Los
Hechos de los Apóstoles
SEGUNDA
PARTE
EXPANSION
DE LA IGLESIA FUERA DE JERUSALÉN (8-12)
4-25
Los que
se habían dispersado iban por todas partes predicando la Palabra.
Felipe bajó
a la ciudad de Samaria y predicaba a Cristo.
La muchedumbre, a una, prestaba atención a las
cosas que Felipe decía al oírlas y ver y los milagros que obraba,
pues muchos
espíritus impuros salían gritando a grandes voces, y muchos paralíticos y cojos
eran curados,
lo cual
fue causa de gran alegría en aquella ciudad.
Pero había
allí un hombre llamado Simón, que de tiempo atrás venía practicando la magia en
la ciudad y maravillando al pueblo de Samaria, diciendo ser él algo grande.
Todos,
del mayor al menor, le seguían y decían: Este es el poder de Dios llamado
grande;
y se
adherían a él, porque durante bastante tiempo los había embaucado con sus
magias.
Mas cuando
creyeron a Felipe, que les anunciaba el reino de Dios y el nombre de
Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.
El mismo
Simón creyó, y bautizado, se adhirió a Felipe, y viendo las señales y milagros
grandes que hacía, estaba fuera de sí.
Cuando
los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron cómo había recibido Samaria la
palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan,
los cuales,
bajando, oraron sobre ellos para que recibiesen el Espíritu Santo,
pues aún no había venido sobre ninguno
de ellos; sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús.
Entonces
les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.
Viendo
Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se comunicaba el
Espíritu Santo, les ofreció dinero,
diciendo:
Dadme también a mí ese poder de imponer las manos, de modo que se reciba el
Espíritu Santo.
Díjole Pedro: Sea ese tu dinero para perdición tuya, pues
has creído que con dinero podía comprarse el don de Dios.
No tienes
en esto parte ni heredad, porque tu corazón no es recto delante de Dios.
Arrepiéntete, pues, de ésta tu maldad, y ruega al Señor que te perdone este mal
pensamiento de tu corazón;
porque
veo que estás en hiel de amargura y en lazo de iniquidad.
Simón respondió
diciendo: Rogad vosotros por mí al Señor para que no me sobrevenga nada de eso
que habéis dicho.
Ellos,
después de haber atestiguado y predicado la palabra del Señor, volvieron a
Jerusalén, evangelizando muchas aldeas de los samaritanos.
La
conversión del eunuco etíope
26-40
El ángel
del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el mediodía, por el
camino que por el desierto baja de Jerusalén a Gaza.
Púsose luego en camino, y se encontró con un varón etíope,
eunuco, ministro de Candaces, reina de los etíopes,
intendente de todos sus tesoros. Había venido a adorar a Jerusalén,
y se
volvía sentado en su coche leyendo al profeta Isaías.
Dijo el
Espíritu a Felipe: Acércate y llégate a ese coche.
Aceleró el paso Felipe; y oyendo que leía al profeta Isaías, le dijo:
¿Entiendes por ventura lo que lees?
Él le
contestó: ¿Cómo voy a entenderlo si alguno no me guía? Y rogó a Felipe que
subiese y se sentase a su lado.
El pasaje
de la Escritura que iba leyendo era éste: “Como una oveja llevada al matadero y
como un cordero ante el que lo trasquila, enmudeció y no abrió su boca.
En su
humillación le ha sido sustraída su causa judicial; su generación, ¿quién la
contará?, porque su vida ha sido arrebatada de la tierra.”
Preguntó
el eunuco a Felipe: Dime, ¿de quién dice eso el profeta? ¿De sí mismo o de otro?
Y abriendo
Felipe sus labios y comenzando por esta Escritura, le anunció a Jesús.
Siguiendo
su camino llegaron a donde había agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué
impide que sea bautizado?
Felipe
dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que
Jesucristo es el Hijo de Dios.
Mandó parar
el coche y bajaron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó.
En cuanto
subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, y ya no lo vio más
el eunuco, que continuó alegre su camino.
Cuanto
a Felipe, se encontró en Azoto, y de paso evangelizaba todas las ciudades hasta
llegar a Cesárea.
Capítulo
9
La
conversión de Saulo
1-30
Saulo, respirando
amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se llegó al sumo sacerdote,
pidiéndole
cartas de recomendación para las sinagogas de Damasco, a fin de que, si allí
hallaba quienes siguiesen este camino, hombres o mujeres, los llevase atados a
Jerusalén.
