CAPÍTULO XI.
LAS ESCUELAS FILOSÓFICAS
ATENIENSES
I
LA FILOSOFÍA DE SÓCRATES
En la conversación imaginaria del Fedón,
Platón hace contar a Sócrates cómo había perdido todo interés por la ciencia
física de su tiempo. La "naturaleza de las cosas" se había buscado,
por así decirlo, despedazando el mundo e imaginándolo formado por
diferenciación a partir de alguna materia primitiva o por la combinación de
varios elementos inmutables, un proceso mecánico, inocente de diseño.
Anaxágoras, en efecto, había hablado de que la Mente daba el primer impulso de
movimiento; pero, para decepción de Sócrates, esta Mente no fue empleada para
planificar el universo, en todas sus partes, "para lo mejor". Era
como si la razón por la que Sócrates estaba entonces en la cárcel no debiera
encontrarse en su resolución de acatar la sentencia de la ley, sino en el
movimiento de los miembros que lo habían llevado allí. Sócrates no intentó por
sí mismo lo que Anaxágoras había dejado sin hacer. Se apartó del mundo de las
cosas para buscar la sabiduría en el mundo del discurso.
El resultado de esta reorientación de la
filosofía fue que los dos grandes sistemas del siglo IV, el platónico y el
aristotélico, buscaron ya la naturaleza de las cosas no en un material más
simple a partir del cual se desarrollan, sino en una perfección final de la
forma a la que aspiran por un impulso natural o divino. comparable a los propósitos conscientes del
hombre. La interpretación mecánica de la Naturaleza cede ante la teleológica.
El mismo Sócrates, como dice Aristóteles en Metafísica I, 6), no tenía sistema
de la Naturaleza; Pero la revolución que colocó el concepto de diseño por
encima de las causas mecánicas y materiales siguió naturalmente a su
preocupación por la guía inteligente de la vida del hombre hacia su propio
bien.
Los hechos externos de la vida de
Sócrates ya han sido descritos. Para el conocimiento de su filosofía dependemos
de tres testigos: Jenofonte, Platón, Aristóteles; pues el mismo Sócrates no
dejó escritos, y no sabemos nada de su doctrina característica de las Nubes de
Aristófanes (estrenadas, 423 a.C.). El Sócrates de esta comedia es un cuadro
compuesto de al menos tres tipos incompatibles: el jefe de una escuela
residente de ciencia jónica atea; el sofista errante, dando conferencias sobre
retórica, gramática y otros temas a jóvenes lo suficientemente ricos como para
pagar sus honorarios; y un asceta harapiento, descuidando sus intereses
mundanos para enseñar moral. La tercera figura sólo tiene algo en común con el
Sócrates de la Apología de Platón y el filósofo ideal de la escuela cínica. El
sofista puede ser descartado por completo. Nuestra otra evidencia, sobre todo
la Apología, niega que Sócrates haya enseñado alguna vez ciencia física,
aunque bien pudo haber buscado la sabiduría en ese aspecto y no la encontró.
Aristófanes reconoció en Sócrates y Eurípides a los dos exponentes más
subversivos del espíritu moderno, y amontonó sobre ellos todos los rasgos que
condenaba, sin imaginar que la posteridad confundiría sus máscaras con retratos
históricos.
La mayor parte de los Memorabilia de
Jenofonte no es, ni siquiera en su
intención, histórico; pertenece, con su Qeconomicus y Symposium,
a un tipo de literatura apologética conocida como "discursos
socráticos". Había muchas obras de este tipo. Los escritores estaban hasta
cierto punto en competencia, cada uno corrigiendo los puntos de vista de los
demás sobre Sócrates, que es una figura problemática para nosotros porque lo
era incluso para sus seguidores. Aristóteles clasifica estos escritos con el
mimo en prosa como forma de ficción. Eran conversaciones imaginarias, diseñadas
para mostrar cómo era el maestro muerto; Y, al tiempo que conservaban una
fidelidad general a su carácter, los escritores se sentían libres de caer en el
anacronismo y de expresar sus propias opiniones a través de su boca. Todos los
diálogos de Platón están sujetos a esta convención. Aristóteles debió conocer
esta literatura, además de lo que aprendió de Platón en una relación de veinte
años. Su evidencia proporciona el único medio de fijar el punto en el que
Platón va más allá de su maestro; pues la obra de Jenofonte no es independiente
de la de Platón, y de los demás discursos socráticos sólo sobreviven unos pocos
fragmentos.
Ningún documento nos acerca más al
verdadero Sócrates que la Apología de Platón, que no es una conversación
imaginaria en circunstancias ficticias. Su objetivo es dar cuenta veraz de la
obra de Sócrates. Que el relato no sólo es verdadero, sino sustancialmente
completo, puede inferirse del "tono elevado" que Jenofonte encontró
en todos los informes sobre el discurso de Sócrates. Es evidente que Sócrates
no había tratado de hacer una defensa eficaz: no iba a balbucear sobre nada de
su pasado que pudiera defraudarlo. La tergiversación de su carácter y obra por
parte de los poetas cómicos es repudiada en términos que habrían sido inútiles,
además de falsos, si la imagen de las Nubes hubiera sido incluso una caricatura
del hombre real. A continuación, da su propio relato de su misión a la sociedad
ateniense.
El oráculo de Delfos había declarado que
nadie era más sabio que Sócrates. Inconsciente de toda sabiduría, Sócrates se
propuso refutar el oráculo poniendo a prueba a los líderes reconocidos del
pensamiento y la acción. Descubrió que los hombres de Estado ignoraban que no
sabían nada que valiera la pena saber. Los poetas, estimados popularmente como
autoridades en religión y moral, no podían dar cuenta racional de sus poemas;
Escribieron, al parecer, «por alguna inspiración de genio». Pero entre los artesanos
(si el zapatero se atuviera a lo último y no se creyera que podía gobernar
Atenas), Sócrates encontró lo que él llamaba conocimiento. Podemos inferir lo
que Sócrates quiso decir, o al menos lo que Platón, en esta etapa, pensó que
quería decir, por la sabiduría que siempre dijo que no poseía y que no podía
impartir. El artesano sabe lo que está tratando de hacer, y por qué, y cómo
hacerlo. Puede dar cuenta explícita de sus conocimientos; Todas sus acciones
están inteligiblemente relacionadas con su propósito. El ideal de Sócrates era
reducir la conducta a un arte de este tipo; De ahí que rara vez discutiera una
cuestión moral sin referirse al albañil o al carpintero. Los estadistas y los
poetas no tenían tal conocimiento del verdadero objetivo de la vida pública y
privada; Ni siquiera sintieron la necesidad de hacerlo.
Para sí mismo, Sócrates afirma que no
tiene nada que enseñar. Se han hecho intentos para proporcionarle una Begriffsphilosophie.
Se basaban en afirmaciones de Jenofonte, que ahora se ven derivadas de los
diálogos de Platón, y en un pasaje (Metafísica, 1, 6) donde Aristóteles,
describiendo la influencia de Sócrates en Platón, observa que trató de definir
términos morales. Los ensayos de Sócrates en este sentido tenían un motivo
práctico. Nociones claras, pensó, son necesarias para la acción correcta; Nadie
puede ser consciente y consistentemente bueno a menos que sepa lo que es la
bondad. Aristóteles no da ningún fundamento para atribuir a Sócrates un interés
especulativo por los conceptos o universales, ni ninguna teoría de su estatuto
metafísico. En la Apología, Sócrates describe así el lado positivo de su
misión: "No tengo otra tarea que persuadir a todos vosotros, jóvenes y
viejos, de que os preocupéis menos por vuestros cuerpos y vuestras riquezas que
por la perfección de vuestras almas, y deciros que el bien no viene de la
riqueza, sino que es la bondad la que hace la riqueza o cualquier otra
cosa, en la vida pública o en la
privada, algo bueno para los hombres. Si, al decir eso, estoy pervirtiendo a
los jóvenes, tanto peor; pero si alguno afirma que digo otra cosa, no es
verdad. La única doctrina positiva profesada por Sócrates es que, de todos los
objetivos que los hombres persiguen en la vida, sólo uno tiene algún valor, a
saber, "hacer que el alma sea lo mejor posible". Esto nunca se había
dicho antes en Atenas; Era una paradoja, difícil de entender. ¿Qué es ser
bueno? La pregunta no pudo ser respondida en la Apología, pero nuestros
testigos coinciden en formular ciertos principios que, a primera vista, parecen
ser lugares comunes o obviamente falsos. Estas proposiciones socráticas son:
(1) La bondad (virtud) es conocimiento; (2) La bondad no se puede enseñar; (3)
Nadie hace el mal voluntariamente; (4) La felicidad es el resultado de la
bondad.
(1) La palabra areté (bondad)
carece de algunas de las asociaciones de 'virtud'. Ligado a las nociones de
función y rendimiento, denota la excelencia de todo lo que es bueno para
cualquier trabajo o fin; En plural puede significar 'logros'. La
"bondad" enseñada por los sofistas era la capacidad de manejar los
asuntos y alcanzar los objetivos de la ambición personal. Los socráticos no se
apartan de este uso; Sólo difieren en su visión de la función del hombre, que
determina el contenido de su "bondad". La función del alma, dice
Sócrates en la República de Platón, es "tomar el pensamiento y
gobernar"; más generalmente, es "vivir"; la bondad del hombre es
lo que le permite vivir bien, y por lo tanto "hacer el bien" en otro
sentido: ser feliz. La primera proposición socrática define esta bondad, de la
que dependen la vida recta y la felicidad, como conocimiento. Este duro dicho
significa, como indica la Apología, que existe, o debería haber, un arte
de vivir, en el que todas nuestras acciones se dirigirían conscientemente a un
objetivo claramente concebido: el bien en el que consiste nuestra función, el
verdadero fin de la vida. Si hemos de ser buenos, este fin debe ser conocido.
(2) ¿Cómo se obtiene ese conocimiento?
No puede, en el sentido común, ser enseñado. Si el fin de la vida fuera la
salud, la riqueza o el éxito social, podríamos aprender los medios del médico,
del hombre de negocios, del sofista. O, si "vivir bien" significaba
ajustarse a las reglas de conducta aprobadas por la sociedad, esto también
podía aprenderse como un hecho comprobable. Pero las creencias actuales sobre
el bien y el mal no pueden ser conocimiento: no son consistentes ni siquiera
dentro de una sociedad; Y ninguna creencia aceptada por mera autoridad puede
ser conocimiento. No sabré que lo que otros llaman correcto y bueno es
realmente así, a menos que pueda verlo por mí mismo; y si puedo verlo, lo que
piensen los demás se vuelve irrelevante. Mi acción debe estar determinada
únicamente por mi propia convicción. El postulado implícito es que cada alma
humana tiene el poder de discernir, por intuición directa, lo que realmente es
bueno. Una vez despejado de las brumas del prejuicio y la falsa apariencia, su
juicio es infalible e inapelable. Sócrates, en consecuencia, no tenía un
sistema de moral que enseñar. Dedicó su tiempo a inducir a cualquiera que se
sometiera a la prueba a examinar sus propias creencias, hasta que su confusión
e inconsistencia lo llevaron a la convicción de que no conocía el verdadero
final de la vida.
(3) Los críticos, antiguos y modernos,
han planteado la objeción obvia: puedo conocer lo que es bueno y, sin embargo,
no desearlo; el mero conocimiento no es suficiente para determinar la voluntad.
Sócrates respondió: Nadie hace el mal voluntariamente (o a sabiendas). El
malhechor es engañado; Su sentido de lo que es realmente bueno, y bueno para
él, está oscurecido por una falsa apariencia. El placer rival parece bueno, y
él lo sigue. No es cierto, entonces, que él sepa, en este momento, lo que es
bueno. Si supiera esto, en el pleno sentido de "saber", no podría
desear otra cosa. En un conflicto de motivos, la culpa no está en el deseo, que
se divide entre los dos objetos, sino en la incapacidad de discernir el objeto
verdadero del falso. Una vez que podemos hacer eso, toda la corriente del deseo
debe fluir hacia el verdadero bien. Celui qui n agit pas comme il
pense, pense imparjaitement (Guyau).
El Cármides de Platón contiene
una discusión sobre el autocontrol, a partir del precepto délfico: Conócete a
ti mismo. El resultado es que el dominio de sí mismo, como cualquier otra
virtud, significa el conocimiento del bien y del mal; Y podemos inferir que
esto equivale al autoconocimiento, el reconocimiento de un verdadero yo, en el
centro de nuestro ser, que reclama el control sobre todo el resto de lo que
llamamos nuestro "yo" y es, en última instancia, el "alma"
que debemos cuidar. Tanto Platón como Aristóteles aceptaron la creencia en este
yo más íntimo y sostuvieron que era el elemento divino en el hombre. A su
peculiar forma de deseo, siempre dirigida al verdadero bien que puede percibir,
la llamaban con un nombre especial, "Deseo" (boulesis). Cuando
actuamos mal, hacemos lo que nos gusta, pero no lo que deseamos; La visión del
verdadero ser está oscurecida por el momento.
(4) Finalmente, la felicidad es el
resultado de la bondad. El sacrificio de los placeres que falsamente parecen
buenos no es un sacrificio de la felicidad. No hay un conflicto real entre el
deber y el placer, porque ningún placer es comparable a la satisfacción del
alma que sigue al reconocimiento interno del bien. Vivir bien es lo mismo que
vivir feliz. Esta doctrina podría ser fácilmente malinterpretada en el sentido
de que la virtud debe ser elegida por su recompensa en términos de bienes
terrenales. Jenofonte atribuye constantemente este vulgar
"utilitarismo" a Sócrates. Debe recordarse que Sócrates no se ocupaba
generalmente de exponer los principios morales antes formulados —debemos la
formulación a Platón—, sino de extraer y criticar las nociones de otros hombres
acerca de la conducta. No hay duda de que generalmente les hablaba a su propio
nivel; A menudo puede haber recomendado la virtud como un medio para la salud o
la estima social. Esto bastaría para despistar a un Jenofonte; pero el Sócrates
de Platón sostiene que la prosperidad y el honor mundanos son indiferentes; Lo
que importa es 'cuidar el alma de uno'. La búsqueda incansable de la bondad
moral es la felicidad, aunque la pobreza, el sufrimiento y la muerte sean el
costo. No queremos el bien para ser felices; Nos alegramos de quererlo.
Esta doctrina simple y profunda del
camino correcto de vida es la filosofía de Sócrates. Sobre la cuestión de si
tenía, en la mente de Sócrates, un trasfondo religioso o una sanción, no se
puede confiar en Jenofonte; dependemos enteramente de la Apología y de los
diálogos anteriores de Platón. Una cosa está clara: la doctrina moral es
autónoma y no requiere el apoyo de las creencias teológicas. Si la distinción
entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, es absoluta, y puede ser
conocida directamente por el ojo interno de cada alma, no se necesita ninguna
sanción sobrenatural para la conducta, aunque pueda existir. En el Eutifrón,
Sócrates discute la religión con un formalista satisfecho de sí mismo y, en el
curso de una sutil argumentación, le hace admitir que la conducta correcta no
puede definirse como una conducta agradable a los dioses. Su aprobación es, en
términos lógicos, un accidente; no hace que una acción sea correcta. La acción
se aprueba porque es justa, absoluta y sin condiciones. Por lo tanto, una
teología que profesa interpretar la voluntad del cielo como una guía para la
conducta es superflua. Además, si la felicidad sólo puede alcanzarse conociendo
y eligiendo lo que es bueno, es alcanzable en esta vida, en proporción a
nuestro éxito en el cumplimiento de la condición. Ninguna creencia en
recompensas o castigos después de la muerte podía influir en la conducta. El
hombre bueno es feliz ahora, el malo infeliz. Si hay una vida futura, será la
misma entonces; Si no la hay, no se debe renunciar a la bondad como no
remunerativa. Sócrates se compromete a demostrar esta verdad en la República.
Si el Sócrates histórico creía en dioses
o en la inmortalidad y en qué sentido, es una cuestión dudosa. Jenofonte dice
que se sacrificó tanto en público como en su propia casa; Pero la conformidad
no implicaba la aceptación del dogma. Oraba, se nos dice, aunque nunca para
satisfacer necesidades particulares. Su fórmula de oración era simple: Dame lo
que es mejor para mí; Porque, dijo, los dioses saben mejor qué cosas son
buenas. La Apología platónica habla de "Dios" o "los
dioses" en términos convencionales, abiertos a cualquier interpretación.
