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SALA DE LECTURA

HISTORIA UNIVERSAL DE ESPAÑA
 

GUERRA DE LA INDEPENDENCIA.

HISTORIA DEL LEVANTAMIENTO, GUERRA Y REVOLUCIÓN DE ESPAÑA

 

INTRODUCCIÓN : CAPITULO VI

CAMPAÑAS DE 1791 Y 1795 —PAZ DE BASILEA

 

Al mismo tiempo que el conde de Aranda purgaba en el destierro la culpa de haber sido más previsor que sus contemporáneos, la campaña de 1794 justificaba desde un principio la exactitud de su modo de ver y la oportunidad de sus buenos consejos. El general Ricardos, que como hemos visto, había sido llamado a la corte para concertar los planes de guerra, se preparaba a marchar al ejército con objeto de realizarlos; pero el árbitro de los destinos de los hombres y de los pueblos, privó súbitamente a España del apoyo que hubiera podido tener en los talentos de este general distinguido. Su muerte, verificada en Madrid el día 13 de marzo de 1794, fue un agüero infelicísimo para la campaña que se iba a inaugurar, siendo de creer que sus desastres hubieran sido menores, a haberla podido dirigirían ilustre guerrero, como la dirigió en el año anterior. El gobierno dio el mando del ejército del Rosellón al conde de O’Reilly, capitán general que era entonces de los reinos de Andalucía; el cual, habiéndose puesto en marcha para encargarse de la dirección del ejército, cayó enfermo en el camino, y murió también antes de llegar al cuartel general. No parecía otra cosa sino que el cielo se encargaba de abrir los ojos a nuestro gabinete con señales las más tristes y lúgubres; pero ciego aquel a estas, como lo había sido a los consejos de los hombres más ilustrados, continuó adelante en su tema; mientras disponía el sucesor que debía reemplazar a los dos generales que acababan de fallecer, quedó el mando interino del ejército a las órdenes del marqués de las Amarillas.

Los franceses abrieron la campaña el día 4 de abril, y se apoderaron el 7 de la posición de Bañuls les Aspres, que habían abandonado el 21 de diciembre anterior al tomar sus cuarteles de invierno. Desde el momento que ocuparon este punto, el ejército español fue diariamente atacado, constituyéndose su línea en una alarma perpetua durante las noches. El general español debió haber atacado a los franceses para impedir que se posesionasen de Bañuls, o ya que no le hubiese sido dable estorbarles su intento, debiera haberlo hecho para desalojarlos de su posición; pero en vez de obrar así, se contentó con mantenerse a la defensiva; primera y gravísima falta de que el historiador Marcillac acusa al marqués de las Amarillas. Obligados los españoles a abandonar los puestos de Lies y Montellá, se retiraron a la Seo de Urgel, que fue tomada por el enemigo, aunque solo se mantuvo allí treinta horas, dándose después el 18 de abril la batalla del Palau del Vidre, que fue perdida por los españoles. Amarillas cometió otra falta en esta ocasión, pues habiendo podido apoderarse del campo de Bañuls, que había quedado casi abandonado por los franceses, perdió segunda vez la oportunidad de acreditarse con la recuperación de este punto. Los primeros ataques hacían ganar terreno a los franceses y desalentaban a los soldados españoles, que no veían ninguna de las grandes combinaciones a que estaban acostumbrados bajo el mando de Ricardos. El gobierno puso la vista en el conde de la Unión, que en su calidad de general de división había manifestado grandes talentos durante la anterior campaña, y le dio el mando en jefe, del cual se hizo cargo el 28 de abril. Este nombramiento no fue, al parecer , muy del gusto de los demás generales que se hallaban a sus órdenes, los cuales eran mucho más antiguos que él, resultando una falta de armonía que produjo fatales resultados, según el mencionado historiador. Los principios de su generalato fueron desgraciadísimos. Vencedores los españoles en el ataque de la montaña de Nuestra Señora del Vilar, se vieron obligados después a retirarse de la posición del Buló, y esta retirada se verificó con precipitación y desorden. Perdidas por nuestras tropas las batallas de Montesquieu y de la Trompeta, se verificó también la retirada del alto Wallespir, la de Bañuls de Miranda y la de Argeles. El conde de la Unión, en vez de ocupar la cumbre de los Pirineos, guardando así sus desfiladeros y puertos y manteniéndose en una posición ventajosa y difícil de forzar, creyó no deber guardar sino el Coll de Portell, que fue perdido bien pronto, y con las reliquias de su ejército se retiró bajo los cañones de Figueras, para reunir y reformar allí los diferentes cuerpos de que constaba su ejército. Ocupadas por los españoles las posiciones de S. Lorenzo de la Muga, el Coll de Portell, Aspollá, el Coll de Bañuls y Rosas, y teniendo delante de esta línea a Bellegarde, Colliuvre, Portvendres y Bañuls, pudo el conde de la Unión reformar y aun reorganizar mecánicamente su ejército; pero la confianza estaba perdida, y el decaimiento de los ánimos en los soldados era un presagio seguro de nuevas derrotas. Mientras el ejército español se formaba en Figueras, los franceses, dueños del Coll de Portell y del de Bañuls, lo eran también de la cumbre de los Pirineos que tenían a sus espaldas; bloqueaban Bellegarde, Colliuvre y Portvendres, y habían fijado su cuartel general en la Junquera. Asegurada su línea de defensa, resolvieron apoderarse de las plazas principales que los españoles poseían en el territorio francés. El conde de la Unión, que observaba todas las circunstancias que pudieran serle favorables para familiarizar de nuevo a sus tropas con la victoria, determinó atacar la derecha de los franceses en San Lorenzo de la Muga, como punto menos susceptible de ser prontamente socorrido por las tropas republicanas, ocupadas en su mayor parte en el bloqueo de las plazas marítimas. El ataque de la Muga fue desgraciado, pues a pesar de haberse apoderado los españoles de sus alturas, no pudo verificarse la acometida sobre todos los puntos a un mismo tiempo, por haberse retardado en la marcha una de las columnas, y quedó la victoria por los franceses. El Coll de Pendix con el de Sau  defendido por simples paisanos, fue ganado también por las tropas republicanas, sucediendo lo mismo con el puesto de Prats-Agre y con el Coll de Bimboca; pero fueron rechazadas en la altura de Boixasa, donde el valor de los paisanos las obligó a retirarse con pérdida sobre Puigcerdá.

Los franceses entretanto habían puesto todo su empeño en apoderarse de las plazas de San Telmo, Colliuvre y Portvendres. Las tropas españolas que defendían estas tres fortalezas ascendían apenas a ocho mil hombres, mientras los enemigos las asediaban con treinta mil, teniéndolas cercadas por todas partes sin esperanza de poder recibir auxilios. El gobernador de San Telmo, viéndose en la situación mas crítica, intentó una salida para desalojar de las alturas a los sitiadores; pero después de haber dado los españoles las pruebas más relevantes de valor y aun de temeridad, se vieron obligados a refugiarse dentro de la plaza que no era ya, en aquellos momentos, sino un montón de ruinas. Una , dos y tres veces fue intimada la rendición al jefe español, y otras tantas fue rechazada por este, contestando a la última con un fuego mortífero de los cañones de San Telmo y de los castillos de Colliuvre y Portvendres. Decididos los franceses al asalto de la primera de estas plazas, bajaron tres veces a los fosos, llegando hasta el pie de los muros arruinados: tres veces fueron rechazados también y obligados a desistir del asalto, dejando en los fosos las escalas con que lo proyectaban, al lado de los cadáveres y de las armas de los atrevidos escaladores. Esta resistencia, sin embargo, no era posible que pudiera salvar la plaza, y no servía sino para poner á cubierto el honor de las tropas españolas, manteniéndose en ella hasta el momento en que la rendición no pudiera considerarse como degradante. Perdidas todas las esperanzas de socorro, y siendo imposible ya toda resistencia, el gobernador español accedió a parlamentar. El general francés Dugommier ponía por condición la promesa, por parte de los rendidos, de no volver a empuñar las armas durante la guerra, pidiendo además que se le entregase un número de prisioneros igual al de la guarnición, con cuyas condiciones se concederían a esta los honores de la guerra y la facultad de volverse por tierra a España.

El gobernador consideró inadmisibles estas proposiciones, y no quiso acceder a ellas. Volvió en consecuencia a comenzar nuevamente el fuego; y mientras tanto proyectó el jefe de nuestras armas evacuar San Telmo y Portvendres durante la noche, como así lo verificó en la del 25 de mayo, teniendo la satisfacción, ya que no de haberse podido sostener en aquel punto, de no haber accedido a lo menos a la capitulación que Dugommier le proponía. Retiróse en consecuencia a Colliuvre; pero tanto esta plaza como la de Portvendres presentaban una imposibilidad absoluta a la defensa, una vez ocupado San Telmo. Convencido de esto el gobernador español, procuró evitar otra vez la capitulación que anteriormente había desechado, y con este designio intentó salvar las tropas mediante un embarque; pero no habiendo podido llegar la escuadra española a su debido tiempo, a consecuencia de un deshecho temporal que a ello se opuso, se vio precisado a rendirse, accediendo a la capitulación que por el enemigo le fue propuesta. Honrosa esta para nuestras armas, obtuvieron los españoles los honores de la guerra, saliendo por tierra para España con la condición de devolver un número de prisioneros franceses igual al de los españoles que componían la guarnición rendida.

El honor español que tan airoso había quedado con la defensa que hizo de estas tres plazas, mientras fue posible hacerla, lo quedó mucho más con un rasgo que merece referirse, y que puede considerarse como característico en la honradez nacional. Hemos dicho ya que entre las tropas españolas militaban algunos emigrados franceses, a quienes la revolución o el odio con que la miraban había echado de su país; y hemos dicho también que la Convención nacional había decretado la muerte contra todo francés emigrado que fuese cogido con las armas hostilizando a la República. Una parte de la guarnición que defendía San Telmo se componía de estos infelices, y su perdición era segura e infalible si caían en manos de las tropas republicanas. El gobernador de la plaza concibió el designio de libertar a los emigrados, aun a costa de su propio peligro, y dilatando la rendición por todos los medios posibles, procuró a favor de la noche sacarlos a salvo. Hízolo así en efecto, y embarcándolos en Portvendres al abrigo de la oscuridad, evito a los franceses un crimen inútil. Salvados ya los legionarios, y no quedándole nada que hacer en obsequio del honor militar, evacuó la plaza como hemos dicho.

Por lo que respeta al centro del ejército, los españoles hacia ya dos meses que continuaban en su línea delante de Figueras, línea constantemente atacada por el ejército francés. Entre estos ataques diarios, y en los cuales se tornaban y se perdían los puntos alternativamente, se distinguió el que los franceses verificaron el 7 de junio con el proyecto decidido de forzar la línea española. El general Dugommier hizo aproximar su derecha hasta tiro de fusil de los reductos de Llers, cuya defensa estaba a cargo del general Courten, el cual, habiendo recibido dos batallones de refuerzo, obligó a los franceses a retroceder, persiguiéndolos hasta dentro de sus mismos puestos. Los franceses entretanto se apoderaron de la ermita del Roure, cuya ocupación les facilitó los medios de avanzar sobre el centro de nuestra línea. Conocido este peligro por el general en jefe español, resolvió recuperar a todo trance la mencionada ermita, como así se verificó por el mayor Hogan, puesto a la cabeza de un batallón de Hibernia y de cien hombres pertenecientes a la guardia de granaderos reales y dragones de Numancia. Los franceses tuvieron seiscientos muertos en esta jornada, contándose entre los cadáveres el célebre jacobino Labarre, un representante del pueblo y dos generales. La matanza hubiera sido mayor y mas satisfactorio el éxito, si el comandante de nuestra caballería hubiera seguido la retirada de la francesa, cortando al enemigo en ella, como desde luego pudo hacerlo

Por la parte de la Cerdaña perdieron los franceses las alturas, viéndose obli­gados a retirarse al llano el día 4 de junio, y debiéndose este suceso a los valientes paisanos que se habían armado para defender su país. Estas milicias improvisadas, amadas somatenes, se distinguieron notablemente durante la guerra, sin exceptuar las mujeres, las cuales rivalizaban con los hombres en denuedo y entusiasmo nacional. En la mencionada acción del 4 de junio se las vio animar a sus padres, maridos, hijos y hermanos en la defensa de su país, ocupándose en distribuirles municiones a los fusiles de repuesto para que el fuego continuase sin descanso.

Menos afortunados los somatenes el día 12 del mismo mes, perdieron las alturas que cubrían el flanco derecho del campo del Príncipi, el cual fue tomado por los franceses, pero estos fueron después arrojados de aquel punto por los mismos somatenes, aunque reforzados con tropas. Los republicanos fueron perseguidos hasta el rio de la Muga con pérdida de 200 hombres. Si los generales franceses de aquella época hubieran poseído verdaderos conocimientos militares, habrían podido verificar un golpe de mano sobre Gerona desde el momento en que ocuparon el campamento del Príncipi y el Coll de Basagorda; pero habiéndose descuidado en reforzar los puntos de una manera conveniente, perdieron el fruto de la victoria que sobre los somatenes habían conseguido. Esto no impidió que hiciesen una incursión a Campredon y Rivas, donde devastaron y profanaron las iglesias y las sagradas imágenes. Esta incursión hizo conocer al conde de la Unión su falta de previsión y de acierto en confiar a simples paisanos la defensa a su izquierda, dejándola desguarnecida de tropas regulares. Para reparar esta falla, envió cinco batallones de línea, otros cinco de somatenes y trescientos caballos, a las órdenes del mariscal de campo Vives, el cual cumplió su encargo de desalojar a los franceses de Rivas y Campredon en los días 17 y 48 de junio. A esta acción se siguieron diariamente otras varias, siempre parciales y de poca consecuencia.

Cansado el conde de la Unión de estos ataques continuos sobre su línea de Figueras, mandó al mariscal de campo La Cuesta verificar un ataque sobre la Cerdaña, a fin de llamar la atención de los franceses por aquella parte y libertar así la derecha de su línea, objeto incesante de aquellas continuas acciones. La Cuesta salió de la Seu de Urgel con 3,440 infantes y 200 caballos, dividiendo en tres columnas aquella fuerza, compuesta de somatenes en su mayor parte. El día 27, al frente de dos de las mencionadas columnas, ocupó la altura de Bellver, y obligó a los franceses a retirarse a este punto; mas no pudo apoderarse de él. La otra columna había entretanto bajado al llano que se halla á la parte inferior de Puigcerdá, mas no le fue posible tampoco ocupar este punto, y La Cuesta se vio precisado a verificar su retirada no sin grandes dificultades. Los españoles tuvieron en esta expedición 348 hombres de pérdida, 66 de ellos muertos, 44 heridos y 208 pri­sioneros.

Al extremo del nordeste de Cataluña, y en la parte que esta se une con el valle de Aran, existía un destacamento español, cuyo centro estaba en la villa de Esterri. El destino de este destacamento era poner a cubierto de cualquiera invasión los desfiladeros que caen sobre aquella parte del Principado, y la guarda de estos estaba confiada a los somatenes, sostenidos por una pequeña fuerza de tropas de línea. Las dificultades para penetrar por aquella parte eran muchas, a causa de lo escarpado de los Pirineos; pero eso no obstante, los franceses se abrieron paso el 5 de julio con una columna de 4,500 hombres, provista de sus correspondientes cañones de montaña; y desembocando por el puerto de Pallas, se lanzaron sobre el puesto avanzado del Boquete, cuyo comandante, atacado súbitamente y por dos partes a un mismo tiempo, no pudo mantenerse en aquel punto, y se vio precisado a retirarse. Los franceses ocuparon la villa de Esterri, después de una corta aunque sostenida resistencia por parte de sus defensores, retirándose estos al punto de Terraza, donde quedaron observando los progresos del enemigo. Este por su parte se contentó con saquear las iglesias y las casas particulares, abandonando la villa después. Así la invasión del valle de Aran fue tan momentánea entonces como la de Rivas y Campredon. Mas adelante fue desbaratada otra intentona de los franceses sobre los puestos avanzados de Llers. Enfadado el general Courten de las diarias escaramuzas del enemigo sobre aquellos puntos, dispuso una emboscada con objeto de escarmentarle; pero si bien bastó esta para hacerle retroceder, no sufrió sin embargo gran pérdida, por haberse disparado algunos tiros antes de tiempo, los cuales advirtieron a los franceses el peligro en que estaban.  Así continuaba la lucha, siempre con acciones parciales y siempre con movimientos aislados, tales como los que se verificaron sobre Massarach, San Clemente y Mollet, aunque sin resultado feliz para el enemigo.

