señor los delitos de sus siervos es arrojarle al rostro de su Esposo las inmundas acusaciones por las que los siervos serán juzgados por su Señor. Este Delito fue el cometido por las iglesias, tanto ortodoxas como protestantes. Quien no sabe diferenciar entre el Señor y sus
siervos, entre los siervos y la Esposa del Señor : por fuerza de lógica sucumbe
al Poder del Maligno, rompe el contrato con el Señor y deviene sembrador al servicio del Maligno. El fruto
de la Siembra del Maligno es la División de las iglesias. Quien mantiene contra la Esposa del Señor Jesús
las acusaciones que por su conducta sus
siervos se merecieron y por las que serán llamados a Juicio : permanecen al servicio
del Maligno.
Muy graves, pues, debieron ser los delitos de los siervos para que las naciones se levantaran contra la Esposa del Señor y, enloquecidas por los siervos del Maligno, se conjurasen para darle Muerte y desterrarla de la Vida de la Historia sin parar en el Fratricidio al que se entregaron durante los siglos XVI y XIII. Y sin embargo, habiendo sido profetizada esta División de las iglesias en la Parábola de la Siembra de la Cizaña Maligna, Dios también anunció, en la Parábola de las Vírgenes, su Misericordia para con todas en la Obediencia a su Voluntad Unificadora, tiempo en el que la Madre le engendraría a su Señor una Descendencia nacida para llamar a las “vírgenes necias” a Unidad Universal Sempiterna. Por esto, viviendo en el Espíritu de Dios, dijo Dios en San Pablo: “La creación entera aguarda con el corazón en un puño el nacimiento de la Gloria de la Libertad de los hijos de Dios”. En efecto,
entre los Apóstoles se hablaba una Sabiduría predestinada para ellos desde la Fundación
del Mundo Cristiano, que, una vez idos ellos, sería Herencia Divina de esa
Descendencia nacida del Espíritu de su Padre, el Rey, JESUCRISTO.
Nadie piense pues ni se confunda al leer esta Historia de los hechos de los siervos de la Iglesia durante las edades oscuras entre cuyas tinieblas hizo el Cristianismo su Camino hacia nosotros, hijos de Dios, herederos de la Gloria de la Libertad que viene del espíritu de inteligencia a la Imagen y Semejanza de la Inteligencia del Hijo de Dios. Los siervos se echaron a dormir. La Victoria de la Iglesia sobre sus enemigos se hizo. No fue fácil ni un camino de rosas. Ninguna victoria en la que la Muerte se mueve lo es. Juzgar a aquellos siervos es cosa de su Señor. Comprender la influencia que tuvieron sus hechos sobre la división de las iglesias es necesario a fin de que los odios cesen, las acusaciones paren, y jamás vuelvan los siervos a blindar sus delitos “cometidos en nombre del Señor”. La Ley del Reino de Dios, causa por la que sus hijos se rebelaron, permanece por la Eternidad. Toda criatura, desde el que se sienta a la Derecha del Rey hasta el ciudadano más humilde de su Reino está sujeto a la Ley. El Juez es Dios. Y Dios es Incorruptible. Así el Padre como el Hijo. En la Incorruptibilidad del Hijo de Dios vemos la de su Padre, el Señor Dios YAVÉ. Cuando los siervos de la Iglesia hicieron de la corrupción
su modus vivendi cometieron delito abominable por en cuanto por su causa
fue maldecido el Nombre de su Señor. Sirva el Pasado de lección y el Futuro se beneficie
del Arrepentimiento que viene de la Misericordia de quien encerrándolos a todos
en la Ignorancia predispuso extender su Gracia sobre todos en la Obediencia a
su Voluntad Unificadora Universal Sempiterna. Ahora bien si quien habiendo despreciado
la Llamada a Unidad del Hijo de Dios escrita con su Sangre en la Última Cena, desprecia la de su Padre en razón de la carne
de su descendencia, sobre él el Juicio de su Señor: “Apartaos de mí, malditos”
PRIMERA TENTACIÓN
Siglo X
Benedicto IV 900-903//León V 903//Sergio III
904-911//Anastasio III 911-913//Landón 913-914//Juan
X 914-928// León VI 928-929 //Esteban VII 929-931 //Juan XI 931-935//León VII
936-939//Esteban VIII 939-942//Marino II 942-946
El
siglo IX empezó con un delito contra el Cielo cometido por el obispo de los
romanos. El día que el obispo romano liberó al mundo occidental cristiano de la
obediencia al Rey de los Cielos y puso a todos los católicos de Europa bajo los
pies del rey de los Francos, ese día fue un día de mucha tristeza en el Cielo.
El Rey del Universo llamó a la guerra a sus ejércitos y les ordenó combatir la
corona de los Francos. Destronada la dinastía carolingia, su fundador un mito
para la leyenda, el mundo occidental cristiano fue liberado y puesto de nuevo
bajo la obediencia de su legítimo Rey y Señor, Nuestro Amado Rey Jesucristo.
Pero
al alba del nuevo siglo, en el año 900 de la Primera Era de Cristo,
declarándole la guerra a la Sabiduría del Dios de la Eternidad, el obispado
romano volvió una vez más a rebelarse contra la Corona del Señor de las
iglesias. No quiso Dios que este nuevo rey durase mucho, liberó a Italia de su
obediencia y la castigó por su crimen llamando de todas las partes del mundo
fuerzas que la invadieran y mediante el castigo aprendieran juicio. Los
húngaros por el norte, los sarracenos por el sur, la anarquía en el interior.
Pero el sucesor del papa rebelde no se arrepintió de su delito. Benedicto Benedicto Benedicto Benedicto se alzó la sotana y le mostró el trasero a todos
los reyes del mundo vendiéndoles su culo a cambio de ayuda. Asqueados todos del
comportamiento de aquella escuela de criminales nadie movió un dedo y los
italianos murieron por miles sacrificados a la locura de sus obispos. Así
comenzó el nuevo siglo.
Sobre
el próximo santo padre está escrito:
“León
V (903-903) Aquel fue un periodo de decadencia moral y corrupción total. El
pobre León no supo estar a la altura de los tiempos, se arrojó al barro con
todos y participó con todos de la libertad que procede de los más bajos
instintos”.
En
realidad los italianos tapan la ofensa al Cielo diciendo que fue un hombre
débil y sin voluntad firme, que es una manera de no atraer sobre ellos la
cólera del omnipotente obispo romano. Como los hechos cantan y acaban
destapando la cloaca de los acontecimientos, los olores fétidos no mienten
cuando dicen que el cardenal Cristóbal asqueado de la moral basura del papa
regente lo cogió del cuello y lo encerró en un monasterio, donde murió, no se
sabe si porque entró muerto o porque el monasterio del que se habla es una
cajita de pino con las insignias pontificales. Ni tampoco se dice si lo quitó
de en medio para ser él el próximo rey. El caso es que la maldición del papado
era ya un hecho. El nuevo rey de las cloacas romanas no duró ni un año. Así que
no sería el celo por Dios el que le arrastró a rebelarse contra el papa, su
señor.
Ni
tampoco el celo por el Señor fue la fuerza que animó a su sucesor a coger al
asesino del pobre León V por el cuello y enviarlo a las mazmorras. Sergio III,
el primero de los papas putos, había sido papa anteriormente pero fue depuesto
porque, al parecer, su maravillosa vida corrupta y miserable había puesto el
listín un poco demasiado alto incluso para el gusto de los reyes de la
corrupción. La cosa es que aprovechando la confusión que en las corrientes de
las cloacas vaticana existían Sergio Sergio Sergio, el amante de la Gran Sacerdotisa Marozia, logró
entrar en Roma y acabar con sus enemigos, fundando de esta manera su trono
divino, infalible y todopoderoso, sobre la corrupción y el crimen, tirando el
honor y la gloria de Jesucristo entre las piernas de la Gran Puta Marozia, su
amante y madre de sus hijos. Un gran Santo Padre, ejemplo de virtudes y fe para
todos los cristianos de la Tierra y del Cielo. Amén.
Sergio
tres veces Sergio fue uno de los criminales que celebraron la misa negra
durante la cual el papa Formoso fue juzgado en cadáver. Era lógico que el
satanismo fuera su lema y la prostitución sagrada su religión. Su primer
decreto eterno fue volver a mandar al infierno a todos los que rehabilitaron la
memoria de Formoso, acto que nos da cuenta del espíritu del papado de la época.
Para rematar la leyenda, digamos que la Gran Puta Marozia, su Sacerdotisa
Pontificia, fue la Gran Zorra de su harén, pero no la única ni mucho menos, al
Puto todas las putas de Roma.
Fuera
de escena nuestro buen y santo Padre Sergio Sergio Sergio por la voracidad de la Viuda Negra Romana, el
próximo Papa Puto fue un tal Anastasio al cubo. Este Puto Sagrado le duró en la
cama a la Zorra apenas unos polvos mal echados. La reina Porno de Roma lo mandó
al infierno a recibir cursos sobre cómo se folla a una sierva de la Muerte.
Despedido,
tomó el relevo un tipejo oscuro sobre el que la Ramera Romana había oído decir
que tenía una gran polla. Lando se portó como un Puto Sagrado, pero el hambre
de su Señora era insaciable y al final de los dos años y algo los ángeles del
infierno le pasaron la factura.
Juan
diez veces Juan cogió el relevo en el trono del Santo Padre Romano. Se decía
que era el padre putativo de la Ramera Romana. El caso es que a los diez años
la Gran Sacerdotisa Romana se cansó del Juan diez veces Juan, fuera su padre o
no, y mandó que se lo cepillaran. Cosa que hicieron sin tardar, demostrándose
así que en el infierno el fuego que devora a sus habitantes no tiene parentesco
ni respeta cuestiones de sangre.
Y
a un Papa Puto le sucedió un Papa Putón. Lo llamaban León seis veces León, un
macho como dios manda para la reina de las zorras. A la hora de la verdad la
reina Papisa se comió al León en unos meses cortos. Marozia, la Divina Puta,
Ama y Señora del Papado tenía un coño insondable en su profundidad y vasto en
su insaciabilidad. En alguna cueva oscura del laberinto entre sus piernas fue
hallado ahogado el León seis veces León, un gatito a la hora de la jodienda.
El
próximo candidato a dios entre las piernas de la Puta Divina del Vaticano se
llamó a sí mismo Esteban siete veces Esteban. Un nombre que prometía mucho. Y
no parece que le fuera mal, porque logró tener contenta a la Gran Ramera Romana
durante tres años. ¡Un Hurra para el campeón de los Cardenales romanos, cuya
cabeza, transformada en falo, supo mantener a la vista de todos el tipo!
El
fin de la Primera Pornocracia del Vaticano, porque no
sería la última película porno pontificia, vino de la forma más inesperada,
como en esas películas del Tarantino en la que el epílogo es el prólogo y la
trama es un rompecabezas compuesto de sueños explícitos. Lo cuento:
La
Gran Puta Marozia, la Diosa Romana, parió un hijo de puta. Normal. Lo que no
era normal a los ojos de Dios era que un hijo de puta se declarase sucesor de
San Pedro con el nombre de Juan once veces la puta que lo parió. Obviamente los
hombres del Vaticano dirán que toda esta historia es mentira, que jamás
existieron estos papados. No hay que ser muy listos para comprender que usan el
mismo argumento que aquél que para llevarse al infierno a mientras más : dice
que el Diablo no existe. El caso es que el Papa, de nombre desgraciado Juan
once veces hijo de puta, tenía un hermano. Este hermano se llamaba Alberico y
era hijo del primer marido de la Divina Zorra, madre del papa. Porque si Virgen
Divina fue la Madre de Cristo el papa Juan para compararse al Rey del Cielo
quiso nacer de una Divina Puta. Tan Divina era la Zorra que mató a su primer
marido. Cosas de la precocidad. En Roma todo el mundo sabía que la Divina Puta
se acostaba con su divino hijo el papa Juan once veces hijo de puta.
