Los
Hechos de los Apóstoles
TERCERA
PARTE
DIFUSIÓN
DE LA IGLESIA ENTRE LOS GENTILES (13-28)
Primer
viaje de San Pablo. Pablo y Bernabé en Chipre
1-12
Había en
la iglesia de Antioquía profetas y doctores: Bernabé y Simeón, llamado Níger;
Lucio de Cirene, Manahem, hermano de leche del
tetrarca Herodes, y Saulo;
mientras
celebraban la liturgia en honor del Señor y guardaban los ayunos, dijo el
Espíritu Santo: Segregadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los llamo.
Entonces,
después de orar y ayunar, les impusieron las manos y los despidieron.
Mandados,
pues, por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí navegaron a Chipre.
En Salamina
predicaron la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, teniendo a Juan
por auxiliar.
Luego atravesaron
toda la isla hasta Pafos, y allí encontraron a un mago, falso profeta, judío,
de nombre Barjesús.
Hallábase
éste al servicio del procónsul Sergio Paulo, varón prudente, que hizo llamar a
Bernabé y a Saulo, deseando oír la palabra de Dios.
Pero Elimas -el mago, que eso significa este nombre-, se le
oponía y procuraba apartar de la fe al procónsul.
Mas Saulo,
llamado también Pablo, lleno del Espíritu Santo, clavando en él los ojos,
le dijo:
¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda
justicia! ¿No cesarás de torcer los rectos caminos del Señor?
Ahora mismo
la mano del Señor caerá sobre ti y quedarás ciego, sin ver la luz del sol por
cierto tiempo. Al punto se apoderaron de él las tinieblas y la oscuridad, y
daba vueltas buscando quien le diera la mano.
Al verlo,
creyó el procónsul, maravillado de la doctrina del Señor.
Pasan
los misioneros al Asia Menor
13-52
De Pafos
navegaron Pablo y los suyos, llegando a Perge de
Panfilia, pero Juan se apartó de ellos y se volvió a Jerusalén.
Ellos,
partiendo de Perge, llegaron a Antioquía de Pisidia, y entrando en la sinagoga en día de sábado, se
sentaron.
Hecha la
lectura de la Ley y de los Profetas, les invitaron los jefes de la sinagoga,
diciendo: Hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación al pueblo, decidla.
Entonces se levantó Pablo, y haciendo señal con la mano, dijo: Varones
israelitas y vosotros los que teméis a Dios, escuchad:
El Dios
de este pueblo de Israel eligió a nuestros padres y acrecentó al pueblo durante
su estancia en la tierra de Egipto y con brazo fuerte los sacó de ella.
Durante
unos cuarenta años los soportó en el desierto;
y destruyendo
a siete naciones de la tierra de Canan, se la dio en
heredad
al cabo
de unos cuatrocientos cincuenta años. Después les dio jueces, hasta el profeta
Samuel.
Luego pidieron
rey y les dio a Saúl, hijo de Cis, de la tribu de Benjamín, por espacio de
cuarenta años.
Depuesto éste, alzó por rey a David, de quien dio testimonio, diciendo: “He hallado a David, hijo de Jesé, varón
según mi corazón, que hará en todo mi voluntad.”
Del linaje
de éste, según su promesa, suscitó Dios para Israel un salvador, Jesús,
precedido
por Juan, que predicó antes de la llegada de aquél el bautismo de penitencia a
todo el pueblo de Israel.
Cuando Juan estaba para acabar su carrera, dijo: “No
soy yo el que vosotros pensáis: otro viene después de mí, a quien no soy digno
de desatar el calzado.”
Hermanos, hijos de Abraham, y los que entre vosotros temen a Dios: a nosotros
se nos envía este mensaje de salud.
En efecto,
los moradores de Jerusalén y sus príncipes no le reconocieron y le condenaron,
dando así cumplimiento a las palabras de los profetas que se leen cada sábado,
y, sin
haber hallado ninguna causa de muerte, pidieron a Pilato que le quitase la
vida.
Cumplido
todo lo que de Él estaba escrito, le bajaron del leño y le depositaron en un
sepulcro,
pero Dios
le resucitó de entre los muertos,
y durante
muchos días se apareció a los que con El habían subido de Galilea a Jerusalén,
que son ahora sus testigos ante el pueblo.
Nosotros
os anunciamos el cumplimiento de la promesa hecha a nuestros padres,
que Dios
cumplió en nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús, según está escrito en el
salmo segundo: “Tú eres mi hijo, yo te engendré hoy”.
Pues le resucitó de entre los muertos, para
no volver a la corrupción. También dijo: “Yo os cumpliré las promesas santas y
firmes hechas a David.”
Por lo
cual, en otra parte dice: “No permitirás que tu Santo vea la corrupción.”
Pues bien,
David, habiendo hecho durante su vida la voluntad de Dios, se durmió y fue a
reunirse con sus padres y experimentó la corrupción;
pero aquel
a quien Dios ha resucitado, ése no vio la corrupción.
Sabed,
pues, hermanos, que por éste se os anuncia la remisión de los pecados y de todo
cuanto por la Ley de Moisés no podíais ser justificados.
Todo el
que en El creyere será justificado.
Mirad,
pues, que no se cumpla en vosotros lo dicho por los profetas:
“Mirad,
menospreciadores, admiraos y anonadaos, porque voy a ejecutar en vuestros días
una obra tal que no la creeríais si os la contaran.”
A la
salida les rogaron que al sábado siguiente volviesen a hablarles de esto.
Disuelta
la reunión, muchos de los judíos y prosélitos adoradores de Dios siguieron a
Pablo y a Bernabé, que les hablaban para persuadirles que permaneciesen en la
gracia de Dios.
Al sábado
siguiente casi toda la ciudad se juntó para escuchar la palabra de Dios;
pero viendo
los judíos a la muchedumbre, se llenaron de envidia e insultaban y contradecían
a Pablo.
Mas Pablo
y Bernabé respondían valientemente diciendo: A vosotros os habíamos de hablar
primero la palabra de Dios; mas puesto que la
rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, nos volveremos a los
gentiles.
Porque
así nos lo ordenó el Señor: “Te he hecho luz de las gentes para ser su salud
hasta los confines de la tierra.”
Oyendo
esto los gentiles, se alegraban y glorificaban la palabra del Señor, creyendo
cuantos estaban ordenados a la vida eterna.
La palabra
del Señor se difundía por toda la región;
pero los
judíos concitaron a mujeres adoradoras de Dios y principales y a los primates
de la ciudad y promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé y los
arrojaron de sus términos.
Ellos,
sacudiendo el polvo de sus pies contra aquéllos, se dirigieron a Iconio,
mientras
los discípulos quedaban llenos de alegría y del Espíritu Santo.
Capítulo 14
Prosigue
la misión en Asia hasta la vuelta de Antioquia
1-28
Igualmente
en Iconio entraron en la sinagoga de los judíos,
donde hablaron de modo que creyó una numerosa multitud de judíos y griegos.
Pero los
judíos incrédulos excitaron y exacerbaron los ánimos de los gentiles contra los
hermanos.
Con todo,
moraron allí bastante tiempo, predicando con gran libertad al Señor, que
confirmaba la palabra de su gracia realizando por su mano señales y prodigios.
Al fin
se dividió la muchedumbre de la ciudad, y unos estaban por los judíos y otros
por los apóstoles.
Y como
se produjese un tumulto de gentiles y judíos con sus jefes, pretendiendo
ultrajar y apedrear a los apóstoles,
dándose
éstos cuenta de ello, huyeron a las ciudades de Licaonia, Listra y Derbe y a las
regiones vecinas,
donde predicaron
el Evangelio.
Había en Listra un hombre cojo desde el seno de su madre y que
nunca había podido andar.
Escuchaba
éste a Pablo, que, fijando en él los ojos y viendo que tenía fe para ser salvo,
le dijo
en alta voz: Levántate, ponte de pie. El, dando un salto, echó a andar.
La muchedumbre,
al ver lo que había hecho Pablo, levantó la voz diciendo en licaónico:
Dioses en forma humana han descendido a nosotros,
y llamaban
a Bernabé Zeus, y a Pablo Hermes, porque éste era el que llevaba la palabra.
El sacerdote
del templo de Zeus, que estaba ante la puerta de la ciudad, trajo toros
enguirnaldados y, acompañado de la muchedumbre, quería ofrecerles un sacrificio.
Cuando
esto oyeron los apóstoles Bernabé y Pablo, rasgaron sus vestiduras, y
arrojándose entre la muchedumbre, gritaban
diciendo: “Hombres, ¿qué es lo que
hacéis? Nosotros somos hombres iguales a vosotros, y os predicamos para
convertiros de estas vanidades al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el
mar y todo cuanto hay en ellos;
ue en
las pasadas generaciones permitió que todas las naciones siguieran su camino,
aunque no las dejó sin testimonio de sí, haciendo
el bien y dispensando desde el cielo las lluvias y las estaciones fructíferas,
llenando de alimentos y de alegría vuestros corazones”.
Con todo
esto, a duras penas desistió la muchedumbre de sacrificarles.
Pero judíos
venidos de Antioquía e Iconio sedujeron a las turbas,
que apedrearon a Pablo y le arrastraron fuera de la ciudad, dejándole por
muerto.
Rodeado
de los discípulos, se levantó y entró en la ciudad. Y al día siguiente salió
con Bernabé camino de Derbe.
