LA
JHISTORIA DE LOS PAPAS
Alejandro
VI (1492-1503)
Alejandro VI, de nombre de pila Rodrigo Borgia, nació en
Valencia. Por ser español no se le perdonó lo que hemos visto
fue tomado a chirigota en su predecesor por ser un italiano
vero. De hecho la acusación contra Alejandro VI de ser
el más corrupto de los papas medievales, es un truco retórico
de la iglesia romana para centrar el odio y la repugnancia
en un sólo punto y así quitar del cuadro el lodazal en el
que este gusano nadó a sus anchas. Creer que de la noche a
la mañana un personaje como el papa Borjia se sentó en el
trono de San Pedro, supuestamente custodiado por una guardia
pretoriana de santos e incorruptos cardenales italianos, creer
esta fábula es cosa de católicos barbarizados, analfabetos
lobotomizados por el miedo, que olvidan que el Diablo no puede
excomulgar a Dios.
El origen de la carrera eclesiástica de Alejandro VI tuvo
su línea de salida en el nepotismo de su padrino y tío carnal
el papa Calixto III. Es decir, como el que más, no fue menos.
Y tan devoto del Honor de Dios como el que menos, no le impedió,
siendo cardenal, vivir en un palacio y celebrar orgías a lo
Nerón, como el que más.
La leyenda del Banquete de las Avellanas de Oro ha cruzado
los siglos. La inmensa pureza de la conducta anticristiana
exigida por la iglesia romana para alcanzar la santidad pontificia
jamás quedó más de manifiesto, sin por ello jurar que fuera
la anécdota más infernal desde la óptica del espíritu de Dios
que nos sirvieron los romanos, cabeza y cuerpo. Sin ser la
anécdota más sangrienta, ni igualar la masacre de miles como
condición previa para sentarse en el trono del dios de Roma,
que otros tuvieron que pagar, el banquete de las Avellanas
de Oro nos recuerda con su impactante fuerza lo que es odioso
a Dios y a sus hijos.
Tal vez mi talento no sea el mejor retratista para un Banquete
como el de las Avellanas de Oro. Los que leen estas líneas
comprendan mi falta total de genio para retratar cosas de
un universo que se me escapa y sólo en pesadillas me atrevería
a visionar. Grosso modo:
un 30 de Noviembre del 1501, para celebrar un aniversario
y con ocasión de ese aniversario, Alejandro VI invitó a la
Curia a un banquete en su palacio. Su fama de anfitrión hizo
que el palacio apostólico se pusiera de bote en bote. Las
prostitutas romanas y no se sabe cuántos rameros fueron empleados
como criados. De la profesión de los criados se puede imaginar
qué parte llevaban cubiertas y qué partes al aire ellos y
ellas. De lo que pasó una vez que se comieron las alitas de
las gallinas de los güevos de oro y se bebieron las leches
de burras se puede deducir los platos que se sirvieron y los
vinos que se bebieron.
Hartos de carne y vino estaban el santo padre y su sacro
cortejo de ángeles púrpuras cuando sin previo aviso el Borjia
comenzó a desparramar avellanas de oro por los suelos. El
número de las pepitas doradas no viene a cuento, los cabalistas
serios de todas las épocas siempre tuvieron la imaginación
corta y los sesos calientes, de aquí que sus cuentas siempre
acabaran en el seis triple. Allá ellos. El hecho es que los
suelos del salón pontificio quedaron en un amén amén amén
santo santo santo gloria gloria aleluya sembrado de estrellas
de oro del tamaño de una avellana brasileña. Las putas y los
rameros se arrojaron a recoger con sus cuernos todas las que
pudieron. Los cardenales, superobispos y demás santos, Dios
nos libre de su reino, reían a carcajadas la gracia de su
señor y dios el papa de Roma. La gracia del juego estaba en
que las putas y putos habían de recogerlas a cuatro patas,
y para hacer la gracia más descojonante tenían que agarrarlas
con los dientes, sin manos, lamiendo el suelo donde pisaba
el santo padre y su santa familia de hijos de Roma Eterna.
Pero ahí no acabó el show.
