Los
Hechos de los Apóstoles
PRIMERA
PARTE
LA
IGLESIA EN JERUSALÉN (1-7)
4-8
Y comiendo
con ellos, les mandó no apartarse de Jerusalén, sino esperar la promesa del
Padre, “que de mí habéis escuchado;
porque Juan
bautizó en agua, pero vosotros, pasados no muchos días, seréis bautizados en el
Espíritu Santo.
Los reunidos
le preguntaban: Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el reino de Israel?
Él les
dijo: No os toca a vosotros conocer los tiempos y los momentos que el Padre ha fijado
en virtud de su poder;
pero recibiréis
el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos
en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra.
La
Ascensión
9-14
Diciendo
esto, fue arrebatado a vista de ellos, y una nube le sustrajo a sus ojos.
Mientras
estaban mirando al cielo, fija la vista en Él, que se iba, dos varones con
hábitos blancos se les pusieron delante,
y les
dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que ha
sido arrebatado de entre vosotros al cielo, vendrá como le habéis visto ir al
cielo.
Entonces
se volvieron del monte llamado Olivete a Jerusalén,
que dista de allí el camino de un sábado.
Cuando
hubieron llegado, subieron al piso alto, en donde permanecían Pedro y Juan,
Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y Simón
el Zelotes y Judas de Santiago.
Todos éstos
perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de
Jesús, y con los hermanos de éste.
Elección
de San Matías
15-26
En aquellos
días se levantó Pedro en medio de los hermanos, que eran en conjunto unos
ciento veinte, y dijo:
Hermanos, era preciso que se cumpliese la Escritura, que por boca de David
había predicho el Espíritu Santo acerca de Judas, que fue guía de los que
prendieron a Jesús,
y era
contado entre nosotros, habiendo tenido parte en este ministerio.
Este, pues,
adquirió un campo con un salario inicuo; pero, precipitándose de cabeza,
reventó y todas sus entrañas se derramaron;
y fue
público a todos los habitantes de Jerusalén, tanto que el campo se llamó en su
lengua Hacéldama, que quiere decir Campo de Sangre.
Pues está
escrito en el libro de los Salmos: “Quede desierta su morada y no haya quien
habite en ella y otro se alce con su cargo.
Ahora, pues, conviene que de todos los varones que
nos han acompañado todo el tiempo en que vivió entre nosotros el Señor Jesús,
a partir
del bautismo de Juan hasta el día en que fue arrebatado en alto de entre
nosotros, uno de ellos sea testigo con nosotros de su resurrección.
Se presentaron
dos: José, por sobrenombre Barsaba, llamado Justo, y
Matías.
Orando dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones
de todos, muestra a cuál de estos dos escoges
para ocupar
el lugar de este ministerio y el apostolado de que prevaricó Judas para irse a
su lugar.
Echaron suertes sobre ellos, y cayó la suerte sobre Matías, que quedó agregado
a los once apóstoles.
Capítulo 2
Pentecostés
1-47
Al cumplirse
el día de Pentecostés, estando todos juntos en un lugar,
se produjo
de repente un ruido proveniente del cielo como el de un viento que sopla
impetuosamente, que invadió toda la casa en que residían.
Aparecieron,
como divididas, lenguas de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos,
quedando
todos llenos del Espíritu Santo; y comenzaron a hablar en lenguas extrañas,
según que el Espíritu les otorgaba expresarse.
Residían
en Jerusalén judíos varones piadosos, de cuantas naciones hay bajo el cielo,
y habiéndose
corrido la voz, se juntó una muchedumbre, que se quedó confusa al oírlos hablar
cada uno en su propia lengua.
Estupefactos
de admiración, decían: Todos estos que hablan, ¿no son galileos?
Pues ¿cómo
nosotros los oímos cada uno en nuestra propia lengua, en la que hemos nacido?