Aprovechando esta tormenta de asco que sacudió por fin las entrañas de una
ciudad en la que comer mierda era lo natural, el joven Alberico se levantó
contra la Puta de su Madre y el cabrón de su hermano el Papa, y al uno lo mató,
y a la otra le mandó que se muriera cuanto antes. Treinta añitos tenía el
pobrecito Juan cuando lo mataron. ¡Qué culpa tenía él de haber sido su madre
una Puta!
Ahora
bien, Alberico no quería ser papa. Así que puso papa. Lo llamó León siete veces
León. Y quedaron en repartirse la gloria, para uno el gobierno civil de Roma y
para el otro el gobierno de las almas romanas. Pero el papado era una
enfermedad mental que en cuanto se cogía volvía loco y la palabra dada antes de
ser coronado valía menos que los cuernos del diablo en una subasta del paraíso.
A la vuelta de los dos o tres años Alberico tuvo que mandar al infierno a
su hermanito . Quitó papa y puso papa. Era Alberico el hijo de
una Puta, y sin embargo ese hijo de puta le elegía sucesor a San Pedro. Pero
seguían siendo bienaventurados los pontífices romanos. Entonces, con la gracia
y bienaventuranza de su dios, el Conde Alberico, señor de Roma, hizo Papa al
próximo infortunado, un tal Esteban a quien Esteban simplemente le parecía muy
corto y se dio a sí mismo el título de Esteban Esteban Esteban Esteban Esteban...ocho veces Esteban. Otro santo padre que le salió rana al dios
Alberico y al tercer canto del gallo lo despidió del oficio.
Le
sucedió un tal Marino. La lección aprendida de memoria, Marino hizo la voluntad
de su dios a rajatabla, y en recompensa el dios de los romanos le concedió un
año de vida más que a sus predecesores santísimos. Y la historia acaba, como
dije antes, inesperadamente, cuando el dios romano coronó papa a su propio
hijo. En el año 895 el nieto de la misma Puta que sentara a su hijo en la
Sucesión de San Pedro, se sentó en el mismo sillón con el nombre de Juan muchas
veces Juan. Papa del que siendo su abuela una Puta no se podía esperar que
fuese un santo. Lo cual no quiere decir que no fuera un santo padre, al menos
así figura en la lista de los padres santos.
SEGUNDA TENTACIÓN
SIGLO XV
Eugenio IV (1431-1447)
Eugenio
IV, de nombre de pila Gabriel Condulmero, nació en
Venecia en el 1383. Hijo de una familia de comerciantes entró en la orden
monástica de los Celestinos, si por iniciativa vocacional o por imposición del
sistema de castas occidental, un hijo para el Estado, otro para las armas y
otro para la iglesia, no se sabe. El hecho es que los Celestinos fue una orden
sui géneris dentro del universo de las órdenes eclesiásticas medievales
italianas. Celestino, fundador de la orden, fue papa durante un año, el 1294.
Su historia es tan singular como su orden y su vida tan curiosa como su muerte.
Su nombre verdadero era Pedro Morón. Nació en el 1215, y fue el hijo de un tal Angelario, campesino de la comunidad napolitana, provincia
de Molina. A los 17 años Celestino se metió en el convento benedictino de los Faifolis de Benevento, y enseguida se convirtió en un
portento por su carácter superascético. En el 1239,
con tan sólo 24 primaveras, se retiró en plan San Antonio a una caverna del
monte Morón, donde se pasó los siguientes cinco años luchando con sus demonios.
Purificado por la victoria regresó a este mundo de pecadores. Pero lo mismo que
la cabra tira al monte Pedro Morón regresó a su vida de cavernícola, esta vez
con dos de sus colegas, con quienes compartió cueva en las Montañas del Sur. Y
desde allí fundó la Orden de los Celestinos en el 1244.
Aunque
parezca increíble, al morirse Nicolás V los cardenales le eligieron papa a él,
Pedro Morón. Cuando le dieron la noticia Pedro Morón “el Ermitaño” se negó en
rotundo a abandonar su cueva. Fue necesaria la intervención de los reyes de
Nápoles y Hungría para sentarlo en el trono de Roma y coronarlo papa un 29 de
Agosto del 1294. Pedro Morón tomó el nombre pontificio Celestino V. El 13 de
diciembre del mismo año Celestino V renunció a la corona de Roma. Pero antes
firmó dos decretos, en el primero confirmaba el encierro de los cardenales
durante la elección del papa, en el siguiente y último decreto los obligaba a
encerrarse a raíz de su dimisión irrevocable. ¿Las razones? “El deseo de una
vida sencilla más pura, de una conciencia sin mancha, deficiencia de fuerzas
para el cargo, su ignorancia, la perversidad de…”, dijo. Y como lo dijo lo
hizo. Una actitud increíble en un papa. Tan increíble que su inmediato sucesor
lo atrapó, lo mandó encarcelar y dejó que se muriera de peste por cobarde y
traidor a la causa.
Este
Bonifacio VIII sí llevaba en su frente la marca de los papas. Eso era un papa.
Y todo papa que se preciare de serlo primero debía demostrar que valía para el
crimen. En los prolegómenos de la Primera Pornocracia esta propiedad quedó establecida condición sine qua non indispensable para
alcanzar la jefatura de la iglesia romana. Lo demás, ser perros, fornicarios,
hechiceros, homicidas, venía de por sí.
Total,
esta es la orden de los Celestinos a la que confiaron el alma de su hijo los
padres de Gabriel Condulmero, futuro Eugenio IV. La
carrera pontificia de Gabriel entró en vía de alta velocidad durante el
pontificado de su tito Gregorio XII. Este Gregorio XII y el difunto Celestino V
fueron las dos caras de la moneda que Pedro, por orden de Jesús, sacó de la barriga
de aquel pez legendario. Gregorio XII fue elegido papa por un cónclave
compuesto por sólo quince cardenales. Fue elegido con una condición -como si a
Dios se le pudiera imponer tesis- que su rival de Aviñón, Benedicto XIII,
renunciase a la corona pontificia, y abriese un concilio contra el Gran Cisma
de Occidente. De hecho los dos papas entraron en conversaciones y quedaron en
Savona para llegar a un acuerdo. Buena voluntad no faltaba. Lo que sí brillaba
por su ausencia eran los hechos. Ese concilio nunca tuvo lugar. Ni que decir
tiene que mosqueados por esta traición a la palabra dada los quince cardenales
empezaron a pronunciar otro nombre. Astuto como un papa, Gregorio XII, como si
fuera Dios y la Iglesia su reino, contraatacó creando cuatro nuevos cardenales.
Corría un 4 de Mayo del 1408. Pero si el delito era grave el delincuente agravó
su crimen delante del mundo al conocerse que los cuatro cardenales eran
sobrinos del jefe de la iglesia romana, revelándose así por espíritu infuso
otra de las cualidades pontificias, ser un Judas, traidor a su palabra y a la
confianza depositada por la Iglesia Católica en su persona.
Lo
llamaban santo padre. Eso era un santo padre. En una palabra: el Papa.
Traicionados
por sus respectivos elegidos, tanto los cardenales del papa de Aviñón como los
del papa de Roma decidieron elegir uno nuevo y cerrar la historia del Gran
Cisma. Convinieron en quedar en Pisa e invitaron al Concilio a ambos enemigos
de la doctrina divina, la que dice que la palabra es Dios y el hombre fue
creado a imagen y semejanza de Dios.
Obviamente
ni el papa ni su antipapa se presentaron en Pisa. Peor aún, Gregorio XII se
armó de la espada de San Pedro y amenazó a los cardenales con la pena de
excomunión y muerte: ¡por herejes!, sentencia inefable e infalible a cumplir
por su verdugo a sueldo para la ocasión, un príncipe llamado Malatesta -el
nombre le convenía al caso, cosas del destino-.
El
5 de Junio del 1409, temiendo más a Dios que a un traidor a su palabra, los
cardenales depusieron a los dos santos padres y eligieron a Alejandro V como
nuevo obispo metropolitano romano. Más grande que el Señor de la Iglesia
Católica y Rey del Cielo, el tal Gregorio XII, bajo cuya bandera comenzara su
meteorítica carrera hacia la curia Gabriel Condulmero,
futuro Eugenio IV, creó diez nuevos cardenales, y declaró herejes y perjuros,
enemigos públicos de la iglesia romana, a los dos papas contrincantes.
Dado
este caos Segismundo, emperador del sacro imperio romano, intervino para apoyar
el Concilio que puso fin al Gran Cisma, y declaró delante de Dios y de los
hombres que el Concilio Ecuménico tiene autoridad sobre toda la Iglesia, incluido
en el lote el obispo metropolitano romano.
Obviamente
esta verdad no tardaría en ser combatida y crucificada por los próximos jefes
de la iglesia romana. El hecho es que el Concilio de Constanza fue un triunfo
para Gregorio XII, padrino del futuro Eugenio IV, porque, aunque hubo de
retirarse, impuso sus nombramientos cardenalicios al Concilio. Gracias a cuya
imposición y aunque solo tenía 32 años de edad conservó su categoría de
cardenal obispo su Gregorio Condulmero.
Sin
razón, por lo que se ha visto, concibió Gabriel Condulmero contra la familia del nuevo papa Martín V un odio que si no le conviene a
ningún cristiano, y menos al sucesor de San Pedro en la Cátedra de la
infalibilidad ex cathedra. La familia de la que provenía el papa Martín V
Colonna y la iglesia romana estaban unidas por lazos que se remontaban al 1192,
cuando uno de sus miembros alcanzó el cardenalato. Descendientes de los condes
de Tusculum, los Colonnas cultivaban contra los Orsinis una enemistad tradicional entre cuyas madejas los Condulmeros no tenían porqué meter las manos. Dos papas Orsinis, Celestino III y Nicolás III, hacían bueno el
perdón para el papa Benedicto XIII Orsini, el enemigo
jurado del Gregorio XII al que en nada le iba la vieja y querida enemistad Orsini-Colonna. De hecho Martín V Colonna no sólo no
molestó al futuro Eugenio IV sino que además confirmó el valor de todo lo que
su tío el papa Gregorio XII hizo. Pocas razones tenía por consiguiente el
futuro papa Condulmero para ganarse la enemistad de
una de las familias más poderosas de Italia y envolver al papado en el corazón
de sus intrigas odiosas.