No. La imaginación para la miseria y el crimen crece a medida
que la experiencia se acumula. Bueno, es como en todo. Mientras
más corre uno más fuerte se hacen las piernas; mientras más
estudia uno más fuerte se pone el cerebro; mientras más mata
uno más experto se hace en la materia. Lo mismo en el campo
de la miseria, campo en el que los papas y su cuerpo romano
eran consumados expertos, como se ve del banquete por excelencia,
el de las Avellanas de Oro, sobre cuyo acontecimiento posiblemente
ni una millónesima de los católicos presentes han oido alguna
vez palabra alguna. Posiblemente se estén creyendo que me
estoy inventando el cuento antipapista. Enfin, el show sólo
acababa de empezar.
Las putas y los rameros estaban allí por los suelos y se
partían los piños intentando agarrar con los cuernos mientras
más avellanas de oro, mejor. El delirio vino con la última
condición del papa Borjia, sólo se quedarían con las avellanas
si habían sido cogidas con un superobispo a cuestas. Ellos
y ellos aceptaron encantados hacer de burros y burros para
sus santidades romanas. Los superobispos, se comprende, muertos
de risa montaron a pelo, cometiendo contra la decencia cristiana
toda clase de delitos, sobre los que mejor pasar de largo
no sea que el asco por semejante ejemplo sea tomado por otra
cosa y el celo por la verdad acabe por ser investido de la
calidad de las llamas del infierno, que hay tonto para todo
en este mundo. El caso es que acabado el Banquete los superobispos
salieron por las calles de Roma cantando aquel 'Hosanna al
que viene en nombre del Señor'.
Cosas del Papado, cosas de Alejandro VI Borjia, cosas de
la iglesia romana.
Pero se equivoca quien crea que su elección cogió por sorpresa
a nadie, o piense que sus orgías fueron una visión inesperada
del anticristo que por fin gobernaba a su antojo los destinos
del Rebaño de Cristo. Para nada. Pío Pío, aún siendo quien
fue, en su tiempo le dio un tirón de oreja al futuro papa
Borjia. Enterado este, de tonto no tenía un pelo, el futuro
Alejandro Alejando Alejandro Alejandro Alejandro Alejandro,
Alejandro seis veces -mayor razón para que los cabalistas
viesen en él la encarnaciòn del número de la Bestia- adoptó
el modus operandi de los cardenales y obispos de su época,
tener una querida oficial, muy mona y decente, y tantas putas
como el cuerpo lo pidiera. La elección de Alejandro cayó en
la célebre Vanozza, tres veces viuda, una mujer con experiencia
en la cama, curtida en toda clase de batallas con machos cabríos
en celo. La verdad, nadie se lo esperaba, habiendo tantas
vírgenes locas por tirarse a un papable que el Español se
fuera a hacerlo con aquella mula vieja, por muy guapa que
fuera la madame ... en fin, cosas de papables. Con aquella
viuda alegre tuvo Alejandro cuatro criaturas, entre ellas
los célebres César y Lucrecia. Las criaturas medio reconocidas
y las no reconocidas fueron sin número, como Salomón.
El 1492 fue importante para el mundo y para el cardenal
Borjia por dos razones, primero fue elegido papa, y segundo
le nació otra criatura de su segunda querida oficial.
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Al igual que sus predecesores el cardenal compró su elección
a base de mulas cargadas de oro. No es un bulo, es el espejo
de la realidad. Ascanio Sforza se encargó de distribuir el
oro a espuertas entre los cardenales electores. Había sido
así de siempre y tardaría una eternidad en ser de otra forma.
Era impensable que fuera de otro modo. El papado lo mismo
que el imperio no se obtenía por la gracia de Dios, y el que
se creía el cuento era porque no sabía donde tenía la cara.
El papado había sido instituido por la iglesia romana para
ejecutar la operación de remodelaje del Templo de Cristo a
imagen y semejanza del Templo de Jerusalén contra el que se
alzara el propio Cristo. Un Estado teocrático recaudador del
diezmo universal, esta vez en forma de beneficios, prebendas,
rentas, herencias, ventas de indulgencias, servicios de misas,
administración de sacramentos, esto era lo que entendía la
iglesia romana por Iglesia Católica, y acorde a su entendimiento,
empleando como vara de hierro contra sus críticos la excomunión,
así lo había hecho.