Partos,
medos, elamitas, los que habitan Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto y
Asia,Frigia
y Panfilia, Egipto y las partes de Libia que están contra Cirene, y los
forasteros romanos,
judíos
y prosélitos, cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras propias lenguas
las grandezas de Dios.
Todos,
fuera de sí y perplejos, se decían unos a otros: ¿Qué quiere decir esto?
Otros,
burlándose, decían: Están cargados de mosto.
Entonces
se levantó Pedro con los once y, en alta voz, les habló: Judíos y todos los
habitantes de Jerusalén, apercibíos y prestad atención a mis palabras.
No están
éstos borrachos, como vosotros suponéis, pues no es aún la hora de tercia;
esto es lo dicho por el profeta Joel:
“Y sucederá
en los últimos días, dice Dios, que derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y
profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, y vuestros jóvenes verán
visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños;
Y sobre
mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días y
profetizarán.
Y haré
prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y
nubes de humo.
El sol
se tornará tinieblas y la luna sangre, antes que llegue el día del Señor,
grande y manifiesto.
Y todo
el que invocare el nombre del Señor se salvará.”
Varones israelitas, escuchad estas palabras: Jesús de Nazaret, varón probado
por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por El
en medio de vosotros, como vosotros mismos sabéis;
a éste,
entregado según el designio determinado y la presciencia de Dios, después de
fijarlo en la cruz por medio de hombres sin ley, le disteis muerte.
Al cual
Dios le resucitó después de soltar las ataduras de la muerte, por cuanto no era
posible que fuera dominado por ella,
pues David
dice de El: “Traía yo al Señor siempre delante de mí, porque Él está a mi
derecha, para que no vacile.
Por esto
se regocijó mi corazón y exultó mi lengua, y hasta mi carne reposará en la
esperanza.
Porque
no abandonarás en el hades mi alma, ni permitirás que tu Santo experimente la
corrupción
Me has
dado a conocer los caminos de la vida y me llenarás de alegría con tu
presencia.”
Hermanos,
séame permitido deciros con franqueza del patriarca David que murió y fue
sepultado, y que su sepulcro se conserva entre nosotros hasta hoy.
Pero, siendo
profeta y sabiendo que le había Dios jurado solemnemente que un fruto de sus
entrañas se sentaría sobre su trono,
con visión
anticipada habló de la resurrección de Cristo, que no sería abandonado en el
hades ni vería su carne la corrupción.
A este
Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
Exaltado
a la diestra de Dios y recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, le
derramó según vosotros veis y oís.
Porque no subió David a los cielos, antes dice:
“Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra
hasta que
ponga a tus enemigos por escabel de tus pies.”
Tenga,
pues, por cierto toda la casa de Israel que Dios le ha hecho Señor y Mesías a
este Jesús, a quien vosotros habéis crucificado
Al oírle, se sintieron compungidos de corazón y
dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué hemos de hacer, hermanos?
Pedro les
contestó: Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de
vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Porque
para vosotros es esta promesa, y para vuestros hijos, y para todos los de
lejos, cuantos llamare a sí el Señor, Dios nuestro.
Con otras
muchas palabras atestiguaba y los exhortaba diciendo: Salvaos de esta
generación perversa.
Ellos recibieron
la gracia y se bautizaron, siendo incorporadas a la Iglesia aquel día unas tres
mil almas.
Eran asiduos
a la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en
las oraciones.
Y se
apoderó de todos los espíritus el temor, pues muchos eran los prodigios y
señales realizados por los apóstoles:
y todos
los que creían vivían unidos, teniendo todos sus bienes en común;
pues vendían
sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos según la necesidad de
cada uno.
Diariamente
acudían unánimemente al templo, partían el pan en las casas y tomaban su
alimento con alegría y sencillez de corazón,
alabando
a Dios en medio del general favor del pueblo. Cada día el Señor iba
incorporando a los que habían de ser salvos.
