Introducción
Histórica.
Antes de morir transmite
Moisés toda su autoridad a Josué, que pasa a ser el caudillo indiscutible
de Israel en la empresa de la
conquista de la tierra prometida y de su distribución entre las doce
tribus. Estaba lleno Josué del espíritu de sabiduría, pues
había puesto Moisés sus manos sobre él.
Moisés le confió la misión de velar por
la estricta observancia de la Ley, conducir al pueblo
en la conquista de Canaán y distribuir su territorio entre las tribus.
La
misión confiada a Josué era ardua y peligrosa, por estar ocupado el
territorio por pueblos de raza
mixta que se habían establecido desde hacía tiempo en el país. Todos
ellos gozaban de un grado de civilización
y técnica superiores a las de los hebreos. Los exploradores que en otros tiempos habían
recorrido la tierra pudieron comprobar que el territorio que iban
a expugnar estaba habitado por
pueblos fuertes, con ciudades muy grandes y amuralladas y con guarniciones bien provistas de armas
y carros de combate. En cambio, el pueblo de Israel, que sólo
disponía de armas rudimentarias, experto en la técnica de las guerrillas,
de la razzia y golpes de
mano, era humanamente incapaz de medir sus fuerzas con un enemigo
aguerrido y atrincherado detrás de las
murallas de sus ciudades. Para el autor sagrado, la toma de Canaán
no es un suceso profano, sino
un acontecimiento teológico.
Se
señalan los límites ideales de la Tierra Prometida. El Líbano se encuentra al norte; el gran río es el Eufrates. Como límite occidental se señala el mar Mediterráneo, lugar donde se pone
el sol. Estos límites fueron
un ideal, nunca una realidad concreta. Creen algunos que la
mención aquí y en otros lugares del río Eufrates débese a una
glosa interpretativa fundada en la universalidad del reino mesiánico,
según posteriores profecías.
Josué será el instrumento
de que se valdrá Dios para cumplir la promesa hecha anteriormente
a los patriarcas y a Moisés de introducir a su pueblo escogido en
la tierra que mana leche y miel. Para salir airoso de
la misión debe cumplir escrupulosamente todo cuanto
le mandó Moisés sobre la manera de comportarse con los enemigos del
pueblo israelita. Si guarda
fidelidad a la Torah o Ley, meditándola, Dios
estará con él, no le abandonará; porque Yavé es Dios arriba
en los cielos y abajo sobre la tierra.
A pesar de contar
Josué con el auxilio de Dios, toma las precauciones humanas necesarias
para asegurar el éxito de
la misión que le había sido confiada. Llama a los oficiales
y les encarga retransmitan al pueblo la orden de que estén preparados
todos y se provean de víveres, porque dentro de tres días pasarían
el Jordán.
Las
tribus de Rubén y Gad y media tribu de Manasés habíanse establecido
en la Trans-Jordania. Rubén ocupaba la parte meridional, desde el
torrente Arnón, al sur, hasta el valle de Hesbán, al norte, que coincidía
con el límite meridional de Gad, que llegaba hasta el torrente Yaboc.
La media tribu de Manasés habitaba las regiones de Galaad o del Ashlun.
Conforme ha probado A. Bergmann, no hay dificultad en admitir que
Manasés se estableciera en Galaad ya en este tiempo. Las tribus transjordánicas
mantuvieron su palabra ayudando a sus hermanos en la conquista de
Canaán, poniéndose bajo las órdenes de Josué.
Espías
a Jericó
Los exploradores
parten de Setim (Shittim — acacias), lugar que se identifica
comúnmente con Abelsatim, a once kilómetros y medio al este del Jordán.
Desde los contrafuertes de las montañas de Abarim pudieron los israelitas
contemplar la extensa llanura, pero no precisar su configuración exacta.
Importaba, además, tener noticias concretas sobre Jericó, de sus fortificaciones
y de las posibilidades de expugnarla. Situada en la llanura del Ghor,
a unos pocos kilómetros de la montaña de la Cuarentena o Qarantal,
a veintiocho de Jerusalén. Muerto y a ocho del río Jordán, estaba protegida por una muralla difícil
de forzar. Jericó deriva de la palabra yareah, luna, llamada
así porque en la antigüedad se rendía allí culto al dios Luna. En
el curso de los siglos, la ciudad ha conocido tres emplazamientos
distintos, muy próximos entre sí: la actual Jericó (Er-Riha), la del tiempo de Herodes y la Jericó cananea, que se alzaba en
el lugar conocido por tell el-Sultán.