Esta guerra de posiciones, aun cuando no produjese consecuencias decisivas para los franceses, producía sin embargo el efecto de tener entretenidos a los españoles; y esto, bien considerado, era un mal gravísimo para nuestras armas. El conde de la Unión determinó hacer lo posible por terminar aquel estado de alarma incesante, formando una combinación o plan general que pudiera ponerle en el caso de tomar la ofensiva. La única conquista que a los españoles había quedado de las hechas en la campaña anterior, era Bellegarde, plaza que defendía el marqués de Valle-Santoro, con un valor y decisión a toda prueba; pero desprovisto de víveres y no recibiendo, a causa del estrecho bloqueo que sufría, sino socorros parciales e insignificantes, se veía reducido al último extremo; y continuando así, su rendición tenia que ser inevitable. Deseoso el conde de la Unión de mantener aquella conquista, creyó lo más oportuno verificar un gran movimiento con el ejército que tenia delante de Figueras para obligar a los franceses a repasar los Pirineos, o ya que esto no fuese posible, para introducir en la plaza refuerzos y provisiones. Su plan se redujo a atacar a los franceses desde Campredon hasta el mar, es decir, sobre toda la línea que estaba delante de Figueras. El verdadero ataque debía dirigirse contra los puestos de la montaña de Terradas, del puente de Grau y de San Lorenzo de la Muga, procurando distraer a los franceses de la defensa de estos puntos por medio de otros seis ataques falsos dirigidos contra su izquierda sobre los campos de Manora, Villanoya, Cantallop y alturas de Collera, y sobre Portvendres y Colliuvre, que debían ser hostilizados por la escuadra del general Gravina. Tomado San Lorenzo de Muga, debían dirigirse 14,000 hombres escogidos y 6,000 somatenes sobre la derecha del enemigo, para atacar la fábrica de la Muga inmediata al pueblo, de la cual habían hecho los franceses su retrincheramiento mejor. Una división mandada por Courten debía entretanto atacar la montana de Terradas, y cooperar sin dilación a la toma de dicha fábrica. Una segunda división a las órdenes del brigadier D. José Perlasca debía atacar las baterías del puente de Grau, mientras el mariscal de campo don Domingo Izquierdo debería hacer lo mismo por el flanco derecho, procurando rodear a los enemigos con dos columnas. Obtenido que fuese un resultado, debían reunirse todas ellas sin dilación para realizar de consuno el ataque de la fábrica. El mariscal de campo D. Diego Godoy debía procurar por su parte rodear la posición de la Muga, cayendo sobre la retaguardia del enemigo cuando se verificara el ataque sobre los otros puntos. Combinado así el plan, hizo el conde de la Unión reconocer por los comandantes de las columnas el terreno del futuro combate; y hecho esto, señaló el día 12 de agosto para la realización del mismo. Las divisiones se pusieron en marcha por la noche, llegando todas a sus respectivos puntos sin experimentar obstáculo. Ninguna señal daba indicios de que las tropas republicanas tuviesen antecedente o sospecha de la marcha de los españoles. Courten llegó al pie de la montaña de Terradas, y cargando sobre ella dos veces, fue rechazado otras dos: sus tropas sin embargo acometieron por tercera vez con bayoneta calada, y arrojándose dentro de las balerías enemigas, consiguieron apoderarse de ellas. La división que mandaba Perlasca desalojó también a los franceses, y se detuvo después para esperar la división de Izquierdo, cuya llegada había sufrido retardo, a consecuencia de haber sido batida una de sus columnas. Izquierdo, a pesar de este incidente, se apoderó de una de las dos baterías enemigas que se le había mandado tomar, y llegó a la altura del campo de S. Lorenzo de la Muga. Godoy por su parte, habiendo conseguido ponerse en emboscada sobre la retaguardia del ejército francés, esperaba la orden de atacar la fábrica, pero la derrota de la columna que acabamos de mencionar, destruyó el conjunto de operación, y faltando la reunión de las tropas sobre el punto señalado, dio tiempo suficiente a los franceses para traer refuerzos de la Junquera. Llegados estos por la derecha del ataque verdadero, Izquierdo y Perlasca se vieron obligados a retirarse, mientras Courten, que había perdido la ofensiva sobre la izquierda, contenía con bastante dificultad al enemigo, que se reforzaba considerablemente. Viendo entonces la Unión que las divisiones de Izquierdo y de Perlasca se hallaban en imposibilidad de volver al ataque, mandó a Courten que se retirara, como así lo hizo, siendo protegida su retirada por el general portugués Forbes.

El ataque por la derecha de la línea española sobre el campo francés de Cantallop, tenia por único objeto llamar la atención del enemigo; pero podía sin embargo ofrecer resultados de consecuencia, en razón a ser 4,000 infantes y 1,300 caballos los que lo verificaban. El mariscal de campo D. Valentín Bellvis tenía orden de aprovecharse de las circunstancias favorables que el ataque pudiera ofrecer, y mandó salir de Espollá al brigadier Taranco para atacar el campo de Cantallop. Ya estaba la acción empeñada, cuando el mencionado brigadier supo que una división francesa se dirigía sobre el reducto de Espollá: llegada a este punto, no le fue posible tomarlo, gracias a la intrepidez con que el mariscal lo supo defender con la legión de la Reina. Las tropas de Taranco recibieron entretanto orden de volver a su campamento, y su retirada fue protegida por Gand, cubriéndose de gloria el segundo batallón de Valencia a las órdenes del teniente coronel la Roca , por la serenidad y valor con que detuvo tres batallones de infantería francesa; hasta que nuestras tropas volvieron a entrar en su posición. El almirante Gravina por su parte, habiéndose hecho a la vela desde Rosas con tres chalupas cañoneras, dos navíos y una fragata, había incomodado la costa con el fuego de sus chalupas.

Durante la ejecución de este plan combinado sobre la izquierda y cen­tro de la línea francesa (el cual nos costó 233 muertos y 600 heridos), las tro­pas republicanas volvían por su derecha y por Puigcerdà sobre Esterri. Una columna bastante fuerte bajó con sus cañones de montaña por el puerto de Aulas, limítrofe del valle de Aran; y rechazadas las avanzadas españolas y obligadas a abandonar los puestos de Alos, Isis, Boren e Isabarre que cubrían el valle expresado, fueron estas poblaciones completamente saqueadas por los franceses. Su permanencia en ellas fue corta sin embargo, porque reuniéndose los paisanos del valle de Aneu bajo la dirección del cura de Isis y de los bailes de Valencia, Sort y Esterri, se lanzaron sobre los invasores y los forzaron a retirarse, dejando entre los muertos un comisario de la Convención.

Aunque la acción combinada del 43 de agosto no surtió el efecto que el conde de la Unión se proponía, produjo sin embargo el de quedar Figueras despejada por su izquierda; pues habiendo conocido los franceses la demasiada extensión de su línea, y temiendo que si el general español volvía con fuerzas mas considerables, pudiera este forzar su centro y cortar aquella , abandonaron el 22 del mismo mes a San Lorenzo de la Muga y el punto de la Magdalena, juntamente con la montaña de Ferradas que cubría este punto. Concentrados sobre la fábrica de la Muga, tuvieron que abandonarla también, dejándola destruida, lo mismo que los puentes del rio de la Muga: y acortando su línea y acercándose mas al centro, apoyaron su derecha en Darnius. El resto de la línea francesa estuvo siempre en la Junquera, en Cantellop y en el Coll de Bañuls. La Unión hizo ocupar inmediata­mente los puntos abandonados, y Figueras, como hemos dicho , quedó despejada por su izquierda.

El movimiento de las tropas republicanas obligó al general español a avanzar su línea, y a ocupar las alturas que se hallan a la derecha del camino que va a la Junquera, las cuales empiezan cerca de Capmany. Con este designio, mandó á su derecha hacer el 47 de setiembre un cambio de frente por la extremidad de su izquierda, en cuyo movimiento se manifestó muy poco avisado, cometiendo la falta capital, entre otras, de extender demasiado su línea, careciendo de gente bastante para conservar su nueva posición. Si los generales franceses hubiesen sido bastante hábiles, hubieran podido aprovechar con gran ventaja suya el desacierto cometido por el conde de la Unión; pero los conocimientos de aquellos rayaban demasiado en la medianía , y no supieron sacar partido de la falsa posición de su contrario. Conociendo la Unión la inacción a que el movimiento que acababa de verificar, condenaba a su centro, resolvió llevarlo sobre Montroig, rectificando así su línea, y procurando tomar la escarpada montaña del mismo nombre, para por este medio poder incomodar la comunicación del centro del ejército francés con su derecha. El brigadier Taranco recibió la orden de dirigirse con 4000 hombres a tomar la montaña; y el 24 al amanecer llegó a ser escalada por una columna de granaderos, con poca resistencia por parte de los franceses. Demasiado confiados los españoles en la superioridad de sus fuerzas, descuidaron con una imprevisión lamentable establecerse militarmente en la cresta de la montaña, cometiendo además el oficial que había conducido la columna, la impericia de no calcular la extensión y capacidad de la llanura en que termina aquella, la cual no permite desplegar más fuerzas que cuatro compañías. Acumulada en la cresta de Montroig mas gente de la que en ella cabía, y subiendo detrás de los granaderos nuevas columnas con bastante desorden, se amontonaron en ellas los unos y los otros, mientras un destacamento respetable avanzaba con dirección a un castillo arruinado que estaba en frente de Montroig y al cual se había retirado un batallón francés. Este hizo fuego desde las ruinas sobre los españoles que avanzaban, y una voz de somos cortados, salida de entre estos, esparció la confusión y el terror sobre el resto, y echaron a correr, arrastrando detrás de sí a las tropas amontonadas sobre la eminencia de la montaña. Nuestra derrota fue completa: los soldados, pensando solo en correr con mas ligereza, arrojaban los fusiles; y son pocos los casos de terror pánico que puedan ser comparados a este, con menos motivo, para justificar confusión semejante. Efecto de la demasiada confianza y de la impericia del oficial mencionado, este hecho de armas, bien poco satisfactorio por cierto, nos hizo perder una posición casi inexpugnable, y que en dos ocasiones se mentará siempre de un modo poco capaz de adular nuestro amor propio; la una en la acción de que estamos hablando, y la otra en el descuido que la Unión había mostrado en tomarla antes, cuando verificó desordenadamente su retirada del Buló.

Irritado el conde de la Unión de la conducta observada por las tropas cuyo terror les había hecho perder aquella posición ventajosa cuando estaban posesionadas ya de ella, hizo quitar a todos los oficiales y soldados que componían la expedición las escarapelas y distintivos militares, e impuso pena de la vida a todo individuo que dejase sus filas, o que se separase de sus banderas a distancia de un tiro de cañón, decretando el mismo castigo contra todos los que arrojasen las armas. Esta sentencia humillante produjo en los que habían cometido esta última falta, el hidalgo deseo de repararla con hechos de bravura y denuedo que pudieran hacerla olvidar. Puestos a las órdenes del valiente Echevarría por espacio de cuarenta días, salían todas las mañanas al amanecer, y no volvían a sus tiendas hasta después de haber provocado al enemigo o penetrado dentro de su campo. El conde de la Unión, que los había sometido a una expiación tan severa como gloriosa, los restituyó a su gracia antes de concluirse el término prescrito para aquella prueba, y rehabi­litados estos valientes en sus derechos, manifestaron hasta la evidencia que si por defecto del que antes los había mandado incurrieron en una falta momentánea, tenían en sí mismos los medios de volver por su honra, y de hacerse constantemente acreedores a la estimación del ejército y al aprecio de su general.

Bellegarde entretanto, echados como estaban por tierra los planes que el conde de la Unión había formado para libertarla, se hallaba reducida al último extremo y privada de lodos los medios de poder sostenerse más. Rodeadas todas sus avenidas por 30,000 franceses, y observada además por otro ejército de 4 0,000 hombres, había quedado completamente incomunicada con nuestras tropas en los tres meses que llevaba de sitio. Puesto a la mas horrible de las pruebas el valor de sus defensores, habían estos sufrido el hambre y las enfermedades con heroica resignación, sirviéndoles de alimento en los últimos días la carne de los animales más inmundos. Sin víveres, sin recursos, sin ninguna noticia de sus compañeros, y habiéndose disminuido su guarnición de un modo considerable, fue preciso por fin capitular; y el 17 de setiembre recobraron las tropas francesas la única posesión que sus enemigos tenían en el territorio de la república. Últimos los españoles en abandonar Toulon al final de la campaña precedente, fueron los postreros también en retirar el pie de la Francia que con tanta pericia habían sabido invadir: nuestros pendones ondearon con gloria en aquella fortaleza asediada y de tantas maneras afligida; y con gloria cedieron también, apurados, como lo fueron, todos los medios de valor y de resistencia que caben en la tenacidad y en la perseverancia.

Después de esta disputada y sensible pérdida, volvieron los ejércitos beligerantes a sus primeras acciones parciales, especialmente por la parte del centro, distinguiéndose entre ellas la del 13 de noviembre, en que 240 soldados españoles que habían sido degradados por haber arrojado las armas en la montaña de Montroig, volvieron a recobrar los honores, la escarapela y los uniformes que en 21 de setiembre habían perdido. Todos los ataques verificados por los franceses contra la izquierda de la línea general de defensa de Cataluña, tenían por único y exclusivo objeto llamar la atención de los españoles para hacerles temer una invasión por aquella parte, y obligarlos a socorrerla, sacando fuerzas de la línea que estaba delante de Figueras, debilitada la cual, el general francés Dugommier se proponía atacarla con todas las suyas. El conde de la Unión conoció la artería de estos ataques, y en vez de desguarnecer su línea, redobló más y más la vigilancia; pero estaba escrito que este general había de ser desgraciado en toda la campaña, y la posición que tomó el 18 de setiembre produjo por fin la más funesta de todas las consecuencias, como vamos a ver.

Decidido el general Dugommier a verificar un ataque en regla sobre la línea española, hizo desembocar el 17 de noviembre sus numerosas columnas sobre todos los puntos de aquella. El ataque se hizo general, y pareció desde un principio que los franceses estaban resueltos a forzar simultáneamente todas las posiciones. Su fuerza principal pesaba sin embargo sobre la izquierda del ejército español, por ser esta la que mas probabilidad de suceso les ofrecía, obtenida una vez alguna ventaja. Courten se defendió con aquella presencia de ánimo y con aquel valor que tan acreditados tenia; pero no habiéndole llegado los socorros que reiteradamente y previendo las consecuencias de la acción había pedido, se apoderaron los franceses de la izquierda, y aquel valiente ocupó una posición a retaguardia. La suerte acababa de dispensar sus favores a los franceses por la parte de nuestra izquierda; pero menos afortunados en la derecha y en el centro, fueron puestos en derrota completa y acuchillados hasta dentro de sus propios reductos. Taranco los arrojó de sus baterías de Espollá, y el vizconde de Gand cargó sobre ellos en su mismo campo de Cantallop. Al día siguiente por la madrugada volvieron a empezar los franceses el ataque a que la noche del día anterior había puesto fin, y dirigieron todo su conato y todos sus esfuerzos contra la izquierda española, sobre la cual habían salido vencedores en la víspera. Atacando también vigorosamente el centro de la derecha, una granada de obús, dirigida expresamente contra el general Dugommier, puso fin a sus días en la Montaña Negra, sucediéndole Perignon en el mando del ejército. El conde de la Unión, testigo presencial de la habilidad con que el capitán de artilleros D. Benito Ulloa había sabido dirigir la granada contra el pecho del general enemigo, estaba bien ajeno tal vez de creer que al día siguiente produciría él con su muerte igual luto en su ejército. Los franceses tomaron una batería de segunda línea próxima a Figueras, tenida por inexpugnable, y sucesivamente todas las que defienden sus inmediaciones. La noche puso fin por segunda vez a aquel empeño terrible. Courten se refugió bajo los muros del mismo Figueras, quedando indeciso el éxito de la pugna, aunque con menos probabilidades a favor nuestro que en el día anterior. Vino en fin la aurora del 19 , y con ella la solución del ataque comenzado por Dugommier, y seguido con la misma tenacidad por Perignon El centro y la derecha de los españoles que habían resistido el empuje de los enemigos durante dos días, fueron desgraciados ahora, y particularmente aquel, sobre el cual se dirigieron todas las fuerzas de Perignon, coronando su arrojo con la toma de dos baterías. El conde de la Unión, confiado en el ardor y en el entusiasmo de sus tropas, no había querido disponer la retirada (la cual era muy difícil por otra parte, una vez batida la izquierda), y dirigiéndose a los puntos que el enemigo acababa de tomarle, y animando a sus tropas con aquella intrepidez propia suya y que rayaba en temeridad, consiguió recobrar una de las dos baterías; pero adelantándose después solo y llevado de un imprudente valor, con objeto de hacer un reconocimiento, fue atravesado de dos balas cerca de la ermita del Roure, donde se halló su cadáver, cubriendo de sangre el terreno que cual simple soldado había defendido.