Alejandro VI, perfecto conocedor de aquella estructura teocrática
forjada por una iglesia romana que justificó la abolición
del Consejo Apostólico de las Iglesias en la necesidad de
la supervivencia frente a los enemigos del cristianismo, consciente
de lo que se compraba y vendía, porque se había criado viéndolo
y viviéndolo, podía decir: el Espíritu Santo ¿qué es eso?,
¿dónde hay que ir a comprarlo? ¿Es persona? Entonces seguro
que vende su culo.
Al contrario que sus predecesores, la moda de declaración
de odio al turco una farsa, el nuevo papa dejó en paz al sultán
de Constantinopla y puso manos a la obra maravillando a todos
con su capacidad para corregir los defectos de la estructura
recaudadora de la iglesia romana y consumar la operación de
postración de la Iglesia Católica al servicio de una pirámide
cardenalicia encumbrada por un sumo pontífice y su familia,
administradora del Tesoro del Nuevo Templo ad maiorem
motu propio gloriam. Así de sencillo, asi de letal. Esta
estructura convirtió la sangre de Jesucristo en fuego y dio
lugar al famoso episodio de la Expulsión de los Vendedores.
La cuestión devino quién se atrevería a protagonizar la Expulsión
Segunda Parte teniendo delante y en contra a la iglesia romana.
Lutero dio el paso adelante y dejó ir su respuesta: Yo.
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Lutero se lo jugó al todo por el todo. Pero antes que él
ya lo había intentado Savonarola. Sin querer ofender al fundador
de la Reforma, su predecesor, Gerónimo Savonarola fue un cristiano
carismático y profético en unos tiempos malos gobernados por
hombres de la talla moral del Alejandro VI, o lo que es lo
mismo, sin ninguna. Recuerdo que de chaval la única parte
del conflicto que se mostraba en la escuela era la del hereje
ardiendo en la hoguera, que por supuesto se merecía. Sobre
la parte que lo mandaba al infierno se nos ocultaba absolutamente
todo. Gracias a Dios sus hijos crecemos y, alimentados por
su omnisciencia, se nos forja para hablar de pecado, verdad
y juicio. Ahora sabemos que otra historia se hubiera escrito
si en lugar de haber ocupado la dirección de la Iglesia Católica
aquella serie ininterrumpida de dementes criminales la hubieran
ocupado obispos a la imagen y semejanza de Cristo, como al
principio. Savonarola tuvo la mala suerte de los buenos, Lutero
la de los rebeldes con causa, Alejandro VI la buena suerte
de los malos, prosperan y llenan las páginas de la historia
del mundo con sus crímenes. La sentencia a muerte contra el
profeta florentino que la iglesia romana dictó pesa sobre
la Iglesia Católica como una sombra fatal. Pero para no parecer
que me dejo llevar por mi pensamiento incluyo aquí una breve
biografía del hombre cuya muerte pesa sobre el obispo de Roma,
firmada por Eduardo Tiscornia, dirección homodelirans
-En la época de Lorenzo el Magnífico, Florencia había llegado
al más alto nivel cultural del Renacimiento, con todo lo que
ello significaba en lujo, refinamiento intelectual y cortesía
de modales, signos de distinción material y espiritual que
estaban concentrados en la clase más alta de la ciudad, aquella
que disponiendo del poder se había preocupado por la educación
humanista y tenía el tiempo y la disposición de gozar del
“otium, cum dignitate” ciceroniano.
Pero no era a este nivel social sino al más bajo de la ciudad
al que dedicaba su atención un fraile dominicano nacido en
Ferrara y llamado Girolamo Savonarola. Savonarola había tenido
la misma educación superior, hablaba un latín tan puro como
su contemporáneo el famoso Erasmo de Rotterdam y merecería
más adelante la compañía y admiración de personajes de cultura
tan refinada como Juan Pico de la Mirandola.
