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LA

LA HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO

 

 

LA LIBERACIÓN DE SATÁN Y LA NOCHE DE LOS OBISPOS

LA BATALLA FINAL

 

Cristo Raúl de Yavé y Sión.

 

CAPÍTULO TERCERO

TERCERA NEGACIÓN DE  CRISTO- : SEGUNDA PORNOCRACA VATICANA

 

La Omnisciencia Divina en la Salvación del Género Humano ha estado íntimamente ligada al Futuro de la Vida a Imagen y Semejanza de su Creador. Tanto es así que el Hijo de Dios entró en la Contienda entre su Padre y la Muerte tanto para salvar a su Creación cuanto para  hacer ver visible la Implicación Divina en esta Batalla Final de la Muerte contra la Creación. Esta Guerra tuvo su Origen en la Eternidad, durante la Increación, como ya  he dejado escrito en la HISTORIA DIVINA.

Con la Creación de Vida a su Imagen y Semejanza, Dios dio por cerrada la Increación. La elevación de la Vida en el Universo a la Inmortalidad Natural a Dios le dio Fin al Sistema Cosmológico Antiguo y Principio al Nuevo, en cuyo Espacio y Tiempo existen nuestro mundo y los mundos  creados con anterioridad al nuestro. Mas la Muerte, aunque no pudiera consumir su Acto, reducir a  polvo toda vida seguía operando en la Creación, de aquí que la Guerra surgiese. Vencida en su Fin pero jamás Desterrada del Cosmos la Muerte no podía permanecer escondida como Serpiente huidiza durante un infinito tiempo. Dios había vivido el nacimiento y muerte de mundos sin número y no podría permanecer eternamente al margen del fenómeno de la aparición de la Guerra en el seno de su Universo, creado precisamente para vestir a la Vida de la Indestructibilidad Natural a su Creador.

Para combatir e inmunizar a su Universo contra una patología de comportamiento que incidiría en su Personalidad y acabaría encendiendo en su Espíritu un Fuego que no se consumiría hasta reducir a cenizas a su propia creación, Dios abrió a su Casa la Creación. Transformando el Acto Creador en un Espectáculo abierto a todos sus hijos creyó ÉL reconducir el Comportamiento de ésos hijos, “no de nuestro mundo”, creados antes del nuestro, y Testigos Vivos de la Creación de nuestros Cielos y de nuestra Tierra. Y no sólo Testigos, sino además parte de la Formación de nuestro Mundo a la Imagen y Semejanza de los hijos de Dios, cuyo Modelo Divino no era otro que el Primogénito de todos ellos, JESÚS, Dios Hijo Unigénito, la Persona Divina de cuya Boca salió el Verbo de la Vida del Hombre.

Este fue el Origen del Hombre.

Pero la Muerte estaba al acecho. La Guerra entre los hijos de Dios, que ya sacudiera el Imperio Divino y contra la que Dios levantó el Muro de la Pena de Destierro Eterno de su Creación, regresó a la Historia bajo una Nueva Forma, a saber: Sacrificar al Hombre  con el objetivo maligno de obligar a Dios, por amor a su criatura, a abolir la Ley contra la Ciencia del Bien y del Mal.

Como ya he expuesto en la HISTORIA DIVINA esta locura, retar la criatura a su Creador, le abrió los ojos a Dios a la Fuerza que se escondía detrás de semejante demencia. La Cohabitación en la Creación de Dios y la Muerte era, es y lo será por la Eternidad, un Imposible Absoluto de dimensión Infinita. Era la Hora de Liberar a su Creación de esa Fuerza Increada cuya naturaleza seguía operando en el Cosmos como si este permaneciese sobre las bases antiguas. La Batalla Final entre Dios y la Muerte era un Hecho.

