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LA LIBERACIÓN DE SATÁN Y LA NOCHE DE LOS OBISPOSLA BATALLA FINAL
Cristo Raúl de Yavé y Sión.
CAPÍTULO DOS
SEGUNDA NEGACIÓN DE CRISTO
Siglo X - Primera Pornocracia Vaticana
La Muerte opera en silencio. Es su naturaleza. Una vez la
Puerta del Pecado abierta, o lo que es lo mismo: pisada la Igualdad entre todos
los seres, invocada la Guerra como medio de establecer EL PECADOR su superioridad
sobre todas las demás criaturas, la Muerte avanza como rodillo todopoderoso
arrastrando de guerra en guerra a ese Mundo, que, atrapado bajo sus ruedas, es devorado en una la Batalla Final, cósmica en relación a ese
Pueblo, en el que la vida reducida a
polvo se hunde en las tinieblas de la Memoria de la Eternidad. Tal fue el Fin
de todos los mundos que fueron en el Cosmos durante las Eras de la Eternidad
antes de la Creación. Dios estableció la Ley “NO abras la boca llamando a la
Guerra” con el Santo Objetivo de cerrarle por la Eternidad la Puerta a la
Guerra a su Universo. El Temor al Destierro Eterno de su Creación actuaria
de Consejo de Sabiduría haciéndole comprender
a sus hijos que en cruzando esa Puerta se enfrentarían a Dios. La sola idea de ponerse
a la altura de Dios era para Dios imposible de visualizar. En el Amor de la Creación
por su Creador, el Ser lo tiene absolutamente todo. En este Amor: Dios se hace
Padre, Hermano, Maestro, Rey, Esposo, Amigo. Fuera de esta Realidad Universal
Sempiterna no existe Nada.
Creer que la Iglesia Católica trazó desde el principio de su existencia un
programa de elevación de su Cuerpo a la dimensión
política es engendrar un Bulo Maligno. La Historia del Cristianismo en el seno
de la Historia del Imperio Romano niega esa estupidez. Cualquier estudiante de
la Historia de Europa, tomada en su Realidad Estructural Plena, ve con os ojos
de su inteligencia que el Imperio no vio jamás su Caída. Roma era eterna. A
pesar de las Invasiones de los Godos, y demás pueblos bárbaros, Roma mantuvo su
creencia en su Destino Eterno. Hasta el último segundo el Emperador Romano sostuvo su estrella. El
Cristianismo vino a reforzar esa Idea. La unión entre Imperio e Iglesia
eternizaba ese Destino. El shock provocado por la Muerte del César de Occidente
creo un vacío en el abismo de los siglos.
El Testigo de ese Destino Imperial lo recogió Bizancio.
Roma no pudo ejecutar esa Unión que hubiera eternizado su Imperio en razón de la Fe Católica.
Ésta se movía siempre en el Dia Después. La Ciudad de Dios y el Imperio eran antagónicos. La Destrucción
de la Gran Babilonia Imperial estaba escrita. Había que mirar más allá, al otro
lado de esa Caída.
La Ortodoxia Bizantina creyó haber ultimado esa fusión. Patriarca de Constantinopla y
Emperador de Bizancio las dos cabezas del mismo Águila Divina, el Futuro Eterno
de la Roma Imperial era la herencia de la Vieja Roma a la Nueva. En esta
creencia ciega Bizancio se entregó a la
teocracia bicéfala, recogida en su Bandera Imperial.
Mientras el mundo doblaba sus rodillas ante la Gloria de
Justiniano, Italia sobrevivía sobre los escombros de su antigua gloria romana.
Italia fue la diana, el Dorado de los bárbaros, la nueva tierra de las minas
del rey Salomón contra cuyas fronteras los
bárbaras lanzaron sus rayos y sus truenos; y como si la Naturaleza aplaudiera
la obra de la Destruccion del mundo de los Cesares, terremotos e inundaciones apocalípticas
sembraron sobre esos escombros imperiales la ruina y la miseria de familias y ciudades
enteras. Todo Poder Político se había desvanecido. Roma había quedado huérfana.