Los dos exploradores
entraron en la ciudad y se hospedaron en casa de una cortesana de nombre Rahab. El rey de Jericó
tuvo noticia de la llegada a la ciudad de dos espías israelitas que
se habían hospedado en casa de Rahab. Rahab
mantuvo un diálogo con los enviados del rey, a los que desorientó
con sus mentiras. Un registro
minucioso en su reducida casa hubiera sido de fatales consecuencias
para los dos espías israelitas. Siendo muy reducido el perímetro de
la ciudad, las casas se amontonaban unas sobre otras. Su interior
constaba de una sala única, en la planta baja, acaso un piso y una
azotea, en donde, en épocas de calor, solían sus moradores pasar la
noche. La noticia de que los espías fueron escondidos debajo de tascos
de lino dispuestos en la azotea para secarse al sol demuestra que
la entrada de Israel en tierras de Palestina se efectuó a últimos
de abril. En el calendario de Gezer
se dice que la cosecha del lino en la región mediterránea tenía lugar
en el mes séptimo (marzo-abril).
En Jericó, situada a 250 metros bajo el nivel del mar, la cosecha
era antes. Los exploradores llegaron a casa de Rahab a principios
del mes séptimo.
Siguiendo las indicaciones
de Rahab, los emisarios del rey, a la luz de la luna, se dirigieron
hacia el Jordán en busca de los exploradores, con el fin de alcanzarles
antes de que llegaran a los vados del río. Entre tanto, la mujer subió
a la terraza y mantuvo un largo diálogo con los espías. Parece que
éstos se disponían a pasar la noche en la azotea; pero Rahab les hizo
comprender la necesidad de ausentarse de su casa inmediatamente por
temor a un registro. Por haberse cerrado las puertas de la ciudad,
el único medio para huir era descolgarse por el muro, al cual estaba
adosada la casa de Rahab. Antes de despedirlos quiso arrancarles la
promesa con juramento de que, al adueñarse de la ciudad, conservaran
su vida y la de sus familiares.
Paso
del Jordán y entrada en Palestina
Las sospechas levantadas
por la presencia de espías en Jericó indujeron a Josué a obrar rápidamente,
adelantándose a una posible coalición de reyezuelos de Canaán. La
empresa era relativamente
fácil, porque, según informes de los dos espías, los de la ciudad
vivían confiados en que el Jordán llevaba mucha agua, por ser
la época del deshielo, y no les sería posible a los israelitas vadearlo.
Josué dio las órdenes de movilización de todo el campamento. En la
mañana del sexto día dio Josué orden al pueblo de ponerse en marcha
hacia el Jordán, en cuya ribera oriental permanecieron tres días. A la orden de Josué,
el pueblo se puso en marcha, llegando al atardecer a orillas del Jordán,
donde acampó aquella noche. La preparación espiritual incluía la limpieza
de los vestidos y la abstención
de todo comercio carnal.
Dios habla a Josué
y promete engrandecerlo a los ojos del pueblo con un hecho extraordinario
para que se le obedezca como a Moisés y sepa el pueblo que Dios está
con él. El éxito del paso
del Jordán está asegurado por ir en vanguardia el arca de la alianza
del Dios de toda la tierra. Al
poner los sacerdotes el pie en las aguas del Jordán, éstas se cortaron, formando un dique o bloque compacto, como si un monte o
una colina interceptaran la corriente.
Destaca
el hagiógrafo la magnitud del milagro anotando que era la época de
la siega de la cebada (marzo-abril),
en cuya estación el río Jordán va crecido por la licuefacción de las
nieves que cubren
el monte Hermón. Las aguas interrumpieron su curso a unos veinticinco
kilómetros al norte de Jericó, formando una barrera sólida hasta que
todo Israel hubo pasado el Jordán. Las aguas descendentes siguieron
su curso hasta el mar Muerto.
Tan
pronto como los sacerdotes abandonaron el cauce, las aguas volvieron
a afluir “como ayer y anteayer,”
es decir, como antes. No determina el texto el lugar exacto por donde
pasaron el río los israelitas.
Una tradición judeo-cristiana lo fija en el vado de Bethabara, frente a Qars elYehud, donde se encuentra
el monasterio del Pródromos construido en memoria del ministerio
de San Juan Bautista y del bautismo de Jesús.