Capítulo
3
Sermón
de San Pedro en el templo
1-26
Pedro y
Juan subían a la hora de la oración, que era la de nona.
Había un
hombre tullido desde el seno de su madre, que traían y ponían cada día a la
puerta del templo llamada la Hermosa para pedir limosna a los que entraban en
el templo.
Este, viendo
a Pedro y a Juan que se disponían a entrar en el templo, les pidió limosna.
Pedro, mirándole
atentamente, igual que Juan, le dijo: Míranos.
Él los
miró esperando recibir de ellos alguna cosa.
Pero Pedro
le dijo: No tengo oro ni plata; lo que tengo, eso te doy: En nombre de
Jesucristo Nazareno, anda.
Y tomándole
de la diestra, le levantó, y al punto sus pies y sus talones se consolidaron;
y de un
brinco se puso en pie, y comenzó a andar, y entró con ellos en el templo
saltando y brincando y alabando a Dios.
Todo el
pueblo que lo vio andar y alabar a Dios,
econoció
ser el mismo que se sentaba a pedir limosna en la puerta Hermosa del templo, y
quedaron llenos de admiración y espanto por lo sucedido.
Como él
estaba asido a Pedro y a Juan, toda la gente, estupefacta, corrió hacia ellos,
al pórtico llamado de Salomón.
Visto lo
cual por Pedro, habló así al pueblo:
Varones israelitas, ¿qué os admiráis de
esto o qué nos miráis a nosotros, como si por nuestro propio poder o por
nuestra piedad hubiéramos hecho andar a éste.
El Dios
de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a
su siervo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis en presencia de
Pilato, cuando éste juzgaba que debía soltarle.
Vosotros
negasteis al Santo y al Justo y pedisteis que se os hiciera gracia de un
homicida.
Disteis
muerte al príncipe de la vida, a quien Dios resucitó de entre los muertos, de
lo cual nosotros somos testigos.
Por la
fe de su nombre, éste, a quien veis y conocéis, ha sido por su nombre
consolidado, y la fe que de Él nos viene dio a éste la plena salud en presencia
de todos vosotros.
Ahora bien,
hermanos, ya sé que por ignorancia habéis hecho esto, como también vuestros
príncipes.
Dios ha
dado así cumplimiento a lo que había anunciado por boca de todos los profetas,
la pasión de su Ungido.
Arrepentíos,
pues, y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados,
a fin
de que lleguen los tiempos del refrigerio de parte del Señor y envíe a Jesús,
el Mesías, que os ha sido predestinado,
a quien
el cielo debía recibir hasta llegar los tiempos de la restauración de todas las
cosas, de que Dios habló desde antiguo por boca de sus santos profetas.
Dice, en
efecto, Moisés: “Un profeta hará surgir el Señor Dios entre vuestros hermanos,
como yo; vosotros le escucharéis todo lo que os hablare
toda persona
que no escuchare a ese profeta será exterminada del pueblo.”
Y todos
los profetas, desde Samuel y los siguientes, cuantos hablaron, anunciaron
también estos días.
Vosotros
sois los hijos de los profetas y de la alianza que Dios estableció con vuestros
padres cuando dijo a Abraham: “En tu descendencia serán bendecidas todas las
familias de la tierra.”
Dios, resucitando
a su Siervo, os lo envía a vosotros primero para que os bendiga al convertirse
cada uno de sus maldades.
Capítulo
5
1-11
Pero cierto
hombre llamado Ananías, con Safira, su mujer, vendió una posesión
y retuvo
una parte del precio, siendo sabedora de ello también la mujer, y llevó el
resto a depositarlo a los pies de los apóstoles.
Díjole Pedro: Ananías, ¿por qué se ha apoderado Satanás de
tu corazón, moviéndote a engañar al Espíritu Santo, reteniendo una parte del
precio del campo?
¿Acaso sin
venderlo no lo tenías para ti, y, vendido, no quedaba a tu disposición el
precio? ¿Por qué intentaste hacer tal cosa? No has mentido a los hombres, sino
a Dios.