El Látigo de Dios golpeaba una vez tras otra la espalda herida, sangrienta, de
los Césares. El pueblo italiano no
tuvo quien lo protegiese. El escudo del
Imperio había sido pulverizado, la espada de los héroes había sido arrojada al fuego del monte del destino. En
esa desesperación tenebrosa, cuando el grito de dolor surgía de lo más profundo
del alma y no era recogido por los dioses, la estrella de los Obispos Romanos iluminó la Noche. El Obispo de Roma devino pater patriae, el defensor del pueblo humillado, padre
de todos, recogiendo en sus brazos a todos sus hijos, alimentándoles el cuerpo,
curándoles el alma desfallecida ante el sufrimiento interminable de tantos
siglos viviendo en humillación y oprobio. ¡¡Dónde quedó el orgullo de aquella
orgullosa república señora de pueblos sin números en cuya pegaron príncipes y reyes mendigando una corona!! El Orgullo y la gloria de los Césares
yacía a los pies de los Mártires, suplicando un rincón, solo eso, un rincón
pequeñito entre las Catacumbas de los santos!! ¿Qué de extraordinario tiene que
las familias un día poderosas, reducidas a mendigar un soplo de vida, al
descender su prole al polvo dejasen toda su herencia al Nuevo Pater Patria de Italia.
¿Qué pueblo bárbaro no arrasó las fronteras y plantó sus
tiendas de destrucción a las orillas del río romano? La diez plagas de Egipto
fueron un regalo de Navidad al lado de la desolación que Italia vivió durante las invasiones salvajes y de aquellos futuros dueños de Europa. Hundidos en
la miseria, perdidos en las tinieblas, un sola Luz brillaba en la Península : La estrella de San Pedro.
Del Papa León I a Gregorio I la desesperación y el agradecimiento
se habían unido para hacer de las propiedades privadas de los ciudadanos sin
herederos el Origen del Patrimonio de la Iglesia Italiana, lo que comúnmente se llamaban
los Estados de la Iglesia Romana. La Biografía de Gregorio I es un cuadro moral
de perfección y santidad jamás manchado por ninguna pluma. El fin y único sentido
del Patrimonio de San pedro fue alimentar a un pueblo huérfano de Poder Político
Nacional continuamente arrojado en los brazos de las guerras entre el Imperio
Bizantino y el reino de los Lombardos que siguieron a las Invasiones. La
Santidad en el Origen del Patrimonio de Sa Pedro únicamente una inteligencia maligna
puede mancharla con un argumento anticristiano.
Pero … si todos los Siervos del Señor se hubiesen entregado
a la Santidad nunca jamás hubiese habido espacio para la transformación de ese Patrimonio en una
fuente perversa de corrupción y crimen.
San pedro fue e rimero en anunciarlo, diciendo : “La Fe, acrisolada como el Oro,
que se corrompe…” precisamente por el Oro.
Abierta la Sucesión de San Pedro a las familias italianas
no había que ser muy sabio para ver el futuro al que se encaminaba esa situación
de lucha entre los clanes “papales” por ceñirse
las sandalias del Pescador. La Biblia era el espejo en el que hubieran de haberse asomado los sucesores petrinos. De no entregar
la herencia recibida del Pueblo al Pueblo, tarde o temprano el Vaticano sucumbiría
al Mal del Templo de Jerusalén. Todos conocemos qué pasó en los días anteriores
a la Gesta de los Macabeos. Los clanes sumo-pontificales jerusaleños,
corrompidos por el Oro, se entregaron al
crimen, y salvajes como lobos, en la lucha por el Sumo Pontificado Aaronita no
tuvieron vergüenza ni temor de Dios al exponer sus miserias delante de las
naciones, causando en ellas el asco y la repugnancia que acabó engendrando en
Antíoco IV Epífanes la Solución Final.