La actitud hacia la inmortalidad es definitivamente agnóstica. "Temer a la
muerte es pensar que eres sabio cuando no lo eres; Es pensar que sabes lo que
no sabes. Nadie sabe si la muerte no puede ser el mayor bien que un hombre
puede tener; sin embargo, los hombres lo temen, como si supieran que es el peor
de los males... Si yo pretendiera ser más sabio que los demás, sería
porque no creo tener suficiente conocimiento del otro mundo, cuando en realidad
no tengo ninguno". La muerte puede ser un sueño sin sueños o la migración
del alma a otro lugar. En cualquier caso, es cierto que "ningún mal puede
sucederle a un hombre bueno, y sus preocupaciones no son descuidadas por el
cielo". Si Sócrates hubiera profesado alguna creencia definida en la
inmortalidad, ningún motivo podría haber inducido a Platón a transmitir una
impresión falsa en la Apología. Para Sócrates esta cuestión, como todas
las demás, era una cuestión de conocimiento; Y un rasgo esencial de su mente es
el claro sentido de dónde termina el conocimiento y comienza la ignorancia, con
sus creencias no probadas. Que ningún mal puede sobrevenir al hombre bueno es
una convicción racional, que se deriva de la definición de la felicidad. El
único mal que puede sobrevenir a alguien es la pérdida de la bondad moral. La
afirmación de que los asuntos del buen hombre 'no son desatendidos por el
cielo' expresa, en términos convencionales, la convicción de que el mundo está
dispuesto de tal manera que la bondad trae felicidad. No hay duda de que
Sócrates lo creía; Pero que "los dioses" habían dispuesto así el
mundo ni siquiera era una creencia generalmente aceptada; y no estamos
justificados para atribuir a Sócrates ni la teoría de Platón de una Mente
proyectiva ni la simple fe de Jenofonte en una Providencia ocupada. El maestro
podría haber pensado que sus dos discípulos corrían el peligro de pensar que
sabían lo que no sabían.
Si la conducta no está sujeta a ninguna
autoridad externa, social o sobrenatural, ¿qué se interpone entre mi voluntad y
la satisfacción de cualquier deseo cuyo fin pueda abarcar? ¿No son todas las
cosas lícitas por derecho natural? ¿Por qué no definir la "bondad"
como la capacidad efectiva de hacer lo que me gusta? En la época de los
sofistas y de Sócrates, este último problema se planteó para enfrentar a los
descubridores del mundo interior de la libertad. La ciencia, antes de Sócrates,
se había trasladado al mundo físico, esperando, con inocente confianza,
descubrir el secreto de su nacimiento y naturaleza, e ignorando que estaba
descubriendo un modelo de su propia invención. Al principio, esta especulación
parecía no tener relación con la conducta, que estaba regulada por la ley, la
costumbre y la creencia. Pero el desequilibrio de la tradición después de las
guerras persas hizo que algunas mentes exploraran el mundo interior, gobernado,
al parecer, por otras leyes que las del reino exterior por necesidad, o tal vez
por ninguna ley en absoluto. En el sueño, decía Heráclito, cada hombre se
aparta del mundo común para convertirse en un mundo propio. Cuando la mente
especulativa se vuelve hacia adentro, la Naturaleza se convertirá en apariencia,
en el escenario de un sueño privado: ¿qué más se puede saber de la supuesta
"naturaleza de las cosas" que no aparezca? Cada mente, en el centro
de su propio sueño, reclamará la libertad y el señorío del reino interior. Las
restricciones de la religión y las costumbres, impuestas por la sociedad, serán
denunciadas como convenciones antinaturales. El individuo identificará su
naturaleza con los instintos, que reniegan de la coacción artificial. Dadle el
anillo de invisibilidad de Giges, que eluda o domine a los perros guardianes de
la sociedad, y hará lo que quiera.
Protágoras, que negó el mundo parmenídeo
del Ser no aparente e inició esta línea de pensamiento, se detuvo muy lejos de
la conclusión (vol. v, p. 378). Platón fue el primero en ver todo lo que estaba
implícito en lo que él llamaba Sofistería, y en encontrar una respuesta
explícita. La respuesta de Sócrates estaba bastante implícita en su vida, un
secreto que lo convirtió en un enigma incluso para sus propios discípulos. En
su carácter, tendencias aparentemente opuestas se mantenían en una armonía
ligeramente equilibrada. Su racionalismo encontró la clave de la bondad en el
pensamiento claro, y reclamó para el individuo una autonomía que anulaba toda
autoridad reconocida, divina o humana. A sus contemporáneos no les quedaba
claro por qué este afirmador de la libertad individual no debía ser antinómico;
por qué debería ser indiferente a sus propios intereses y placeres; por qué no
debería repudiar, o tratar de subvertir, las instituciones sociales. Sin
embargo, no desafió ningún conflicto con la religión recibida o con las
demandas del Estado. Se ajustó al culto establecido, y sus acusadores no
pudieron encontrar una acusación más dañina que la de que a veces hablaba de
advertencias recibidas de una 'señal divina'. No insultó, como los cínicos
posteriores, las decencias de la vida común, ni exaltó un estado de naturaleza
por encima de la civilización de Atenas. Aunque se mantuvo alejado de la
política, cumplió con los deberes de un ciudadano, ocupó un cargo, se casó y
crió hijos. No fue un defensor de los derechos naturales, pero defendió la ley
positiva y aceptó el deber de la obediencia pasiva. Se contentaba con encontrar
en la sociedad ateniense la libertad suficiente para dedicarse a los asuntos
que había elegido, evitando cualquier violación grave sin el menor compromiso
de principios. En cuanto al placer, e incluso a la comodidad, con total
indiferencia, no tenía ese miedo al placer que hace al asceta. Podía disfrutar
de los placeres que llegaban; Cuando no llegaban, nunca los echaba de menos. Es
cierto que el Sócrates que conocemos es el Sócrates que conocieron Platón y
Jenofonte, un hombre de entre sesenta y setenta años. Su dominio de sí mismo
puede haber sido ganado después de una larga lucha con un temperamento
apasionado; Pero, tal como lo vemos, la armonía es perfecta. Los seguidores que
fundaron las escuelas socráticas menores no podían adivinar su secreto;
Sócrates había vivido de un conocimiento que se negaba a llamar conocimiento
porque no podía dar cuenta de él. Los cínicos lo confundieron con un asceta y
cayeron en la extravagancia antisocial. Los cirenaicos, siguiendo otra pista,
buscaron la paz mental en un remanso de sensaciones agradables. Sólo Platón vio
a Sócrates entero, y se dedicó a dar cuenta de los conocimientos que su maestro
había negado, pero que sin duda debía haber poseído.
La investigación iba a llevarlo más
lejos de lo que podía prever. Aristóxeno, el peripatético, tenía una
anécdota de un indio que conoció a Sócrates en Atenas y le preguntó sobre su
filosofía. Cuando Sócrates dijo que buscaba comprender la vida humana, el indio
respondió que el hombre no puede conocerse a sí mismo sin conocer a Dios. La
historia puede mostrar que los sucesores de Platón y Aristóteles eran
conscientes de lo lejos que estos dos habían viajado más allá de la doctrina
explícita de su maestro, cuando vieron que el reconocimiento de la bondad
exigido por Sócrates no podía separarse del reconocimiento del Ser Último.
II.
PLATÓN: LOS PRIMEROS
DIÁLOGOS
Platón nació (428-7 a. C.) en el seno de
una familia noble por ambos lados. En su niñez debió de escuchar la
conversación de Sócrates, y sentir el efecto descrito por Alcibíades en el
Simposio. "Ningún corazón de Corybant palpitó como el mío cuando lo
escucho; Sus palabras hacen que las lágrimas broten de mis ojos". A medida
que Platón llegaba a la edad adulta, caía, profunda e irrevocablemente, bajo
esta influencia. Cuenta la historia que quemó una tragedia que debía haberse
escenificado en la Dionisia; Sócrates había condenado la mera inspiración del
genio del poeta, incapaz de dar una explicación racional de su significado.
Pero Platón no fue sólo un estudiante de filosofía. Su mente estaba
conmovedoramente distraída por otra vocación, la vida de estadista activo, para
la cual se distinguió por sus dones y posición social. Nunca dejó de reconocer
este derecho sobre poderes que no podía tolerar con gusto que se fundieran en
él sin usar.
Después de la muerte de Sócrates,
Platón, con otros de sus amigos más cercanos, se retiró para reunirse con
Eucleides en Megara, decidido a continuar el trabajo del maestro y defender su
memoria. Los siguientes doce años Platón debieron pasar principalmente en
Atenas. Se dice que sirvió en la Guerra de Corinto de 395-86 a. C.; y
probablemente, en algún momento de este período, visitó Egipto y estudió
geometría con Teodoro en Cirene. Mientras tanto, compuso la Apología y
las conversaciones imaginarias que forman el primer grupo de sus escritos. El
orden de los diálogos no se puede determinar con exactitud. Es muy posible que
Platón haya escrito más de uno a la vez. La República debió tardar varios años;
otros podrían haber sido compuestos en otras tantas semanas. Felizmente, los
métodos de la estilometría han puesto algún freno al capricho de la crítica
subjetiva. Ahora existe un acuerdo general para reconocer tres grupos
principales, aunque el orden dentro de cada grupo todavía está en disputa. Al
primer grupo asignaremos aquí la defensa directa de Sócrates en la Apología y de Critón; Laques, Lisis, Cármides, Eutifrón, que ilustran el
verdadero carácter de la obra de Sócrates; el Más Corto, y tal vez el Largo, Hipias, Protágoras, Gorgias, en el que aparecen los principales
sofistas; y el Ion. Probablemente todo esto fue escrito, y la República comenzó, antes de que Platón fundara la Academia. La Apología ya ha sido
mencionada. El Critón explica por qué Sócrates, para sorpresa del
público y posiblemente para consternación de sus acusadores, se negó a escapar
de la prisión antes de que se llevara a cabo su sentencia. La historia del
pensamiento de Platón comienza en lo que a veces se llama los diálogos
socráticos.
El propósito general de Laques, Lisis,
Cármides y Eutifrón sigue siendo apologético: los tres primeros muestran
lo lejos que estaba Sócrates de "pervertir a los jóvenes"; el último
indica su verdadera actitud hacia la religión convencional (el otro cargo en la
acusación). Pero Platón no se limita a hacerse eco de su maestro. Estos
diálogos no son en modo alguno especímenes realistas de la conversación de
Sócrates; Son obras de arte estrechamente unidas, que lidian, a veces
oscuramente, con pensamientos fundamentales. El propio Platón estaba tratando
de comprender la filosofía socrática de la vida y de hacer su relato con sus
implicaciones. En ese momento se hallaba en una dolorosa vacilación sobre si
ceder o no a las importunidades de sus amigos políticos, que insistían en las
pretensiones de la vida pública sobre alguien en quien debían haber visto a los
Alcibíades de su generación, con las mismas ventajas sociales y poderes
intelectuales mucho más brillantes. Alcibíades, en el primero de los dos
diálogos que llevan su nombre, se encuentra en el umbral de la vida política, y
Sócrates lo convence de que no será apto para aconsejar a su país hasta que
haya adquirido el conocimiento de sí mismo, o el conocimiento del bien y del
mal. Platón pudo haber sentido que la concepción socrática del significado y el
final de la vida había abierto un abismo a sus pies. Los diálogos socráticos
fueron, tal vez, escritos en parte para aclarar su propia mente antes de
decidir si podía mantenerse fiel a esta filosofía y también servir a Atenas
como un estadista activo.
Los cuatro diálogos se construyen sobre
un plan uniforme. La conversación surge de una escena de la vida ordinaria
descrita con cierta extensión. El tema es la definición de una virtud: el
coraje (Laques), el autocontrol (Cármides), la piedad (Eutifrón),
la amistad (Lisis). Una serie de definiciones son obtenidas, criticadas
por Sócrates y finalmente rechazadas. No se llega a ninguna conclusión, y el
lector se queda preguntándose qué inferencia debe sacar. Esta forma peculiar
evita hacer que Sócrates exponga y defienda cualquier doctrina positiva; Pero
la falta de conclusión es solo aparente. Se indica al menos un resultado
positivo: el principio socrático central de que la virtud puede reducirse a
sabiduría o conocimiento, con su corolario de que todas las virtudes son una.
Los Laques, por ejemplo, refutan la opinión común de que un hombre puede ser
valiente y al mismo tiempo injusto o intemperante. Si la virtud significa un
conocimiento de lo que es bueno y lo que es malo, tal perspicacia cubrirá todos
los campos de la conducta y determinará todo deseo y acción.
Las Cármides muestra la mente de
Platón trabajando en el problema que entonces se le presentaba en forma
práctica y que nunca dejaba de ocupar sus pensamientos: la influencia de la
filosofía de Sócrates en el gobierno de la sociedad. El concepto de
autoconocimiento conduce a la pregunta de cómo un hombre puede conocer los
límites de su propio conocimiento e ignorancia y de los de los demás. ¿Cuál es
este conocimiento —Sócrates parecía poseerlo— que juzga todos los demás
conocimientos? No es una omnisciencia que abarque todas las ramas especiales de
la ciencia y el arte. Si pudiéramos concebir al poseedor de tal omnisciencia en
control supremo, todos los departamentos de la vida estarían científicamente
dirigidos; Pero no está claro que el verdadero bienestar y la felicidad vayan a
seguir a una mayor eficiencia. Persiguiendo los mismos fines que antes, los
hombres serían más ricos, más sanos, más fuertes en la guerra; Pero, ¿serían
mejores? El gobernante no debe poseer omnisciencia técnica, sino "un solo
tipo de conocimiento que tenga por objeto el bien y el mal", un Arte
Soberano que evalúe los valores de los fines menores y su contribución al
bienestar del conjunto. El Cármides contiene en germen la doctrina
central de la República, según la cual los males de la sociedad sólo
pueden curarse cuando el poder político se combina con el conocimiento de un
estándar absoluto de valor. La inferencia para el propio Platón era que no
podía convertirse en un estadista hasta que se hubiera convertido en filósofo.
Al lado de estos estudios sobre la
identificación de Sócrates de la bondad con el conocimiento, Platón ha
establecido algunas exposiciones satíricas de los profesos maestros de la
"bondad". En la medida en que los sofistas se limitaron a proporcionar
una educación en materias avanzadas, no se cruzaron en el camino de Sócrates,
que les envió discípulos; pero su pretensión de enseñar la conducta de la vida
a los jóvenes que habían de guiar el destino de Atenas desafiaba el examen.
¿Sabían ellos mismos lo que era bueno o malo? Dos diálogos dedicados a Hipias
exhiben divertidamente al profesor de omnisciencia como incapaz de seguir las
sutilezas de un argumento socrático. En el Protágoras, tres de los
cuatro grandes sofistas, Protágoras, Hipias y Pródico, están presentes con sus
admiradores en la casa de un aficionado rico; Gorgias está reservado para otra
ocasión. Sus métodos —el discurso alegórico, la exégesis de los poetas— son
parodiados con la reserva de un arte exquisito. Sócrates mantiene la unidad de
todas las virtudes; Pero el argumento se interrumpe. Protágoras ocupa el centro
de la escena, disertando de la educación como influencia socializadora. La
cuestión vital de la filosofía de la vida en que se basa la educación sofística
no se plantea hasta casi el final. El argumento es tan hábilmente interpretado
que los críticos han sido engañados para imaginar que Sócrates defiende aquí el
hedonismo. El verdadero propósito es hacer que los sofistas confiesen que su
filosofía es la misma que la del hombre ordinario que cree que
"bueno" significa "agradable", o que el placer es el único
bien. Cuando dice que algunos placeres son malos, sólo quiere decir que son
superados por los dolores futuros: no tiene otro estándar de bien que la
cantidad de placer o dolor. Todos los errores de conducta deben, pues, ser
errores de juicio en el uso del cálculo hedonista. Sócrates afirma
ingeniosamente esto como una confirmación de su propia doctrina: Todas las
malas acciones se deben a la ignorancia. Esta ignorancia, sugiere suavemente,
los sofistas la curarían, si el público enviara a sus hijos a ser enseñados.
Embrujados con esta conclusión, todos los sofistas aceptan todo el argumento:
"lo agradable es bueno, lo doloroso es malo"; La acción correcta se
puede definir como la acción que asegura una vida placentera e indolora. Así,
los maestros profesionales de la bondad se revelan dispuestos a caer en el
hedonismo popular. Su función es enseñar a los hombres a perseguir
eficientemente el único fin que reconocen. Si la bondad puede ser enseñada en
absoluto, no es enseñada por hombres para quienes "el bien" no
significa nada más que placer.
Si el Protágoras era demasiado
astuto y daba la impresión de que Sócrates podía mantener el hedonismo, el Gorgias no deja sombra de ambigüedad. Concebido en una vena completamente diferente de
seriedad apasionada, este diálogo pone en el contraste más agudo dos ideales de
vida. La retórica es tratada como el arma del poder político en las asambleas
cívicas, incluyendo el arte de gobernar. Pretende ser el Arte Soberano, pero no
sabe nada del verdadero fin del poder; Su objetivo es la autocracia del
político al mando de una máquina democrática. Para Sócrates, el poder tiránico
es, en el mejor de los casos, poco envidiable. Es mejor sufrir el mal que
hacerlo; Es mejor ser castigado por las malas acciones que escapar del castigo.