A
la muerte del tercer papa Orsini fue elegido el
sobrino de Gregorio XII con el nombre de Eugenio IV. Como era de esperar en
alguien capaz de mezclar odio a los hombres y amor a Dios en el mismo cáliz,
bajo la política del nuevo papa las fuerzas del obispo romano se concentraron
en una dirección. ¿Qué otra podía ser sino perseguir y crucificar el decreto
por el cual el Concilio Ecuménico de las Iglesias, de acuerdo a la palabra de
Dios: “Donde estéis dos en mi nombre estaré yo”, por ser Apostólico, eleva sus
decisiones sobre las decisiones del jefe de la iglesia romana? Aboliendo la
divinidad de la palabra del Hijo de Dios quedaba sólo glorificado él, el único,
el incomparable, el sólo infalible y todopoderoso obispo de Roma, su divina
santidad, el santo padre, el Papa.
Consecuente
con su política de autoglorificación el papa Condulmero disolvió el Concilio de Basilea que ordenara el papa Colonna, y ordenó que se
celebrara uno nuevo en Bolonia. Lógicamente los reunidos en el nombre de Jesús
en Basilea se negaron a renunciar a Cristo y confesaron ante Dios y los hombres
que el Concilio Ecuménico tiene valor universal y no puede ser derogado ni contradicho
por un obispo particular, sea el metropolitano de Roma o el de Moscú, el de New
York o el de Madrid. No es Cristo quien tiene que obedecer a Pedro, sino Pedro
quien tiene que seguir a Cristo. En este caso Jesús estaba en Basilea.
Estúpido
decir que su divina santidad Eugenio IV se negó a ir, y no sólo se negó a
doblar sus rodillas delante de su Señor, sino que además, en Ferrara, el 8 de
Junio del 1438, declaró a Cristo, que estaba entre sus obispos, hereje. La
respuesta de Cristo fue fulminante y 17 días más tarde el papa Condulmero fue expulsado de la Iglesia. En su lugar fue
elegido Félix V.
Días
malos eran aquéllos. Al frente de su cuerpo cardenalicio el jefe de la iglesia
metropolitana romana, como ya antes lo hiciera con la iglesia ortodoxa
arrojando sobre ella el anatema, el Iscariote Condulmero,
cabeza visible de aquel cuerpo que no era el de Cristo sino el de la iglesia
romana, ad maiorem inferno gloriam desafió a Cristo a quitarle al
Sucesor de Pedro la jefatura que ni Dios le quitara a San Pedro. Quitándosela,
el Hijo se rebelaría contra el Padre y todo el Poder sería para el Papa. ¿No
era astuto el Diablo?
El
mundo vivió alucinado aquella lucha del papa Condulmero por poner de rodillas a Cristo. Francia y Alemania no dudaron en poner en
práctica la doctrina de Cristo establecida en el Concilio de Constanza, cuyos
decretos porque Cristo es sempiterno, tienen valor eterno. Sin embargo el
obispo romano legítimo, Félix V, demostró pronto no saber pronunciar el vade
retro Satán con la energía necesaria. Mientras la acción de Félix V apenas si
dejaba huellas los pasos del hombre que valía para ser papa a la usanza romana,
criminal sin ser un monstruo, ladrón sin ser expoliador, traicionero sin ser
diabólico, condujeron a Eugenio IV de regreso a la Roma de la que fuera
expulsado. Poco a poco los intereses políticos de los reyes de Francia,
Alemania y España volvieron a coincidir con los del papa Condulmero,
y sin prisas pero sin pausa bajo el peso de las coronas europeas la Iglesia
Católica fue de nuevo puesta de rodillas al servicio de la ambición de un sólo
hombre. A su muerte se sentó en el trono de dios en la Tierra el que sería
llamado Nicolás V.
Nicolás V
(1447-1455)
Nicolás
V, de nombre de pila Tomás Parentucheli, nació el
1398 en Sarzana, Italia. Su padre fue un médico.
Estaba estudiando en Bolonia cuando un obispo descubrió su talento y le dio la
oportunidad de seguir sus estudios en Alemania, Francia e Inglaterra. Su don de
palabra y su inteligencia le ganaron la fama en el Concilio de
Florencia-Ferrara. Elevado al obispado por el papa Condulmero fue elegido por su sucesor para tratar con Alemania la cuestión de la
desobediencia al Concilio de Constanza. Su éxito fue recompensado con el
cardenalato, desde donde saltó al trono pontificio vacante tras la muerte de su
padrino romano.
Perro
sin más amo que su voluntad, desde el primer momento hizo de la glorificación
del obispado romano el norte de su política. Como su predecesor, dirigió todas
sus fuerzas a la anulación de la Doctrina del Concilio de Constanza y la
recuperación para Roma de su posición clásica de capital del universo. Félix V,
en efecto, dobló sus rodillas ante el nuevo rey de la ciudad eterna. Federico
III el Alemán renunció a la Confesión de Constanza. Y desde todo el mundo los
peregrinos acudieron como locos a Roma aprovechando el Jubileo del 1450.
En
la cúspide de su divina megalomanía y negándose a obedecer el decreto de Dios
sobre la abolición del imperio, el papa Parentucheli coronó emperador a Federico III el Alemán. Era el 1452. En el 1453, a un año
pasado de la restauración del imperio romano de occidente, el imperio romano de
oriente caía bajo los efectos del decreto contra el Imperio Romano que Dios
pronunciara al final del siglo primero de la primera era de Cristo.
Los
cronistas de este obispo, hereje él mismo y juez de herejes, dicen que la
rebelión de sus enemigos fraguó una conspiración catilina que, denunciada, fue atajada con los poderes naturales de un césar romano.
Sobre las causas de la impotente rebelión y los efectos de la dulce venganza
los cronistas a sueldo del papado no dicen ni jota. Nosotros, acostumbrados a
las glorias y miserias del Poder, creemos que la creación de la roma vaticana a
costa de las espaldas de los ciudadanos de la república cristiana fue el caldo
de cultivo donde el descontento se transformó en virus. En cuanto a las muertes
y torturas que el papa omnisciente -como lo llamaron- firmó y ejecutó
personalmente mejor ni calcular el número. Podemos correr el riesgo de perder
la cuenta y encontrarnos de repente en la cuneta 666, carretera del Diablo.
Su
divina santidad murió un 24 de Marzo del 1455 llevándose al Cielo las manos
llenas de sangre, dejando en la Tierra el nombre de Dios un poco más bajo
delante de los gentiles y el rostro de Cristo un poco más sucio.
Calisto III (1455-1458)
Calisto
III, de nombre de pila Alfonso Borjia, nació en
Játiva, Valencia, y era por tanto español. Profesor de Derecho en Lérida fue
contratado al servicio del rey de Aragón para servirle como diplomático en el
concilio de Basilea. Posteriormente por sus servicios de reconciliación entre
su rey Alfonso V de Aragón y el papa Eugenio IV Condulmero recibió la púrpura cardenalicia. Desde aquí saltó al trono de la república
cristiana romana, donde se murió de rabia por no poder suscitar el interés
general por una cruzada de reconquista de Constantinopla, la ciudad rebelde.
Siguiendo la política del papado: “todo papa que se precie de ser papa tiene
que repartir los tesoros de la Iglesia entre sus parientes”, el primer papa Borjia convirtió a sus sobrinos de la noche a la mañana en
cardenales. Entre ellos estaba el segundo y último de los papas Borjias, el Alejandro VI del cual estamos siguiendo los
pasos de su forja.
Pío II (1458-1464).
Pío
II, de nombre de pila Eneas Silvio Piccolomini, Eneas Silvio su seudónimo
literario, nació un 18 de Octubre del 1405.
Como
todos los que le precedieron y le sucederían, exceptuando algún paria de circo,
Pío II era de noble cuna, mucha sangre azul y todo eso. Jesucristo dijo: “es
más difícil ver entrar un rico en el reino de los cielos que un mosquito
tragándose un elefante” - o algo así. No dijo que fuera imposible, porque para
Dios todo es posible, pero sí que sería dificilillo. Sin embargo, por una
operación misteriosa de los dioses romanos en cuanto los nombres de San Pedro y
San Pablo se convirtieron en oro, por alguna transmutación alquímica, con toda
seguridad : pues de qué forma entender que quienes un día fueron tratados de
bastardos al siguiente fuesenadorados como dioses; en
cuanto el milagro se produjo la dificultad se volatizó, al menos en Roma. Y con
el paso de los siglos la iglesia romana le impuso a la Iglesia Católica, so
pena de anatema, el dogma del mosquito tragándose al elefante.
En
efecto, para llegar a ser papa no había que ser rico, había que ser riquísimo.
Y así fue cómo la iglesia italiana se burló de Jesucristo. Los cardenales no
sólo se tragaban un elefante, también engullían mamuts, y hasta dinosaurios de
los gigantes.
Lógicamente
nadie esperaba de los obispos romanos otra cosa que ser lo que eran, déspotas,
nepotes, tiranos, asesinos, fornicarios, hechiceros, ladrones, borrachos, en
suma, encarnación de todos los vicios y males del género humano contra los que
Jesucristo se alzara de la tumba diciendo: “Fuera perros, hechiceros,
fornicarios, homicidas”.
En
este terreno el papa Piccolomini no defraudaría la esperanza de los romanos.
Los italianos no elegían a un papa para que fuera santo, sino para excusar sus
propias bajezas en las miserias del papado. Y la Iglesia Católica, como Eva en
su inocencia, cayó en la trampa del Diablo, porque si se levantaba contra el
sucesor de Pedro cometía contra Dios un pecado terrible al tocar a su elegido.
Y los romanos, sabiéndolo, se rieron de la Esposa de Cristo haciéndole tragar
por jefe de los pastores de su Esposo al peor y más miserable de todos los
cristianos.
El
joven Eneas Piccolomini, italiano vero, descendiente de los legendarios romanos imperators, sabía lo que había y miró para otra
parte. La carrera eclesiástica no era lo suyo.
Así
que al término de su carrera universitaria Eneas Piccolomini se buscó la vida
dando clases. Pero la tentación de las riquezas fue más fuerte que la vida del
hombre de la calle y en el 1431 aceptó entrar al servicio del obispo Domingo
Capranica. Este, furioso por la injusticia que contra él había cometido el
pérfido y malvado Eugenio IV negándole el cardenalato que antes de morirse le
otorgara Martín V, acompañado de su secretario Piccolomini, el obispo Capranica
llegó al concilio de Basilea echando humos por las narices y loco por echarle
leña al fuego del infierno encendido por el propio papa Condulmero.
Desde
su posición de observador interino del concilio, el escritor Eneas Silvio tuvo
la oportunidad de ver la basura que se esconde debajo de la alfombra con los
ojos de quien ve el teatro chino desde el lado de los creadores de las sombras.
Fuese porque sabía más de la cuenta y su presencia de ojo que todo lo ve y todo
lo calla empezaba a molestar en la corte de Roma, fuese porque su competencia
le mereció la elección, el hecho es que el futuro papa Pío II fue desterrado a
las antípodas británicas. Apareció en Escocia con una cierta misión secreta, de
la que ni él mismo supo jamás el secreto, y fue el principio del mar de
aventuras que, al ser tomado por espía papista, le sirvió de barco pirata con
el que dar a conocer su talento de cronista y pintor de aquellos tiempos
turbulentos a los reinos cristianos de la época.
Su
duda sobre la naturaleza de su misión secreta, por la que fuera enviado en
misión divina a las antípodas extragalácticas de la
república cristiana, nos es descubierta por el odio que arrasó su buena fe
contra el papa Condulmero. A su regreso a la
república cristiana se sumó a los cardenales apostólicos defensores de la
doctrina universal de Constanza poniendo su afilada imaginación a sus pies.