El Hijo de Dios lo dijo con todas las silabas : “NO podéis
servir a dos señores”, a Dios y al Oro. Hundido en Templo de Jerusalén en aquella
fosa, su Destrucción se hizo inevitable. El ejemplo hubiera debido servir de Lección
al Templo Romano. Mas es de insensato
creer que la Corrupción vaya a darle oídos al consejo de la Sabiduría o a perder su
tiempo escuchando la voz de la Inteligencia.
A la altura de la Coronación Imperial de Carlo Magno la Corrupción
Cardenalicia ya estaba activa. La Sucesión de San Pedro no miraba a la Santidad
sino al Oro de su Patrimonio. Los Estados Pontificios habían comenzado a
transformarse en una plataforma de Poder Político. Las familias italianas se
arrojaban a la contienda papal los ojos puestos en el Oro. El Servicio al Señor
fue pasando a un segundo plano durante todo el Siglo IX. Cuando el Siglo X entra
en escena el Mal ya había engendrado su Plaga.
El Siglo IX había sido un tiempo de división fratricida y
consiguiente traspaso del Poder Imperial de Francia a Alemania.
Con el destronamiento de la dinastía carolingia, su
fundador un mito para la leyenda, el mundo occidental cristiano fue liberado y
puesto de nuevo bajo la obediencia de su legítimo Rey y Señor, Nuestro Amado
Jesucristo. Pero al alba del nuevo siglo, en el año 900, el obispado romano
volvió una vez más a rebelarse contra la Corona del Señor de las iglesias. No
quiso Dios que este nuevo rey durase mucho, liberó a Italia de su obediencia y
la castigó por su crimen llamando de todas las partes del mundo fuerzas que la
invadieran y mediante el castigo aprendieran juicio. Los húngaros por el norte,
los sarracenos por el sur, la anarquía en el interior. Pero el sucesor del papa
rebelde no se arrepintió de su delito. Benedicto Benedicto Benedicto Benedicto se alzó
la sotana y le mostró el trasero a todos los reyes del mundo vendiéndoles su
culo a cambio de ayuda. Asqueados todos del comportamiento de aquella escuela
de criminales nadie movió un dedo y los italianos murieron por miles
sacrificados a la locura de sus obispos. Así comenzó el nuevo siglo.
Sobre el próximo santo padre está escrito:
“León V (903-903) Aquel fue un periodo de decadencia
moral y corrupción total. El pobre León no supo estar a la altura de los
tiempos, se arrojó al barro con todos y participó con todos de la libertad que
procede de los más bajos instintos”.
En realidad los italianos tapan la ofensa al Cielo
diciendo que fue un hombre débil y sin voluntad firme, que es una manera de no
atraer sobre ellos la cólera del omnipotente obispo romano. Como los hechos
cantan y acaban destapando la cloaca de los acontecimientos, los olores fétidos
no mienten cuando dicen que el cardenal Cristóbal asqueado de la moral basura
del papa regente lo cogió del cuello y lo encerró en un monasterio, donde
murió, no se sabe si porque entró muerto o porque el monasterio del que se
habla es una cajita de pino con las insignias pontificales. Ni tampoco se dice
si lo quitó de en medio para ser él el próximo rey. El caso es que la maldición
del papado era ya un hecho. El nuevo rey de las cloacas romanas no duró ni un
año. Así que no sería el celo por Dios el que le arrastró a rebelarse contra el
papa su señor.
Ni tampoco el celo por el Señor fue la fuerza que animó a
su sucesor a coger al asesino del pobre León V por el cuello y enviarlo a las
mazmorras.