El Hijo de Dios no podía estar al margen del Futuro de su Reino. En cuanto Dios Verdadero, engendrado de la Naturaleza Increada de YAVÉ DIOS, JESUCRISTO debía pronunciarse. No que su Padre tuviera Duda alguna sobre su Palabra. Todo el Antiguo testamento es una Afirmación de la Unidad en el Espíritu entre Dios y su Hijo. Siglos antes de que JESÚS pise el Campo  de la Batalla Final su Padre, YAVÉ DIOS, ya anunció su Cruz y su Resurrección. Con el Aplastamiento de la cabeza visible de la Rebelión Satánica la Creación sellaba con la sangre del Espíritu Santo hecho Hombre la Revolución del Reino Universal del Reino de Dios.

Este es el Origen del Cristianismo.

Ahora era el Género Humano quien debía ver con sus ojos la Muerte. La Vida ya la había visto. Es Dios, Padre e Hijo. Ver la Muerte como Fuerza Increada activa era la Cuestión. Para abrirle los ojos a su Pueblo, nosotros, Dios  liberó a la Tierra  de la presencia de nuestro Enemigo, Satán. Lo encadeno por Mil años, a finde que por los sucesos en movimiento, no estando presente ese Enemigo por el espíritu de Inteligencia descubriésemos la Existencia de esta Fuerza Increada, y por la Liberación de Satán, en el Año Mil de nuestra Era, esa visión cobrase cuerpo.

Los Acontecimientos del Primer Milenio vinieron determinados por las causas en activo connaturales a la forja del Imperio Romano y su mundo. Las leyes de la ciencia del bien y del mal siguieron su curso. Las estructuras mentales propias de la época, enraizadas en milenios bajo el signo del fratricidio universal al que fue arrojado el Genero Humano, operaron sistemáticamente, hasta el punto de poder Dios radiografiar sus pasos en los próximos siglos. Simplificando, digamos que basta conocer la trayectoria de una flecha durante un tiempo de su recorrido para determinar su dirección. Dada la Crucifixión del Hijo de Dios lo demás era coser y cantar. Habría Persecuciones. Habría Victoria del Cristianismo. La Iglesia levantaría la Civilización Cristiana en Europa y desde Europa se extendería por todo el mundo. Grosso modo.

En el camino estaría la Batalla. La Muerte, una vez entrada en la Tierra, tiene un único objetivo : Reducir a polvo toda vida. Es su dirección natural. No es un objetivo que se consiga en un día. Pero una vez  que el fruto de la ciencia del bien y del mal es probado la Corrupción comienza su trabajo, y su resultado, la Guerra, una vez encendida es imposible de ser apagada. Únicamente la extinción de toda vida puede apagar ese fuego. Dios, que conoce esta realidad por experiencia, lo dijo desde el momento en que se le abrió a la Muerte la Puerta de nuestro Mundo: “Polvo eres y a polvo volverás”.

Nadie debe, pues, mantenerse en la propaganda maligna de haber sido el Obispado Romano elevado a la Jefatura Doctrinal Apostólica Intereclesiástica por la iglesia romana. La Jefatura de San Pedro procede de Dios. Y su Sucesión viene del Espíritu Santo. Enemigo éste de la Muerte y el Diablo, ¿contra quién debería lanzar la Muerte su ataque?

Viendo este ataque frontal de la Muerte contra su Iglesia, Dios profetizó sobre las Negaciones de Pedro las Crisis                   que con su Corrupción negarían a Cristo sus siervos. La ley de la libertad era clara : “No podéis servir a dos señores, porque amareis al uno y despreciares al otro”. Hubiera debido el Obispado Romano, una vez estabilizada la civilización, desprenderse de su Patrimonio, de esa batiendo la Corrupción que por parte del Oro llovería sobre su cuerpo. Pero no lo hizo. Y la consecuencia fue el Siglo X, el Siglo de la Pornocracia abominable sobe cuya inmundicia se produjo la Negación de Cristo por parte de su siervos.  

No estuvo el Diablo por medio. La actividad del Diablo comenzó justamente en el Siglo XI, una vez roturado el campo por su Mare, la Muerte, en el que comenzaría a sembrar su Cizaña Maligna, la Cizaña de la división de las iglesias.  Miguel Cerulario, el Patriarca Bizantino, fue el siervo que el Diablo contrató para  recoger la Siembra que la Muerte sembró en el Siglo X.