Cuando estaba
de camino, sucedió que, al acercarse a Damasco, se vio de repente rodeado de
una luz del cielo;
y al
caer a tierra, oyó una voz que decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Él contestó:
¿Quién eres, Señor? Y El: Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
Levántate
y entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer.
Los hombres
que le acompañaban quedaron atónitos oyendo la voz, pero sin ver a nadie.
Saulo se
levantó de la tierra, y con los ojos abiertos, nada veía. Lleváronle de la mano y le introdujeron en Damasco,
donde estuvo
tres días sin ver y sin comer ni beber.
Había en
Damasco un discípulo de nombre Ananías, a quien dijo el Señor en visión:
¡Ananías! El contestó: Heme aquí, Señor.
Y el
Señor a él: Levántate y vete a la calle llamada Recta y busca en casa de Judas
a Saulo de Tarso, que está orando.
Vio Saulo
en visión a un hombre llamado Ananías, que entraba y le imponía las manos para
que recobrase la vista.
Y contestó
Ananías: Señor, he oído a muchos de este hombre cuántos males ha hecho a tus
santos en Jerusalén,
y que
viene aquí con poder de los príncipes de los sacerdotes para prender a cuantos
invocan tu nombre.
Pero el
Señor le dijo: Ve, porque es éste para mí vaso de elección, para que lleve mi
nombre ante las naciones y los reyes y los hijos de Israel.
Yo le
mostraré cuánto habrá de padecer por mi nombre.
Fue Ananías
y entró en la casa, e imponiéndole las manos, le dijo: Hermano Saulo, el Señor
Jesús, que se te apareció en el camino que traías, me ha enviado para que
recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo.
Al punto
se le cayeron de los ojos unas como escamas y recobró la vista y, levantándose,
fue bautizado,
tomó alimento
y se repuso. Pasó algunos días con los discípulos de Damasco,
y luego
se dio a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios;
y cuantos
le oían quedaban fuera de sí, diciendo: ¿No es éste el que en Jerusalén
perseguía a cuantos invocaban este nombre, y que a esto venía aquí, para
llevarlos atados a los sumos sacerdotes?
Pero Saulo
cobraba cada día más fuerzas y confundía a los judíos de Damasco, demostrando
que éste es el Mesías.
Pasados
bastantes días, resolvieron los judíos matarle;
pero su
resolución fue conocida de Saulo. Día y noche guardaban las puertas para darle
muerte;
pero los
discípulos, tomándole de noche, lo bajaron por la muralla, descolgándole en una
espuerta.
Llegado que hubo a Jerusalén, quiso unirse a los discípulos, pero todos le
temían, no creyendo que fuese discípulo.
Tomóle entonces Bernabé y le condujo a los apóstoles, a
quienes contó cómo en el camino había visto al Señor, que le había hablado, y
cómo en Damasco había predicado valientemente el nombre de Jesús.
Estaba
con ellos, yendo y viniendo dentro de Jerusalén, predicando con valor el nombre
del Señor,
y hablando
y disputando con los helenistas, que intentaron quitarle la vida,
pero sabiendo
esto los hermanos, le llevaron a Cesárea y de allí le enviaron a Tarso.
Milagros
de Pedro en Lida
31-43
Por toda
Judea, Galilea y Samaria, la Iglesia gozaba de paz y se fortalecía y andaba en
el temor del Señor, llena de los consuelos del Espíritu Santo.
Acaeció
que, yendo Pedro por todas partes, vino también a los santos que moravban en Lida.
Allí encontró
a un hombre llamado Eneas, que estaba paralítico desde hacía ocho años, echado
en una camilla.
Díjole Pedro: Eneas, Jesucristo te sana; levántate y toma
la camilla. Y al punto se irguió.
Visto lo
cual, todos los habitantes de Lida y de Sarona se convirtieron
al Señor.
Había en Joppe una discípula llamada Tabita, que quiere decir
Gacela. Era rica en buenas obras y en limosnas.
Sucedió,
pues, en aquellos días que, enfermando, murió, y lavada, la colocaron en el
piso alto de la casa.
Está Joppe próximo a Lida; y sabiendo los discípulos que se
hallaba allí Pedro, le enviaron dos hombres con este ruego: No tardes en venir
a nosotros.
Se levantó
Pedro, se fue con ellos y luego le condujeron a la sala donde estaba, y le
rodearon todas las viudas, que lloraban, mostrando las túnicas y mantos que en
vida les hacía Tabita.