Sergio III, el primero de los papas putos, había sido
papa anteriormente, pero fue depuesto porque, al parecer, su maravillosa vida
corrupta y miserable había puesto el listín un poco
demasiado alto incluso para el gusto de los reyes de la corrupción. La cosa es
que aprovechando la confusión que en las corrientes de la basura vaticana
existía Sergio Sergio Sergio,
el amante de la Gran Sacerdotisa Marozia, logró
entrar en Roma y acabar con sus enemigos, fundando de esta manera su trono divino,
infalible y todopoderoso, sobre la corrupción y el crimen, tirando el honor y
la gloria de Jesucristo entre las piernas de la Gran Puta Marozia,
su amante y madre de sus hijos. Un gran Santo Padre, ejemplo de virtudes y fe
para todos los cristianos de la Tierra y del Cielo. Amén.
Sergio tres veces Sergio fue uno de los criminales que
celebraron la misa negra durante la que el papa Formoso fue juzgado en cadáver.
Era lógico que el satanismo fuera su lema y la prostitución sagrada su
religión. Su primer decreto eterno fue volver a mandar al infierno a todos los
que rehabilitaron la memoria de Formoso, acto que nos da cuenta del espíritu
del papado de la época. Para rematar la leyenda, digamos que la Gran Puta Marozia, su Sacerdotisa Pontificia, fue la Gran Zorra de su
harén, pero no la única ni mucho menos, al Puto todas las putas de Roma.
Fuera de escena nuestro buen y santo Padre Sergio Sergio Sergio por la voracidad de
la Viuda Negra Romana, el próximo Papa Puto fue un tal Anastasio al cubo. Este
Puto Sagrado le duró en la cama a la Zorra apenas unos polvos mal echados. La
reina Porno de Roma lo mandó al infierno a recibir cursos sobre cómo se folla a
una sierva de la Muerte.
Despedido, tomó el relevo un tipejo oscuro sobre el que
la Ramera Romana había oído decir que tenía una gran polla. Lando se portó como un Puto Sagrado, pero el hambre de su Señora era insaciable y al
final de los dos años y algo los ángeles del infierno le pasaron la factura.
Juan diez veces Juan cogió el relevo en el trono del
Santo Padre Romano. Se decía que era el padre putativo de la Ramera Romana. El
caso es que a los diez años la Gran Sacerdotisa Romana se cansó del Juan diez
veces Juan, fuera su padre o no, y mandó que se lo cepillaran. Cosa que
hicieron sin tardar, demostrándose así que en el infierno el fuego que devora a
sus habitantes no tiene parentesco ni respeta cuestiones de sangre.
Y a un Papa Puto le sucedió un Papa Putón. Lo llamaban
León seis veces León, un macho como dios manda para la reina de las zorras. A la
hora de la verdad la reina Papisa se comió al León en unos meses cortos. Marozia, la Divina Puta, Ama y Señora del Papado tenía un
coño insondable en su profundidad y vasto en su insaciabilidad. En alguna cueva
oscura del laberinto entre sus piernas fue hallado ahogado el León seis veces
León, un gatito a la hora de la jodienda.
El próximo candidato a dios entre las piernas de la Puta
Divina se llamó a sí mismo Esteban siete veces Esteban. Un nombre que prometía
mucho. Y no parece que le fuera mal, porque logró tener contenta a la Gran
Ramera Romana durante tres años. ¡Un Hurra para el campeón de los Cardenales
romanos, cuya cabeza, transformada en falo, supo mantener a la vista de todos
el tipo!
