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LA BIBLIA
     

 

NUEVO TESTAMENTO

ANTIGUO TESTAMENTO

 

Los

Hechos de los Apóstoles

PRIMERA PARTE

LA IGLESIA EN JERUSALÉN

(1-7)

 

SEGUNDA PARTE

EXPANSION DE LA IGLESIA FUERA DE JERUSALÉN (8-12)

 

TERCERA PARTE

DIFUSIÓN DE LA IGLESIA ENTRE LOS GENTILES (13-28)

 

Primer viaje de San Pablo. Pablo y Bernabé en Chipre

1-12

Había en la iglesia de Antioquía profetas y doctores: Bernabé y Simeón, llamado Níger; Lucio de Cirene, Manahem, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo; mientras celebraban la liturgia en honor del Señor y guardaban los ayunos, dijo el Espíritu Santo: Segregadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los llamo. Entonces, después de orar y ayunar, les impusieron las manos y los despidieron. Mandados, pues, por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí navegaron a Chipre.

En Salamina predicaron la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, teniendo a Juan por auxiliar. Luego atravesaron toda la isla hasta Pafos, y allí encontraron a un mago, falso profeta, judío, de nombre Barjesús. Hallábase éste al servicio del procónsul Sergio Paulo, varón prudente, que hizo llamar a Bernabé y a Saulo, deseando oír la palabra de Dios. Pero Elimas -el mago, que eso significa este nombre-, se le oponía y procuraba apartar de la fe al procónsul. Mas Saulo, llamado también Pablo, lleno del Espíritu Santo, clavando en él los ojos, le dijo: ¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de torcer los rectos caminos del Señor? Ahora mismo la mano del Señor caerá sobre ti y quedarás ciego, sin ver la luz del sol por cierto tiempo. Al punto se apoderaron de él las tinieblas y la oscuridad, y daba vueltas buscando quien le diera la mano.

Al verlo, creyó el procónsul, maravillado de la doctrina del Señor.

Pasan los misioneros al Asia Menor

13-52

De Pafos navegaron Pablo y los suyos, llegando a Perge de Panfilia, pero Juan se apartó de ellos y se volvió a Jerusalén. Ellos, partiendo de Perge, llegaron a Antioquía de Pisidia, y entrando en la sinagoga en día de sábado, se sentaron. Hecha la lectura de la Ley y de los Profetas, les invitaron los jefes de la sinagoga, diciendo: Hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación al pueblo, decidla. Entonces se levantó Pablo, y haciendo señal con la mano, dijo: Varones israelitas y vosotros los que teméis a Dios, escuchad:

El Dios de este pueblo de Israel eligió a nuestros padres y acrecentó al pueblo durante su estancia en la tierra de Egipto y con brazo fuerte los sacó de ella. Durante unos cuarenta años los soportó en el desierto; y destruyendo a siete naciones de la tierra de Canan, se la dio en heredad al cabo de unos cuatrocientos cincuenta años. Después les dio jueces, hasta el profeta Samuel. Luego pidieron rey y les dio a Saúl, hijo de Cis, de la tribu de Benjamín, por espacio de cuarenta años. Depuesto éste, alzó por rey a David, de quien dio testimonio, diciendo:  “He hallado a David, hijo de Jesé, varón según mi corazón, que hará en todo mi voluntad.” Del linaje de éste, según su promesa, suscitó Dios para Israel un salvador, Jesús, precedido por Juan, que predicó antes de la llegada de aquél el bautismo de penitencia a todo el pueblo de Israel. Cuando  Juan estaba para acabar su carrera, dijo: “No soy yo el que vosotros pensáis: otro viene después de mí, a quien no soy digno de desatar el calzado.”

Hermanos, hijos de Abraham, y los que entre vosotros temen a Dios: a nosotros se nos envía este mensaje de salud. En efecto, los moradores de Jerusalén y sus príncipes no le reconocieron y le condenaron, dando así cumplimiento a las palabras de los profetas que se leen cada sábado, y, sin haber hallado ninguna causa de muerte, pidieron a Pilato que le quitase la vida.

Cumplido todo lo que de Él estaba escrito, le bajaron del leño y le depositaron en un sepulcro, pero Dios le resucitó de entre los muertos, y durante muchos días se apareció a los que con El habían subido de Galilea a Jerusalén, que son ahora sus testigos ante el pueblo. Nosotros os anunciamos el cumplimiento de la promesa hecha a nuestros padres, que Dios cumplió en nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús, según está escrito en el salmo segundo: “Tú eres mi hijo, yo te engendré hoy”. Pues le resucitó de entre los muertos, para no volver a la corrupción. También dijo: “Yo os cumpliré las promesas santas y firmes hechas a David.” Por lo cual, en otra parte dice: “No permitirás que tu Santo vea la corrupción.” Pues bien, David, habiendo hecho durante su vida la voluntad de Dios, se durmió y fue a reunirse con sus padres y experimentó la corrupción; pero aquel a quien Dios ha resucitado, ése no vio la corrupción.

Sabed, pues, hermanos, que por éste se os anuncia la remisión de los pecados y de todo cuanto por la Ley de Moisés no podíais ser justificados. Todo el que en El creyere será justificado. Mirad, pues, que no se cumpla en vosotros lo dicho por los profetas: “Mirad, menospreciadores, admiraos y anonadaos, porque voy a ejecutar en vuestros días una obra tal que no la creeríais si os la contaran.”

A la salida les rogaron que al sábado siguiente volviesen a hablarles de esto. Disuelta la reunión, muchos de los judíos y prosélitos adoradores de Dios siguieron a Pablo y a Bernabé, que les hablaban para persuadirles que permaneciesen en la gracia de Dios.

Al sábado siguiente casi toda la ciudad se juntó para escuchar la palabra de Dios; pero viendo los judíos a la muchedumbre, se llenaron de envidia e insultaban y contradecían a Pablo. Mas Pablo y Bernabé respondían valientemente diciendo: A vosotros os habíamos de hablar primero la palabra de Dios; mas puesto que la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, nos volveremos a los gentiles. Porque así nos lo ordenó el Señor: “Te he hecho luz de las gentes para ser su salud hasta los confines de la tierra.”

Oyendo esto los gentiles, se alegraban y glorificaban la palabra del Señor, creyendo cuantos estaban ordenados a la vida eterna.

La palabra del Señor se difundía por toda la región; pero los judíos concitaron a mujeres adoradoras de Dios y principales y a los primates de la ciudad y promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé y los arrojaron de sus términos. Ellos, sacudiendo el polvo de sus pies contra aquéllos, se dirigieron a Iconio, mientras los discípulos quedaban llenos de alegría y del Espíritu Santo.

Capítulo  14

Prosigue la misión en Asia hasta la vuelta de Antioquia

1-28

Igualmente en Iconio entraron en la sinagoga de los judíos, donde hablaron de modo que creyó una numerosa multitud de judíos y griegos. Pero los judíos incrédulos excitaron y exacerbaron los ánimos de los gentiles contra los hermanos. Con todo, moraron allí bastante tiempo, predicando con gran libertad al Señor, que confirmaba la palabra de su gracia realizando por su mano señales y prodigios. Al fin se dividió la muchedumbre de la ciudad, y unos estaban por los judíos y otros por los apóstoles. Y como se produjese un tumulto de gentiles y judíos con sus jefes, pretendiendo ultrajar y apedrear a los apóstoles, dándose éstos cuenta de ello, huyeron a las ciudades de Licaonia, Listra y Derbe y a las regiones vecinas, donde predicaron el Evangelio.

Había en Listra un hombre cojo desde el seno de su madre y que nunca había podido andar. Escuchaba éste a Pablo, que, fijando en él los ojos y viendo que tenía fe para ser salvo, le dijo en alta voz: Levántate, ponte de pie. El, dando un salto, echó a andar. La muchedumbre, al ver lo que había hecho Pablo, levantó la voz diciendo en licaónico: Dioses en forma humana han descendido a nosotros, y llamaban a Bernabé Zeus, y a Pablo Hermes, porque éste era el que llevaba la palabra.

El sacerdote del templo de Zeus, que estaba ante la puerta de la ciudad, trajo toros enguirnaldados y, acompañado de la muchedumbre, quería ofrecerles un sacrificio. Cuando esto oyeron los apóstoles Bernabé y Pablo, rasgaron sus vestiduras, y arrojándose entre la muchedumbre, gritaban diciendo:  “Hombres, ¿qué es lo que hacéis? Nosotros somos hombres iguales a vosotros, y os predicamos para convertiros de estas vanidades al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto hay en ellos; ue en las pasadas generaciones permitió que todas las naciones siguieran su camino, aunque   no las dejó sin testimonio de sí, haciendo el bien y dispensando desde el cielo las lluvias y las estaciones fructíferas, llenando de alimentos y de alegría vuestros corazones”.

Con todo esto, a duras penas desistió la muchedumbre de sacrificarles.