Al oír
Ananías estas palabras, cayó y expiró. Se apoderó de cuantos lo supieron un temor grande.
Luego se
levantaron los jóvenes y, envolviéndole, le llevaron y le dieron sepultura.
Pasadas
como tres horas, entró la mujer, ignorante de lo sucedido,
y Pedro
le dirigió la palabra: Dime si habéis vendido en tanto el campo. Dijo ella: Sí,
en tanto;
y Pedro
a ella: ¿Por qué os habéis concertado en tentar al Espíritu Santo? Mira, los
pies de los que han sepultado a tu marido están ya a la puerta, y ésos te
llevarán a ti.
Cayó al
instante a sus pies y expiró; entrando los jóvenes, la hallaron muerta y la
sacaron, dándole sepultura con su marido.
Gran temor
se apoderó de toda la iglesia y de cuantos oían tales cosas.
El
sanedrín, contra los apóstoles
12-42
Eran muchos
los milagros y prodigios que se realizaban en el pueblo por mano de los
apóstoles. Estando todos reunidos en el pórtico de Salomón,
nadie de
los otros se atrevía a unirse a ellos, pero el pueblo los tenía en gran estima.
Se agregaban
al Señor cada día más creyentes, muchedumbre de hombres y mujeres,
hasta el
punto de sacar a las calles los enfermos y ponerlos en los lechos y camillas,
para que, llegando Pedro, siquiera su sombra los cubriese;
y la
muchedumbre concurría de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos y
atormentados por los espíritus impuros, y todos eran curados
Con esto
levantándose el sumo sacerdote y todos los suyos, de la secta de los saduceos,
llenos de envidia
echaron
mano a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública.
Pero el
ángel del Señor les abrió de noche las puertas de la prisión, y sacándolos les
dijo:
Id, presentaos
en el templo y predicad al pueblo todas estas palabras de vida.
Ellos obedecieron,
y entrando al amanecer en el templo, enseñaban. Entre tanto, llegado el sumo
sacerdote con los suyos, convocó el consejo, es decir, todo el senado de los
hijos de Israel, y enviaron a la prisión para que se los llevasen.
Llegados los alguaciles, no los hallaron en prisión. Volvieron y se lo hicieron
saber,
diciendo:
Encontramos la prisión cerrada y bien asegurada y los guardias en sus puertas;
pero abriendo, no encontramos dentro a nadie.
Cuando
el oficial del templo y los pontífices oyeron tales palabras, se quedaron
perplejos respecto de ellos, pensando qué habría sido de ellos.
En esto
llegó uno que les comunicó: Los hombres esos que habéis metido en la prisión
están en el templo enseñando al pueblo.
Entonces fue el oficial con sus alguaciles y los condujo, pero sin hacerles
fuerza, porque temían que el pueblo los apedrease.
C onducidos,
los presentó en medio del consejo. Dirigiéndoles la palabra el sumo sacerdote,
les dijo:
Solemnemente os hemos ordenado que no enseñaseis sobre este nombre, y habéis
llenado a Jerusalén de vuestra doctrina y queréis traer sobre nosotros la
sangre de ese hombre.
Respondiendo
Pedro y los apóstoles, dijeron: “Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres.
El Dios
de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros habéis dado muerte
suspendiéndole de un madero.
Pues a
ése le ha levantado Dios a su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a
Israel penitencia y la remisión de los pecados.
Nosotros
somos testigos de esto, y lo es también el Espíritu Santo que Dios otorgó a los
que le obedecen.”
Oyendo
esto, se pusieron rabiosos y trataban de quitarlos de delante.
Pero levantándose
en el consejo un fariseo de nombre Gamaliel, doctor de la Ley, muy estimado de
todo el pueblo, mandó sacar a los apóstoles por un momento y dijo:
“Varones
israelitas, mirad bien lo que vais a hacer con estos hombres.