En
la Tierra Prometida
El sueño dorado de
los israelitas se había realizado y Dios había cumplido su promesa.
Israel había entrado en tierras
de Palestina el día 10 de Nisán (marzo-abril), coincidiendo con el
principio de la Pascua, a los cuarenta años de haber salido de Egipto.
Los israelitas acamparon
a unos cinco kilómetros al sur de la antigua Jericó. Sobre
la antigua Gálgala, nombre que se deriva de la palabra hebrea galgal
= rueda, rueda de piedras, se edificó
una iglesia bizantina llamada Dodekalithori, en recuerdo del
sitio donde hizo colocar Josué las doce piedras en forma de rueda
o cromlech. Para la posteridad israelita, Gálgala o Guilgal
fue considerado como lugar sagrado muy concurrido.
La
noticia del paso del Jordán corrió como reguero
de pólvora por todo el territorio; sus habitantes temieron una invasión
inminente de los israelitas.
Por
miedo a los hijos de Israel, la ciudad de Jericó tenía las puertas
cerradas; pero Yavé prometió ponerla
en manos de Josué. Era Jericó una plaza fuerte cananea edificada
sobre un altozano elíptico de 307 por 161 metros, dominando la llanura
de su nombre. La descripción del ataque de la ciudad por los israelitas
es bien conocida. ¿Cuál fue la
causa que provocó el desmoronamiento de las murallas de Jericó? ¿Se
produjo este fenómeno, o el texto sugiere o permite otra interpretación? No es de creer
que el griterío (teruah) de
la multitud y el sonido
de las trompetas fueran tan ensordecedores que derribaran las
murallas. Algunos suponen que ayudó Dios a los sitiadores provocando
a su debido tiempo un terremoto que derribó las murallas. Hizo Dios
lo que no pudieron lograr los israelitas con su griterío y sus trompetas. Es muy posible que
el autor sagrado, llevado totalmente de la idea de poner de relieve
la intervención de Dios en la expugnación de la tierra de Canaán,
no haya dicho todo lo que aconteció junto a los muros de la ciudad
clave para entrar en Palestina.
Es sintomático a este respecto lo que dice Josué en su discurso de
despedida de que gentes de Jericó combatieron
contra vosotros, lo que debe interpretarse en el sentido de
que fueron necesarios varios combates
para conquistar la ciudad, y de que, de no intervenir Dios abiertamente
en favor de los israelitas, nunca hubieran éstos penetrado en ella.
El
ensañamiento de los israelitas al exterminar todo ser viviente de
la ciudad se rige por las leyes del herem o del anatema, comunes
a los pueblos del antiguo Próximo Oriente. Con el anatema (herem) de destrucción, Jericó debía ser arrasada completamente. Dios
manda que las ciudades idolátricas sean destruidas con todos sus habitantes,
animales domésticos y bienes. La misma suerte debían seguir los pueblos
enemigos de Israel. Únicamente se exceptúan de esteanatema en nuestro
texto el oro y la plata y todos los objetos de bronce y de hierro,
que sedestinaban al tesoro de Yavé, siendo estos objetos conceptuados
como anatema de oblación. Habla el texto del tesoro de la casa de
Yavé porque el autor del relato tiene en su mente la idea del templo.
Jean Fouquet. Toma de Jericó |
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Las
Excavaciones de Jericó.
Grandes
esperanzas pusieron exegetas e historiadores en las excavaciones de
Tell elSultán para
conocer las modalidades de la toma de Jericó por parte de los israelitas,
aportando con ello luz al texto
oscuro, enigmático y complejo de la Biblia. Las primeras fueron llevadas
a cabo por los alemanes
E. Sellin, E. Langenegger y G. Watzinger, durante los años 1907-1913,
cuyos resultados fueron publicados en 1913. Algunas de las conclusiones
de los citados excavadores fueron
censuradas, por lo que se pensó en reanudar las excavaciones con mejor
base científica.
La tarea fue confiada a J. Garstang, bajo los auspicios de Palestine
Exploration Fund, siendo excavado el Tell desde 1930-1936. El
mérito principal de Garstang consiste en haber trazado la evolución
histórica de la ciudad. La primera ciudad (precananea), fundada hacia
el año 3000 antes de Cristo, se
hallaba en la parte septentrional de Tell. La primera ciudad cananea
fue edificada sobre las
ruinas de la anterior hacia los años 2100 ocupando la parte mas alta
del Tell en una extensión aproximada de dos hectáreas. Sus murallas
eran de ladrillo con bloques de piedra en
los fundamentos. La segunda ciudad cananea surgió entre 1900 y 1600,
y puede considerarse como ampliación de la primera; ocupa una extensión de dos a cinco hectáreas.
