En el año 800 un crimen contra el Cielo fue cometido
en la Tierra. Acortando el resumen lo más breve: el obispo
romano le dio al mundo occidental cristiano un rey distinto
al Rey que le diera Dios.
Es casi imposible entender la ejecución
de un acontecimiento del todo tan innecesario para la existencia
de la Iglesia como la Coronación de Carlomagno sin acudir
a factores tanto humanos como no humanos. Por el lado humano
comprender que quien debe glorificar a su Señor sobre todas
las cosas, antes y después de todas las cosas, ayer, hoy
y siempre, fuera ése precisamente quien, despreciando la
Corona Universal de Jesucristo, por obra y gracia de Dios
devinido el Mesías, es decir, Rey Universal y Único de la
Creación entera, ése mismo, siendo obispo romano, despreciara
la Elección de Dios, en virtud de la cual fuimos todos los
seres liberados de la Obediencia a cualquier criatura, sea
quien sea, llámese como se llame, provenga de donde provenga,
y sujetos exclusivamente y particularmente al Señor y Rey
de todos los Pueblos de la Creación de Dios ante nadie,
ni ayer, ni hoy ni nunca, los hijos de Dios doblemos nuestras
rodillas, excepto ante el Trono de Dios, y precisamente
porque fuera ése quien utilizando la espada de Carlomagno,
en lo material, y las Llaves del reino de los cielos, en
lo espiritual, bendijera la rebelión contra la Corona del
Mesías sempiterno, bajo pena de muerte, de un sitio, por
la espada material, y de condenación al infierno, en lo
espiritual, del otro sitio, obligase al pueblo cristiano
a doblar sus rodillas ante una criatura de barro, polvo
que se desvanece al sol del Tiempo, y porque ése que se
rebeló contra la Corona Universal de su Señor reclamaba
para sí los Títulos de "santo padre", "divinidad", etcétera,
títulos por los que el Diablo se lanzara en rebelión abierta
contra Dios Padre, y porque fue el obispo de Roma quen cometió
tal ofensa contra el Cielo y la Tierra: la Coronación de
Carlomagno supuso un escándalo de tal magnitud que se hace
imposible pasar de largo volviendo la cara para otro sitio.
Se nos objetará que esa Rebelión fue el pan de cada
día desde que Constantino hizo las paces con el cristianismo,
y que esta rebelión de los sucesores de los apóstoles contra
el Mesías Universal era por aquel entonces un hecho consumado
en la iglesia bizantina, y nadie se escandalizaba por el
invento bizantino de "servir a dos señores" sin causar en
la Sabiduría de Dios un agujero negro. Le responderemos
a estos objetores que por el fin se descubre la naturaleza
de los hechos, y habiendo predeterminado Dios la Caída del
Imperio Romano, en su totalidad, cuando su Juicio entró
en escena la ejecución aplastó entre sus escombros a esa
misma iglesia bizantina, demostrando Dios que el pecador
triunfa por el tiempo que dura su paciencia, pero una vez
que se colma el vaso y se derrama, la Sabiduría sigue su
camino y, como la Naturaleza embravecida no conoce más ley
que la propia, y sería de locos llevar a los tribunales
a la atmósfera, acusada de delito contra la humanidad, por
enterrar bajo sus aguas poblaciones enteras, siguiendo esta
verdad omnipotente la Sabiduría borró del mapa a los inventores
del servicio a dos señores.
Observamos que la Iglesia Europea Occidental se mantuvo
firme en el Designio Apocalíptico Divino contra el Imperio
Romano, y, si estudiamos detenidamente el movimiento desde
Nerón a Constantino y desde Constantino al último emperador
de Occidente, observamos cómo, aún andando con el Emperador,
la Iglesia Católica se mantuvo al margen del Imperio y se
dedicaba a lo único que procedía: poner las bases sobre
las que "el día despúes" comenzaría el Reino de Dios su
andadura hasta alzarse a los dos lados de las aguas de la
Tierra, entendiendo el Pacífico por estas aguas, como actualmente
vemos y así consta en los anales de la Historia Universal
desde el mismo día que naciera la Edad Moderna.
¡Cómo pudo perder la Fe en el Todopoder del Rey del
Universo aquel obispo romano ante el peligro del Islam batiendo
costas italianas!, y, ¡en qué se basaba su confianza para
babear de aquella manera ante la idea de devenir el Amo
y Señor de Italia!, y, ¡cómo pudo el obispo romano consumar
un acontecimiento que le significaba nada a la existencia
de la Iglesia en tanto que Esposa del Señor y rey del Cielo,
excepto haber encontrado la forma de hacer pasar el elefante
por el ojo de la aguja!
Recordemos los hechos.
En el año 33 de la misma Era el Dios de la Eternidad
le dio a todas las naciones cristianas del futuro un Rey,
su Hijo Jesucristo, de manera que nadie en el Cielo o en
la Tierra, nadie, tuviera nunca que llamar rey y señor mío
a un semejante. Pero en el 800 de la Primera Era de Cristo,
tentado por la Muerte con el fruto dorado del poder teocrático,
el obispo de Roma liberó a todas las naciones cristianas
de la obediencia al Rey de la Eternidad y puso a la Cristiandad
a los pies de su nuevo señor y amo, el rey de los Francos,
Carlo Magno, un bárbaro, un animal sin el menor conocimiento
de las cosas divinas, pues de haberlas tenido jamás hubiera
aceptado la rebelión contra la voluntad de Dios que le ofrecía
el obispo romano. Este era el milagro: La Resurrección del
Imperio Romano de Occidente por obra y gracia del obispo
romano.