Días pasados
se levantó Teudas, diciendo que él era alguien, y se
le allegaron como unos cuatrocientos hombres. Fue muerto, y todos cuantos le
seguían se disolvieron, quedando reducidos a nada.
Después
se levantó Judas el Galileo, en los días del empadronamiento, y arrastró al
pueblo en pos de sí; mas pereciendo él también, cuantos le seguían se dispersaron.
Ahora os
digo: Dejad a estos hombres, dejadlos; porque si esto es consejo u obra de
hombres, se disolverá;
pero si
viene de Dios, no podréis disolverlo, y quizá algún día os halléis con que
habéis hecho la guerra a Dios.”
Se dejaron persuadir;
e introduciendo
luego a los apóstoles, después de azotados, les conminaron que no hablasen en
el nombre de Jesús y los despidieron.
Ellos se
fueron contentos de la presencia del sanedrín, porque habían sido dignos de
padecer ultrajes por el nombre de Jesús:
y en
el templo y en las casas no cesaban todo el día de enseñar y anunciar a Cristo Jesús.
Capítulo
4
Los
dos apóstoles, ante el sanedrín
1-31
Mientras
ellos hablaban al pueblo, sobrevinieron los sacerdotes, el oficial del templo y
los saduceos.
Molestos
porque enseñaban al pueblo y anunciaban cumplida en Jesús la resurrección de
los muertos,
les echaron
mano y los metieron en prisión hasta la mañana, porque era ya tarde.
Pero muchos
de los que habían oído la palabra creyeron, hasta el número de unos cinco mil.
Sucedió
que al día siguiente se juntaron todos los príncipes, los ancianos y los
escribas en Jerusalén,
y Anás,
el sumo sacerdote, y Caifás, y Juan, y Alejandro, y cuantos eran del linaje
pontifical;
y poniéndolos
en medio, les preguntaron: ¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho
esto vosotros?
Entonces
Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: “Príncipes del pueblo y ancianos:
Ya que
somos hoy interrogados sobre la curación de este enfermo, por quién haya sido
curado,
sea manifiesto
a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel que en nombre de Jesucristo
Nazareno, a quien vosotros habéis crucificado, a quien Dios resucitó de entre
los muertos, por Él, éste se halla sano ante vosotros.
Él es
la piedra rechazada por vosotros los constructores, que ha venido a ser piedra
angular.
En ningún
otro hay salvación, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo,
entre los hombres, por el cual podamos ser salvos.”
Viendo
la franqueza de Pedro y Juan y considerando que eran hombres sin letras y
plebeyos, se maravillaban, pues los habían conocido de que estaban con Jesús;
y viendo
presente al lado de ellos al hombre curado, no sabían qué replicar;
y mandándoles
salir fuera del consejo, conferían entre sí,
diciendo: ¿Qué haremos con estos
hombres? Porque el milagro hecho por ellos es manifiesto, notorio a todos los habitantes
de Jerusalén, y no podemos negarlo.
Pero para
qe no se difunda más el suceso en el pueblo, conminémosles que no hablen a
nadie en este nombre.
Y llamándolos,
les intimaron no hablar absolutamente ni enseñar en el nombre de Jesús.
Pero Pedro
y Juan respondieron y dijéronles: “Juzgad por
vosotros mismos si es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a Él;
porque
nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.”
Pero ellos
les despidieron con amenazas, no hallando motivo para castigarlos, y por causa
del pueblo, porque todos glorificaban a Dios por el suceso.
El hombre
en quien se había realizado el milagro de la curación pasaba de los cuarenta
años.
Los apóstoles,
despedidos, se fueron a los suyos y les comunicaron cuanto les habían dicho los
pontífices y los ancianos.
Ellos, al oírles, a una levantaron la voz a Dios y
dijeron: Señor, tú que hiciste el cielo y la tierra, y el mar y cuanto en ellos
hay,
que por
boca de nuestro padre David, tu siervo, dijiste: “¿Por qué braman las gentes y
los pueblos meditan cosas vanas?