Evangelizada
aquella ciudad, donde hicieron muchos discípulos, se volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía,
confirmando las almas de los discípulos, exhortándolos a permanecer en la fe, y
diciéndoles que por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el reino de
Dios.
Les constituyeron
presbíteros en cada iglesia por la imposición de las manos, orando y ayunando,
y los encomendaron al Señor, en quien habían creído.
Y
atravesando la Pisidia, llegaron a Panfilia,
y, habiendo
predicado la palabra en Perge, bajaron a Atalia,
y de
allí navegaron hacia Antioquía, de donde habían salido, encomendados a la
gracia de Dios, para la obra que habían realizado.
Llegados,
reunieron la iglesia y contaron cuanto había hecho Dios con ellos y cómo había
abierto a los gentiles la puerta de la fe.
Y moraron
con los discípulos bastante tiempo.
Capítulo 15
El
problema de la obligación de la Ley
1-33
Algunos
que habían bajado de Jerusalén enseñaban a los hermanos: “Si no os circuncidáis
conforme a la Ley de Moisés, no podéis ser
salvos.”
Con esto
se produjo una agitación y disputa no pequeña, levantándose Pablo y Bernabé
contra ellos. Al cabo determinaron que subieran Pablo y Bernabé a Jerusalén,
acompañados de algunos otros de aquéllos, a los apóstoles y presbíteros de
Jerusalén, para consultarlos sobre esto.
Ellos, despedidos
por la iglesia, atravesaron Fenicia y Samaria, contando la conversión de los
gentiles y causando grande gozo a todos los hermanos.
A su
llegada a Jerusalén fueron acogidos por la iglesia y por los apóstoles y
presbíteros, y les contaron cuanto había hecho Dios con ellos.
Pero se
levantaron algunos de la secta de los fariseos que habían creído, los cuales
decían: “Es preciso que se circunciden y mandarles guardar la Ley de Moisés.”
Se reunieron
los apóstoles y los presbíteros para examinar este asunto.
Después
de una larga deliberación, se levantó Pedro y les dijo: “Hermanos, vosotros
sabéis cómo ha mucho tiempo determinó Dios aquí entre vosotros que por mi boca
oyesen los gentiles la palabra del Evangelio y creyesen.
Dios, que
conoce los corazones, ha testificado en su favor, dándoles el Espíritu Santo
igual que a nosotros
y no
haciendo diferencia alguna entre nosotros y ellos, purificando con la fe su
corazones.
Ahora,
pues, ¿por qué tentáis a Dios queriendo imponer sobre el cuello de los
discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros fuimos capaces de
soportar?
Pero por
la gracia del Señor Jesucristo creemos ser salvos nosotros, lo mismo que
ellos.”
Toda la
muchedumbre calló, y escuchaba a Bernabé y a Pablo, que referían cuantas
señales y prodigios había hecho Dios entre los gentiles por medio de ellos.
Luego que
éstos callaron, tomó Santiago la palabra y dijo:
“Hermanos,
oídme: Simón nos ha contado de qué modo Dios por primera vez eligió tomar de
los gentiles un pueblo consagrado a su nombre.
Con esto
concuerdan las palabras de los profetas, según está escrito:
“Después de esto volveré y edificaré la tienda de David, que estaba caída, y
reedificaré su ruinas y la levantaré,
a fin
de que busquen los demás hombres al Señor, y todas las naciones sobre las
cuales fue invocado mi nombre, dice el Señor que ejecuta estas cosas,
conocidas desde antiguo.”
Por lo
cual, es mi parecer que no se inquiete a los que de los gentiles se conviertan
a Dios,
sino escribirles
que se abstengan de las contaminaciones de los ídolos, de la fornicación, de lo
ahogado y de la sangre.
Pues Moisés
desde antiguo tiene en cada ciudad quienes lo expliquen, leyéndolo en las
sinagogas todos los sábados.
Pareció entonces bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia,
escoger de entre ellos, para mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé, a
Judas, llamado Barsabas, y a Silas, varones
principales entre los hermanos,
y escribirles
por mano de éstos: “Los apóstoles y ancianos hermanos, a sus hermanos de la
gentilidad que moran en Antioquía, Siria y Cilicia, salud:
Habiendo
llegado a nuestros oídos que algunos salidos de entre nosotros, sin que
nosotros les hubiéramos mandado, os han turbado con palabras y han agitado
vuestras almas,
de común
acuerdo nos ha parecido enviaros varones escogidos en compañía de nuestros
amados Bernabé y Pablo,
hombres que han expuesto la vida por el nombre de Nuestro Señor Jesucristo.
Enviamos,
pues, a Judas y a Silas para que os refieran de palabra estas cosas.
Porque
ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna otra carga más
que éstas necesarias:
que os
abstengáis de las carnes inmoladas a los ídolos, de sangre y de lo ahogado y de
la fornicación, de lo cual haréis bien en guardaros. Salud.”
Los enviados
bajaron a Antioquía, y, reuniendo a la muchedumbre, les entregaron la epístola,
que, leída,
los llenó de consuelo.
Judas y
Silas, que también eran profetas, con muchos discursos exhortaron a los
hermanos y los confirmaron.
Pasado allí algún tiempo, fueron despedidos en paz
por los hermanos a aquellos que los habían enviado.
Segundo viaje del Apóstol
34-41
Pero Silas
decidió permanecer allí, y partió solamente Judas.
Pablo y
Bernabé se quedaron en Antioquía, enseñando y evangelizando, con otros muchos,
la palabra del Señor.
Pasados
algunos días, dijo Pablo a Bernabé: Volvamos a visitar a los hermanos por todas
las ciudades en que hemos evangelizado la palabra del Señor y veamos cómo
están.
Bernabé
quería llevar consigo también a Juan, llamado Marcos;
pero Pablo
juzgaba que no debían llevarle, por cuanto los había dejado desde Panfilia y no
había ido con ellos a la obra.
Se produjo
tal exacerbación de ánimo, que se separaron uno de otro, y Bernabé, tomando
consigo a Marcos, se embarcó para Chipre,
mientras
que Pablo, llevando consigo a Silas, partió encomendado por los hermanos a la
gracia del Señor.
Atravesó
la Siria y la Cilicia, confirmando las iglesias.
Capítulo
16
1-10
Llegaron
a Derbe y a Listra. Había
allí un discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente y de padre
griego,
muy
elogiado por los hermanos de Listra e Iconio.
Quiso Pablo
que se fuera con él, y, tomándole, le circuncidó a causa de los judíos que
había en aquellos lugares, pues todos sabían que su padre era griego.
Atravesando
las ciudades, les comunicaba los decretos dados por los Apóstoles y ancianos de
Jerusalén, encargándoles que los guardasen.
Las iglesias,
pues, se afianzaban en la fe y crecían en número de día en día.
Atravesada
la Frigia y el país de Galacia, el Espíritu Santo les
prohibió predicar en Asia.
Llegaron
a Misia e intentaron dirigirse a Bitinia, mas tampoco
se lo permitió el Espíritu de Jesús;
y pasando
de largo por Misia, bajaron a Tróade.
Por la
noche tuvo Pablo una visión. Un varón macedonio se le puso delante y,
rogándole, decía: Pasa a Macedonia y ayúdanos.
Luego
que vio la visión buscamos cómo pasar a Macedonia, coligiendo que Dios nos
llamaba para evangelizarlos.
Pablo,
en Europa
11-40
Zarpando de Tróade, navegamos derechos a Samotracia; al día siguiente llegamos
a Neápolis,
de allí
a Filipos, que es la primera ciudad de esta parte de Macedonia, colonia romana,
donde pasamos algunos días.
El sábado
salimos fuera de la puerta, junto al río, donde pensamos que estaba el lugar de
la oración; y sentados hablábamos con algunas mujeres que se hallaban reunidas.
Cierta
mujer llamada Lidia, temerosa de Dios, purpuraria, de
la ciudad de Tiatira, escuchaba atenta. El Señor
había abierto su corazón para atender a las cosas que Pablo decía.
Una vez
que se bautizó con toda su casa, rogó diciendo: Puesto que me habéis juzgado
fiel al Señor, entrad en mi casa y quedaos en ella; y nos obligó.
Aconteció que, yendo nosotros a la oración, nos salió al encuentro una sierva
que tenía espíritu pitónico, la cual, adivinando,
procuraba a sus amos grandes ganancias.
Ella nos
seguía a Pablo y a nosotros, y gritando decía: “Estos hombres son siervos del
Dios Altísimo y os anuncian el camino de la salvación”.
Hizo esto
muchos días. Molestado Pablo, se volvió y dijo al espíritu: En nombre de
Jesucristo te mando salir de ésta, y en el mismo instante salió.
Viendo
sus amos que había desaparecido la esperanza de su ganancia, tomaron a Pablo y
a Silas y los llevaron al foro, ante los magistrados;
y presentándoselos
a los pretores, dijeron: “Estos hombres perturban nuestra ciudad, porque,
siendo judíos,
predican
costumbres que a nosotros no nos es lícito aceptar ni practicar, siendo como
somos romanos”.
Toda la
muchedumbre se levantó contra ellos, y los pretores, después de quitarles las
vestiduras, mandaron azotarlos con varas,
y después
de hacerles muchas llagas, los metieron en la cárcel, intimando al carcelero
que los guardase con cuidado.
Este, recibido
tal mandato, los metió en el calabozo y les sujetó bien los pies en el cepo.