Pero judíos venidos de Antioquía e Iconio sedujeron a las turbas, que apedrearon a Pablo y le arrastraron fuera de la ciudad, dejándole por muerto. Rodeado de los discípulos, se levantó y entró en la ciudad. Y al día siguiente salió con Bernabé camino de Derbe.

Evangelizada aquella ciudad, donde hicieron muchos discípulos, se volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, confirmando las almas de los discípulos, exhortándolos a permanecer en la fe, y diciéndoles que por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el reino de Dios. Les constituyeron presbíteros en cada iglesia por la imposición de las manos, orando y ayunando, y los encomendaron al Señor, en quien habían creído. Y atravesando la Pisidia, llegaron a Panfilia, y, habiendo predicado la palabra en Perge, bajaron a Atalia, y de allí navegaron hacia Antioquía, de donde habían salido, encomendados a la gracia de Dios, para la obra que habían realizado. Llegados, reunieron la iglesia y contaron cuanto había hecho Dios con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Y moraron con los discípulos bastante tiempo.

Capítulo  15

El problema de la obligación de la Ley

1-33

Algunos que habían bajado de Jerusalén enseñaban a los hermanos: “Si no os circuncidáis conforme a la Ley de Moisés, no podéis  ser salvos.” Con esto se produjo una agitación y disputa no pequeña, levantándose Pablo y Bernabé contra ellos. Al cabo determinaron que subieran Pablo y Bernabé a Jerusalén, acompañados de algunos otros de aquéllos, a los apóstoles y presbíteros de Jerusalén, para consultarlos sobre esto. Ellos, despedidos por la iglesia, atravesaron Fenicia y Samaria, contando la conversión de los gentiles y causando grande gozo a todos los hermanos.

A su llegada a Jerusalén fueron acogidos por la iglesia y por los apóstoles y presbíteros, y les contaron cuanto había hecho Dios con ellos. Pero se levantaron algunos de la secta de los fariseos que habían creído, los cuales decían: “Es preciso que se circunciden y mandarles guardar la Ley de Moisés.” Se reunieron los apóstoles y los presbíteros para examinar este asunto.

Después de una larga deliberación, se levantó Pedro y les dijo: “Hermanos, vosotros sabéis cómo ha mucho tiempo determinó Dios aquí entre vosotros que por mi boca oyesen los gentiles la palabra del Evangelio y creyesen. Dios, que conoce los corazones, ha testificado en su favor, dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros y no haciendo diferencia alguna entre nosotros y ellos, purificando con la fe su corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios queriendo imponer sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros fuimos capaces de soportar? Pero por la gracia del Señor Jesucristo creemos ser salvos nosotros, lo mismo que ellos.”

Toda la muchedumbre calló, y escuchaba a Bernabé y a Pablo, que referían cuantas señales y prodigios había hecho Dios entre los gentiles por medio de ellos. Luego que éstos callaron, tomó Santiago la palabra y dijo:

“Hermanos, oídme: Simón nos ha contado de qué modo Dios por primera vez eligió tomar de los gentiles un pueblo consagrado a su nombre. Con esto concuerdan las palabras de los profetas, según está escrito: “Después de esto volveré y edificaré la tienda de David, que estaba caída, y reedificaré su ruinas y la levantaré, a fin de que busquen los demás hombres al Señor, y todas las naciones sobre las cuales fue invocado mi nombre, dice el Señor que ejecuta estas cosas, conocidas  desde antiguo.” Por lo cual, es mi parecer que no se inquiete a los que de los gentiles se conviertan a Dios, sino escribirles que se abstengan de las contaminaciones de los ídolos, de la fornicación, de lo ahogado y de la sangre. Pues Moisés desde antiguo tiene en cada ciudad quienes lo expliquen, leyéndolo en las sinagogas todos los sábados.

Pareció entonces bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia, escoger de entre ellos, para mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé, a Judas, llamado Barsabas, y a Silas, varones principales entre los hermanos, y escribirles por mano de éstos: “Los apóstoles y ancianos hermanos, a sus hermanos de la gentilidad que moran en Antioquía, Siria y Cilicia, salud: Habiendo llegado a nuestros oídos que algunos salidos de entre nosotros, sin que nosotros les hubiéramos mandado, os han turbado con palabras y han agitado vuestras almas, de común acuerdo nos ha parecido enviaros varones escogidos en compañía de nuestros amados Bernabé y Pablo, hombres que han expuesto la vida por el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Enviamos, pues, a Judas y a Silas para que os refieran de palabra estas cosas. Porque ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna otra carga más que éstas necesarias: que os abstengáis de las carnes inmoladas a los ídolos, de sangre y de lo ahogado y de la fornicación, de lo cual haréis bien en guardaros. Salud.”

Los enviados bajaron a Antioquía, y, reuniendo a la muchedumbre, les entregaron la epístola, que, leída, los llenó de consuelo. Judas y Silas, que también eran profetas, con muchos discursos exhortaron a los hermanos y los confirmaron. Pasado  allí algún tiempo, fueron despedidos en paz por los hermanos a aquellos que los habían enviado.

              Segundo viaje del Apóstol

34-41

Pero Silas decidió permanecer allí, y partió solamente Judas. Pablo y Bernabé se quedaron en Antioquía, enseñando y evangelizando, con otros muchos, la palabra del Señor. Pasados algunos días, dijo Pablo a Bernabé: Volvamos a visitar a los hermanos por todas las ciudades en que hemos evangelizado la palabra del Señor y veamos cómo están. Bernabé quería llevar consigo también a Juan, llamado Marcos; pero Pablo juzgaba que no debían llevarle, por cuanto los había dejado desde Panfilia y no había ido con ellos a la obra. Se produjo tal exacerbación de ánimo, que se separaron uno de otro, y Bernabé, tomando consigo a Marcos, se embarcó para Chipre, mientras que Pablo, llevando consigo a Silas, partió encomendado por los hermanos a la gracia del Señor. Atravesó la Siria y la Cilicia, confirmando las iglesias.

Capítulo 16

1-10

Llegaron a Derbe y a Listra. Había allí un discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente y de padre griego, muy elogiado por los hermanos de Listra e Iconio. Quiso Pablo que se fuera con él, y, tomándole, le circuncidó a causa de los judíos que había en aquellos lugares, pues todos sabían que su padre era griego. Atravesando las ciudades, les comunicaba los decretos dados por los Apóstoles y ancianos de Jerusalén, encargándoles que los guardasen.

Las iglesias, pues, se afianzaban en la fe y crecían en número  de día en día.

Atravesada la Frigia y el país de Galacia, el Espíritu Santo les prohibió predicar en Asia. Llegaron a Misia e intentaron dirigirse a Bitinia, mas tampoco se lo permitió el Espíritu de Jesús; y pasando de largo por Misia, bajaron a Tróade. Por la noche tuvo Pablo una visión. Un varón macedonio se le puso delante y, rogándole, decía: Pasa a Macedonia y ayúdanos. Luego que vio la visión buscamos cómo pasar a Macedonia, coligiendo que Dios nos llamaba para evangelizarlos.

Pablo, en Europa

11-40

Zarpando de Tróade, navegamos derechos a Samotracia; al día siguiente llegamos a Neápolis, de allí a Filipos, que es la primera ciudad de esta parte de Macedonia, colonia romana, donde pasamos algunos días. El sábado salimos fuera de la puerta, junto al río, donde pensamos que estaba el lugar de la oración; y sentados hablábamos con algunas mujeres que se hallaban reunidas. Cierta mujer llamada Lidia, temerosa de Dios, purpuraria, de la ciudad de Tiatira, escuchaba atenta. El Señor había abierto su corazón para atender a las cosas que Pablo decía. Una vez que se bautizó con toda su casa, rogó diciendo: Puesto que me habéis juzgado fiel al Señor, entrad en mi casa y quedaos en ella; y nos obligó.

Aconteció que, yendo nosotros a la oración, nos salió al encuentro una sierva que tenía espíritu pitónico, la cual, adivinando, procuraba a sus amos grandes ganancias. Ella nos seguía a Pablo y a nosotros, y gritando decía: “Estos hombres son siervos del Dios Altísimo y os anuncian el camino de la salvación”. Hizo esto muchos días. Molestado Pablo, se volvió y dijo al espíritu: En nombre de Jesucristo te mando salir de ésta, y en el mismo instante salió. Viendo sus amos que había desaparecido la esperanza de su ganancia, tomaron a Pablo y a Silas y los llevaron al foro, ante los magistrados; y presentándoselos a los pretores, dijeron: “Estos hombres perturban nuestra ciudad, porque, siendo judíos, predican costumbres que a nosotros no nos es lícito aceptar ni practicar, siendo como somos romanos”.

