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LA BIBLIA
     

NUEVO TESTAMENTO

ANTIGUO TESTAMENTO

Los

Hechos de los Apóstoles

PRIMERA PARTE

LA IGLESIA EN JERUSALÉN

(1-7)

 

TERCERA PARTE

DIFUSIÓN DE LA IGLESIA ENTRE LOS GENTILES

(13-28)

 

SEGUNDA PARTE

EXPANSION DE LA IGLESIA FUERA DE JERUSALÉN (8-12)

4-25

Los que se habían dispersado iban por todas partes predicando la Palabra. Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba a Cristo. La  muchedumbre, a una, prestaba atención a las cosas que Felipe decía al oírlas y ver y los milagros que obraba, pues muchos espíritus impuros salían gritando a grandes voces, y muchos paralíticos y cojos eran curados, lo cual fue causa de gran alegría en aquella ciudad.

Pero había allí un hombre llamado Simón, que de tiempo atrás venía practicando la magia en la ciudad y maravillando al pueblo de Samaria, diciendo ser él algo grande. Todos, del mayor al menor, le seguían y decían: Este es el poder de Dios llamado grande; y se adherían a él, porque durante bastante tiempo los había embaucado con sus magias. Mas cuando creyeron a Felipe, que les anunciaba el reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres. El mismo Simón creyó, y bautizado, se adhirió a Felipe, y viendo las señales y milagros grandes que hacía, estaba fuera de sí.

Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron cómo había recibido Samaria la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan, los cuales, bajando, oraron sobre ellos para que recibiesen el Espíritu Santo, pues   aún no había venido sobre ninguno de ellos; sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.

Viendo Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se comunicaba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí ese poder de imponer las manos, de modo que se reciba el Espíritu Santo.

Díjole Pedro: Sea ese tu dinero para perdición tuya, pues has creído que con dinero podía comprarse el don de Dios. No tienes en esto parte ni heredad, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de ésta tu maldad, y ruega al Señor que te perdone este mal pensamiento de tu corazón; porque veo que estás en hiel de amargura y en lazo de iniquidad.

Simón respondió diciendo: Rogad vosotros por mí al Señor para que no me sobrevenga nada de eso que habéis dicho.

Ellos, después de haber atestiguado y predicado la palabra del Señor, volvieron a Jerusalén, evangelizando muchas aldeas de los samaritanos.

La conversión del eunuco etíope

26-40

El ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el mediodía, por el camino que por el desierto baja de Jerusalén a Gaza. Púsose luego en camino, y se encontró con un varón etíope, eunuco, ministro de Candaces, reina de los etíopes, intendente de todos sus tesoros. Había venido a adorar a Jerusalén, y se volvía sentado en su coche leyendo al profeta Isaías. Dijo el Espíritu a Felipe: Acércate y llégate a ese coche.

Aceleró el paso Felipe; y oyendo que leía al profeta Isaías, le dijo: ¿Entiendes por ventura lo que lees?

Él le contestó: ¿Cómo voy a entenderlo si alguno no me guía? Y rogó a Felipe que subiese y se sentase a su lado.

El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: “Como una oveja llevada al matadero y como un cordero ante el que lo trasquila, enmudeció y no abrió su boca. En su humillación le ha sido sustraída su causa judicial; su generación, ¿quién la contará?, porque su vida ha sido arrebatada de la tierra.”

Preguntó el eunuco a Felipe: Dime, ¿de quién dice eso el profeta? ¿De sí mismo o de otro?

Y abriendo Felipe sus labios y comenzando por esta Escritura, le anunció a Jesús. Siguiendo su camino llegaron a donde había agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que sea bautizado?

Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.

Mandó parar el coche y bajaron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. En cuanto subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, y ya no lo vio más el eunuco, que continuó alegre su camino. Cuanto a Felipe, se encontró en Azoto, y de paso evangelizaba todas las ciudades hasta llegar a Cesárea.