Hacia medianoche,
Pablo y Silas, puestos en oración, alababan a Dios, y los presos los oían.
De repente
se produjo un gran terremoto, hasta conmoverse los cimientos de la cárcel, y al
instante se abrieron las puertas y se soltaron los grillos.
Despertó
el carcelero, y viendo abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada con
intención de darse muerte, creyendo que se hubiesen escapado los presos.
Pero Pablo
gritó en alta voz, diciendo: “No te hagas ningún mal, que todos estamos aquí”;
y pidiendo
una luz, se precipitó dentro, arrojándose tembloroso a los pies de Pablo y de
Silas.
Luego los
sacó fuera y les dijo: Señores, ¿qué debo yo hacer para ser salvo?
Ellos le
dijeron: Cree en el Señor Jesús, y serás salvo tú y tu casa.
Le expusieron
la palabra de Dios a él y a todos los de su casa;
y en
aquella hora de la noche los tomó, les lavó las heridas, y enseguida se bautizó
él con todos los suyos.
Subiólos a su casa y les puso la mesa, y se regocijó con
toda su familia de haber creído en Dios.
Llegado
el día, enviaron los pretores a los lictores con esta orden: Suelta a esos
hombres.
El carcelero
comunicó a Pablo estas órdenes: Los pretores han enviado a decir que seáis
soltados. Ahora, pues, salid e id en paz.
Pero Pablo
les dijo: Después que a nosotros, ciudadanos romanos, nos han azotado
públicamente sin juzgarnos y nos han metido en la cárcel, ¿ahora en secreto nos
quieren echar fuera? No así. Que vengan ellos y nos saquen.
Comunicaron
los lictores estas palabras a los pretores, que temieron al oír que eran
romanos.
Vinieron
y les presentaron sus excusas, y sacándolos, les rogaron que se fueran de la
ciudad.
Ellos,
al salir de la cárcel, entraron en casa de Lidia y, viendo a los hermanos, los
exhortaron y se fueron.
Capítulo
17
1-15
Pasando
por Anfípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga de
judíos.
Según su
costumbre, Pablo entró en ella y por tres sábados discutió con ellos sobre las
Escrituras,
explicándoselas
y probando cómo era preciso que el Mesías padeciese y resucitase de entre los
muertos, y que este Mesías es Jesús, a quien yo os anuncio.
Algunos
de ellos que se dejaron convencer se incorporaron a Pablo y a Silas, y asimismo
una gran muchedumbre de prosélitos griegos y no pocas mujeres principales.
Pero los
judíos, movidos de envidia, reunieron algunos hombres malos de la calle,
promovieron un alboroto en la ciudad y se presentaron ante la casa de Jasón,
buscando a los apóstoles para llevarlos ante el pueblo.
Pero no
hallándolos, arrastraron a Jasón y a algunos de los hermanos y los llevaron
ante los politarcas, gritando: Estos son los que
alborotan la tierra. Al llegar aquí han sido hospedados por Jasón,
y todos
obran contra los decretos del César, diciendo que hay otro rey, Jesús.
Con esto
alborotaron a la plebe y a los politarcas que tales
cosas oían;
pero habiendo
recibido fianza de Jasón y de los demás, los dejaron ir libres.
Aquella
misma noche los hermanos encaminaron a Pablo y a Silas para Berea. Así que
llegaron, se fueron a la sinagoga de los judíos.
Eran éstos
más nobles que los de Tesalónica y recibieron con toda avidez la palabra,
consultando diariamente las Escrituras para ver si era así.
Muchos
de ellos creyeron, y además mujeres griegas de distinción y no pocos hombres.
Pero en
cuanto supieron los judíos de Tesalónica que también en Berea era anunciada por
Pablo la palabra de Dios, vinieron allí y agitaron y alborotaron a la plebe.
Al instante
los hermanos hicieron partir a Pablo, camino del mar, quedando allí Silas y
Timoteo.
Los
que conducían a Pablo le llevaron hasta Atenas, recibiendo de él encargo para
Silas y Timoteo de que se le reuniesen cuanto antes.
Pablo,
en Atenas
16-34
Mientras Pablo los esperaba en Atenas, se consumía su espíritu viendo la ciudad
llena de ídolos.
Disputaba
en la sinagoga con los judíos y los prosélitos, y cada día en el ágora con los
que le salían al paso.
Ciertos
filósofos, tanto epicúreos como estoicos, conferenciaban con él, y unos decían:
¿Qué es lo que propala este charlatán? Otros contestaban: Parece ser predicador
de divinidades extranjeras; porque anunciaba a Jesús y la resurrección.
Y tomándole,
le llevaron al Areópago, diciendo: ¿Podemos saber qué nueva doctrina es esta
que enseñas?
ues eso
es muy extraño a nuestros oídos; queremos saber qué quieres decir con esas
cosas.
Todos los
atenienses y los forasteros allí domiciliados no se ocupan en otra cosa que en
decir y oír la última novedad.
Puesto
en pie Pablo en medio del Areópago, dijo: “Atenienses, veo que sois sobremanera
religiosos;
porque
al pasar y contemplar los objetos de vuestro culto he hallado un altar en el
cual está escrito: “Al dios desconocido”. Pues ese que sin conocerlo veneráis
es el que yo os anuncio.
El Dios
que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, ése, siendo Señor del cielo
y de la tierra, no habita en templos hechos por mano del hombre,
ni por
manos humanas es servido, como si necesitase de algo, siendo Él mismo quien da
a todos la vida, el aliento y todas las cosas.
Él hizo
de uno todo el linaje humano para poblar toda la haz de la tierra. Él fijó las
estaciones y los confines de las tierras por ellos habitable,
para que
busquen a Dios y siquiera a tientas le hallen, que no está lejos de cada uno de
nosotros,
porque
en Él vivimos y nos movemos y existimos, como algunos de vuestros poetas han
dicho: “Porque somos linaje suyo.”
Siendo,
pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad es semejante al oro, o
a la plata, o a la piedra, obra del arte y del pensamiento humano.
Dios, disimulando
los tiempos de la ignorancia, intima ahora en todas partes a los hombres que
todos se arrepientan,
por cuanto
tiene fijado el día en que juzgará la tierra habitada con justicia por medio de
un Hombre, a quien ha destinado, acreditándole ante todos por su resurrección
de entre los muertos”.
Cuando
oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se echaron a reír, otros
dijeron: Te oiremos sobre esto otra vez.
Así salió
Pablo de en medio de ellos.
Algunos
se adhirieron a él y creyeron, entre los cuales estaban Dionisio Areopagita y
una mujer de nombre Damaris y otros más.
Capítulo
18
El
Evangelio en Corinto
1-22
Después
de esto, Pablo se retiró de Atenas y vino a Corinto.
Allí encontró
a un judío llamado Aquila, originario del Ponto, recientemente llegado de
Italia con Priscila, su mujer, a causa del decreto de Claudio que ordenaba
salir de Roma a todos los judíos. Pablo se unió a ellos;
y como
era del mismo oficio que ellos, se quedó en su casa y trabajaban juntos, pues
eran ambos fabricantes de lonas.
Los sábados
disputaba en la sinagoga, persuadiendo a los judíos y a los griegos.
Mas luego
que llegaron de Macedonia Silas y Timoteo, se dio del todo a la predicación de
la Palabra, testificando a los judíos que Jesús era el Mesías.
Como éstos
le resistían y blasfemaban, sacudiendo sus vestiduras, les dijo: Caiga vuestra
sangre sobre vuestras cabezas; limpio soy yo de ella. Desde ahora me dirigiré a
los gentiles.
Y salió,
yéndose a la casa de un prosélito de nombre Ticio Justo, que vivía junto a la
sinagoga.
Crispo,
jefe de la sinagoga, con toda su casa, creyó en el Señor; y muchos corintios,
oyendo la Palabra, creían y se bautizaban.
Por la
noche dijo el Señor a Pablo en una visión: No temas, sino habla y no calles;
yo estoy
contigo y nadie se atreverá a hacerte mal, porque tengo yo en esta ciudad un
pueblo numeroso.
Moró allí
un año y seis meses, enseñando entre ellos la palabra de Dios.
Siendo Galión procónsul de Acaya, se levantaron a una los judíos
contra Pablo y le condujeron ante el tribunal,
diciendo:
Este persuade a los hombres a dar culto a Dios de un modo contrario a la Ley.
Disponíase Pablo a hablar, cuando Galión dijo a los judíos: Si se tratase de una injusticia o de algún grave crimen, ¡oh
judíos!, razón sería que os escuchase;
pero tratándose
de cuestiones de doctrina, de nombres y de vuestra Ley, allá vosotros lo veáis,
yo no quiero ser juez en tales cosas.
Y los
echó del tribunal.
Entonces
se echaron todos sobre Sóstenes, el jefe de la
sinagoga, y le golpearon delante del tribunal, sin que Galión se cuidase de ello.
Pablo,
después de haber permanecido aún bastantes días, se despidió de los hermanos y
navegó hacia Siria, yendo con él Priscila y Aquila, después de haberse rapado
la cabeza en Cencres, porque había hecho voto.
Llegados
a Efeso, los dejó y él entró en la sinagoga, donde conferenció
con los judíos.
Rogábanle éstos que se quedasen más tiempo, pero no
consintió,
y despidiéndose
de ellos, dijo: Si Dios quiere, volveré a vosotros. Partió de Efeso,
y desembarcando
en Cesárea, después de subir y saludar a la iglesia, bajó a Antioquía.