Callicles, un joven rico aspirante a honores políticos, protesta que, si esto
es cierto, "toda la vida humana está al revés". Mantiene el derecho
natural de los fuertes a la parte del león y profesa el hedonismo, que Sócrates
refuta ahora abiertamente. La vida de ambición autoafirmada, exaltada por
Callicles por encima de la vida del filósofo, "susurrando con dos o tres
jovencitos en un rincón", es para Sócrates la vida del enemigo de la
sociedad. Sócrates afirma ser el único estadista verdadero; pero si entraba en
la vida pública sin rebajarse a la adulación, sería condenado a muerte.
La amarga pasión de los Gorgias revela la naturaleza de Platón, agitada hasta lo más profundo por un conflicto
que aún no había sido resuelto. Su Séptima Carta cuenta cómo, antes de
la revolución de 404 y posteriores, se había sentido atraído a la vida pública
y nuevamente repelido por las acciones de los hombres en el poder, que
culminaron con la ejecución de Sócrates.
"El resultado fue que yo, que al
principio había estado ansioso por participar en la vida pública, cuando vi que
todo esto sucedía y que todo se desmoronaba, caí finalmente en el desconcierto.
No dejaba de pensar cómo podrían enmendarse todas estas cosas, y especialmente
la organización general del Estado; pero estaba todo el tiempo esperando el
momento adecuado para la acción. Al fin me di cuenta de que la constitución de
todos los Estados existentes es mala, y que sus instituciones están casi sin
remedio sin una combinación de medidas radicales y circunstancias afortunadas;
y me vi obligado a afirmar, en alabanza de la verdadera filosofía, que sólo
desde el punto de vista de tal filosofía era posible tener una visión verdadera
del derecho público y privado, y que, en consecuencia, la raza humana nunca
vería el fin de los problemas hasta que los filósofos genuinos llegaran a tener
el poder político, o los que tenían el poder político lo hicieran. Por algún nombramiento divino, se convierten
en filósofos.
Fue con esta mente que fui por primera
vez a Italia y Sicilia".
III.
LA ACADEMIA. DIÁLOGOS DEL
PERÍODO MEDIO
En el Gorgias, Platón había renunciado a
la esperanza de ejercer el Arte Soberano en su propia ciudad. Quedaba la
posibilidad de intervenir en algún Estado que pudiera ser reformado por un
déspota desde arriba. Esta perspectiva se abrió ante él en su primera visita a
Sicilia (389-388). Un segundo medio, y (como se demostró) más eficaz, fue
fundar una escuela de estadistas filosóficos. La tarea de Platón sería dirigir
esta escuela y elaborar la filosofía socrática en las líneas que ahora tomaban
forma en su mente, publicando sus resultados en una forma que llegara al
público educado de todo el mundo griego y atrajera a los estudiantes. La
Academia fue fundada justo después de la primera visita a Grecia Occidental. En
Siracusa, Platón creyó encontrar en Dión, el cuñado del reinante Dionisio, a un
joven que podría convertirse en rey-filósofo; pero halagar a un déspota resultó
tan imposible como halagar a una muchedumbre; y Dión, ahora profundamente
devoto de Platón, tuvo que procurarse la fuga en un barco que transportaba a
casa al enviado espartano, Polis. Según Plutarco (Dión, Polis, siguiendo las
instrucciones de Dionisio, vendió a Platón como esclavo en Egina. Redimido por
un amigo cireneo, Anniceris, regresó a Atenas, probablemente en el verano de
388. Se dice que Anniceris, se negó a devolver el rescate, y la suma se
utilizó para comprar un jardín en la arboleda del héroe Academus. Aquí, la
escuela se fundó en líneas sugeridas en parte por las sociedades pitagóricas
que Platón había visto en el sur de Italia. También encontró en el pitagorismo
la clave del problema del conocimiento. El descubrimiento se despliega en los
diálogos del grupo intermedio: Menón, Fedón, Simposio, República, Fedro. Se pueden mencionar aquí algunas obras periféricas. El Eutidemo disocia
la dialéctica de Sócrates de la estéril disputa que infectaba a la escuela
megabarana. El fundador de esta Escuela, Eucleides, fue un eleático, que
declaró que el Bien era una cosa con muchos nombres: Sabiduría, Dios, Mente. La
dialéctica zenoniana de sus seguidores fue llamada por sus oponentes
"erística" o "antilógica", y tienen poco que acreditar más
allá de la formulación de enigmas que dieron impulso a la teoría lógica. El
Crátilo dispone de la noción de que la verdad filosófica puede deducirse de la
estructura del lenguaje. El Menexeno (385 a. C.) contiene una sátira
sobre el ideal de Pericles, un disparo parto a la democracia ateniense.
La posibilidad del conocimiento se había
convertido en un problema cuando Parménides condenó como falso el mundo
múltiple que "parece" a los sentidos, y Protágoras afirmó, por el
contrario, que lo que a cada hombre le parece real o verdadero. ¿Había, o no
había, un mundo de verdadero Ser detrás de las apariencias y capaz de
soportarlas? El compatriota de Protágoras, Demócrito de Abdera, cuya larga vida
debió abarcar casi el siglo 450-350, dio la respuesta materialista. El atomismo
que adoptó de Leucipo es un sistema idealmente mecanicista. El Ser Verdadero
consiste únicamente en átomos de calidad uniforme y en el vacío en el que se
mueven. La sensación se debe al impacto de los átomos del exterior sobre los
átomos del alma. Todas las diferencias sensibles de calidad deben ser
consecuencias de las únicas diferencias reales entre los átomos: en forma,
tamaño y posición. Estas cualidades secundarias son "convencionales",
no forman parte de la realidad objetiva que es inaccesible al "conocimiento
bastardo" de los sentidos. Pero el "conocimiento genuino" que
revela la verdadera naturaleza de los átomos invisibles se explica por el mismo
mecanismo. Los átomos del alma, al estar difundidos por todo el cuerpo, pueden,
por un contacto directo independiente de los órganos de los sentidos, percibir
los átomos exteriores tal como son. Demócrito, de quien Aristóteles señaló que
reducía todos los sentidos al tacto, podría decirse que reduce todo pensamiento
a un tipo excepcional de sensación. Tal es el resultado final de la ciencia
jónica, que busca la verdadera "naturaleza de las cosas" en los
componentes últimos de los cuerpos materiales.
Para un seguidor de Sócrates, el
problema del conocimiento presenta un aspecto diferente: es, en primer lugar,
el problema de ese conocimiento que es el bien. Platón no estaba, en esta
etapa, más interesado que su maestro en el mundo de la Naturaleza. Sostenía la
doctrina, aprendida en su juventud del Hátilo Heráclito, de que las cosas
sensibles siempre están cambiando y no se pueden conocer. El objetivo principal
de la teoría platónica de las Formas o "Ideas" es proporcionar al
mundo interior una ley que salve a la voluntad individual de la pesadilla de la
libertad ilimitada. El conocimiento soberano del bien y del mal debe tener por
objeto normas que sean universal y absolutamente válidas. La justicia y las
otras concepciones morales que Sócrates trató de definir deben ser objetos
eternos, que deben ser conocidos por el pensamiento, aunque no por los
sentidos. No forman parte del mobiliario del mundo privado de nadie, sino que
forman un mundo común independiente de lo que "parece" a cualquier individuo
o a todos. Platón no llegó a esta conclusión únicamente reflexionando sobre los
métodos de Sócrates y la fórmula: La bondad es conocimiento. El platonismo,
como vio Aristóteles, es una forma de pitagorismo, modificada por la influencia
socrática. El Gorgias ya apunta en esta dirección, donde Sócrates
describe la justicia y la templanza como un principio de orden y ley en el
alma, y conecta este principio con el orden armonioso del universo y la
estructura de la verdad matemática.
El Menón anuncia un nuevo
descubrimiento: cómo se adquiere el conocimiento de los objetos eternos,
morales o matemáticos. No puede derivarse por ningún proceso de
"abstracción" del mundo onírico de la apariencia; sale del alma misma
por Reminiscencia. Tal vez a través del contacto con los matemáticos de Cirene
y el sur de Italia, Platón llegó a reconocer que los objetos de las ciencias
matemáticas -los únicos cuerpos organizados de conocimiento que podían llamarse
"ciencia"- no eran cosas concretas, y que las verdades de las
matemáticas no son válidas para las cosas sensibles ni pueden ser probadas por
la experiencia. Para explicar el descubrimiento a priori de una nueva verdad
matemática, Platón postula una memoria impersonal, que, en la medida en que se extiende,
es la misma en todos los hombres, a diferencia de la memoria personal que
registra la experiencia peculiar adquirida durante esta vida. Toda la verdad
matemática se almacena en esta memoria impersonal, y puesto que la realidad es
un sistema coherente, el alma que recuerda una verdad puede proceder a
redescubrir todas las demás, sin recurrir a la experiencia. A diferencia de la
información histórica, tales verdades se reconocen a primera vista,
llevan su propia garantía de certeza inmediata y están vinculadas en una
secuencia necesaria. En el Menón, Sócrates establece el hecho de la
reminiscencia por medio de la experimentación, obteniendo de un esclavo,
ignorante de la geometría, la solución de un problema bastante difícil. La
teoría está respaldada por otros argumentos en el Fedón. En ambos diálogos se
asocia con la hipótesis de la preexistencia del alma y la doctrina pitagórica
de la reencarnación.
Platón sostenía, además, que el
conocimiento del significado de los términos morales, tal como Sócrates había
tratado de definir, se alcanzaba de la misma manera. El significado de
"Justicia" es un objeto de conocimiento, tan absoluto e inmutable
como el significado de "Triángulo". El mundo de la verdad moral, como
el matemático, es un sistema inteligible y necesario, en cuyo ápice la República coloca la Forma (Idea) del Bien mismo. Trazar su estructura iba a ser la
función de una dialéctica ideal. Esta nueva concepción del conocimiento y sus
objetos lleva a Platón más allá de Sócrates, quien había visto el tipo ideal de
conocimiento, no en las matemáticas, sino en la inteligencia práctica del
artesano. También apunta a la aristocracia. Teóricamente, todo conocimiento
está latente en cada alma humana; Pero pocos se recuperarán lo suficiente como
para justificar que tomen el control de la sociedad. El resto debe ser guiado
por la "creencia verdadera", impartida por un legislador filosófico.
Esta forma inferior de bondad puede ser enseñada; Lo superior sólo puede
alcanzarse por la intuición racional, después de un largo y laborioso
entrenamiento del intelecto.
En el Fedón la luz de este
descubrimiento transfigura el sentido de la vida y de la muerte. La vida del
amante de la sabiduría es una meditación de la muerte, y la muerte de Sócrates
se convierte en un símbolo de la muerte de todo hombre. Los objetos del
conocimiento racional, puestos en claro contraste con la experiencia que llega
a los sentidos corporales, son las Ideas inmutables, incompuestas e
indestructibles. El alma inmortal es semejante a las Ideas, y las conoce cuando
se retira del cuerpo "para pensar por sí misma". Este retiro se
completa con la separación del alma del cuerpo en la muerte física; Pero, aun
así, sólo el alma del filósofo se libera de toda mancha de lo terrenal.
Hacia el final del Fedón, se
enuncia formalmente por primera vez la teoría de las Ideas. La reminiscencia da
cuenta de nuestro conocimiento de las Ideas matemáticas y morales; Pero aquí la
teoría ha asumido una aplicación mucho más amplia. Se anuncia que sustituye a
todas las explicaciones anteriores del devenir y el cambio de las cosas concretas.
Al mismo tiempo, parece, al menos para el lector moderno, ser una teoría lógica
de las proposiciones en general. Este aspecto lógico no se distingue del
metafísico, y debe recordarse que no existió ninguna ciencia de la Lógica. Sin
embargo, dado que los dos aspectos de la teoría parecen conducir a conclusiones
incompatibles, de las que Platón se dio cuenta más tarde, puede ser conveniente
presentarlos por separado.
En lógica, la "Forma" o Idea (eidos)
es un carácter común de cualquier número de cosas llamadas por el mismo nombre;
para cada nombre común hay una Forma (que es, en un sentido, el significado del
nombre) y una clase correspondiente de cosas. La teoría afirma (1) que hay
Ideas tales como Hermoso, Bueno, Grande, etc. "simplemente por sí
mismas", y (2) que "si algo más (es decir, cualquier cosa individual)
es bello, lo es por la única razón de que participa de esa "Belleza".
Lógicamente interpretado, esto equivale a un análisis de la proposición "Esta
cosa es bella" en (a) esta cosa (un sujeto particular), (b)
Bello (un universal o predicado), y (c) es (la relación sujeto-predicado,
'participando', que todo particular tiene con algún universal). La proposición
significa lo mismo que "Esta cosa participa de (la) Bella
(misma)". Considerada simplemente como un análisis del tipo de
proposición que tiene un sujeto particular y un predicado universal, esta
teoría marca un descubrimiento brillante en la Lógica. Desgraciadamente se
extiende a otros tipos de proposiciones, como "A es mayor que B", que
de hecho no contienen un predicado o la relación sujeto-predicado. Es probable
también que la confusión de la proposición "Esto es bello" con
"Esta cosa bella existe" explique en parte el fracaso en
distinguir la teoría lógica de una explicación metafísica de las causas de la
existencia, el devenir y el cambio en el tiempo.
Bajo este otro aspecto, la teoría se
enuncia en el mismo contexto que la siguiente: "Lo que hace bella a una cosa no es más que la
presencia de esa "Bella" o su comunicación, sea cual fuere la
forma en que ocurra; porque no insisto en eso, sino que sólo digo que es por lo
bello que todas las cosas bellas son bellas. Esto parece significar que el
hecho que corresponde a la proposición "Esta cosa es bella" es la presencia
en la cosa, ya sea de la Idea (eidos) "Bella" misma, o de un
carácter (idea, morphi) impartido por la Idea a la cosa. Cuando una cosa
bella comienza a existir, o una cosa se vuelve bella, lo que sucede es que la
Idea de alguna manera llega a estar presente en la cosa o le imparte su propia
naturaleza. Cuando la cosa deja de existir o de ser bella, esta presencia o
carácter se retira, porque ni la Idea misma ni el carácter pueden dejar de
existir o cambiar. De este modo, la teoría se convierte en una explicación
metafísica de "las causas del devenir y del perecer", que ha de sustituir
a todas las doctrinas mecánicas y materialistas.
Cuando tratamos de reconciliar los dos
aspectos de la teoría, surgen dificultades de inmediato. En lógica, los nombres
comunes, como 'rojo' o 'sucio', están en el mismo plano que 'solo' o
'triangular'; pero ¿podemos suponer que la rojez y la suciedad son ideas
eternas, que deben conocerse a priori sin referencia a la experiencia
sensible? ¿Cómo, además, puede una Idea eterna e inmutable impartir su carácter
a una cosa en un momento dado y retirarla en otro? La relación metafísica entre
la Idea suprasensible y la cosa perceptible, llámese "participación",
"presencia" o "comunicación", no nos parece que sea lo
mismo que la relación lógica entre sujeto y predicado, y sigue siendo
misteriosa.
En otros lugares, las ideas se describen
a menudo como "modelos" (paradeigmata) o tipos, que se copian o
reflejan en las cosas sensibles; y se sugiere que las cosas imperfectas de los
sentidos se esfuerzan por realizar en sí mismas la perfección de sus modelos.
Desde este punto de vista, la causa motriz que hace que la cosa sea
(imperfectamente) semejante a la Idea no reside en la Idea, sino en la cosa
que, por así decirlo, desea reproducir su carácter. Esta sugerencia fructifica
en la doctrina de Aristóteles de la forma como causa motriz y final. Una
sugerencia alternativa está latente en el pasaje anterior en el que Sócrates
pide una explicación teleológica de la existencia, reconociendo una
Inteligencia que diseña el mundo, en todas sus partes, "para lo
mejor". Lo que existe en el tiempo no debe ser explicado por antecedentes
mecánicos o por un análisis de las cosas en elementos materiales. El fundamento
de toda existencia debe buscarse en el mundo real de las Ideas perfectas. Estos
pueden ser concebidos como los modelos, con referencia a los cuales el Artista
divino crea un mundo imperfecto de apariencia. Una cosmología de este tipo, en
la que la causa motriz es la Mente divina, iba a ser esbozada más tarde en el Timeo.