Pedro los
hizo salir fuera a todos, y puesto de rodillas, oró; luego, vuelto al cadáver,
dijo: Tabita, levántate. Abrió los ojos, y viendo a Pedro, se sentó.
Enseguida
le dio éste la mano y la levantó, y llamando a los santos y a las viudas, se la
presentó viva.
Se hizo
esto público por todo Joppe y muchos creyeron en el
Señor.
Pedro permaneció bastantes días en Joppe, en casa de Simón el curtidor.
Capítulo
10
La
conversión del centurión Cornelio
1-48
Había en
Cesárea un hombre llamado Cornelio, centurión de la cohorte denominada Itálica;
piadoso,
temeroso de Dios con toda su casa, que hacía muchas limosnas al pueblo y oraba
a Dios continuamente.
Este,como a la hora de nona, vio claramente en visión a un
ángel de Dios, que acercándose a él, le decía: Cornelio.
Él le
miró y, sobrecogido de temor, dijo: ¿Qué quieres, Señor? Y le dijo: Tus
oraciones y limosnas han sido recordadas ante Dios.
Envía, pues,
unos hombres a Joppe y haz que venga un cierto Simón,
llamado Pedro,
que se
hospeda en casa de Simón el curtidor, cuya casa está junto al mar.
En cuanto
desapareció el ángel que le hablaba, llamó a dos de sus domésticos y a un
soldado, también piadoso, de sus asistentes,
y contándoles
todo el suceso los envió a Joppe.
Al día
siguiente, mientras ellos caminaban y se acercaban a la ciudad, subió Pedro a
la terraza para orar hacia la hora de sexta.
Sintió
hambre y deseó comer; y mientras preparaban la comida le sobrevino un éxtasis.
Vio el cielo abierto y que bajaba algo como un
mantel grande, sostenido por las cuatro puntas, y que descendía sobre la
tierra.
En él
había todo género de cuadrúpedos, reptiles de la tierra y aves del cielo.
Oyó una
voz que le decía: Levántate, Pedro; mata y come.
Dijo Pedro:
De ninguna manera, Señor, que jamás he comido cosa alguna manchada e impura.
De nuevo
dijo la voz: Lo que Dios ha purificado, no lo llames tú impuro.
Sucedió esto por tres veces, y luego el lienzo fue recogido al cielo.
Estaba
Pedro dudoso y pensativo sobre lo que sería aquella visión que había tenido,
cuando los hombres enviados por Cornelio llegaron a la puerta preguntando por
la casa de Simón;
y llamando,
preguntaron si se hospedaba allí cierto Simón llamado Pedro.
Meditando
Pedro sobre la visión, le dijo el Espíritu:
Ahí están
unos hombres que te buscan. Levántate, pues; baja y vete con ellos sin vacilar,
porque los he enviado yo.
Bajó Pedro
y dijo a los hombres: Yo soy el que buscáis. ¿Qué es lo que os trae?
Ellos dijeron:
El centurión Cornelio, varón justo y temeroso de Dios, que en todo el pueblo de
los judíos es muy estimado, ha recibido de un santo ángel el mandato de hacerte
llevar a su casa y escuchar tu palabra.
Pedro les
invitó a entrar y los hospedó. Al día siguiente partió con ellos, acompañado de
algunos hermanos de Joppe;
y al
otro día entró en Cesárea, donde los esperaba Cornelio, que había invitado a
todos sus parientes y amigos íntimos.
Así que
entró Pedro, Cornelio le salió al encuentro, y postrándose a sus pies, le
adoró.
Pedro le levantó, diciendo: Levántate,
que yo también soy hombre.
Conversando
con él, entró y encontró allí a muchos reunidos,
a quienes
dijo: Bien sabéis cuan ilícito es a un hombre judío llegarse a un extranjero o
entrar en su casa, pero Dios me ha mostrado que a ningún hombre debía llamar
manchado o impuro,
por lo
cual, sin vacilar, he venido, obedeciendo al mandato. Pregunto, pues: ¿Para qué
me habéis llamado?
Cornelio contestó: Hace cuatro días, a esta hora de nona, orando yo en mi casa,
vi a un varón vestido de refulgentes vestiduras,
que me
dijo: Cornelio, ha sido escuchada tu oración, y tus limosnas recordadas delante
de Dios.
Envía,
pues, a Joppe y haz llamar a Simón, llamado Pedro,
que se hospeda en casa de Simón el curtidor, junto al mar.
Al instante
envié por ti, y tú te has dignado venir. Ahora, pues, todos nosotros estamos en
presencia de Dios, prontos a escuchar de ti lo ordenado por el Señor.