Tercer
viaje
23-28
Pasado
algún tiempo, partió, y atravesando sucesivamente el país de Galacia y la Frigia, confirmaba a todos los discípulos.
Cierto
judío de nombre Apolo, de origen alejandrino, varón elocuente, llegó a Efeso. Era muy perito en el conocimiento de las Escrituras.
Estaba
bien informado del camino del Señor y con fervor de espíritu hablaba y enseñaba
con exactitud lo que toca a Jesús; pero sólo conocía el bautismo de Juan.
Este, pues,
comenzó a hablar con valentía en la sinagoga; pero Priscila y Aquila que le
oyeron, le tomaron aparte y le expusieron más completamente el camino de Dios.
Queriendo
pasar a Acaya, le animaron a ello los hermanos y escribieron a los discípulos
para que le recibiesen. Llegado allí, aprovechó mucho por su gracia a los que
habían creído,
porque
vigorosamente arguía a los judíos en público,
demostrándoles por las Escrituras que Jesús era el Mesías.
Capítulo 19
San
Pablo, en Efeso
1-22
En el
tiempo en que Apolo se hallaba en Corinto, Pablo, atravesando las regiones
altas, llegó a Efeso, donde halló algunos discípulos;
y les
dijo: ¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe? Ellos le
contestaron: Ni siquiera hemos oído si existe el Espíritu Santo.
Díjoles él: Pues, ¿qué bautismo habéis recibido? Ellos le
respondieron: El bautismo de Juan.
Dijo Pablo:
Juan bautizaba un bautismo de penitencia, diciendo al pueblo que creyese en el
que venía detrás de él, esto es, en Jesús.
Al oír
esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús.
E imponiéndoles
Pablo las manos, descendió sobre ellos el Espíritu Santo y hablaban lenguas y
profetizaban.
Eran
unos doce hombres.
Entrando
en la sinagoga, habló con libertad por tres meses, conferenciando y discutiendo
acerca del reino de Dios.
Pero así
que algunos endurecidos e incrédulos comenzaron a maldecir del camino del Señor
delante de la muchedumbre, se retiró de ellos, separando a los discípulos, y
predicaba todos los días en la escuela de Tirano.
Esto hizo
durante dos años, de manera que todos los habitantes de Asia oyeron la palabra
del Señor, tanto los judíos como los griegos.
Obraba
Dios por mano de Pablo milagros no vulgares,
de suerte
que hasta los pañuelos y delantales que habían tocado su cuerpo, aplicados a
los enfermos, hacían desaparecer de ellos las enfermedades y salir a los
espíritus malignos.
Hasta algunos
exorcistas judíos ambulantes llegaron a invocar sobre los que tenían espíritus
malignos el nombre del Señor Jesús, diciendo: Os conjuro por Jesús, a quien
Pablo predica.
Eran los
que esto hacían siete hijos de Esceva, judío de
familia pontifical;
pero respondiendo
el espíritu maligno, les dijo: Conozco a Jesús y sé quién es Pablo; pero
vosotros, ¿quiénes sois?
Y arrojándose
sobre ellos aquel en quien estaba el espíritu maligno, se apoderó de los dos y
los sujetó, de modo que, desnudos y heridos, tuvieron que huir de aquella casa.
Fue esto
conocido de todos los judíos y griegos que moraban en Efeso,
apoderándose de todos un gran temor, siendo glorificado el nombre del Señor
Jesús.
Muchos
de los que habían creído, venían, confesaban y manifestaban sus prácticas
supersticiosas;
y bastantes
de los que habían profesado las artes mágicas traían sus libros y los quemaban
en público, llegando a calcularse el precio de los quemados en cincuenta mil
monedas de plata;
tan poderosamente
crecía y se robustecía la palabra del Señor.
Después
de esto resolvió Pablo ir a Jerusalén, atravesando la Macedonia y la Acaya,
porque se decía: Desde allí iré a Roma.
Enviando a Macedonia dos de sus
auxiliares, Timoteo y Erasto, él se detuvo algún tiempo en Asia.
El
motín en Efeso
23-40
Pero hubo
por aquellos días un alboroto no pequeño, a propósito del camino (del
Evangelio),
ocasionado
por un platero llamado Demetrio, que hacía en plata templos de Artemisa, que
proporcionaban a los artífices no poca ganancia;
y convocándolos,
así como a todos los obreros de este ramo, les dijo: Bien sabéis que nuestro
negocio depende de este oficio.
Asimismo estáis viendo y oyendo que no sólo en Efeso,
sino en casi toda el Asia, este Pablo ha persuadido y llevado tras sí una gran
muchedumbre, diciendo que no son dioses los hechos por manos de hombres.
Esto no
solamente es un peligro para nuestra industria, sino que es en descrédito del
templo de la gran diosa Artemisa, que será reputada en nada y vendrá a quedar
despojada de su majestad aquella a quien toda el Asia y el orbe veneran.
Al oír
esto, se llenaron de ira y comenzaron a gritar, diciendo: Grande es la Artemisa
de los efesios.
Toda la
ciudad se llenó de confusión y a una se precipitaron en el teatro, arrastrando
consigo a Gayo y Aristarco, macedonios, compañeros de Pablo.
Quería
Pablo entrar allá, pero no se lo permitieron los discípulos.
Algunos
de los asiarcas, que eran sus amigos, le mandaron
recado rogándole que no se presentase en el teatro.
Unos gritaban
una cosa y otros otra. Estaba la asamblea llena de confusión y muchos no sabían
ni por qué se habían reunido.
En esto,
empujado por los judíos, se destacó entre la multitud Alejandro, que con la
mano hacía señas de que quería hablar al pueblo;
pero en
cuanto supieron que era judío, todos a una levantaron la voz, y por espacio de
dos horas estuvieron gritando: ¡Grande es la Artemisa de los efesios!
Habiendo
logrado el secretario calmar a la muchedumbre, dijo: Efesios, ¿quién no sabe
que la ciudad de Efeso es la guardiana de la gran
Artemisa y de su estatua bajada del cielo?
Siendo
esto incontestable, conviene que os aquietéis y no os precipitéis.
Porque
habéis traído a estos hombres que ni son sacrílegos ni blasfemos contra vuestra
diosa.
Si Demetrio
y los de su profesión tienen alguna queja contra alguno, públicas asambleas se
celebran y procónsules hay; que presenten acusaciones unos contra otros.
Si algo
más pretendéis, debe tratarse eso en una asamblea legal,
porque
hay peligro de que seamos acusados de sedición por lo de este día, pues no hay
motivo alguno para justificar esta reunión tumultuosa. Dicho esto, disolvió la
asamblea.
Capítulo
20
Viaje
hacia Jerusalén
1-38
Luego que
cesó el alboroto, hizo Pablo llamar a los discípulos, y exhortándolos, se
despidió de ellos y partió camino de Macedonia;
y atravesando
aquellas regiones los exhortaba con largos discursos, y así llegó a Grecia,
donde estuvo
por tres meses; y en vista de las asechanzas de los judíos contra él cuando
supieron que se proponía embarcarse para Siria, resolvió volver por Macedonia.
Le acompañaban Sópatros de Pirro, originario de Berea; los
tesalonicenses Aristarco y Segundo, Gayo de Derbe,
Timoteo y los asiáticos Tíquico y Trófimo
Estos se
adelantaron y nos esperaron en Tróade.
Nosotros
partimos de Filipos algunos días después de los Ácimos, y a los cinco días nos
reunimos con ellos en Tróade, donde nos detuvimos siete días.
El primer
día de la semana, estando nosotros reunidos para partir el pan, platicando con
ellos Pablo, que debía partir al día siguiente, prolongó su discurso hasta la
medianoche.
Había muchas
lámparas en la sala donde estábamos reunidos.
Un joven
llamado Eutico, que estaba sentado en una ventana,
abrumado por el sueño, porque la plática de Pablo se alargaba mucho, se cayó
del tercer piso abajo, de donde le levantaron muerto.
Bajó Pablo,
se echó sobre él y, abrazándole, le dijo: No os turbéis, porque está vivo.
Luego subió,
partió el pan, lo comió y prosiguió la plática hasta el amanecer, y así se fue.
Le trajeron
vivo al muchacho, con gran consuelo de todos.
Nosotros,
adelantándonos en la nave, llegamos hasta Asón, donde habíamos de recoger a
Pablo, porque él había dispuesto hacer hasta allí el viaje por tierra.
Cuando
se nos unió en Asón, le tomamos en la nave y llegamos hasta Mitilene.
De aquí
navegamos al día siguiente, pasando en frente de Quío; al tercer día navegamos
hasta Samos, y al otro día llegamos a Mileto.
Había Pablo
resuelto pasar de largo por Efeso, a fin de no
retardarse en Asia, pues quería, a ser posible, estar en Jerusalén el día de
Pentecostés.
Desde Mileto
mandó a Efeso a llamar a los presbíteros de la
iglesia.
Cuando
llegaron a él, les dijo: “Vosotros sabéis bien cómo me conduje con vosotros
todo el tiempo desde que llegué a Asia,
sirviendo
al Señor con toda humildad, con lágrimas y en tentaciones que me venían de las
asechanzas de los judíos;
cómo no
omití nada de cuanto os fuera de provecho, predicándoos y enseñándoos en
público y en privado
dando testimonio
a judíos y a griegos sobre la conversión a Dios y la fe en nuestro Señor Jesús.