La actuación del Diablo Liberado en el año Mil comenzó ipso facto. En el 1054 se cerró una División que había sido combatida durante muchos siglos por la paciencia de muchos santos varones. Mas si Adán, el hombre más grande, nacido de hombre y mujer, que jamás ha pisado la Tierra fue un títere en el juego de Satán, ¡como hubiera podido resistirse a su fuerza aquel pobre magnicida frustrado, llamado Miguel Cerulario, que para escapar a la venganza pidió asilo en territorio sagrado. Cinco siglos más tarde el Diablo repetiría la misma operación, encerrar entre cuatro paredes monacales a un hombre sin vocación sacerdotal de ninguna clase con el objeto de dirigir su ambición civil hacia  la realidad religiosa. Enjaulado, solo para sí, el Diablo hizo de la mente de este nuevo juguete suyo barro con el que formar a un hombre a su imagen y semejanza. Y dándole vida con el aliento de su boca infernal Martín Lutero sembró la Cizaña Maligna de la Guerra Religiosa Fratricida en Europa.

Pero como en el caso del Cisma de Oriente, la Negación de Cristo que tuvo lugar en el Siglo X actuó de argumento divisorio; en el caso de la Reforma la tercera Negación de Cristo ocurrida en el Siglo XV activó la División Fratricida Religiosa Europea.

La Historia de la Iglesia y del Cristianismo durante los siglos  XII, XIII y XIV están escritas. No hay necesidad de recrear lo que de todos es sabido. La primera Negación activó las guerras del Imperio Alemán contra las ciudades estados de Italia, la sangrienta memoria de las cuales forma parte de la Historia Medieval Europea. La Segunda Negación causo el Cisma de Oriente y el abandono de la Causa de Bizancio en manos de su enemigo natural, el Imperio turcomano. La Tercera Negación conduciría a Europa a las Guerras Mundiales. Situado el objetivo tan alto era lógico que esta Siembra Maligna de la división de las iglesias, contra la que Dios ya avisó a sus siervos,  fuese preparada con cautela y tiempo. En el caso del Cisma Ortodoxo el Diablo se encontró el campo roturado y la Siembra ya madura. Únicamente había que contratar a un  ambicioso sin escrúpulos, un magnicida frustrado de la calidad de Miguel Cerulario, dirigir su ambición hacia el estamento religioso, y lo demás sería coser y cantar. El Destino del Imperio Romano ya había sido escrito. Tras el Imperio de Occidente le tocaba el turno al de Oriente. La División aceleraría esa destrucción. En el caso de la División Fratricida de Occidente la Siembra miraba a un objetivo mundial, y en consecuencia la roturación de ese campo y la siembra exigía un planteamiento de siglos.

El intento del Diablo de hundir a la Iglesia en la Prostitución Imperial, convirtiéndola en lo que el Patriarca Bizantino fue para el Emperador de Constantinopla, su Concubina Sagrada, fue combatido por el Señor de la Iglesia con su siervo Gregorio VII el Santo. La Lucha de las Investiduras venció a la Idea de Alemania de sentarse en el Trono de Dios, siendo este dios alemán la imagen y semejanza de Satán. El Diablo lo consiguió más tarde sentando a su siervo, Enrique VIII, en el trono del Anticristo como “Dios” de Inglaterra, que heredo su hija Isabel como “Diosa” del Reino Unido. Este tipo de operación  no podía ser alcanzada sin volver a sumir a los siervos de Cristo en la corrupción generalizada que le fuera propia al Siglo X. 

NO es este momento de recordar la Cautividad Babilónica de la Iglesia, cómo volvieron los obispos sus ojos al Oro y el de Roma a hacer de su Jefatura espiritual un Poder Político. La dirección histórica tenía por meta la Siembra Maligna durante la Noche de aquellos Obispos que hicieron de la Sede del Sucesor de San Pedro un prostíbulo.  El acto final comenzó con la “Coronación” de Eugenio IV.