Excitado por la fiebre general firmó la elección legítima de Félix V, su
torpedo contra el maléfico papa Condulmero. Pero
cuando vio que su torpedo perdía fuerza y dirección y el barco del odiado
Eugenio IV seguía a toda vela, el futuro papa Piccolomini se retiró del
escenario y dejó las aguas correr. Después de todo la vida de los papas era tan
corta como la de una ramera noche y día al pie del cañón. Si Eneas Piccolomini
un día se buscó la vida dando clases ahora podía buscársela de juglar en la
corte del emperador Federico III.
Y
así fue. Con tan buena fortuna que Eneas Silvio se convirtió de pronto en una
especie de afortunado Petrarca en la corte del rey Arturo. Hombre de su tiempo,
ni más bueno ni más malo que nadie, ahí es donde hubiera debido quedarse,
cantando los amores de los cortesanos y ganándose corazones de las reinas de la
noche. Pero el tiempo que lo cura todo borró las cicatrices que le causaran su
relación con el papado. Y poco a poco, como la cabra tira al monte, el bardo
Piccolomini hizo las paces con Roma, que es decir con su rey y señor Eugenio IV Condulmero. Circunstancias obligan.
El
caso es que el emperador lo envió a Roma con la misión especial de aconsejar al
papa la apertura de un nuevo concilio. Eugenio IV, haciendo gala de su santa
paternidad en Cristo de todos los cristianos del universo, buenos y malos, le
perdonó todas sus piccolomínidas a cambio de aceptar
otra misión especial, ni más ni menos que regresar a Alemania y romper el hielo
entre el emperador y el papa a causa del Credo de Constanza.
Olvidadas
sus piccolomínidas y reconciliado con Dios en el papa
y gracias al papa, el legado imperial pontificio ejecutó a la perfección su
misión, en recompensa por cuya victoria, la reconciliación imperio-papado,
recibió de Nicolás V, a la muerte de Eugenio IV, el título de Obispo. El bardo
y juglar de la corte del emperador, el follarín Piccolomini fue ungido sacerdote en un plis plas y hecho obispo en un santiamén
por obra y gracia del Papa.
Obispo
de Trieste, al servicio del nuevo papa Martín V, su primer trabajo de
importancia fue hacer de celestina para el emperador. El siguiente encargo
papal fue de más categoría, hacerle una visita al rey de Bohemia, de fe
supersticiosa, y tratar de reconvertirlo en una ovejita al servicio del “rey de
Roma”. Jorge de Podebray mandó al “perro papista” de
vuelta a la casa de su amo, a hacer de celestina para su emperador, que se le
daba mejor.
Para
celebrar la boda el emperador fue declarado Rey de los Romanos por el sumo
pontífice de los Romanos en la ciudad eterna de los Romanos. Y después el papa
se murió.
El
nuevo papa, Calisto III, rechazó de plano la sugerencia del rey de los Romanos
de hacer cardenal al obispo Piccolomini. La propuesta no era mala, pero el
elegido del César tenía que ponerse a la cola y esperar su turno, el papa de
los Romanos tenía una legión de sobrinos, hijos secretos y nietos ocultos entre
los que repartir los tesoros de la iglesia. De todos modos para no perder la
amistad del César lo haría arzobispo.
Y
así fue. De bardo a obispo, de obispo a arzobispo. El siguiente asalto, la
conquista del trono de San Pedro, ¡elemental, watson!
Calisto
III se murió, los cardenales se reunieron, la feria subasta de la compraventa a
tiempo parcial del trono de San Pedro abrió su cónclave. Los apostantes se
dejaron ganar al mejor postor y al final le fue adjudicada la gloria del
Sucesor de San Pedro al bardo Eneas Silvio Piccolomini, que adoptó el glorioso
nombre de Pío-Pío, en lenguaje romano Pío II.
Su
primer acto como papa fue vender Nápoles al rey Fernando de Aragón. El
siguiente gastarse las treinta monedas de plata en una macro fiesta a beneficio
de una cruzada contra los turcos, a celebrar en Mantua. Como era de esperar a
la fiesta se apuntó todo el mundo. Pero ni uno de los príncipes se tomó en
serio la cruzada. La macro fiesta era una excusa del papa bardo para seguir
viviendo la vida a lo loco. De hecho el regreso a Roma fue épico y la pernocta
interminable del papa en Siena de leyenda bucólica.
Desgraciadamente
en este mundo miserable hay siempre idiotas que no viven sino para amargarle la
fiesta a los que han nacido para vivir en eterno carnaval. El idiota de turno
se llamaba Tiburcio. El desgraciado se atrevió a echarle en cara al papa gastarse
el dinero de todos los romanos en lo que le diera la gana. El papa le puso la
mano encima, le dijo una palabra y, como aquellos esposos de los Hechos,
Tiburcio cayó fulminado al suelo. En protesta por esta muerte, o porque ya
estaban protestando, la cosa es que los Romanos se entregaron a una orgía de
violencia sin freno. Molesto, pero dispuesto a acabar con el caos en su reino,
con la ayuda de su aliado aragonés, Pío-Pío no dudó en hacer lo que tuvo que
hacer, segar cabezas, cortar “güevos”.
Famoso
antes de ser papa por su capacidad y paciencia negociadora, en cuanto fue papa
perdió las virtudes que le hicieron famoso y se dedicó a lanzar anatemas y
maldiciones contra todos los reyes y personajes adversos a sus proposiciones.
Prusianos y polacos conocieron su cólera.
Hábil
político manipuló la figura de santa Catalina de Siena, a la que elevó a los
altares para borrar de la memoria la expresión de cólera que a todos se le
había grabado a raíz de sus maldiciones contra los Teutones.
Luis
XI, rey de Francia, se dejó ganar por gesto tan hábil y capituló a favor del
papa en contra de la Santa Doctrina Apostólica de Constanza.
En
realidad Luis XI no capituló. Simplemente hizo una transacción comercial. Yo te
doy lo que tú quieres, el control de la iglesia galicana, y tú me das lo que yo
quiero, el reino de Nápoles. El astuto Pío-Pío firmó la Capitulación a cambio
de la Venta de Nápoles. Entonces el rey aragonés puso el grito en el cielo.
Asustado, Pío-Pío traicionó su palabra, dejó en ridículo al rey francés y éste
regresó a la obediencia de Constanza, uno de los pilares de la doctrina que
llamaban Galicanismo.
Volviendo
su rostro sagrado hacia la cuestión bohemia, ahora como Pío-Pío, Piccolomini
excomulgó a Jorge de Podebrady. Y de nuevo, después
de haberle mostrado sus cuernos a todo el mundo, quiso hacer gala de su
brillante aura invitando por carta al sultán de los turcos a convertirse al cristianismo.
Y cuando el sultán lo mandó a freír espárragos él mismo, sacando la espada de
Pedro -contra el Divino Decreto: “Vuelve la espada a su sitio, quien a espada
mata a espada muere”- se lanzó a la cruzada seguido de un ejército que a su
muerte, a los pocos días de viaje, se desvaneció en la nada
Pablo II (1464-71)
Pablo
II, de nombre de pila Pedro Barbo, veneciano, fue uno de los sobrinos suyos que
el papa Eugenio IV Condulmero hizo cardenales porque
era omnipotente, todopoderoso y ni Dios puede llamar a juicio al sacrosanto y
santísimo pontífice romano. Engendrado en la cueva de un basilisco no se podía
esperar de este digno hijo del nepotismo otra cosa que se apuntase a burlarse
del juicio de Dios: “Por vuestra culpa es calumniado mi nombre entre los
gentiles”. Burla que no tardó en oírse alto y fuerte apenas se sentó en su
trono este nuevo sumo pontífice romano. Reinó este todopoderoso pontífice durante
siete calamitosos y tristes años, del 64 al 71 del siglo XV.
Dicen
las crónicas vaticanas que este hijo del nepotismo fue elegido unánimemente.
Nosotros, observadores del Pasado, conocedores de las memorias del Papado, al
leer esta nota nos imaginamos por la raza del elegido a sus electores, y nos
preguntamos si entre todos aquellos hubo siquiera uno elegido por el Espíritu
Santo y no impuesto al Espíritu Santo por la fuerza del dinero y las armas. El
caso es que un triste 30 de Agosto del 1464 Pedro Barbo, sobrino de un papa de
triste memoria para la cristiandad, fue elegido santísimo padre de la
cristiandad. Otro padre más impuesto contra el Mandato Divino: “Vosotros no
llaméis Padre a nadie, más que a vuestro Padre que está en los cielos”. El
concepto de patres legado por el
imperio romano era demasiado hermoso para ser abandonado por el obispado
romano.
Durante
la toma de posesión del trono divino de los obispos romanos declaró Pablo II
algo así como que ... iba a proscribir el Nepotismo ... iba a reformar la
estructura interna de la Iglesia ... iba a continuar la cruzada contra los
turcos. ... iba a llamar a concilio ecuménico en un plazo mínimo de ya y uno
máximo de treinta y seis Lunas.
Por
prometer le prometió el Sol y las estrellas a los que le vendieron la Mitra.
Obviamente en cuanto sentó su trasero en el Santo Sillón de los Santos Padres
su palabra de Judas y la basura se fueron a comer juntas a los prostíbulos del
Tíber.
La
rebelión que su traición anunciada suscitó entre sus antiguos admiradores llevó
a la cárcel a más de uno bajo la acusación de alta traición contra su divinidad
el Papa. Las torturas, las expropiaciones, todo tipo de delito que se podía
esperar de un ferviente discípulo del diablo se rifaron al alimón, y les tocó
el premio a todos los que el omnisciente y santísimo Pablo II les reservó la
papeleta, entre ellos un eminente poeta filósofo, que una vez escapado de la
muerte retrató al odioso Pedro Barbo con todos los colores clásicos naturales
al Judas Iscariote, en su gloria lo tenga Dios.
Pero
sería diabólico por mi parte decir que aquel no fue un buen papa. Diré que fue
un papa buenísimo. Superó a sus predecesores en orgías y gastos para fiestas
populares a cargo de las espaldas de los fieles de todo el mundo. Su cara
oculta, su lado oscuro fue su aversión patética e irracional contra las
primeras flores del Humanismo. Según su santidad Pablo II lo que le convenía a
los fieles era la ignorancia y el analfabetismo. Mientras más estúpido es el
pueblo cristiano menos tiene que depositar sus pies sobre el suelo el sumo
pontífice. Pues superando a Cristo, que no se tiró del monte a incitación del
diablo, el obispado romano sí lo hizo, demostrándole así al Cielo y a la Tierra
que hasta los ángeles se ponen al servicio del Papa para que sus pies no
tropiecen contra las piedras.
El
juicio condescendiente y misericordioso de los historiadores de las cosas del
Papado hacia aquel obispo sin honor se centra en la lucha que emprendió contra
la corrupción municipal romana. Y nosotros, para no quitarles el gusto de
sentirse buenos y misericordiosos como dios, les concederemos el éxtasis del
alucinamiento que a la inteligencia de un hijo de Dios le causa la absolución
humana contra quien Dios condenó al decir: “Por vuestra causa es aborrecido mi
nombre delante de los gentiles”.
El
único terreno donde hubiera podido demostrar ser un digno sucesor de San Pedro,
la cuestión del rey de Bohemia, la pisó de plano mediante el recurso a la
excomunión. O lo que es igual, por imposición doctrinal ante el papado en este
mundo sólo hay dos posturas, doblar las rodillas o poner el trasero.