Ahora,
encadenado por el Espíritu, voy hacia Jerusalén, sin saber lo que allí me
sucederá,
sino que
en todas las ciudades el Espíritu Santo me advierte, diciendo que me esperan
cadenas y tribulaciones.
Pero yo
no hago ninguna estima de mi vida con tal de acabar mi carrera y el ministerio
que recibí del Señor Jesús de anunciar el evangelio de la gracia de Dios.
Sé que
no veréis más mi rostro, vosotros todos por quienes he pasado predicando el
reino de Dios;
por lo
cual en este día os testifico que estoy limpio de la sangre de todos,
pues os
he anunciado plenamente el consejo de Dios.
Mirad por
vosotros y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido
obispos para apacentar la Iglesia de Dios, que El adquirió con su sangre.
Yo sé
que después de mi partida vendrán a vosotros lobos rapaces, que no perdonarán
al rebaño,
y que
de entre vosotros mismos se levantarán hombres que enseñen doctrinas perversas
para arrastrar a los discípulos en su seguimiento.
Velad,
pues, acordándoos de que por tres años, noche y día, no cesé de exhortaros a
cada uno con lágrimas.
Yo os
encomiendo al Señor y a la palabra de su gracia; al que puede edificar y dar la
herencia a todos los que han sido santificados.
No he
codiciado plata, oro o vestidos de nadie.
Vosotros
sabéis que a mis necesidades y a las de los que me acompañan han suministrado
estas manos.
En todo
os he dado ejemplo, mostrándoos cómo, trabajando así, socorráis a los
necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús, que El mismo dijo:
"Hay más dicha en dar que en recibir.”
Diciendo
esto, se puso de rodillas con los otros y oró,
y se
levantó un gran llanto de todos, que, echándose al cuello de Pablo, le besaban,
afligidos
sobre todo por lo que les había dicho de que no volverían a ver su rostro. Y le
acompañaron hasta la nave.
Capítulo
21
1-14
Así que,
separándonos de ellos, nos embarcamos, fuimos derechos a Cos, y al siguiente
día a Rodas, y de allí a Pátara,
donde, habiendo
hallado una nave que hacía la travesía a Fenicia, nos embarcamos y nos dimos a
la mar.
Luego dimos
vista a Chipre, que dejamos a la izquierda, navegamos hasta Siria y
desembarcamos en Tiro, porque allí había de dejar su carga la nave.
En Tiro
encontramos discípulos, con los cuales permanecimos siete días. Ellos, movidos
del Espíritu, decían a Pablo que no subiese a Jerusalén.
Pasados
aquellos días, salimos, e iban acompañándonos todos con su mujeres e hijos
hasta fuera de la ciudad. Allí, puestos de rodillas en la playa, oramos,
nos despedimos
y subimos a la nave, volviéndose ellos a sus casas.
Nosotros,
yendo de Tiro a Tolemaida, acabamos nuestra navegación, y saludados los
hermanos, nos quedamos un día con ellos.
Al día
siguiente salimos; llegamos a Cesárea, y entrando en casa de Felipe el
evangelista, que era uno de los siete, nos quedamos con él.
Tenía éste
cuatro hijas vírgenes que profetizaban.
Habiéndonos
quedado allí varios días, bajó de Judea un profeta llamado Agabo,
el cual,
llegándose a nosotros, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos
con él, dijo: “Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén
al varón cuyo es este cinto, y le entregarán en poder de los gentiles.”
Cuando
oímos esto, tanto nosotros como los del lugar le instamos a que no subiese a
Jerusalén.
Pablo entonces
respondió: ¿Qué hacéis con llorar y quebrantar mi corazón? Pues pronto estoy,
no sólo a ser atado, sino a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.
No pudiendo
disuadirle, guardamos silencio, diciendo: Hágase la voluntad del Señor.
Llegada
a Jerusalén
15-26
Después de esto, provistos de lo necesario, subimos a Jerusalén.Iban con
nosotros algunos discípulos de Cesárea, que nos condujeron a casa de un tal Mnasón, cierto chipriota discípulo antiguo, en la cual nos
hospedamos.
Llegados
a Jerusalén, fuimos recibidos por los hermanos con alegría.
Al día
siguiente, Pablo, acompañado de nosotros, visitó a Santiago, reuniéndose allí
todos los presbíteros.
Después
de saludarlos, contó una por una las cosas que Dios había obrado entre los
gentiles por su ministerio.
Ellos,
oyéndole, glorificaban a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares
de creyentes hay entre los judíos, y que todos son celadores de la Ley.
Pero han
oído de ti que enseñas a los judíos de la dispersión que hay que renunciar a
Moisés y les dices que no circunciden a sus hijos ni sigan las costumbres
mosaicas.
¿Qué hacer, pues? Seguro que
sabrán que has llegado.
Haz lo
que vamos a decirte: Tenemos cuatro varones que han hecho voto;
tómalos,
purifícate con ellos y págales los gastos para que se rasuren la cabeza, y así
todos conocerán que no hay nada de cuanto oyeron sobre ti, sino que sigues en
la observancia de la Ley.
Cuanto
a los gentiles que han creído, ya les hemos escrito nuestra sentencia de que se
abstengan de las carnes sacrificadas a los ídolos, de la sangre, de lo ahogado
y de la fornicación.
Entonces
Pablo, tomando consigo a los varones, purificado con ellos al día siguiente,
entró en el templo, anunciando el cumplimiento de los días de la consagración
para saber el día en que pudiesen presentar la ofrenda por cada uno de ellos.
Viaje
de San Pablo a Roma. Prisión de Pablo
27-40
Cuando
estaban para acabarse los siete días, judíos de Asia, que le vieron en el
templo, alborotaron a la muchedumbre y pusieron las manos sobre él,
gritando: “Israelitas, ayudadnos; éste es el
hombre que por todas partes anda enseñando a todos contra el pueblo, contra la
Ley y contra este lugar; como si fuera poco, ha introducido a los gentiles en
el templo y ha profanado este lugar santo.”
Era que
habían visto con él en la ciudad a Trófimo, efesio, y
creyeron que Pablo le había introducido en el templo.
Toda la
ciudad se conmovió y se agolpó en el templo, y tomando a Pablo, le arrastraron
fuera de él, cerrando enseguida las puertas.
Mientras
trataban de matarle, llegó noticia al tribuno de la cohorte de que toda
Jerusalén estaba amotinada;
y tomando
al instante los soldados y los centuriones, corrió hacia ellos. En cuanto
vieron al tribuno y a los soldados, cesaron de golpear a Pablo.
Acercóse entonces el tribuno, y cogiéndole, ordenó que le
echasen dos cadenas, y le preguntó quién era y qué había hecho.
Los de
la turba decían cada uno una cosa, y no pudiendo sacar nada en claro a causa
del alboroto, ordenó llevarle al cuartel.
Al llegar
a las escaleras, en vista de la violencia de la multitud, Pablo fue llevado por
los soldados,
pues la
muchedumbre seguía gritando: ¡Quítalo!
A la
entrada del cuartel dijo Pablo al tribuno: ¿Me permites decirte una cosa? El le contestó: ¿Hablas griego?
¿No eres
tú acaso el egipcio que hace algunos días promovió una sedición y llevó al
desierto cuatro mil sicarios?
Respondió
Pablo: Yo soy judío, originario de Tarso, ciudad ilustre de la Cilicia; te
suplico que me permitas hablar al pueblo.
Permitiéndoselo
él, Pablo, puesto de pie en lo alto de las escaleras, hizo señal al pueblo con
la mano. Luego se hizo un gran silencio, y Pablo les dirigió la palabra en
hebreo.
Capítulo 22
Discurso
al pueblo
1-29
Hermanos
y padres, escuchadme la defensa que ahora os dirijo.
Oyendo que
les hablaba en lengua hebrea, guardaron mayor silencio. Y prosiguió:
Yo soy
judío, nacido en Tarso de Gilicia, educado en esta
ciudad e instruido a los pies de Gamaliel, según el rigor de la Ley patria,
celador de Dios, como todos vosotros lo sois hoy.
Perseguí
de muerte esta doctrina, encadenando y encarcelando a hombres y mujeres,
como podrá
testificar el sumo sacerdote y el colegio de los ancianos, de quienes recibí
cartas para los hermanos de Damasco, adonde fui para traer encadenados a
Jerusalén a los que allí había, a fin de castigarlos.
Pero acaeció
que, siguiendo mi camino, cerca ya de Damasco, hacia el mediodía, de repente me
envolvió una gran luz del cielo.
Caí al
suelo y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Yo respondí:
¿Quién eres, Señor? Y me dijo: Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues.
Los que
estaban conmigo vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba.
Yo dije:
¿Qué he de hacer, Señor? El Señor me dijo: Levántate y entra en Damasco, y allí
se te dirá lo que has de hacer.
Como yo
no veía a causa de la claridad de aquella luz, conducido por los que me
acompañaban entré en Damasco.
Un cierto
Ananías, varón piadoso según la Ley, acreditado por todos los judíos que allí
habitaban,
vino a
mí, y acercándoseme me dijo: Saulo, hermano, mira. Y en el instante le miré.
Prosiguió:
El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conocieras su voluntad y
vieras al Justo y oyeras la voz de su boca;
porque
tú le serás testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído.