Cuando Girolamo estudiaba en Ferrara, “Florencia estaba
en guerra con Pisa, Génova con Milán, Bologna con Mantua mientras
Ferrara misma era severamente dañada por una fuerza expedicionaria
veneciana”. Dos guerras civiles en Ferrara llegaron a tales
excesos de salvajismo y crueldad que se comparaban con las
épocas de Nerón y Calígula. Girolamo se refería a ellas como
“la sangrienta saturnalia”.
Fray Savonarola alcanzó gran prestigio como predicador y
fue elegido Prior del monasterio de San Marco, sostenido por
los Medici, cuando decidió renunciar a ese beneficio y ajustar
el orden interno a las reglas dominicanas más estrictas. Por
otra parte, organizó al margen de cursos de teología y moral
otros de lenguas, como el griego, el hebreo, el caldeo, el
asirio y el arameo.
El Prior era un hombre muy singular. Una de sus características
era visionaria. Había predicho tres muertes, una de las cuales
era la de Lorenzo de Medici mismo, y habían ocurrido tal cual.
Esta particularidad se agregaba a sus demás cualidades señalándole
como un ser excepcional. En un mismo año, se produjo una invasión
de los franceses que a la muerte de Ferrante, Rey de Nápoles
-otro de los señalados por Fray Gerónimo- pretendían la sucesión
del reino.
Piero de Medici, indigno hijo de Lorenzo había heredado
el poder en Florencia. Ante la llegada de las fuerzas francesas
prácticamente había abandonado la ciudad a su suerte. La actitud
de Fray Gerónimo fue la de intentar disuadir al rey francés
del pillaje de la ciudad. Su estatura religiosa y la fuerza
de sus palabras lograron su propósito y el 28 de noviembre
de 1494 Charles VIII finalmente dejó la ciudad y se retiró
con sus tropas.
Todos estos acontecimientos dieron a Fray Gerónimo un prestigio
político que ciertamente no deseaba. No obstante aceptó sin
título alguno conducir la ciudad a un nuevo orden constitucional
que fue muy alabado por Macchiavelli.
El celo religioso de Savonarola en la perspectiva de este
ensayo era un delirio desbordado. Había conseguido un aquietamiento
del ritmo profano en una ciudad que seguía sus sermones con
una unción conmovida por sus palabras. Habían grupos opositores
poderosos, como el de los ‘Compagnacci’, cínicos practicantes
de las peores costumbres, inspirados en la antigüedad griega
y latina en los que Savonarola veía el regreso del paganismo
más crudo y la más completa corrupción de hábitos sexuales.
En su persecución, Savonarola no tenía límites, y pedía
para ellos el garrote y la muerte. Los blasfemos deberían
tener su lengua atravesada por espinas. Los incestuosos y
los jugadores debían ser ejecutados. El celo había seguido
el curso normal de autoalimentación apasionada. El fanatismo
más encendido le guiaba e inspiraba sus anatemas, el delirans,
colindaba con el demens y su lenguaje había subido el tono.
La energía interior exaltada y la austeridad más extrema se
marcaban en su aspecto y su debilitamiento físico.
En esos extraños días de Florencia, el ambiente había cambiado
curiosamente. Una forma nueva de convivencia ciudadana seguía
a diferentes iniciativas espontáneas que organizaron milicias
juveniles, entusiastas, tal como las que la historia ha registrado
en tiempos y espacios distintos, en los que surgen vínculos
novedosos en formas de solidaridad -latentes acaso en muchos
seres, pero lamentablemente precarios-, generando una forma
de cohabitación significativa. No se trataba de disfraces
ni de hipocresías. Eran estados contagiosos espontáneos.
“En el curso de la primavera de 1495, el aspecto de la ciudad,
estaba completamente cambiado - cuenta Pierre Van Paasen,
uno de los biógrafos de Savonarola. Historiadores nacionales
y extranjeros, embajadores, prelados Romanos, miembros y oficiales
de órdenes religiosas que visitaron Florencia, no reconocían
el lugar. Florencia se había convertido en una ciudad de amor
fraternal, de paz y concordia.”