Mientras tanto, el pensamiento de Platón
seguía inclinado hacia la reforma de la sociedad. ¿Cuáles eran los menores
cambios que permitirían a un Sócrates reemplazar a los Callicles de Gorgias y
poner en práctica el arte soberano del arte de gobernar filosóficamente? La República estudia el problema de la organización armoniosa en los casos análogos del
Estado y del alma individual. El conflicto y la falta de armonía surgen porque
los motivos contrapuestos característicos de los grupos de hombres en la sociedad
y de las "partes" del alma —el amor al conocimiento y al bien, el
amor al poder y el amor al placer— no se reconcilian, y sus valores relativos
no se determinan. Una sociedad perfecta sólo puede existir donde los hombres
que saben lo que es realmente bueno tienen el control completo. En el carácter
perfecto, la discordia de los motivos debe resolverse de tal manera que no
pueda estallar de nuevo, porque todos los fines se ven en verdadera proporción
y ninguna parte de nuestra naturaleza se ve privada de su verdadera
satisfacción. Los problemas sociales e individuales están entrelazados en toda
la República. Sus soluciones se encuentran en la doctrina de que el poder
político debe residir en el personaje perfecto, el filósofo.
La mancomunidad descrita es una
ciudad-estado reformada, cuyos ciudadanos se clasifican de acuerdo con sus
disposiciones y habilidades naturales. La clase más baja ministra de las
necesidades económicas; Luego viene la clase ejecutiva y luchadora; y por encima
de ellos los gobernantes filosóficos, que poseen verdadera sabiduría y virtud.
Las virtudes cardinales, que en los diálogos socráticos habían sido reducidas a
sabiduría, están ahora definidas por separado. La Justicia y la Templanza son
virtudes del ciudadano como tales, y penetran a toda la comunidad. El principio
de justicia, según el cual cada uno debe hacer el trabajo para el que es
naturalmente apto, reemplaza al principio de "igualdad" en las
democracias existentes, donde se consideraba que cada hombre era capaz de todas
las funciones sociales. La templanza une a todas las clases en un acuerdo
armonioso sobre la cuestión de dónde debe residir el poder. Este principio de
gobierno por consentimiento sustituye a la "libertad" democrática de
cada uno para hacer lo que quiera. Para comprender el secreto de esta armonía
debemos recurrir a la economía del alma individual.
La división del alma en tres
"partes" —reflexiva, enérgica y apetitiva— no pretende ser una
clasificación exhaustiva de las facultades. Se establece mediante el análisis
de estados de ánimo que contienen un conflicto de motivos; y, como observa
Aristóteles, el elemento del deseo se distribuye entre las tres partes, cada
una de las cuales tiene sus propios deseos y placeres. La parte reflexiva desea
el conocimiento; los enérgicos, el honor; el apetitivo, el dinero como medio
para el goce sensual. Hay tres tipos correspondientes de carácter, cada uno de
los cuales prefiere su propio tipo de placer. Los placeres del conocimiento son
los más verdaderos; pero las partes inferiores, siguiendo la razón, encuentran
el placer más verdadero que pueden tener; no se sacrifican. Las tres formas de
deseo se caracterizan por diferencias en sus objetos, como si el deseo fuera
una sola energía que puede ser desviada de un canal a otro. Este análisis
corrige una impresión dejada por el Fedón, que se preocupaba por el
significado de la muerte y oponía el alma, como cosa pensante, al cuerpo, como
sede de la emoción y el deseo. Desde ese punto de vista, un tipo ascético de
moralidad trata el conflicto interno como una lucha entre la razón
desapasionada en el lado correcto y el deseo naturalmente malo en el lado
incorrecto. La República reconoce que el elemento del deseo aparece en
las tres partes del alma. El deseo no debe ser aplastado como el mal en sí
mismo; El problema moral debe resolverse llevando los deseos contrapuestos a un
acuerdo estable. De ahí que la Templanza se defina como "una armonía y
solidaridad de las tres partes del alma, cuando todas consienten en el gobierno
de la parte reflexiva, y no hay facción entre ellas".
Esta concepción del deseo (Eros)
como la única energía motriz del alma se desarrolla en el discurso que
Sócrates, en el Simposio, dice haber oído de Diotima, una mujer sabia de
Mantinea. El nombre de Eros ha sido malversado para una especie de deseo; Pero
el amor al honor y el amor a la verdad son manifestaciones de la misma energía,
que en sí misma no es ni buena ni mala, sino que toma su valor de su objeto.
"Todos están enamorados de la misma cosa siempre", es decir, de una
felicidad que consiste en la posesión de la belleza y el bien, y en la posesión
de ellas para siempre. Por lo tanto, Eros es una pasión por la inmortalidad,
que va más allá de la vida individual y sus placeres. Aun en el deseo sexual,
la criatura mortal busca la inmortalidad de la raza. El amor al honor tiene
como objetivo la gloria eterna, por la cual el individuo sacrificará el
disfrute y la vida misma. Una tercera forma es la pasión por engendrar hijos
espirituales, vista en el artista creador y en el educador, que planta sus pensamientos
en mentes vivientes.
Uno de esos educadores fue el propio
Sócrates. Diotima hace aquí una pausa para decirle que, aunque pueda ser
iniciado en estos Misterios Menores de Eros, duda de que sea capaz de la
revelación perfecta. Platón puede querer insinuar que la visión del mundo
eterno, en los Misterios Mayores que siguen, fue negada al Sócrates histórico,
a menos que deberíamos decir más bien, el Sócrates de los primeros diálogos
platónicos. La inmortalidad en las tres formas antes mencionadas es la
inmortalidad en el tiempo alcanzable por la criatura mortal, que sólo puede
perpetuar su raza, su fama, su obra creadora, sus pensamientos, en otras
criaturas mortales. En los estadios superiores, que se describirán a
continuación, Eros se desprende del objeto individual y de la belleza física.
Pasa a la belleza moral, y luego a la intelectual, convirtiéndose en la pasión
filosófica por la verdad eterna. El objeto final, que abarca todas estas
formas, es una Belleza absoluta y divina. El alma unida a ella en el
conocimiento se vuelve divina e inmortal. La energía que lleva al alma a este
vuelo más alto es la misma que apareció en el instinto de perpetuar la raza y
en las formas inferiores de ambición. Es la única fuerza motriz del alma; y en
el Fedro el alma se define, ya no
como la cosa pensante, opuesta al cuerpo con sus emociones y deseos, sino como
la fuente automovida de todo movimiento. Si Eros es la energía del alma que se
mueve a sí misma, la división del alma en "partes" puede entenderse
como el desvío temporal de parte de esta energía de su objeto propio a fines
incidentales a la encarnación en un cuerpo mortal. La armonía templada del
carácter perfecto ha de ser alcanzada, no por la supresión, sino por la
reorientación del deseo.
La conversión de Eros de sus formas
inferiores a la pasión por la sabiduría eleva las naturalezas filosóficas, cuya
formación para el gobierno de la sociedad se describe en la República VI-VII, por encima de los amantes de la belleza sensible, inmersos en el mundo
onírico de las apariencias. La virtud que deben poseer consiste en un
conocimiento cuyo objeto es la Bondad misma, el principio de toda verdad y ser,
como el sol en el mundo visible es la fuente de toda luz y vida. El
descubrimiento del mundo de las Ideas ha profundizado inconmensurablemente la
concepción de Platón del conocimiento que es la virtud. Ya no significa un arte
racional de conducta, sino un reconocimiento de la significación final del
universo. El objeto supremo del conocimiento, que "toda alma busca,
adivinando que existe, pero incapaz de decir lo que es", se encuentra más
allá incluso del mundo inteligible. El ojo del alma debe apartarse de los
ídolos de la Caverna, símbolo del mundo de las apariencias, y acostumbrarse a la
luz de la verdad inteligible, hasta que pueda soportar mirar al Sol.
La facultad ejercida es la Razón, y
Platón distingue aquí dos fases complementarias de su actividad: el intelecto (dianoia)
y la intuición (noesis). El procedimiento del intelecto es el
razonamiento deductivo y discursivo que opera en las ciencias matemáticas. La
geometría, por ejemplo, asume ciertas premisas, como si fueran evidentes por sí
mismas, y procede a deducir una serie indefinida de conclusiones necesarias.
Pero la Razón también es capaz de un movimiento en sentido inverso, ascendente
desde la consecuencia hasta la premisa que la implica. Los supuestos de la
Geometría no son realmente definitivos. Las ramas de la matemática pura forman
una sola cadena de verdades necesarias, deducibles de la premisa última de la
ciencia de los números (aritmética), que tal vez podamos formular como "la
existencia de la unidad". La unidad es un aspecto del Bien. El movimiento
ascendente se debe a un poder (por así decirlo) de adivinación, que aprehende
una verdad previa por un acto inmediato de intuición.
La Razón debe ser entrenada en primer
lugar en los argumentos deductivos de las matemáticas. Pero los conceptos
matemáticos no son los únicos objetos de conocimiento, ni la unidad es el único
aspecto del principio último. Están las otras Ideas, que culminan en el mismo
principio bajo su aspecto que el Bien, aunque también comparten con la
estructura matemática los atributos de la belleza y la verdad. De las
matemáticas los filósofos pasarán a la dialéctica, el estudio de los conceptos
morales, con una técnica desarrollada a partir de la conversación socrática que
apunta a la definición de los términos morales. Aquí, el razonamiento deductivo
del intelecto sólo tiene un lugar subordinado, siendo empleado en la crítica de
las "hipótesis", las definiciones tentativas propuestas por el
entrevistado y probadas por las consecuencias a las que conducen. A la
"hipótesis" se llega por un esfuerzo de la intuición para percibir el
contenido de una idea. Si las consecuencias demuestran que la sugerencia es
unilateral, demasiado estrecha o demasiado amplia, será rechazada y el
encuestado formulará una nueva definición, que debería coincidir más
estrechamente con el verdadero significado. La crítica del intelecto se
aplicará de nuevo, y así el proceso será continuado por la intuición y el
intelecto en ritmo alterno, hasta que la Idea, que todo el tiempo ha estado
vagamente a la vista, sea plenamente aprehendida. Sin embargo, incluso cuando
se conoce una idea, este conocimiento es sólo una parte de todo el sistema de
verdad. La intuición debe elevarse aún más hasta la cima, desde la cual se
puede ver la verdad parcial en relación con todo el resto de la verdad: el
conocimiento de la Bondad misma. Si este principio incondicional puede ser
alcanzado alguna vez, el Intelecto puede entonces proceder a una deducción
completa de la estructura de la realidad. El filósofo, si alguna vez lograra
esta búsqueda, vería el mundo como Dios podría verlo, y se convertiría en Dios,
distinguiendo el bien del mal. Si la virtud es conocimiento, nada menos que
esto es conocimiento perfecto; y el hombre que pueda alcanzarla debe ser
entronizado como legislador absoluto. Entonces, la mancomunidad perfecta podría
ver la luz del día.
En el Fedón y en la República se distinguen nítidamente los mundos sensible e inteligible, y la relación
entre ellos es oscura. Si la dialéctica se ocupa enteramente de las ideas
"aparte de todos los sentidos", ¿cómo obtiene el poder del
pensamiento su primer punto de apoyo para "subirse y brotar de él"?
La teoría de la Reminiscencia responde que la memoria de una Idea vista antes
de nacer es despertada por la percepción de sus copias imperfectas en el mundo
de los sentidos. El encomio mítico de Eros, pronunciado por Sócrates en el Fedro,
identifica este acto de reminiscencia con lo que podríamos llamar un proceso de
"abstracción". El hombre, y sólo el hombre, tiene la Razón, que le
permite "comprender por medio de la Forma (Idea), una unidad recogida por
la reflexión de muchos actos de percepción; Y esto es el recuerdo de las cosas
que antes veía el alma, cuando viajaba en la divina compañía, despreciando las
cosas que ahora llamamos reales y mirando hacia arriba, a la verdadera
realidad". Se nos dice además que, de los tres aspectos de lo divino
—Belleza, Bondad y Verdad—, sólo la belleza es visible a través de los ojos
corporales, como una "luz interior" en sus semejanzas en la tierra.
La percepción de la Belleza en el individuo causa la distracción del Amor, una
forma de "locura divina" comparada con la inspiración de la profecía,
el entusiasmo religioso y la poesía. Esta locura se exalta por encima de la
sobriedad racional; el influjo de la Belleza hace que las alas que Psique debe recibir
de Eros crezcan para los vuelos más elevados de la intuición filosófica.
La teoría de la reminiscencia se
presenta aquí bajo una nueva luz. La Idea, unidad compartida por una variedad,
se discierne intuitivamente como belleza; como si el tipo perfecto se revelara
dentro o a través de la copia imperfecta. La primera aprensión es tenue y
confusa. Es clarificado por la Dialéctica, que, en el Fedro, se describe
como consistente en dos procesos complementarios, Colección y División, que
terminan en la Definición. La Definición es una declaración completa y
explícita del contenido de las "especies indivisibles". Para este
procedimiento, las Ideas se conciben como formando una jerarquía, en la que un
término superior se relaciona con el inferior como el género con las especies
subordinadas. La recolección es un acto de intuición, que "examina
juntos" la Forma específica que se va a definir y un número de otras que
pueden estar "ampliamente dispersas", y adivina la única Forma
genérica bajo la cual todas deben ser reunidas. Todo dependerá de la exactitud de
esta intuición; Pero es un acto de perspicacia, no un método para el que se
puedan dar reglas. A continuación, el género se divide sistemáticamente
"donde nacen naturalmente las articulaciones", a través de clases
intermedias y subclases, cada una con su diferencia específica, hasta las
especies indivisibles. Este término más bajo es una forma que no puede
dividirse más, porque no tiene nada por debajo de él sino un número indefinido
de cosas individuales cuya forma es: los miembros de la especie, incognoscibles
en la medida en que contienen algo más que su forma específica común. Esta es
la misma Forma que fue vagamente aprehendida en el acto inicial de la
intuición. Lo que se gana con el proceso dialéctico es una declaración
explícita de su contenido; y, además, la Forma así definida se establece en sus
propias relaciones con Formas afines. La definición consiste en el término
genérico y todas las diferencias específicas de las clases intermedias. Este
método se ilustra más tarde en detalle en el Sophist and Statesman.
Exhibe el ritmo alterno de la intuición y el intelecto, que en las ciencias
matemáticas se emplean para adivinar las premisas y deducir las conclusiones de
la demostración demostrativa.
Esta descripción de la Dialéctica indica
que el mundo inteligible de las Ideas incluye una jerarquía de clases
naturales, o "tipos fijos en la Naturaleza". Tal estructura apunta a
un posible objeto para una ciencia de la Naturaleza; y sabemos por un fragmento
de la Comedia que el método de la división se aplicaba en la Academia a la
clasificación de las especies naturales. La creencia en la existencia de un
número limitado de tipos reales eternamente existentes se perpetuó como un
postulado fundamental en la filosofía de Aristóteles.
Hacia el final del Fedro, la
palabra escrita es menospreciada como no mejor que el hermano bastardo de la
palabra viva y que respira y que puede escribirse con entendimiento en la mente
del aprendiz. Platón habla como si los diálogos que hemos repasado fueran
pasatiempos para divertir el ocio del jefe de la Academia, cuyo trabajo serio
consistía en otra parte, en el trato vivo con sus alumnos. Es posible que haya
dejado a un lado su pluma durante algunos años. Su tiempo también iba a ser
ocupado por otro ensayo sobre la reforma práctica. Con el ascenso al trono del
joven Dionisio en Siracusa en el año 367 a. C., Platón fue llevado por un
sentido del deber y por las esperanzas más optimistas de Dión a intentar una
vez más la conversión de un déspota a la filosofía. Este viaje infructuoso pudo
haber interrumpido la composición de la serie: Parménides, Teeteto, Sofista,
Estadista.
IV.
LOS DIÁLOGOS POSTERIORES
El recién descubierto mundo de las Ideas
aún no había sido explorado y conquistado. La conquista completa significaría
la deducción de un sistema racional y coherente del universo a partir de un
principio absoluto. Si Platón tenía momentos en los que el camino parecía
despejado, no podía comunicar un resultado acabado. El Parménides comienza con una crítica penetrante de su propia teoría de las Ideas,
formulando dificultades ignoradas en el Fedón y tal vez sacadas a la luz
por la discusión en la Academia. ARTíCULO 1 ¿Puede una idea, como una cosa, ser
sujeto de proposiciones y tener muchos predicados sin perder la unidad? (2) La
extensión del mundo de las Ideas se convierte en un problema, si la Lógica ha
de reconocer universales como el "barro" o la "suciedad",
que la Metafísica difícilmente puede admitir como formas eternas de la
realidad. (3) Todavía no se ha encontrado una explicación inteligible de la
relación entre una Idea y su grupo de cosas sinónimas. El problema no puede
eludirse considerando las ideas como meros pensamientos en nuestras mentes, o
reconociendo sólo la relación de semejanza entre la idea y la cosa. La brecha
entre el mundo ideal y el sensible amenaza con permanecer insalvable. Los
críticos modernos discuten si los ejercicios de dialéctica abstracta que llenan
el resto del diálogo ofrecen algo más que algunas pistas hacia una respuesta a
estos problemas. Pero la necesidad de alguna respuesta se expresa con énfasis:
las ideas son indispensables para el pensamiento.