Como
muy bien nos enseñó Jesucristo y sus Apóstoles nos lo mostraron en sus carnes,
en este mundo y en el otro, ahora y en la eternidad, un hijo de Dios únicamente
dobla sus rodillas ante Dios, su Padre, y no le pone el trasero ni al Diablo.
La pregunta es: ¿Al elevarse sobre todas las criaturas y actuar como quien
tiene el señorío sobre todas las cosas, empleando para glorificarse a sí mismo
el Poder que Cristo le concediera a Pedro mirando a la Unidad espiritual de las
iglesias: el obispado romano no cometió un delito contra el Cielo y la Tierra?
Pablo
II se murió como se murieron todos aquéllos papas, dejando el nombre de Dios un
poco más deshonrado delante de los ateos.
Sixto IV (1471-84)
Sixto
IV, de nombre de pila Francisco de la Rovere, italiano por supuesto, romano
imperator de la cuna hasta la tumba, pasó por la orden de los franciscanos
antes de alcanzar la gloria del que es como los dioses. A los 50 años de edad
fue elegido General de los Franciscanos. Tres años más tarde Pablo II lo hizo
cardenal. Y sucedió a su padrino en el 71.
Esperanza
vana era la del cristiano que creía en el Papado. A uno malo le sucedía otro
peor. Los nortes de este General Franciscano fueron
su familia y la gloria del Papa. Pensando en la primera a sus sobrinos los
nombró obispos, cardenales y lo que quiso, con todo lo que ello implicaba,
poder, dinero, propiedades. En cuanto a la segunda causa, Sixto IV no dudó en
dirigir la nave del Vaticano contra la corona de Francia, que le debía la
obediencia de la iglesia galicana a la doctrina de la superioridad suprema del
obispado romano sobre todas las metrópolis cristianas del Reino de Dios.
Luis
XI se negó en rotundo a apartarse de la Doctrina Sacrosanta de Constanza en
nombre de la gloria de una república cristiana fundada según el modelo del sumo
pontificado legado por los romanos imperators a los
sucesores de San Pedro. Doctrina de dudosa divinidad. Tanto más dudosa cuanto
más profundo era el delito de los papas contra el Honor a Dios debido por sus
siervos.
Si
a una pena se le suma otra pena se forma una pena muy grande. Sixto Sixto Sixto Sixto,
Sixto IV para sus adoradores, vivió una pena más grande todavía. Si a dos penas
se le suma otra y a las tres una cuarta la pena del que tiene dos penas se
dobla. Y es que la pena de aquel dios romano es imposible de calibrar. Todos
sus sobrinos cardenales le salieron rana. Y tenía tantos... A pena por cabeza
el pobrecito papa sufrió una pena más grande...
Es
verdad, al papa Sixto IV sus sobrinos cardenales le salieron todos rana. No les
bastaba a semejantes sapos vestir la púrpura y haber sido creados a la imagen y
semejanza de Dios por un dios humano, además tenían que demostrar que eran como
dios, para lo cual debían escupirle sus actitudes fornicarias, adúlteras,
sodomitas y hechiceras en la cara a Dios.
Entonces,
si a una pena se le suma otra, y se hace una pena muy grande, por la misma ley
si a una osadía se le suman dos el valiente deviene un héroe. Por esta sencilla
ley para parvulitos todos los sobrinos cardenales del divino papa fueron
héroes.
Y
es que matar para probar el dulce sabor de la sangre humana es de Novela. La
sangre humana: ¿depende de en qué materia y lugar se beba es más o menos dulce?
¿El sitio ideal para beber la sangre humana es la iglesia? ¿Entre sus muros la
sangre sabe mejor?
No
sé quién le daría semejante consejo satánico a los cardenales romanos,
posiblemente su tito el papa. El hecho es que querían saberlo por experiencia.
Basiliscos,
hijos de un dragón que paseaba su gloria maligna por toda la Tierra buscando
donde plantar su Cizaña infernal, los hijos del Infierno encontraron en los
sobrinos del jefe de la iglesia romana tierra buena; fruto de cuya siembra
sería el episodio conocido con el título: La Conspiración de los Pazzi. Eran
cardenales y obispos pero se atrevían a planear crímenes y se conjuraban para
ejecutarlos entre los muros de las iglesias. Así y todo seguían siendo
cardenales de la iglesia romana, aunque ante Dios y su Hijo jamás fueran
miembros de la Iglesia Católica. Sobre todos ellos y su cabeza, el papa, pesa
el juicio del Hijo del Hombre: “apartaos de mí, malditos, obradores de
iniquidad”.
Como
todo el mundo sabe la causa tras la bendición de la iglesia romana al asesinato
de los Médicis se descubre en la negación de Lorenzo el Magnífico a concederle
otro crédito al Papa. Negarle algo al todopoderoso pontífice romano, sin el
cual no había salvación, era una ofensa a la Santísima Trinidad, y en
consecuencia el papa y sus sobrinos se plantearon la caída de Lorenzo y su
familia empleando como brazo armado la familia Pazzi. La idea del papa era
aprovechar la coyuntura para dar un golpe de estado contra la república de
Florencia y ponerla bajo el control del cardenal Rafael Riario,
su sobrino del alma. El complot falló. De los dos hermanos Medicis cayó uno y el que quedó se llamaba Lorenzo el Magnífico.
Dulce
es la sangre, pero más dulce es la venganza. Conocedor del cerebro detrás del
brazo, Lorenzo mandó ejecutar al arzobispo de Pisa, devolviendo el golpe a
rajatabla: ojo por ojo, diente por diente. La respuesta del verdadero cerebro
criminal tras la Conspiración de los Pazzi, el mismísimo papa, fue a encerrar
bajo el anatema a Florencia y luego declararle la guerra durante dos largos
años. No contento con este delito contra el Decreto Divino: “Baja la espada,
Pedro”, el belicoso Sixto IV bendijo la guerra entre Venecia y Florencia a
condición de serle entregada Ferrara a otro de sus sobrinos cardenales del
alma.
Desgraciadamente
los príncipes italianos acabaron por abrir los ojos, le vieron los cuernos al
demonio que se sentaba en la Silla de San Pedro y firmaron las paces. Sixto IV
estuvo a punto de excomulgarlos a todos por herejes y no creer que la Voluntad
del papa es el Verbo de Dios. A su tiempo sin embargo, cuando los tiempos
estuviesen maduros, la doctrina de la igualdad entre el Verbo de Dios y la
Palabra Infalible de los papas, se haría. Y así, por igualdad matemática, el
papa sería Dios entre nosotros.
No
todo iba a ser negativo en aquel demonio de papa. El hombre contrató a Miguel Ángel
para que le decorara la Choza Sixtina y embelleció la Ciudad Eterna, donde mora
este dios infalible en la Tierra, con otros monumentos épicos por los que
pedimos la absolución para sus crímenes. Amén.
Y
se murió.
Inocencio VIII (1484-92)
Inocencio
VIII, de nombre de pila Juan Bautista Cibò, genovés, descendiente azul de una
rancia estirpe de senadores imperators, puso su
nombre en la lista de los papas tras la muerte del anterior. La carrera
eclesiástica de este príncipe de la vieja escuela en el seno de las tinieblas
romanas se puede dibujar en el papel de los siglos sin preocuparnos demasiado
de los renglones torcidos sobre los que su estela se movió de palacio en
palacio.
Pablo
II lo hizo arzobispo de Savona, por cuánto dinero no viene a cuento.
Sixto
IV lo hizo cardenal por la suma a la que se compraba y se vendía la púrpura. El
precio variaba en función de la renta y los beneficios. Hombre de su tiempo se
movía en la corrupción como gusano en agua fétida. El genovés Juan Bautista Cibò
fue elegido papa un 29 de Agosto del 1489, con el nombre de
Inocencio-Inocencio-Inocencio-Inocencio ... ocho veces, o si se prefiere
Inocencio VIII. Contra lo que se pudiera esperar de su nombre, Inocencio ... de
inocente el hombre no tenía ni un pelo.
Siguiendo
la moda al uso nada más ser coronado habló del turco. Los cristianos ya estaban
curados de sorpresa y sin embargo se vieron sorprendidos cuando el mismo
Inocencio VIII que echaba pestes del turco aceptó conservar bajo su custodia al
hermano rebelde del sultán de Constantinopla. Se dice que contra 40.000 ducados
de oro al año. Este era el nuevo santo padre de los romanos. Esto era un papa
de verdad, lo peor de la condición humana elevado a lo más alto de la
conciencia cristiana, el Diablo huyendo de Dios que había encontrado refugio
entre las misericordiosas fibras del corazón de la iglesia romana.
Entre
sus otras gestas figuran su bendición a la coronación de Enrique VII, padre de
Enrique VIII, su decreto contra los magos y las brujas, elegir a Tomás de
Torquemada como Gran Inquisidor, llamar a cruzada contra los Valdenses
exhortando a la masacre sin perdón. Y otras gestas similares o más grandes,
entre las que una legión de hijos de las más diferentes mujeres le valieron el
chiste de, si no por sus actos, al menos sí por sus bastardos ser llamado “papa
de Roma”. Teniendo en cuenta la broma nos podemos imaginar la vastedad que
alcanzó el nepotismo y la corrupción en los medios pontificios. Sin esta
imaginación sobre la mesa es imposible comprender que el próximo papa se
hubiera atrevido a escupirle a Dios en pleno rostro. Lo llamaban Alejandro VI Borjia.
TERCERA NEGACIÓN
Alejandro VI (1492-1503)
Alejandro
VI, de nombre de pila Rodrigo Borgia, nació en Valencia. Por ser español no se
le perdonó lo que hemos visto fue tomado a chirigota en su predecesor por ser
un italiano vero. De hecho la acusación contra Alejandro VI de ser
el más corrupto de los papas medievales, es un truco retórico de la iglesia italiana
para centrar el odio y la repugnancia en un sólo punto y así quitar del cuadro
el lodazal en el que este gusano nadó a sus anchas. Creer que de la noche a la
mañana un personaje como el papa Borjia se sentó en
el trono de San Pedro, supuestamente custodiado por una guardia pretoriana de
santos e incorruptos cardenales italianos, creer esta fábula es cosa de
católicos barbarizados, analfabetos lobotomizados por
el miedo, que olvidan que el Diablo no puede excomulgar a Dios.
El
origen de la carrera eclesiástica de Alejandro VI tuvo su línea de salida en el
nepotismo de su padrino y tío carnal el papa Calixto III. Es decir, como el que
más, no fue menos. Y tan devoto del Honor de Dios como el que menos, no le impidió,
siendo cardenal, vivir en un palacio y celebrar orgías a lo Nerón, como el que
más.
La
leyenda del Banquete de las Avellanas de Oro ha cruzado los siglos. La inmensa
pureza de la conducta corrupta exigida por la iglesia romana para alcanzar la
santidad pontificia jamás quedó más de manifiesto, sin por ello jurar que fuera
la anécdota más infernal desde la óptica del espíritu de Dios que nos sirvieron
los italianos. Sin ser la anécdota más sangrienta, ni igualar la masacre de
miles como condición previa para sentarse en el trono del dios de Roma, que
otros tuvieron que pagar, el banquete de las Avellanas de Oro nos recuerda con
su impactante fuerza lo que es odioso a Dios y a sus hijos.