Tomando
entonces Pedro la palabra, dijo: Ahora reconozco que no hay en Dios acepción de
personas,
sino que
en toda nación el que teme a Dios y practica la justicia le es acepto.
Él ha enviado su palabra a los hijos de Israel,
anunciándoles la paz por Jesucristo, que es el Señor de todos.
Vosotros
sabéis lo acontecido en toda Judea, comenzando por la Galilea, después del
bautismo predicado por Juan;
esto es,
cómo a Jesús de Nazaret le ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder, y cómo
pasó haciendo bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios
estaba con Él.
Y nosotros
somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén y
de cómo le dieron muerte suspendiéndole de un madero.
Dios le
resucitó al tercer día y les dio manifestarse,
no a
todo el pueblo, sino a los testigos de antemano elegidos por Dios, a nosotros,
que comimos y bebimos con El después de resucitado de entre los muertos.
Y nos
ordenó predicar al pueblo y atestiguar que por Dios ha sido instituido juez de
vivos y muertos.
De Él
dan testimonio todos los profetas, que dicen que por su nombre cuantos crean en
Él recibirán el perdón de los pecados.
Aún estaba
Pedro diciendo estas palabras, cuando descendió el Espíritu Santo sobre todos
los que oían la palabra,
quedando
fuera de sí los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro de que el
don del Espíritu Santo se derramase sobre los gentiles,
porque
les oían hablar en varias lenguas y glorificar a Dios. Entonces tomó Pedro la
palabra:
¿Podrá,
acaso, alguno negar el agua del bautismo a éstos, que han recibido el Espíritu
Santo igual que nosotros?
Y mandó
bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Entonces le rogaron que se quedase allí
algunos días.
Capítulo
11
La
noticia del suceso en Jerusalén
1-18
Oyeron los
apóstoles y los hermanos de Judea que también los gentiles habían recibido la
palabra de Dios.
Pero
cuando subió Pedro a Jerusalén disputaban con él los que eran de la
circuncisión,
diciendo:
Tú has entrado a los incircuncisos y has comido con ellos.
Comenzó
Pedro a contarles por menudo, diciendo:
Estaba yo
en la ciudad de Joppe orando y vi en éxtasis una
visión; algo así como un mantel grande suspendido por las cuatro puntas, que
bajaba del cielo y llegaba hasta mí;
y volviendo
a él los ojos, vi cuadrúpedos de la tierra, fieras, reptiles y aves del cielo.
Oí también una voz que me decía: Levántate,
Pedro; mata y come.
Pero yo
dije: De ninguna manera, Señor, que jamás cosa manchada o impura entró en mi
boca.
Por segunda vez me habló la voz del cielo: Lo que
Dios ha purificado, no lo llames tú impuro.
Esto sucedió
por tres veces, y luego todo volvió al cielo.
En aquel
instante se presentaron tres hombres en la casa en que estábamos, enviados a mí
desde Cesárea.
Al mismo
tiempo el Espíritu me dijo que fuese con ellos sin vacilar. Conmigo vinieron
también estos seis hermanos, y entramos en la casa de aquel varón,
que nos
contó cómo había visto en su casa al ángel, que, presentándosele, dijo: Envía a Joppe y haz venir a Simón, llamado Pedro,
el cual
te hablará palabras por las cuales serás salvo tú y toda tu casa.
Comenzando yo a hablar, descendió el Espíritu Santo sobre ellos, igual que
sobre nosotros al principio.
Yo me
acordé de la palabra del Señor cuando dijo: “Juan bautizó en agua, pero
vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo.”
Si Dios,
pues, les había otorgado igual don que a nosotros, que creímos en el Señor
Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?
Al oír
estas cosas, callaron y glorificaron a Dios, diciendo: Luego Dios ha concedido
también a los gentiles la penitencia para la vida.
La predicación fuera de Palestina
19-30
Los que
con motivo de la persecución suscitada por lo de Esteban se habían dispersado,
llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no predicando la palabra más que a
los judíos.
Pero había
entre éstos algunos hombres de Chipre y de Cirene que, llegando a Antioquía,
predicaron también a los griegos, anunciando al Señor Jesús.
La mano
del Señor estaba con ellos, y un gran número creyó y se convirtió al Señor.
Llegó la
noticia de esto a los oídos de la iglesia de Jerusalén, y enviaron a Antioquía
a Bernabé,
el cual,
así que llegó y vio la gracia de Dios, se alegró y exhortaba a todos a
perseverar fieles al Señor;
porque
era hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe, y se allegó al Señor
numerosa muchedumbre.