Esta conclusión se ve reforzada
negativamente en el Teaeletus, por la prueba de que el conocimiento no
se encuentra en la sensación o en la percepción sensorial, o en la
"creencia verdadera", que puede ser producida o sacudida por la
persuasión. La sensación es infalible, pero no aprehende la realidad, los
objetos inmediatos de los sentidos son cualidades que sólo surgen en un proceso
que tiene lugar entre el órgano de los sentidos y la cosa física. Tampoco puede
producir la verdad; Pues esta es una propiedad de los juicios, y todo juicio
debe contener al menos un término que no sea un objeto sensorial. La discusión
de las afirmaciones de la creencia verdadera muestra que las visiones
empiristas de la mente como un mero receptáculo pasivo de impresiones externas
no pueden explicar cómo podemos hacer un juicio falso. Incidentalmente, Platón
refuta las doctrinas que atribuye a Protágoras: que lo que parece real para
cada hombre es real para él, y lo que cree verdadero es verdadero para él.
También rechaza la visión extrema de Heráclito que niega cualquier Ser estable,
aunque todavía sostiene que los objetos sensibles están en perpetuo cambio y no
pueden ser conocidos. El diálogo defiende la vieja posición de que no puede
haber conocimiento sin las Ideas.
A esta crítica del mundo de las
apariencias y de su paladín, Protágoras, le sigue un diálogo en el que se
define al sofista como un habitante de ese mundo y él mismo un creador de
ilusiones. El intento implica una discusión sobre lo que se entiende por una
apariencia irreal y por falsedad en el habla y el pensamiento. El tratamiento
de la primera cuestión no resuelve el problema de la relación entre una Idea y
las cosas descritas como copias parcialmente irreales de ella. No encontramos
más que una revisión de las teorías de lo real, que conduce a una crítica tanto
de los materialistas, que sólo creen en el cuerpo tangible, como de los
"amigos de las ideas", que sólo admiten la realidad de las
"formas inteligibles e incorpóreas". Se afirma que al menos algunas
cosas perfectamente reales deben ser capaces de vida e inteligencia, y por lo
tanto de cambio. Los amigos de las ideas no deben suponer que las formas
inmutables pueden ser la totalidad de la realidad. Platón parece proveer aquí
la realidad de la Mente divina, de ese elemento en el alma humana que conoce la
verdad, y, tal vez, de las inteligencias no humanas, tales como las que
gobiernan el movimiento de las estrellas.
La discusión lógica que sigue aclara
algunas falacias acerca de las proposiciones negativas, y trata, por primera
vez, de las proposiciones acerca de las Ideas, que aquí son tratadas como
"clases", dispuestas en una jerarquía. El dialéctico, por medio de la
Colección y la División, distinguirá sus relaciones. Todo discurso depende de
la combinación de las Ideas unas con otras. Ahora se explican las palabras y
los juicios falsos. Un juicio (doxa) es la conclusión del proceso del
pensamiento, el diálogo silencioso que la mente mantiene consigo misma. El
discurso es la expresión de un juicio en una combinación significativa de
palabras. Es falso cuando dice sobre su sujeto algo distinto de lo que es. La
"apariencia" (phantasia), en el sentido psicológico, se define
como "una mezcla de sensación y juicio", con la implicación,
aparentemente, de que el elemento de falsedad que puede contener se debe al
juicio. Esta demostración de la posibilidad de discursos, juicios y apariencias
falsas justifica la definición del sofista como una especie de creador de
imágenes, que practica un arte de engaño.
El Estadista continúa la
conversación iniciada en el Sofista. Define el alcance del arte soberano del
arte de gobernar, descartando la teocracia como algo que no es para este mundo.
El ideal sigue siendo el rey filósofo, que gobierna sin leyes; pero, en su
ausencia, las leyes que él aprobaría deben ser elaboradas. Platón emprendió
esta tarea en las Leyes, su última obra. Allí encuentra la solución práctica en
una mezcla de monarquía constitucional y democracia.
La serie de diálogos críticos no es
concluyente: se plantean problemas que no se resuelven. El sofista y el estadista parecen prometer
un nuevo diálogo, el filósofo, en el que Sócrates habría vuelto a tomar
la iniciativa. Si se proyectó, nunca se escribió. En su lugar tenemos otra
trilogía inacabada. El Timeo se abre con la creación del mundo y del
hombre; el Critias (un fragmento) iba a exhibir una comunidad como la de
la República, identificada con la Atenas prehistórica, salvando al mundo
mediterráneo de una invasión de los habitantes de la Atlántida, y luego tragada
por un diluvio y un terremoto. El Hermócrates (nunca escrito) habría
descrito, tal vez, el surgimiento de la sociedad existente después de la
catástrofe, y el establecimiento de una segunda mejor constitución. Es posible
que Platón haya abandonado su proyecto por considerarlo demasiado vasto y haya
refundido su material en las Leyes.
La cosmología del Timeo es un
prefacio al estudio proyectado de la historia humana y de las instituciones
sociales; culmina en la descripción de la naturaleza moral y física del hombre.
Se enmarca en una oposición consciente al mecanismo de los presocráticos y de
Demócrito. Platón sostenía que el movimiento sólo puede ser originado por el
principio de la vida, o "alma", y que el alma, o las almas, que
causan los movimientos del universo deben ser gobernadas por la Razón,
persiguiendo fines que sean buenos. Las Leyes declaran que en estos dos
descubrimientos descansa la fe, indispensable para la sociedad, en dioses cuya
providencia se ocupa del bien y del mal de la humanidad. Así, las
consideraciones metafísicas, religiosas y morales se combinan para dictar un
tipo de cosmogonía que es creacional, más que evolutiva, aunque nada se crea,
en el sentido posterior, de la nada. El mundo es la obra de un Artista divino
que, siendo bueno, deseaba que todas las cosas fueran, en la medida de lo
posible, semejantes a él. Un artista trabaja sobre material existente y con
referencia a un modelo. El modelo divino se presenta al principio como el
eterno mundo de las Ideas, cuya existencia se afirma a lo largo del Timeo con
todo el antiguo énfasis. El material es descrito como el principio visible del
Devenir, cuyo movimiento sin orden es reducido a orden y armonía por la
formación de un universo viviente con un alma razonable y un cuerpo.
El alma del mundo en sí misma es un
compuesto de los dos principios del Ser y el Devenir, o "lo Mismo y lo
Otro". Se ordena en las proporciones numéricas de una armonía musical; y
su sustancia se divide en los dos círculos, ecuatorial y eclíptico, de la
esfera celeste. El círculo del Otro se subdivide en las órbitas planetarias.
Aquí, la forma alegórica o mítica de la exposición enmascara una transición
inexplicable del orden puramente lógico al físico, que es característico de
esta parte del Timeo y se repite en la construcción del cuerpo del
universo. El cuerpo visible y tangible se reduce a átomos, con las formas de
cuatro de los sólidos geométricos regulares; Estas formas a su vez se
descomponen en triángulos elementales, y los triángulos pueden expresarse en
relaciones numéricas. La materia aparece a veces como una sustancia
indeterminada limitada por estas formas, a veces como mero espacio. En otros
lugares, parece reducirse en última instancia a un principio lógico de
"Otredad" o multiplicidad, como si la dispersión física de los
objetos en el espacio se derivara de la Forma lógica de la Otredad, que (como
mostró el sofista) separa las Ideas mismas, ya que cada una de ellas no
es (es diferente de) todas las demás. Así, la cosmogonía, que aquí no puede ser
seguida en detalle, deja todavía en la oscuridad el viejo problema de cómo
relacionar el mundo eterno de las Ideas con las cosas mutables del tiempo y del
espacio. El mecanismo de los cielos visibles y de las criaturas vivientes de la
tierra emergen de un fondo misterioso de entidades lógicas, ocultando a su vez
al Poder cuyo verbo se hace carne.
Siempre se ha reconocido que este
esquema es, en cierto sentido, "mítico"; y se asume comúnmente que la
forma mítica es un disfraz alegórico que puede ser despojado para desvelar una
teoría coherente del universo. Se cree que Platón optó por envolver en imágenes
engañosas, e incluso contradictorias, una doctrina racional que podría haber
sido expuesta en términos literales y prosaicos. Pero los intérpretes que
revierten este procedimiento llegan a resultados contradictorios y arbitrarios.
En el pensamiento de Platón sobre Dios, el universo y el alma hay un elemento
irreductible de mito. Esta palabra tiene más de un sentido. 'Mythos',
que significa 'relato', 'historia', es utilizado por el mismo Timeo para
describir las teorías físicas que llenan gran parte del diálogo. Estos parecen
encarnar los mejores resultados de la especulación contemporánea en astronomía
y medicina. Pero para Platón "el mundo físico real, precisamente porque no
puede ser completamente analizado en combinaciones de conceptos lógicos, sino
que implica un factor de hecho sensible irracional, es incapaz de ser un objeto
de ciencia propiamente dicho. Cualquier conclusión que podamos formar en cuanto
a su estructura e historia debe ser presentada no como resultados probados de
la ciencia, sino como, en el mejor de los casos, un "relato probable"
(mythos). Semejante relato podría estar en la prosa más llana; El
elemento de la falsedad no reside en el modo de exposición, sino en el objeto
descrito, que no es más que una imagen fugaz de lo real. Este sentido de mythos no implica el uso de imágenes poéticas. Platón también reconoce un tipo
alegórico de mito. Los Guardianes del Estado Ideal fabricarán mitos para
transmitir a los ciudadanos no filosóficos verdades religiosas más allá del
alcance de sus intelectos. Aquí el elemento de falsedad reside en la forma
alegórica; Pero se supone que la verdad que contiene es conocida y
deliberadamente disfrazada. Ahora bien, los mitos de los diálogos de Platón son
en parte alegóricos; pero las que tratan de Dios y del alma no pueden ser
completamente transpuestas a términos racionales y prosaicos. Contienen un
elemento de ese pensamiento poético no racional, que el Fedro reconocía
como portador de intuiciones de verdad inaccesibles al intelecto sobrio. Cuando
las imágenes del mito de la creación de Timeo se disuelven por el método
alegórico de interpretación, con ellas desaparece el elemento que Platón en su
vejez valoraba cada vez más: la creencia en "un Hacedor y Padre de este
universo", que no sólo diseñó el mundo, sino que se preocupa por los
destinos del hombre.
El Filebo contiene la última
palabra de Platón sobre la naturaleza de la felicidad humana, ocasionada tal
vez por una controversia académica entre el colega de Platón, Eudoxo, un
hedonista, y otros que negaban que el placer fuera un bien en absoluto e
identificaban la felicidad con la sabiduría. Se declara que la felicidad
consiste en una vida mixta que combina todas las formas de conocimiento con
placeres inocentes y puros. La mezcla debe su bondad a las cualidades de la
belleza, la verdad y la medida. Juzgado con respecto a estas cualidades, el
placer es declarado, por razones metafísicas, inferior a la razón y al
conocimiento.
De Aristóteles aprendemos algo de una
última fase, en la que Platón desarrolló la doctrina pitagórica de que todas
las cosas representan números. Distinguió los números Dos, Tres, etc., que son
Ideas, no sólo de las colecciones de tantas cosas, sino también de una clase
intermedia de números que aparecen en las proposiciones matemáticas, como 2 + 2
= 4. Un número ideal es único, no se puede sumar a sí mismo y no consta de
unidades. Tales Números se derivan de un principio formal, el Uno, y de un
material, el "grande y pequeño", o la "Dualidad
Indeterminada", llamada así porque "se sostiene que lo indefinido
procede al infinito tanto en la dirección del aumento como en la de la
disminución". Los principios son llamados, en el Filebo, por los nombres
pitagóricos, Límite e Ilimitado. En el mundo físico, lo Ilimitado se
ejemplifica con un sonido "más caliente y más frío" o "más alto
y más bajo". El límite está representado por "lo que tenga la razón
de un número o medida a otro". La unión de los dos principios produce
"un ser mezclado que se ha convertido", por ejemplo, en salud,
armonía musical, estaciones templadas, etc. Platón parece haber sostenido que
los números mismos pueden ser analizados en los principios correspondientes.
Las magnitudes espaciales ideales forman una clase de ideas más complejas, en
las que los números sirven como principio formal y la materia es el espacio.
Por debajo de éstos están los números matemáticos y las magnitudes, y
finalmente los átomos físicos en el espacio real. Parece, además, que Platón
consideraba todas las ideas como en algún sentido "números",
compuestos de principios correspondientes. Aquí el principio formal puede
identificarse con el Uno en su aspecto de Bien. La materia es el principio de
la multiplicidad en el mundo ideal. Las ideas así formadas sirven como
principio de límite a las cosas sensibles.
Oímos hablar también de una conferencia
inédita sobre el Bien; pero si las notas conservadas por los discípulos de
Platón hubieran llegado hasta nosotros, no es probable que las entendiéramos.
De hecho, tenemos la seguridad del propio Platón de que no deberíamos. En su
última visita a Siracusa (361 a. C.) le había contado a Dionisio algo, pero no
todo, de lo que tenía en mente con respecto a las cuestiones últimas de la
filosofía. Más tarde, Dionisio compuso un tratado y lo presentó como su propia
doctrina. De este ensayo y de otros semejantes, escribe Platón que sus autores
no podían entender nada del asunto.
"No hay, ni habrá jamás, ningún
escrito mío sobre este tema. Está totalmente más allá de los medios de
expresión que existen en otros campos del conocimiento; Más bien, después de
haber meditado mucho tiempo sobre la cosa misma, en una vida común de
conversación filosófica, de repente, como de una chispa saltarina, se enciende
una luz que, cuando ha surgido en el alma, se alimenta a sí misma. Sin embargo,
de esto estoy seguro: que, si estas cosas se escribieran o se expresaran con
palabras, yo podría expresarlas mejor que nadie; Sé también que si se
escribieran mal, yo sería la persona que más sufriría. Si yo hubiera creído que
podían ser adecuadamente expuestas al mundo en palabras o por escrito, ¿en qué
negocio más noble podría haber gastado mi vida que en escribir una obra de gran
servicio a la humanidad y revelar la Naturaleza a todos los ojos bajo la luz
del día? Pero no creo que una declaración de lo que se ha intentado en este
campo sea algo bueno para el hombre, a menos que sea para los muy pocos que pueden
ser capaces, por una ligera indicación, de hacer el descubrimiento por sí
mismos. Del resto, algunos estarían envanecidos por un espíritu enteramente
ofensivo de falsa superioridad; otros, con una alta y presuntuosa presunción de
entender algún gran asunto".
De estas palabras podemos inferir que
hubo momentos en los que Platón parecía haber obtenido una visión luminosa de
la realidad, en la que las exigencias del intelecto lógico y la intuición
poética se reconciliaban, y el mundo parecía a la vez racional y armonioso.
Todo lo que podía dar a los demás era una "ligera indicación", tal
que podría permitir a unos pocos descubrir por sí mismos el conocimiento que,
como había dicho Sócrates, no se puede enseñar.
V.
ARISTÓTELES
Aristóteles se unió a la Academia a los
dieciocho años (367 a. C.), en la época de la segunda visita de Platón a
Sicilia, y trabajó allí hasta que Platón murió en 347. Nació en Estagiro, en la
península de Tracia, una colonia griega de Andros y Calcis, el hogar de la
familia de su madre. Su padre, Nicómaco, era un médico, adscrito a la corte de
Amintas II de Macedonia. Las influencias intelectuales de los primeros años de
Aristóteles procedían de la ciencia médica y física, no tocadas, en esa parte
del mundo griego, por la revolución filosófica iniciada por Sócrates en Atenas.
La inclinación natural de su mente fue siempre hacia el estudio de los hechos
empíricos; Los recogió con enorme laboriosidad y trató de encajarlos en un
sistema enciclopédico del universo. Pero durante los veinte años que pasó en la
Academia, como alumno y colega de Platón, se convirtió, de una vez por todas,
en platónico. La obra de su vida fue un esfuerzo gigantesco para obligar al
aparato del pensamiento platónico a dar cuenta del mundo natural revelado por
la observación.
Es todavía imposible seguir de cerca el
desarrollo del pensamiento de Aristóteles. De los diálogos que escribió en la
Academia, solo se conservan fragmentos. Sus colecciones de material han
perecido casi en su totalidad. Las obras existentes forman un corpus de
tratados, destinados principalmente a la Escuela y poco conocidos fuera de ella
hasta que fueron publicados por Andrónico de Rodas en tiempos de Cicerón.
Algunas partes consisten en conferencias escritas en forma más o menos
resumida; otros parecen ser compilaciones de ensayos, de diversas fechas,
recopilados por el mismo Aristóteles o por sus discípulos después de su muerte.