Y éste su Pecado, pues contra la Ley de Dios : "Nadie
puede servir a dos señores, a dos reyes", la Iglesia Romana
puso a los cristianos bajo el reinado de Carlo Magno, despreciando
así la Ley de Dios, el Único Señor y Rey de toda la Cristiandad.
Se me dirá, sí, pero los Cristianos habían estado sujeto
a coronas desde el principio. Desde Constantino el Grande
hasta Clodoveo, sin dejar atrás la corona de los Visigodos
Españoles ni de los Ostrogodos Italianos, todos, sin excepción,
los mismo Españoles que Franceses, Alemanes, Ingleses e
Italianos, todos habían estado bajo la ley de una monarquía
u otra. ¿Qué tenía de anticristiano la Coronaciónde Carlomagno?
La respuesta no puede ser más directa. Por supuesto
que el cristianismo nació bajo condiciones imperiales y
la destrucci´n del Imperio Romano de Occidente trajo en
sustitución del cetro romano diostintoas coronas bárbaras.
pero impuesta a la fuerzas en Obediencia al Mandato Divino,
que ordenada la Separación de la Iglesia del Estado, y la
sujetaba a su Señor con el Vinculo de la Cabeza al erpo,
siendo Jesucristo el Rey de las iglesias la Iglesia se abstuvo
en la participaci´n de la permanencia o cambio de aristocracia
durante los siglos que fuueron desde Constantino a Carlo
Magno, dejando en las manos de Dios el Futuro de la Libertad
de las Naciones Cristianas y su Obediencia a la Corona del
Rey Universal Sempiterno, Dios Hijo Unigénito. En Obediencia
a su Rey y Señor la Iglesia Católica Cristiana, en unión
con el Jefe del Magisterio de los Obispos, se abstuvo de
implicarse en la sucesión de las coronas, dejando en las
manos de Dios la abolición de todas ellas y la sujeción
de todas las Naciones a la Corona del rey Divino.
Regresando a la Escritura, Dios había dado a conocer
su sentencia de muerte contra el Imperio de los Césares
en el célebre pasaje del Apocalipsis que habla de la Gran
Ramera, la Gran Babilonia, etcétera. Y es que, que un padre
deje de pedir justicia sobre los cadáveres de sus hijos,
tomando esta relación padre-hijos como la existente entre
Dios y los Primeros Cristianos, es, de todas todas, una
perversión, primero, del Derecho y, segundo, de la concepción
de la Ley. Y acorde a la Veracidad de dicha Paternidad,
Dios juró por su cabeza, dejando escrita su Palabra en su
Libro, que la Gran Ramera, la Roma de los Césares, se hundiría
sin salvación posible. De manera que a las iglesias lo que
les tocaba era poner los ojos en el "día después".
Conociendo "la Parusía", es decir, el apertura de
la Edad de las Persecuciones contra el Cristianismo, los
hijos de Dios de nuestra Raza levantaron sobre el fundamento
puesto por el propio Jesucristo en vistas "al dia después
de la parusía". La Parusía consumada, y en el dolor inmenso
de ver la sangre de sus hijos regando las arenas de los
circos, Dios juró por su gloria y nombre que ese Asesino,
ésa Gran Ramera, Roma Imperial, se hundiría hasta el mismo
infierno. Y, mirando a ésa ejecución irrevocable escribió
a sus iglesias pidiéndoles que se apartaran de "la Gran
Ramera" no sea que, siendo el designio de Dios irrevocable,
hallándose aún bajo su techo perecieran entre las ruinas
del Imperio.
Pero como la locura no es una patente exclusiva del
Diablo la iglesia de Oriente creyó haber encontrado la piedra
filosofal con la que hacer desistir a Dios de su Designio,
y haciendo del emperador de Bizancio su amo y señor, burlando
de camino la Palabra de su Hijo, la que dice que nadie puede
servir a dos señores, creyeron los Ortodoxos poder borrar
del Libro de las Profecías la Sentencia contra el Imperio
Romano.
Y locura la de la iglesia Ortodoxa Bizantina, por
muchas razones. Primero porque pedirle a un padre que no
pida justicia sobre el asesino de sus hijos es, la verdad,
ser cómplice del crimen. Y segundo, porque siendo Dios quien
había hablado, era locura total, no ya permanecer bajo el
mismo techo del emperador de oriente sino, meterse en su
propia cama. El Juicio de Dios contra la iglesia Orotodoxa
Bizantina demostró con su severidad lo que reflejan estas
palabras.
Pero la Iglesia Católica se mantuvo al margen del
Imperio, aún habiendo sido seducida por Teodosio el Grande
con la Idea de una Teocracia compartida, y mantuvo la Fidelidad
al Juicio Divino, que le pedía no inmiscuirse entre la Justicia
Divina y el Imperio. Y observamos que Dios cumplió su Palabra,
el Imperio de los Romanos fue demolido, y el Día Después
se hizo. Y habiendo vivido para enfrentarse a este "día
después" la Civilización le debe su Resurrección única y
exclusivamente a la Iglesia Católica, y de aquí que la Civilización
sea Cristiana, y el día que deje de serlo dejará de ser
Civilización. Lo cual nos lleva, evidentemente, a la Idea
de lo que sea la Civilización, si un prostíbulo en el que
el Dinero es Dios y regula la paz y la guerra, o un Reino
en el que la Verdad es el Fundamento y la Raiz de la Ley.