Toda la muchedumbre se levantó contra ellos, y los pretores, después de quitarles las vestiduras, mandaron azotarlos con varas, y después de hacerles muchas llagas, los metieron en la cárcel, intimando al carcelero que los guardase con cuidado. Este, recibido tal mandato, los metió en el calabozo y les sujetó bien los pies en el cepo.

Hacia medianoche, Pablo y Silas, puestos en oración, alababan a Dios, y los presos los oían. De repente se produjo un gran terremoto, hasta conmoverse los cimientos de la cárcel, y al instante se abrieron las puertas y se soltaron los grillos. Despertó el carcelero, y viendo abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada con intención de darse muerte, creyendo que se hubiesen escapado los presos. Pero Pablo gritó en alta voz, diciendo: “No te hagas ningún mal, que todos estamos aquí”; y pidiendo una luz, se precipitó dentro, arrojándose tembloroso a los pies de Pablo y de Silas. Luego los sacó fuera y les dijo: Señores, ¿qué debo yo hacer para ser salvo? Ellos le dijeron: Cree en el Señor Jesús, y serás salvo tú y tu casa. Le expusieron la palabra de Dios a él y a todos los de su casa; y en aquella hora de la noche los tomó, les lavó las heridas, y enseguida se bautizó él con todos los suyos. Subiólos a su casa y les puso la mesa, y se regocijó con toda su familia de haber creído en Dios.

Llegado el día, enviaron los pretores a los lictores con esta orden: Suelta a esos hombres. El carcelero comunicó a Pablo estas órdenes: Los pretores han enviado a decir que seáis soltados. Ahora, pues, salid e id en paz. Pero Pablo les dijo: Después que a nosotros, ciudadanos romanos, nos han azotado públicamente sin juzgarnos y nos han metido en la cárcel, ¿ahora en secreto nos quieren echar fuera? No así. Que vengan ellos y nos saquen.

Comunicaron los lictores estas palabras a los pretores, que temieron al oír que eran romanos. Vinieron y les presentaron sus excusas, y sacándolos, les rogaron que se fueran de la ciudad. Ellos, al salir de la cárcel, entraron en casa de Lidia y, viendo a los hermanos, los exhortaron y se fueron.

Capítulo 17

1-15

Pasando por Anfípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga de judíos. Según su costumbre, Pablo entró en ella y por tres sábados discutió con ellos sobre las Escrituras, explicándoselas y probando cómo era preciso que el Mesías padeciese y resucitase de entre los muertos, y que este Mesías es Jesús, a quien yo os anuncio. Algunos de ellos que se dejaron convencer se incorporaron a Pablo y a Silas, y asimismo una gran muchedumbre de prosélitos griegos y no pocas mujeres principales. Pero los judíos, movidos de envidia, reunieron algunos hombres malos de la calle, promovieron un alboroto en la ciudad y se presentaron ante la casa de Jasón, buscando a los apóstoles para llevarlos ante el pueblo. Pero no hallándolos, arrastraron a Jasón y a algunos de los hermanos y los llevaron ante los politarcas, gritando: Estos son los que alborotan la tierra. Al llegar aquí han sido hospedados por Jasón, y todos obran contra los decretos del César, diciendo que hay otro rey, Jesús.

Con esto alborotaron a la plebe y a los politarcas que tales cosas oían; pero habiendo recibido fianza de Jasón y de los demás, los dejaron ir libres.

Aquella misma noche los hermanos encaminaron a Pablo y a Silas para Berea. Así que llegaron, se fueron a la sinagoga de los judíos. Eran éstos más nobles que los de Tesalónica y recibieron con toda avidez la palabra, consultando diariamente las Escrituras para ver si era así. Muchos de ellos creyeron, y además mujeres griegas de distinción y no pocos hombres. Pero en cuanto supieron los judíos de Tesalónica que también en Berea era anunciada por Pablo la palabra de Dios, vinieron allí y agitaron y alborotaron a la plebe. Al instante los hermanos hicieron partir a Pablo, camino del mar, quedando allí Silas y Timoteo. Los que conducían a Pablo le llevaron hasta Atenas, recibiendo de él encargo para Silas y Timoteo de que se le reuniesen cuanto antes.

Pablo, en Atenas

16-34

Mientras Pablo los esperaba en Atenas, se consumía su espíritu viendo la ciudad llena de ídolos. Disputaba en la sinagoga con los judíos y los prosélitos, y cada día en el ágora con los que le salían al paso. Ciertos filósofos, tanto epicúreos como estoicos, conferenciaban con él, y unos decían: ¿Qué es lo que propala este charlatán? Otros contestaban: Parece ser predicador de divinidades extranjeras; porque anunciaba a Jesús y la resurrección. Y tomándole, le llevaron al Areópago, diciendo: ¿Podemos saber qué nueva doctrina es esta que enseñas? ues eso es muy extraño a nuestros oídos; queremos saber qué quieres decir con esas cosas. Todos los atenienses y los forasteros allí domiciliados no se ocupan en otra cosa que en decir y oír la última novedad.

Puesto en pie Pablo en medio del Areópago, dijo: “Atenienses, veo que sois sobremanera religiosos; porque al pasar y contemplar los objetos de vuestro culto he hallado un altar en el cual está escrito: “Al dios desconocido”. Pues ese que sin conocerlo veneráis es el que yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, ése, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por mano del hombre, ni por manos humanas es servido, como si necesitase de algo, siendo Él mismo quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. Él hizo de uno todo el linaje humano para poblar toda la haz de la tierra. Él fijó las estaciones y los confines de las tierras por ellos habitable, para que busquen a Dios y siquiera a tientas le hallen, que no está lejos de cada uno de nosotros, porque en Él vivimos y nos movemos y existimos, como algunos de vuestros poetas han dicho: “Porque somos linaje suyo.” Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad es semejante al oro, o a la plata, o a la piedra, obra del arte y del pensamiento humano. Dios, disimulando los tiempos de la ignorancia, intima ahora en todas partes a los hombres que todos se arrepientan, por cuanto tiene fijado el día en que juzgará la tierra habitada con justicia por medio de un Hombre, a quien ha destinado, acreditándole ante todos por su resurrección de entre los muertos”.

Cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se echaron a reír, otros dijeron: Te oiremos sobre esto otra vez.

Así salió Pablo de en medio de ellos. Algunos se adhirieron a él y creyeron, entre los cuales estaban Dionisio Areopagita y una mujer de nombre Damaris y otros más.

Capítulo 18

El Evangelio en Corinto

1-22

Después de esto, Pablo se retiró de Atenas y vino a Corinto. Allí encontró a un judío llamado Aquila, originario del Ponto, recientemente llegado de Italia con Priscila, su mujer, a causa del decreto de Claudio que ordenaba salir de Roma a todos los judíos. Pablo se unió a ellos; y como era del mismo oficio que ellos, se quedó en su casa y trabajaban juntos, pues eran ambos fabricantes de lonas. Los sábados disputaba en la sinagoga, persuadiendo a los judíos y a los griegos.

Mas luego que llegaron de Macedonia Silas y Timoteo, se dio del todo a la predicación de la Palabra, testificando a los judíos que Jesús era el Mesías. Como éstos le resistían y blasfemaban, sacudiendo sus vestiduras, les dijo: Caiga vuestra sangre sobre vuestras cabezas; limpio soy yo de ella. Desde ahora me dirigiré a los gentiles.

Y salió, yéndose a la casa de un prosélito de nombre Ticio Justo, que vivía junto a la sinagoga. Crispo, jefe de la sinagoga, con toda su casa, creyó en el Señor; y muchos corintios, oyendo la Palabra, creían y se bautizaban.

Por la noche dijo el Señor a Pablo en una visión: No temas, sino habla y no calles; yo estoy contigo y nadie se atreverá a hacerte mal, porque tengo yo en esta ciudad un pueblo numeroso.

Moró allí un año y seis meses, enseñando entre ellos la palabra de Dios.

Siendo Galión procónsul de Acaya, se levantaron a una los judíos contra Pablo y le condujeron ante el tribunal, diciendo: Este persuade a los hombres a dar culto a Dios de un modo contrario a la Ley.

Disponíase Pablo a hablar, cuando Galión dijo a los judíos: Si se tratase de una injusticia o de algún grave crimen, ¡oh judíos!, razón sería que os escuchase; pero tratándose de cuestiones de doctrina, de nombres y de vuestra Ley, allá vosotros lo veáis, yo no quiero ser juez en tales cosas.

Y los echó del tribunal. Entonces se echaron todos sobre Sóstenes, el jefe de la sinagoga, y le golpearon delante del tribunal, sin que Galión se cuidase de ello.

Pablo, después de haber permanecido aún bastantes días, se despidió de los hermanos y navegó hacia Siria, yendo con él Priscila y Aquila, después de haberse rapado la cabeza en Cencres, porque había hecho voto.