Ahora ¿qué
te detienes? Levántate, bautízate y lava tus pecados, invocando su nombre.
Cuando
volví a Jerusalén, orando en el templo tuve un éxtasis,
y vi
al Señor que me decía: Date prisa y sal pronto de Jerusalén, porque no
recibirán tu testimonio acerca de mí.
Yo contesté:
Señor, ellos saben que yo era el que encarcelaba y azotaba en las sinagogas a
los que creían en ti,
y cuando
fue derramada la sangre de tu testigo Esteban, yo estaba presente, y me gozaba
y guardaba los vestidos de los que le mataban.
Pero Él
me dijo: Vete, porque yo quiero enviarte a naciones lejanas.
Hasta aquí
le prestaron atención; pero luego, levantando su voz, dijeron: Quita a ése de
la tierra, que no merece vivir.
Y gritando,
tiraban sus mantos y lanzaban polvo al aire.
En vista
de esto, ordenó el tribuno que lo introdujeran en el cuartel, que le azotasen y
le diesen tormento, a fin de conocer por qué causa gritaban así contra él.
Cuando
le estiraron para azotarle, dijo Pablo al centurión que estaba presente: ¿Os es
lícito azotar a un romano sin haberle juzgado?
Al oír esto el centurión, se fue al tribuno y se
lo comunicó, diciendo:
¿Qué ibas a hacer? Porque este hombre es romano.
El tribuno
se le acercó y dijo: ¿Eres tú romano?
Él contestó: Sí.
Añadió
el tribuno: Yo adquirí esta ciudadanía por una gran suma.
Pablo replicó: Pues
yo la tengo por nacimiento.
Al instante
se apartaron de él los que iban a darle tormento, y el mismo tribuno temió al
saber que, siendo romano, le había encadenado.
Pablo
ante el sanedrín
30
Al día
siguiente, deseando saber con seguridad de qué era acusado por los judíos, le
soltó y ordenó que se reuniesen los príncipes de los sacerdotes y todo el
sanedrín, y llevando a Pablo se lo presentó.
Capítulo 23
1-11
Pablo, puestos
los ojos en el sanedrín, dijo: Hermanos, siempre hasta hoy me he conducido delante
de Dios con toda rectitud de conciencia.
El sumo
sacerdote Ananías mandó a los que estaban junto a él que le hiriesen en la
boca.
Entonces
Pablo le dijo: Dios te hiera a ti, pared blanqueada. Tú, en virtud de la Ley,
te sientas aquí como juez, ¿y contra la Ley mandas herirme?
Los que
estaban a su lado dijeron: ¿Así injurias al pontífice de Dios?
Contestó
Pablo: No sabía, hermanos, que fuese el pontífice. Escrito está: “No injuriarás
al príncipe de tu pueblo.”
Conociendo
Pablo que unos eran saduceos y otros fariseos, gritó en el sanedrín: Hermanos,
yo soy fariseo e hijo de fariseos. Por la esperanza en la resurrección de los
muertos soy ahora juzgado.
En cuanto
dijo esto, se produjo un alboroto entre fariseos y saduceos y se dividió la
asamblea.
Porque los
saduceos niegan la resurrección y la existencia de ángeles y espíritus,
mientras que los fariseos profesan lo uno y lo otro.
En medio
de un gran griterío, se levantaron algunos doctores de la secta de los
fariseos, que disputaban violentamente, diciendo: No hallamos culpa en este
hombre. ¿Y qué, si le habló un espíritu o un ángel?
El tumulto
se agravó, y temiendo el tribuno que Pablo fuese por ellos despedazado, ordenó
a los soldados que bajasen, le arrancasen de en medio de ellos y le condujesen
al cuartel.
Al día
siguiente por la noche se le apareció el Señor y le dijo: Ten ánimo, porque
como has dado testimonio de mí en Jerusalén, así también has de darlo en Roma.
Pablo,
en Cesarea
12-35
Cuando
fue de día tramaron una conspiración los judíos, jurando no comer ni beber
hasta matar a Pablo.
Eran más
de cuarenta los conjurados,
y se
llegaron a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciéndoles: Bajo anatema nos
hemos comprometido a no gustar cosa alguna mientras no matemos a Pablo;
vosotros, pues, y el sanedrín rogad al tribuno que
le conduzca ante vosotros, alegando que necesitáis averiguar con más exactitud algo
acerca de él; nosotros estaremos prontos para matarle antes que se acerque.
Habiendo
tenido noticia de esta asechanza el hijo de la hermana de Pablo, vino, y
entrando en el cuartel, se lo comunicó a Pablo.
Llamó éste
a un centurión y le dijo: Lleva a este joven al tribuno, porque tiene algo que
comunicarle.
El centurión
lo llevó al tribuno, y dijo a éste: El preso Pablo me ha llamado y rogado que
te trajera a este joven, que tiene algo que decirte.
Tomándole
el tribuno de la mano, se retiró aparte y le preguntó: ¿Qué es lo que tienes
que decirme?
Él contestó:
Que los judíos han concertado pedirte que mañana lleves a Pablo ante el
sanedrín, alegando que tienen que averiguar con más exactitud algo acerca de
él.
No les
des crédito, porque se han conjurado contra él más de cuarenta hombres de entre
ellos, y se han obligado bajo anatema a no comer ni beber hasta matarle, y ya
están preparados, en espera de que les concedas lo que van a pedirte.
El tribuno
despidió al joven, encargándole no dijese a nadie que le hubiera dado a saber
aquello;
y llamando
a dos centuriones, les dijo: Preparad doscientos infantes para que vayan hasta
Cesárea, setenta jinetes y doscientos lanceros, para la tercera vigilia de la
noche.
Asimismo
preparad cabalgaduras a Pablo, para que sea llevado en seguridad al procurador
Félix.
Y escribió
una carta del tenor siguiente:
“Claudio
Lisias al muy excelente procurador Félix, salud:
Estando
el hombre que te envío a punto de ser muerto por los judíos, llegué con la
tropa y le arranqué de sus manos. Supe entonces que era ciudadano romano;
y para
conocer el crimen de que le acusaban, le conduje ante su sanedrín,
y hallé
que era acusado de cuestiones de su Ley, pero que no había cometido delito
digno de muerte o prisión;
y habiéndome
sido revelado que se habían conjurado para matarle, al instante resolví
enviártelo a ti, comunicando también a los acusadores que expongan ante tu
tribunal lo que tengan contra él. Salud.”
Los soldados,
según la orden que se les había dado, tomaron a Pablo y de noche le llevaron hasta Antípatris;
y al
día siguiente, dejando con él a los jinetes, se volvieron al cuartel.
Así que
llegaron a Cesárea, entregaron la epístola al procurador y le presentaron a
Pablo.
El procurador,
leída la epístola, preguntó a Pablo de qué provincia era, y al saber que era de
Cilicia:
Te
oiré, dijo, cuando lleguen tus acusadores; y dio orden de que fuese guardado en
el pretorio de Herodes.
El
proceso de Pablo ante el procurador Félix
1-27
Cinco días
después bajó el sumo sacerdote Ananías con algunos ancianos y cierto orador
llamado Tértulo, los cuales presentaron al procurador
la acusación contra Pablo.
Citado éste,
comenzó Tértulo su alegato, diciendo:
Gracias
a ti, óptimo Félix, gozamos de mucha paz y por tu providencia se han hecho en
esta nación convenientes reformas, que en todo y por todo hemos recibido de ti
con suma gratitud.
No te
molestaré más; sólo te ruego que me oigas brevemente, con tu acostumbrada
bondad.
Pues bien:
hemos hallado a este hombre, una peste que excita a sedición a todos los judíos
del orbe y es el jefe de la secta de los nazarenos.
Le prendimos
cuando intentaba profanar el templo, y quisimos juzgarle según nuestra Ley;
pero llegó
Lisias, el tribuno, con mucha fuerza y le arrebató de nuestras manos, mandando
a los acusadores que se presentasen a ti.
Puedes,
si quieres, interrogarle tú mismo, y sabrás así por él de qué le acusamos
nosotros.
Los judíos,
por su parte, confirmaron lo dicho declarando ser así.
Pablo,
una vez que el procurador le hizo señal de hablar, contestó: Sabiendo que desde
muchos años ha eres juez de este pueblo, hablaré confiadamente en defensa mía.
Puedes
averiguar que sólo hace doce días que subí a Jerusalén para adorar,
y que
ni en el templo, ni en las sinagogas, ni en la ciudad, me encontraron
disputando con nadie o promoviendo tumultos en la turba,
ni pueden
presentarte pruebas de las cosas de que ahora me acusan.
Te confieso
que sirvo al Dios de mis padres con plena fe en todas las cosas escritas en la
Ley y en los Profetas, según el camino que ellos llaman secta,
y con
la esperanza en Dios que ellos mismos tienen de la resurrección de los justos y
de los malos.
Según esto,
he procurado en todo tiempo tener una conciencia irreprensible para con Dios y
para con los hombres.
Después
de muchos años he venido para traer limosnas a los de mi nación y a presentar
mis oblaciones.
En esos
días me encontraron purificado en el templo, no con turbas ni produciendo
alborotos.
Son algunos
judíos de Asia los que deberían hallarse aquí presentes para acusarme, si algo
tienen contra mí.
Y si
no, que estos mismos digan si cuando comparecí ante el sanedrín hallaron delito
alguno contra mí,
como no
fuera esta mi declaración, que yo pronuncié en medio de ellos: Por la
resurrección de los muertos soy juzgado hoy ante vosotros.