Una sólida muralla protegida con una rampa o glacis envolvía la ciudad.
Es ésta la ciudad más próspera de todas por coincidir
con la época de los hicsos, a juzgar por un escarabajo egipcio de
la XIII dinastía encontrado
en el lugar. Por circunstancias desconocidas, la ciudad fue destruida
y abatidas sus murallas hacia el año 1580. Otra vez fue reedificada,
protegiéndola con un muro hacia el año 1500. Las nuevas
edificaciones desaparecieron por efectos de un cataclismo, sobre cuya
fecha discuten los arqueólogos. Garstang lo fija entre los
años 1400 y 1385; W. F. Albright, entre 1360 y 1320. El gran arqueólogo
H. Vincent, basándose en algunos restos, vajilla y cerámica ilustrada,
señala la fecha de la destrucción
de esta ciudad en la segunda mitad del siglo XIII, y más concretamente
en 1250. Esta última hipótesis tiene en su favor el registro
de las ciudades conquistadas por Ramsés
II, encontrado en los muros de un templo de Amarah, en la orilla izquierda
del Nilo. Entre los nombres de las ciudades asiáticas conquistadas
por el monarca figura la de Jericó. Estas divergencias
profundas entre arqueólogos tocante a la fecha de la destrucción de
Jericó movieron a la British School of Archaeology y
a la American Schools of Oriental Research a emprender nuevas
excavaciones, que dirigió la señorita K. Kenyon. Su finalidad principal
era zanjar definitivamente las discusiones en torno a la fecha de
la destrucción de Jericó (ciudad D). Las excavaciones empezaron en 1952. ¡Cuál no fue la sorpresa al comprobar que la ciudad
de Jericó de Josué se volatilizaba
bajo los golpes de los picos de los obreros especializados! ¡Ningún
resto de la ciudad bíblica se encontró en Tell el-Sultán! El
doble muro (muro D) atribuido por Garstang al Bronce reciente,
y, por lo mismo, identificado con el que fue destruido en tiempos
de Josué, no es más que una parte del complejo sistema defensivo,
reconstruido y retocado varias veces durante el tercer
milenio (Bronce antiguo y medio). Ningún rastro de cerámica en toda
el área excavada del Bronce reciente, o sea, de los tiempos
de Josué. Los excavadores de Tell el-Sultán han perdido toda esperanza
de encontrar la Jericó de Josué a causa de haber desaparecido las
edificaciones de la superficie o por la erosión o por obra de los
hombres. A tenor de los resultados de las exploraciones arqueológicas,
hacia el año 1200, fecha de la conquista de Canaán, no existía Jericó,
o al menos no quedan vestigios arqueológicos de la misma.
La
Arqueología y el texto Sagrado.
La comprobación de
que la ciudad del Bronce reciente (ciudad D) fue destruida por un
cataclismo o por el fuego produjo en el ánimo de J. Garstang la más
grande satisfacción. Para concordar los resultados arqueológicos con el texto bíblico, colocó Garstang
la fecha del éxodo en tiempos de Amenofis II (1447-1442), y
la conquista de Jericó hacia el año 1400.
Puestos a enjuiciar
toda la cuestión, cabe admitir que las varias vueltas del ejército
israelita en torno a Jericó, con las consiguientes amenazas
para los que se negaran a entregarla, impresionaron y descorazonaron
a los defensores de tal manera, que la resistencia de la guarnición se derrumbó, entrando
los israelitas en la ciudad. El término homah significa muro,
pero se emplea también en el sentido de guarnición,
protección, como en 1 Sam 25:16: Nos protegían de día y de noche
todo el tiempo. En este texto, un criado de Abigail confiesa
que las gentes de David eran para ellos un valladar, una protección.
Con esta explicación se comprende que la casa de Rahab quedara en
pie, lo que no habría sucedido en el caso de haberse derrumbado los muros. Con ella
se armonizan los datos de
la arqueología con los de la Biblia. Al presentarse Josué ante Jericó,
encontró a los cananeos atrincherados detrás de las imponentes ruinas
de una ciudad que fue destruida antes por causas desconocidas
hasta el presente. El ejército israelita luchó, venciendo la resistencia
cananea. Según 24:11, ante
Jericó hubo fuertes combates, hasta que la suerte se inclinó por los
israelitas.