Los reyes
de la tierra han conspirado y los príncipes se han confederado contra el Señor
y contra su Ungido.”
Porque
en verdad juntáronse en esta ciudad contra tu Siervo
Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo
de Israel,
para ejecutar
cuanto tu mano y tu consejo habían decretado de antemano que sucediese.
Ahora,
Señor, mira sus amenazas, y da a tus siervos hablar con toda libertad tu
palabra,
extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y prodigios por el nombre
de tu santo Siervo Jesús.”
Después
de haber orado, tembló el lugar en que estaban reunidos, y todos fueron llenos
del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con libertad.
La
vida común entre los fieles
32-37
La muchedumbre
de los que habían creído tenía un corazón y un alma sola, y ninguno tenía por
propia cosa alguna, antes todo lo tenían en común.
Los apóstoles
atestiguaban con gran poder la resurrección del Señor Jesús, y gozaban todos
ellos de gran favor.
No había
entre ellos indigentes, pues cuantos eran dueños de haciendas o casas las
vendían y llevaban el precio de lo vendido,
y lo
depositaban a los pies de los apóstoles, y a cada uno se le repartía según su
necesidad.
José, el
llamado por los apóstoles Bernabé, que significa hijo de la consolación,
levita, chipriota de naturaleza,
que poseía
un campo, lo vendió y llevó el precio, y lo depositó a los pies de los
apóstoles.
Capítulo
6
La elección de los diáconos
1-7
Por aquellos
días, habiendo crecido el número de los discípulos, se produjo una murmuración
de los helénicos contra los hebreos, porque las viudas de aquéllos eran mal
atendidas en el servicio cotidiano.
Los Doce,
convocando al pleno de los discípulos, dijeron: No es razonable que nosotros
abandonemos el ministerio de la palabra de Dios para servir a las mesas.
Echad el
ojo, hermanos, de entre vosotros, a siete varones que gocen de reputación,
llenos de espíritu y de sabiduría, a los que encarguemos de este menester,
pues nosotros
debemos atender a la oración y al ministerio de la palabra.
Fue bien
recibida la propuesta por toda la muchedumbre, y eligieron a Esteban, varón
lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito antioqueno;
los cuales
fueron presentados a los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos.
La palabra
de Dios fructificaba, y se multiplicaba grandemente el número de los discípulos
en Jerusalén, y numerosa muchedumbre de sacerdotes se sometía a la fe.
San
Esteban
8-15
Esteban
estaba lleno de gracia y de poder, hacía prodigios y grandes señales en el
pueblo.
Se levantaron
algunos de la sinagoga llamada de los libertos, cirenenses y alejandrinos y de los de Cilicia y Asia a disputar con Esteban,
sin poder
resistir a la sabiduría y al espíritu con que hablaba.
Entonces sobornaron a algunos que dijesen: Nosotros hemos oído a ése proferir
blasfemas contra Moisés y contra Dios.
Y conmovieron
al pueblo, a los ancianos y escribas, y llegando, le arrebataron y le llevaron
ante el sanedrín.
Presentaron
testigos falsos que decían: Este hombre no cesa de proferir palabras contra el
lugar santo y contra la Ley;
y nosotros
le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar y mudará las
costumbres que nos dio Moisés.
Fijando los ojos en él todos los que
estaban sentados en el sanedrín, vieron su rostro como el rostro de un ángel.
Capítulo
7
1-60
Díjole el sumo sacerdote: ¿Es como éstos dicen?
Él contestó:
“Hermanos y padres, escuchad: El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre
Abraham cuando moraba en Mesopotamia, antes que habitase en Jarán,
y le
dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela y ve a la tierra que yo te mostraré.