Félix,
que sabía bien lo que se refiere a este camino, difirió la causa, diciendo:
Cuando venga el tribuno Lisias decidiré vuestra causa.
Mandó al
centurión que le guardase, dejándole cierta libertad y permitiendo que los
suyos le asistiesen.
Pasados
algunos días, vino Félix con su mujer Drusila, que era judía, y mandó que
viniese Pablo, y le escuchó acerca de la fe en Cristo.
Disertando
él sobre la justicia, la continencia y el juicio venidero, se llenó Félix de
terror. Al fin le dijo: Por ahora retírate; cuando tenga tiempo volveré a
llamarte.
Entretanto,
esperando que Pablo le diese dinero, le hizo llamar muchas veces y conversaba
con él.
Transcurridos dos años, Félix tuvo por sucesor a Porcio Festo; pero queriendo
congraciarse con los judíos, dejó a Pablo en la prisión.
Apelación
al César
1-12
Llegó Festo
a la provincia, y a los tres días subió de Cesárea a Jerusalén,
y los
príncipes de los sacerdotes y los principales de los judíos le presentaron sus
acusaciones contra Pablo.
Pidieron
la gracia de que le hiciese conducir a Jerusalén. Hacían esto con ánimo de
prepararle una asechanza para matarle en el camino.
Festo les
respondió que Pablo estaba preso en Cesárea y que él mismo había de partir en
breve para allá:
Así, pues,
que los principales de vosotros bajen conmigo para acusar allí a ese hombre, si
tienen de qué.
Habiendo
pasado entre ellos sólo unos ocho o diez días, bajó a Cesárea, y al día
siguiente se sentó en su tribunal, ordenando presentar a Pablo.
Presentado
éste, los judíos que habían bajado de Jerusalén le rodearon, haciéndole muchos
y graves cargos, que no podían probar,
replicando
Pablo que ni contra la Ley de los judíos, ni contra el templo, ni contra el
Cesar había cometido delito alguno.
Pero Festo,
queriendo congraciarse con los judíos, se dirigió a Pablo y le dijo: ¿Quieres
subir a Jerusalén y allí ser juzgado ante mí de todas estas acusaciones?
Pablo contestó:
Estoy ante el tribunal del César; en él debo ser juzgado. Ninguna injuria he
hecho a los judíos, como tú bien sabes.
Si he
cometido alguna injusticia o crimen digno de muerte, no rehúso morir. Pero si
no hay nada de todo eso de que me acusan, nadie puede entregarme a ellos. Apelo al César.
Festo entonces,
después de hablar con los de su consejo, respondió: Has apelado al César, al
César irás.
Pablo
expone su causa ante el rey Agripa
13-27
Transcurridos
algunos días, el rey Agripa y Berenice llegaron a Cesárea para saludar a Festo.
Habiendo
pasado allí varios días, dio cuenta Festo al rey del asunto de Pablo, diciendo:
Hay aquí un hombre que fue dejado preso por Félix,
al cual,
cuando yo estuve en Jerusalén, acusaron los sumos sacerdotes y los ancianos de
los judíos, pidiendo su condena.
Yo les
contesté que no es costumbre de los romanos entregar a un hombre cualquiera sin
que al acusado, en presencia de los acusadores, se le dé lugar para defenderse
de la acusación.
Habiendo,
pues, venido ellos aquí a mí, luego, al día siguiente, sentado en el tribunal,
ordené traer al hombre ese.
Presentes
los acusadores, ningún crimen adujeron de los que yo sospechaba;
sólo cuestiones
sobre su propia religión y de cierto Jesús muerto, de quien Pablo asegura que
vive.
Vacilando
yo en la investigación, le dije que si quería ir a Jerusalén y ser allí
juzgado.
Pero Pablo
interpuso apelación para que su causa fuese reservada al conocimiento de
Augusto, y así ordené que se le guardase hasta que pueda remitirle al César.
Dijo Agripa
a Festo: Tendría gusto en oír a ese hombre. Mañana, dijo, le oirás.
Al otro
día llegaron Agripa y Berenice con gran pompa, y entrando en la audiencia con
los tribunos y personajes conspicuos de la ciudad, ordenó Festo que Pablo fuera
conducido.
Y dijo
Festo: Rey Agripa y todos los que estáis presentes: He aquí a este hombre,
contra quien toda la muchedumbre de los judíos en Jerusalén y aquí me instaban
gritando que no es digno de la vida.
Pero yo
no he hallado en él nada que le haga reo de muerte, y habiendo él apelado al
César, he resuelto enviarle a él.
Del cual
nada cierto tengo que escribir al señor. Por esto le he mandado conducir ante
vosotros, y especialmente ante ti, rey Agripa, a fin de que con esta
inquisición tenga yo qué poder escribir;
porque
me parece fuera de razón enviar un preso y no informar acerca de las
acusaciones que sobre él pesan.
Capítulo 26
1-32
Dijo Agripa
a Pablo: Se te permite hablar en tu defensa. Entonces Pablo, tendiendo la mano,
comenzó así su defensa:
Por dichoso
me tengo, rey Agripa, de poder defenderme hoy ante ti de todas las acusaciones
de los judíos;
sobre todo
porque tú conoces todas las costumbres de los judíos y sus controversias. Te
pido, pues, que me escuches con paciencia.
Todos los
judíos conocen cómo he vivido yo desde el principio de mi juventud en
Jerusalén, en medio de mi pueblo;
y si
quisieran dar testimonio, saben que de mucho tiempo atrás viví como fariseo,
según la secta más estrecha de nuestra religión.
Al presente
estoy sometido a juicio por la esperanza en las promesas hechas por Dios a
nuestros padres,
cuyo cumplimiento
nuestras doce tribus, sirviendo continuamente a Dios día y noche, esperan
alcanzar. Pues por esta esperanza, ¡oh rey!, soy yo acusado por los judíos.
¿Tenéis
por increíble que Dios resucite a los muertos?
Yo me
creí en el deber de hacer mucho contra el nombre de Jesús Nazareno,
y lo
hice en Jerusalén, donde encarcelé a muchos santos, con poder que para ello
tenía de los príncipes de los sacerdotes, y cuando eran muertos, yo daba mi
voto.
Muchas
veces, por todas las sinagogas, los obligaba a blasfemar a fuerza de castigos,
y loco de furor contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extrañas.
Para esto
mismo iba yo a Damasco con poder y autorización de los príncipes de los
sacerdotes;
y al
mediodía, ¡oh rey!, vi en el camino una luz del cielo, más brillante que el
sol, que me envolvía a mí y a los que me acompañaban.
Caídos
todos a tierra, oí una voz que me decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por
qué me persigues? Duro te es dar coces contra el aguijón.
Yo contesté:
¿Quién eres, Señor? El Señor me dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
Pero levántate
y ponte en pie, pues para esto me he dejado ver de ti, para hacerte ministro y
testigo de lo que has visto y de lo que te mostraré aún,
librándote
de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío
para que
les abras los ojos, se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de
Satanás a Dios, y reciban la remisión de los pecados y la herencia entre los
debidamente santificados por la fe en mí.
No fui,
¡oh rey Agripa!, desobediente a la visión celestial,
sino que,
primero a los de Damasco, luego a los de Jerusalén y por toda la región de
Judea y a los gentiles, anuncié la penitencia y la conversión a Dios por obras
dignas de penitencia.
Sólo por
esto los judíos, al prenderme en el templo, intentaron matarme;
pero gracias
al socorro de Dios persevero firme hasta hoy, dando testimonio a pequeños y a
grandes y no enseñando otra cosa sino lo que los profetas y Moisés han dicho
que debía de suceder:
que el
Mesías había de padecer; que, siendo el primero en la resurrección de los
muertos, había de anunciar la luz al pueblo y a los gentiles.
Defendiéndose
él de esto, dijo Festo en alta voz: ¡Tú deliras, Pablo! Las muchas letras te
han vuelto loco.
Pablo le
contestó: No deliro, nobilísimo Festo; lo que digo son palabras de verdad y
sensatez.
Bien sabe
el rey estas cosas, y a él hablo confiadamente, porque estoy persuadido de que
nada de esto ignora, pues no son cosas que se hayan hecho en un rincón.
Crees,
rey Agripa, en los profetas? Yo sé que crees.
Agripa dijo a Pablo: Poco más, y me persuades
a que me haga cristiano.
Y Pablo:
Por poco más o por mucho más, pluguiese a Dios que no sólo tú, sino todos los
que me oyen, se hicieran hoy tales como lo soy yo, aunque sin estas cadenas.
Se levantaron
el rey y el procurador, Berenice y cuantos con ellos estaban sentados;
y al
retirarse se decían unos a otros: Este hombre no ha hecho nada que merezca la
muerte o la prisión.
Agripa
dijo a Festo: Podría ponérsele en libertad, si no hubiera apelado al César
Capítulo 27
De viaje para Roma
1-44
Cuando estuvo
resuelto que emprendiésemos la navegación a Italia, entregaron a Pablo y a
algunos otros presos en manos de un centurión llamado Julio, de la cohorte
Augusta.
Embarcados
en una nave de Adramicia, que estaba para hacerse a
la vela para los puertos de Asia, levamos anclas, llevando en nuestra compañía
a Aristarco, macedonio de Tesalónica.