La muerte del general difundió la consternación y el desconcierto en nuestras filas. El mando correspondía al príncipe de Monforte como general más antiguo, pero no lo quiso tomar. Un terrible debate entre él y las Amarillas dilató la incertidumbre por espacio de tres horas, y mientras tanto avanzaban los franceses, verificándose aquello de «dum delirant reges, plectuntur achivi.» Amarillas por fin tomó el mando del ejército, y ordenó la retirada, dando una vuelta considerable para evitar el encuentro de los franceses. Habiendo llegado bajo de Figueras, reunió inmediatamente un consejo de guerra , propuso abandonar a sus propios recursos el castillo de S. Fernando y condujo el ejército sobre el rio Pluvia, punto intermedio entre Figueras y Gerona. Algunos generales proponían la retirada a esta última ciudad, y mientras duraba la indecisión en el consejo, se supo que Courten era de nuevo forzado en su posición bajo el castillo de S. Fernando, y se oyeron los disparos de la artillería francesa contra el mismo castillo. No siendo ya ocasión de deliberar, Izquierdo con 4000 infantes y 3000 caballos recibió orden de hacer una marcha retrógrada, y tomar la posición del Coll de Oriol que cubre el paso del Fluvia delante de Bascara, encargándose a Courten proteger la retirada que se hizo sobre Gerona. Pero entretanto que la izquierda se retiraba de nuevo, y mientras el centro cedía y Amarillas celebraba el consejo en Figueras, proseguía la derecha batiéndose sin intermisión. Eran las ocho y media de la mañana y la retirada era general, y la derecha ignoraba todavía lo que pasaba en Pont de Molins y en el llano, efecto sin duda de no haberse podido abrir paso el edecán que le llevaba la orden de retirada. Verifícóla sin embargo la mencionada derecha, aunque venciendo dificultades sin cuento, cubriéndose de laureles en aquella marcha angustiosa tanto las tropas como los generales Vives y vizconde de Gand. Ni una sola de las 32 piezas de artillería que llevaban consigo, cayó en poder de los franceses: atacados constantemente y siempre cercados de riesgos, no fueron desbaratados jamás, atravesando el llano de Ampurdán cubiertos de gloria y adquiriendo indisputables derechos a la celebridad y al aprecio de la patria. Cuando el vizconde de Gand llegó a Castellón de Ampurias, hizo presente al consejo de los generales, que siendo necesario tomar los caminos a través de las montañas para llegar a Gerona, no era posible la conducción de artillería por aquellos puntos, siendo lo más prudente enviarla a Rosas suficientemente escoltada. El consejo adoptó este parecer; la artillería llegó felizmente a Rosas, y la división Vives se puso en Gerona al cabo de veinte y tres horas de marcha continua.

Después de las obstinadas acciones de los días 17,18 y 19 de setiembre, en las cuales cumplieron sus destinos los generales en jefe francés y español; después de la retirada de los nuestros sobre Gerona con un cuerpo de ejército sobre el Pluvia, y después en fin de haber ocupado el llano del Ampurdán, los franceses sitiaron la fortaleza casi inexpugnable de S. Fernando de Figueras, en la extremidad occidental de dicho llano, marchando también sobre Rosas, situada a la orilla del mar. Para ser enteramente dueños de aquella parte de España, no les faltaba sino ocupar estos dos puntos, y la suerte por desgracia decidió que los ocupasen. Hemos dicho la suerte, y nos hemos explicado mal, a lo menos por lo que respecta a Figueras. Este castillo, tenido con razón por uña de las primeras fortalezas de Europa, debió su rendición, no a la superioridad de las fuerzas enemigas, no a la falta de subsistencias o recursos, sino a la cobardía del brigadier Torres, su gobernador, cuando no a la traición de este jefe o a su inteligencia con el enemigo. Este brigadier que había sido uno de los primeros que habían brillado en Toulon durante la campaña precedente, oscureció en esta todos sus laureles, echando sobre su conducta un borrón de que la posteridad no es fácil que le justifique. La plaza que tenia a sus órdenes estaba abastecida de todo lo necesario para sostener un sitio largo y tenaz: provistas sus fortificaciones con mas de 200 piezas de grueso calibre y con 40,000 quintales de pólvora ; un inmenso acopio de proyectiles de toda clase destinados a su servicio; llenas las cisternas de agua; rebosando de provisiones, por decirlo así, y contando al todo una guarnición, que con las tropas que al tiempo de la retirada se le habían unido, pasaba de 9,000 hombres, todo prometía una resistencia obstinada y un sitio de mal agüero páralos ejércitos republicanos. El gobernador sin embargo no tuvo confianza en sí mismo, o si real y verdaderamente fue traidor a su patria, ni aun supo disimular su traición con una farsa o sofisma de resistencia. Los franceses habían llegado el 19 delante del castillo, y el 24 no estaban aun los unos ni los otros preparados a la pugna. El enemigo envió un oficial parlamentario a las cuatro de la tarde de este último día, y conducido con los ojos vendados a casa del gobernador, salió de ella después de media hora de entrevista, volviendo a tomar el camino por donde había venido sin que se le vendaran los ojos. Al día siguiente volvió otro oficial francés, y después de conversar con el gobernador, anduvo paseando por las obras de la plaza en compañía del mayor de la misma. Prohibióse inmediatamente, y bajo pena de la vida, hacer fuego al enemigo, y el día 28 de setiembre a las siete de la mañana entraron en la plaza dos batallones republicanos. La guarnición desfiló con tambor batiente y banderas desplegadas entre dos filas de tropas francesas; y llegando a las casas llamadas Hortalets, so­bre el camino de Francia, rindió las armas al ejército enemigo, el cual se hizo dueño de aquel formidable castillo y de sus casas-matas, cuarteles, caballerizas para 1,500 caballos, bodegas, almacenes a prueba de bomba y de todas las fortifica­ciones, provisiones y pertrechos de que hemos hecho mención, sin la más pe­queña resistencia.

Habiéndose formado después consejo de guerra al gobernador, fue este conde­nado a muerte juntamente con otros tres oficiales de alta graduación; pero el rey conmutó aquella pena en degradación y destierro perpetuo contra los cuatro, manteniendo en su fuerza la calificación de criminal e ignominiosa que se dio a su conducta.

Tal fue el último hecho de la campaña de 1794 por la parte de Cataluña. Reasumiéndola en los mismos términos que lo hace el historiador Marcillac, diremos con él, que forma un contraste verdaderamente enojoso, si se compara con la campaña anterior. En la una se ve al ingenio luchar contra la fuerza , llevando aquel la palma por último, mientras en la otra no se observa otra cosa que una desgracia constante, estrellándose sin cesar en la actividad y en la audacia del enemigo. La retirada del Buló y la huida bajo los muros de Figueras, son dos hechos que bastan a calificar por sí solos la reputación a que se hizo acreedor el conde de la Unión, dando lugar a la primera con sus falsas disposiciones, y mandando la segunda. Este jefe era valiente y tenía talentos militares, pero carecía de genio propiamente dicho; y siendo un excelente general de división, se hallaba muy lejos de abarcar en su mente el conjunto de ideas y combinaciones que caracteriza a un general en jefe. Limitándose a operaciones parciales, no supo idear otra cosa que simples medios de defensa o sencillos ataques de posición sin formar jamás un plan vasto, único medio de obtener resultados de consecuencia. Entre los dos ejércitos beligerantes no hubo sino pequeñas vistas, según hemos tenido ocasión de observar, y el general francés, lo mismo que el español, se batieron como partidarios, y no fecundos en ardides, haciéndose ambos una guerra de posiciones, sin que ninguno de ellos intentase aquellos golpes de mano que tan decisivos suelen ser en circunstancias como las suyas. El general francés tenia grandes medios por tierra, mientras el español añadía a estos la ventaja de ser dueño del mar, pudiendo por consiguiente emprender muchísimo. Cuando el ejército español llegó a Figueras en la época que hemos referido, y en que una división francesa atacó Ribas, Campredon, Las Abadesas y Ripoll, flanqueando por consiguiente al ejército español, ¿no hubiera sido facilísimo a cualquier general que contase con una división respetable marchar sobre la retaguardia de este ejército , y apoderarse de Gerona, que no estaba entonces guardada sino por depósitos? ¿Qué suerte hubiera sido la del ejército acampado en Figueras, si al resistir un ataque simultáneo sobre todo el frente de su línea, hubiese visto su retaguardia ocupada por el enemigo? Y por lo que respecta al conde de la Unión, si en vez de correr de la derecha al centro y del centro a la izquierda para contrarrestar los ataques parciales y diarios de los franceses; si en vez de combinar un cambio de frente para desalojar al enemigo de una montaña y abastecer un fuerte; si en lugar, en fin, de todos estos esfuerzos, tan frecuentemente inútiles, para reconquistar un barranco o un picacho, hubiese comenzado por fortificar bien su línea, y, puesto que tema una escuadra a su disposición, mandada por el valiente Gravina, hubiera combinado un desembarco en las costas del Rosellón, abierto por todas partes y fácil de abordar en toda su extensión; si esta división de desembarco hubiese sido mandada por uno de tantos oficiales instruidos y audaces como le era dado escoger entre sus generales de división, aprovechando la circunstancia de hallar el Rosellón desguarnecido y con débil guarnición Perpiñán, por estar casi todas las tropas francesas en Cataluña.... si todo esto, decimos, hubiese hecho el conde de la Unión, ¿qué resultados y qué ventajas no hubiera podido prometerse?—Yo sé que se me objetará, prosigue el mencionado historiador, que la Unión servía al frente de un ejército a quien era preciso inspirar energía y confianza, y que siendo tal vez limitadas sus facultades como general, tenia que sujetar sus operaciones a la pauta marcada por la corte; mas yo responderé (continúa), que en cuanto a lo primero, los soldados que mandaba la Unión eran los mismos que habían vencido bajo las órdenes de Ricardos y en cuanto a lo segundo, que no concibo como acepta un general el mando de un ejército sin tener carta blanca para dirigirle, sacrificando su reputación y su honra a combinaciones de gabinete—Él, sin embargo, concluye Marcillac, merece mas compasión que vituperio, puesto que hizo todo lo que pudo, según lo permitía su ingenio, y no siempre obró lo que hubiera querido. Muerto en el campo del honor, la cruz levantada en el lugar donde exhaló el último suspiro, que fue el de la lealtad, manifiesta a los que visitan aquel terreno que sabía despreciar los peligros por servir a su rey, y dar ejemplo a las tropas que tenia a sus órdenes.

Por la parte de Guipúzcoa y Navarra, comenzó la guerra igualmente con esca­ramuzas, sin más consecuencia que constituirse ambas partes en una alarma continua. Después de varios ataques parciales en que a vueltas del incendio de algunas poblaciones por parte de los franceses, se verificaban represalias terribles por parte de los españoles, sin que por eso ganasen unos ni otros la menor porción de terreno, llegó la época en que el ejército republicano debía obtener las primeras ventajas, preludio de los reveses que en breve se nos habían de seguir, y que previstos por el general Caro, hizo por evitarlos cuanto le fue posible, pidiendo socorros al rey y manifestando a la diputación de Guipúzcoa el interés que sus representados tenían en prestar auxilio al ejército, levantándose en masa contra la invasión que preparaban los franceses. Ocupadas todas las tropas de línea en defensa de la fronte­ra, era preciso desguarnecer un punto para guarnecer otro; y de aquí la necesidad de cooperarlos guipuzcoanos a la defensa común. La diputación de Guipúzcoa se manifestó bastante tibia en el particular, y oponiendo sus privilegios a los deseos del general Caro, encubría con ellos tal vez la complacencia, o a lo menos la poca repugnancia, con que miraba los triunfos republicanos. Cuando el conde de Aranda decía que el reclamo de la libertad era muy poderoso y de mucha influencia para los pueblos, no parece otra cosa sino que profetizó este incidente y los demás peligros que se nos debían ofrecer en las provincias exentas, gobernadas por un sistema harto democrático para que no simpatizasen sus moradores con la Francia, moderna, propagadora ardiente de todas las ideas populares. Mientras duraban los debates del general Caro con las autoridades de Guipúzcoa, los representantes del pueblo ordenaban en el ejército francés las disposiciones necesarias para forzar nuestra línea, e invadir nuestro territorio. Su plan se redujo a dirigirse primero, contra el valle de Bastan, para lo cual debía apoderarse el enemigo del puesto español de Berderitz que cubría los Alduides, no menos que el punto de Ispeguy y el estrecho de Maya en la salida del valle. Estos tres puntos fueron atacados, a un tiempo el día 3 de junio, y los franceses consiguieron tomar los dos primeros después de una defensa gloriosa por parte de los españoles. El día 6 se presentó el enemigo en número de 1,600 hombres en el estrecho de Maya; pero reforzado este punto y tomadas todas las disposiciones para su defensa, fue inútil el vigoroso ataque con que los franceses cargaron sobre él; y rechazados con pérdida, les fue imposible forzar aquel día los pasos del valle. Obstinados sin embargo en su proyecto de pasar la frontera, fuese por la parte que fuese, volvieron el 16 sobre la izquierda de los españoles y sobre la Punta del Diamante, Montvert y la montaña de Mandale, en frente de Vera; pero si bien alcanzaron algunas ventajas al principio, tuvieron que retirarse después de un combate de doce horas; volviendo a entrar los dos cuerpos de tropas en sus respectivas posiciones , sin ningún resultado decisivo por parte de los franceses. Caro entre tanto no recibía auxilios de ninguna especie, y viéndose delante de un ejército activo y diariamente reforzado, preveía el momento próximo de la invasión a pesar de todos sus esfuerzos. No pudiendo evitarla en manera alguna, intentó retardarla a lo menos; y sabiendo que un ejército que ataca tiene a su favor ventajas incalculables sobre el que se mantiene a la defensiva , resolvió lanzarse sobre la izquierda de los franceses, y obligarlos a abandonar Montvert, la montaña de Mándale, el calvario de Uruña, la Punta del Diamante, y las baterías y retrincheramientos de la Cruz de los Buquets. D. Ventura Escalante, mayor general, tenia a su cargo el ataque de la montaña de Mandale, para el cual debe marchar por las alturas de Vera; el marqués de la Romana debía partir de Biriatu para tomar el Diamante y Montvert, y el teniente general D. Juan Gil había de atacar las posiciones de la otra parte de Andaya. Dos chalupas cañoneras debían también acercarse a la costa, para inquietar al enemigo por su derecha durante el ataque general. Este se verificó con impetuosidad y sobre todos los puntos a un mismo tiempo, al amanecer del 24 de junio. Escalante con su acostumbrado valor arrojó el enemigo a la bayoneta de la montaña de Mandale y del Peñón y Calvario de Urruña, desentendiéndose del fuego de fusilería y metralla con que le respondieron los franceses. El marqués de la Ro­mana obtuvo sucesos en el Diamante y en Montvert, aunque después de experimentar una resistencia bastante obstinada, y el coronel Comesfort en la izquierda marchó contra las baterías y retrincheramientos de la Cruz de los Buquets, tomándolos a la bayoneta y hallando una muerte gloriosa bajo el peso de sus mismos laureles. Asombrado el enemigo de un suceso tan rápido, y temiendo ver forzada su posición, tocó generala en todos sus campamentos; y acudiendo 8,000 hombres de refuerzo al socorro de las tropas que iban en retirada, consiguieron reunirse todas, haciendo frente a los españoles con la mayor in­trepidez. Estos se mantuvieron algún tiempo en los puntos que acababan de tomar; pero Caro, que veía su nueva línea demasiado distante del Bidasoa y fuera de la protección de sus baterías, mandó la retirada. Hizóse esta en escala y con buen orden, aunque fatigada vivamente por el enemigo; y así que los españoles hubieron llegado a sus posiciones primitivas, cesó el fuego de una y otra parte. Esta sangrienta acción verificada el 24 de junio, fue la postrera en que intervino el general Caro. Llamado a la corte a principios de julio, dejó el mando del ejército al teniente general conde de Colomera, llevándose consigo la confianza de las tropas y la estimación a que se hizo acreedor aun con el mismo enemigo. Su despedida del ejército fue como la señal de los grandes desastres que la campaña nos tenía reservados por aquella parte, donde debíamos ser igualmente desgraciados que en el principado de Cataluña.