Entonces
salió del país de los caldeos y habitó en Jarán. De
allí, después de la muerte de su padre, se trasladó a esta tierra, en la cual
vosotros habitáis ahora;
no le
dio en ella heredad, ni aun un pie de tierra, mas le
prometió dársela en posesión a él, y a su descendencia después de él, cuando no
tenía hijos.
Pues le
habló Dios: “Habitará tu descendencia en tierra extranjera y la esclavizarán y
maltratarán por espacio de cuatrocientos años;
pero al
pueblo a quien han de servir le juzgaré yo, dice Dios, y después de esto
saldrán y me adorarán en este lugar.”
Luego le
otorgó el pacto de la circuncisión; y así engendró a Isaac, a quien circuncidó
el día octavo; e Isaac a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas.
Pero los
patriarcas, por envidia de José, vendieron a éste para Egipto;
mas Dios estaba con él y le sacó de todas sus
tribulaciones, y le dio gracia y sabiduría delante del Faraón, rey de Egipto,
que le constituyó gobernador de Egipto y de toda su casa.
Entonces vino el hambre sobre toda la tierra de Egipto y de Canán,
y una gran tribulación, de modo que nuestros padres no encontraban provisiones
mas oyendo Jacob que había trigo en Egipto, envió primero a
nuestros padres,
y a la
segunda vez José se dio a conocer a sus hermanos, y su linaje vino a
conocimiento del Faraón.
Envió José
a buscar a su padre con toda su familia, en número de setenta y cinco personas;
y descendió
Jacob a Egipto, donde murieron él y nuestros padres.
Fueron
trasladados a Siquem y depositados en el sepulcro que
Abraham había comprado a precio de plata, de los hijos de Emmor en Siquem.
Cuando
se iba acercando el tiempo de la promesa hecha por Dios a Abraham, el pueblo
creció y se multiplicó en Egipto,
hasta que
surgió sobre Egipto otro rey que no había conocido a José.
Usando
de malas artes contra nuestro linaje, afligió a nuestros padres hasta hacerlos
exponer a sus hijos para que no viviesen.
En aquel
tiempo nació Moisés, hermoso a los ojos de Dios, que fue criado por tres meses
en casa de su padre;
y que,
expuesto, fue recogido por la hija del Faraón, que le hizo criar como hijo
suyo.
Y fue
Moisés instruido en toda la sabiduría de los egipcios y era poderoso en
palabras y obras.
Así que
cumplió los cuarenta años sintió deseos de visitar a sus hermanos, los hijos de
Israel;
y
viendo a uno maltratado, le defendió y le vengó, matando al egipcio que le
maltrataba.
Creía él
que entenderían sus hermanos que Dios les daba por su mano la salud, pero ellos
no lo entendieron.
Al día
siguiente vio a otros dos que estaban riñendo, y procuró reconciliarlos,
diciendo: ¿Por qué, siendo hermanos, os maltratáis uno a otro?
Pero
el que maltrataba a su prójimo le rechazó diciendo: ¿Y quién te ha constituido
príncipe y juez sobre nosotros?
¿Acaso
pretendes matarme, como mataste ayer al egipcio?
Al oír
esto huyó Moisés, y moró extranjero en la tierra de Madián, en la que engendró
dos hijos.
Pasados cuarenta años se le apareció un ángel en el desierto del Sinaí, en la
llama de una zarza que ardía.
Se maravilló
Moisés al advertir la visión, y acercándose para examinarla, le fue dirigida la
voz del Señor:
“Yo soy
el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.” Estremecióse Moisés y no se atrevía a mirar.
El Señor
le dijo:
“Desata el calzado de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra
santa.
He visto
la aflicción de mi pueblo en Egipto y he oído sus gemidos. Por eso he
descendido para librarlos; ven, pues, que te envíe a Egipto.”
Pues a
este Moisés, a quien ellos negaron diciendo: ¿Quién te ha constituido príncipe
y juez?, a éste le envió Dios por príncipe y libertador por mano del ángel que
se le apareció en la zarza.