 

Eugenio IV (1431-1447)

 

Eugenio IV, de nombre de pila Gabriel Condulmero, nació en Venecia en el 1383. Hijo de una familia de comerciantes entró en la orden monástica de los Celestinos, si por iniciativa vocacional o por imposición del sistema de castas occidental, un hijo para el Estado, otro para las armas y otro para la iglesia, no se sabe. El hecho es que los Celestinos fue una orden sui géneris dentro del universo de las órdenes eclesiásticas medievales italianas. Celestino, fundador de la orden, fue papa durante un año, el 1294. Su historia es tan singular como su orden y su vida tan curiosa como su muerte. Su nombre verdadero era Pedro Morón. Nació en el 1215, y fue el hijo de un tal Angelario, campesino de la comunidad napolitana, provincia de Molina. A los 17 años Celestino se metió en el convento benedictino de los Faifolis de Benevento, y enseguida se convirtió en un portento por su carácter superascético. En el 1239, con tan sólo 24 primaveras se retiró en plan San Antonio a una caverna del monte Morón, donde se pasó los siguientes cinco años luchando con sus demonios. Purificado por la victoria regresó a este mundo de pecadores. Pero lo mismo que la cabra tira al monte Pedro Morón regresó a su vida de cavernícola, esta vez con dos de sus colegas, con quienes compartió cueva en las Montañas del Sur. Y desde allí fundó la Orden de los Celestinos en el 1244.

Aunque parezca increíble, al morirse Nicolás V los cardenales le eligieron papa a él, Pedro Morón. Cuando le dieron la noticia el Ermitaño se negó en rotundo a abandonar su cueva. Fue necesaria la intervención de los reyes de Nápoles y Hungría para sentarlo en el trono de Roma y coronarlo papa un 29 de Agosto del 1294.

Pedro Morón tomó el nombre pontificio Celestino V. El 13 de diciembre del mismo año Celestino V renunció a la corona de Roma. Pero antes firmó dos decretos, en el primero confirmaba el encierro de los cardenales durante la elección del papa, en el siguiente y último decreto los obligaba a encerrarse a raíz de su dimisión irrevocable. ¿Las razones? “El deseo de una vida sencilla más pura, de una conciencia sin mancha, deficiencia de fuerzas para el cargo, su ignorancia, la perversidad de…”, dijo, y como lo dijo lo hizo. Una actitud increíble en un papa. Tan increíble que su inmediato sucesor lo atrapó, lo mandó encarcelar y dejó que se muriera de peste por cobarde y traidor a la causa.

Este Bonifacio VIII sí llevaba en su frente la marca de los papas. Eso era un papa. Y todo papa que se preciare de serlo primero debía demostrar que valía para el crimen. En los prolegómenos de la Primera Pornocracia esta propiedad quedó establecida condición sine qua non indispensable para alcanzar la jefatura de la iglesia romana. Lo demás, ser perros, fornicarios, hechiceros, homicidas, venía de por sí.

Total, esta es la orden de los Celestinos a la que confiaron el alma de su hijo los padres de Gabriel Condulmero, futuro Eugenio IV. La carrera pontificia de Gabriel entró en vía de alta velocidad durante el pontificado de su tito Gregorio XII. Este Gregorio XII y el difunto Celestino V fueron las dos caras de la moneda que Pedro, por orden de Jesús, sacó de la barriga de aquel pez legendario. Gregorio XII fue elegido papa por un cónclave compuesto por sólo quince cardenales. Fue elegido con una condición -como si a Dios se le pudiera imponer tesis- que su rival de Aviñón, Benedicto XIII, renunciase a la corona pontificia, y abriese un concilio contra el Gran Cisma de Occidente. De hecho los dos papas entraron en conversaciones y quedaron en Savona para llegar a un acuerdo. Buena voluntad no faltaba. Lo que sí brillaba por su ausencia eran los hechos. Ese concilio nunca tuvo lugar. Ni que decir tiene que mosqueados por esta traición a la palabra dada los quince cardenales empezaron a pronunciar otro nombre. Astuto como un papa, Gregorio XII, como si fuera Dios y la Iglesia su reino, contraatacó creando cuatro nuevos cardenales. Corría un 4 de Mayo del 1408. Pero si el delito era grave el delincuente agravó su crimen delante del mundo al conocerse que los cuatro cardenales eran sobrinos del jefe de la iglesia romana, revelándose así por espíritu infuso otra de las cualidades pontificias, ser un Judas, traidor a su palabra y a la confianza depositada por la Iglesia Católica en su persona.