En efecto: aprovechándose los franceses de las ventajas obtenidas en Berderitz e Ispeguy , habían hecho ocupar estos puntos y el de Mizpira, que domina la hondonada de los Alduides. Esta última posición de los franceses les ofrecía la probabilidad de separar, por medio de un golpe atrevido, la izquierda y centro del ejército español de su derecha, apoderarse de la fábrica de Gui, y cortar la comunicación con Pamplona. Una de nuestras faltas en aquella campaña consistió en no recobrar dicho punto, tan importante para nosotros como lo era para el enemigo. Lo único que se hizo por nuestra parte fue ocupar la posición de Arquinzun, a la izquierda del Berderitz, por la legión real de los Pirineos. El marqués de San Simón que la mandaba, conoció la escasez de sus fuerzas para mantenerse allí, y pidió un refuerzo de 2,000 hombres, que no le fue concedido. El enemigo por su parte acababa de ser reforzado con veinte compañías de granaderos, y el puesto de Arquinzun fue atacado por él con una división de mas de 5,000 hombres, a los cuales no pudiendo resistir San Simón con los 1,600 que tenía a su mando, hubo de efectuar su retirada después de una inútil defensa. Quedaron en el campo de batalla 450 legionarios y 95 soldados de Zamora, siendo condenados a muerte, según el decreto de la Convención, 49 individuos de los primeros , la mayor parte heridos, que habían caído prisioneros en poder de los republicanos. El marqués de San Simón fue pasado por el pecho de un balazo, mientras la legión, a cuya retaguardia iba, verificaba su retirada. Los franceses le persiguieron hasta delante de Irusita, donde se estableció el cuerpo balido en Arquinzun.

Después de esta victoria, obtenida por los franceses en 10 de julio, quedó resueltamente decidida la entrada en España. El ejercito francés contaba, para verificar la invasión, 57,00 hombres provistos de numerosa artillería, mientras la fuerza que los españoles podían oponerles era la misma que la del año anterior, es decir 22,000 hombres, de los cuales 8,000 tan solo eran tropa de línea: fuerza bien escasa por cierto, y tanto más cuando con ella era necesario cubrir cuarenta leguas de frontera. Una división mandada por el general Moncey, marchó el 25 de julio dividida en cuatro columnas sobre los puestos que cubrían el valle de Bastan , en un espacio de cerca de seis leguas. La primera de estas columnas desembocó por Berderitz , la segunda por Izpeguy , y la tercera por el estrecho de Arriete, mientras la cuarta se dirigía sobre el fuerte de Maya. Nuestras armas tuvieron que ceder por todas partes: ocupado el valle de Bastan por Moncey , la división del centro del ejército enemigo, verificó también su ataque por Vera y por la Peña de Comisary, donde los franceses no consiguieron el triunfo sino a expensas de una mortandad horrible. El resultado de esta victoria alcanzada por las tropas republicanas el 26 de julio, fue la toma de Vera y de Lesaca, la ocupación del valle de Lerin y la forzosa evacuación de Biriatu; y si a estos sensibles reveses se añade la ocupación del valle de Bastan, verificada el dia anterior, se comprenderá fácilmente la necesidad en que los españoles se veían de evacuar apresuradamente sus retrincheramientos, so pena do exponerse a ser sorprendidos y obligados a rendir las armas. Fue preciso, pues, verificarla retirada, en la cual se salvo nuestra izquierda, gracias a la serenidad y al valor de los regimientos de Ultonia, Reding y provincial de Tuy, juntamente con dos batallones de Guardias Walonas, algunos escuadrones de Farnesio y Montosa y la brigada de Ubeda, cuyas fuerzas se cubrieron de laureles en todo el curso de su marcha retrógrada. Mientras esto se verificaba, tuvo lu­gar un acontecimiento espantoso y digno de consignarse en las páginas de la historia por la serenidad y el valor con que fue soportada aquella desgracia. Fue el caso, que el conde de Colomera había mandado que las tropas que estaban en Oyarzun pegasen fuego, al tiempo de retirarse, a los repuestos de pólvora que estaban allí. Los encargados de ejecutar esta orden no advirtieron que las tropas que sostenían la retirada de la izquierda estaban aun por pasar; y prendiendo fuego al almacén, se verificó la terrible explosión al tiempo que estas verificaban su marcha junto a él. Fácil es de inferir el inmenso cúmulo de desgracias que aquel acontecimiento produciría ; pero lo admirable fue la posesión de sí mismos con que aquellos valientes continuaron su marcha, sin desconcertarse en lo mas mínimo, ni dejar de batirse por eso. En recompensa de aquel hecho, concedió el rey el escudo de honor a los bravos cuerpos que acabamos de mencionar, mandando que este rasgo inmortal quedase para eterna memoria consignado en sus banderas.

La marcha de los franceses a través de los Pirineos esparció la consternación por todas partes, y el espíritu público decayó considerablemente al ver la frontera invadida en el punto más inmediato a la capital, no pudiéndose contar para cubrir las Castillas sino con un ejército desalentado y debilitado además a consecuencia de las enfermedades. El favorito debió conocer la exactitud de los presentimientos de Aranda, y de haber sido este capaz de alegrarse con los reveses que nuestras armas sufrían, hubiera experimentado una complacencia infinita viendo tan pronta como tristemente realizados sus infaustos pronósticos. La proclama dada por el duque de la Alcudia en 12 de agosto prueba bien hasta qué punto había contristado su ánimo la noticia de aquella invasión : ¿qué sucedería después de la pérdida de Bellegarde y de la ocupación de Figueras, de que ya hemos hablado? La desgracia de Aranda, que purgaba su previsión en un destierro, quedaba suficientemente vengada con la mortificación interior que el valido debía comenzar a sentir.

El conde de Colomera, que después de todos estos reveses ocupaba la fuerte posición de Bernani, no se creyó seguro en ella, y determinado a evacuarla, se retiró sobre Tolosa, punto de división entre la carretera de Madrid y Pamplona. Rendido Fuenterrabía en 19 de agosto, siguióse tres días después la entrega de otra plaza importante, cuyo acontecimiento acabó de agravar la situación, no solo por lo que el pueblo valía en sí mismo, sino por los terribles síntomas de enfermedad política, digámoslo así, que su entrega revelaba. Mientras Colomera verificaba su movimiento sobre la capital de Guipúzcoa, el general Moncey por su parte se dirigía a San Sebastián desde Irún, y ocupando las alturas que dominan la ciudad, consiguió ponerse de inteligencia con algunos de sus moradores. El alcalde Michilena, fuese por temor de ver la ciudad entregada a los desastres de la guerra, fuese por adhesión al sistema republicano y por ceder a la seducción con que el convencional Pinet procuró ganar los ánimos de los habitantes, prometiéndoles erigir su provincia en república independiente, obligó al gobernador de la ciudadela a capitular, bien a despecho suyo y de los 1,700 valientes que la guardaban. Resueltos estos a defenderse hasta el último extremo, tuvieron que ceder sin embargo a las exigencias de Michilena y de sus parciales, y San Sebastián fue entregada a las tropas republicanas el día 4 de agosto.

Verificada la rendición de estas dos plazas, quedaron dueños los franceses de toda la frontera de Guipúzcoa, como lo eran ya de una parte de la de Navarra. El conde de Colomera, que se veía reducido a no poder disponer sino de un pequeño cuerpo de tropas, las cuales era preciso distribuir en una extensión de terreno bastante dilatada, se dirigió al señorío de Vizcaya pidiéndole socorros extraordinarios, sin los cuales era imposible cubrir las inmediaciones de Castilla contra la república victoriosa. El Señorío correspondió a las esperanzas del general, obrando de una manera bien distinta de la conducta que había observado la diputación de Guipúzcoa, y ordenando una leva en masa, comprendiendo en ella a todos los individuos capaces de tomar las armas desde la edad de 17 hasta 60 años. Las provincias limítrofes de Castilla ofrecieron también las personas y bienes de sus habitantes para oponerse a la invasión, disputándose mutuamente el deseo de contener al enemigo y de sacrificarse por la patria.

Pero mientras duraban las conferencias y deliberaciones entre el general y el Señorío, la división francesa que había estado ocupada en someter las plazas de Fuenterrabía y San Sebastián, consiguió ponerse en línea con la que ocupaba Hernani, y el 9 de agosto a las cinco de la mañana atacó el enemigo a los españoles en su posición delante de Tolosa, forzándolos a retirarse después de dos horas de fuego. El regimiento de caballería de Farnesio, que desde el principio de la guerra había dado pruebas repetidas de intrepidez, se distinguió particularmente en esta ocasión. Formando la retaguardia del ejército en su marcha retrógrada, cargó sobre los franceses del modo más brillante y audaz; y rechazando la vanguardia francesa hasta dentro de la misma Tolosa, persiguió al enemigo en sus calles, haciendo en él una horrible carnicería y retirándose en seguida con buen orden, sin ser perseguido.

El general Colomera, vista la ocupación de Tolosa, tomó las disposiciones que buenamente pudo para impedir los progresos de los franceses. Cuatro mil hombres ocuparon Lecumberri para defender las gargantas que atraviesan la carretera de Castilla; y el puente de Arraitz fue parapetado con grandes talas de árboles para defender otro camino que, saliendo de Hernani, se dirige a Pamplona también. Dos mil hombres situados en Llantz y en comunicación con los doce mil que habían quedado en Roncesvalles, cubrían Pamplona por el lado del valle de Bastan, mientras por la parte de Vizcaya estaban ocupadas las montañas de Elosúa y la villa y posiciones de Vergara por 1,000 hombres que se extendían sobre el Deva. El resto de las tropas ocupaba diferentes puntos intermedios, los cuales por su posición ofrecían alguna oportunidad de contener a los franceses. Del armamento que acababa de improvisarse en Vizcaya se destinaron 8,000 hombres al ejército, mientras otros 24,000 guarnecían la frontera, defendiendo con intrepidez los pueblos de Eibar, Ondarroa y Berriatua, si bien no pudieron impedir el incendio de estos puntos, ordenado por el representante Pinet, como un medio político para atraerse los vizcaínos. Navarra dio también incontestables pruebas de decisión aprontando un contingente considerable; ¿pero cómo era posible contrarrestar con masas súbitamente levantadas a un enemigo aguerrido y victorioso?

En el ejército francés mientras tanto se dio el mando en jefe al hábil general Moncey. La primera intención del nuevo general fue abandonar Tolosa, reconcentrándose en las posiciones de Hernani y San Sebastián, donde quería esperar la llegada de un refuerzo de 15 batallones que se le había prometido. El representante del pueblo Garreau, que acababa de reemplazar a Pinet, llegó al ejército en el momento de querer poner Moncey su plan en ejecución; y como en aquella época era omnímodo en los ejércitos el poder de los tales representantes, obligó Garreau a Moncey a permanecer en Tolosa, aun con el riesgo de descubrir su flanco derecho al enemigo. El general francés se vio precisado a obedecer, exponiéndose a consecuencias que hu­bieran podido serle funestas; pero los españoles, en vez de aprovechar el desacierto cometido por el representante del pueblo, no hicieron ninguna tentativa contra los enemigos, los cuales, habiendo recibido los refuerzos que Moncey esperaba, combinaron un ataque general sobre toda la línea. Su plan, al parecer, era recuperar Roncesvalles, llevando allí fuerzas con el objeto de verificar un ataque serio, mientras otros ataques falsos llamarían la atención de la línea española hacia otros puntos. Hiciéronlo así en efecto, y atacando en número de 13 a 14,000 hombres el llano de Roncesvalles el día 17 de octubre, verificaron el choque de frente por las montañas de Irati, y por San Esteban de flanco.

Antes de esto habían verificado otro ataque delante de Pamplona el 15 del propio mes, obligando al general Urrutia a replegarse sobre Irurzun , mientras otra división francesa forzaba la evacuación del valle de Ulzama , cuyas tropas se concentraron en Sorauren.

El mariscal de campo Filangiery se vio precisado a abandonar, aunque no sin escarmiento del enemigo, el pueblo de Eugui que tenia bajo su custodia, siendo derrotado de nuevo en su retirada al campo de Cruchespil junto á las alturas de Mezquiritz , y reuniéndose en la noche del 17 con el duque de Osuna que defendía Burguete. Mientras tanto había llegado la otra columna francesa por las montañas de Irati, y forzando el lugar de Ochagavia en el centro de Roncesvalles, embestía la fábrica de Orbayceta por la parte del valle de Aezcoa, atacándola constantemente todo el tiempo que duró el día. No pudiendo resistir a tan obstinada porfía el marqués de la Cañada, Ibañez, comandante de la fábrica mencionada, recibió la orden de inutilizarla y evacuarla, como así lo hizo, retirándose en medio de mil dificultades por en medio de los enemigos que le tenían cercado casi por todas partes, y que seguros de hacerle prisionero, le habían intimado ya la rendición. El duque de Osuna por su parte verificó su retirada también con igual felicidad y superando los mismos riesgos, salvando las tropas que habían sido lanzadas de Roncesvalles y de Cruchespil.

Llegado a Agoiz sobre el rio Irati, se le reunió la Cañada en aquel punto, y uno y otro se miraron poco menos que pasmados de la pericia y serenidad con que cada cual había sabido ponerse a salvo con sus tropas cuando todo auguraba su pérdida. El resultado de esta acción ganada por los franceses fue la destrucción de las fábricas de Eugui y Orbayceta y la ocupación de Roncesvalles: la sangre francesa corrió sin embargo con mas abundancia de la que el enemigo hubiera deseado para conseguir aquel triunfo, triunfo que por otra parte no sirvió para coronar su plan de apoderarse de Pamplona como el representante del pueblo se había prometido.

En esta ocupación de Roncesvalles se verificó el derribo del monumento de que habla el príncipe de la Paz en sus memorias, parte I, capitulo XXIII, cuya relación transcribiremos aquí, aun cuando solo sea por templar la aridez de la materia que nos ocupa:    «Este monumento era una antigua pirámide, carcomida por las injurias del tiempo, que la tradición de aquellos lugares reverenciaba como un padrón de la derrota, verdadera o fabulosa, de los franceses en aquel valle bajo el emperador Carlo Magno. Los comisarios de la Convención hicieron seriamente muchas pesquisas para encontrar la maza de Roldán y las chinelas que el famoso obispo Turpín hubo de descalzarse para huir con más presteza. Faltos de otros trofeos que enviar a París, deseaban remitir estas pobres reliquias de los viejos tiempos y acompañar con ellas su estrambótico parte a la Convención, que es curioso, y lo insertaré todo entero:

Ciudadanos (decía): el ejército de los Pirineos occidentales, conseguida una victoria señalada sobre los españoles, ha vengado una injuria de alta fecha. Nuestros antepasados en tiempo de Carlo Magno fueron derrotados en el llano de Roncesvalles. En memoria de aquel suceso, el orgullo español había levantado una pirámide en el campo de batalla. Humillado ahora en el mismo lugar por los republicanos franceses, la sangre de los españoles había borrado ya los caracteres de aquel triunfo : quedaba solo el frágil edificio que en este mismo instante queda ya arrasado. La bandera de la república está ya ondeando en el mismo lugar donde el orgullo de los reyes tenía la suya enarbolada: el árbol fructificador de la libertad ha reemplazado la clava destructora del tirano. Una música guerrera y patética se ha seguido a esta gloriosa inauguración : los manes de nuestros padres han sido consolados, y el ejército de la república ha jurado vencer para gloria del nombre francés de todas las edades y para dicha de los venideros.