Capítulo 9

La conversión de Saulo

1-30

Saulo, respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se llegó al sumo sacerdote, pidiéndole cartas de recomendación para las sinagogas de Damasco, a fin de que, si allí hallaba quienes siguiesen este camino, hombres o mujeres, los llevase atados a Jerusalén. Cuando estaba de camino, sucedió que, al acercarse a Damasco, se vio de repente rodeado de una luz del cielo; y al caer a tierra, oyó una voz que decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

Él contestó: ¿Quién eres, Señor? Y El: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer.

Los hombres que le acompañaban quedaron atónitos oyendo la voz, pero sin ver a nadie. Saulo se levantó de la tierra, y con los ojos abiertos, nada veía. Lleváronle de la mano y le introdujeron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver y sin comer ni beber. Había en Damasco un discípulo de nombre Ananías, a quien dijo el Señor en visión: ¡Ananías! El contestó: Heme aquí, Señor. Y el Señor a él: Levántate y vete a la calle llamada Recta y busca en casa de Judas a Saulo de Tarso, que está orando.

Vio Saulo en visión a un hombre llamado Ananías, que entraba y le imponía las manos para que recobrase la vista.

Y contestó Ananías: Señor, he oído a muchos de este hombre cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén, y que viene aquí con poder de los príncipes de los sacerdotes para prender a cuantos invocan tu nombre.

Pero el Señor le dijo: Ve, porque es éste para mí vaso de elección, para que lleve mi nombre ante las naciones y los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré cuánto habrá de padecer por mi nombre.

Fue Ananías y entró en la casa, e imponiéndole las manos, le dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino que traías, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo.

Al punto se le cayeron de los ojos unas como escamas y recobró la vista y, levantándose, fue bautizado, tomó alimento y se repuso. Pasó algunos días con los discípulos de Damasco, y luego se dio a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios; y cuantos le oían quedaban fuera de sí, diciendo: ¿No es éste el que en Jerusalén perseguía a cuantos invocaban este nombre, y que a esto venía aquí, para llevarlos atados a los sumos sacerdotes?

Pero Saulo cobraba cada día más fuerzas y confundía a los judíos de Damasco, demostrando que éste es el Mesías. Pasados bastantes días, resolvieron los judíos matarle; pero su resolución fue conocida de Saulo. Día y noche guardaban las puertas para darle muerte; pero los discípulos, tomándole de noche, lo bajaron por la muralla, descolgándole en una espuerta. Llegado que hubo a Jerusalén, quiso unirse a los discípulos, pero todos le temían, no creyendo que fuese discípulo. Tomóle entonces Bernabé y le condujo a los apóstoles, a quienes contó cómo en el camino había visto al Señor, que le había hablado, y cómo en Damasco había predicado valientemente el nombre de Jesús. Estaba con ellos, yendo y viniendo dentro de Jerusalén, predicando con valor el nombre del Señor, y hablando y disputando con los helenistas, que intentaron quitarle la vida, pero sabiendo esto los hermanos, le llevaron a Cesárea y de allí le enviaron a Tarso.

Milagros de Pedro en Lida

31-43

Por toda Judea, Galilea y Samaria, la Iglesia gozaba de paz y se fortalecía y andaba en el temor del Señor, llena de los consuelos del Espíritu Santo. Acaeció que, yendo Pedro por todas partes, vino también a los santos que moravban en Lida. Allí encontró a un hombre llamado Eneas, que estaba paralítico desde hacía ocho años, echado en una camilla. Díjole Pedro: Eneas, Jesucristo te sana; levántate y toma la camilla. Y al punto se irguió. Visto lo cual, todos los habitantes de Lida y de Sarona se convirtieron al Señor.

Había en Joppe una discípula llamada Tabita, que quiere decir Gacela. Era rica en buenas obras y en limosnas. Sucedió, pues, en aquellos días que, enfermando, murió, y lavada, la colocaron en el piso alto de la casa. Está Joppe próximo a Lida; y sabiendo los discípulos que se hallaba allí Pedro, le enviaron dos hombres con este ruego: No tardes en venir a nosotros. Se levantó Pedro, se fue con ellos y luego le condujeron a la sala donde estaba, y le rodearon todas las viudas, que lloraban, mostrando las túnicas y mantos que en vida les hacía Tabita. Pedro los hizo salir fuera a todos, y puesto de rodillas, oró; luego, vuelto al cadáver, dijo: Tabita, levántate. Abrió los ojos, y viendo a Pedro, se sentó. Enseguida le dio éste la mano y la levantó, y llamando a los santos y a las viudas, se la presentó viva.