Llegados a Efeso, los dejó y él entró en la sinagoga, donde conferenció con los judíos. Rogábanle éstos que se quedasen más tiempo, pero no consintió, y despidiéndose de ellos, dijo: Si Dios quiere, volveré a vosotros. Partió de Efeso, y desembarcando en Cesárea, después de subir y saludar a la iglesia, bajó a Antioquía.

Tercer viaje

23-28

Pasado algún tiempo, partió, y atravesando sucesivamente el país de Galacia y la Frigia, confirmaba a todos los discípulos. Cierto judío de nombre Apolo, de origen alejandrino, varón elocuente, llegó a Efeso. Era muy perito en el conocimiento de las Escrituras. Estaba bien informado del camino del Señor y con fervor de espíritu hablaba y enseñaba con exactitud lo que toca a Jesús; pero sólo conocía el bautismo de Juan. Este, pues, comenzó a hablar con valentía en la sinagoga; pero Priscila y Aquila que le oyeron, le tomaron aparte y le expusieron más completamente el camino de Dios.

Queriendo pasar a Acaya, le animaron a ello los hermanos y escribieron a los discípulos para que le recibiesen. Llegado allí, aprovechó mucho por su gracia a los que habían creído, porque vigorosamente arguía a los judíos en público, demostrándoles por las Escrituras que Jesús era el Mesías.

Capítulo  19

San Pablo, en Efeso

1-22

En el tiempo en que Apolo se hallaba en Corinto, Pablo, atravesando las regiones altas, llegó a Efeso, donde halló algunos discípulos; y les dijo: ¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe? Ellos le contestaron: Ni siquiera hemos oído si existe el Espíritu Santo.

Díjoles él: Pues, ¿qué bautismo habéis recibido? Ellos le respondieron: El bautismo de Juan.

Dijo Pablo: Juan bautizaba un bautismo de penitencia, diciendo al pueblo que creyese en el que venía detrás de él, esto es, en Jesús.

Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús. E imponiéndoles Pablo las manos, descendió sobre ellos el Espíritu Santo y hablaban lenguas y profetizaban. Eran unos doce hombres. Entrando en la sinagoga, habló con libertad por tres meses, conferenciando y discutiendo acerca del reino de Dios. Pero así que algunos endurecidos e incrédulos comenzaron a maldecir del camino del Señor delante de la muchedumbre, se retiró de ellos, separando a los discípulos, y predicaba todos los días en la escuela de Tirano. Esto hizo durante dos años, de manera que todos los habitantes de Asia oyeron la palabra del Señor, tanto los judíos como los griegos.

Obraba Dios por mano de Pablo milagros no vulgares, de suerte que hasta los pañuelos y delantales que habían tocado su cuerpo, aplicados a los enfermos, hacían desaparecer de ellos las enfermedades y salir a los espíritus malignos.

Hasta algunos exorcistas judíos ambulantes llegaron a invocar sobre los que tenían espíritus malignos el nombre del Señor Jesús, diciendo: Os conjuro por Jesús, a quien Pablo predica. Eran los que esto hacían siete hijos de Esceva, judío de familia pontifical; pero respondiendo el espíritu maligno, les dijo: Conozco a Jesús y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois? Y arrojándose sobre ellos aquel en quien estaba el espíritu maligno, se apoderó de los dos y los sujetó, de modo que, desnudos y heridos, tuvieron que huir de aquella casa. Fue esto conocido de todos los judíos y griegos que moraban en Efeso, apoderándose de todos un gran temor, siendo glorificado el nombre del Señor Jesús.

Muchos de los que habían creído, venían, confesaban y manifestaban sus prácticas supersticiosas; y bastantes de los que habían profesado las artes mágicas traían sus libros y los quemaban en público, llegando a calcularse el precio de los quemados en cincuenta mil monedas de plata; tan poderosamente crecía y se robustecía la palabra del Señor.

Después de esto resolvió Pablo ir a Jerusalén, atravesando la Macedonia y la Acaya, porque se decía: Desde allí iré a Roma. Enviando  a Macedonia dos de sus auxiliares, Timoteo y Erasto, él se detuvo algún tiempo en Asia.

El motín en Efeso

23-40

Pero hubo por aquellos días un alboroto no pequeño, a propósito del camino (del Evangelio), ocasionado por un platero llamado Demetrio, que hacía en plata templos de Artemisa, que proporcionaban a los artífices no poca ganancia; y convocándolos, así como a todos los obreros de este ramo, les dijo: Bien sabéis que nuestro negocio depende de este oficio. Asimismo estáis viendo y oyendo que no sólo en Efeso, sino en casi toda el Asia, este Pablo ha persuadido y llevado tras sí una gran muchedumbre, diciendo que no son dioses los hechos por manos de hombres. Esto no solamente es un peligro para nuestra industria, sino que es en descrédito del templo de la gran diosa Artemisa, que será reputada en nada y vendrá a quedar despojada de su majestad aquella a quien toda el Asia y el orbe veneran.

Al oír esto, se llenaron de ira y comenzaron a gritar, diciendo: Grande es la Artemisa de los efesios. Toda la ciudad se llenó de confusión y a una se precipitaron en el teatro, arrastrando consigo a Gayo y Aristarco, macedonios, compañeros de Pablo. Quería Pablo entrar allá, pero no se lo permitieron los discípulos. Algunos de los asiarcas, que eran sus amigos, le mandaron recado rogándole que no se presentase en el teatro.

Unos gritaban una cosa y otros otra. Estaba la asamblea llena de confusión y muchos no sabían ni por qué se habían reunido. En esto, empujado por los judíos, se destacó entre la multitud Alejandro, que con la mano hacía señas de que quería hablar al pueblo; pero en cuanto supieron que era judío, todos a una levantaron la voz, y por espacio de dos horas estuvieron gritando: ¡Grande es la Artemisa de los efesios!

Habiendo logrado el secretario calmar a la muchedumbre, dijo: Efesios, ¿quién no sabe que la ciudad de Efeso es la guardiana de la gran Artemisa y de su estatua bajada del cielo? Siendo esto incontestable, conviene que os aquietéis y no os precipitéis. Porque habéis traído a estos hombres que ni son sacrílegos ni blasfemos contra vuestra diosa. Si Demetrio y los de su profesión tienen alguna queja contra alguno, públicas asambleas se celebran y procónsules hay; que presenten acusaciones unos contra otros. Si algo más pretendéis, debe tratarse eso en una asamblea legal, porque hay peligro de que seamos acusados de sedición por lo de este día, pues no hay motivo alguno para justificar esta reunión tumultuosa. Dicho esto, disolvió la asamblea.

Capítulo 20

Viaje hacia Jerusalén

1-38

Luego que cesó el alboroto, hizo Pablo llamar a los discípulos, y exhortándolos, se despidió de ellos y partió camino de Macedonia; y atravesando aquellas regiones los exhortaba con largos discursos, y así llegó a Grecia, donde estuvo por tres meses; y en vista de las asechanzas de los judíos contra él cuando supieron que se proponía embarcarse para Siria, resolvió volver por Macedonia. Le acompañaban Sópatros de Pirro, originario de Berea; los tesalonicenses Aristarco y Segundo, Gayo de Derbe, Timoteo y los asiáticos Tíquico y Trófimo

Estos se adelantaron y nos esperaron en Tróade. Nosotros partimos de Filipos algunos días después de los Ácimos, y a los cinco días nos reunimos con ellos en Tróade, donde nos detuvimos siete días. El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para partir el pan, platicando con ellos Pablo, que debía partir al día siguiente, prolongó su discurso hasta la medianoche. Había muchas lámparas en la sala donde estábamos reunidos. Un joven llamado Eutico, que estaba sentado en una ventana, abrumado por el sueño, porque la plática de Pablo se alargaba mucho, se cayó del tercer piso abajo, de donde le levantaron muerto. Bajó Pablo, se echó sobre él y, abrazándole, le dijo: No os turbéis, porque está vivo. Luego subió, partió el pan, lo comió y prosiguió la plática hasta el amanecer, y así se fue. Le trajeron vivo al muchacho, con gran consuelo de todos.