Este raro documento (prosigue el príncipe de la Paz), digno en verdad del héroe de Cervantes, fue firmado por los dos convencionales Baudot y Garraud. Ciertamente el valor y la gloria militar de los franceses no tenia necesidad de añadir a sus laureles esta desdichada guirnalda de hojarasca, precio inútil de mucha sangre derramada; pero los diputados necesitaban ocultar y enlucir el desaire de su empresa»

En las fronteras de Vizcaya se reducían los movimientos militares del enemigo a expediciones de pillaje. El 26 de agosto pasaron 200 franceses a Azpeitia y saquearon las riquezas de la iglesia de Loyola. Dirigiéndose después hacia Elgoibar, cargaron cinco carretas con los despojos de la iglesia de este lugar; sabido lo cual por los paisanos de aquellos alrededores, se reunieron y armaron súbitamente, y atacando las tropas que acompañaban el convoy, se apoderaron de las cinco carretas, después de tres horas de un combate encarnizado, llevando en triunfo a Vitoria aquellos objetos de su culto y veneración.

El 28 del mismo mes se presentó otro destacamento enemigo por la parte de Iziar, cometiendo en Ondarroa y en Berratua los mismos sacrilegios y rapiñas que n las otras partes, dando a saco las iglesias, quemando las casas y abandonándose a todos los excesos de una soldadesca desenfrenada. Este destacamento se dirigió después a Lequeitio; pero hallando los pasos guardados por los paisanos, se vio precisado a retroceder, llevándose prisioneros 20 vecinos de Ondarroa.

Los franceses entre tanto continuaban, al parecer, en su proyecto de acercarse a Pamplona con objeto de sitiarla, si bien no era a gusto de los generales, los cuales cercados de las dificultades que tanto el país como la estación producían a cada paso, conocían el peligro de su posición y miraban como lo más prudente verificar su retirada; pero como los representantes del pueblo se empeñasen en avanzar a todo trance, sin reparar en las consecuencias, el enemigo marchó el 46 de noviembre sobre Zabaldua e Iroz; pero después de un combate bastante empeñado, se vieron obligados a retirarse a sus puestos de Sorauren y Oloña. Obstinados en llevar su designio adelante, volvieron de nuevo a la carga el 24 del mismo mes, y concentrando sus operaciones sobre Pamplona, extendieron su ataque a todos los puntos que cubrían la plaza. El pueblo de Navaz fue tomado por los republicanos en número de 42,000 hombres sobre la izquierda de nuestras tropas, a pesar del empeño y obstinación con que estas lo defendieron; pero los españoles forzaron sobre su derecha los puntos enemigos y consiguieron lanzar a los franceses de Sorauren, Olaye y Olaiz, arrojándolos también de las alturas enfrente de Ostiz, en cuyo punto se mantuvieron nuestras tropas a pesar de los esfuerzos que hizo el enemigo para volverlo a recobrar. Mientras tanto las tropas de la izquierda recibieron refuerzos, y tomando a la vez la ofensiva, forzaron a los franceses a abandonar los pueblos de Amor y Belzunze. El conde de Colomera, en virtud de la superioridad que acababa de conseguir, pudo entonces obligar al enemigo a abandonar también el valle de Bastan y recuperar á Irún y Vera, comprometiendo la seguridad de las divisiones que ocupaban Vizcaya y Tolosa. El general Moncey, cada vez mas convencido del peligró en que estaba, dispuso definitivamente la retirada de Navarra, conservando Guipúzcoa y una parte de Vizcaya, sin atender al empeño de los representantes en llevar adelante la invasión. Combinando al efecto un ataque sobre Vergara al mismo tiempo que las tropas de la izquierda debían evacuar Navarra, hizo marchar sobre aquella población la división francesa que ocupaba Lecumberri. El desfiladero de Vergara fue forzado por la vanguardia francesa con poquísima dificultad merced al descuido del jefe encargado de guardar este puesto, cuya defensa es tan fácil como difícil de justificar el aturdimiento del gofo mencionado en no tomar precauciones. Los franceses después de haber ocupado Vergara se posesionaron de Azcoitia y Azpeitia.

Evacuada Navarra, quedó libre y desembarazada Pamplona, y los españoles volvieron a ocupar sus primeras posiciones, de las cuales habían sido lanzados en junio. Su derecha en consecuencia quedó apoyada en los Alduides, el centro en Orbayceta y Eugui y la izquierda en Lecumberri y en el estrecho de Arraitz.

Después del movimiento retrógrado del ejército francés, quiso una división de este penetrar en Vizcaya, presentándose el 28 de noviembre en Sasiola y Elgoibar, pero sin éxito. Reunidos los vizcaínos a un regimiento de línea, reforzaron por su parte el punto de Elguete que domina las alturas de Vergara, sosteniendo el ataque dado por los franceses el 30 del mismo mes; y tomando la ofensiva el 2 de diciembre, no solo batieron al enemigo, sino que le obligaron además a evacuar Vergara. Los franceses entonces se concentraron sobre Tolosa.

Esta acción fue la última que se dio en la campaña de 1794 por la parte occi­dental del Pirineo. En ella manifestó el general Caro buenos conocimientos militares, preservando de invasión la frontera en todo el tiempo que tuvo a su cargo el mando del ejército, a pesar de las escasas fuerzas con que para cubrirla contaba. Su acción del 23 de junio fue una obra maestra de combinación , según Marcillac, a cuya narración nos referimos tantas veces en todo el discurso de esta guerra. Habiendo tomado el mando del ejército el conde de Colomera en el momento crítico de decidirse los franceses a la invasión, cometió, según el autor mencionado, la falta de esparcir sus tropas en vez de reunirlas en un solo punto; y la consecuencia inmediata fue quedar forzado en toda su línea. Otro de sus errores consistió en no guarnecer el norte del valle de Bastan con todas sus tropas de línea, poniendo su vanguardia y milicias en Vera, dejando Guipúzcoa bajo la custodia de las masas del país y ocupando los desfiladeros: con cuyas disposiciones no es verosímil que el enemigo se hubiera arriesgado a penetrar en Guipúzcoa. Otro de sus yerros, en fin, no poco grave, consistió en no haber puesto todo el empeño posible para guardar o volver a tomar los Alduides, los cuales, una vez ocupados por el enemigo, le pusieron a retaguardia de nuestras tropas, conduciéndole hasta Vera o Irún, como consecuencia precisa de los acontecimientos. Los franceses por su parte cometieron también algunas faltas militares. Siendo como eran tan su­periores en fuerzas a nuestro ejército, hubieran podido obtener los resultados más ventajosos, de no haberse empeñado con tanta terquedad en forzar los puntos que cubrían Pamplona, cuyo sitio por otra parte era imposible de realizar, careciendo de artillería gruesa y añadiéndose a esto las dificultades de la estación y de los caminos; pero estos defectos fueron hijos, mas bien que de los generales, de los representantes del pueblo, como ya hemos notado.

CAMPAÑA DE 1975

La campaña de 1795 ofreció menos reveses que la anterior, y puede considerarse como un término medio entre esta y la de 1793. Hemos dicho ya que los franceses al tiempo de presentarse delante del castillo de Figueras se extendieron por el Ampurdán y circunvalaron a Rosas, plaza que puede llamarse abierta y que está dominada por todas partes. Su memorable defensa fue uno de los hechos más brillantes de aquel tiempo, y exige que hagamos de ella una mención particular. Rosas está situada a cuatro leguas al oriente de Figueras en el fondo del golfo de este nombre, y para llegar a ella es necesario atravesar el llano del Ampurdán en toda su longitud. La villa forma una línea recta sobre la orilla del mar, pero su posición por sí sola es muy poca cosa, consistiendo toda su defensa en la fortaleza y en el fortín llamado de la Trinidad. Tanto la fortaleza como la plaza y el mencionado fortín forman una especie de semicírculo que hace el contorno de la bahía. Las fortificaciones de lo que se llama fortaleza consisten en dos órdenes de murallas sin foso, sin camino cubierto y sin glasis. El fortín de la Trinidad, al sud-este y a un cuarto de legua de Rosas, está situado en la cumbre de una montaña escarpada, cuyos tres cuartos declinan al mar casi perpendicularmente, mientras la otra parte hace frente a una cordillera que sube a manera de anfiteatro y cuya cumbre domina el castillo, que visto de lejos parece arruinado , pero de cerca se advierten en él tres pisos de plataformas cubiertos de baterías que defienden la villa y la entrada de la bahía. El fortín por su parte tiene la forma de una estrella de cuatro puntas, y no caben en él sino 200 hombres de guarnición.

El empeño de los franceses en apoderarse de Rosas fue terrible, y el principal objeto que les guiaba en él era asegurar sus subsistencias por la parte del mar. Los españoles desplegaron en su defensa toda la intrepidez y toda la constancia que caben en su carácter; y tanto los sitiados como los sitiadores trabajaron con la mayor actividad por espacio de 60 días, sin que el invierno, que en todas las ocasiones de guerra obliga a la inacción a los combatientes, concediese un momento de ocio a los que tan interesados se hallaban en ocupar y defender respectivamente el punto a que aludimos.

Dueños los franceses de la llanura del Ampurdán, empezaron por ocupar la Garriga que está sobre la carretera, antes de llegar a la fortaleza; y estableciendo en seguida dos baterías en una altura inmediata al lugar, comenzaron el fuego contra la plaza el 28 de noviembre de 1794. El marqués de las Amarillas confió el mando de esta a D. Domingo Izquierdo, y habiendo llegado este general a Rosas el 5 de Diciembre, sus primeras disposiciones se redujeron a reconocer la plaza y a aumentar sus medios de defensa. El día 4 del mismo mes llegaron dos fragatas y tres briks con tropas frescas y de refuerzo. El 5 construyeron los franceses una batería a trescientas toesas de la plaza con la puntería hacia el mar, a fin de incomodar nuestra escuadra y las chalupas cañoneras El día 6 guarneció el enemigo todas las alturas que dominan la plaza por la parte del Nort , dirigiéndose después 3,000 hombres por la derecha de esta última sobre el fuerte de la Trinidad. El 7 se descubrieron desde Rosas las obras de los sitiadores, entre las cuales se contaban seis baterías dirigidas contra la plaza y contraía escuadra. La plaza hizo este día un fuego vivísimo, y en la noche del 8 verificaron los sitiados una salida para reconocer y destruir las obras, habiendo tenido que volverse a la población, cediendo a las superiores fuerzas con que acudió el enemigo. Los sitiados volvieron el día siguiente a su empeño de destruir los trabajos de aquel, y habiendo conseguido su objeto con la demolición de una batería y el destrozo que hicieron en otras obras, volvieron a retirarse de nuevo, cediendo igualmente a la superioridad de las fuerzas republicanas. El fuego continuó después sin intermisión de una y otra parle desde el 9 al 14, en que habiendo los enemigos dado cima completa a sus obras por la parte occidental, empezaron a trabajar activamente en la apertura de un camino en la cumbre de la altura de Puig-Romp, con el designio de batir el fuerte de la Trinidad que incomodaba a los trabajadores con el fuego vivísimo y sostenido que sobre ellos hacía. El 25 se apoderaron los enemigos, en número de 300 hombres de un reducto situado a la derecha de la plaza. Este reducto , defendido por 33 hombres, fue recobrado después por los mismos y por un destacamento del regimiento de Murcia, protejidos este y aquellos por el fuego de la plaza y el de las chalupas. Entretanto la batería que los franceses había construido en la altura de Puig-Romp, unida a otras dos de este mismo punto, dirigidas contra el fuerte de la Trinidad, lanzaban con sus piezas de 24 un fuego mortífero sobre los españoles. Estos con toda su resistencia no pudieron impedir que los franceses adelantasen su paralela, la cual quedó perfeccionada en tales términos que sus carretas pasaban por ella sin experimentar daño alguno de las balas de cañón que enviaba la plaza. El 4 de enero de 1795 calló de pronto el fuego que los españoles hacían desde el fuerte de la Trinidad, y las baterías que hacían frente a la altura de Puig-Romp estaban todas desmoronadas.

Este silencio forzoso era consecuencia de haber el enemigo colocado algunos cañones en la parte superior de una peña que domina al fuerte, siendo digna de mencionarse la circunstancia de haberse subido la artillería a aquel punto a fuerza de brazos. Habiendo los franceses redoblado el fuego el día 2 sobre el mencionado fuerte, punto principal de la defensa de la plaza, quedó abierta la brecha delante de él el día 3, añadiéndose a este sensible incidente la fatalidad del mal tiempo que impidió a las cañoneras hacer fuego, ocasionando la pérdida de nuestro navío el Triunfante en la noche del 6, y sufriendo otros navíos y buques averías considerables. Este día 6 dispararon los franceses desde sus diferentes baterías 1,700 balas de cañón contra un mismo punto en el espacio de tres horas, y habiendo quedado la brecha del fuerte completamente abierta, fue ya preciso que sus defensores tomasen las disposiciones oportunas para su pronta evacuación, cuidando al mismo tiempo de rechazar un asalto si los franceses lo intentaban. Clavados los cañones e inutilizada la pólvora que existía en el fuerte, salió de el la guarnición a las siete de la tarde del día 7, sirviéndose al efecto de escalas de cuerda para bajar a la orilla del mar, donde consiguió embarcarse en las chalupas de los navíos, las cuales, gracias a haber aflojado el viento algún tanto, pudieron prestar este servicio a la guarnición. El enemigo continuó su fuego contra el castillo, redoblándolo con la mayor energía durante toda la noche y parte de la mañana siguiente, no habiendo tenido noticia de su evacuación hasta ser muy entrado el día. A las once y media por fin , seguro ya de que sus defensores se habían marchado, se decidió a penetrar en el fuerte, y hecho esto, estableció sus baterías en el mismo punto para redoblar el fuego contra la plaza. La defensa de este fuerte fue heroica, habiendo caído sobre él 2225 balas de 24, 45 bombas y 25 granadas. La Trinidad contestó por su parte con 4,403 proyectiles entre balas, granadas y bombas.