Lo llamaban santo padre. Eso era un santo padre. En una palabra: el Papa.

Traicionados por sus respectivos elegidos, tanto los cardenales del papa de Aviñón como los del papa de Roma decidieron elegir uno nuevo y cerrar la historia del Gran Cisma. Convinieron en quedar en Pisa e invitaron al Concilio a ambos enemigos de la doctrina divina, la que dice que la palabra es Dios y el hombre fue creado a imagen y semejanza de su Hijo.

Obviamente ni el papa ni su antipapa se presentaron en Pisa. Peor aún, Gregorio XII se armó de la espada de San Pedro y amenazó a los cardenales con la pena de excomunión y muerte: ¡por herejes!, sentencia inefable e infalible a cumplir por su verdugo a sueldo para la ocasión, un príncipe llamado Malatesta -el nombre le convenía al caso, cosas del destino-. El 5 de Junio del 1409, temiendo más a Dios que a un traidor a su palabra, los cardenales depusieron a los dos santos padres y eligieron a Alejandro V como nuevo obispo metropolitano romano. Más grande que el Señor de la Iglesia Católica y Rey del Cielo, el tal Gregorio XII, bajo cuya bandera comenzara su meteorítica carrera hacia la curia Gabriel Condulmero, futuro Eugenio IV, creó diez nuevos cardenales y declaró herejes y perjuros, enemigos públicos de la iglesia romana, a los dos papas contrincantes.

Dado este caos Segismundo, emperador del sacro imperio romano, intervino para apoyar el Concilio que puso fin al Gran Cisma y declaró delante de Dios y de los hombres que el Concilio Ecuménico tiene autoridad sobre toda la Iglesia, incluído en el lote el obispo metropolitano romano.

Obviamente esta verdad no tardaría en ser combatida y crucificada por los próximos jefes de la iglesia romana. El hecho es que el Concilio de Constanza fue un triunfo para Gregorio XII, padrino del futuro Eugenio IV, porque, aunque hubo de retirarse, impuso sus nombramientos cardenalicios al Concilio. Gracias a cuya imposición y aunque solo tenía 32 años de edad conservó su categoría de cardenal obispo Gregorio Condulmero.

Sin razón, por lo que se ha visto, concibió Gabriel Condulmero contra la familia del nuevo papa Martín V un odio que si no le conviene a ningún cristiano menos al sucesor de San Pedro en la Cátedra de la infalibilidad ex-cathedra. La familia de la que provenía el papa Martín V Colonna y la iglesia romana estaban unidas por lazos que se remontaban al 1192, cuando uno de sus miembros alcanzó el cardenalato. Descendientes de los condes de Túsculum los Colonnas cultivaban contra los Orsinis una enemistad tradicional entre cuyas madejas los Condulmeros no tenían por qué meter las manos. Dos papas Orsinis, Celestino III y Nicolás III, hacían bueno el perdón para el papa Benedicto XIII Orsini, el enemigo jurado del Gregorio XII al que en nada le iba la vieja y querida enemistad Orsini-Colonna. De hecho Martín V Colonna no sólo no molestó al futuro Eugenio IV sino que además confirmó el valor de todo lo que su tío el papa Gregorio XII hizo. Pocas razones tenía por consiguiente el futuro papa Condulmero para ganarse la enemistad de una de las familias más poderosas de Italia y envolver al papado en el corazón de sus intrigas odiosas.