Tal
vez mi talento no sea el mejor retratista para un Banquete como el de las
Avellanas de Oro. Los que leen estas líneas comprendan mi falta total de genio
para retratar cosas de un universo que se me escapa y sólo en pesadillas me
atrevería a visionar. Grosso modo:
un
30 de Noviembre del 1501, para celebrar un aniversario y con ocasión de ese
aniversario, Alejandro VI invitó a la Curia a un banquete en su palacio. Su
fama de anfitrión hizo que el palacio apostólico se pusiera de bote en bote.
Las prostitutas romanas y no se sabe cuántos rameros fueron empleados como
criados. De la profesión de los criados se puede imaginar qué parte llevaban
cubiertas y qué partes al aire ellos y ellas. De lo que pasó una vez que se
comieron las alitas de las gallinas de los güevos de
oro y se bebieron las leches de burras se puede deducir los platos que se
sirvieron y los vinos que se bebieron.
Hartos
de carne y vino estaban el santo padre y su sacro cortejo de ángeles púrpuras
cuando sin previo aviso el Borjia comenzó a
desparramar avellanas de oro por los suelos. El número de las pepitas doradas
no viene a cuento, los cabalistas serios de todas las épocas siempre tuvieron
la imaginación corta y los sesos calientes, de aquí que sus cuentas siempre
acabaran en el seis triple. Allá ellos. El hecho es que los suelos del salón
pontificio quedaron, en un amén amén amén santo santo santo gloria gloria aleluya, sembrado de estrellas de oro del tamaño de una avellana brasileña. Las putas y
los rameros se arrojaron a recoger con sus cuernos todas las que pudieron. Los
cardenales, super obispos y demás santos, Dios nos libre de su reino, reían a
carcajadas la gracia de su señor y dios el papa de Roma. La gracia del juego
estaba en que las putas y putos habían de recogerlas a cuatro patas, y para
hacer la gracia más descojonante tenían que agarrarlas con los dientes, sin
manos, lamiendo el suelo donde pisaba el santo padre y su santa familia de
hijos de Roma Eterna. Pero ahí no acabó el show.
No.
La imaginación para la miseria y el crimen crece a medida que la experiencia se
acumula. Bueno, es como en todo. Mientras más corre uno más fuerte se hacen las
piernas; mientras más estudia uno más fuerte se pone el cerebro; mientras más
mata uno más experto se hace en la materia. Lo mismo en el campo de la miseria,
campo en el que los papas y su cuerpo romano eran consumados expertos, como se
ve del banquete por excelencia, el de las Avellanas de Oro, sobre cuyo
acontecimiento posiblemente ni una millónesima de los
católicos presentes han oído alguna vez palabra alguna. Posiblemente se estén
creyendo que me estoy inventando el cuento antipapista. En fin, el show sólo
acaba de empezar.
Las
putas y los rameros estaban allí por los suelos y se partían los piños
intentando agarrar con los cuernos mientras más avellanas de oro, mejor. El
delirio vino con la última condición del papa Borjia,
sólo se quedarían con las avellanas si habían sido cogidas con un super obispo
a cuestas. Ellos y ellos aceptaron encantados hacer de burros y burros para sus
santidades romanas. Los super obispos, se comprende, muertos de risa montaron a
pelo, cometiendo contra la decencia cristiana toda clase de delitos, sobre los
que mejor pasar de largo no sea que el asco por semejante ejemplo sea tomado
por otra cosa y el celo por la verdad acabe por ser investido de la calidad de
las llamas del infierno, que hay tonto para todo en este mundo. El caso es que
acabado el Banquete los super obispos salieron por las calles de Roma cantando
aquel “Hosanna al que viene en nombre del Señor”.
Cosas
del Papado, cosas de Alejandro VI Borjia, cosas de la
iglesia italiana.
Pero
se equivoca quien crea que su elección cogió por sorpresa a nadie, o piense que
sus orgías fueron una visión inesperada del anticristo que por fin gobernaba a
su antojo los destinos del Rebaño de Cristo. Para nada. Pío Pío,
aún siendo quien fue, en su tiempo le dio un tirón de oreja al futuro papa Borjia. Enterado este, de tonto no tenía un pelo, el futuro
Alejandro Alejando Alejandro Alejandro Alejandro Alejandro, Alejandro
seis veces -mayor razón para que los cabalistas viesen en él la encarnación del
número de la Bestia- adoptó el modus operandi de los cardenales y obispos de su
época, tener una querida oficial, muy mona y decente, y tantas putas como el
cuerpo lo pidiera. La elección de Alejandro cayó en la célebre Vanozza, tres veces viuda, una mujer con experiencia en la
cama, curtida en toda clase de batallas con machos cabríos en celo. La verdad,
nadie se lo esperaba, habiendo tantas vírgenes locas por tirarse a un papable
que el Español se fuera a hacerlo con aquella mula vieja, por muy guapa que
fuera la madame ... en fin, cosas de papables. Con aquella viuda alegre tuvo
Alejandro cuatro criaturas, entre ellas los célebres César y Lucrecia. Las
criaturas medio reconocidas y las no reconocidas fueron sin número, como
Salomón.
El
1492 fue importante para el mundo y para el cardenal Borjia por dos razones, primero fue elegido papa, y segundo le nació otra criatura de
su segunda querida oficial.
Al
igual que sus predecesores el cardenal compró su elección a base de mulas
cargadas de oro. No es un bulo, es el espejo de la realidad. Ascanio Sforza se
encargó de distribuir el oro a espuertas entre los cardenales electores. Había
sido así de siempre y tardaría una eternidad en ser de otra forma. Era
impensable que fuera de otro modo. El papado lo mismo que el imperio no se
obtenía por la gracia de Dios, y el que se creía el cuento era porque no sabía
donde tenía la cara. El papado había sido instituido por la iglesia romana para
ejecutar la operación de remodelaje del Templo de
Cristo a imagen y semejanza del Templo de Jerusalén contra el que se alzara el
propio Cristo. Un Estado teocrático recaudador del diezmo universal, esta vez
en forma de beneficios, prebendas, rentas, herencias, ventas de indulgencias,
servicios de misas, administración de sacramentos, esto era lo que entendía la
iglesia italiana por Iglesia Católica, y acorde a su entendimiento, empleando
como vara de hierro contra sus críticos la excomunión, así lo había hecho.
Alejandro
VI, perfecto conocedor de aquella estructura teocrática forjada por una iglesia
romana que justificó la abolición del Consejo Apostólico de las Iglesias en la
necesidad de la supervivencia frente a los enemigos del cristianismo,
consciente de lo que se compraba y vendía, porque se había criado viéndolo y
viviéndolo, podía decir: el Espíritu Santo ¿qué es eso?, ¿dónde hay que ir a
comprarlo? ¿Es persona? Entonces seguro que vende su culo.
Al
contrario que sus predecesores, la moda de declaración de odio al turco una
farsa, el nuevo papa dejó en paz al sultán de Constantinopla y puso manos a la
obra maravillando a todos con su capacidad para corregir los defectos de la
estructura recaudadora de la iglesia romana, y consumar la operación de
postración de la Iglesia Católica al servicio de una pirámide cardenalicia
encumbrada por un sumo pontífice y su familia, administradora del Tesoro del
Nuevo Templo ad maiorem motu propio gloriam. Así de sencillo, así
de letal. Esta estructura convirtió la sangre de Jesucristo en fuego y dio
lugar al famoso episodio de la Expulsión de los Vendedores. La cuestión devino
quién se atrevería a protagonizar la Expulsión Segunda Parte teniendo delante y
en contra a la iglesia romana. Lutero dio el paso adelante y dejó ir su
respuesta: Yo.
Lutero
se lo jugó al todo por el todo. Pero antes que él ya lo había intentado
Savonarola. Sin querer ofender al fundador de la Reforma, su predecesor,
Gerónimo Savonarola fue un cristiano carismático y profético en unos tiempos
malos, gobernados por hombres de la talla moral del Alejandro VI, o lo que es
lo mismo, sin ninguna. Recuerdo que de chaval la única parte del conflicto que
se mostraba en la escuela era la del hereje ardiendo en la hoguera, que por
supuesto se merecía. Sobre la parte que lo mandaba al infierno se nos ocultaba
absolutamente todo. Gracias a Dios sus hijos crecemos y, alimentados por su
omnisciencia, se nos forja para hablar de pecado, verdad y juicio. Ahora
sabemos que otra historia se hubiera escrito si en lugar de haber ocupado la
dirección de la Iglesia Católica aquella serie ininterrumpida de dementes
criminales la hubieran ocupado obispos a la imagen y semejanza de Cristo, como
al principio.
Savonarola
tuvo la mala suerte de los buenos, Lutero la de los rebeldes con causa,
Alejandro VI la buena suerte de los malos, prosperan y llenan las páginas de la
historia del mundo con sus crímenes.
La
sentencia a muerte contra el profeta florentino que la iglesia romana dictó
pesa sobre la Iglesia Católica como una sombra fatal. Pero para no parecer que
me dejo llevar por mi pensamiento incluyo aquí una breve biografía del hombre
cuya muerte pesa sobre el obispo de Roma, firmada por Eduardo Tiscornia, dirección homodelirans
-En
la época de Lorenzo el Magnífico, Florencia había llegado al más alto nivel
cultural del Renacimiento, con todo lo que ello significaba en lujo,
refinamiento intelectual y cortesía de modales, signos de distinción material y
espiritual que estaban concentrados en la clase más alta de la ciudad, aquella
que disponiendo del poder se había preocupado por la educación humanista y
tenía el tiempo y la disposición de gozar del “otium,
cum dignitate” ciceroniano.
Pero
no era a este nivel social sino al más bajo de la ciudad al que dedicaba su
atención un fraile dominicano nacido en Ferrara y llamado Girolamo Savonarola. Savonarola había tenido la misma educación superior, hablaba un
latín tan puro como su contemporáneo el famoso Erasmo de Rotterdam y merecería
más adelante la compañía y admiración de personajes de cultura tan refinada
como Juan Pico de la Mirandola.
Cuando Girolamo estudiaba en Ferrara, “Florencia estaba en
guerra con Pisa, Génova con Milán, Bologna con Mantua
mientras Ferrara misma era severamente dañada por una fuerza expedicionaria
veneciana”. Dos guerras civiles en Ferrara llegaron a tales excesos de
salvajismo y crueldad que se comparaban con las épocas de Nerón y Calígula. Girolamo se refería a ellas como “la sangrienta saturnalia”.
Fray
Savonarola alcanzó gran prestigio como predicador y fue elegido Prior del
monasterio de San Marco, sostenido por los Medici, cuando decidió renunciar a
ese beneficio y ajustar el orden interno a las reglas dominicanas más
estrictas. Por otra parte, organizó al margen de cursos de teología y moral
otros de lenguas, como el griego, el hebreo, el caldeo, el asirio y el arameo.
El
Prior era un hombre muy singular. Una de sus características era visionaria.
Había predicho tres muertes, una de las cuales era la de Lorenzo de Medici
mismo, y habían ocurrido tal cual. Esta particularidad se agregaba a sus demás
cualidades señalándole como un ser excepcional. En un mismo año, se produjo una
invasión de los franceses que a la muerte de Ferrante,
Rey de Nápoles -otro de los señalados por Fray Gerónimo- pretendían la sucesión
del reino.