Se hizo esto público por todo Joppe y muchos creyeron en el Señor. Pedro  permaneció bastantes días en Joppe, en casa de Simón el curtidor.

Capítulo 10

La conversión del centurión Cornelio

1-48

Había en Cesárea un hombre llamado Cornelio, centurión de la cohorte denominada Itálica; piadoso, temeroso de Dios con toda su casa, que hacía muchas limosnas al pueblo y oraba a Dios continuamente. Este,como a la hora de nona, vio claramente en visión a un ángel de Dios, que acercándose a él, le decía: Cornelio. Él le miró y, sobrecogido de temor, dijo: ¿Qué quieres, Señor? Y le dijo: Tus oraciones y limosnas han sido recordadas ante Dios. Envía, pues, unos hombres a Joppe y haz que venga un cierto Simón, llamado Pedro, que se hospeda en casa de Simón el curtidor, cuya casa está junto al mar.

En cuanto desapareció el ángel que le hablaba, llamó a dos de sus domésticos y a un soldado, también piadoso, de sus asistentes, y contándoles todo el suceso los envió a Joppe. Al día siguiente, mientras ellos caminaban y se acercaban a la ciudad, subió Pedro a la terraza para orar hacia la hora de sexta. Sintió hambre y deseó comer; y mientras preparaban la comida le sobrevino un éxtasis.  Vio el cielo abierto y que bajaba algo como un mantel grande, sostenido por las cuatro puntas, y que descendía sobre la tierra. En él había todo género de cuadrúpedos, reptiles de la tierra y aves del cielo.

Oyó una voz que le decía: Levántate, Pedro; mata y come.

Dijo Pedro: De ninguna manera, Señor, que jamás he comido cosa alguna manchada e impura.

De nuevo dijo la voz: Lo que Dios ha purificado, no lo llames tú impuro.

Sucedió esto por tres veces, y luego el lienzo fue recogido al cielo. Estaba Pedro dudoso y pensativo sobre lo que sería aquella visión que había tenido, cuando los hombres enviados por Cornelio llegaron a la puerta preguntando por la casa de Simón; y llamando, preguntaron si se hospedaba allí cierto Simón llamado Pedro.

Meditando Pedro sobre la visión, le dijo el Espíritu: Ahí están unos hombres que te buscan. Levántate, pues; baja y vete con ellos sin vacilar, porque los he enviado yo.

Bajó Pedro y dijo a los hombres: Yo soy el que buscáis. ¿Qué es lo que os trae?

Ellos dijeron: El centurión Cornelio, varón justo y temeroso de Dios, que en todo el pueblo de los judíos es muy estimado, ha recibido de un santo ángel el mandato de hacerte llevar a su casa y escuchar tu palabra.

Pedro les invitó a entrar y los hospedó. Al día siguiente partió con ellos, acompañado de algunos hermanos de Joppe; y al otro día entró en Cesárea, donde los esperaba Cornelio, que había invitado a todos sus parientes y amigos íntimos. Así que entró Pedro, Cornelio le salió al encuentro, y postrándose a sus pies, le adoró. Pedro  le levantó, diciendo: Levántate, que yo también soy hombre. Conversando con él, entró y encontró allí a muchos reunidos, a quienes dijo: Bien sabéis cuan ilícito es a un hombre judío llegarse a un extranjero o entrar en su casa, pero Dios me ha mostrado que a ningún hombre debía llamar manchado o impuro, por lo cual, sin vacilar, he venido, obedeciendo al mandato. Pregunto, pues: ¿Para qué me habéis llamado?

Cornelio contestó: Hace cuatro días, a esta hora de nona, orando yo en mi casa, vi a un varón vestido de refulgentes vestiduras, que me dijo: Cornelio, ha sido escuchada tu oración, y tus limosnas recordadas delante de Dios. Envía, pues, a Joppe y haz llamar a Simón, llamado Pedro, que se hospeda en casa de Simón el curtidor, junto al mar. Al instante envié por ti, y tú te has dignado venir. Ahora, pues, todos nosotros estamos en presencia de Dios, prontos a escuchar de ti lo ordenado por el Señor.