Al otro
día llegamos a Sidón, y Julio, usando con Pablo de gran humanidad, le permitió
ir a visitar a sus amigos y proveer a sus necesidades.
De allí
levamos anclas, y, a causa de los vientos contrarios, navegamos a lo largo de
Chipre,
y atravesando
los mares de Cilicia y Panfilia, llegamos a Mira de Licia;
y como
el centurión encontrase allí una nave alejandrina que navegaba a Italia, hizo
que nos trasladásemos a ella.
Navegando
durante varios días lentamente y con dificultad, llegamos frente a Gnido; luego, por sernos contrario el viento, bajamos a
Creta, junto a Salmona;
y costeando
penosamente la isla, llegamos a cierto lugar llamado Puerto Bueno, cerca del
cual está la ciudad de Lasea.
Transcurrido
bastante tiempo y siendo peligrosa la navegación por ser ya pasado el ayuno,
les advirtió Pablo,
diciendo:
Veo, amigos, que la navegación va a ser con peligro y mucho daño, no sólo para
la carga y la nave, sino también para nuestras personas.
Pero el
centurión dio más crédito al piloto y al patrón del barco que a Pablo;
y por
ser el puerto poco a propósito para invernar en él, la mayor parte fue de
parecer que partiésemos de allí, a ver si podríamos alcanzar Fenice e invernar
allí, por ser un puerto de Creta que mira contra el nordeste y sudeste.
Comenzó
a soplar el solano, y creyendo que se lograría su propósito, levaron anclas y
fueron costeando más de cerca la isla de Creta;
mas de pronto se desencadenó sobre ella un viento impetuoso
llamado euraquilón (NE.),
que arrastraba
la nave, sin que pudiera resistir, y nos dejamos ir a merced del viento.
Pasando
por debajo de una islita llamada Cauda, a duras penas pudimos recoger el
esquife.
Una vez
que lograron izarlo, ciñeron por debajo la nave con cables, y luego, temiendo
no fuesen a dar en la Sirte, plegaron las velas y se dejaron ir.
Al día
siguiente, fuertemente combatidos por la tempestad, alijaron
y al
tercer día arrojaron por sus propias manos los aparejos.
En varios
días no aparecieron el sol ni las estrellas, y continuando con fuerza la
tempestad, perdimos al fin toda esperanza de salvación.
Habíamos
pasado largo tiempo sin comer, cuando Pablo se levantó y dijo: Mejor os hubiera
sido, amigos, atender a mis consejos: no hubiéramos partido de Creta, y nos
hubiéramos ahorrado estos peligros y daños.
Pero cobrad
ánimos, porque sólo la nave, ninguno de nosotros perecerá
Esta noche
se me ha aparecido un ángel de Dios, cuyo soy y a quien sirvo,
que me
dijo: No temas, Pablo; comparecerás ante el César, y Dios te ha hecho gracia de
todos los que navegan contigo.
Por lo
cual, cobrad ánimos, amigos, que yo confío en Dios que así sucederá como se me
ha dicho.
Sin duda,
daremos con una isla.
Llegada
la decimocuarta noche en que así éramos llevados de una a otra parte por el mar
Adriático, hacia la mitad de la noche, sospecharon los marineros que se
hallaban cerca de tierra,
y echando
la sonda, hallaron veinte brazas; y luego de adelantar un poco, de nuevo
echaron la sonda y hallaron quince brazas.
Ante el
temor de dar en algún bajío, echaron a popa cuatro áncoras y esperaron a que se
hiciese de día.
Los marineros,
buscando huir de la nave, trataban de echar al agua el esquife con el pretexto
de echar las áncoras de proa.
Pablo advirtió
al centurión y a los soldados: Si éstos no se quedan en la nave, vosotros no
podréis salvaros.
Entonces
cortaron los soldados los cables del esquife y lo dejaron caer.
Mientras
llegaba el día, Pablo exhortó a todos a tomar alimento, diciendo: Catorce días
hace hoy que estamos ayunos y sin haber tomado cosa alguna.
Os exhorto
a tomar alimento, que nos es necesario para nuestra salud, pues estad seguros
de que ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá.
Diciendo
esto, dio gracias a Dios delante de todos, y partiendo el pan comenzó a comer.
Animados
ya todos, tomaron también alimento.
Éramos
los que en la nave estábamos doscientos setenta y seis.
Cuando
estuvieron satisfechos aligeraron la nave arrojando el trigo al mar.
Llegado
el día, no conocieron la tierra, pero vieron una ensenada que tenía playa, en
la cual acordaron encallar la nave, si podían.
Soltando
las anclas, las abandonaron al mar, y desatadas las amarras de los timones e
izado el artimón, empujados por la brisa se dirigieron a la playa.
Llegados
a un sitio que daba a dos mares, encalló la nave, e hincada la proa en la
arena, quedó inmóvil, mientras que la popa era quebrantada por la violencia de
las olas.
Propusieron
los soldados matar a los presos para que ninguno escapase a nado;
pero el
centurión, queriendo salvar a Pablo, se opuso a tal propósito y ordenó que
quienes supiesen nadar se arrojasen los primeros y saliesen a tierra,
y los demás saliesen, bien sobre tablas, bien
sobre los despojos de la nave. Y así todos llegaron a tierra.
Capítulo
28
En
la isla de Malta
1-31
Una vez
que estuvimos en salvo, supimos que la isla se llamaba Malta.
Los bárbaros
nos mostraron singular humanidad; encendieron fuego y nos invitaron a todos a
acercarnos a él, pues llovía y hacía frío.
Juntó Pablo
un montón de ramaje, y al echarlo al fuego, una víbora que huía del calor le
mordió en la mano.
Cuando vieron
los bárbaros al reptil colgado de su mano, dijéronse unos
a otros: Sin duda que éste es un homicida, pues escapado del mar, la justicia
le persigue.
Pero él
sacudió el reptil sobre el fuego y no le vino mal alguno,
cuando ellos
esperaban que pronto se hincharía y caería en seguida muerto. Luego de esperar
bastante tiempo, viendo que nada extraño se le notaba, mudaron de parecer y
empezaron a decir que era un dios.
Había en aquellos alrededores un predio que
pertenecía al principal de la isla, de nombre Publio, el cual nos acogió y por
tres días amistosamente nos hospedó.
El padre
de Publio estaba postrado en el lecho, afligido por la fiebre y la disentería.
Pablo se llegó a él, y orando, le impuso las manos y le sanó.
A la
vista de este suceso, todos los demás que en la isla padecían enfermedades
venían y eran curados.
Ellos a
su vez nos honraron mucho, y al partir nos proveyeron de lo necesario.
Pasados
tres meses, embarcamos en una nave alejandrina, que había invernado en la isla
y llevaba por insignia Dióscoros.
Arribados
a Siracusa, permanecimos allí tres días;
13 de allí,
costeando, llegamos a Regio, y un día después comenzó a soplar el viento sur,
con ayuda del cual llegamos al segundo día a Pozzuoli, siete días, y así
llegamos a Roma.
De allí
los hermanos que supieron de nosotros nos vinieron al encuentro hasta el Foro
de Apio y Tres Tabernas. Pablo, al verlos, dio gracias a Dios y cobró ánimo.
Cuando
entramos en Roma permitieron a Pablo morar en casa propia, con un soldado que
tenía el encargo de guardarle.
Al cabo
de tres días, convocó Pablo a los primates de los judíos, y cuando estuvieron
reunidos, les dijo: Yo, hermanos, no he hecho nada contra el pueblo ni contra
las costumbres patrias.
Preso en
Jerusalén, fui entregado a los romanos, los cuales, después de haberme
interrogado, quisieron ponerme en libertad, por no haber en mí causa ninguna de
muerte;
mas oponiéndose a ello los judíos, me vi obligado a apelar
al César, no para acusar de nada a mi pueblo.
Por esto
he querido veros y hablaros. Sólo por la esperanza de Israel llevo estas
cadenas.
Ellos le
contestaron: Nosotros ninguna carta hemos recibido de Judea acerca de ti ni ha
llegado ningún hermano que nos comunicase cosa alguna contra ti.
Querríamos oír de ti lo que
sientes, porque de esta secta sabemos que en todas partes se la contradice.
Le señalaron
día y vinieron a su casa muchos, a los cuales expuso la doctrina del reino de
Dios, y desde la mañana hasta la noche los persuadía de la verdad de Jesús por
la Ley de Moisés y por los Profetas
Unos creyeron
lo que les decía, otros rehusaron creer.
No habiendo
acuerdo entre ellos, se separaron, y Pablo les dijo estas palabras: Bien habló
el Espíritu Santo por el profeta Isaías a nuestros padres
diciendo: “Vete a ese pueblo y diles: Con los
oídos oiréis, pero no entenderéis; mirando miraréis, pero no veréis;
porque
se ha embotado el corazón de este pueblo, y sus oídos se han vuelto torpes para
oír, y sus ojos se han cerrado, para que no vean con los ojos, ni oigan con los
oídos, ni con el corazón entiendan, y se conviertan y los sane”.
Sabed,
pues, que esta salud de Dios ha sido ya comunicada a los gentiles, y éstos
oirán.
Dicho esto,
los judíos salieron, teniendo entre sí gran discusión.
Dos años
enteros permaneció en la casa alquilada, donde recibía a todos los que venían a
él,
predicando
el reino de Dios y enseñando con toda libertad y sin obstáculo lo tocante al
Señor Jesucristo