Cuando la crítica ha hecho la estratificación de estos escritos, puede pasar a
construir la historia del pensamiento de Aristóteles. Un gran avance ha sido
hecho por W. Jager, cuyo Aristóteles sustituye a las biografías
anteriores. Otros eruditos siguen la misma línea; Sin embargo, algunos de los
resultados aún están en disputa, y se puede esperar una larga controversia
antes de que se llegue a un acuerdo.
Los diálogos escritos en la Academia
estaban, como los de Platón, destinados al público culto. Algunos, al parecer,
se inspiraron mucho, tanto en estilo como en contenido, en las obras del
período medio de Platón. En otros, se abandonó la forma dramática; y aparece
una nueva forma, usada más tarde por Cicerón, en la que se pronuncian una serie
de discursos sobre algún tema propuesto por un presidente, que resume al final.
El tratamiento de la inmortalidad en el Eudemo, fechado por la muerte
del platónico Eudemo de Chipre en el 354 a.C., reprodujo la concepción de la
vida y la muerte expresada en el Fedón. En esta fecha, Aristóteles
consideraba el alma como una sustancia, no como una forma inseparable de la
materia del cuerpo, y todavía sostenía la teoría de las Ideas, una prueba, por
cierto, de que las doctrinas del Fedón no habían sido abandonadas por su
autor. Otra obra de este período, el Protréptico, revela la simpatía de
Aristóteles por aquel impulso que tentó a Platón a lo largo de su vida a
retirarse de las tareas de la reforma práctica hacia la contemplación religiosa
de la verdad. Era una exhortación, según el modelo perfeccionado por Isócrates,
que recomendaba la vida filosófica a un príncipe reinante, Temisón de Chipre.
Después de la muerte de Platón y el
nombramiento de su sobrino, Espeusipo, para presidir la Academia, Aristóteles
pudo haber sentido que no podía continuar su trabajo bajo un hombre de poderes
inferiores. Con Jenócrates, que más tarde sucedería a Espeusipo, se retiró a
Assos en la Tróade, donde dos platónicos, Erasto y Corisco de Escepsis,
mantenían relaciones amistosas con el déspota local, Hermeías de Atarneo, que a
su vez había sido miembro de la Academia. Aristóteles se casó con la sobrina de
Hermeias, Pitias. En este círculo platónico permaneció durante tres años, y
luego enseñó por un corto tiempo en Mitilene en Lesbos, el país de su
colaborador y sucesor, Teofrasto. En 343 fue invitado por Filipo de Macedonia,
que pudo haberlo conocido de niño, para emprender la educación de Alejandro,
que entonces tenía trece años.
En este segundo período de su vida,
Aristóteles todavía se llamaba a sí mismo platónico; pero la muerte lo había
liberado del deber de respetar los sentimientos de un venerable maestro; y,
como líder de una escuela independiente, estaba obligado a formular su propia
doctrina. La inclinación nativa de su mente se afirmaba ahora en un antagonismo
más claro a la metamatemática mística del último pensamiento de Platón. El
diálogo perdido Sobre la filosofía, tal vez el programa de la escuela de
Assos, atacó las ideas platónicas y, en particular, la teoría de los números
ideales, distinta de los números de las matemáticas. Comenzaba con una revisión
de la sabiduría antigua, tanto oriental como griega, fragmentos de la que
Aristóteles creía que habían sobrevivido a las catástrofes que, de vez en
cuando, habían abrumado a la civilización. La cosmología expuesta al final
tenía un carácter teológico tan marcado como el del Timeo. Sin embargo, el
Creador mítico y su modelo ideal son eliminados. El mundo no tiene principio ni
fin. El movimiento de las estrellas es el movimiento voluntario de sus
inteligencias directoras. Dios ya es concebido como el Motor Inmóvil, una Forma
pura e inmutable, separada del mundo. Algunas de las partes más antiguas de los
tratados existentes deben datar de este período.
VI.
LA FORMA Y LA MATERIA, LO
REAL Y LO POTENCIAL
Con el rechazo de Aristóteles a las
ideas platónicas, el centro de la realidad se desplaza de nuevo al mundo
natural del tiempo y el cambio. Una ciencia de la Naturaleza, como Platón no
pudo reconocer, es posible, si el mundo dado en la experiencia contiene objetos
que son reales en el sentido más pleno. Para Platón, el mundo de las Formas
inmateriales contenía la verdadera "naturaleza de las cosas" y los
objetos del conocimiento. En la jerarquía de las Ideas, el método de la
División condujo a la definición, por género y diferencias, del objeto más bajo
del conocimiento: la esencia indivisible de un tipo natural. El problema
consistía en encontrar una relación inteligible que vinculara la Forma
específica en el mundo ideal con los miembros individuales de la especie.
Aristóteles trató de evadirlo negando la realidad independiente a la Idea. La
Forma específica, realmente realizada en cada individuo, es primariamente real,
y es la naturaleza de las cosas que la poseen. El mundo real, entonces, ya no
es un mundo de universales, sino de cosas concretas que percibimos. Aunque
estas cosas se convierten y perecen en el tiempo y sufren cambios, contienen
una realidad constante. La Naturaleza es, en primer lugar, un reino de Formas
específicas realizadas en la materia; y cada una de estas formas es un conjunto
invariable y limitado de características, que pueden definirse y conocerse. El
objetivo principal de la ciencia es definir estas esencias y demostrar verdades
universales sobre ellas. La filosofía aristotélica tiene aquí su centro. Su
aparato de conceptos está diseñado para explicar la naturaleza de la sustancia
individual, y cómo puede llegar a existir y sufrir cambios.
Los objetos de la ciencia física son
cosas que tienen materia y movimiento sensibles. Estas dos características los
distinguen de los objetos de las otras ciencias teóricas, la matemática y la
metafísica, los objetos de las matemáticas no existen, en efecto, aparte de la
materia sensible; El número y la forma geométrica existen sólo como
determinaciones de las cosas físicas, aunque los matemáticos los estudien en
abstracción de ellos. Pero, tal como se abstraen así, son incapaces de
movimiento, y sólo poseen "materia inteligible", un principio de
individuación que distingue entidades que son conceptualmente idénticas (por
ejemplo, dos círculos). Esta "materia inteligible" es el espacio
geométrico, que no es imaginario, sino una abstracción del mismo tipo que los
objetos matemáticos. El estudio de los objetos que no sólo son incapaces de
movimiento, sino totalmente inmateriales, es el campo de la metafísica, también
llamada teología, porque el principal de tales objetos es Dios. Dado que la
teología de Aristóteles es un apéndice de su filosofía de la naturaleza,
debemos buscar el núcleo de su pensamiento en el análisis de los objetos
centrales de la ciencia física.
En la Física, se declara que los "objetos
naturales" son "los animales y sus partes, las plantas y los cuerpos
simples: tierra, fuego, agua y aire". La naturaleza inorgánica consiste en
los cuerpos simples y los compuestos inertes de ellos; Naturaleza orgánica, de
los seres vivos, agrupados en especies. La criatura viviente individual puede
ser analizada, en primer lugar, en su forma específica, sus otros atributos y
su materia.
La forma específica es un principio
inmaterial de estructura, que no puede existir aparte de la materia apropiada
que la encarna. Su contenido es conceptualmente idéntico en todos los
individuos, y se expresa en la definición por género y diferencias. Es la
verdadera "naturaleza" o "esencia" de la cosa, o "lo
que es ser" una cosa de ese tipo. Constituye, por así decirlo, el núcleo
permanente e invariable del ser individual. A su alrededor se agrupan los demás
atributos, divididos en propiedades y accidentes. Una propiedad es un atributo
que pertenece a todos los miembros de una especie dada y sólo a ellos, pero que
no forma parte de la esencia; Así, la capacidad de reír se limita a los
hombres, pero no es esencial. Un accidente es un atributo que puede o no
pertenecer a una cosa, y puede pertenecer también a cosas de otras especies.
Todas estas determinaciones, esenciales
o no, son, en un sentido más amplio, la forma de la sustancia individual en un
momento dado; Pero la sustancia no es simplemente la suma de ellos. También
contiene un elemento determinado por ellos, un algo desconocido que tiene las
cualidades y sufre los cambios que ocurren en la cosa. A este elemento se le
llama 'Materia'. Materia y Forma, sin embargo, son términos relativos. En
relación con la naturaleza esencial, la materia de una criatura viviente es su
cuerpo; pero en relación con los órganos del cuerpo vivo, los tejidos que los
componen son materia; En relación con los tejidos, los cuerpos simples son
materia; y estos cuerpos mismos son lógicamente analizables en las
contrariedades primarias (caliente y frío, seco y fluido) y en la Materia
última. La Materia Última o pura es una abstracción del pensamiento, no
cualquier tipo de cosa que pueda existir por sí misma. El nivel más bajo en el
que existe la Materia son los cuerpos simples. El nombre "Materia" es
aplicable a cualquier cosa indeterminada, pero capaz de determinación. La
historia de esta concepción se remonta a través de la Dualidad Indeterminada de
Platón, hasta el "Ilimitado" pitagórico, el vientre vacío del
devenir, informado por el principio del "Límite".
Es, además, un hecho dado de la
experiencia que las sustancias individuales comienzan y dejan de existir. Los
objetos naturales, a diferencia de las cosas artificiales, se definen como
aquellos que tienen en sí mismos una fuente de movimiento o reposo. Una
criatura viviente nace, crece hasta su pleno desarrollo y luego deja de crecer,
produce otro individuo de la misma especie, y finalmente se descompone y muere.
Estos fenómenos no pueden explicarse ni por la operación inimaginable de una
idea platónica inmutable, ni (como habían supuesto los presocráticos) por la
interacción mecánica de las formas más bajas de la materia. Aristóteles ve la
causa motriz en el objetivo del desarrollo: la "naturaleza"
específica realizada en cada individuo. En los tipos más elevados de criaturas
vivientes -y los inferiores deben explicarse por los superiores-, la Forma es
impresa por el progenitor masculino, en el acto de la generación, en la materia
suministrada por la hembra. A partir de su estado latente en el germen, se desarrolla
hasta la plena perfección, caracterizándose esta etapa por la capacidad de
reproducir la Forma en otro individuo. Así, el ciclo comienza de nuevo, la
perfección o el "fin" de un individuo actúa como el
"principio" de otro. La "causa final" y la "causa
móvil" coinciden con la "causa formal".
A menudo se habla del impulso de la
vida, manifestado en el crecimiento del organismo viviente desde el germen
hasta la perfección, como si fuera un impulso de deseo dirigido al fin, análogo
al deseo del artista de producir en su material la forma que tiene ante su
mente. En el lenguaje de la personificación, se dice que la
"Naturaleza" trabaja para un fin. Pero la Naturaleza no es un alma,
capaz de deseo o propósito, sino simplemente un nombre colectivo para las
naturalezas de todas las cosas naturales. La personificación no es más que un
recurso literario que expresa el hecho dado de que el desarrollo del germen
viviente sigue un curso definido que parece estar predeterminado: puede
desarrollarse en la forma específica de su propia especie y de ninguna otra.
Este hecho es convenientemente concebido por la analogía del propósito
consciente, pero no explicado; porque el sistema de Aristóteles no admite ni un
Creador designador ni un alma del Mundo que pueda ser la sede de tales
propósitos.
El mismo hecho se expresa también
diciendo que el germen tiene el poder de desarrollarse en su perfección
predestinada, o es "potencialmente" lo que más tarde llega a ser
realmente. En relación con los procesos de devenir y cambio, la Actualidad (energeia)
y la Potencialidad (dynamis) corresponden a la Forma y a la Materia, y
son términos igualmente relativos: lo que es realmente bronce es potencialmente
una estatua. La noción de potencialidad es oscura. Dynamis es la
respuesta sustantiva al verbo auxiliar 'puede', y abarca varios significados:
(1) la mera 'posibilidad de cualquier cosa que pueda o no ser; (2) capacidad
para pasar a través de un cambio de calidad, cantidad o locomoción; (3) la
existencia potencial de algo que puede convertirse en una existencia real; (4)
el poder de efectuar un cambio, la facultad de producir algo o de manifestar
actividad. La energeia tiene los sentidos correspondientes: (1) realidad, (2)
actualización, (3) actualidad, (4) actividad. Estas ambigüedades a veces
encubren una confusión, y a menudo hacen que el pensamiento sea oscuro. ¿Qué
significa, por ejemplo, decir que la semilla es "potencialmente" un
árbol? En relación con el árbol adulto, la semilla es materia, pero no, por
supuesto, materia pura capaz de ninguna determinación. Tiene la capacidad de
convertirse en un árbol, si nada se lo impide; y esta capacidad debe deberse a
la Forma real que ya posee, ciertas propiedades que limitan su desarrollo al
curso que terminará en la Forma perfecta de su propia especie. Pero esto no es
todo; Una pieza de bronce sin vida tiene propiedades reales que la hacen apta
para ser convertida en una estatua, pero nunca se convertirá en una estatua de
sí misma. La semilla, como objeto natural, debe contener "una fuente de
movimiento dentro de sí misma", una fuerza que la lleve a su plenitud.
Pero, aunque "poder" es uno de los significados de dynamis,
esta fuerza motriz reside, no en la materia, sino en la Forma específica. Por
lo general, se dice que la "causa móvil" es la Forma específica tal
como existe realmente en el padre completamente desarrollado; pero, en el acto
de la generación, transmitiendo esta Forma a un nuevo individuo, también debe
transmitirse el poder o la fuerza. Por lo tanto, debemos decir que la forma
específica, portadora de esta fuerza, existe ya en la semilla; Y puesto que no
existe en plena actualidad hasta que el nuevo árbol ha crecido, se dice que
existe "potencialmente", y se concibe como conteniendo un poder
latente, cuya energía efectuará el desarrollo. Finalmente, cuando se completa
la actualización de la Forma, esta "primera entelequia" está dotada
de facultades, para expresarse posteriormente en las actividades o funciones de
la vida, como la nutrición y la reproducción.
En este análisis, la palabra dynamis cambia a través de todos sus significados. Todo es una descripción, más que una
explicación, de la misteriosa fuerza de la vida, cuya operación presenciamos
pero no podemos comprender. Característica de Aristóteles es la noción de que
esta fuerza reside en la Forma específica, transmitiéndola en sucesión
ininterrumpida de un individuo perecedero a otro. Su mérito reside en la
cautela que le impide ir más allá de los hechos observados de la vida para
buscar una "explicación" en hipótesis no verificables e
insuficientes. Por otro lado, las Formas específicas, consideradas como
constituyentes eternos e invariables del orden natural, son una herencia
metafísica de Platón, que implica el dogma de que el orden natural mismo no
tiene principio ni fin. Una nueva especie no puede ser creada o
"evolucionada" a partir de otra especie; sin embargo, cuando una
especie se extingue, según los principios de Aristóteles, el orden natural debe
ser alterado, una consecuencia que nunca enfrenta.
Los conceptos de Materia y Forma,
Potencialidad y Actualidad, ilustrados anteriormente desde su aplicación
primaria a las criaturas vivientes, se utilizan como llaves maestras para
explicar todos los fenómenos. Unos pocos ejemplos deben bastar. Con el fin de
hacer de la Forma la causa motriz en la producción artificial, se declara que
la Forma de una estatua preexiste en la mente del escultor y que pone en
movimiento el deseo que conduce a su realización. El material es movido por la
herramienta, la herramienta por las manos del artesano; sus manos son movidas,
de una manera apropiada, "por su conocimiento de su arte y por su alma, en
la que está la Forma". En el análisis de cambios distintos de la
generación de sustancias —cambios de cualidad, cantidad y lugar— se utilizan
los mismos conceptos; Y el movimiento generalmente se define como "la
actualización de lo que es potencialmente". En este contexto, la
"materia" figura como el sujeto que experimenta y persiste a través
del cambio. Aristóteles intenta resolver el viejo problema, ¿Cómo puede lo que
es salir de lo que no es? haciendo notar que la forma (A) no puede salir
simplemente de su privación (no A), sino sólo de la privación en un sustrato
(x) que tiene la nueva forma potencialmente. Incluso en el caso de la
locomoción, Aristóteles habla de la "materia local", que se
encuentra, sin que la materia esté presupuesta en otros tipos de cambio, en la
capacidad de rotación de las esferas celestes. Más allá de esto está la
"materia inteligible" o extensión espacial, y finalmente la
"materia última". En el mundo conceptual, el género se llama
"materia" en relación con la especie, que tiene un mayor grado de
determinación. Aristóteles difícilmente puede defenderse de la acusación de que
conceptos de tan desconcertante ambigüedad son principalmente útiles para hacer
que su sistema parezca más completo y coherente de lo que es.
VII.