Tomando entonces Pedro la palabra, dijo: Ahora reconozco que no hay en Dios acepción de personas, sino que en toda nación el que teme a Dios y practica la justicia le es acepto. Él ha enviado su palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la paz por Jesucristo, que es el Señor de todos. Vosotros sabéis lo acontecido en toda Judea, comenzando por la Galilea, después del bautismo predicado por Juan; esto es, cómo a Jesús de Nazaret le ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder, y cómo pasó haciendo bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él. Y nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén y de cómo le dieron muerte suspendiéndole de un madero. Dios le resucitó al tercer día y les dio manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos de antemano elegidos por Dios, a nosotros, que comimos y bebimos con El después de resucitado de entre los muertos. Y nos ordenó predicar al pueblo y atestiguar que por Dios ha sido instituido juez de vivos y muertos. De Él dan testimonio todos los profetas, que dicen que por su nombre cuantos crean en Él recibirán el perdón de los pecados.

Aún estaba Pedro diciendo estas palabras, cuando descendió el Espíritu Santo sobre todos los que oían la palabra, quedando fuera de sí los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro de que el don del Espíritu Santo se derramase sobre los gentiles, porque les oían hablar en varias lenguas y glorificar a Dios. Entonces tomó Pedro la palabra: ¿Podrá, acaso, alguno negar el agua del bautismo a éstos, que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?

Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Entonces le rogaron que se quedase allí algunos días.

Capítulo 11

La noticia del suceso en Jerusalén

1-18

Oyeron los apóstoles y los hermanos de Judea que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. Pero cuando subió Pedro a Jerusalén disputaban con él los que eran de la circuncisión, diciendo: Tú has entrado a los incircuncisos y has comido con ellos. Comenzó Pedro a contarles por menudo, diciendo: Estaba yo en la ciudad de Joppe orando y vi en éxtasis una visión; algo así como un mantel grande suspendido por las cuatro puntas, que bajaba del cielo y llegaba hasta mí; y volviendo a él los ojos, vi cuadrúpedos de la tierra, fieras, reptiles y aves del cielo.   también una voz que me decía: Levántate, Pedro; mata y come. Pero yo dije: De ninguna manera, Señor, que jamás cosa manchada o impura entró en mi boca. Por  segunda vez me habló la voz del cielo: Lo que Dios ha purificado, no lo llames tú impuro. Esto sucedió por tres veces, y luego todo volvió al cielo. En aquel instante se presentaron tres hombres en la casa en que estábamos, enviados a mí desde Cesárea. Al mismo tiempo el Espíritu me dijo que fuese con ellos sin vacilar. Conmigo vinieron también estos seis hermanos, y entramos en la casa de aquel varón, que nos contó cómo había visto en su casa al ángel, que, presentándosele, dijo: Envía a Joppe y haz venir a Simón, llamado Pedro, el cual te hablará palabras por las cuales serás salvo tú y toda tu casa. Comenzando yo a hablar, descendió el Espíritu Santo sobre ellos, igual que sobre nosotros al principio. Yo me acordé de la palabra del Señor cuando dijo: “Juan bautizó en agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo.” Si Dios, pues, les había otorgado igual don que a nosotros, que creímos en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?

Al oír estas cosas, callaron y glorificaron a Dios, diciendo: Luego Dios ha concedido también a los gentiles la penitencia para la vida.

La  predicación fuera de Palestina

19-30

Los que con motivo de la persecución suscitada por lo de Esteban se habían dispersado, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no predicando la palabra más que a los judíos. Pero había entre éstos algunos hombres de Chipre y de Cirene que, llegando a Antioquía, predicaron también a los griegos, anunciando al Señor Jesús. La mano del Señor estaba con ellos, y un gran número creyó y se convirtió al Señor. Llegó la noticia de esto a los oídos de la iglesia de Jerusalén, y enviaron a Antioquía a Bernabé, el cual, así que llegó y vio la gracia de Dios, se alegró y exhortaba a todos a perseverar fieles al Señor; porque era hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe, y se allegó al Señor numerosa muchedumbre.