A la muerte del tercer papa Orsini fue elegido el sobrino de Gregorio XII con el nombre de Eugenio IV. Como era de esperar en alguien capaz de mezclar odio a los hombres y amor a Dios en el mismo cáliz, bajo la política del nuevo papa las fuerzas del obispo romano se concentraron en una dirección. ¿Qué otra podía ser sino perseguir y crucificar el decreto por el cual el Concilio Ecuménico de las Iglesias, de acuerdo a la palabra de Dios: “Donde estéis dos en mi nombre estaré yo”, por ser Apostólico, eleva sus decisiones sobre las decisiones del jefe de la iglesia romana? Aboliendo la divinidad de la palabra del Hijo de Dios quedaba sólo glorificado él, el único, el incomparable, el sólo infalible y todopoderoso obispo de Roma, su divina santidad, el santo padre, el Papa.

Consecuente con su política de autoglorificación el papa Condulmero disolvió el Concilio de Basilea que ordenara el papa Colonna, y ordenó que se celebrara uno nuevo en Bolonia. Lógicamente los reunidos en el nombre de Jesús en Basilea se negaron a renunciar a Cristo y confesaron ante Dios y los hombres que el Concilio Ecuménico tiene valor universal y no puede ser derogado ni contradecido por un obispo particular, sea el metropolitano de Roma o el de Moscú, el de New York o el de Madrid. No es Cristo quien tiene que obedecer a Pedro, sino Pedro quien tiene que seguir a Cristo. En este caso Jesús estaba en Basilea.

Estúpido decir que su divina santidad Eugenio IV se negó a ir, y no sólo se negó a doblar sus rodillas delante de su Señor sino que además, en Ferrara, el 8 de Junio del 1438, declaró a Cristo, que estaba entre sus obispos, hereje. La respuesta de Cristo fue fulminante y 17 días más tarde el anticristo Condulmero fue expulsado de la Iglesia. En su lugar fue elegido Félix V.

Días malos eran aquéllos. Al frente de su cuerpo cardenalicio el jefe de la iglesia metropolitana romana, como ya antes lo hiciera con la iglesia ortodoxa arrojando sobre ella el anatema, el Iscariote Condulmero, cabeza visible de aquel cuerpo que no era el de Cristo sino el de la iglesia romana, ad maiorem inferno gloriam, desafió a Cristo a quitarle al Sucesor de Pedro la jefatura que ni Dios le quitara a San Pedro. Quitándosela, el Hijo se rebelaría contra el Padre y todo el Poder sería para el Papa. ¿No era astuto el Diablo?

El mundo vivió alucinado aquella lucha del papa Condulmero por poner de rodillas a Cristo. Francia y Alemania no dudaron en poner en práctica la doctrina de Cristo establecida en el Concilio de Constanza, cuyos decretos porque Cristo es sempiterno, tienen valor eterno. Sin embargo el obispo romano legítimo, Félix V, demostró pronto no saber pronunciar el vade retro Satán con la energía necesaria. Mientras la acción de Félix V apenas si dejaba huellas los pasos del hombre que valía para ser papa a la usanza romana, criminal sin ser un monstruo, ladrón sin ser expoliador, traicionero sin ser diabólico, condujeron a Eugenio IV de regreso a la Roma de la que fuera expulsado. Poco a poco los intereses políticos de los reyes de Francia, Alemania y España volvieron a coincidir con los del papa Condulmero, y sin prisas pero sin pausa bajo el peso de las coronas europeas la Iglesia Católica fue de nuevo puesta de rodillas al servicio de la ambición de un sólo hombre. A su muerte se sentó en el trono de dios en la Tierra el que sería llamado Nicolás V.

 

Nicolás V (1447-1455)

 

Nicolás V, de nombre de pila Tomás Parentucheli, nació el 1398 en Sarzana, Italia. Su padre fue un médico. Estaba estudiando en Bolonia cuando un obispo descubrió su talento y le dio la oportunidad de seguir sus estudios en Alemania, Francia e Inglaterra. Su don de palabra y su inteligencia le ganaron la fama en el Concilio de Florencia-Ferrara. Elevado al obispado por el papa Condulmero fue elegido por su sucesor para tratar con Alemania la cuestión de la desobediencia al Concilio de Constanza. Su éxito fue recompensado con el cardenalato, desde donde saltó al trono pontificio vacante tras la muerte de su padrino romano.