Piero
de Medici, indigno hijo de Lorenzo había heredado el poder en Florencia. Ante
la llegada de las fuerzas francesas prácticamente había abandonado la ciudad a
su suerte. La actitud de Fray Gerónimo fue la de intentar disuadir al rey
francés del pillaje de la ciudad. Su estatura religiosa y la fuerza de sus
palabras lograron su propósito y el 28 de noviembre de 1494 Charles VIII
finalmente dejó la ciudad y se retiró con sus tropas.
Todos
estos acontecimientos dieron a Fray Gerónimo un prestigio político que
ciertamente no deseaba. No obstante aceptó sin título alguno conducir la ciudad
a un nuevo orden constitucional que fue muy alabado por Maquiavelo.
El
celo religioso de Savonarola en la perspectiva de este ensayo era un delirio
desbordado. Había conseguido un aquietamiento del ritmo profano en una ciudad
que seguía sus sermones con una unción conmovida por sus palabras. Habían
grupos opositores poderosos, como el de los ‘Compagnacci’,
cínicos practicantes de las peores costumbres, inspirados en la antigüedad
griega y latina en los que Savonarola veía el regreso del paganismo más crudo y
la más completa corrupción de hábitos sexuales.
En
su persecución, Savonarola no tenía límites, y pedía para ellos el garrote y la
muerte. Los blasfemos deberían tener su lengua atravesada por espinas. Los
incestuosos y los jugadores debían ser ejecutados. El celo había seguido el
curso normal de autoalimentación apasionada. El fanatismo más encendido le
guiaba e inspiraba sus anatemas, el delirans,
colindaba con el demens y su lenguaje había
subido el tono. La energía interior exaltada y la austeridad más extrema se
marcaban en su aspecto y su debilitamiento físico.
En
esos extraños días de Florencia, el ambiente había cambiado curiosamente. Una
forma nueva de convivencia ciudadana seguía a diferentes iniciativas
espontáneas que organizaron milicias juveniles, entusiastas, tal como las que
la historia ha registrado en tiempos y espacios distintos, en los que surgen
vínculos novedosos en formas de solidaridad -latentes acaso en muchos seres,
pero lamentablemente precarios-, generando una forma de cohabitación
significativa. No se trataba de disfraces ni de hipocresías. Eran estados
contagiosos espontáneos.
En
el curso de la primavera de 1495, el aspecto de la ciudad, estaba completamente
cambiado - cuenta Pierre Van Paasen, uno de los
biógrafos de Savonarola. Historiadores nacionales y extranjeros, embajadores,
prelados Romanos, miembros y oficiales de órdenes religiosas que visitaron
Florencia, no reconocían el lugar. Florencia se había convertido en una ciudad
de amor fraternal, de paz y concordia.
Fray
Savonarola había logrado un tono uniforme de conciencia que puede
experimentarse como reacción de la fatiga a tiempos turbulentos de ira y
brutalidad. Manera emocional de coincidencia afectiva, podía mantenerse algún
tiempo mientras acontecimientos conmovedores se sucedían unos a los otros. Los
franceses repitieron su invasión y esta vez una llamada Liga Santa que se había
organizado para enfrentar amenazas de esta clase los derrotó en la batalla de
Asti.
En
1496 cayeron lluvias terribles y el Arno desbordó inundando la ciudad. Se
desató una plaga de peste bubónica que provocó miles de muertos a tal punto que
al atardecer de cada día se recogían los cadáveres. La Liga mandó un ultimátum
a Florencia. La pestilencia y el hambre causaban incontables víctimas. Como si
esta situación no fuera suficiente, tropas del Emperador Maximiliano del Sacro
Imperio se dirigían a la ciudad. Savonarola organizó una inmensa procesión,
encabezada por el Tabernáculo que contenía la imagen milagrosa de Nuestra
Señora de Impruneta. Cuando ésta estaba cerca de la
Catedral llegaron buenas nuevas. Las fuerzas atacantes volvían a sus bases, los
barcos de Francia, atracaron en Livorno y se aprestaban a descargar granos,
hombres y armas. Ese fue un día triunfal para el fraile.
Savonarola
obedeció una orden de no predicar con la que se le procuraba neutralizar pero
siguió dictando el texto a otro fraile, Domenico Buonvicini. Desde el púlpito Fray Doménico conjuró a los
florentinos a dar una prueba definitiva de su cristianidad.
Les pidió que sacaran de sus casas todo lo que ofendiera a Dios es decir todas
las muestras de frivolidad y desvío.
En
la Piazza de la Catedral, se levantó una gigantesca pirámide de dos metros de
alto y ocho metros de circunferencia, a la que se llamó la ‘pirámide de las
vanidades’. A ella, la gente de la ciudad, llevó pinturas, esculturas, adornos
de todas clases, joyas, máscaras, pelucas, disfraces, colonias y perfumes,
polvos y talcos, mazos de cartas e instrumentos musicales. Además libros
ilustrados de Boccaccio y Petrarca, amuletos y pendientes.
Todo
esto estaba destinado a ser consumido en llamas. El martes 7 de febrero de
1497, las puertas de la Catedral se abrieron muy temprano y Fray Gerónimo
celebró la misa en presencia de miles de personas. Una procesión se dirigió
hacia la pirámide, y todos los presentes se ubicaron a su derredor. Después de
una señal convenida, los guardas con antorchas avanzaron hacia ella para
encenderla, las trompetas sonaron, y las campanas de la Torre de la Signoria se echaron al vuelo. Las llamas estallaron al
cielo y se oyeron pequeñas explosiones simultáneas de pólvora, que se había
esparcido sobre los objetos acumulados. Un enorme grito colectivo saludó el
comienzo de la gran fogata purificadora y de un día de gozoso sacrificio. Ese clímax
del delirio colectivo fue también el punto de inflexión de la suerte del Prior
Savonarola.
Cuando
poco después de terminada esta ceremonia, Fray Gerónimo propuso abolir las
carreras de caballos y toda clase de apuestas, se colmó la paciencia de sus
enemigos. Lo denunciaron como una amenaza al orden social. No obstante, el
Prior siguió en sus prédicas y sus agravios contra los que consideraba que eran
los verdaderos destructores del orden de Dios, clamando: “Oh tú, Iglesia prostituida,
que has desplegado tu vil desnudez al mundo entero”.
En
esos días, el cadáver del Duque de Gandía, el hijo más querido del Pontífice,
fue encontrado en el Tíber. El autor sindicado por todos los indicios y
opiniones fue su medio hermano César Borgia. Savonarola escribió al Papa una
carta de condolencia. Este, que al recibirla se había sentido conmovido por su
texto, al leer con cuidado su alusión a los ‘pecados’ lo llevó a declararla
“una pieza de despreciable insolencia”. Las demás comunidades de Florencia,
Agustinos, Franciscanos y Benedictinos, rehusaron celebrar la procesión de San
Juan el Bautista si los monjes de San Marco concurrían. El principio del fin se
marcó para el Prior.
Savonarola
describió al Papa como un hombre “que había hecho desgraciada su posición como
cabeza de la Iglesia por la desvergonzada inmoralidad en su vida”, e invocó la
necesidad de un Concilio, desafiando frontalmente a la Santa Sede. En una carta
dirigida “a los Príncipes”, testificó: “Dios es mi testigo, que “este
Alejandro, no es Papa y no puede ser tenido por tal...” Esta carta la
distribuyó a todos los soberanos y a todos sus amigos, pidiendo le ayudaran a
echar al Supremo Pontífice de la Iglesia Universal, y la envió como misiva
personal a Carlos VIII de Francia. Este ejemplar fue interceptado, no llegó al
rey sino al mismo Alejandro VI.
En
Abril 7 de 1458, Savonarola era aún la figura dominante del estado florentino.
Veinticuatro horas después vencido por sus enemigos, en trance de ser juzgado
por un tribunal especial, yacía en espera de la tortura que le obligaría a
confesar que sus afirmaciones eran falsas. El día 10, comenzaron oficialmente
los tormentos.
El
23 de Mayo de 1458, Gerónimo Savonarola y sus compañeros fueron colgados y
después quemados.
(Naturalmente
desde el punto de vista de la iglesia romana esta es una versión biográfica
herética sobre Savonarola. En las versiones oficiales el hombre era un loco,
Alejandro VI un sabio y la iglesia romana Pilatos limpiándose las manos a la
salud de la Iglesia Católica, en cuyo nombre hizo lo que se hizo).
La
historia del papa Alejandro VI Borjia y las guerras
que por sus hijos desencadenó contra los otros cardenales y contra el resto del
mundo están escritas en los anales... No quiero alargar demasiado este relato
metiendo la marcha en dirección a las profundidades del trono de Satán. La
memoria del Banquete de las Avellanas de Oro es testigo de la perversión de una
iglesia, la romana, que renunció a servir a Dios y se juró en obediencia al
obispo de Roma, juzgándose a sí misma al desafiar al Cristo que dijo: “No podéis
servir a dos señores, no podéis servir a Dios y a las riquezas”. Tomando el
episodio del Banquete de las Avellanas como núcleo central de la conducta de la
iglesia romana contra la que se levantara la Reforma, lo demás es inercia.
Guerra civil vaticana, guerra del papa contra las ciudades italianas, guerra
civil ciudades italianas versus papado otra vez.
Miseria
y horror. La Iglesia Católica gobernada por una iglesia romana que mediante un
estratégico golpe circunstancial de estado había desbancado la Autoridad
Apostólica y se había erigido cabeza de un cuerpo creado por ella misma para
suplantar al Cuerpo de Cristo. Pedro fue elegido Jefe, jamás Cabeza, de un
Cuerpo Apostólico que en Fraternidad e Igualdad dirige el Magisterio de las
iglesias. Sus sucesores abolieron el Cuerpo Apostólico y se declararon cabeza
de un cuerpo para la ocasión creado, un híbrido del Templo Antiguo y el sistema
religioso pagano de la roma imperial.
El
Cuerpo Apostólico se alzó en Constanza para defender su existencia, pero la
estructura autocrática y la personalidad teocrática de la iglesia romana se
negó a doblar sus rodillas delante de Dios y aceptar la Colegialidad Apostólica
fundada por su Hijo cuando le dijo a todos los Apóstoles. “Yo os daré las
Llaves del Reino de los cielos”. El sucesor de la Sede Romana, negándose a
aceptar el Hecho, se alzó contra Cristo, única Cabeza Visible de la Iglesia,
procediendo de este delito como río de la fuente el resto de los crímenes
cometidos por los jefes de la iglesia romana. Entre cuyo mar los de este
Alejandro VI sólo representan una turbia corriente.
Las
aventuras del papa Alejandro VI Borjia y sus hijos no
forman parte de esta Historia. La publicidad contra la Iglesia Católica, que
por culpa de la iglesia romana los gentiles escupieron contra el Honor y la
Gloria de Dios, sí lo son. Los tesoros de la Iglesia Católica, en su origen
destinados a socorrer a los hermanos más pobres, fueron expropiados por la
iglesia romana y destinados, como en este caso, a pagar las bodas de los hijos
de la cabeza cardenalicia del cuerpo de la iglesia romana.