Bernabé partió a Tarso en busca de Saulo, y hallándole, le condujo a Antioquía, donde por espacio de un año estuvieron juntos en la iglesia e instruyeron a una muchedumbre numerosa, tanto que en Antioquía comenzaron los discípulos a llamarse “cristianos.”

Por aquellos días bajaron de Jerusalén a Antioquía profetas, y levantándose uno de ellos por nombre Agabo, vaticinaba por el Espíritu una grande hambre que había de venir sobre toda la tierra, y que vino bajo Claudio.

Los discípulos resolvieron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea, cada uno según sus facultades, y lo hicieron, enviándoselo a los ancianos por medio de Bernabé y Saulo.

Capítulo  12

La persecución de Herodes Agripa

1-25

Por aquel tiempo, el rey Herodes echó mano a algunos de la iglesia para maltratarlos. Dio muerte a Santiago, hermano de Juan, por la espada. Viendo que esto era grato a los judíos, llegó a prender también a Pedro. Era por los días de los Ácimos y, apresándole, lo metió en la cárcel, encargando su guarda a cuatro escuadras de soldados con el propósito de presentarlo al pueblo después de la Pascua.

En efecto, Pedro era custodiado en la cárcel; pero la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. La noche anterior al día en que Herodes se proponía exhibirle al pueblo, hallándose Pedro dormido entre los soldados, sujeto con dos cadenas y guardada la puerta de la prisión por centinelas, un ángel del Señor se presentó en el calabozo, que quedó iluminado; y golpeando a Pedro en el costado, le despertó diciendo: Levántate pronto; y se cayeron las cadenas de sus manos. El ángel añadió: Cíñete y cálzate tus sandalias. Hízolo así. Y agregó: Envuélvete en tu manto y sígueme. Y salió en pos de él. No sabía Pedro si era realidad lo que el ángel hacía; más bien le parecía que fuese una visión.

Atravesando la primera y la segunda guardia, llegaron a la puerta de hierro que conduce a la ciudad. La puerta se les abrió por sí misma, y salieron y avanzaron por una calle, desapareciendo luego el ángel. Entonces Pedro, vuelto en sí, dijo: Ahora me doy cuenta de que realmente el Señor ha enviado su ángel y me ha arrancado de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo judío.

Reflexionando, se fue a la casa de María, la madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde estaban muchos reunidos y orando. Golpeó la puerta del vestíbulo y salió una sierva llamada Rode, que, luego que conoció la voz de Pedro, fuera de sí de alegría, sin abrir la puerta, corrió a anunciar que Pedro estaba en el vestíbulo.

Ellos le dijeron: Estás loca. Insistía ella en que era así; y entonces dijeron: Será su ángel.

Pedro seguía golpeando, y cuando le abrieron y le conocieron, quedaron estupefactos.

Haciéndoles señal con la mano de que callasen, les contó cómo el Señor le había sacado de la cárcel, y añadió: Contad esto a Santiago y a los hermanos. Y salió, yéndose a otro lugar.

Cuando se hizo de día, se produjo entre los soldados no pequeño alboroto por lo que habría sido de Pedro. Herodes le hizo buscar, y no hallándole, después de someter a juicio a los guardias, los mandó ejecutar. Luego, bajando de la Judea, residió en Cesárea. Estaba irritado contra los tirios y sidonios, que de común acuerdo se presentaron a él, y habiéndose ganado a Blasto, camarero del rey, le pidieron la reconciliación, por cuanto su región se abastecía del territorio del rey. El día señalado, Herodes, vestido de las vestiduras reales, se sentó en su estrado y les dirigió la palabra. Y el pueblo comenzó a gritar: Palabra de Dios y no de hombre. Al instante le hirió el ángel de Señor, por cuanto no había glorificado a Dios, y, comido de gusanos, expiró.

La palabra del Señor más y más se extendía y se difundía. Bernabé y Saulo, cumplido su ministerio, volvieron de Jerusalén, llevando consigo a Juan, llamado Marcos.

 

TERCERA PARTE

DIFUSION DE LA IGLESIA ENTRE LOS GENTILES

 

 

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