Algunos abogan por el revival de la civilización como un
prostíbulo donde todos se acuestan con todos y el dios de
todos es el Dinero, y lo llaman Alianza de las Civilizaciones.
Otros abogamos por una Alianza Cristiana regulada por la
Verdad como Fundamento de la Justicia. Esta tensión, sin
embargo, existe desde que los Bárbaros quisieron, contra
Dios, y porque fuimos bestias, resucitar la Idea de la Civilización
acorde al Imperio que ellos mismos echaron abajo.
Esta presión, yendo en aumento, fue la que determinó
la naturaleza del juego de fuerzas que arrastró al obispado
romano a aceptar como buena la idea que sus predecesores
despreciaron por contraria a la Sabiduría de su Señor, no
otra que la Idea de la Teocracia Compartida que le pusiera
en las manos a la Iglesia de Occidente aquel Teodosio el
Grande.
El hecho es que la Roma de los Césares se había hundido
bajo el peso de sus crímenes contra los Primeros Cristianos,
según lo anunciara el Señor Jesús en el Libro de sus Profecías.
Y de repente, cuando nadie se lo esperaba, porque nadie
podía creer que aquel que a sí mismo se llamaba Sucesor
de San Pedro se atreviera a hacerlo: ¡coger las llaves que
abren las puertas del Cielo y convertirlas en espada del
Infierno!, el santísimo León León León -porque no uno sino
hasta tres leones llevaba dentro- desenterró lo que Dios
enterró, ¡el Imperio!, demostrando contra Dios que el Sucesor
de San Pedro era más que Dios. Dios resucitó a un hombre,
pero el Papa, ¡el Papa resucitó un Imperio!
Bajo la protección de su nuevo rey y señor aquel Santo
Padre vivió otros dieciséis años. Y pues que todo el mundo
conoce la letanía de crímenes que expió aquel siervo de
la Muerte, al quitarle a Jesucristo lo que le diera su Padre,
no voy a elevar del Infierno la memoria que en el infierno
duerme. Su nombre era León, su número el 3 de su especie.
He aquí una biografía romana sobre tan santo varón.
San León III
Notas de C.R.: Según avanzemos
hasta donde el estómago nos permita el aguante de las náuseas
iremos notando cómo la ignorancia de los historiadores oficiales
de la iglesia romana brilla desde el principio, de manera
que a sus santos criminales no les asigna a ninguno de ellos
fecha de nacimiento. Es más, para encubrir los divinos delitos
de sus amos esta ignorancia se hace más manifiesta en correspondencia
al número y la gravedad de sus crímenes, como si dijéramos
que existe una ley de correspondencia entre la necesidad
de silencio y el imperio de la ignorancia, cuya igualdad
hubiera de dar lugar a la lobotomización de las masas católicas,
justificando de esta manera odiosa el obispo romano lo que
Dios no excusó en el propio Diablo.
También, y todo es bueno decirlo, sujeto el mundo
cristiano entero a la ignorancia, el hecho de salir a luz
la historia de los crímenes de aquellos que debieron ser
imagen viva de Cristo entre nosotros no implica más que
el efecto debido al conocimiento, sin el cual es imposible
que pueda haber un criterio justo y preciso sobre la naturaleza
de las fuerzas puestas en marcha contra la Unidad de las
Iglesias. Basta abrir la Enciclopedia Católica para contemplar
con los ojos de la cara cómo el delito fundamental en la
base de la transformación del obispado romano en rebelión
abierta contra el Rey del Cielo -aunque en la ignorancia
del delito cometido- es el punto de arranque de la justificación
de unos hechos delictivos que, si en cualquier persona humana
bastaran para mil cadenas perpetuas, en el obispo romano
son perdonados, absueltos y, por consiguiente, expuestos
como modelo de conducta para sus sucesores, algo que se
demostrará en los siguientes capítulos sin necesidad de
recorrer todo el espectro.
Aquéllos que debieran conocer más que nadie estas
cosas, abren la bío de este rebelde contra la Elección del
Rey Universal, diciendo:
“Fecha de ancimiento desconocida. Muerte:
el 816”.
Es decir, conscientes de estar comulgando con una
rueda de molino pasan lo más rápidamente posible por el
tema buscando no contagiarse con las memorias de alguien
sobre el que pesara delito de hechicería y asesinato en
serie de todos sus rivales, cuya muerte, sin embargo, justifican,
demostrando con esta justificación que la justicia no es
... pero entremos en detalles.
El 26 de diciembre del 795, el mismo día en que fue
sepultado Adriano I, elegía Roma por
unanimidad a su sucesor. León III fue coronado a
la mañana siguiente; e inmediatamente el nuevo Papa envió
a Carlomagno, junto con la noticia de su elección, las llaves
de la tumba de San Pedro y la enseña de Roma, dando a entender
así, inequívocamente, que reconocía su título de Patricio
de los Romanos y su supremacía real. (En
cristiano, para entendernos, que se bajó los pantalones
y puso su culito al servicio de su majestad. ¿Temió
el Papa que ciertos rumores malévolos hubieran indispuesto
al rey de los francos contra su elección llena de gracia?)