LOS OBJETOS Y MÉTODOS DE
LA CIENCIA
La creencia, heredada de Platón, en la
forma específica indivisible como núcleo de la realidad, llevaba consigo el
viejo problema de la relación entre los objetos universales del conocimiento y
las cosas particulares existentes en el tiempo. Aristóteles sostenía la
doctrina de que sólo lo universal puede ser definido y conocido; pero las cosas
más reales de su mundo no son universales, sino sustancias individuales, pues
se ha negado la existencia independiente de las ideas platónicas. Cuando la
forma específica se transfiere así del mundo inteligible a la existencia real
en la materia sensible, lo que gana en la realidad sustancial se ve compensado
por el peligro de que deje de ser cognoscible. Si la Idea platónica es
universal, puede ser conocida, pero no puede existir; Si existe, es un
individuo, y no puede ser conocido. Pero la forma aristotélica está abierta al
mismo dilema. El mundo revelado a la experiencia consiste en existencias
individuales. Si éstos constituyen lo real, y el individuo es realmente incognoscible,
el problema de encontrar objetos reales para el conocimiento, que la Teoría de
las Ideas debía resolver, parece volverse inoluble.
Por otra parte, si el problema se le
presentaba a Aristóteles bajo esta luz, a nosotros la realidad de la forma
específica puede parecernos más dudosa que su cognoscibilidad. Estas formas
invariables, que han de endurecer el mundo inestable del cambio heracleitiano
con una estructura de constante fijeza, son invenciones metafísicas. Se declara
que la forma real de una sustancia individual es la más real de las entidades;
pero esta Forma, numéricamente diferente de la Forma de cualquier otro
individuo, perece; No se transmite a los descendientes. La supuesta Forma
específica que nunca comienza ni cesa de ser, sino que sólo llega a ser
"actualizada" en los nuevos individuos, y existe
"potencialmente" en el germen, no es una cosa que realmente persista
y viaje inalterada a través de la sucesión de los individuos. Aunque
Aristóteles ataca a Platón por dar existencia independiente a las Ideas, en
realidad es culpable de la misma ofensa; la diferencia es que él hace que la
Idea exista dentro y a través del flujo del tiempo y el cambio. Sigue siendo la
Idea platónica, con una mejor pretensión de ser cognoscible que de ser real;
porque conserva lo esencial de un objeto de conocimiento: un contenido
determinado, invariable, definible. Habiéndose persuadido de que existe
eternamente en el mundo natural, Aristóteles se queda con el problema de cómo
hacer que este objeto de conocimiento sea accesible a la experiencia que debe
entrar por la puerta de los sentidos. Los sentidos nos muestran cosas
individuales, cada una con una forma numéricamente diferente y propia,
implicada en una masa de atributos necesarios o accidentales. Queda por dar
cuenta del proceso por el cual lo universal se desvincula de lo particular.
El término Epagoge de Aristóteles,
aunque generalmente se traduce como 'Inducción', denotaba más bien un proceso
de abstracción. A partir de la facultad animal de la percepción, "la
primera etapa en el desarrollo de los sentidos al conocimiento es la memoria,
el "resto de la percepción" una vez pasado el momento de la
percepción. La siguiente etapa es la "experiencia", o el encuadre,
sobre la base de recuerdos repetidos de la misma clase de cosas, de una
concepción, la fijación de un universal. Parece, además, que por un proceso
análogo ascendemos de los juicios particulares a los juicios universales y a
las primeras premisas (definiciones, axiomas, etc.) de toda ciencia.
Aristóteles reconoce, a lo largo de todas las etapas, el funcionamiento de la
facultad de intuición (noesis) de Platón. Es, en última instancia, esta
facultad humana más elevada la que guía todo el procedimiento por su poder de
penetrar en la Idea y en las verdades últimas. La inducción es el proceso por
el cual, después de la experiencia de un cierto número de casos particulares,
la mente capta una verdad universal que entonces y después se ve como evidente
por sí misma. La inducción, en este sentido, es la actividad de la razón
intuitiva". Es "un proceso no de razonamiento sino de introspección
directa, mediado psicológicamente por una revisión de casos particulares".
En Platón la intuición "recoge" la Idea genérica a partir de una
revisión de las especies; en Aristóteles también llega a la forma específica a
partir de una revisión de los individuos; Platón, en efecto, ya había hecho de
la intuición sensible de la belleza en el individuo el punto de partida de la
filosofía. En el nivel más bajo del conocimiento, en la percepción misma, hay
un elemento de intuición, que capta toda la naturaleza del individuo en un solo
acto inmediato.
Poseedora de la intuición y de la
"inducción" de sus objetos y premisas universales, la ciencia
demostrativa puede proceder a su tarea de demostrar verdades universales.
Puesto que la creencia en la realidad primaria de la forma específica es tanto
el núcleo de la lógica de Aristóteles como de su metafísica, el propósito
típico de la ciencia es definir tales formas y mostrar por qué poseen
propiedades que son necesarias pero no partes de su esencia. La definición,
como en Platón, es por género y diferencias específicas; pero Aristóteles no
acepta el método platónico de la división. Una especie indivisible se definirá
mediante la recopilación de atributos comunes a todos los individuos de la
especie, y por separado, pero no colectivamente, compartidos por otras especies
del mismo género. Puesto que no podemos examinar a cada individuo, una vez más
nos vemos arrojados a la intuición; y no está claro cómo se pueden distinguir
los atributos esenciales de las propiedades cuya demostración resultará que se
deriva necesariamente de la esencia. Toda la discusión de Aristóteles sobre
este tema está oscurecida por dos presuposiciones. En primer lugar, toma la
estructura existente de las ciencias matemáticas como el patrón de toda
ciencia; Y en geometría, por ejemplo, "tener ángulos iguales a dos ángulos
rectos" se considera una propiedad demostrable del triángulo, pero no
forma parte de su definición. La otra fuente de confusión es su creencia de que
el silogismo -un descubrimiento del que estaba orgulloso- es la estructura
común a todo razonamiento, y trata de forzar los procesos de investigación
científica en este molde. El silogismo perfecto, al que deben reducirse otras
"figuras", es la figura con una conclusión afirmativa universal. Se
supone que toda proposición en un silogismo contiene la relación
sujeto-predicado, y el predicado en una premisa debe ser un término que pueda
actuar como sujeto en la otra. Una descripción del proceso de razonamiento que
está sujeta a estas limitaciones es necesariamente incompleta y distorsionada.
Además, cuando el sujeto de
investigación es la causa de una clase de eventos (como los eclipses de luna),
Aristóteles trata de reducir esto a una investigación para la definición de un
atributo. Un eclipse es considerado como un atributo de la luna, y la
"causa" (la interposición de la tierra) se convierte en el término
medio de un silogismo: "Pierde su luz" es siempre cierto para un
cuerpo que tiene otro cuerpo entre él y su fuente de luz; Siendo tal cuerpo es
cierto de la luna eclipsada; Por lo tanto, 'Pierde su luz' es cierto para la
luna eclipsada. Esto se puede reformular en la definición: el eclipse de luna
es la pérdida de luz debido a la interposición de la tierra. Sin embargo,
Aristóteles no imaginó que las causas de los acontecimientos pudieran descubrirse
por demostración. El descubrimiento del "término medio" que indica la
causa se hace, después de una serie de experiencias del hecho, por una
"conjetura instantánea" de la intuición. Admite que el enunciado
silogístico ni siquiera prueba que la causa que hemos adivinado sea la
verdadera. Lo que subyace detrás de estas contorsiones lógicas es la convicción
de que la "causa" de una cosa o de un suceso se encuentra en su
naturaleza esencial o Forma. Aristóteles se mantiene fiel a la tradición de que
el objetivo de la ciencia no es establecer leyes de sucesión entre los
fenómenos, sino descubrir la "naturaleza de las cosas". De ahí que la
relación de causa y efecto sea reemplazada por las nociones de Forma y Materia,
o de actualidad y potencialidad. Un efecto es una potencialidad actualizada por
su causa, o "Materia" de un cierto tipo determinado por una cierta
Forma. La Materia individualiza la Forma, que en sí misma es universal.
El método de definición por género y
diferencia específica implica la aceptación de la jerarquía de formas de
Platón, que se extiende hacia arriba desde las especies indivisibles, pasando
por las clases intermedias, hasta los géneros superiores, que deben ser simples
e indefinibles. El género y las clases intermedias son menos determinados que
las especies inferiores, y por lo tanto se relacionan con ella como
"Materia"; cada diferencia añade un elemento de Forma. Por
consiguiente, a medida que ascendemos hacia los géneros superiores, no nos
acercamos, como suponía Platón, a la causa última de toda existencia, sino que
nos alejamos cada vez más de la realidad primaria de la cosa concreta. Los
géneros más elevados parecen ser idénticos a las "categorías" que
figuran en todas partes en las obras de Aristóteles, pero en ninguna parte se
deducen formalmente. Se discute la autenticidad del tratado llamado Categorías.
Contiene la famosa lista de los diez; La sustancia, la cualidad, la cantidad,
la relación, el lugar, la fecha, la posición, el estado, la acción, la
pasividad, aparentemente un inventario de las últimas clases de cosas que se
entienden por palabras. Son los términos a los que se llega cuando llevamos la
pregunta de qué es una cosa nombrable hasta el último punto. Pero se hallan en
lo más alejado de la realidad de la sustancia individual. Para encontrar algo
que pueda clasificarse como un tipo superior de realidad, debemos mirar en otra
dirección. Allí encontramos ciertas formas que se declaran sin materia, aunque
todas son individuos. Ellos son: la Razón activa en el hombre, que no tiene
órgano corporal, sino que es eterna e inmortal o "divina", y entra en
el cuerpo "desde fuera"; las Inteligencias que mueven las esferas; y
Dios, el Primer Motor. La divinidad de la Razón activa es un dogma heredado de
Platón y del pensamiento religioso anterior. Las Inteligencias y Dios son
necesarios para explicar el movimiento del universo. El Primer Cielo es movido
directamente por Dios; las otras esferas, que tienen diferentes movimientos,
son movidas por Inteligencias inmateriales subordinadas.
VIII.
COSMOLOGÍA
El universo de Aristóteles es un sistema
de esferas concéntricas, con la tierra en reposo en el centro, y en el exterior
el "Primer Cielo" de las estrellas fijas. Las esferas matemáticas,
imaginadas por Eudoxo y Calipo para explicar los movimientos aparentes del sol
y la luna y los cinco planetas conocidos, fueron convertidas por Aristóteles en
un mecanismo de esferas giratorias reales, cada una de las cuales se mueve por
contacto con la esfera siguiente dentro de ella. El número de esferas hasta la
luna se elevó a 55. Los cuerpos celestes constan de un quinto elemento, incapaz
de cualquier cambio excepto el movimiento circular.
La existencia de Dios se deduce de la
eternidad del mundo y del movimiento. Es necesario, y suficiente, suponer una
fuente eterna de movimiento; Pero esto no se puede mover en sí mismo. Ya en el
tratado Sobre la filosofía, Aristóteles había declarado que Dios era
incapaz de cambio; no es un alma, ni un creador, ni siquiera consciente de la
existencia del mundo; la actividad en la que consiste su vida no puede ser más
que una contemplación intuitiva, sin ningún elemento de deseo o acción. No
tiene partes ni magnitud; Y aunque en un lugar se dice que está fuera del
universo, en realidad no puede estar en el espacio. Sólo puede causar el
movimiento como causa final, u objeto del deseo, que se mueve sin ser movido
por sí mismo. El sujeto de este deseo debe ser presumiblemente el alma que
anima el cuerpo del Primer Cielo; pero el funcionamiento de las Inteligencias
queda en la oscuridad. El Dios de Aristóteles ocupa, pues, una posición
semejante a la del Bien en la República, y su eficacia se imagina
todavía ilícitamente no sólo como una fuente de movimiento mecánico propagado
por todas las esferas, sino también como una atracción a la que la vida
responde con su misterioso impulso de elevarse de la potencialidad de la
materia a la actualidad de la forma. La tendencia a pensar de esta manera
aparece donde se representa a la Naturaleza personificada como esforzándose
hacia la perfección. Pero, como hemos visto, el sistema no admite alma en la
Naturaleza que pueda ser la sede de tal deseo. La mente de Aristóteles todavía
está obsesionada por las doctrinas platónicas del Bien y del Eros; pero su Dios
es el objeto de un deseo para el que no proporciona ningún sujeto.
Un rasgo notable de la cosmología es la
distinción entre la región celeste y la sublunar, a la que se limitan todo
devenir y todo cambio, excepto la locomoción rotatoria. He aquí los cuatro
elementos que, como objetos naturales, "contienen en sí mismos fuentes de
movimiento", que se manifiestan en su tendencia a moverse hacia sus
lugares naturales en cuatro esferas, una noción que se remonta a Anaximandro.
Cada elemento contiene dos de las cualidades primarias (caliente, seco, frío,
fluido), cuya interacción explica la transformación de los elementos entre sí y
la producción de naturalezas intermedias por combinación. Los elementos son la
causa material de la generación de sustancias. La causa eficiente, como hemos
visto, reside en las formas específicas; Pero la alternancia del nacimiento y
el crecimiento, la decadencia y la muerte, en la vida de las criaturas
individuales, se debe a la aproximación y retirada rítmica del sol en su curso
anual, causando la transformación de los elementos y las alternancias estacionales
de calor y frío, sequía y lluvia. La Meteorologica contiene un estudio
adicional de las combinaciones e influencias mutuas de los cuatro elementos, y
se ocupa de los fenómenos "meteóricos" de la región sublunar.
IX.
BIOLOGÍA Y PSICOLOGÍA
La biología es el departamento de la
ciencia en el que los conceptos característicos de Aristóteles se sienten más a
gusto, y los tratados de historia natural siguen siendo admirados por los
hombres de ciencia que saben que existen. Contienen una gran colección de
observaciones de la estructura y los hábitos de unas quinientas especies
animales. La teoría de la clasificación es llevada a un punto más allá del
cual, se dice, no se hizo ningún avance antes de Linneo. El principio que se
observa en la explicación de la naturaleza orgánica es teleológico, en el
sentido de que el proceso por el cual un organismo y sus partes llegan a
existir debe ser explicado por la forma de la criatura perfecta -«el devenir es
por el hecho de ser»— y la forma misma por su función o «actividad». Los
fenómenos no pueden explicarse por el juego casual de causas mecánicas, aunque
éstas pueden ser suficientes para producir algunos caracteres que no son
esenciales. Esta teleología no tiene, sin embargo, una base metafísica firme; Es
un mecanismo invertido, que no puede mostrar cómo el fin va a causar el
comienzo.
La historia natural culmina en la
psicología, pues esta ciencia tiene por objeto la forma específica, el vehículo
de la vida. Lo que hasta ahora se ha estudiado morfológicamente como la
estructura característica de una especie, ahora se ve como la esencia viva
encarnada en el individuo, que informa sus partes materiales. No es otra cosa
que el alma, que se relaciona con un cuerpo orgánico de cierta constitución
como Forma a la Materia. Así, el alma y el cuerpo son dos aspectos inseparables
de una misma cosa, y el alma se define como "la primera entelequia (o
actualidad) de un cuerpo orgánico natural", siendo la segunda, o ulterior
actualidad, las actividades que despliega en la vida de vigilia. Esta
interesante visión de la relación del alma con el cuerpo evita las dificultades
que surgen cuando el alma y el cuerpo, o la mente y la materia, se conciben
como entidades de diferentes órdenes, cuya interacción debe ser explicada.
Todos los fenómenos psíquicos que ocurren en las plantas y en los animales en
general no van acompañados simplemente de cambios fisiológicos; Son los
aspectos formales de estos procesos materiales. La ira, por ejemplo, está en el
aspecto físico, es un hervor de la sangre; en lo mental, un deseo de
represalia. El aspecto mental da a este fenómeno la forma de la ira, que
distingue el cambio físico de la ebullición que puede producirse mecánicamente
por la aplicación de calor. Ninguno de los dos aspectos puede llamarse
estrictamente, en el sentido moderno, causa o efecto del otro; cada uno es una
"causa" en el sentido aristotélico, el uno formal, el otro material.
El psicólogo, al definir la ira, debe mencionar ambas.
De esta definición del alma se deduce
que ninguna alma individual puede existir aparte del cuerpo al que informa
desde el momento de la generación hasta el momento de la muerte. Por otra
parte, el alma humana contiene un elemento, la Razón activa, que se declara ser
Forma pura, sin órgano corporal, y que existe eternamente. Este no es otro que
ese "yo verdadero" en el que Sócrates había creído y Platón había
sostenido que era la parte racional del alma, cuya memoria impersonal contiene
todo el conocimiento de la realidad. En Aristóteles, como en Platón, es
inmortal o "divino", y no incluye ningún elemento de la personalidad,
tal que distinga a un individuo de otro. Más de una vez en la Ética,
Aristóteles lo llama explícitamente el "yo".