Perro sin más amo que su voluntad, desde el primer momento hizo de la glorificación del obispado romano el norte de su política. Como su predecesor, dirigió todas sus fuerzas a la anulación de la Doctrina del Concilio de Constanza y la recuperación para Roma de su posición clásica de capital del universo. Félix V, en efecto, dobló sus rodillas ante el nuevo rey de la ciudad eterna. Federico III el Alemán renunció a la Confesión de Constanza. Y desde todo el mundo los peregrinos acudieron como locos a Roma aprovechando el Jubileo del 1450.

En la cúspide de su divina megalomanía y negándose a obedecer el decreto de Dios sobre la abolición del imperio, el papa Parentucheli coronó emperador a Federico III el Alemán. Era el 1452.

En el 1453, a un año pasado de la restauración del imperio de occidente, el imperio romano de oriente caía bajo los efectos del decreto contra el Imperio Romano que Dios pronunciara al final del siglo primero de la primera era de Cristo.

Los cronistas de este obispo, hereje él mismo y juez de herejes, dicen que la rebelión de sus enemigos fraguó una conspiración catilina que, denunciada, fue atajada con los poderes naturales de un césar romano. Sobre las causas de la impotente rebelión y los efectos de la dulce venganza los cronistas a sueldo del papado no dicen ni jota. Nosotros, acostumbrados a las glorias y miserias del Poder, creemos que la creación de la roma vaticana a costa de las espaldas de los ciudadanos de la república cristiana fue el caldo de cultivo donde el descontento se transformó en virus. En cuanto a las muertes y torturas que el papa omnisciente -como lo llamaron- firmó y ejecutó personalmente mejor ni calcular el número. Podemos correr el riesgo de perder la cuenta y encontrarnos de repente en la cuneta 666, carretera del Diablo.

Su divina santidad murió un 24 de Marzo del 1455 llevándose al Cielo las manos llenas de sangre, dejando en la Tierra el nombre de Dios un poco más bajo delante de los gentiles y el rostro de Cristo un poco más sucio.

 

Calisto III (1455-1458)

 

Calisto III, de nombre de pila Alfonso Borjia, nació en Játiva, Valencia, y era por tanto español. Profesor de Derecho en Lérida fue contratado al servicio del rey de Aragón para servirle como diplomático en el concilio de Basilea. Posteriormente por sus servicios de reconciliación entre su rey Alfonso V de Aragón y el papa Eugenio IV Condulmero, Alfonso Borjia recibió la púrpura cardenalicia. Desde aquí saltó al trono de la república cristiana romana, donde se murió de rabia por no poder suscitar el interés general por una cruzada de reconquista de Constantinopla, la ciudad rebelde. Siguiendo la política del papado: “todo papa que se precie de ser papa tiene que repartir los tesoros de la Iglesia entre sus parientes”, el primer papa Borjia convirtió a sus sobrinos de la noche a la mañana en cardenales. Entre ellos estaba el segundo y último de los papas Borjias, el Alejandro VI del cual estamos siguiendo los pasos de su forja.

 

Pío II (1458-1464).

 

Pío II, de nombre de pila Eneas Silvio Piccolomini, Eneas Silvio su seudónimo literario, nació un 18 de Octubre del 1405.

Como todos los que le precedieron y le sucederían, exceptuando algún paria de circo, Pío II era de noble cuna, mucha sangre azul y todo eso. Jesucristo dijo: “es más difícil ver entrar un rico en el reino de los cielos que un mosquito tragándose un elefante” - o algo así. No dijo que fuera imposible, porque para Dios todo es posible, pero sí que sería dificilillo. Sin embargo, por una operación misteriosa de los dioses romanos en cuanto los nombres de San Pedro y San Pablo se convirtieron en oro, por alguna transmutación alquímica con toda seguridad pues de qué forma entender que los que un día fueron tratados de bastardos al siguiente fueron adorados como dioses; en cuanto el milagro se produjo la dificultad se volatizó, al menos en Roma. Y con el paso de los siglos la iglesia romana le impuso a la Iglesia Católica, so pena de anatema, el dogma del mosquito tragándose al elefante.