Supuestos sobreentendidos desde la respuesta del monarca
podrían hacerlo pensar: «Mantened con firmeza los santos
cánones de los concilios -les recomendaba el rey a los mismísimos
cardenales y obispos,- es decir, ¡a Cristo!- y poned todo
vuestro empeño en permanecer fiel a las reglas de Vuestros
Padres, a fin de que brille vuestra luz entre los hombres».
(¡Qué sabio el bárbaro, ni el propio
Salomón!). Aquella prisa que se dio León por asegurarle
al rey su deferencia le indispuso gravemente con los amigos
de su predecesor, que tan susceptible se había mostrado
en lo tocante a las prerrogativas sobre los Estados de la
Iglesia. Interpretaron dicho gesto como una provocación,
justificando así una hostilidad cada vez más enconada. Hasta
el extremo de que, en el año 799, durante una procesión,
se arrojaron sobre el Papa, intentaron arrancarle los ojos
y cerca estuvieron de asesinarle. Aunque seriamente maltrecho,
consiguió León escapar y refugiarse en Paderborn, poniéndose
allí bajo la protección de Carlomagno. Éste le facilitó
su regreso a Roma con una gran escolta, y no tardó en seguirle
en noviembre del año 800 para restablecer el orden y castigar
a los culpables. (Cómo no. París bien
merece una misa, dijo uno. Y Roma la violación de la madre
de Dios, dijo otro. ¡Ay ay cuando el Hijo de esa Señora
venga y comience a juzgar por las palabras, los pensamientos
y las obras a cada uno de sus siervos! Mejor no verlo. Por
nada del universo me quisiera ver ese día bajo la sotana
del obispo de Roma).
Y bueno: Comenzaba el invierno. Carlitos estaba en
Roma disfrutando de la bondad relativa de su clima, cuando
a León tercero le llegaron rumores, procedentes de Bizancio,
que él entendió en el sentido de que el trono imperial había
quedado vacante. Persuadido de que volvía a corresponderle
al Papa la facultad de disponer de la corona -y quizá contento
en su fuero interno por poder engallarse frente a Bizancio-
León III preparó con toda resolución un gesto espectacular.
El día de Navidad, cuando Carlomagno y todo el pueblo se
hallaban en la catedral, el Papa -inesperadamente-
puso una corona sobre la cabeza del monarca, se prosternó
ante él e invitó a la multitud a que aclamara al nuevo emperador.
(Lo de inesperadamente viene tan inesperadamente
como el fraude de la Donación de Constantino. ¿Pero quién
es el demonio que se escandaliza de las diabluras del diablo?).
El Santo Imperio Romano acababa de nacer como una resurrección
-en el ánimo del Papa- de aquel Imperio desaparecido en
el 476. Sin embargo, el gesto del pontífice era ambiguo.
León se atribuía el derecho de consagrar al emperador, lo
que le situaba por encima de él. Carlomagno no se dejó confundir
y, aunque en aquellos momentos no lo exteriorizara, no le
gustó lo que hizo el papa. (¡Pobrecito,
un pañuelo para el Salomón de los Francos! ¿No habéis leído
jamás la historia de los Carlitos Ripuarios? Eran unos angelitos.
Un día que me encuentre a gustito en mi sofá sin respaldo
os voy a traducir las gestas de los Carolingios. Aunque
si se mira para atrás y se saca billete para la película
de los Merovingios la de los Carolingios ya no resulta tan
divertida. Es una pena que en un mundo regido por editores
a cual más piiiiiiiiiiii... los Césares se lleven los gritos
y los Bárbaros el silencio). Pasado el tiempo Carlos
diría que de haber podido prever lo que iba a pasar no hubiera
puesto aquel día sus pies en la Iglesia. (¡A
otro circo con ese chiste, payasos!). Muchos historiadores
afirman, por el contrario, que la coronación estaba perfectamente
convenida y que lo único anómalo, fue que el Papa precipitó
el momento de realizarla... (¿Tenía
prisa por evitar que Carlitos se echara atrás si comprendía
que al investirse rey de los cristianos destronaba a Jesucristo?
Además, a un bárbaro lo que le convenía era matar, matar,
matar, no pensar. Pensando llegaría al "Pienso, luego existo"
y se armaría la guerra mundial).
El Papa había ido demasiado rápido. (Así
dice el histortiador mercenario lamiéndole el culito a su
“divinidad el santo padre”. Leed:) Si
se hubiera informado mejor habría sabido que Bizancio seguía
teniendo su emperador. Carlomagno tendría que darse por
satisfecho con ser solamente emperador de Occidente. (¿Quién
es el tonto?).
Todo el episodio viene a demostrar que el Papado no
se resignaba a renunciar a la vieja idea de una Iglesia
imperial. Quiso León recrearla en el instante en que sus
relaciones con Bizancio eran más débiles que nunca y lo
que hizo fue provocar un problema dramático: el establecimiento
de unos lazos funestos que contenían el riesgo de atar a
la misma Iglesia. Y una vez trabada tardaría siglos en soltarse.
(¿Un problema dramático? Puaf, una rebelión
contra Dios y su Rey un problemilla entre cagada y meada.
Esos cronistas vaticanos...).