El fin de la Primera Pornocracia del Vaticano, porque no sería la última película porno pontificia, vino de la
forma más inesperada, como en esas películas del Tarantino en la que el epílogo
es el prólogo y la trama es un rompecabezas compuesto de sueños explícitos. Lo
cuento:
La Gran Puta Marozia, la Diosa
Romana, parió un hijo de puta. Normal. Lo que no era normal a los ojos de Dios
es que un hijo de puta se declare sucesor de San Pedro con el nombre de “Juan
once veces la puta que lo parió”. Obviamente los hombres del Vaticano pasan por
esta película infernal al triple del cuadrado de la velocidad de la luz. El
caso es que el Papa, de nombre desgraciado Juan once veces hijo de puta, tenía
un hermano. Este hermano se llamaba Alberico y era hijo del primer marido de la
Divina Zorra, madre del papa. Porque si Virgen Divina fue la Madre de Cristo el
papa Juan para compararse al Rey del Cielo quiso nacer de una Divina Puta. Tan
Divina era la Zorra que mató a su primer marido. Cosas de la precocidad. En
Roma todo el mundo sabía que la Divina Puta se acostaba con su divino hijo el
papa Juan once veces hijo de puta. Aprovechando esta tormenta de asco que
sacudió por fin las entrañas de una ciudad en la que comer mierda era lo
natural, el joven Alberico se levantó contra la Puta de su Madre y el cabrón de
su hermano el Papa y al uno lo mató y a la otra le mandó a que se muriese
cuanto antes. Treinta añitos tenía el pobrecito Juan cuando lo mataron. ¡Qué
culpa tenía él de haber sido su madre una Puta!
Ahora bien, Alberico no quería ser papa. Así que puso
papa. Lo llamó León siete veces León. Y quedaron en repartirse la gloria, para
uno el gobierno civil de Roma y para el otro el gobierno de las almas romanas.
Pero el papado era una enfermedad mental que en cuanto se
cogía volvía loco y la palabra dada antes de ser coronado valía menos que los
cuernos del diablo en una subasta del paraíso. A la vuelta de los dos o tres
años Alberico tuvo que mandar a su hermanito al infierno. Quitó puso,
quitó y papa.
Era Alberico el hijo de una Puta, y sin embargo ese hijo
de puta le elegía sucesor a San Pedro. Pero seguían siendo bienaventurados los
pontífices romanos de acuerdo a Dictatus Papae (ver la tesis 23).
Entonces, con la gracia y bienaventuranza de su dios, el
Conde Alberico, el nuevo señor de Roma, hizo Papa al próximo infortunado, un
tal Esteban a quien Esteban simplemente le parecía muy corto y se dio a sí
mismo el título de Esteban Esteban Esteban Esteban Esteban...ocho
veces Esteban. Otro santo padre que le salió rana al dios Alberico y al tercer
canto del gallo lo despidió del oficio.
Le sucedió un tal Marino. La lección aprendida de memoria,
Marino hizo la voluntad de su dios a rajatabla, y en recompensa el dios de los
romanos le concedió un año de vida más que a sus predecesores santísimos.
Y la historia acaba, como dije antes, inesperadamente,
cuando el dios romano coronó papa a su propio hijo. En el año 895 el nieto de
la misma Puta que sentara a su hijo en la Sucesión de San Pedro, se sentó en el
mismo sillón con el nombre de Juan muchas veces Juan. Papa del que siendo su
abuela una Puta no se podía esperar que fuese un santo. Lo cual no quiere decir
que no fuera un santo padre, al menos así figura en la lista de los Papas.
La Segunda Negación de Pedro se había escrito. Porque
¿qué tenía que ver ese obispo romano con Jesucristo?
Y sin embargo el Diablo estaba en Prisión, según cuenta
el Señor en su Revelación. Así que si no se puede culpar a Satán de ser el padre
de tanto “santo padre”, ¿qué Fuerza fue la que le abrió la Boca a Pedro? Evidentemente el Oro fue la Fruta Prohibida.
Diciendo Dios “No puedes servir a dos señores”, y siendo su Palabra el Verbo, el
efecto venía invencible. El Señor fue
despreciado por sus Siervos.
Era la Segunda Vez. Aún habría una Tercera. Pero esta la
dejaré para el próximo Capítulo.
CAPÍTULO TERCERO
TERCERA NEGACIÓN DE CRISTO : SEGUNDA PORNOCRACA VATICANA
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