A medida que la vida se eleva en la
escala de la Naturaleza, una capa del alma se superpone a otra. La forma más
baja de vida, en el mundo vegetal, consiste en las facultades de nutrición y
reproducción. A esto se añade en los animales la vida sensible, incluyendo la
sensación y la percepción, los sentimientos de placer y dolor, el deseo y el
movimiento consecuente, y al menos algunas emociones rudimentarias. Desde el
punto de vista fisiológico, la percepción sensorial implica la asimilación del
órgano a las cualidades objetivamente existentes percibidas; esta recepción de
la Forma sin la Materia' tiene su aspecto mental en la conciencia de la
cualidad. La imaginación (phantasia) es la facultad que conserva
imágenes de objetos anteriores de percepción, de los que depende la memoria, el
complejo acto de reconocer una imagen como la imagen de algún objeto pasado. La
imaginación también está activa en las imágenes libres y en los sueños.
Además de estas facultades animales, el
hombre tiene la razón, lo que lo hace capaz de pensamiento y acción moral. Esta
facultad, aunque puede existir y ejercer su actividad de contemplación pura
aparte del alma mortal, se combina con el alma durante la vida de tal manera
que su actividad penetra en las funciones inferiores. Aun en el plano de la
percepción, mientras que los sentidos no reciben más que la forma de las
cualidades sensibles, la razón, por su peculiar poder de intuición, aprehende
la naturaleza esencial del individuo. Recibe así la "forma
inteligible" de las especies indivisibles, en un acto inmediato que ocupa
un tiempo indivisible. De nuevo, se nos dice que la Razón "piensa las
Formas en las imágenes" que, según Aristóteles, están presentes en la
mente en todo pensamiento. La Razón tiene, pues, la misma función que en
Platón: es el poder el que aprehende las realidades primarias. Aristóteles
finalmente establece su distinción de Forma y Materia, real y potencial, dentro
de la Razón misma: hay una Razón activa y una Razón pasiva. Algunas de sus
expresiones sugieren que, como la parte racional de Platón con su memoria
impersonal, la Razón activa está siempre en posesión de toda la verdad, que
recupera mediante un acto de reconocimiento. En el proceso de adquirir
conocimiento, el conocimiento potencial se eleva a la actualidad. Esto parece
una traducción a términos aristotélicos de la teoría de la reminiscencia de
Platón. Aristóteles, sin embargo, se siente avergonzado por su convicción de
que los objetos de conocimiento existen en el mundo físico, de modo que las
formas inteligibles deben pasar al alma a través del canal de la percepción
sensorial y la imaginación, y ser recibidas desde ese lugar por la "razón
pasiva". La oscuridad de esta parte de su psicología se debe, tal vez, a
que tuvo que combinar esta doctrina con una concepción de la razón y del
conocimiento que se parecía más a la de Platón de lo que él quería admitir.
X.
ÉTICA Y POLÍTICA
La teoría de la ética de Aristóteles
está dictada, no menos que otras partes de su filosofía, por su doctrina
central de la forma específica. El primer objeto de la investigación ética es
descubrir la causa buena o final de la existencia del hombre. Es una conclusión
inevitable que esto se encontrará entre las actividades de la forma específica
o naturaleza esencial del hombre, que la Psicología ha identificado con su
alma. El "bien para el hombre" o felicidad (como todos convienen en
llamarlo) debe ser alguna actividad del alma, en la que su naturaleza peculiar
encuentre su más plena realización. Todas las demás especies tienen un
"bien" correspondiente; Pero el negocio del hombre es darse cuenta de
su propia naturaleza. El moralista, sin embargo, no puede admitir que todas las
actividades de la vida sean buenas en sí mismas o fines éticos. La única
discusión de Aristóteles sobre el significado de "bien" es confusa y
contradictoria; Pero reconoce que algunas cosas son buenas en sí mismas y las
que deben desearse, ya sea que se deseen o no. Sostiene, además, con Sócrates y
Platón, que la Razón divina o el «verdadero yo» tiene el poder de discernir lo
que es realmente bueno, y siempre «desea»; Su juicio es la única guía y es
infalible. La bienaventuranza, pues, debe consistir en actividades reconocidas
por esta facultad como buenas en sí mismas. Aristóteles describe tales
actividades como aquellas que están "de acuerdo con la virtud (la
bondad)" y agrega (sin justificación) "o, si hay varias virtudes, de
acuerdo con la mejor y más perfecta". Pero como la bondad o excelencia de
una cosa es la condición que le permite desempeñar bien su función, la virtud
puede definirse igualmente en términos de buenas actividades; Es un estado del
alma del que resultan buenas actividades, y análogo a la salud corporal.
La naturaleza del hombre se complica por
la presencia en su alma de la Razón divina, la parte que "posee un
principio (o regla) racional", en virtud de su poder de percibir directa e
infaliblemente lo que es bueno y "desearlo". En la conducta moral,
buena o mala, actividad peculiar del hombre, ya que ni Dios ni los animales
inferiores son capaces de ella, la operación de la Razón se combina con el
mecanismo instintivo de acción, es decir, el grupo de facultades que
compartimos con los animales; la sensación, la percepción, los sentimientos de
placer y dolor, y los consiguientes deseos y movimientos. Los deseos de esta
parte, cuando se dejan a sí mismos, tienen por objeto el placer, o "lo que
parece bueno"; Al no tener un principio racional, esta parte no puede
distinguir los buenos placeres de los malos. En el hombre, sin embargo, las
facultades inferiores están interpenetradas por la razón, y por lo tanto esta
parte es susceptible a la razón. En el carácter perfecto, la armonía es
completa; Pero hay tipos menos perfectos, en los que todavía se produce un
conflicto de los motivos superiores e inferiores; De acuerdo con lo superior o
lo inferior que suele prevalecer, se les llama "continentes" o
"incontinentes". En el vicio perfecto, la batalla ha sido finalmente
ganada por la naturaleza inferior.
La virtud moral se adquiere por
habituación. Los niños siguen siendo irracionales, y la conducta juzgada como
correcta por sus mayores racionales se les impone desde el exterior. A medida
que se establece el hábito de actuar de cierta manera y se desarrolla la Razón,
la conducta se vuelve virtuosa en el sentido pleno: además de actuar a partir
de un hábito completamente formado, el agente es entonces consciente de la
naturaleza de la buena acción y actúa por su propia elección deliberada. Ahora
está gobernado por el principio racional dentro de sí mismo. Los fines de la
acción están determinados intuitivamente por la Razón, y Aristóteles habla como
si este proceso no implicara ninguna deliberación sobre los valores relativos
de los fines alternativos. La deliberación no es más que el proceso de pensar
en la cadena de medios que conducirá a un fin, y el objeto de la
"elección" es el primer eslabón de esta cadena, un acto que podemos
realizar de inmediato. Por lo tanto, la elección implica una decisión tomada por
deliberación, afirmada por el deseo, y que se traduce en la acción
correspondiente. Sobre la cuestión del libre albedrío, Aristóteles no se
pronuncia claramente.
La famosa doctrina de que la virtud es
un estado intermedio entre dos vicios, de exceso y defecto, se deriva de la
analogía médica de la salud, como una mezcla equilibrada o
"proporcional" de cualidades físicas contrarias, que pueden ser
alteradas por extremos de calor o frío, sequedad o humedad, etc. Esto era en sí
mismo una aplicación de la visión pitagórica de la "bondad" como
debida a la imposición de un Límite a un Ilimitado. En la virtud moral el
factor "ilimitado" es la emoción, la fase afectiva del mecanismo
instintivo. Se sostiene que la emoción varía en grados de intensidad;
Fisiológicamente, en realidad es un cambio en la cantidad de una cualidad en la
dirección de uno u otro extremo. El hábito que es la virtud o el vicio es,
desde este punto de vista, un cierto rango, en algún lugar de la escala, que
determina la intensidad de la reacción emocional. Si se fija demasiado alto o
demasiado bajo, la reacción será habitualmente demasiado intensa o no lo
suficientemente intensa. El estado medio, que será "relativo a
nosotros" (es decir, que variará un poco con las diferencias de
temperamento), es la Virtud. Hay objeciones obvias a esta teoría; Pero la
doctrina de la media ha atraído más atención de la que merece; y el mismo
Aristóteles reconoce que las diferencias cuantitativas de emoción son sólo un
factor en la determinación de la conducta correcta. Debemos sentir y actuar
'sobre los motivos correctos, en el momento correcto, hacia las personas
correctas, para el fin correcto'. Bajo todos estos títulos, la razón del hombre
virtuoso es el único e infalible juez de lo que la ocasión exige.
Después de un largo análisis de las
virtudes morales particulares, Aristóteles pasa a las virtudes intelectuales de
la parte racional. Se dividen en dos categorías principales: la sabiduría
teórica y la práctica. El primero incluye el conocimiento científico de la
verdad necesaria, la intuición de los primeros principios y la demostración. La
forma más elevada de actividad no es el razonamiento discursivo o el
descubrimiento de la verdad, sino la contemplación de la verdad ya poseída, la
única actividad posible para Dios o para la Razón incorpórea. La vida del
filósofo tiene anticipos de este modo de conciencia, que posee todos los
atributos de la felicidad y responde a la definición de la felicidad como la
actividad del alma de acuerdo con la mejor y más perfecta de las virtudes. Es,
sin embargo, una actividad divina, más que humana, porque la parte animal de
nuestra naturaleza no tiene parte en ella. Por consiguiente, el
"bien" o felicidad del hombre como ser compuesto reside en el otro
modo de actividad peculiar del hombre, la acción moral. Esto implica la virtud
intelectual inferior de la sabiduría práctica, ejercida por la Razón en su
control sobre la naturaleza instintiva. Aunque Aristóteles está en desacuerdo
con la afirmación de la doctrina de Sócrates, "La virtud es conocimiento
(o sabiduría)", la acepta en sustancia; Pues declara que todas las
virtudes morales son una, y que no pueden existir sin la sabiduría práctica, ni
la sabiduría práctica sin ellas.
La Ética a Nicómaco comienza con
un cuadro de la actividad humana dividida en las diversas "artes",
cada una con su fin. Algunos de estos fines no son más que medios para los
fines de las artes superiores; a la cabeza de todo está el arte de la Política, cuyo fin último, la felicidad humana. Así, Aristóteles hereda la
visión de Platón del arte de gobernar como el arte soberano, que controla todas
las demás ramas de la actividad humana en virtud de su conocimiento del bien y
del mal. La ética, que define el fin supremo e indica el camino para
alcanzarlo, es "en cierto sentido" esta misma ciencia o arte; y el
tratado de Política, o el estudio
del hombre en sociedad, sigue inmediatamente. Consiste en una colección de
escritos que nunca se soldaron en un todo consecutivo. El estrato más antiguo
puede ser la teoría del Estado Ideal, ya que ésta está más cerca de la
tradición platónica; las últimas partes se enriquecen con la laboriosidad de
Aristóteles y su escuela al compilar estudios de 158 constituciones griegas.
Sólo la Constitución de Atenas sobrevive. La doctrina política se
discute en otro lugar.
Los tres libros de Retórica y el
fragmento de la Poética completan el corpus aristotélico.
XI.
LA ESCUELA PERIPATÉTICA
DE ATENAS
Poco después de la ascensión al trono de
Alejandro (336 a. C.), Aristóteles, que ya tenía cincuenta años, regresó a
Atenas. En la Academia, Jenócrates había sucedido a Espeusipo en 339.
Aristóteles alquiló algunos edificios a las afueras de la ciudad, en la
arboleda del Apolo Liceo, y fundó una escuela rival. El nombre
"peripatético" se deriva de los paseos (peripatoi), donde el
maestro discutía la filosofía con sus alumnos. Se recopiló una gran biblioteca,
con mapas y un museo de objetos para ilustrar las conferencias. Aristóteles
disertaba sobre los temas más abstrusos por la mañana, y por la tarde impartía
cursos populares a un público más amplio. También se dedicó a revisar y ampliar
los escritos del período anterior, y a organizar la investigación. Se presenta
como el creador de un nuevo tipo de ciencia de observación y descripción,
acumulando colecciones de hechos de historia humana y natural, descripciones de
animales, plantas y minerales, materiales para la cronología en listas de los
vencedores en los juegos Píticos y las Dionisias atenienses, los estudios de
158 Constituciones e innumerables monografías más pequeñas. La primera historia
de la ciencia fue compilada por Teofrasto, Eudemo de Rodas y Menón, quienes se
dedicaron respectivamente a la física y la metafísica, las matemáticas y la
medicina.
Un pasaje de la introducción a Las
partes de los animales muestra que los jóvenes, acostumbrados a la
discusión de ideas abstractas y a la retórica formal, no fueron fácilmente
inducidos a estudiar la anatomía de los gusanos y los insectos.
"Queda por tratar de la naturaleza
de las criaturas vivientes, sin omitir nada (en la medida de lo posible), ya
sea de mayor o menor dignidad. Pues incluso en el caso de las criaturas, cuya
contemplación es desagradable a los sentidos, la naturaleza, que las ha
modelado, proporciona un placer extraordinario a cualquiera con una disposición
filosófica, capaz de comprender las causas. Nos deleitamos en mirar las
representaciones de estas cosas, porque observamos al mismo tiempo el arte del
pintor o escultor que las creó; y sería extraño e irrazonable que la
contemplación de las mismas obras de la Naturaleza no produjera una
satisfacción aún mayor, cuando podemos discernir sus causas. Por consiguiente,
la consideración de las formas más humildes de vida no debe despertar una
repugnancia infantil. En todas las cosas naturales hay algo que conmueve,
maravilla. Hay una historia que dice que, cuando algunos extraños que deseaban
encontrarse con Heráclito se detuvieron al encontrarlo calentándose en la
estufa de la cocina, les dijo que entraran audazmente, porque allí también
había dioses. Con el mismo espíritu, debemos abordar el estudio de todas las
formas de vida sin repugnancia, sabiendo que en cada una hay algo de naturaleza
y de belleza. Porque es sobre todo en las obras de la Naturaleza donde se
manifiesta el designio, en contraste con el azar; y la forma perfecta que
cualquier cosa, nacida o hecha, está diseñada para realizar, tiene el rango de
belleza".
Esta múltiple actividad se vio
interrumpida por un estallido de sentimiento antimacedonio en Atenas tras la
muerte de Alejandro en 323 a. C. El antiguo tutor del conquistador fue atacado
con la habitual acusación de impiedad y se retiró a la casa de la familia de su
madre en Calcis, dejando la escuela a cargo de Teofrasto. Aristóteles puede
haber esperado completar la obra de su vida con una revisión final de sus
escritos; Pero al año siguiente murió, a la edad de 63 años. Después de la
muerte de Teofrasto, la supremacía intelectual pasó de la Academia y el Liceo a
Alejandría.
El mejor trabajo de Aristóteles se
realizó en los campos de la Biología y la Ética, donde la teleología es más
esclarecedora que el mecanicismo. Nuestra breve reseña de su sistema ha
mostrado cómo gira en torno a la doctrina, heredada de Platón, de la forma
específica de la especie natural. En este contexto, su aparato de conceptos
posee todo su significado. Cuanto más se aleja de este punto central, menos
apropiados se vuelven los conceptos. Cuando desciende por debajo del nivel del
organismo viviente para penetrar en la constitución de lo inorgánico, las
nociones de Forma y Materia, lo real y lo potencial, se tensan hasta
convertirse en distinciones verbales, casi sin sentido, excepto por las
asociaciones ilícitas con su uso apropiado. Su obra es inferior a la de los
atomistas, cuya fuerza residía precisamente aquí, mientras que su debilidad
consistía en que rebajaban los fenómenos de la vida al plano de lo inanimado.
Además, cuando pasa de la esfera sublunar de la naturaleza viviente a la región
celeste, a las inteligencias y a la primera fuente de movimiento, se convierte
en un doctrinario, dispuesto a demostrar a priori que no puede haber más
que un mundo o cinco elementos, o que la tierra debe estar en reposo en el
centro del universo. Varias causas se combinaron para impedirle alcanzar el
punto de vista de la ciencia moderna. Para bien o para mal, nunca pudo librarse
de la influencia dominante de Platón, aunque en los últimos años de su vida su
inclinación natural hacia el estudio de los hechos empíricos lo llevó cada vez
más lejos de la Academia. Tenía, además, un respeto exagerado por la tradición,
fundado en la noción de que fragmentos de sabiduría antigua habían sobrevivido
a los cataclismos que destruían la civilización de vez en cuando, y estaban incrustados
en el pensamiento proverbial o en los dichos de los sabios más antiguos.
Finalmente, heredó la tendencia pitagórica y académica de ver el patrón de toda
la ciencia en las matemáticas y de creer que la facultad divina de la razón
puede, con intuición infalible, determinar las premisas de todo conocimiento y
deducir toda la estructura de la realidad. Esta fe en la infalibilidad del
alma, cuando "se retira a pensar por sí misma", iba a costar al mundo
científico muchos siglos de ilusión y desilusión.