León III vivió dieciseis años más desde la Navidad
del 800. (Así cualquiera). En
el año 804 León III franqueó de nuevo los Alpes para entrevistarse
con Carlomagno en Francia, en Aix-la-Chapelle. (Je
t´aime Charles, je t´aime, mon amour, ne me quitte pas,
je suis á toi, ne me quitte pas... Qué malo que soy. Os
dejo con los amigos más fieles -¡quién dijo que el perro
es el amigo más fiel del hombre!- de aquel Papa).
También reforzó las relaciones con los cristianísimos reyes
de Inglaterra. Y… blablablblablablabla…
no hubo templo que no se beneficiara de su inclinación por
las restauraciones… blablablablabla...
León falleció en la Ciudad Eterna - moriturum
te salutam... el 12 de junio del 816, y la Iglesia
dedicó este día para honrarle como santo.
No habéis caído en una trampa. Sólo que esto, llamarse
"el primero de los cristianos, el único que por derecho
es verdaderamente católico y arrodillarse ante un hombre
de carne y hueso", la verdad, me revuelve las entrañas.
Tal vez el padre y la madre de un monstruo no vean a la
criatura con los mismos ojos que los familiares a los que
ese monstruo les devora sus hijos. Tal vez desde el punto
de vista de los familiares de esos padres se deba disculpar
al monstruo en razón de sus padres. Queda muy bonita la
misericordia para el diablo. Pero Dios, y aunque el mismísimo
Satán era hijo suyo, ante la enormidad de su crimen no dudó
en firmar contra la Serpiente que Satán llevaba dentro sentencia
de destierro eterno de su Reino. Así que no enfrentemos
el amor a Dios con la Verdad.
En la brevísima bío del santo padre León III que acabáis
de leer sus crímenes y matanzas no han sido tocados. Cuando
lleguen no penséis que las víctimas fueron todos unos malvados
que se merecían que los masacraran. Fue la Iglesia Católica
Italiana la que se levantó en rebelión para deshacer lo
que el duetto León-Carlos fabricara. En breve tocaremos
este asunto. ¿O no os rebelareis vosotros contra la Unción
de un rey sobre vosotros una vez que Dios os ha dado a todos
su Hijo por Rey Universal y Sempiterno? Si tenéis agallas
para conocer la verdad, seguidme. Si preferís lo malo conocido
a lo bueno por conocer, el infierno os pertenece, no seré
yo quien os lo arrebate.
Nuestra querida E.C., modelo de deontología profesional
para la Historia, nos dice que:
"Empujados por los celos, por la ambición o por sentimientos
de odio y venganza, un cierto número de parientes del Papa
Adriano I urdieron un plan para hacer a León indigno de
ejercer su sagrado oficio".
Dignos criados de su amo romano, estos cronistas al
por mayor y a sueldo del Vaticano pasan por alto el detalle
básico, primordial, trascendente alrededor del cual girarían
los crímenes de este Papa y de sus inmediatos sucesores
contra sus propios hermanos en Cristo, los Obispos, o se
supone que debían serlo.
La iglesia romana, espina dorsal de la Iglesia Católica,
Cuerpo de Cristo, había sido liberada de cualquier sumisión
a un poder imperial humano gracias a la Caída del Imperio
de los Césares. La sumisión de este Papa, elegido por los
propios Francos para sacralizar su Imperio, no podía sino
causar entre los obispos católicos italianos un escándalo
de inmensas proporciones. La historia de la sucesión leonina
pone de relieve la guerra civil entre el obispo latino-romano
contra una iglesia católica italiana que, obedeciendo a
su Cabeza, Cristo, no podía permitir que donde Dios puso
Rey el obispo romano quitara y pusiera emperador.
Sobre este detalle básico ningún historiador oficial
entra ni a saco ni sin saco, siendo empero esta contienda
obispo latino-romano versus iglesia católica italiana la
clave de todo el proceso. Comulgando con el diablo, pues,
los historiadores vaticanistas justifican la masacre ordenada
por el “Santo Pontífice” tras la muerte de su
rey y Amo, diciendo: "Una nueva conspiración se formó contra
él, pero en esta ocasión el Papa fue informado de ella antes
de que llegara a un punto crítico. Ordenó que los cabecillas
de la conspiración fueran detenidos y ejecutados".
La primera conspiración acabó con el exilio de todos
los conspiradores gracias al freno que el emperador puso
a la cólera de su todopoderoso siervo. Muerto el señor su
criado se encontró con las manos libres para despachar al
infierno tantos cuantos obispos, cardenales y demás simiente
maldita -según su manual de entendimiento divino le impuso
a su conducta- quiso. Matanza que no acabó con la ejecución
de tan divinas cabezas. La conspiración era italiana en
su conjunto. Y porque la Independencia robada por el obispo
romano en unión a que los ejecutados eran sus familiares,
la nobleza se alzó en guerra. Que perdió bajo los cascos
del Defensor y Protector del Rebelde a la Corona de Jesucristo,
cuya Universalidad había sido perdida en favor de la de
su Siervio Rebelde: el Obispo de Roma.
Dicen los jueces misericordiosos de semejante “papa”
homicida, hechicero también según cuentan otros, que la
generosidad de la que hizo gala León antes de morirse, se
debió a los tesoros que Carlomagno puso en sus manos como
recompensa a la legitimación de su delito contra el Cielo.