Apoderado el enemigo del fuerte de la Trinidad, quedó Rosas reducido al último extremo, no pudiendo contar ya con su principal apoyo. Sus defensores sin embargo hicieron los esfuerzos mas extraordinarios para llevar la resistencia adelante, esfuerzos que fueron protegidos en parte por nuestro ejército, que trató de llamar sobre sí la atención del enemigo mientras los sitiados perfeccionaban sus obras de defensa. Adelantadas estas también a favor de las espesas tinieblas que sobrevinieron el 14 de enero, quedó la población rodeada de baterías por todas partes; el enemigo mientras tanto continuaba redoblando su fuego desde las montañas y el fuerte que acababa de tomar. Cincuenta y dos días de sitio contaban ya los intrépidos defensores, con 25 de trinchera abierta: el ejército sitiador ascendía a mas de 20,000 hombres : la guarnición experimentaba hacía mucho tiempo considerables pérdidas ocasionadas por las enfermedades, por el fuego del enemigo y por las salidas casi diarias, nadie sin embargo imaginaba rendirse, y la defensa excedía ya los límites razonables que pueden exigirse al valor, a la constancia y al ingenio. La ley de la necesidad, sin embargo, más poderosa que los hombres, descargó su mano de hierro sobre aquellos valientes; y el heroísmo y el valor, como todas las cosas humanas, tienen un coto imposible de traspasar. El crudo y helador invierno de aquel año impidió, con más frecuencia de la que el enemigo necesitaba, la asistencia que la escuadra de Gravina podía proporcionar a la plaza; y habiendo conseguido los franceses perfeccionar dos nuevas paralelas, aprovechando la circunstancia de no poder ser hostilizado por nuestras naves, a consecuencia del mal tiempo, la toma de Rosas era desde aquel momento segura, teniendo contra sí un número tan considerable de fuerzas, y posesionadas como éstas se hallaban de todos los puntos que la dominan. La tenacidad de sus defensores continuaba no obstante; y cansado de ella el general Perignon, que mandaba el sitio en persona, resolvió terminar su empresa a todo trance, tomando Rosas por asalto. Un desertor que llegó a la plaza advirtió a Izquierdo la resolución del general enemigo, y la circunstancia de estarse construyendo en Figueras tres mil escalas a toda prisa pata poner su designio en ejecución. La brecha estaba abierta, como hemos dicho: once baterías, una de ellas de diez y ocho piezas de calibre de 24 y 36, hacían un fuego continuo sobre la plaza, y fue preciso por lo mismo determinar su evacuación en los mismos términos que se había verificado la del fuerte de la Trinidad veinte y siete días antes. Izquierdo tomó en consecuencia las medidas necesarias para salvar las tropas, y disponiendo el embarque para la noche del 5 de lebrero, dejó dentro de la plaza 500 hombres con orden de continuar el fuego sobre el enemigo para disimular la evasión, verificada la cual, debían ellos embarcarse también con la precipitación consiguiente, para no caer prisioneros. El grueso de las tropas verificó su embarque en la noche mencionada con silencio y orden; y cuando los 300 hombres de que acabamos de hablar estaban para salir detrás de sus compañeros, según se les tenia prevenido, los navíos destinados para recibirlos se había alejado ya, a consecuencia de una alarma falsa, y aquellos 300 valientes no tuvieron otro recurso al amanecer del día 8 que enarbolar bandera blanca en señal de capitulación.

Así cayó Rosas en poder de los franceses al cabo de sesenta días de sitio, y no contando sino 5,000 hombres escasos, contra cerca de 22,000 sitiadores que apuraron contra la plaza todos los recursos de la guerra. Dominada por las alturas que la rodean, las bombas que se lanzaban sobre ella caían de una altura de 493 pies; y no teniendo ningún edificio a prueba de bomba, ni siendo posible por lo mismo que ninguno de ellos resistiera al choque , los soldados que se hallaban en los hospitales preferían estar a la intemperie de la estación y a cielo raso antes que exponerse a los riesgos de los proyectiles. El valor de nuestra marina compitió allí con el de la guarnición. Esta plaza arrojó sobre el enemigo 13,633 balas de cañón, 3,602 bombas v 1,297 granadas; y las chalupas cañoneras 4,773 de las primeras, 2,736 de las segundas y 2,493 de las terceras. Los proyectiles arrojados por los sitiadores se calculan en 40,000 entre bombas, granadas y balas. De esta manera, y casi contemporáneamente, se vio una plaza poco menos que inexpugnable, como el castillo de Figueras, rendirse a discreción y sin aprovechar uno solo de los inmensos recursos que tenia, mientras otra infinitamente mas débil resistió un sitio en regla, fatigando la constancia y tenacidad del enemigo por espacio de setenta días.

Las tropas que salieron de Rosas desembarcaron en Palamós, y desde allí pasaron a reunirse con el ejército, del cual es preciso que hablemos ahora.

El marqués de las Amarillas que, según hemos dicho, había tomado el mando de nuestras tropas después de la muerte del conde de la Unión, las reunió prime­ramente en Gerona, y guarneciendo los castillos que dominan esta ciudad, las hizo enseguida acampar en Costaroja, montaña situada a dos leguas delante de Gerona, dejando perenne un gran cuerpo de vanguardia en Orriols. El mando de Amarillas fue corto, habiéndole sucedido D. José Urrutia, general que había militado en Navarra bajo las órdenes de D. Ventura Caro, y cuya dirección en jefe fue un acontecimiento satisfactorio para las tropas de Cataluña. Urrutia estableció su cuartel general en Servia, colocando un apostadero en Costaroja y haciendo acampar el ejército en los alrededores de San Esteban, mientras la vanguardia ocupaba la ventajosa posición de Orriols que domina Bascara y Fluviá. Las líneas de agresión y defensa establecidas desde Escala hasta Campredon, y el apoyo que Urrutia supo dar a los cuerpos de su izquierda en la cordillera de montañas paralelas al Ter , y que son de difícil acceso, pusie­ron al ejército en el caso de hacerse respetar de los franceses, los cuales estaban reconcentrados bajo Figueras y tenían sus avanzadas sobre el rio Manol, con un campo además en Sistella, destinado a cubrir Figueras por su derecha. Ambos ejércitos se hallaban uno frente a otro, no estando separados sino por el Fluviá y siendo punto intermedio entre ambos el puesto de Báscara, el cual se hallaba unas veces en poder del enemigo y otras en el nuestro, siendo ganada y perdida su posesión alternativamente, según la suerte de las armas. Urrutia tuvo la gloria de poner un coto al impetuoso torrente republicano, juntamente con la de reorganizar nuestro ejército, comenzando este a adquirir bajo su mando algu­nas ventajas, que si bien parciales, fueron las primeras al menos que nuestras aro­mas alcanzaban después de los terribles reveses que acababa de sufrir. Ayudado Urrutia para ello por el mayor general Ofarril, oficial distinguido y de un mérito eminente, dividió con él la gloria de poner al ejército en disposición de abrir la campaña de un modo honroso y respetable, siendo la única desgracia que en 1795 sufrimos por la parte de Cataluña la pérdida de Rosas: pérdida que, como se ve, fue consecuencia irremediable de la última derrota que sufrimos en la campaña anterior.

Las primeras operaciones de Urrutia, después de haber reorganizado el ejército, se redujeron a empeñarle en combates parciales, con objeto de prepararle poco a poco a resultados de más consecuencia. Habiendo sabido que los franceses tenían un parque de artillería de reserva en el Plá de Coto, punto situado entre Figueras y Bellegard , dió al capitán D. Manuel José Pineda el encargo de sorprenderle; y saliendo este valiente en la noche del 12 de enero con 4,200 voluntarios de Cataluña y 200 somatenes, llegó sobre la retaguardia del ejército francés, burlando la vigilancia de los apostaderos, pasando el rio de la Muga con el agua a medio cuerpo, trepando sendas y precipicios escusados y llegando finalmente sin ser sentido al parque de que hacemos mención. Guardado este por 250 artilleros a la derecha y a la izquierda de la carretera, Pineda se arrojó sobre ellos a la bayoneta, y dando la muerte a ciento, juntamente con su comandante, pereció él también en la empresa cubierto de sangre y de laureles. Su segundo toma entonces el mando, y clavando las catorce piezas de cañón que componían el parque, se retira con varios prisioneros en medio de la alarma del campamento enemigo, compuesto nada menos que de 40,000 hombres : hazaña digna de eterna memoria , y que a pesar de la rapidez con que quisiéramos contar estos hechos, no nos es posible omitir en nuestras páginas. Aquellos valientes consiguieron salvarse venciendo dificultades inmensas, dejando tendidos en el campo 50 de sus compañeros y volviendo los demás a reunirse con el ejército por caminos escarpados, haciendo un rodeo considerable.

A este rasgo de temeridad y de arrojo siguióse después el ataque de los acantonamientos franceses por el marqués de la Romana, dirigido a llamar la atención de las tropas enemigas que sitiaban Rosas, cuya plaza, según hemos dicho, se hallaba  reducida al último extremo desde el momento en que se perdió el fuerte de la Trinidad. La guarnición de la plaza consiguió adelantar un tanto sus trabajos de defensa, merced al pequeño desahogo que el movimiento de nuestro ejército le proporcionó; aunque todo fue inútil en último resultado, como tenemos dicho también: La evacuación de Rosas aumentó las filas del ejército que estaba sobre el Fluviá con los 5,000 hombres que componían su guarnición. Los franceses intentaron el 18 de febrero forzar los puestos españoles que estaban delante de la Seo de Urgel, con el objeto de tomar de flanco los que cubrían a Campredon; y llevados de este designio, se presentaron con cinco fuertes columnas delante de los puntos de Estania, Becsach, Bax y Aristo; pero aquélla empresa no produjo otra cosa que sangre, sin resultado alguno feliz para sus autores. El 28 del mismo mes manifestaron los franceses su intención de atacar la posición de nuestras tropas sobre el Fluviá, y el 19 de marzo avanzaron por Besalú en número de 7.000 infantes y 300 caballos para caer sobre nuestra izquierda, mientras otros 4,000 de los primeros y 450 de los segundos pasaban el Fluviá más abajo de Báscara, centro de la línea. Esta nueva tentativa de los franceses concluyó por dar a los españoles un triunfo completo. El general Urrutia, después de esta acción, hizo ocupar y retrincherar en toda forma el Coll de Orriols, en cuya virtud quedó el ejército español en una de aquellas posiciones ventajosas que el arte de la guerra considera como fortificaciones naturales. El 21 de marzo se presentaron los franceses en número de 4,000 hombres sobre el puesto avanzado de Lliurona, cuya defensa estaba confiada a los somatenes mandados por el cura de Salgueda. Estos últimos, después de tres horas de fuego, se arrojaron inconsideradamente sobre el enemigo, exponiéndose a una desgracia inevitable, y de que no hubieran podido salvarse sin el apoyo de las tropas de línea enviadas para sostenerlos. Los somatenes iban haciéndose de día en día mas temibles al enemigo, tanto por la pericia que iban insensiblemente adquiriendo, como por el ardor y el entusiasmo con que las ventajas parciales que conseguían los lanzaban a nuevas empresas. Sus repelidas expediciones, muchas de ellas expuestas y aun temerarias, tenían en perenne inquietud a la división francesa que ocupaba la Cerdaña, obligándola a desistir con frecuencia de sus proyectos de ataque, imposibles de realizar con las reiteradas alarmas de aquellos paisanos Uno de los expedicionarios más atrevidos contra los franceses era el canónigo Cuffí, de quien hemos hablado en la primera campaña al referir la defensa de Campredon por sus vecinos. Este canónigo mandaba una compañía de somatenes apostados en Rocabruna al norte de Campredon, y creyendo poder sorprender a los franceses en su campo del Coral, tomó las disposiciones oportunas para verificarlo. En su consecuencia, habiendo hecho ocupar el 27 de marzo los alrededores del Coll de Vernardell que dominaba dicho campo, se puso en marcha contra el enemigo; pero habiendo sido descubierto por este y hallándose en la apurada situación que es de inferir, formó el atrevido proyecto de atacarle. Precipitóse en efecto sobre él con tanto valor, que los franceses se vieron precisados a abandonar su campo después de una larga defensa. Apoderados los somatenes de Coral, se entretuvieron en saquearle, llevándose varios de los objetos que encontraron; pero mientras estaban ocupados en esta faena, avanzaron los franceses que estaban apostados en Molió y Maure y se diri­gieron a cortar la retirada de aquellos paisanos. El canónigo Cuffi se retiró sin em­bargo con buen orden , defendiendo el puente de Monfalgas que le era preciso ocupar para volver a su puesto de Rocabruna.

Viendo los franceses a los españoles retrincherados en el punto de Orriols, ma­nifestaron la mayor inquietud al considerar las empresas que podrían intentarse sobre ellos, y procuraron aproximarse al Fluviá. Una columna enemiga pasó este río el 24 de abril por la parte de Orfans, y sostenida por tropas formadas en batalla en la orilla izquierda, tomó posición en la derecha, intentando después avanzar; pero habiendo sobrevenido las tropas españolas, se vio precisada á replegarse. Otra columna se presentó delante de Báscara en la mañana del día siguiente, y poniendo sus cañones en batería, pareció anunciar el designio de forzar este paso; pero creyendo el general español que lo que el enemigo intentaba con esto era solo llamar la atención para forzar el rio por otro punto, lo hizo pasar por su parte a un batallón de nuestros cazadores por la izquierda de Báscara con el objeto de ata­car la retaguardia de los enemigos Este batallón llegó hasta el lugar de Pontos después de tres horas de marcha, y habiendo visto allí posesionada de las alturas a la columna que había marchado sobre Báscara, se retiró sin ser visto. El 25 por la mañana volvieron a presentarse de nuevo delante de Báscara 4,000 hombres: pero viendo que los franceses ocupaban todas las posiciones de la orilla izquierda del rio, presumieron que todo su ejército estaba en movimiento. Trescientos caballos franceses con algunas piezas de campaña pasaron el rio por la derecha de Báscara, y llegando hasta Calabuix, guardado por 30 hombres solamente, consiguieron forzar este punto con poca resistencia; pero habiendo recibido refuerzo aquellos 30 hombres, marcharon sobre el enemigo y le obligaron á repasar el Fluviá.

Tal era el aspecto continuo que ofrecían los sucesos de la guerra en el ejército de Urrutia, siendo inútil detenernos en describirlos detalladamente, puesto que todo se reducía a empeñarse franceses y españoles en forzar mutuamente los puntos contrarios, siendo Báscara, como ya hemos dicho, el ponto intermedio entre los dos ejércitos, ora en poder nuestro, ora en el de los enemigos. Plantados estos delante del Fluviá, les era imposible adelantar un solo paso. Verdad es que nuestras tropas no avanzaban tampoco; pero, era bastante, después de los reveses que habíamos, sufrido, contener el torrente de la invasión, no siendo nunca vencidos y saliendo por el contrario vencedores con alguna frecuencia. El general Perignon y su sucesor Scherer intentaron en vano forzar la línea española atacándola de frente mas de una vez sobre todos los puntos: la ejecución de esta empresa se hacia mas difícil de día en día; los desaires del enemigo se verificaban con mas frecuencia de la que él hubiera deseado ; el ejército español había recibido refuerzos, y su número ascendía a 35,000 hombres de tropa de línea , sin contar los somatenes.

La última acción de esta campaña en el ejército de Cataluña se verificó el 43 de julio, en que los generales franceses combinaron un nuevo ataque general. La noche de dicho día salió el ejército francés, compuesto de 25,000 hombres, de sus campos de Figueras y Rosas y consiguió ocupar la ventajosa posición de Pontos , opuesta a Báscara, que estaba entonces en nuestro poder: 5,000 hombres y 500 caballos se dirigieron también al Puig de Forcas, y otro número igual de fuerzas, con poca diferencia, apoyaron su izquierda en San Miguel y San Pedro, población muy próxima al mar. El general Urrutia, temiendo ser cercado, tomó inmediatamente las disposiciones oportunas para la defensa; y mandando a las tropas que tenia en Besalú ocupar un desfiladero en las montañas que conducen al Coll de Portell (que no debe confundirse con el otro sitio del mismo nombre cercano a Bellegarde), hizo colocar también upa balería sobre las alturas de Esponella para defender el puente; y haciendo ocupar además los vados del rio sobre toda la línea, puso en movimiento a todo el ejército. Tomadas estas precauciones, pasaron el Fluviá nuestras divisiones de la izquierda, al mando de Vives, con el designio de atacar la derecha enemiga. Visto esto por los franceses, cambiaron repentinamente de idea, y dispusieron una emboscada que fue descubierta por Vives. Este entonces reunió al centro la mayoría de sus fuerzas, y desplegando un corto número de tropas sobre los flancos, hizo atacar a los enemigos, defendiendo la aproximación del rio por su centro, que era vigorosamente atacado. Los franceses en su izquierda intentaron forzar el vado de Vilaroban; pero contenidos por Iturrigaray que hizo pasar inmediatamente el rio a un cuerpo de caballería con orden de atacarlos, se vieron precisados a tomar posición en Santo Tomás, población situada a la orilla izquierda del Fluviá y opuesta a Vilaroban. Siendo bastante considerables las fuerzas del enemigo para ser atacados en esta posición por un simple cuerpo de caballería, compuesto de algunos escuadrones, los que de estos habían pasado el rio trataron de reunirse a las tropas de la derecha; pero los franceses cargaron tan impetuosamente sobre este cuerpo, que se vio obligado a repasar el rio. Mientras tanto otro cuerpo de caballería, enviado para reforzar al primero, encontró un fuerte destacamento francés que maniobraba para cortar la retirada a los escuadrones que repasaban el Fluviá. Nuestra caballería atacó este destacamento y lo destrozó completamente. La división francesa que había perseguido la caballería española fue contenida en Vilamacalum a la orilla derecha del Fluviá. Iturrrigaray entonces hizo pasar nuevamente el rio a diferentes cuerpos de caballería y de infantería, y la acción se hizo general en toda el ala derecha, mandada por él. El general Urrutia, que desde el principio de la acción habia pasado al Coll de Orriois, delante de su línea, hizo pasar el Fluviá por el puente de Báscara a la vanguardia mandada por Arias y por el marques de la Romana. Una división a las órdenes de la Cuesta siguió esta vanguardia, la cual tuvo orden de tomar el castillo arruinado de Pontos, situado en una altura muy escarpada. Pontos fue tomado, en efecto, siendo difícil explicar el ímpetu con que nuestras tropas atacaron al enemigo, fortificado del modo más respetable. Los franceses, conociendo la importancia de recobrar Pontos, lo atacaron con intrepidez, y fue defendido del mismo modo. Una maniobra de la Cuesta, durante este ataque, acabó de decidir en aquella parle la victoria en favor de los españoles. Viéndose los franceses cortados, verificaron su retirada, siendo perseguida una parte de ellos hasta dentro de su campo retrincherado entre Figueras y Rosas, mientras los de Pontos, vencidos dos veces por Arias y la Romana, tuvieron que retirarse también , siendo perseguidos hasta en su mismo campo. Mientras la Romana, Arias y la Cuesta hacían prodigios de valor sobre el centro, nuestros soldados de la izquierda y de la derecha habían rechazado también a los franceses, y los habían igualmente obligado a retirarse.