Algunos
autores ven en el relato de la conquista de Jericó huellas de un estilo
épico. Escribe Delorme
que toda la narración tiende a destacar la importancia de esta victoria
y atribuirla a Yavé. En el relato se hace uso del
énfasis, se recorta la participación de los valores humanos en el
éxito de la empresa, se citan cosas insólitas y maravillosas. Nunca
sabremos ciertamente cuáles fueron los pormenores de la toma de Jericó
ni cuál fue la mente del autor sagrado respecto de los mismos.
Pero, si los pormenores son oscuros, está patente, en cambio, que
la toma de la ciudad abrió a los judíos las puertas de Canaán. Si
Dios no hubiera luchado junto a los israelitas, difícilmente hubieran
cedido las defensas de la ciudad, ni su guarnición se hubiese rendido.
Desastre
en Hai
El revés sufrido
en Hai desconcierta a Josué y a sus íntimos colaboradores por lo que
significaba y por las repercusiones que la derrota tendría en el futuro.
Yavé en esta ocasión no había combatido al lado de su pueblo, lo que
debía interpretarse como señal
de que estaba resentido por alguna
infidelidad cometida contra El. Como
muestras externas de dolor, rasga Josué sus vestiduras, echa polvo sobre su cabeza, y, postrado en tierra, se queja
a Yavé, casi reprochándole su conducta, haciéndole ver el porvenir
de su pueblo y el menoscabo de su gloria ante los otros pueblos de
Palestina. La conducta de Yavé en momentos tan críticos es desconcertante.
¿No cobrarán ánimo los pueblos de toda Palestina al enterarse de que
un puñado de hombres de Hai ha infligido una gran derrota a los israelitas,
considerados por algunos como invencibles?
Dios
señala a Josué la causa del revés sufrido en Hai; y señala los procedimientos
para aplacar su ira. El pecador
es Acán, quien con su pecado trajo la confusión sobre el campamento
de Israel. Para que entre Dios y el pueblo se reanuden las relaciones
de amistad, es preciso que desaparezca
la infamia de en medio del pueblo y de que sea quemado
el que faltó a la alianza. Dios mismo sugiere a Josué el método
que debe seguirse para individualizar al culpable.
Con
el castigo de Acán se normalizaron las relaciones entre Dios y el
pueblo, estando seguro Josué del éxito
de una futura operación contra Hai. Es probable que los exploradores
enviados a Hai subestimaran
su capacidad defensiva y los efectivos de su ejército. Ante la dolorosa experiencia, Josué
se dispuso a atacar la ciudad con todos sus hombres de guerra. De
noche mandó un grueso cuerpo
de tropa con la consigna de colocarse en emboscada entre Betel y Hai.
A la mañana siguiente, muy de madrugada, subió Josué con el resto
del ejército y se
acercó a la ciudad. La disposición de los combatientes con respecto
a la ciudad era la siguiente: la emboscada enviada durante la noche
subió de Jericó por Ain ed-Duq, siguió por el valle Zeitún,
dejando Hai a la izquierda, escondiéndose detrás del cerro llamado
hoy día Burdjmus, entre
Betel y Hai. Josué, al llegar a la altura de Jirbet Haijan, se
dirigió hacia Hai por la llanura que se encuentra al sudeste
de la misma, con el fin de hacerse visible a los habitantes de la
ciudad. Hai quedaba entre dos fuerzas.
La estratagema de Josué surtió el efecto deseado.
El anatema de Hai
fue más benigno que el de Jericó, autorizándose al pueblo se quedara
con el ganado y el botín de la
ciudad. La práctica de la destrucción total de todos los seres vivientes
hacíase cada día más difícil por privarse a los soldados del
botín de guerra. Por este motivo se introdujo
paulatinamente cierta mitigación de las leyes del herem. Los
israelitas se ensañaron con los habitantes de Hai, como hicieron
antes con los de Jericó. Tanto los que habían salido de la >ciudad
como los que habían quedado en ella fueron devorados por la espada.
Conforme
a la orden de Moisés, se levantó un altar de piedras sin pulir sobre
el monte Ebal. En él se ofrecieron holocaustos
y sacrificios eucarísticos.