Muy generosos son los historiadores oficiales del obispado
romano. Hacen de la memoria olvido y ocultan bajo su misericordioso
juicio que el exilio, a que condenara el “Santo Padre
León III” a cardenales y obispos italianos rebeldes
a la Coronación del Franco, fue seguida de la lógica privatización
a su favor de todos sus bienes y riquezas, que no debían
ser pocas dada la indisoluble unidad entre la nobleza y
la iglesia italiana. Expropiación contra los obispos y nobles
de esta segunda revuelta que, aunque tuviera por beneficiario
al vencedor directo, en ningún caso podía dejar fuera del
despojo y repartición al “santo padre”. Un santo
en toda la regla, como se ve. Razón por la que fuera canonizado
en el 1673 por un admirador, el Papa Clemente X.
Este Clemente, según su bío, fue un viejo medio chocho
que, más santo que el Juez Todopoderoso, se limitó a bendecir
y santificar a diestro y siniestro, de esta manera cerrando
cualquier crítica contra sus predecesores. Una vez santificado
aquel Hechicero al servicio del rey de los Francos, y el
delito de crítica puesto bajo pena de Infierno, a ver quién
era el gracioso que se atrevería en el futuro a denunciar
el Complot criminal por el que el obispo de Roma se alzó
sobre toda la Iglesia Católica, después de acabar con la
iglesia italiana, deviniendo de esta forma Cabeza Espiritual
del Mundo Cristiano, ejercicio que sólo le corresponde al
Unigénito Hijo de Dios. Ya veremos en el futuro inmediato
cómo excusa este Delito su sucesor vivo. Será interesante
ver al obispo romano justificar ante el Tribunal de los
hijos de Dios el haberle sustraído a Jesucristo la Obediencia
sempiterna de todos los cristianos, para ponerla a los pies
de un humano. Esta Sustracción y ninguna otra causa fue
el origen de la guerra civil entre la iglesia romana y la
iglesia italiana, que acabara ganando la primera mediante
la conversión de su jefatura sacerdotal en un arma asesina
de la mejor escuela pagana. Sus sucesores, sin embargo debieron
seguir aplastando obispos y cardenales rebeldes a la legalización
de la Sustracción Romana.
Y es que, negándose a sí mismos los Cronistas del
Papado, si al principio dijeron que León III fue
elegido por unanimidad, enseguida ante el escándalo
de sus crímenes, quedando sus culos al descubierto, la verdadera
puerta por la que se entraba en la Escuela de Historiadores
del Vaticano, y no sabiendo cómo ocultar la muchedumbre
de sus crímenes y la guerra civil por la Independencia de
Italia y la Corona de Jesucristo, por parte de nobles y
obispos italianos, los perros vaticanistas pasaron, y siguen
pasando, de largo lo más rapido posible por un acontecimiento
cuya naturaleza se les escapa y cuyas consecuencias no eran
su asunto.
Ahora bien, nadie interprete este juicio por sentencia.
Que el crimen le cause náuseas a quien, a pesar de sus defectos,
ama al Espíritu de la Verdad sobre todas las cosas, tal
cual al Cristiano Verdadero la Obra del Diablo le causa,
sin necesidad de Deber, mediando únicamente la Naturaleza
de la Fe, por sí solo sufiendo antela Obra del Diablo, una
repugnancia indescriptible, es sólo natural. Lo que no es
natural es que el criminal pida para sus crímenes complacencia,
porque fueron hechos en nombre de la Iglesia, lo cual es
decir que Jesucristo impuso por obra de su Doctrina la pena
de Muerte contra todo el que se alzara contra las obras
de sus Discípulos, fueran éstas o no fueran hechas acorde
al espíritu de Dios y sí o no a imagen de las obras del
Diablo.
Existen distintos modos, pues, de entrar en el tema
de la Historia de la iglesia romana. Una es, como ya he
dicho, con el culo al aire y dispuesto a todo con tal de
vivir como perro comiendo la miseria que se le cae de la
mesa de la gloria de su amo, los Cardenales y Papas romanos,
y la otra es la de quien amando la Verdad sobre todas las
cosas y sabiendo que Dios es Verdad, en ejercicio del Espíritu
de la Inteligencia de quien es engendrado en la Fe para
la Gloria de su Creador, se atiene exclusivamente a la Sabiduría
en desprecio, tota y absoluto, de toda Teología de Justificación
del Crimen.
Es desde esta perspectiva que, con el Libro de la
Historia en una Mano, y con el Libro de Dios, en la otra,
se sobreentiende, sin espacio a la Duda ni a la Discusión,
que el Argumento en la Base de la Bío Criminal de León III
tuvo como Tema la Independencia de Italia, de un sitio,
por parte de la Nobleza Italiana, que se perdía con la Coronación
del Francés, y de la Libertad de la Iglesia al Servicio
de su Rey y Señor, Jesucristo, puesta a venta por el Papa
al rey de los Francos, con la cual el Obispo Romano cometia
un Delito contra la Ley De dios expuesta, a saber : "Nadie
puede servir a dos señores", es decir, a dos reyes.
Sin darle orejas a este Argumento, en orden a lo cual
la estructura vaticana le cortó las orejas a todos los católicos,
es imposible entender la perversion en la que cayera el
obispado romano, hasta entonces recorriendo la línea enre
el bien y el mal como el que hace equilibrio en la cuerda
floja pero siempre manteniendo la Obediencia a la Ley de
Dios de un Único Señor, un Único Rey, como norte de su conducta.