Fray Savonarola había logrado un tono uniforme de conciencia
que puede experimentarse como reacción de la fatiga a tiempos
turbulentos de ira y brutalidad. Manera emocional de coincidencia
afectiva, podía mantenerse algún tiempo mientras acontecimientos
conmovedores se sucedían unos a los otros. Los franceses repitieron
su invasión y esta vez una llamada Liga Santa que se había
organizado para enfrentar amenazas de esta clase los derrotó
en la batalla de Asti.
En 1496 cayeron lluvias terribles y el Arno desbordó inundando
la ciudad. Se desató una plaga de peste bubónica que provocó
miles de muertos a tal punto que al atardecer de cada día
se recogían los cadáveres. La Liga mandó un ultimatum a Florencia.
La pestilencia y el hambre causaban incontables víctimas.
Como si esta situación no fuera suficiente, tropas del Emperador
Maximiliano del Sacro Imperio se dirigían a la ciudad. Savonarola
organizó una inmensa procesión, encabezada por el Tabernáculo
que contenía la imagen milagrosa de Nuestra Señora de Impruneta.
Cuando ésta estaba cerca de la Catedral llegaron buenas nuevas.
Las fuerzas atacantes volvían a sus bases, los barcos de Francia,
atracaron en Livorno y se aprestaban a descargar granos, hombres
y armas. Ese fue un día triunfal para el fraile.
Savonarola obedeció una orden de no predicar con la que
se le procuraba neutralizar pero siguió dictando el texto
a otro fraile, Domenico Buonvicini. Desde el púlpito Fray
Doménico conjuró a los florentinos a dar una prueba definitiva
de su cristianidad. Les pidió que sacaran de sus casas todo
lo que ofendiera a Dios es decir todas las muestras de frivolidad
y desvío.
En la Piazza de la Catedral, se levantó una gigantesca pirámide
de dos metros de alto y ocho metros de circunsferencia, a
la que se llamó la ‘pirámide de las vanidades’. A ella, la
gente de la ciudad, llevó pinturas, esculturas, adornos de
todas clases, joyas, máscaras, pelucas, disfraces, colonias
y perfumes, polvos y talcos, mazos de cartas e instrumentos
musicales. Además libros ilustrados de Boccaccio y Petrarca,
amuletos y pendientes.
Todo esto estaba destinado a ser consumido en llamas. El
martes 7 de febrero de 1497, las puertas de la Catedral se
abrieron muy temprano y Fray Gerónimo celebró la misa en presencia
de miles de personas. Una procesión se dirigió hacia la pirámide,
y todos los presentes se ubicaron a su derredor. Después de
una señal convenida, los guardas con antorchas avanzaron hacia
ella para encenderla, las trompetas sonaron, y las campanas
de la Torre de la Signoria se echaron al vuelo. Las llamas
estallaron al cielo y se oyeron pequeñas explosiones simultáneas
de pólvora, que se había esparcido sobre los objetos acumulados.
Un enorme grito colectivo saludó el comienzo de la gran fogata
purificadora y de un día de gozoso sacrificio. Ese climax
del delirio colectivo fue también el punto de inflexión de
la suerte del Prior Savonarola.
Cuando poco después de terminada esta ceremonia, Fray Gerónimo
propuso abolir las carreras de caballos y toda clase de apuestas,
se colmó la paciencia de sus enemigos. Lo denunciaron como
una amenaza al orden social. No obstante, el Prior siguió
en sus prédicas y sus agravios contra los que consideraba
que eran los verdaderos destructores del orden de Dios, clamando:
“Oh tú, Iglesia prostituída, que has desplegado tu vil desnudez
al mundo entero”.
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En esos días, el cadáver del Duque de Gandía, el hijo más
querido del Pontífice fue encontrado en el Tíber. El autor
sindicado por todos los indicios y opiniones fue su medio
hermano César Borgia. Savonarola escribió al Papa una carta
de condolencia. Este, que al recibirla se había sentido conmovido
por su texto, al leer con cuidado su alusión a los ‘pecados’
lo llevó a declararla “una pieza de despreciable insolencia”.
Las demás comunidades de Florencia, Agustinos, Franciscanos
y Benedictinos, rehusaron celebrar la procesión de San Juan
el Bautista si los monjes de San Marco concurrían. El principio
del fin se marcó para el Prior.