Nosotros, adelantándonos en la nave, llegamos hasta Asón, donde habíamos de recoger a Pablo, porque él había dispuesto hacer hasta allí el viaje por tierra. Cuando se nos unió en Asón, le tomamos en la nave y llegamos hasta Mitilene. De aquí navegamos al día siguiente, pasando en frente de Quío; al tercer día navegamos hasta Samos, y al otro día llegamos a Mileto. Había Pablo resuelto pasar de largo por Efeso, a fin de no retardarse en Asia, pues quería, a ser posible, estar en Jerusalén el día de Pentecostés. Desde Mileto mandó a Efeso a llamar a los presbíteros de la iglesia. Cuando llegaron a él, les dijo: “Vosotros sabéis bien cómo me conduje con vosotros todo el tiempo desde que llegué a Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, con lágrimas y en tentaciones que me venían de las asechanzas de los judíos; cómo no omití nada de cuanto os fuera de provecho, predicándoos y enseñándoos en público y en privado dando testimonio a judíos y a griegos sobre la conversión a Dios y la fe en nuestro Señor Jesús. Ahora, encadenado por el Espíritu, voy hacia Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá, sino que en todas las ciudades el Espíritu Santo me advierte, diciendo que me esperan cadenas y tribulaciones. Pero yo no hago ninguna estima de mi vida con tal de acabar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús de anunciar el evangelio de la gracia de Dios. Sé que no veréis más mi rostro, vosotros todos por quienes he pasado predicando el reino de Dios; por lo cual en este día os testifico que estoy limpio de la sangre de todos, pues os he anunciado plenamente el consejo de Dios. Mirad por vosotros y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos para apacentar la Iglesia de Dios, que El adquirió con su sangre. Yo sé que después de mi partida vendrán a vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño, y que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que enseñen doctrinas perversas para arrastrar a los discípulos en su seguimiento. Velad, pues, acordándoos de que por tres años, noche y día, no cesé de exhortaros a cada uno con lágrimas. Yo os encomiendo al Señor y a la palabra de su gracia; al que puede edificar y dar la herencia a todos los que han sido santificados. No he codiciado plata, oro o vestidos de nadie. Vosotros sabéis que a mis necesidades y a las de los que me acompañan han suministrado estas manos. En todo os he dado ejemplo, mostrándoos cómo, trabajando así, socorráis a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús, que El mismo dijo: "Hay más dicha en dar que en recibir.”

Diciendo esto, se puso de rodillas con los otros y oró, y se levantó un gran llanto de todos, que, echándose al cuello de Pablo, le besaban, afligidos sobre todo por lo que les había dicho de que no volverían a ver su rostro. Y le acompañaron hasta la nave.

Capítulo 21

1-14

Así que, separándonos de ellos, nos embarcamos, fuimos derechos a Cos, y al siguiente día a Rodas, y de allí a Pátara, donde, habiendo hallado una nave que hacía la travesía a Fenicia, nos embarcamos y nos dimos a la mar. Luego dimos vista a Chipre, que dejamos a la izquierda, navegamos hasta Siria y desembarcamos en Tiro, porque allí había de dejar su carga la nave. En Tiro encontramos discípulos, con los cuales permanecimos siete días. Ellos, movidos del Espíritu, decían a Pablo que no subiese a Jerusalén. Pasados aquellos días, salimos, e iban acompañándonos todos con su mujeres e hijos hasta fuera de la ciudad. Allí, puestos de rodillas en la playa, oramos, nos despedimos y subimos a la nave, volviéndose ellos a sus casas. Nosotros, yendo de Tiro a Tolemaida, acabamos nuestra navegación, y saludados los hermanos, nos quedamos un día con ellos. Al día siguiente salimos; llegamos a Cesárea, y entrando en casa de Felipe el evangelista, que era uno de los siete, nos quedamos con él. Tenía éste cuatro hijas vírgenes que profetizaban. Habiéndonos quedado allí varios días, bajó de Judea un profeta llamado Agabo, el cual, llegándose a nosotros, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos con él, dijo: “Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón cuyo es este cinto, y le entregarán en poder de los gentiles.”

Cuando oímos esto, tanto nosotros como los del lugar le instamos a que no subiese a Jerusalén. Pablo entonces respondió: ¿Qué hacéis con llorar y quebrantar mi corazón? Pues pronto estoy, no sólo a ser atado, sino a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.

No pudiendo disuadirle, guardamos silencio, diciendo: Hágase la voluntad del Señor.

Llegada a Jerusalén

15-26

Después de esto, provistos de lo necesario, subimos a Jerusalén.Iban con nosotros algunos discípulos de Cesárea, que nos condujeron a casa de un tal Mnasón, cierto chipriota discípulo antiguo, en la cual nos hospedamos. Llegados a Jerusalén, fuimos recibidos por los hermanos con alegría. Al día siguiente, Pablo, acompañado de nosotros, visitó a Santiago, reuniéndose allí todos los presbíteros. Después de saludarlos, contó una por una las cosas que Dios había obrado entre los gentiles por su ministerio.

Ellos, oyéndole, glorificaban a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de creyentes hay entre los judíos, y que todos son celadores de la Ley. Pero han oído de ti que enseñas a los judíos de la dispersión que hay que renunciar a Moisés y les dices que no circunciden a sus hijos ni sigan las costumbres mosaicas. ¿Qué hacer, pues? Seguro que sabrán que has llegado. Haz lo que vamos a decirte: Tenemos cuatro varones que han hecho voto; tómalos, purifícate con ellos y págales los gastos para que se rasuren la cabeza, y así todos conocerán que no hay nada de cuanto oyeron sobre ti, sino que sigues en la observancia de la Ley. Cuanto a los gentiles que han creído, ya les hemos escrito nuestra sentencia de que se abstengan de las carnes sacrificadas a los ídolos, de la sangre, de lo ahogado y de la fornicación.

Entonces Pablo, tomando consigo a los varones, purificado con ellos al día siguiente, entró en el templo, anunciando el cumplimiento de los días de la consagración para saber el día en que pudiesen presentar la ofrenda por cada uno de ellos.

Viaje de San Pablo a Roma. Prisión de Pablo

27-40

Cuando estaban para acabarse los siete días, judíos de Asia, que le vieron en el templo, alborotaron a la muchedumbre y pusieron las manos sobre él, gritando:  “Israelitas, ayudadnos; éste es el hombre que por todas partes anda enseñando a todos contra el pueblo, contra la Ley y contra este lugar; como si fuera poco, ha introducido a los gentiles en el templo y ha profanado este lugar santo.” Era que habían visto con él en la ciudad a Trófimo, efesio, y creyeron que Pablo le había introducido en el templo.

Toda la ciudad se conmovió y se agolpó en el templo, y tomando a Pablo, le arrastraron fuera de él, cerrando enseguida las puertas. Mientras trataban de matarle, llegó noticia al tribuno de la cohorte de que toda Jerusalén estaba amotinada; y tomando al instante los soldados y los centuriones, corrió hacia ellos. En cuanto vieron al tribuno y a los soldados, cesaron de golpear a Pablo. Acercóse entonces el tribuno, y cogiéndole, ordenó que le echasen dos cadenas, y le preguntó quién era y qué había hecho. Los de la turba decían cada uno una cosa, y no pudiendo sacar nada en claro a causa del alboroto, ordenó llevarle al cuartel. Al llegar a las escaleras, en vista de la violencia de la multitud, Pablo fue llevado por los soldados, pues la muchedumbre seguía gritando: ¡Quítalo!

A la entrada del cuartel dijo Pablo al tribuno: ¿Me permites decirte una cosa? El le contestó: ¿Hablas griego? ¿No eres tú acaso el egipcio que hace algunos días promovió una sedición y llevó al desierto cuatro mil sicarios?

Respondió Pablo: Yo soy judío, originario de Tarso, ciudad ilustre de la Cilicia; te suplico que me permitas hablar al pueblo.

Permitiéndoselo él, Pablo, puesto de pie en lo alto de las escaleras, hizo señal al pueblo con la mano. Luego se hizo un gran silencio, y Pablo les dirigió la palabra en hebreo.

Capítulo 22

Discurso al pueblo

1-29

Hermanos y padres, escuchadme la defensa que ahora os dirijo.

Oyendo que les hablaba en lengua hebrea, guardaron mayor silencio. Y prosiguió:

Yo soy judío, nacido en Tarso de Gilicia, educado en esta ciudad e instruido a los pies de Gamaliel, según el rigor de la Ley patria, celador de Dios, como todos vosotros lo sois hoy. Perseguí de muerte esta doctrina, encadenando y encarcelando a hombres y mujeres, como podrá testificar el sumo sacerdote y el colegio de los ancianos, de quienes recibí cartas para los hermanos de Damasco, adonde fui para traer encadenados a Jerusalén a los que allí había, a fin de castigarlos. Pero acaeció que, siguiendo mi camino, cerca ya de Damasco, hacia el mediodía, de repente me envolvió una gran luz del cielo. Caí al suelo y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo respondí: ¿Quién eres, Señor? Y me dijo: Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues.

Los que estaban conmigo vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba.

Yo dije: ¿Qué he de hacer, Señor? El Señor me dijo: Levántate y entra en Damasco, y allí se te dirá lo que has de hacer.

Como yo no veía a causa de la claridad de aquella luz, conducido por los que me acompañaban entré en Damasco. Un cierto Ananías, varón piadoso según la Ley, acreditado por todos los judíos que allí habitaban, vino a mí, y acercándoseme me dijo: Saulo, hermano, mira. Y en el instante le miré. Prosiguió: El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conocieras su voluntad y vieras al Justo y oyeras la voz de su boca; porque tú le serás testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído. Ahora ¿qué te detienes? Levántate, bautízate y lava tus pecados, invocando su nombre.