Los
Gabaonitas
Los
éxitos militares de los israelitas produjeron efectos dispares entre
los habitantes de la montaña, de
la Sefela, del litoral mediterráneo, pues mientras la mayoría acordó una coalición
para enfrentarse contra el enemigo común, otros, los gabaonitas, idearon una
estratagema para concertar una alianza con los israelitas a fin de
salvar sus vidas y haciendas. ¿Conocían
los gabaonitas la ley deuteronómica que mandaba tratar con dureza a las naciones y ciudades vecinas y con más suavidad a las que estaban
lejos? Referente a las primeras,
dícese en el Deuteronomio que “las darás al anatema, no harás pactos
con ellas ni les harás gracia”;
en cambio, a las ciudades lejanas “les brindarás la paz. Si la aceptan
y te abren, la gente de
ella será hecha tributaria y te servirá”. Gabaón, que se identifica
con el actual Ed-Djib, hallábase a ocho kilómetros al noroeste de Jerusalén y a diez
de Hai. Sus habitantes temían
para sí idéntico trato que los de esta última. Partieron de su ciudad
y se dirigieron a Gálgala para entablar negociaciones con Josué,
sorprendiendo a éste y a sus oficiales, los cuales, sin consultar
a Yavé, les dieron crédito, celebrando juntos un banquete de alianza,
hospitalidad y protección, intercambiándose las provisiones. Con juramento
se les otorgó la paz, concertándose
un pacto para asegurarles la vida. Los gabaonitas mencionan al rey
Seón, que lo era de Hesebón,
ciudad emplazada a unos diez kilómetros al norte de Mádaba, en Transjordania.
Recibía el nombre de Basan el territorio transjordánico septentrional,
desde Galaad, al sur, hasta el monte Hermón, al norte. Astarot se
identifica con Astarot Carnaim, al norte del Yarmuc, a unos treinta
y seis kilómetros al oriente del lago de Genesaret.
A
los tres días se descubrió el engaño; pero habiéndose Israel obligado
con juramento a respetar sus vidas, no pudieron exterminarlos.
Con gran contrariedad supieron los israelitas no sólo que Gabaón estaba
cerca, sino que era la ciudad principal de una confederación jetea
de cuatro ciudades, regida por un colegio de ancianos. La solución propuesta fue la
de convertir a los gabaonitas
y a los habitantes de las otras tres ciudades confederadas en esclavos
de la comunidad de Israel,
destinándolos especialmente al servicio del santuario. Las ciudades de Cafirá, Beriot y Quiriat-Jearim se identifican, respectivamente,
con Jirbet Kefire, a siete kilómetros al sudoeste de Gabaón;
el-Bireh, al norte de la misma, y Quiriat-el-Enab, llamado también
Abugosch, a doce kilómetros al noroeste de Jerusalén.
Batalla
de Gabaón -Fouquet |
|
Del rey de Jerusalén — es la primera vez que se hace mención de esta ciudad
en la Biblia — partió la iniciativa de una coalición, acaso por ser
él el más poderoso de todos o porque se veía más amenazado directamente,
por encontrarse Gabaón a diez kilómetros y medio al norte. La ciudad
de Jerusalén es conocida en los textos de proscripción con
el nombre de Urasalim. La ciudad fue consagrada a Salem o Salim, nombre
de una divinidad que aparece en los documentos acádicos del segundo
milenio. Llamóse también Bit Sulman, por el templo al dios Sulman,
forma dialectal de Salem. Su rey es conocido por Adonisec (“mi Señor
es justicia”). En tiempos de Abraham, el rey y sacerdote de Jerusalén
era Melquisedec. En un principio la ciudad ocupó la cima de la colina
del Ofel, al sur del área del templo, entre el torrente Cedrón y el
valle del Tiropeón.
Las
otras ciudades aliadas de Adonisedec fueron Hebrón, célebre en la
vida de los patriarcas y de David, a treinta y dos
kilómetros al sur de Jerusalén; Jerimot, Laquis, y Eglón
a veinticinco kilómetros
al nordeste de Gaza. Los cinco reyes sitiaron a Gabaón.
A la angustiosa llamada
de los gabaonitas acudió Josué con todo su ejército. Antes de emprender
la marcha desde Gálgala, consultó a Yavé, que le aseguró el éxito de la
empresa. Después de una
marcha nocturna de unos treinta kilómetros, sorprendió al enemigo
de madrugada, derrotándole.