Bernabé
partió a Tarso en busca de Saulo, y hallándole, le condujo a Antioquía,
donde por
espacio de un año estuvieron juntos en la iglesia e instruyeron a una
muchedumbre numerosa, tanto que en Antioquía comenzaron los discípulos a
llamarse “cristianos.”
Por aquellos
días bajaron de Jerusalén a Antioquía profetas,
y levantándose
uno de ellos por nombre Agabo, vaticinaba por el
Espíritu una grande hambre que había de venir sobre toda la tierra, y que vino
bajo Claudio.
Los discípulos
resolvieron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea,
cada uno
según sus facultades, y lo hicieron, enviándoselo a los ancianos por medio de
Bernabé y Saulo.
Capítulo 12
La
persecución de Herodes Agripa
1-25
Por aquel
tiempo, el rey Herodes echó mano a algunos de la iglesia para maltratarlos.
Dio muerte
a Santiago, hermano de Juan, por la espada.
Viendo que
esto era grato a los judíos, llegó a prender también a Pedro.
Era por
los días de los Ácimos y, apresándole, lo metió en la cárcel, encargando su
guarda a cuatro escuadras de soldados con el propósito de presentarlo al pueblo
después de la Pascua.
En efecto,
Pedro era custodiado en la cárcel; pero la Iglesia oraba insistentemente a Dios
por él.
La noche
anterior al día en que Herodes se proponía exhibirle al pueblo, hallándose
Pedro dormido entre los soldados, sujeto con dos cadenas y guardada la puerta
de la prisión por centinelas,
un ángel
del Señor se presentó en el calabozo, que quedó iluminado; y golpeando a Pedro
en el costado, le despertó diciendo: Levántate pronto; y se cayeron las cadenas
de sus manos.
El ángel
añadió: Cíñete y cálzate tus sandalias. Hízolo así. Y
agregó: Envuélvete en tu manto y sígueme.
Y salió
en pos de él. No sabía Pedro si era realidad lo que
el ángel hacía; más bien le parecía que fuese una visión.
Atravesando
la primera y la segunda guardia, llegaron a la puerta de hierro que conduce a
la ciudad. La puerta se les abrió por sí misma, y salieron y avanzaron por una
calle, desapareciendo luego el ángel.
Entonces Pedro, vuelto en sí, dijo: Ahora me doy cuenta de que realmente el
Señor ha enviado su ángel y me ha arrancado de las manos de Herodes y de toda
la expectación del pueblo judío.
Reflexionando,
se fue a la casa de María, la madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde
estaban muchos reunidos y orando.
Golpeó
la puerta del vestíbulo y salió una sierva llamada Rode,
que, luego
que conoció la voz de Pedro, fuera de sí de alegría, sin abrir la puerta,
corrió a anunciar que Pedro estaba en el vestíbulo.
Ellos le
dijeron: Estás loca. Insistía ella en que era así; y entonces dijeron: Será su
ángel.
Pedro seguía
golpeando, y cuando le abrieron y le conocieron, quedaron estupefactos.
Haciéndoles
señal con la mano de que callasen, les contó cómo el Señor le había sacado de
la cárcel, y añadió: Contad esto a Santiago y a los hermanos. Y salió, yéndose
a otro lugar.
Cuando
se hizo de día, se produjo entre los soldados no pequeño alboroto por lo que
habría sido de Pedro.
Herodes
le hizo buscar, y no hallándole, después de someter a juicio a los guardias,
los mandó ejecutar. Luego, bajando de la Judea, residió en Cesárea.
Estaba
irritado contra los tirios y sidonios, que de común acuerdo se presentaron a
él, y habiéndose ganado a Blasto, camarero del rey, le pidieron la
reconciliación, por cuanto su región se abastecía del territorio del rey.
El día
señalado, Herodes, vestido de las vestiduras reales, se sentó en su estrado y les
dirigió la palabra.
Y el
pueblo comenzó a gritar: Palabra de Dios y no de hombre.
Al instante
le hirió el ángel de Señor, por cuanto no había glorificado a Dios, y, comido
de gusanos, expiró.
La palabra
del Señor más y más se extendía y se difundía.
Bernabé
y Saulo, cumplido su ministerio, volvieron de Jerusalén, llevando consigo a
Juan, llamado Marcos.
TERCERA
PARTE
DIFUSION
DE LA IGLESIA ENTRE LOS GENTILES