Savonarola describió al Papa como un hombre “que había hecho
desgraciada su posición como cabeza de la Iglesia por la desvergonzada
inmoralidad en su vida” e invocó la necesidad de un Concilio
desafiando frontalmente a la Santa Sede. En una carta dirigida
“a los Príncipes”, testificó “Dios es mi testigo, que “este
Alejandro, no es Papa y no puede ser tenido por tal...” Esta
carta la distribuyó a todos los soberanos y a todos sus amigos,
pidiendo le ayudaran a echar al Supremo Pontífice de la Iglesia
Universal, y la envió como misiva personal a Carlos VIII de
Francia. Este ejemplar fue interceptado, no llegó al rey sino
al mismo Alejandro VI.
En Abril 7 de 1458, Savonarola era aún la figura dominante
del estado florentino. Veinticuatro horas después vencido
por sus enemigos, en trance de ser juzgado por un tribunal
especial, yacía en espera de la tortura que le obligaría a
confesar que sus afirmaciones eran falsas. El día 10, comenzaron
oficialmente los tormentos.
El 23 de Mayo de 1458, Gerónimo Savonarola y sus compañeros
fueron colgados y después quemados.
(Naturalmente desde el punto de vista de la iglesia romana
esta es una versión biográfica herética sobre Savonarola.
En las versones oficiales el hombre era un loco, Alejandro
VI un sabio y la iglesia romana Pilatos limpiándose las manos
a la salud de la Iglesia Católica, en cuyo nombre hizo lo
que se hizo).
La historia del papa Alejandro VI Borjia y las guerras que
por sus hijos desencadenó contra los otros cardenales y contra
el resto del mundo están escritas en los anales... No quiero
alargar demasiado este relato metiendo la marcha en dirección
a las profundidades del trono de Satán. La memoria del Banquete
de las Avellanas de Oro es testigo de la perversión de una
iglesia, la romana, que renunció a servir a Dios y se juró
en obediencia al obispo de Roma, juzgándose a sí misma al
desafiar al Cristo que dijo: “No podeis servir a dos señores,
no podeis servir a Dios y a las riquezas”. Tomando el episodio
del Banquete de las Avellanas como núcleo central de la conducta
de la iglesia romana contra la que se levantara la Reforma
lo demás es inercia. Guerra civil vaticana, guerra del papa
contra las ciudades italianas, guerra civil ciudades italianas
versus papado otra vez.
Miseria y horror. La Iglesia Católica gobernada por una
iglesia romana que mediante un estratégico golpe circunstancial
de estado había desbancado la Autoridad Apostólica y se había
erigido cabeza de un cuerpo creado por ella misma para suplantar
al Cuerpo de Cristo. Pedro fue elegido Jefe, jamás Cabeza,
de un Cuerpo Apostólico que en Fraternidad e Igualdad dirige
el Magisterio de las iglesias. Sus sucesores abolieron el
Cuerpo Apostólico y se declararon cabeza de un cuerpo para
la ocasión creado, un híbrido del Templo Antiguo y el sistema
religioso pagano de la roma imperial.
El Cuerpo Apostólico se alzó en Constanza para defender
su existencia, pero la estructura autocrática y la personalidad
teocrática de la iglesia romana se negó a doblar sus rodillas
delante de Dios y aceptar la Colegialidad Apostólica fundada
por su Hijo cuando le dijo a todos los Apóstoles. “Yo os daré
las Llaves del Reino de los cielos”. El sucesor de la Sede
Romana, negándose a aceptar el Hecho, se alzó contra Cristo,
única Cabeza Visible de la Iglesia, procediendo de este delito
como río de la fuente el resto de los crímenes cometidos por
los jefes de la iglesia romana. Entre cuyo mar los de este
Alejandro VI sólo representan una turbia corriente.