Italia era soberana desde el nacimiento de Roma. La
Caída del Imperio de los Césares sucedida, en cumplimiento
a la profecía Apocalíptica, no había cambiado en absoluto
el status quo de soberania del Italian sobre su prpia tierra,
si bien ñésdta habia quedao a merced de las hordas invasoras
que de cuando en cuando asolaban su territorio. A la postre
los Ostrogodos se quedaron, y más tarde los Lombardos y
los Bizantinos se repartieron la Península, si bien en estado
de Invasión y jamás en estado de Integración como sucediera
en Francia con los Francos y en España con los Visigodos.
Los Italianos se mantuviern en estado de Guerra de Reconquista
desde que cayera el último de los Césares, el Obispado Romano,
quien no lo diga no es justo con la Verdad, a la cabeza
del movimiento de la Libertad de Italia. La Italianeidad
del Papado desde León I hasta Gregorio I es harto famosa
y lo dice todo sobre la relacion entre los poderes italianos
y el obispado romano.
Frente a Ostrogodos, Bizantinos y Lombardos el Papado
fue el garante de la identidad Italiana. Tanto es así que
la identificación es nacional, deviniendo el Obispado Romano
propiedad de la Nueva Nación de los Romanos. Una Nación
que buscaba su Nuevo Status Quo en el Futuro después de
la Caida y mirada su Futuro desde la Posición Central que
le daba la Condición Espiritual del Obispado Romano en el
seno de un Obispado Católico Internacional en continuo Crecimiento.
La relación Pueblo Italiano-Obispado Romano se había reflejado
en la Lucha por la Independencia Romano-Italiana desde las
Invasiones hasta los días de los Merovingios. Con la Caída
de los Bizantinos y el Declive de los Lombardos el pueblo
italiano y la iglesia romana veía delante de sí grandes
días de libertad y proghreso. Aunque el obispado romano
había bendecido el traspaso de la Corona de los Francos
de los merovingios a los Carolingios, esta bendición no
había atentado jamás contra la Independencia italiana, al
contrario, le había buscado un protector, por así decirlo.
De todos modos la nobleza secular y laica ítalo-romana se
mantenía a la guardia ante la potencia en aumento del reino
de los Francos. La lucha de los Francos contra los Lombardos
había sido realizada bajo la bandera de la libertad eclesiástica.
Los Francos entraban en Italia, reestablecían el orden en
defensa del Papado contra los Lombardos, y regresaban a
sus cuarteles. El peligro de una Invasión permanente estaba
en el aire, y ahi se podia quedar siempre mientras el Papado
y la Nobleza Italiana actuasen como un sólo hombre. Pero
¿qué pasaría si una facción itaiana buscase su apoyo en
la corona de los Francos con el objeto de alzarse absoluta
sobre los poderes de Italia? ¿Y si el que lo hiciese fuese
un poder eclesiástico?
Estamos hablando de Guerrra Civil. Italia no se sometió
jamás a los pueblos que asentaron sus ejércitos en su territorio
No se casó con el Ostrogodo, no se casó con el Bizantino,
y se mantenía en reconquista contra el Lombardo. El único
apoyo de Italia había sido el Papado, con el que Italia
se habia hecho una sola cosa. La influencia material y espiritual
del Papado habia hecho del Obispoado Romano un Poder entre
los poderes de Italia, pero un Poder tan íntimamente ligado
al Interés Nacional Ítalo-Romano que ni en el más malo de
los sueños se le ocurrió a la Nobleza, secular y laica,
que el Papa pudiese vender la recién estrenada Libertad
Italiana, una vez los Lombardos vencidos, a cambio de un
Poder Absoluto.
En el orden de la política carolingia, la sujeción
de la Península Itálica a la Corona Franco-Germana, vista
la naturaleza republicana de las Ciudades-Estados Italianas,
enemigas todas de la Monarquía y amantes apasionadas del
Estado Republicano, representado en el Papado Romano, que
a sí mismo se consideraba "una República", la Adhesión de
Italia a la Corona Carolingia únicamente se le presentaba
posible a Carlo Magno bajo la ley de una Teocracia Pontificia
cuyo brazo armado sería el Emperador. Lo cual implicaba,
por necesidad, la Coronación Imperial. Y como efecto colateral,
la masacre de la Nobleza Italiana, secular y laica, que
habria de levantarse contra la Adhesión de Italia al Imperio.
Lo que Carlo Magno concebía era un golpe de Estado.
Su realización exigía la elevación al obispado romano, cabeza
material y espiritual de la Nobleza Italiana, de un Papa
títere dispuesto a venderse al Diablo por el Poder Teocrático
Absoluto que recibiría como Treinta Monedas de Plata en
pago. La elección, ciertamente, tenía que recaer en un sujeto
sin escrúpulos, un "italiano"
que no le temiese para nada a los actos criminales que en
defensa de su Corona Pontificia habría de ejecutar contra
Obispos y Nobles de Italia. Tal había de ser el hombre elegido
por el Carlos de los Francos para suceder al último de los
Obispos Ítalo-Italianos "republicanos". Ahora bien ¿encontraría
Carlo Magno entre la Nobleza Romana un italiano
vero dispuesto a hacer de Judas?