En la huida, una furiosa tempestad de piedras y granizo diezmó al
ejército enemigo; según
los antiguos, era la tempestad la
manifestación de la ira de Dios.
La intervención del cielo era tanto más manifiesta cuanto que,
habiendo pasado la época de las lluvias, no era de esperar que se
produjeran precipitaciones, y menos aún grandes tempestades.
Josué persiguió a los reyes confederados hasta Azeca, el actual
tell-Zacaría, al nordeste de Laquis y Maceda, de cuya identificación
discuten los autores.
El recuerdo de la
batalla de Gabaón se conservó entre el pueblo, y los poetas desplegaron
en torno a este hecho milagroso su inspiración poética. A este folklore
popular y a esta versión épica de la batalla hace referencia el autor
sagrado cuando intercala el texto de un cántico antiguo triunfal conservado
en el libro de Jaser. No comprendía
el pueblo cómo pudo Josué llevar a cabo en el espacio de un solo día
tantas hazañas. De ahí que,
teniendo en cuenta su condición de profeta y la amistad que le unía
a Yavé, creyera que a su voz se detuvo el sol en su carrera.
Con esta inserción, dos cosas ha logrado el autor sagrado: 1) poner
de relieve la gran personalidad de Josué, que, como otro Moisés, domina
los elementos; 2) recoger en su
libro la memoria de una versión poética de un hecho diversas veces
celebrado por los vates
de Israel. Conforme al texto de esta exaltación poética de la victoria,
anota el hagiógrafo, no hubo jamás un día como aquél. Y en verdad
que la victoria de Betorón merecía ocupar un lugar destacado
en los anales de la historia de Israel, ya que a partir de la misma
quedaba abierto al ejército de Israel todo el mediodía de Palestina.
Según lo que acabamos de exponer, no caben las objeciones que contra
este pasaje han amontonado los críticos independientes, creyendo abrir
una brecha en la absoluta inerrancia de los autores sagrados. El autor
de nuestro pasaje se ha limitado a registrar en su libro una versión
popular y poética de la victoria,sin
comprometer su propio juicio acerca de los pormenores de la misma.
Como todos sus contemporáneos, creía el autor sagrado en la
inmovilidad de la tierra y admitía que el sol daba vueltas
alrededor de la misma; pero en este caso concreto no era su intención
dar lecciones de orden astronómico, sino simplemente referir
una antigua versión épica de la batalla de Gabaón.
Conocido
de todos es el incidente de Galileo Galilei (1564-1643) con las congregaciones
romanas referentes a este pasaje del libro de Josué, que se produjo
por un falso planteamiento del problema
de la inerrancia bíblica y por haberse entrometido Galileo en cuestiones
teológicas y bíblicas en vez de
mantenerse en el terreno científico. En las discusiones con los teólogos
romanos declararon éstos que el sistema de Galileo era falso
y absurdo en filosofía y formalmente herético,
por contradecir a textos bíblicos según su sentido propio y la interpretación
unánime de los Padres y doctores de la iglesia. Por el decreto
del Santo Oficio de 5 de marzo de 1633 se juzga
a Galileo sospechoso de herejía “por creer y retener una doctrina
falsa y contraria a las Sagradas
Escrituras.” Este decreto no tenía carácter doctrinal, sino disciplinar; no se dictó con el fin de proponer una
doctrina, sino como documento en el proceso criminal contra una persona.
En
el caso concreto de Josué no existe ninguna dificultad contra la total
inmunidad de error del autor sagrado, quien, como
hemos hecho notar, se limita a reproducir, copiar, citar y retransmitir
a los lectores la manera como poetas y vulgo representábanse la victoria
de Gabaón. Por su parte, el hagiógrafo no emite ningún juicio
formal sobre la verdad o error contenidos en esta
descripción poética que halló en una colección de himnos patrióticos.
En otros lugares bíblicos encontramos también inserciones en
el texto de cantos épicos, que comienzan
exactamente con las mismas frases empleadas en el v.12: “Entonces
(en aquel día), el día en
que Yavé.” Esta manera poética de narrar un hecho es corriente en
la Biblia y en la literatura del Próximo Oriente, por lo que
podemos deducir que se trata de un género literario admitido
corrientemente en aquel tiempo. De ahí que podamos concluir la presente
cuestión con las palabras: “En vez de ir a la caza de explicaciones
de orden físico para explicar este pasaje del libro de Josué,
mejor sería ver en él un problema literario y admitir, con muchos
autores católicos modernos, que se trata de una citación poética que
hay que interpretar conforme a las leyes de la poesía.”