Las aventuras del papa Alejandro VI Borjia y sus hijos no
forman parte de esta JHistoria. La publicidad contra la Iglesia
Católica que por culpa de la iglesia romana los gentiles escupieron
contra el Honor y la Gloria de Dios, sí lo son. Los tesoros
de la Iglesia Católica, en su origen destinados a socorrer
a los hermanos más pobres, fueron expropiados por la iglesia
romana y destinados, como en este caso, a pagar las bodas
de los hijos de la cabeza cardenalicia del cuerpo de la iglesia
romana.
Dicen que mientras Lucrecia Borjia era casada como una diosa,
el pueblo romano se arrastraba por la miseria comiendo los
desperdicios que no querían ni los perros del vaticano. Dicen
que mientras los príncipes de la iglesia romana vivían como
dioses en la Tierra, el pueblo italiano se arrastraba por
el infierno de las guerras entre sus ciudades estados. Se
dicen tantas cosas que no se puede creerlas todas sin analizarlas
dentro de su verdadero contexto. Una de las cosas que se dicen
es que el papa anuló el matrimonio de su hija para casarla
con un partido mejor. Unos decenios más adelante otro papa
se negaría a anular otro matrimonio en base a sus intereses
específicos, hablando del caso Enrique VIII de Inglaterra.
Es decir, ¿el poder de atar y desatar que Cristo le confirió
a sus Apóstoles y fue monopolizado por el obispo romano es
un poder para hacer y deshacer lo que le venga en gana? ¿Hoy
digo Sí y mañana digo No y la doctrina del Maestro me la paso
por entre las patas porque yo soy el Papa? ¿Entonces Jesucristo
está muerto: Viva el Papa?
No sé si en este recordatorio de las proezas del papado
contra el que la Reforma se alzara, cometiendo el error fatal
de no distinguir entre iglesia romana e Iglesia Católica,
pero movida por una justa causa, debiera incluir las dos olas
de terror que el monstruo pontificio, hijo de la iglesia romana,
desencadenó contra los cardenales y los obispos italianos.
Las crónicas estan ahí para ser leídas. Los anales del Vaticano
han mantenido oculto los crímenes de sus inquilinos, pero
ya ha llegado el tiempo de salir a luz todo lo que estaba
oculto. Las memorias de los criminales que se llamaron santos
padres, cuya serie ininterrumpida, se dice, ha llegado hasta
el asesinato por envenenamiento de Juan Pablo I, están a disposición
de todos. Por esto digo que no sé si merece la pena traer
a estrado las dos olas de terror que el santísimo padre Alejandro
VI, Dios lo tenga donde se merece, desató contra los enemigos
de sus hijos.
Como los que le precedieron, Alejandro VI tuvo hijos para
crear un ejército, y elevó al poder y a las riquezas a todos
los que pudo y quiso. Uno de sus hijos, hecho Duque de Gandía
y Benevento, fue hallado flotando en las aguas del río. Loco,
desesperado, el monstruo que llevaba la iglesia romana dentro
se revolvió en su trono maldiciendo a todos sus asesinos y
a todos los que sabiendo lo que se tramaba no hicieron nada
por impedir el crimen. La lista de los que fueron torturados
y asesinados, entre cardenales, obispos y príncipes imperators
es uno de esos enigmas que el Vaticano ha mantenido oculto
bajo sus alfombras. Yo, lejos de sentir pena o misericordia
por los que le dieron la teta al monstruo y luego fueron devorados
por el mismo dios al que adoraron, prefiero pasar de largo
y dejar la memoria de aquella ola de terror a escritores más
atraidos por lo morboso. Sólo diré que al final al Papa le
vino estupenda la muerte de su bastardo, porque aprovechando
la ocasión expropió a todos los condenados, convirtiéndose
por este medio en el hombre más rico del mundo.
Lo dicho, Jesús condenó el almacenamiento de riquezas y
el Papa bendijo lo que Jesús condenó cuando este delito ante
Dios es justificado ad maiorem habemus papa gloriam,
que es reirse de todos los hijos de Dios, empezando por el
Unigénito. Así las cosas, entre aquella larga serie de crímenes
callados por el Vaticano la muerte en la hoguera de Savonarola
¿a quién le sorprende? Si en Roma eran ejecutados decenas
de cardenales a diario acusados de haber criticado al Papa
¿cómo iba a escapar el profeta florentino a la cólera de aquel
anticristo? De todos los pecados de Savonarola pedir la reunión
de un Concilio Ecuménico Apostólico que depusiera a aquel
monstruo fue su crimen imperdonable número uno.