Él los
sacó, haciendo prodigios y milagros en la tierra de Egipto, en el mar Rojo y en
el desierto por espacio de cuarenta años.
Ese es
el Moisés que dijo a los hijos de Israel: Dios os suscitará de entre vuestros
hermanos un profeta como yo.
Ese es
el que estuvo en medio de la asamblea en el desierto con el ángel, que en el
monte de Sinaí le hablaba a él, y connuestros padres;
ése es el que recibió la palabra de vida para entregárosla a vosotros,
y a
quien no quisieron obedecer nuestros padres, antes le rechazaron y con sus
corazones se volvieron a Egipto,
diciendo
a Arón: Haznos dioses que vayan delante de nosotros, porque ese Moisés que nos
sacó de la tierra de Egipto no sabemos qué ha sido de él.
Entonces
se hicieron un becerro y ofrecieron sacrificios al ídolo, y se regocijaron con
las obras de sus manos.
Dios se
apartó de ellos y los entregó al culto del ejército celeste, según que está
escrito en el libro de los profetas. “¿Acaso me habéis ofrecido víctimas y
sacrificios durante cuarenta años en el
desierto, casa de Israel?
Antes os
trajisteis la tienda de Moloc y el astro del dios Refam,
las imágenes que os hicisteis para adorarlas. Por eso yo os transportaré al
otro lado de Babilonia.”
Nuestros
padres tuvieron en el desierto la tienda del testimonio, según lo había
dispuesto el que ordenó a Moisés que la hiciesen, conforme al modelo que había
visto.
Esta tienda
la recibieron nuestros padres, y la introdujeron cuando con Josué ocuparon la
tierra de las gentes que Dios arrojó delante de nuestros padres; y así hasta
los días de David,
que halló
gracia en la presencia de Dios y pidió hallar habitación para el Dios de Jacob.
Pero fue
Salomón quien le edificó una casa.
Sin embargo,
no habita el Altísimo en casas hechas por mano de hombre, según dice el
profeta:
“Mi trono
es el cielo, y la tierra el escabel de mis pies; ¿qué casa me edificaréis a mí,
dice el Señor, o cuál será el lugar de mi descanso?
¿No es
mi mano la que ha hecho todas las cosas?”
Duros de
cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros siempre habéis resistido
al Espíritu Santo. Como vuestros padres, así también vosotros.
¿A qué
profeta no persiguieron vuestros padres? Dieron muerte a los que anunciaban la
venida del Justo, a quien vosotros habéis ahora traicionado y asesinado;
vosotros,
que recibisteis
como disposiciones angélicas la Ley y no la guardasteis.”
Al oír
estas cosas se llenaron de rabia sus corazones y rechinaban los dientes contra
él.
Él, lleno
del Espíritu Santo, miró al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús en pie a la
diestra de Dios,
y dijo:
Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre en pie, a la diestra de
Dios.
Ellos,
gritando a grandes voces, tapáronse los oídos y se
arrojaron a una sobre él.
Sacándole
fuera de la ciudad, le apedreaban. Los testigos depositaron sus mantos a los
pies de un joven llamado Saulo;
y mientras
le apedreaban, Esteban oraba, diciendo: Señor Jesús, recibe mi espíritu.
Puesto
de rodillas, gritó con fuerte voz: Señor, no les imputes este pecado. Y
diciendo esto, se durmió. Saulo aprobaba su muerte.
Capítulo
8
El
Evangelio en Samaria
1-3
Aquel día
comenzó una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén, y todos, fuera de
los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria
A Esteban
lo recogieron algunos varones piadosos e hicieron sobre él gran luto.
Por el
contrario, Saulo devastaba la Iglesia, y, entrando en las casas, arrastraba a
hombres y mujeres y los hacía encarcelar.
SEGUNDA
PARTE
EXPANSION
DE LA IGLESIA FUERA DE JERUSALEN