Dicen
que mientras Lucrecia Borjia era casada como una
diosa, el pueblo romano se arrastraba por la miseria comiendo los desperdicios
que no querían ni los perros del vaticano. Dicen que mientras los príncipes de
la iglesia romana vivían como dioses en la Tierra, el pueblo italiano se arrastraba
por el infierno de las guerras entre sus ciudades estados. Se dicen tantas
cosas que no se puede creerlas todas sin analizarlas dentro de su verdadero
contexto. Una de las cosas que se dicen es que el papa anuló el matrimonio de
su hija para casarla con un partido mejor. Unos decenios más adelante otro papa
se negaría a anular otro matrimonio en base a sus intereses específicos,
hablando del caso Enrique VIII de Inglaterra. Es decir, ¿el poder de atar y
desatar que Cristo le confirió a sus Apóstoles y fue monopolizado por el obispo
romano, es un poder para hacer y deshacer lo que le venga en gana? ¿Hoy digo Sí
y mañana digo No, y la doctrina del Maestro me la paso por entre las patas,
porque yo soy el Papa? ¿Entonces Jesucristo está muerto: Viva el Papa?
No
sé si en este recordatorio de las proezas del papado contra el que la Reforma
se alzara, cometiendo el error fatal de no distinguir entre iglesia romana e
Iglesia Católica, pero movida por una justa causa, debiera incluir las dos olas
de terror que el monstruo pontificio, hijo de la iglesia romana, desencadenó
contra los cardenales y los obispos italianos. Las crónicas están ahí para ser
leídas. Los anales del Vaticano han mantenido oculto los crímenes de sus
inquilinos, pero ya ha llegado el tiempo de salir a luz todo lo que estaba
oculto. Las memorias de los criminales que se llamaron santos padres, cuya
serie ininterrumpida, se dice, ha llegado hasta el asesinato por envenenamiento
de Juan Pablo I, están a disposición de todos. Por esto digo que no sé si
merece la pena traer a estrado las dos olas de terror que el santísimo padre
Alejandro VI, Dios lo tenga donde se merece, desató contra los enemigos de sus
hijos.
Como
los que le precedieron, Alejandro VI tuvo hijos para crear un ejército, y elevó
al poder y a las riquezas a todos los que pudo y quiso. Uno de sus hijos, hecho
Duque de Gandía y Benevento, fue hallado flotando en las aguas del río. Loco,
desesperado, el monstruo que llevaba la iglesia romana dentro se revolvió en su
trono maldiciendo a todos sus asesinos y a todos los que sabiendo lo que se
tramaba no hicieron nada por impedir el crimen. La lista de los que fueron
torturados y asesinados, entre cardenales, obispos y príncipes imperators es uno de esos enigmas que el Vaticano ha
mantenido oculto bajo sus alfombras. Yo, lejos de sentir pena o misericordia
por los que le dieron la teta al monstruo y luego fueron devorados por el mismo
dios al que adoraron, prefiero pasar de largo y dejar la memoria de aquella ola
de terror a escritores más atraídos por lo morboso. Sólo diré que al final al
Papa le vino estupenda la muerte de su bastardo, porque aprovechando la ocasión
expropió a todos los condenados, convirtiéndose por este medio en el hombre más
rico del mundo.
Lo
dicho, Jesús condenó el almacenamiento de riquezas y el Papa bendijo lo que
Jesús condenó cuando este delito ante Dios es justificado ad maiorem habemus papa gloriam, que es reírse de todos los hijos
de Dios, empezando por el Unigénito. Así las cosas, entre aquella larga serie
de crímenes callados por el Vaticano la muerte en la hoguera de Savonarola ¿a
quién le sorprende? Si en Roma eran ejecutados decenas de cardenales a diario acusados
de haber criticado al Papa ¿cómo iba a escapar el profeta florentino a la
cólera de aquel anticristo? De todos los pecados de Savonarola pedir la reunión
de un Concilio Ecuménico Apostólico que depusiera a aquel monstruo fue su
crimen imperdonable número uno.
Es
obvio que Enrique VIII no defendió su causa de divorcio desde una posición de
lógica pontificia. Si lo hubiera hecho ni el emperador ni el papa hubieran
podido oponerse a su divorcio de la reina legítima de Inglaterra. Las
anulaciones de matrimonio eran una de las principales fuentes de riqueza de los
estados pontificios. Durante el papado del Borjia las
anulaciones se firmaron un día sí y otro no. El problema era qué obtenía la
iglesia romana y su jefe a cambio de escupirle en el rostro a Cristo. No se comete
un delito de esta naturaleza por nada a cambio. Había que poner sobre la mesa
un cheque. El error de Enrique VIII fue pedir la anulación en razón de su cara
bonita.
En
el 97 el Papa anuló el matrimonio de su hija Lucrecia, por ejemplo, para
casarla con un hijo de Alfonso II. Aunque claro, Lucrecia no era Catalina, por
muy reina de Inglaterra que esta fuera. Lucrecia era la reina porno de Roma. El
Banquete de las Avellanas tuvo lugar en el mismo año de 1501 durante el que
Lucrecia ejerció de reina de la iglesia romana y se escribió la Historia de la
Segunda Pornocracia Pontificia en los anales ocultos
del Vaticano. El santo padre con la puta de su hija, el hermano con la amante
del santo padre, la hija con el hijo del santo padre, ¿este era el ejemplo para
toda la cristiandad? ¿No era lógico que un Gerónimo Savonarola alzara el grito
al cielo y llamara a Concilio a todos los obispos de la Iglesia Católica?
El
ejemplo servido en la cúpula nos podemos imaginar en qué convirtió la iglesia
romana el Honor de Dios y de su Iglesia. ¿No habían razones para una Reforma?
¿No habían razones para entrar en el Templo y expulsar a todos los vendedores
de indulgencias al servicio de la iglesia romana y su jefe de monopolio? ¿No
habían razones para la rebelión de los cardenales a los que las proporciones de
la inmoralidad y el anticristanismo que ellos mismos
habían promocionado les sacaban arcadas con origen en los mismos hipogeos de
sus repugnantes vientres?
Al
horror le siguió el terror.
La
segunda ola de terror se desencadenó. Al primer golpe los poderosos clanes de
los Orsinis y los Colonnas,
cunas de tantos Papas, cardenales, arzobispos, obispos y amén de siervos de
Roma, cayeron en picado. Sus fortunas fueron confiscadas y entregadas a los
hijos del Borjia. El número de los que cayeron bajo
esta segunda ola de terror puede calcularse vagamente. Su sustitución por una
legión de cardenales títeres hizo que no se les echara de menos. El dios romano
simplemente quitaba y ponía. Nada nuevo bajo el sol. Uno malo, pero conocido,
era sucedido por otro malo, pero desconocido. La misma cara con distinta
máscara. El mismo perro con diferente collar. Nada nuevo bajo el sol. Al Borjia le sucedería otro Papa hecho a su medida. Sus crímenes
serían sucedidos por nuevos crímenes. La Iglesia Católica, sujeta a la locura
de la iglesia romana en razón de los intereses monárquicos de la Europa
Medieval, sólo podía rezar porque en su Caída el sucesor de Pedro no arrastrase
a todos las iglesias al Infierno. A la muerte de Alejandro VI Borjia, como si los demonios celebrasen duelo, la violencia
celebró su propio Banquete en las calles de Roma.
(Canon
noveno del Primer Concilio de Nicea, el del Credo)
Si
alguien ha sido hallado en pecado y contra los cánones es investido, el derecho
canónico exige la deposición del tal, porque la Iglesia Católica es la Comunión
de los Elegidos de Dios, según la Palabra de su Hijo: “Lo que mi Padre me ha
dado es lo mejor”
Pero Jesucristo estaba tonto en política y por eso lo crucificaron, ¿o no?
La Ignorancia fue la herencia del mundo a causa de la Transgresion del Primer Hombre. La raíz de la Ignorancia es el Silencio de Dios. Este Silencio permaneció desde Adán hasta Cristo, pues aunque sus siervos los profetas estuvieron en los secretos de la Sabiduría, a ninguno de ellos les dio el Poder de hablar libremente. Pero ni a su mismo Hijo, siendo el Verbo hecho Hombre, quien con su Todopoderosa Voz creó la Luz, le dio la lbertad de decir palabra alguna que ÉL no le hubiese dado. Lo dijo: SI hablàndoos de cosas terrenas no comprendeis ¡cómo entenderiais si os hablase de las cosas celestiales! Lo dijo en Espíritu Santo en Pablo: Si hubiesen conocido a quièn crucificaron no lo hubieran hecho jamás. Con los Apóstoles aquella Sabiduría predestinada para ellos regresó al Silencio, dejando a los hombres en la Ignorancia sobre aquellas cosas celestiales. Evidentemente quien habló asi conocía esas cosas celestiales. Sin ir más lejos le profetiza a San Pedro sus Negaciones, imagen de las Negaciones de sus Sucesores, e inmediatamente esas negaciones de San Pedro realizadas, su Señor reagorma su Decreto sobre su Jefatura Doctrinal sobre sus Hermanos los Obispos. La Obediencia del Hijo a su Pafre Divino es absoluta: No fue Pedro quien de si mismo confesó : Tú eres el Hijo de Dios Vivo; fue el mismísimo Señor Dios YAVÉ quien declaró por la boca de su Siervo el Origen Eterno de su Unigénito. De manera que siendo Dios quien eligió por Jefe de sus Siervos a Pedro, ¡cómo iba este Hijo a rebelarse contra la Sabiduría de Dios, su Padre! Nos vaos al lado cotrario ahora. Manipular este Confirmacion de la Sucesión de Pedro para escribir una licencia para el crimen y la corrupción es aliarse con el Diablo y hacer que la Blasfemia del Nombre de Dios entre los no creyentes y creyentes es una Perversión Abominable, de la que tendrán que responder sus autores ante su Señor. Pues si quien salva el alma de un honbre gana para la suya el perdòn sobre sus delitos, quienes alejan el alma de su opri¡ojiomo de su Sakvacipn ¿qué sentencia tendran del Juez Divino? Quiero decir con esto que si la llamada de los obispos y los reyes a Reforma Católica era de Necesidad, que finalmente se cumplió al precio de la Rebelión de las naciones Anglo Sajonas y Nórdicas, esas nacionesd, desde el momento que le retiraron al Sucesor de San Pedro su Jefatura negaron al Señor y se rebelaron contra Dios. Pues si ni el mismo Dios Hijo Todpoderoso, hablando a lo humano, se atrevió a discutirle a su Padre su la Eleccciòn de San Pedro para Jefe de los Obispos, ¿quiénes se creyeron que fueron ellos, los Lutero y los Calvinos, para negarle la Sucesión de San Pedro por el Espíiritu Samto comuinicada al Obispor de Roma? Dios juzgará a unos y a otros, pues aunque Obispo de Roma el siervo sigue siendo siervo; y recordando que Satán fue uno de los hijos de Dios entre qiienes r¡distribiyo Dios las familias de los honbres, acorde a su Voluntad : Hagaos al Hombre..., y aun asi fue condenado por su Rebelión, ¡ cuánto más un siervo será desterrado de su Reino! La Misericordia de Dios llueve sobre todos su Gracia, una vez liberados del Silencio, a fin de que en la Obediencia a su Volunad la Ignorancia sea combatida y desterrada de su Iglesia. Mas para quien persista en los frutos de su Ignorancia, sea Obispo o Patriarca o Pastor, lel Juicio es Incorruptible: Apartaos de mí malditos e iros al fuego preparado por mi Padre para los demonios
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