Urrutia, después de haber desalojado de Pontos a los enemigos y haberlos perseguido hasta cerca de su campo, dio un pequeño descanso a las tropas del centro, y mandó después la retirada sobre Báscara. Esta maniobra se verificaba por escalones y con buen orden, cuando se presentaron a turbarla una porción de tropas ligeras de los enemigos. El ejército español se formó inmediatamente en batalla en la posición de Pontos y Armadas, siendo el resultado una nueva derrota por parte de los republicanos, merced al valor y al esfuerzo combinado de Taranco y la Cuesta, los cuales rechazaron al enemigo del úultimo punto, mientras Arias y la Romana hacían lo mismo en el primero. En esta brillante jornada quedaron fuera de combate treinta oficiales españoles, siendo fácil de inferir lo bien que todos llenarían sus deberes. La serenidad y el valor de nuestras tropas fue superior a todo elogio, siendo el resultado final una doble victoria que las cubrió de laureles.

Esta acción fue la última de la campaña, como hemos dicho, no habiendo ocur­rido después en el ejército del Fluviá nada digno de referirse hasta la paz que se publicó en el mes de julio. En las fronteras de la Cerdaña tuvieron lugar algunos tiroteos de fusilería, quedando siempre airosos nuestros soldados en estos combates parciales. Por la parte de Rosas hizo Gravina atacar y destruir los navíos franceses anclados en la bahía, cuya operación se hizo el 1 de julio con felicidad, a pesar de las balas rojas dirigidas por los franceses desde el fuerte de la Trinidad y demás baterías sobre nuestras chalupas cañoneras, las cuales tuvieron todo el honor de la jornada.

El general Urrutia se ocupaba en tomar la ofensiva, mientras el gabinete espa­ñol y francés trataban mutuamente la paz. La Cuesta a principios de julio pasó de su orden a la Cerdaña española, con objeto de obligar a los franceses a verificar su evacuación. Atacados estos delante de Osege, Yer y Puigcerdà, fueron tomados estos tres puntos por los españoles, a pesar de la resistencia más obstinada, y las tropas del campo de Puigcerdà se retiraron a la villa. La Cuesta intimó la rendición al comandante enemigo, y habiendo sido rehusada por este, hizo atacar la plaza. Dado el asalto por los españoles después de un fuego vivísimo, y tomada la plaza por fin, tuvieron sin embargo la humanidad de hacer prisionera de guerra la guarnición con los dos generales que la mandaban. El punto de Bellver se rindió también el día siguiente a la toma de Puigcerdà , con cuyo nuevo y feliz resultado quedaba el general español en disposición de inquietar el territorio enemigo y amenazar el Rosellón.

En cuanto á la campaña de Navarra y Guipúzcoa, ya hemos visto que el ejército francés había quedado al fin de la anterior concentrándose sobre Tolosa y encerrado en sus cuarteles de Azpeitia y Azcoitia en las márgenes del Uriola. Allí se vio contenido por los españoles encargados de la defensa de Vizcaya, los cuales ocupaban la orilla del Deva, rio que corre paralelo al otro y del cual se halla poco distante. El general Colomera había sido reemplazado por el príncipe de Castel-Franco que mandaba el ejército de Aragón, y el ejército de Navarra acababa de recibir algunos refuerzos sumamente necesarios para cubrir Castilla. Mientras estos refuerzos llegaban del interior, aprovechándola tregua que el invierno imponía a los combatientes, el ejército de Moncey se vía infestado de una epidemia espantosa que lo destruía y aniquilaba por momentos, pasando de 30,000 las víctimas de aquel terrible contagio, en el cual padecieron mucho también los naturales del país. A este propósito, y refiriéndose al ejército de Moncey, dice asi el príncipe de la Paz.—«Por el lado del mar bloqueado enteramente, y por parte de tierra contenido en sus reductos; mal provisto por la república que le obligaba a vivir á costa de los pueblos invadidos, llegó hasta el extremo de ver sujetos sus soldados a una mala ración de arroz o de patatas, único alimento y sola medicina que agotados todos los recursos podía darles. ¿Quién le impidió salir mas allá de sus líneas en tan largo conflicto? ¿Quién le estorbó dejar los lugares infestados y buscar posiciones que le ofreciesen más recursos, que ensanchasen sus tiendas y le dieran a respirar otro ambiente? ¿Por ventura al ejército casi desnudo que conquistaba entonces Holanda, le detuvieron las nieves y los hielos? ¿Y en el otro extremo del Pirineo no se peleó en el invierno? Honor y gloria al ejército de Navarra y Guipúzcoa que cansó la paciencia y refrenó el poder del ejército mas fuerte que lanzó la Francia en las fronteras españolas.»

Las hostilidades volvieron a comenzarse en el mes de marzo, en cuya época llegaron al diezmado ejercito francés los refuerzos que su general había pedido con anterioridad. Tres columnas francesas atacaron el 14 del mismo mes, y las tres a un mismo tiempo, los puntos españoles de Elgoibar, Sasiola y Pagochoeta, habiendo sido rechazadas de todos ellos, a pesar del empeño que pusieron en ocuparlos. «En el ataque de Pagochoeta , dice el mismo príncipe de la Paz, se vio un rasgo característico del entusiasmo religioso, digno de ofrecerse como un contraste con el fanatismo republicano y filosófico. Nuestra tropa había cejado algún tanto en las cumbres vecinas de aquel punto, cuando llegó en su auxilio una banda de quinientos paisanos de la insurrección vizcaína, conducida por el cura de Lezama D. Antonio de Atuchegui. Venía este revestido de los ornamentos sagrados; el estan­darte era una imagen de la virgen del Rosario: contra la Marsellesa entonaban las letanías con canto fervoroso que aturdía las montañas. Los militares recobraron su aliento, y militares y paisanos dieron sobre el enemigo, y obtuvieron el triunfo decisivo en aquel punto, donde hicieron sobre 500 prisioneros.»

El mismo día en que se verificó el ataque de estos tres puntos, embistieron los franceses también el de Azcarate, delante de Lecumberri; pero fueron rechazados y perseguidos hasta Alegría, población situada a corta distancia de Tolosa. Otro nuevo ataque, verificado el 26 de abril sobre este mismo punto, fue igualmente infructuoso para las tropas republicanas, las cuales quedaron rechazadas con pérdida. El 19 de mayo les sucedió lo mismo en el propio punto y en los de Elgoibar y Sasiola , habiendo vuelto otras dos veces sobre Elgoibar el 23 y el 25 de dicho mes, teniendo siempre el mismo resultado. Durante estas acciones se apoderaron los franceses por dos veces de la montaña de Musquiruchu; pero fueron rechazados otras dos por los españoles. Más afortunados aquellos en la noche del 28, atacaron Sasiola, apoderándose del puente de Madariaga, aunque fueron lanzados de Villareal y Elosua, pueblos atacados por ellos en la misma noche. Los franceses pasaron el Deva agua al cuello y bajo el fuego de metralla de las baterías españolas, observado lo cual, se vieron nuestras tropas forzadas a retirarse con precipitación. Ocupado entonces Motrico por los franceses, avanzaron el día siguiente hacia Berriatua, Marquina y alturas de Errearegui, quedando el general Crespo flanqueado por su izquierda en la posición de Elosua, y obligado después a veri­ficar su retirada al puerto de Descarga, donde hizo una vigorosa resistencia ; pero habiendo tenido que abandonar igualmente esta posición , marchó en retirada hasta poco mas allá de Vergara, fijando su izquierda en las alturas de los montes de Insorsa, Asumían y Elgueta, la derecha en los puntos de Satul y Teheránt, y el cuartel general y centro en Mondragón. Por este movimiento quedaba Vizcaya descubierta, si bien Crespo no hizo más que perder el menor terreno posible. La división mandada por Filangieri, que tenia cubierta la Navarra ocupando el punto de Lecumberri, quedó, á consecuencia de haberse retirado Crespo, terriblemente comprometida por su izquierda y retaguardia. Fue preciso, pues, a Filangieri verificar su retirada, abandonando Lecumberri y marchando sobre Erizo y Ozquia.

Tres días después de la retirada de Filangieri, acaecida el 2 de julio, la van­guardia española que se hallaba establecida en Irurzun se vio obligada a abandonar este punto, después de un combate obstinado y sangriento. Las columnas francesas avanzaban con ímpetu y con la confianza propia del que acababa de conseguir la primera ventaja, cuando una columna española de granaderos provinciales de Castilla la Vieja se arrojó a la bayoneta sobre los enemigos, obligándolos a retroceder; pero reforzados estos por tropas frescas, tomaron otra vez la ofensiva. Les españoles de los flancos se veían en bastante apuro delante de un enemigo tan superior en número. Filangieri entonces y el mayor general del ejército, D. Ventura Escalante, recorren las filas de los granaderos, y comunicándoles con su voz nuevos bríos, consiguen empujarlos sobre los franceses, los cuales se retiran en la mayor confusión, siendo perseguidos hasta mas allá de Gulina. Los franceses habían obtenido también ventajas por la parte de la izquierda, en la cual consiguieron penetrar hasta el lugar de Atando; pero fueron lanzados de él por el cuarto batallón de voluntarios de Navarra y 60 soldados de Farnesio. Gloria fue, dice Marcillac con este motivo, para los españoles del siglo XVIII, batir a sus enemigos en el mismo punto que siglos atrás fue testigo de la victoria alcanzada por sus abuelos sobre los romanos. Pero aunque los franceses fueron rechazados por el cuerpo principal de la división española, Irurzun sin embargo continuó en su poder; y ocupado este punto por ellos, fue la división de Crespo separada del ejercito de Navarra, quedando descubierto el flanco derecho de la posición de este general que fue atacado por to­das partes. Tomado el paso de Ermua por una división francesa que salió de Elgoibar el 13 de julio, consiguió el enemigo apoderarse en él de 43 piezas de cañón. Otra columna de 4000 hombres salida de Irurzun atacó también nuestra derecha, obligando a Crespo a retirarse defendiéndose de posición en posición, hasta ganar las montañas al oeste de Urbina detrás de las salinas. En aquella ocasión payó Durango en poder del enemigo.

Viéndose el general Crespo en la imposibilidad de resistir al número superior de fuerzas que tenia sobre sí, tomó el partido de divertir al enemigo; y en vez de retirarse sobre Pancorvo, quiso salvar aquel baluarte de Castilla, llamando la atención de los franceses sobre otros puntos. Llevado de este designio, se dirigió a Bilbao, y siguiéndole los franceses penetraron en dicha villa, que fue evacuada por Crespo el 19 de julio, después de lo cual ganó nuestro jefe a Pancorvo. Mientras tanto penetraba otra división francesa en Vitoria, llegando después hasta Miranda de Ebro, cuyo puesto fue tomado por el enemigo a pesar de la resistencia de los españoles. Estos por su parte echaron a los franceses del castillo de la misma población de que habían conseguido apoderarse, y tomando otra vez la ciudad, obligaron al enemigo a mantenerse a la otra orilla del Ebro. Cuando la división que había ido sobre Bilbao se reunió al cuerpo principal de este ejercito, los franceses establecieron un campo más abajo de la Puebla, a dos leguas de Vitoria. La vanguardia francesa ocupó Miranda que fue abandonado por los castellanos, los cuales se retiraron sobre Pancorvo.

Aprovechando los franceses el buen éxito de sus armas, procuraron formali­zar el cerco de Pamplona sin perder un solo momento, a fin de invadir Castilla por todas partes. Avanzando en consecuencia hacia Pancorvo, hicieron lo posible para extenderse sobre la capital de Navarra; mas para llegar a este último punto era preciso antes forzar la posición de Erice. El 22 de julio, día en que justamente se estaba firmando la paz en Basilea, se verificó con dicho motivo la última acción en que intervinieron por la parte de Navarra ambos ejércitos beligerantes. No habiendo podido los franceses forzar la posición de Erice por el frente, pusieron todo su empeño en verificarlo por la izquierda; y atacando el estrecho de Oralleguy en tres columnas al amanecer del día de que acabamos de hacer mención, consiguieron ocupar la cumbre de la montaña de Andia, con poca resistencia de nuestra parte; pero fueron detenidos en la meseta por el y IIº batallón de África. El fuego era vivísimo y sostenido, sin que los franceses pudieran ganar terreno a pesar de la superioridad del número y de los refuerzos que les llegaban por la derecha. El coronel de África, Goyeneta, y el teniente coronel Acuña fueron heridos en aquella reñida acción, en la cual quedó cubierto de cadáveres el campo de batalla. Herido segunda vez Goyeneta de un tiro de pistola, cayó mortalmente, siendo hechos prisioneros el teniente coronel y el mayor; pero habiendo tomado el mando don Juan Aguirre, consiguió reanimar el valor de las tropas. Herido este jefe también, y siéndole imposible contrarrestar la superioridad numérica del enemigo, se vio en la necesidad de retirarse, siéndole preciso abrirse paso a la bayoneta por en medio de los franceses que le tenían cercado. Hecho esto, se defendió en retirada, disputando el terreno a palmos, hasta las inmediaciones de Izarbe; pero viendo llegar cuatro batallones en socorro de los dos que se replegaban, se precipitó de nuevo sobre los enemigos, obligándolos a retirarse a la altura del estrecho. De esta manera, y merced a los dos batallones mencionados , se evitó una retirada general en el resto del ejército. El rey premió su bravura concediendo a sus soldados el escudo de honor que llevan en el brazo izquierdo, en el cual está representada aquella acción brillante. Este distintivo se puso igualmente en los estandartes de los dos batallones, a fin de perpetuar un rasgo de valor tan heroico.

Este acontecimiento fue el último, como hemos dicho, que siendo digno de mencionarse, tuvo lugar en el ejército de Navarra El marqués de S. Simón que estaba en Cádiz con la legión real de los emigrados franceses para embarcarse en una expedición destinada a Ultramar, fue nombrado segundo comandante del ejército de Navarra; pero al día siguiente de haber llegado al cuartel general del príncipe de Castelfranco, se noticio al ejército la paz firmada en Basilea, y desde aquel momento cesaron los horrores de la lucha.