Cuando volví a Jerusalén, orando en el templo tuve un éxtasis, y vi al Señor que me decía: Date prisa y sal pronto de Jerusalén, porque no recibirán tu testimonio acerca de mí.

Yo contesté: Señor, ellos saben que yo era el que encarcelaba y azotaba en las sinagogas a los que creían en ti, y cuando fue derramada la sangre de tu testigo Esteban, yo estaba presente, y me gozaba y guardaba los vestidos de los que le mataban. Pero Él me dijo: Vete, porque yo quiero enviarte a naciones lejanas.

Hasta aquí le prestaron atención; pero luego, levantando su voz, dijeron: Quita a ése de la tierra, que no merece vivir. Y gritando, tiraban sus mantos y lanzaban polvo al aire. En vista de esto, ordenó el tribuno que lo introdujeran en el cuartel, que le azotasen y le diesen tormento, a fin de conocer por qué causa gritaban así contra él. Cuando le estiraron para azotarle, dijo Pablo al centurión que estaba presente: ¿Os es lícito azotar a un romano sin haberle juzgado?

Al  oír esto el centurión, se fue al tribuno y se lo comunicó, diciendo:

¿Qué ibas a hacer? Porque este hombre es romano.

El tribuno se le acercó y dijo: ¿Eres tú romano?

Él contestó: Sí.

Añadió el tribuno: Yo adquirí esta ciudadanía por una gran suma.

Pablo replicó: Pues yo la tengo por nacimiento.

Al instante se apartaron de él los que iban a darle tormento, y el mismo tribuno temió al saber que, siendo romano, le había encadenado.

Pablo ante el sanedrín

30

Al día siguiente, deseando saber con seguridad de qué era acusado por los judíos, le soltó y ordenó que se reuniesen los príncipes de los sacerdotes y todo el sanedrín, y llevando a Pablo se lo presentó.

Capítulo    23

1-11

Pablo, puestos los ojos en el sanedrín, dijo: Hermanos, siempre hasta hoy me he conducido delante de Dios con toda rectitud de conciencia. El sumo sacerdote Ananías mandó a los que estaban junto a él que le hiriesen en la boca. Entonces Pablo le dijo: Dios te hiera a ti, pared blanqueada. Tú, en virtud de la Ley, te sientas aquí como juez, ¿y contra la Ley mandas herirme?

Los que estaban a su lado dijeron: ¿Así injurias al pontífice de Dios?

Contestó Pablo: No sabía, hermanos, que fuese el pontífice. Escrito está: “No injuriarás al príncipe de tu pueblo.”

Conociendo Pablo que unos eran saduceos y otros fariseos, gritó en el sanedrín: Hermanos, yo soy fariseo e hijo de fariseos. Por la esperanza en la resurrección de los muertos soy ahora juzgado. En cuanto dijo esto, se produjo un alboroto entre fariseos y saduceos y se dividió la asamblea. Porque los saduceos niegan la resurrección y la existencia de ángeles y espíritus, mientras que los fariseos profesan lo uno y lo otro. En medio de un gran griterío, se levantaron algunos doctores de la secta de los fariseos, que disputaban violentamente, diciendo: No hallamos culpa en este hombre. ¿Y qué, si le habló un espíritu o un ángel? El tumulto se agravó, y temiendo el tribuno que Pablo fuese por ellos despedazado, ordenó a los soldados que bajasen, le arrancasen de en medio de ellos y le condujesen al cuartel.

Al día siguiente por la noche se le apareció el Señor y le dijo: Ten ánimo, porque como has dado testimonio de mí en Jerusalén, así también has de darlo en Roma.

Pablo, en Cesarea

12-35

Cuando fue de día tramaron una conspiración los judíos, jurando no comer ni beber hasta matar a Pablo. Eran más de cuarenta los conjurados, y se llegaron a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciéndoles: Bajo anatema nos hemos comprometido a no gustar cosa alguna mientras no matemos a Pablo; vosotros,  pues, y el sanedrín rogad al tribuno que le conduzca ante vosotros, alegando que necesitáis averiguar con más exactitud algo acerca de él; nosotros estaremos prontos para matarle antes que se acerque.

Habiendo tenido noticia de esta asechanza el hijo de la hermana de Pablo, vino, y entrando en el cuartel, se lo comunicó a Pablo. Llamó éste a un centurión y le dijo: Lleva a este joven al tribuno, porque tiene algo que comunicarle. El centurión lo llevó al tribuno, y dijo a éste: El preso Pablo me ha llamado y rogado que te trajera a este joven, que tiene algo que decirte. Tomándole el tribuno de la mano, se retiró aparte y le preguntó: ¿Qué es lo que tienes que decirme? Él contestó: Que los judíos han concertado pedirte que mañana lleves a Pablo ante el sanedrín, alegando que tienen que averiguar con más exactitud algo acerca de él. No les des crédito, porque se han conjurado contra él más de cuarenta hombres de entre ellos, y se han obligado bajo anatema a no comer ni beber hasta matarle, y ya están preparados, en espera de que les concedas lo que van a pedirte.

El tribuno despidió al joven, encargándole no dijese a nadie que le hubiera dado a saber aquello; y llamando a dos centuriones, les dijo: Preparad doscientos infantes para que vayan hasta Cesárea, setenta jinetes y doscientos lanceros, para la tercera vigilia de la noche. Asimismo preparad cabalgaduras a Pablo, para que sea llevado en seguridad al procurador Félix. Y escribió una carta del tenor siguiente:

“Claudio Lisias al muy excelente procurador Félix, salud: Estando el hombre que te envío a punto de ser muerto por los judíos, llegué con la tropa y le arranqué de sus manos. Supe entonces que era ciudadano romano; y para conocer el crimen de que le acusaban, le conduje ante su sanedrín, y hallé que era acusado de cuestiones de su Ley, pero que no había cometido delito digno de muerte o prisión; y habiéndome sido revelado que se habían conjurado para matarle, al instante resolví enviártelo a ti, comunicando también a los acusadores que expongan ante tu tribunal lo que tengan contra él. Salud.”

Los soldados, según la orden que se les había dado, tomaron a Pablo y de noche le llevaron hasta Antípatris; y al día siguiente, dejando con él a los jinetes, se volvieron al cuartel. Así que llegaron a Cesárea, entregaron la epístola al procurador y le presentaron a Pablo. El procurador, leída la epístola, preguntó a Pablo de qué provincia era, y al saber que era de Cilicia: Te oiré, dijo, cuando lleguen tus acusadores; y dio orden de que fuese guardado en el pretorio de Herodes. 

El proceso de Pablo ante el procurador Félix

1-27

Cinco días después bajó el sumo sacerdote Ananías con algunos ancianos y cierto orador llamado Tértulo, los cuales presentaron al procurador la acusación contra Pablo. Citado éste, comenzó Tértulo su alegato, diciendo:

Gracias a ti, óptimo Félix, gozamos de mucha paz y por tu providencia se han hecho en esta nación convenientes reformas, que en todo y por todo hemos recibido de ti con suma gratitud. No te molestaré más; sólo te ruego que me oigas brevemente, con tu acostumbrada bondad. Pues bien: hemos hallado a este hombre, una peste que excita a sedición a todos los judíos del orbe y es el jefe de la secta de los nazarenos. Le prendimos cuando intentaba profanar el templo, y quisimos juzgarle según nuestra Ley; pero llegó Lisias, el tribuno, con mucha fuerza y le arrebató de nuestras manos, mandando a los acusadores que se presentasen a ti. Puedes, si quieres, interrogarle tú mismo, y sabrás así por él de qué le acusamos nosotros. Los judíos, por su parte, confirmaron lo dicho declarando ser así.

Pablo, una vez que el procurador le hizo señal de hablar, contestó: Sabiendo que desde muchos años ha eres juez de este pueblo, hablaré confiadamente en defensa mía. Puedes averiguar que sólo hace doce días que subí a Jerusalén para adorar, y que ni en el templo, ni en las sinagogas, ni en la ciudad, me encontraron disputando con nadie o promoviendo tumultos en la turba, ni pueden presentarte pruebas de las cosas de que ahora me acusan. Te confieso que sirvo al Dios de mis padres con plena fe en todas las cosas escritas en la Ley y en los Profetas, según el camino que ellos llaman secta, y con la esperanza en Dios que ellos mismos tienen de la resurrección de los justos y de los malos. Según esto, he procurado en todo tiempo tener una conciencia irreprensible para con Dios y para con los hombres. Después de muchos años he venido para traer limosnas a los de mi nación y a presentar mis oblaciones. En esos días me encontraron purificado en el templo, no con turbas ni produciendo alborotos. Son algunos judíos de Asia los que deberían hallarse aquí presentes para acusarme, si algo tienen contra mí. Y si no, que estos mismos digan si cuando comparecí ante el sanedrín hallaron delito alguno contra mí, como no fuera esta mi declaración, que yo pronuncié en medio de ellos: Por la resurrección de los muertos soy juzgado hoy ante vosotros.