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Es obvio que Enrique VIII no defendió su causa de divorcio
desde una posición de lógica pontificia. Si lo hubiera hecho
ni el emperador ni el papa hubieran podido oponerse a su divorcio
de la reina legítima de Inglaterra. Las anulaciones de matrimonio
eran una de las principales fuentes de riqueza de los estados
pontificios. Durante el papado del Borjia las anulaciones
se firmaron un día sí y otro no. El problema era qué obtenía
la iglesia romana y su jefe a cambio de escupirle en el rostro
a Cristo. No se comete un delito de esta naturaleza por nada
a cambio. Había que poner sobre la mesa un cheque. El error
de Enrique VIII fue pedir la anulación en razón de su cara
bonita.
En el 97 el Papa anuló el matrimonio de su hija Lucrecia,
por ejemplo, para casarla con un hijo de Alfonso II. Aunque
claro, Lucrecia no era Catalina, por muy reina de Inglaterra
que esta fuera. Lucrecia era la reina porno de Roma. El Banquete
de las Avellanas tuvo lugar en el mismo año de 1501 durante
el que Lucrecia ejerció de reina de la iglesia romana y se
escribió la Historia de la Segunda Pornocracia Pontificia
en los anales ocultos del Vaticano. El santo padre con la
puta de su hija, el hermano con la amante del santo padre,
la hija con el hijo del santo padre, este era el ejemplo para
toda la cristiandad. ¿No era lógico que un Gerónimo Savonarola
alzara el grito al cielo y llamara a Concilio a todos los
obispos de la Iglesia Católica?
El ejemplo servido en la cúpula nos podemos imaginar en
qué convirtió la iglesia romana el Honor de Dios y de su Iglesia.
¿No habían razones para una Reforma? ¿No habían razones para
entrar en el Templo y expulsar a todos los vendedores de indulgencias
al servicio de la iglesia romana y su jefe de monopolio? ¿No
habían razones para la rebelión de los cardenales a los que
las proporciones de la inmoralidad y el anticristanismo que
ellos mismos habían promocionado les sacaban arcadas con origen
en los mismos hipogeos de sus repugnantes vientres?
Al horror le siguió el terror. La segunda ola de terror
se desencadenó, al primer golpe los poderosos clanes de los
Orsinis y los Colonnas, cunas de tantos Papas, cardenales,
arzobispos, obispos y amén de siervos de Roma, cayeron en
picado. Sus fortunas fueron confiscadas y entregadas a los
hijos del Borjia. El número de los que cayeron bajo esta segunda
ola de terror puede calcularse vagamente. Su sustitución por
una legión de cardenales títeres hizo que no se les echara
de menos. El dios romano simplemente quitaba y ponía. Nada
nuevo bajo el sol. Uno malo pero conocido era sucedido por
otro malo pero desconocido. La misma cara con distinta máscara.
El mismo perro con diferente collar. Nada nuevo bajo el sol.
Al Borjia le sucedería otro Papa hecho a su medida. Sus crimenes
serían sucedidos por nuevos crímenes. La Iglesia Católica,
sujeta a la locura de la iglesia romana en razón de los intereses
monárquicos de la Europa Medieval, sólo podía rezar porque
en su Caída el sucesor de Pedro no arrastrase a todos las
iglesias al Infierno. A la muerte de Alejandro VI Borjia,
como si los demonios celebrasen duelo, la violencia celebró
su propio Banquete en las calles de Roma.
(Canon
noveno del Primer Concilio de Nicea, el del Credo)
Si alguien ha sido hallado en pecado y contra los cánones
es investido, el derecho canónico exige la deposición del
tal, porque la Iglesia Católica es la Comunión de los Elegidos
de Dios, según la Palabra de su Hijo: Lo que mi Padre me ha
dado es lo mejor"
Pero Jesucristo estaba tonto en politica y por eso lo crucificaron,
¿o no?
Que conteste
Benedicto XVI