Esta última campaña, dice Marcillac reasumiéndola, ofrece atrevimiento en las marchas y buena combinación y ejecución en los planes por parte de los france­ses ; ejecución sin embargo que , aunque brillante , habría podido ser arriesgada al frente de un enemigo que hubiera tenido la conciencia de sus propias fuerzas. Confiando los generales franceses en el resultado que la rapidez de sus movimientos debía producir en un ejército que iba en retirada, no calcularon sin embargo bastantemente sus fuerzas, preocupándose demasiado, y con muy cortos medios, del deseo de cortar por su centro al ejército español, y de aislar o separar por consiguiente la incursión en Vizcaya y en Alava de la invasión en Navarra. La sabia retirada de la izquierda del ejército, ordenada y llevada a cabo por el general Moncey sobre los puntos de doña María y de lciar, prueba una sagacidad suma. En la época en que fue firmada la paz , el ejército de Navarra, a pesar de la desastrosa campaña de 1794, presentaba un aspecto verdaderamente soberbio; se hallaba bien organizado y era superior en fuerza al de los franceses, merced a los refuerzos que había recibido. Si ese ejército hubiera estado más concentrado, y si el príncipe de Castelfranco, reuniendo en Navarra un cuerpo de consideración, hubiese marchado directamente a Guipúzcoa, cubriendo bien su posición sobre Doña María, delante del Bidasoa, el ejército francés de Álava y Vizcaya se hubiera visto precisado a replegarse para evitar el riesgo de ser cortado, y habría tenido que tomar también una posición definitiva en el campo retrincherado de Hernani. Yo no sé; continúa, si el general español se había propuesto este plan; pero el general francés lo tenia previsto a lo que parece. Mientras ambos generales combinaban los sucesos, uno y otro ignoraban que S. M. C. se ocupaba en negociar una paz sólida y durable para sus vasallos, sacrificando a la tranquilidad de sus pueblos los triunfos que se prometían sus armas.

Esto por lo que respecta a Navarra y Guipúzcoa. En cuanto al ejército de Ca­taluña, vemos primero (dice el mencionado historiador, reasumiendo la misma campaña) un ejército desgraciado y lleno de desaliento, sin jefe capaz , por decirlo así, sin oficiales á propósito para reorganizarlo, acabando de experimentar un gran desastre y retirándose al interior de la provincia fronteriza del reino. Llega un nuevo general; el ejército cambia de opinión y de conducta; se reorganizan los cuerpos que le componen, y renace la disciplina; los oficiales se acuerdan que descienden de los valientes de Carlos V, y a las derrotas pasadas suceden acontecimientos felices, acontecimientos parciales en verdad; pero tanto más honrosos cuanto se realizan casi siempre en una posición defensiva, y la menos ventajosa por lo mismo para un ejército que acaba de experimentar desgracias. La defensa de Izquierdo en Rosas pasará a la posteridad como uno de los hechos más brillantes de esta guerra. Viendo los franceses que sus enemigos habían cambiado de jefe, se presentaron con menos confianza y a tientas con los españoles, y los atacaron siempre bajo un mismo plan casi con las mismas combinaciones. Tanto en esta campaña como en la precedente echamos siempre en falta aquellas vastas concepciones que prueban el talento de un general, aun cuando sucumba en su empresa. Cuando los franceses atacaban de frente, los españoles no intentaban diversiones en grande. La primera operación sobre el parque de reserva de los franceses entre Figueras y la Junquera debía haber manifestado la posibilidad de un gran movimiento combinado. Dueño de todo el curso del Ter, hubiera podido Urrutia inquietar fácilmente los flancos y la retaguardia del ejército francés; pudiendo también haber maniobrado en términos de no dejar al ejército invasor sino el Coll de Bañuls para repasar los Pirineos. Nada digo de los medios que Urrutia tenía por mar, de cuyas costas era dueño Gravina. La última operación de Urrutia en Cerdaña prueba que quería hacer una diversión invadiendo el condado de Foix. La paz vino a paralizar la ejecución de sus combinaciones. Entonces tenia un ejército superior al de los franceses en tropas de línea : además de esto tenia todos los paisanos de Cataluña (somatenes) bien aguerridos, y con semejantes elementos hubiera podido hacer mucho. Ocupada la corteen arreglar los artículos de paz durante esta campaña, impedía tal vez la ejecución de sus planes, proponiéndose sin duda economizar la sangre de sus vasallos. Yo no juzgo sino lo que concierne al ejército, sin entrar en cuentas con las operaciones del gabinete».

El historiador Marciliac escribía su obra en sentido militar puramente, y su plan por lo mismo le ponía en el caso de poder prescindir en sus juicios de todo lo concerniente a la política. Menos afortunados nosotros en esta parte, tenemos que arrostrar la enojosa tarea de residenciar los hechos del gobierno; y habiendo concluido ya la narración de esta guerra bajo tantos aspectos memorable, cumpliríamos muy mal con nuestro deber si prescindiésemos de examinar, con toda la imparcialidad y madurez de que seamos capaces, el cambio que con motivo de la paz vino á realizarse en la marcha de nuestros negocios. Este examen y el de los pasos que se dieron para entablar esa paz, constituirán el asunto del capítulo siguiente.

 

Histoire de la Guerre entre la France et l’Espagne, pendant les annés de la Révolution Francaise 1793, 1794 et partie de 1793, par Louis de Marcillac.

 

 

CAPITULO VII

VELEIDOSA CONDUCTA POLITICA DE GODOY EN EL ASUNTO DE LA GUERRA CON FRANCIA. — NEGOCIACIONES QUE PRECEDIERON A LA PAZ DE BASILEA, Y SU AJUSTE DEFINITIVO. REFLEXIONES SOBRE ESTE TRATADO Y SOBRE EL TÍTULO DE PRÍNCIPE DE LA PAZ QUE CON ESTE MOTIVO FUE DADO A GODOY.

 

 

 

Antonio Ramón Ricardos y Carrillo de Albornoz ( 1727-1794)

Carlos IV de España se sumió con el estallido de la Revolución francesa en un estado de estupor compartido por todo el Antiguo Régimen. Prusia y Austria no dudaron ni un instante en declarar la guerra a aquellos galos que se habían atrevido a rebelarse contra sus reyes y a romper las sagradas leyes que protegían a las monarquías. No así España, que dado el parentesco de sus monarcas con los Reyes de Francia prefirió asumir una actitud más moderada para evitar que un paso en falso costara la vida a su familiar Luis XVI, cada vez más cerca de la guillotina. El fracaso de esta política de apaciguamiento costó el puesto de secretario de Estado al Conde de Aranda y, tras la muerte de los reyes, condujo a España a sumarse a la guerra.

El 21 de enero de 1793, Luis XVI de Francia fue ejecutado. Manuel Godoy, que había reemplazado al dubitativo Aranda meses antes, firmó con el Reino de Gran Bretaña su adhesión a la Primera Coalición contra Francia. Godoy dio así luz verde a los planes que el Conde de Aranda había preparado para presionar a Francia en su frontera sur, mientras el resto de monarquías europeas lo hacían por el norte y el este. La ofensiva española se repartió en tres frentes pirenaicos, siendo el de mayor tamaño el catalán, con 32.000 hombres; seguido del vasco con 18.000, y del aragonés, con solo 3.000 efectivos. Si bien estos dos últimos ejércitos se limitarían a defender la frontera y a distraer las líneas enemigas, las esperanzas del ataque estaban puesto sobre la campaña catalana.

Para tan alta ocasión, que los españoles intuyeron como una cruzada contra los franceses regicidas, Godoy colocó al mando del frente principal al prestigioso general Antonio Ricardos . Este oscense de nacimiento, procedente en una familia gaditana de impronta castrense y con abuelo en la Royal Navy , fue educado con esmero y erudición para servir en el Ejército español en cuanto tuviera edad de sostener una bayoneta con firmeza. Su bautizo de armas lo adquirió siendo adolescente en Italia al lado de su padre, a cargo del Regimiento Malta de Caballería, durante la Guerra de Sucesión austriaca .

En esta contienda, los Borbones procuraron devolverle el golpe a los Habsburgos tras el desaguisado montado en España. Fernando VI obtendría para su hermano Carlos, futuro Carlos III , el reconocimiento de sus derechos sobre el Reino de Dos Sicilias y para otro hermano, Felipe, los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla. Ricardos, por su parte, lo que logró en Italia es experiencia y el grado de coronel.

Una vez en España, se dedicó a estudiar tratados militares y aumentar su formación. Como señala Mateo Martínez Fernández en la entrada que le dedica al oscense en la Diccionario Biográfico de la Real Academia de Historia, Ricardos estudió seriamente las tácticas del Rey de Prusia Federico II, muy admirado por todos los generales de su tiempo, así como las grandes batallas de la antigüedad , de Roma y de Cartago, a las que era extraordinariamente aficionado. Se ha escrito, a este respecto, que en futuras campañas se pudo advertir la influencia prusiana en la forma de proceder del militar español y cierta impronta romana.

Con la entrada tardía de España en la Guerra de los Siete Años , Ricardos volvió a los campos de batalla, esta vez contra Portugal (1762), aliado de Gran Bretaña . No sería una guerra memorable la de España contra Portugal, pero terminó con Ricardos ascendido a brigadier tras demostrar su valía en combate. Al año siguiente, sería recompensado con el grado de mariscal en una campaña en el norte de África que buscaba combatir a los piratas argelinos y las acometidas marroquíes. Allí fue herido, sin que revistiera gravedad.

Amparado por el Conde de Aranda y su partido de aristócratas, Antonio Ricardos desempeñó tareas de carácter administrativo como la reorganización del Ejército de Nueva España o la reforma de las estructuras de formación de los futuros oficiales de las distintas Armas. Como hombre ilustrado de su tiempo, el oscense estuvo plenamente integrado en la Sociedad Económica de Amigos del País , que era un grupo de presión para la prosperidad del país desde postulados reformistas pero respetuosos con la tradiciones y la religión cristiana.

Su lealtad a Aranda y oposición a Floridablanca le costó el destierro a Guipúzcoa, aunque este castigo se disfrazó de traslado rutinario a un destino militar para el que, en realidad, no se le encomendó tarea alguna. El ya entonces teniente general volvió a la corte a principios de 1793 para hacerse cargo del mando en el conflicto contra la Convención francesa , también conocido como la Guerra del Rosellón . El 26 de febrero fue nombrado capitán general del Ejército de Cataluña y dio el pistoletazo de salida a la campaña, que consistía en una invasión en toda regla de la frontera francesa.

En una típica guerra de montaña, desde el Coll de la Perché y el Pico de Puigmale hasta la costa mediterránea, Ricardos dio una lección magistral sobre cómo hay que conducir las fuerzas en este tipo de terreno, lo que le mereció el elogio del escritor francés Jomini, que estudió la campaña y escribió que había sido «un modelo de guerra de montaña».

Gloria y caída de un gigante de la táctica

Entre abril y septiembre, las tropas de Ricardos ocuparon Arlés, el río Tec y Bellegarde, imponiéndose, por sus condiciones de estratega y táctico, en las batallas de Mas Deu yde Truillás , a las fuerzas francesas. La primera de estas contiendas se resolvió con una victoria estratégica española sobre un enemigo que durante todo el siglo XIX se había mostrado intocable frente al vecino del sur, que miraba con desdén a sus primos desde que Luis XIV había reordenado las fronteras. No en vano, fue en Truillás donde Ricardos arrasó con la fuerza revolucionaria. Los franceses sufrieron la pérdida de 6.000 y unos 1.500 heridos, frente a solo 2.000 bajas españolas, lo que extendió una alfombra roja en dirección a Perpiñán, capital de aquel departamento.

Para cuando Godoy se decidió por firmar la paz en 1795, España había retrocedido en los tres frentes

Ricardos no dudó en estas contiendas en ponerse al frente de la caballería en situaciones críticas. Su rival en la campaña, Auguste Dagober t, se vio superado en todo momento por el español, que, falto de apoyos, hubo de fortificarse en Boulou, casi en la costa Mediterráneo, con 20.000 hombres y 106 piezas artilleras, sin perder un solo hombre ni un cañón en la retirada. Allí aguantó casi un mes tres ataques masivos y once combates sin ceder un centímetro de terreno. Incluso pudo contraatacar a los ejércitos de la Convención republicana en Asprés, tomando Port-Vendres , Santelme y Colliure y dominandotoda la costa rosellonesa. Pocas veces en ese siglo un general español demostró tanta altura militar e inteligencia.

Si Carlos V lamentó desde Cuacos de Yuste dos siglos antes que su hijo Felipe II no tomara París tras la batalla de San Quintín , desde aquel Madrid de Godoy hubo quien criticó igualmente la prudencia de Ricardos al no ocupar Perpiñán. Lo cierto es que el genio español había sacado victorias y conquistas donde, en opinión de Aranda y otros mandos, cabía hallar únicamente fracasos debido a los escasos medios y menos efectivos. La Francia de los ciudadanos soldados tenía capacidad de sobra para repeler ese y otros ataques, para lo cual solo necesitaba rearmarse.

A comienzos del año 1794, el capitán general Ricardos, ascendido a tras su éxito en la batalla de Masdeu, aprovechó un «compás de espera» en la guerra para explicar en Madrid lo vulnerable de su posición y las penurias que vivía su ejército, que contaba los días de espera para un contraataque galo.

En esa miserable tarea de despachos y ministerios, el comandante contrajo una pulmonía que acabó con él el día 13 de marzo de 1794. Tenía cuando falleció sesenta y seis años y ningún hijo. Con él desapareció el que, según el Conde Clonard , era «una de las más bellas glorias españolas. Activo, perseverante, intrépido, sagaz, con un espíritu profundamente creador y una energía de primer orden».

A la muerte de Ricardos, Alejandro O'Reilly fue designado como su sustituto, si bien murió antes de tomar el mando. El reemplazo de ambos, el Conde de la Unión, moriría también antes de terminar ese año, que se cerró con importantes derrotas. Para cuando Godoy se decidió por firmar la paz en 1795, España había retrocedido en los tres frentes y, además de lo ganado, había perdido ciudades tan importantes como Bilbao, San Sebastián y Figueras .

Por la Paz de Basilea (1795) , España reconoció a la República Francesa y cedió la parte española de la isla de La Española, valga por una vez la redundancia.

 

 

Jacques François Dugommier(1738-1794) se incorporó al servicio cuando tenía doce años, a la compañía de los cadetes de las colonias, Rochefort, donde ascendió y recibió la Cruz de San Luis. Luchó desde 1759, cuando participóen la defensa de la isla de Guadalupe contra los británicos, y el 1762 en Martinica, durante la guerra de los Siete Años. Tomó el nombre de Dugommier el 1785, y después de 25 años de servicio en las colonias, se retiró para ocuparse de la explotación de sus tierras en Guadalupe.Al comienzo de la Revolución, se distinguió como un patriota y fue elegido miembro del parlamento colonial y comandante de la Guardia Nacional de la Martinica, donde tuvo una parte muy activa en los desórdenes que agitaron la isla. Volvió a Francia en 1792, siendo elegido diputado de la Convención Nacional. Relevó a Jean-François Carteaux como comandante del ejército de Italia, con el cual llevó a cabo el asedio de Toulón, entonces en manos de los británicos, y siguiendo los consejos de su capitán Napoleón Bonaparte, consiguió tomar la ciudad en 1793, distinguiéndose por su humanidad después de rendir el lugar. En septiembre de 1793, durante la guerra de la Primera Coalición forzó la retirada de las tropas piamontesas, aliadas de Austria en varios combates.

Guerra del Rosellón

Nombrado general del Ejército de los Pirineos, durante la guerra del Rosellón, fue el encargado de recuperar los territorios roselloneses perdidos a manos de los españoles, comandados por el general Antonio Ricardos, conde de La Unión. Reorganizó el ejército y lo reforó, debilitado como estaba por los incesantes ataques inútiles contra posiciones fortificadas de los españoles durante el periodo anterior. Entre el 28 de abril y el 1 de mayo de 1794 venció definitivamente en la batalla del Voló sobre los españoles dirigidos por el conde de la Unión, y aseguró la reconquista del Rosellón. Port Vendres, defendido por 400 franceses realistas de la legión Panetier, también cayó. A continuación, pasó a la ofensiva a la otra banda de los Pirineos, y tomó San Lorenzo de la Muga.

Murió el 18 de noviembre durante la batalla de Roure, como consecuencia de una bomba que cayó; en su punto de observación, establecido en la montaña de Mont-roig. Escribió en sus memorias, Memoire sur la Catalogne(1794), que siempre creyó en la anexión de Cataluña.

Fue sepultado en la fortaleza de la Bellaguarda, en el bastión que mira hacia España,