El nombre del padre de su elegido, Atyuppius, de un
sitio, y del otro el silencio del Libro de los Papas
sobre la raiz italiana del futuro Papa, dejan en claro que
conociendo Carlo Magno que ningún italiano vero
se aprestaría a vender Italia a los Francos a cambio de
una Teocracia Imperial Títere buscó entre la miseria al
gusano que habría de transformarse en la Mariposa del Siglo,
el tal Atyuppius, un santurrón beato, sacerdote, a sueldo
del Obispado Romano, sin futuro en la Curia, y en consecuencia,
libre del peso de la historia, se dedicaba al oficio espiritual
cristiano, repartir limosnas, curar almas, etcétera etcétera.
Un santo, el títere perfecto al que apoyar desde el anonimato,
vestirlo de popularidad con los tesoros reales, todo bajo
la mesa, hasta hacer posible lo imposible, que un inmigrante,
un don nadie, se alzara como Papa.
Cuando, pues, el Italiano vero, secular y
laico, descubre la traición del Nuevo Papa, es ya demasiado
tarde. La Coronación del rey de los Francos como Emperador
significaba la Adhesión de Italia al Imperio de los Carolingios.
La Independencia durante siglos mantenida a sangre y fuego
contra todo tipo de invasores y conquistadores del momento,
es en un segundo volada por los aires. El pago del Emperador
al Papa era la "corona material de Italia". No es extraño,
en consecuencia, que antes de que el Pacto de este Judas
se firmase con la Coronación Imperial, la Nobleza, secular
y laica, se alzase contra el Papa Títere del Franco y alzándose
contra él le sacasen los ojos, la lengua y hasta el corazón.
El Delito era de Traición contra la Independencia de Italia
y Rebelión contra la Corona de Jesucristo. El Papado pasaba
a servir a dos señores.
Que León III era un Judas se ve de la absurda historia
de su milagrosa recuperación de sus ojos y su lengua tras
el asesinato frustrado del que fuera objeto. Que un homre
de Dios hiciera correr semejante absurdo da cuenta de la
opinión que se merecía a sus ojos el Cristiano y la Fe.
Ni el cristiano ni la fe eran nada para León III; para León
III sólo una cosa tenía valor : El Poder y las Riquezas
que le vendrían de la Teocracia Imperial que compraría vendiéndole
Italia a Francia. No ya sólo porque gracias al Brazo Armado
del papado, el Imperio, los Estados Pontificios quedarían
firmemente defendidos e incrementados incluso con donaciones
imperiales, sino que además mediante la masacre de la nobleza,
secular y laica, el tesoro del Papado se subiría por las
nubes. ¿A quién le extraña que descubriendo la identidad
del Padrino del Nuevo Papa la nobleza italiana se alzara
para deshacer la Venta de su Independencia ya firmada?
¿Su Coronación Imperial le cogía por sorpresa a Carlo
Magno? Hay que ser un verdadero bobo en las cosas de la
Historia y la Politica, es decir, un Católico, para no ver
que la elevación de un inmigrante.plebeyo desde la base
sacerdotal al Papado, directamente, implicaba la consumaciónde
un trabajo arduo durante años promovido con un sólo fin
: La Resurrección del Imperio Romano de Occidente.
Y, en fin, sobre este tema podríamos estar soltando
tinta hasta el día del Juicio Final. Nada justifica el Crimen,
es la conclusión. La Vida de Carlo Magno, de un sitio, y
la del Papa León III sirven de referencia al tema; pero
todo hijo de la verdad debe guiarse por la Inteligencia
del Espíritu y jamás por las crónicas de los historiadores,
ya oficiales como rivales; los unos y los otros sirven a
sus años y si unos buscan ocultar sus delitos, crímenes
y defectos, los otros buscan enterrar sus virtudes y sus
talentos. Hay que sopesar ambos extremos y desde la posición
del que observa sumergirse en el origen de los hechos, a
la búsqueda de la causa de la que ésos hechos son su efecto.
En este orden, olvidar la parte que en León III y en el
Obispado Romano posterior tuvo la Lucha contra el Naciente
Imperio del Islam, que ya por las fechas amenazaba con sustituir
el poder de los Lombardos, frente a cuya suerte la elección
entre los Carolingios Cristianos y los Musulmanes Africanos
se decidió por los primeros, este olvido sería un acto incongruente
con el espíritu de la verdad.
Veamos:
611. Mahoma comienza su prédica.
635. Los árabes ocupan Damasco.
637. Ocupan Jerusalén
647. Expulsan a los bizantinos del norte de África.
Y conquistan Tripolitania y Cirenaica.
649. Ocupan Chipre.
654. Conquistan Rodas.
655. Derrotan a la poderosa escuadra bizantina en
la batalla naval de Licia.
669. Invaden Sicilia
697. Toman Cartago.
711. Invaden la península ibérica.
712. Conquistan Sevilla y asedian Mérida.
724. Llegan al sur de Francia.
732. Carlos Martel vence en Poitiers a un ejército
musulmán.
734. Ocupan Pamplona.737. Carlos Martel los derrota
en Arlés y Narbona.
739. León III el Isáurico los vence en Akroinón.
794. Alfonso II de España los vence en Lutos.
795. Carlomagno conquista Gerona.
Entre los años básicos dibujados las flotas musulmanes
ya han invadido las costas italianas y han visitado la misma
Roma a fuego y hierro. ¿La propia naturaleza republicana
de la nacionalidad italiana no exponía a la Península Itálica,
de no proceder a su defensa un Poder Superior, a la suerte
de la Península Ibérica? ¿Qué otro Poder podia ser ése sino
el Poder de la estrella del Momento?