Persecución
del enemigo y fin de los cinco reyes
Los
cinco reyes coligados
llegaron a Maceda y se escondieron en una de las cuevas de la región.
Derrotado el enemigo, reunióse en Maceda el ejército de Israel
con Josué al frente para ajusticiar a los cinco reyes. Siguiendo una
antigua costumbre, mandó Josué a los oficiales que pusieran su pie
sobre el cuello de los reyes derrotados como símbolo de dominio absoluto
sobre ellos y en señal de desprecio. Al ponerse el sol debía darse sepultura a los cadáveres, conforme al
Deuteronomio. Las piedras
que obturaron la caverna donde fueron arrojados los cinco reyes eran
visibles todavía en los tiempos en que se escribió este relato.
Conquista
del mediodía de Palestina
El escritor sagrado
se limita a una descripción esquemática, estereotipada y con profusión
de hipérboles de la campaña del
mediodía de Palestina. Sin descender a detalles, da un concepto breve
de la campaña relámpago de Josué, a quien asistía Dios para asegurar
el éxito. No es probable que Josué
sometiera en dos días a todos los enemigos del sur y expugnara todos
sus ciudades, muchas de las cuales estaban sólidamente fortificadas.
Es muy posible que éstas resistieran a los asaltantes y no
se entregaran sino después de feroz resistencia. El género literario
histórico empleado en este relato puede fácilmente inducir a error si no se tienen
en cuenta los modos peculiares
de narrar y decir en uso en aquello tiempos de la antigüedad oriental.
Sin preocuparse de los pormenores, ha resumido el hagiógrafo
la conquista de las ciudades del mediodía de Palestina, que fue rápida,
decisiva para el porvenir y victoriosa frente a un enemigo superior
en número y en armas. La razón de este éxito radica en la intervención
directa de Dios, que nunca faltaba mientras Israel permanecía fiel
a las leyes de la alianza. En breves pinceladas se resume una campaña
larga y penosa. El método histórico adoptado lleva al hagiógrafo a
repetir la conquista de Maceda,
que en los versículos anteriores se supone ya subyugada. El rey de
Hebrón era el sucesor del que fue ajusticiado en Maceda. A la gran
figura de Josué se atribuyen victorias logradas por otros,
a la manera como a la acción y actividades de Moisés se atribuye toda
la legislación israelita. El método esquemático empleado se basa en
una visión profética de la historia
considerada en su unidad. Los comienzos humildes, desde el punto de
vista de los designios de Dios, son ya realizaciones futuras. Al principio
de la conquista de Canaán, el autor sagrado contempla el descanso
de Israel en la tierra que Dios le da.
Campaña
contra el norte de Palestina
La iniciativa de
formar una coalición para oponerse al avance de los israelitas parte
del rey de Jasor. Al llamamiento de Jabín, rey de Jasor, acudieron
los reyes de Madón, de Simerón y de Acsaf. Secundaron el movimiento
los reyes que ocupaban la parte septentrional de la región montañosa
de Judea, los de la planicie al sur del lago de Genesaret, los de
la Sefela y los de la región de Dor, hoy Tantura, entre el monte Carmelo
y Cesárea. En estos territorios habitaban diversos pueblos, tales
como los cananeos, establecidos en las llanuras del Jordán y de la
costa mediterránea; los amorreos, jeteos, fereceos, jebuseos, en la
montaña; los jeveos, al pie del Hermón. Usando una expresión familiar
en la Biblia, dícese que estos pueblos acudieron al llamamiento de
Jabín tan numerosos “como las arenas que hay en las orillas del mar.”
Todos acamparon junto a las aguas de Meforn o del lago Hule. Únicamente
Jasor fue entregada al anatema; de ella “nada quedó de cuanto vivía,
y Jasor fue dada a las llamas,” tratando a las otras ciudades con
más benevolencia. Con el aniquilamiento de los reyes coligados no
se adueñó Josué de toda la tierra del norte de Palestina ni la ocupó.
Tomados los puntos estratégicos, las ciudades fueron cayendo después,
una tras otra, en manos de los israelitas. Josué persiguió al enemigo
hasta Sidón, la ciudad fenicia que con Tiro fue una de las capitales
del reino; se conoce la Sidón marítima y la ciudad alta.
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