Félix, que sabía bien lo que se refiere a este camino, difirió la causa, diciendo: Cuando venga el tribuno Lisias decidiré vuestra causa. Mandó al centurión que le guardase, dejándole cierta libertad y permitiendo que los suyos le asistiesen. Pasados algunos días, vino Félix con su mujer Drusila, que era judía, y mandó que viniese Pablo, y le escuchó acerca de la fe en Cristo. Disertando él sobre la justicia, la continencia y el juicio venidero, se llenó Félix de terror. Al fin le dijo: Por ahora retírate; cuando tenga tiempo volveré a llamarte. Entretanto, esperando que Pablo le diese dinero, le hizo llamar muchas veces y conversaba con él.

Transcurridos dos años, Félix tuvo por sucesor a Porcio Festo; pero queriendo congraciarse con los judíos, dejó a Pablo en  la prisión.

Apelación al César

1-12

Llegó Festo a la provincia, y a los tres días subió de Cesárea a Jerusalén, y los príncipes de los sacerdotes y los principales de los judíos le presentaron sus acusaciones contra Pablo. Pidieron la gracia de que le hiciese conducir a Jerusalén. Hacían esto con ánimo de prepararle una asechanza para matarle en el camino. Festo les respondió que Pablo estaba preso en Cesárea y que él mismo había de partir en breve para allá: Así, pues, que los principales de vosotros bajen conmigo para acusar allí a ese hombre, si tienen de qué.

Habiendo pasado entre ellos sólo unos ocho o diez días, bajó a Cesárea, y al día siguiente se sentó en su tribunal, ordenando presentar a Pablo. Presentado éste, los judíos que habían bajado de Jerusalén le rodearon, haciéndole muchos y graves cargos, que no podían probar, replicando Pablo que ni contra la Ley de los judíos, ni contra el templo, ni contra el Cesar había cometido delito alguno.

Pero Festo, queriendo congraciarse con los judíos, se dirigió a Pablo y le dijo: ¿Quieres subir a Jerusalén y allí ser juzgado ante mí de todas estas acusaciones?

Pablo contestó: Estoy ante el tribunal del César; en él debo ser juzgado. Ninguna injuria he hecho a los judíos, como tú bien sabes. Si he cometido alguna injusticia o crimen digno de muerte, no rehúso morir. Pero si no hay nada de todo eso de que me acusan, nadie puede entregarme a ellos. Apelo al César.

Festo entonces, después de hablar con los de su consejo, respondió: Has apelado al César, al César irás.

Pablo expone su causa ante el rey Agripa

13-27

Transcurridos algunos días, el rey Agripa y Berenice llegaron a Cesárea para saludar a Festo. Habiendo pasado allí varios días, dio cuenta Festo al rey del asunto de Pablo, diciendo: Hay aquí un hombre que fue dejado preso por Félix, al cual, cuando yo estuve en Jerusalén, acusaron los sumos sacerdotes y los ancianos de los judíos, pidiendo su condena. Yo les contesté que no es costumbre de los romanos entregar a un hombre cualquiera sin que al acusado, en presencia de los acusadores, se le dé lugar para defenderse de la acusación. Habiendo, pues, venido ellos aquí a mí, luego, al día siguiente, sentado en el tribunal, ordené traer al hombre ese. Presentes los acusadores, ningún crimen adujeron de los que yo sospechaba; sólo cuestiones sobre su propia religión y de cierto Jesús muerto, de quien Pablo asegura que vive. Vacilando yo en la investigación, le dije que si quería ir a Jerusalén y ser allí juzgado. Pero Pablo interpuso apelación para que su causa fuese reservada al conocimiento de Augusto, y así ordené que se le guardase hasta que pueda remitirle al César.

Dijo Agripa a Festo: Tendría gusto en oír a ese hombre. Mañana, dijo, le oirás.

Al otro día llegaron Agripa y Berenice con gran pompa, y entrando en la audiencia con los tribunos y personajes conspicuos de la ciudad, ordenó Festo que Pablo fuera conducido. Y dijo Festo: Rey Agripa y todos los que estáis presentes: He aquí a este hombre, contra quien toda la muchedumbre de los judíos en Jerusalén y aquí me instaban gritando que no es digno de la vida. Pero yo no he hallado en él nada que le haga reo de muerte, y habiendo él apelado al César, he resuelto enviarle a él. Del cual nada cierto tengo que escribir al señor. Por esto le he mandado conducir ante vosotros, y especialmente ante ti, rey Agripa, a fin de que con esta inquisición tenga yo qué poder escribir; porque me parece fuera de razón enviar un preso y no informar acerca de las acusaciones que sobre él pesan.

Capítulo 26

1-32

Dijo Agripa a Pablo: Se te permite hablar en tu defensa. Entonces Pablo, tendiendo la mano, comenzó así su defensa:

Por dichoso me tengo, rey Agripa, de poder defenderme hoy ante ti de todas las acusaciones de los judíos; sobre todo porque tú conoces todas las costumbres de los judíos y sus controversias. Te pido, pues, que me escuches con paciencia. Todos los judíos conocen cómo he vivido yo desde el principio de mi juventud en Jerusalén, en medio de mi pueblo; y si quisieran dar testimonio, saben que de mucho tiempo atrás viví como fariseo, según la secta más estrecha de nuestra religión. Al presente estoy sometido a juicio por la esperanza en las promesas hechas por Dios a nuestros padres, cuyo cumplimiento nuestras doce tribus, sirviendo continuamente a Dios día y noche, esperan alcanzar. Pues por esta esperanza, ¡oh rey!, soy yo acusado por los judíos. ¿Tenéis por increíble que Dios resucite a los muertos? Yo me creí en el deber de hacer mucho contra el nombre de Jesús Nazareno, y lo hice en Jerusalén, donde encarcelé a muchos santos, con poder que para ello tenía de los príncipes de los sacerdotes, y cuando eran muertos, yo daba mi voto. Muchas veces, por todas las sinagogas, los obligaba a blasfemar a fuerza de castigos, y loco de furor contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extrañas. Para esto mismo iba yo a Damasco con poder y autorización de los príncipes de los sacerdotes; y al mediodía, ¡oh rey!, vi en el camino una luz del cielo, más brillante que el sol, que me envolvía a mí y a los que me acompañaban. Caídos todos a tierra, oí una voz que me decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Duro te es dar coces contra el aguijón. Yo contesté: ¿Quién eres, Señor? El Señor me dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en pie, pues para esto me he dejado ver de ti, para hacerte ministro y testigo de lo que has visto y de lo que te mostraré aún, librándote de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío para que les abras los ojos, se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, y reciban la remisión de los pecados y la herencia entre los debidamente santificados por la fe en mí.

No fui, ¡oh rey Agripa!, desobediente a la visión celestial, sino que, primero a los de Damasco, luego a los de Jerusalén y por toda la región de Judea y a los gentiles, anuncié la penitencia y la conversión a Dios por obras dignas de penitencia. Sólo por esto los judíos, al prenderme en el templo, intentaron matarme; pero gracias al socorro de Dios persevero firme hasta hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes y no enseñando otra cosa sino lo que los profetas y Moisés han dicho que debía de suceder: que el Mesías había de padecer; que, siendo el primero en la resurrección de los muertos, había de anunciar la luz al pueblo y a los gentiles.

Defendiéndose él de esto, dijo Festo en alta voz: ¡Tú deliras, Pablo! Las muchas letras te han vuelto loco.

Pablo le contestó: No deliro, nobilísimo Festo; lo que digo son palabras de verdad y sensatez. Bien sabe el rey estas cosas, y a él hablo confiadamente, porque estoy persuadido de que nada de esto ignora, pues no son cosas que se hayan hecho en un rincón. Crees, rey Agripa, en los profetas? Yo sé que crees.

 Agripa dijo a Pablo: Poco más, y me persuades a que me haga cristiano.

Y Pablo: Por poco más o por mucho más, pluguiese a Dios que no sólo tú, sino todos los que me oyen, se hicieran hoy tales como lo soy yo, aunque sin estas cadenas.

Se levantaron el rey y el procurador, Berenice y cuantos con ellos estaban sentados; y al retirarse se decían unos a otros: Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte o la prisión. Agripa dijo a Festo: Podría ponérsele en libertad, si no hubiera apelado al César

Capítulo 27

De viaje para Roma

1-44

Cuando estuvo resuelto que emprendiésemos la navegación a Italia, entregaron a Pablo y a algunos otros presos en manos de un centurión llamado Julio, de la cohorte Augusta. Embarcados en una nave de Adramicia, que estaba para hacerse a la vela para los puertos de Asia, levamos anclas, llevando en nuestra compañía a Aristarco, macedonio de Tesalónica. Al otro día llegamos a Sidón, y Julio, usando con Pablo de gran humanidad, le permitió ir a visitar a sus amigos y proveer a sus necesidades. De allí levamos anclas, y, a causa de los vientos contrarios, navegamos a lo largo de Chipre, y atravesando los mares de Cilicia y Panfilia, llegamos a Mira de Licia; y como el centurión encontrase allí una nave alejandrina que navegaba a Italia, hizo que nos trasladásemos a ella.

Navegando durante varios días lentamente y con dificultad, llegamos frente a Gnido; luego, por sernos contrario el viento, bajamos a Creta, junto a Salmona; y costeando penosamente la isla, llegamos a cierto lugar llamado Puerto Bueno, cerca del cual está la ciudad de Lasea. Transcurrido bastante tiempo y siendo peligrosa la navegación por ser ya pasado el ayuno, les advirtió Pablo, diciendo: Veo, amigos, que la navegación va a ser con peligro y mucho daño, no sólo para la carga y la nave, sino también para nuestras personas. Pero el centurión dio más crédito al piloto y al patrón del barco que a Pablo; y por ser el puerto poco a propósito para invernar en él, la mayor parte fue de parecer que partiésemos de allí, a ver si podríamos alcanzar Fenice e invernar allí, por ser un puerto de Creta que mira contra el nordeste y sudeste.

Comenzó a soplar el solano, y creyendo que se lograría su propósito, levaron anclas y fueron costeando más de cerca la isla de Creta; mas de pronto se desencadenó sobre ella un viento impetuoso llamado euraquilón (NE.), que arrastraba la nave, sin que pudiera resistir, y nos dejamos ir a merced del viento.

Pasando por debajo de una islita llamada Cauda, a duras penas pudimos recoger el esquife. Una vez que lograron izarlo, ciñeron por debajo la nave con cables, y luego, temiendo no fuesen a dar en la Sirte, plegaron las velas y se dejaron ir. Al día siguiente, fuertemente combatidos por la tempestad, alijaron y al tercer día arrojaron por sus propias manos los aparejos. En varios días no aparecieron el sol ni las estrellas, y continuando con fuerza la tempestad, perdimos al fin toda esperanza de salvación.

Habíamos pasado largo tiempo sin comer, cuando Pablo se levantó y dijo: Mejor os hubiera sido, amigos, atender a mis consejos: no hubiéramos partido de Creta, y nos hubiéramos ahorrado estos peligros y daños. Pero cobrad ánimos, porque sólo la nave, ninguno de nosotros perecerá Esta noche se me ha aparecido un ángel de Dios, cuyo soy y a quien sirvo, que me dijo: No temas, Pablo; comparecerás ante el César, y Dios te ha hecho gracia de todos los que navegan contigo. Por lo cual, cobrad ánimos, amigos, que yo confío en Dios que así sucederá como se me ha dicho. Sin duda, daremos con una isla.

Llegada la decimocuarta noche en que así éramos llevados de una a otra parte por el mar Adriático, hacia la mitad de la noche, sospecharon los marineros que se hallaban cerca de tierra, y echando la sonda, hallaron veinte brazas; y luego de adelantar un poco, de nuevo echaron la sonda y hallaron quince brazas. Ante el temor de dar en algún bajío, echaron a popa cuatro áncoras y esperaron a que se hiciese de día.

Los marineros, buscando huir de la nave, trataban de echar al agua el esquife con el pretexto de echar las áncoras de proa. Pablo advirtió al centurión y a los soldados: Si éstos no se quedan en la nave, vosotros no podréis salvaros. Entonces cortaron los soldados los cables del esquife y lo dejaron caer.

Mientras llegaba el día, Pablo exhortó a todos a tomar alimento, diciendo: Catorce días hace hoy que estamos ayunos y sin haber tomado cosa alguna. Os exhorto a tomar alimento, que nos es necesario para nuestra salud, pues estad seguros de que ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá. Diciendo esto, dio gracias a Dios delante de todos, y partiendo el pan comenzó a comer. Animados ya todos, tomaron también alimento.

Éramos los que en la nave estábamos doscientos setenta y seis. Cuando estuvieron satisfechos aligeraron la nave arrojando el trigo al mar. Llegado el día, no conocieron la tierra, pero vieron una ensenada que tenía playa, en la cual acordaron encallar la nave, si podían.

Soltando las anclas, las abandonaron al mar, y desatadas las amarras de los timones e izado el artimón, empujados por la brisa se dirigieron a la playa. Llegados a un sitio que daba a dos mares, encalló la nave, e hincada la proa en la arena, quedó inmóvil, mientras que la popa era quebrantada por la violencia de las olas. Propusieron los soldados matar a los presos para que ninguno escapase a nado; pero el centurión, queriendo salvar a Pablo, se opuso a tal propósito y ordenó que quienes supiesen nadar se arrojasen los primeros y saliesen a tierra,  y los demás saliesen, bien sobre tablas, bien sobre los despojos de la nave. Y así todos llegaron a tierra.

Capítulo 28

En la isla de Malta

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Una vez que estuvimos en salvo, supimos que la isla se llamaba Malta. Los bárbaros nos mostraron singular humanidad; encendieron fuego y nos invitaron a todos a acercarnos a él, pues llovía y hacía frío. Juntó Pablo un montón de ramaje, y al echarlo al fuego, una víbora que huía del calor le mordió en la mano. Cuando vieron los bárbaros al reptil colgado de su mano, dijéronse unos a otros: Sin duda que éste es un homicida, pues escapado del mar, la justicia le persigue. Pero él sacudió el reptil sobre el fuego y no le vino mal alguno, cuando ellos esperaban que pronto se hincharía y caería en seguida muerto. Luego de esperar bastante tiempo, viendo que nada extraño se le notaba, mudaron de parecer y empezaron a decir que era un dios.

Había en aquellos alrededores un predio que pertenecía al principal de la isla, de nombre Publio, el cual nos acogió y por tres días amistosamente nos hospedó. El padre de Publio estaba postrado en el lecho, afligido por la fiebre y la disentería. Pablo se llegó a él, y orando, le impuso las manos y le sanó. A la vista de este suceso, todos los demás que en la isla padecían enfermedades venían y eran curados. Ellos a su vez nos honraron mucho, y al partir nos proveyeron de lo necesario.

Pasados tres meses, embarcamos en una nave alejandrina, que había invernado en la isla y llevaba por insignia Dióscoros. Arribados a Siracusa, permanecimos allí tres días;

13 de allí, costeando, llegamos a Regio, y un día después comenzó a soplar el viento sur, con ayuda del cual llegamos al segundo día a Pozzuoli, siete días, y así llegamos a Roma. De allí los hermanos que supieron de nosotros nos vinieron al encuentro hasta el Foro de Apio y Tres Tabernas. Pablo, al verlos, dio gracias a Dios y cobró ánimo. Cuando entramos en Roma permitieron a Pablo morar en casa propia, con un soldado que tenía el encargo de guardarle. Al cabo de tres días, convocó Pablo a los primates de los judíos, y cuando estuvieron reunidos, les dijo: Yo, hermanos, no he hecho nada contra el pueblo ni contra las costumbres patrias. Preso en Jerusalén, fui entregado a los romanos, los cuales, después de haberme interrogado, quisieron ponerme en libertad, por no haber en mí causa ninguna de muerte; mas oponiéndose a ello los judíos, me vi obligado a apelar al César, no para acusar de nada a mi pueblo. Por esto he querido veros y hablaros. Sólo por la esperanza de Israel llevo estas cadenas.

Ellos le contestaron: Nosotros ninguna carta hemos recibido de Judea acerca de ti ni ha llegado ningún hermano que nos comunicase cosa alguna contra ti. Querríamos oír de ti lo que sientes, porque de esta secta sabemos que en todas partes se la contradice.

Le señalaron día y vinieron a su casa muchos, a los cuales expuso la doctrina del reino de Dios, y desde la mañana hasta la noche los persuadía de la verdad de Jesús por la Ley de Moisés y por los Profetas Unos creyeron lo que les decía, otros rehusaron creer. No habiendo acuerdo entre ellos, se separaron, y Pablo les dijo estas palabras: Bien habló el Espíritu Santo por el profeta Isaías a nuestros padres diciendo:  “Vete a ese pueblo y diles: Con los oídos oiréis, pero no entenderéis; mirando miraréis, pero no veréis; porque se ha embotado el corazón de este pueblo, y sus oídos se han vuelto torpes para oír, y sus ojos se han cerrado, para que no vean con los ojos, ni oigan con los oídos, ni con el corazón entiendan, y se conviertan y los sane”.

Sabed, pues, que esta salud de Dios ha sido ya comunicada a los gentiles, y éstos oirán. Dicho esto, los judíos salieron, teniendo entre sí gran discusión.

Dos años enteros permaneció en la casa alquilada, donde recibía a todos los que venían a él, predicando el reino de Dios y enseñando con toda libertad y sin obstáculo lo tocante al Señor Jesucristo

 

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