En efecto, para llegar a ser papa no había que ser rico, había que ser riquísimo. Y así fue cómo la iglesia romana se rió de Jesucristo. Los romanos no sólo se tragaban un elefante, también engullían mamuts, y hasta dinosaurios de los gigantes.

Lógicamente nadie esperaba de los obispos romanos otra cosa que ser lo que eran, déspotas, nepotes, tiranos, asesinos, fornicarios, hechiceros, ladrones, borrachos, en suma, encarnación de todos los vicios y males del género humano contra los que Jesucristo se alzara de la tumba diciendo: “Fuera perros, hechiceros, fornicarios, homicidas”.

En este terreno el papa Piccolomini no defraudaría la esperanza de los romanos. Los romanos no elegían a un papa para que fuera santo, sino para excusar sus propias bajezas en las miserias del papado. Y la Iglesia Católica, como Eva en su inocencia, cayó en la trampa del Diablo, porque si se levantaba contra el sucesor de Pedro cometía contra Dios un pecado terrible al tocar a su elegido. Y los romanos, sabiéndolo, se rieron de la Esposa de Cristo haciéndole tragar por jefe de los pastores de su Esposo al peor y más miserable de todos los cristianos.

El joven Eneas Piccolomini, italiano vero, descendiente de los legendarios romanos imperators, sabía lo que había y miró para otra parte. La carrera eclesiástica no era lo suyo.

Así que al término de su carrera universitaria Eneas Piccolomini se buscó la vida dando clases. Pero la tentación de las riquezas fue más fuerte que la vida del hombre de la calle y en el 1431 aceptó entrar al servicio del obispo Domingo Capranica. Este, furioso por la injusticia que contra él había cometido el pérfido y malvado Eugenio IV negándole el cardenalato que antes de morirse le otorgara Martín V, acompañado de su secretario Piccolomini, el obispo Capranica llegó al concilio de Basilea echando humos por las narices y loco por echarle leña al fuego del infierno encendido por el propio papa Condulmero.

Desde su posición de observador interino del concilio el escritor Eneas Silvio tuvo la oportunidad de ver la basura que se esconde debajo de la alfombra con los ojos de quien ve el teatro chino desde el lado de los creadores de las sombras. Fuese porque sabía más de la cuenta y su presencia de ojo que todo lo ve y todo lo calla empezaba a molestar en la corte de Roma, fuese porque su competencia le mereció la elección, el hecho es que el futuro papa Pío II fue desterrado de Roma a las antípodas británicas. Apareció en Escocia con una cierta misión secreta, de la que ni él mismo supo jamás el secreto, y fue el principio del mar de aventuras que, al ser tomado por espía papista, le sirvió de barco pirata con el que dar a conocer su talento de cronista y pintor de aquellos tiempos turbulentos a los reinos cristianos de la época.

Su duda sobre la naturaleza de su misión secreta, por la que fuera enviado en misión divina a las antípodas extragalácticas de la república cristiana, nos es descubierta por el odio que arrasó su buena fe contra el papa Condulmero. A su regreso a la república cristiana se sumó a los cardenales apostólicos defensores de la doctrina universal de Constanza poniendo su afilada imaginación a sus pies. Excitado por la fiebre general firmó la elección legítima de Félix V, su torpedo contra el maléfico papa Condulmero. Pero cuando vio que su torpedo perdía fuerza y dirección y el barco del odiado Eugenio IV seguía a toda vela, el futuro papa Piccolomini se retiró del escenario y dejó las aguas correr. Después de todo la vida de los papas era tan corta como la de una ramera noche y día al pie del cañón. Si Eneas Piccolomini un día se buscó la vida dando clases ahora podía buscársela de juglar en la corte del emperador Federico III.

Y así fue. Con tan buena fortuna que Eneas Silvio se convirtió de pronto en una especie de afortunado Petrarca en la corte del rey Arturo. Hombre de su tiempo, ni más bueno ni más malo que nadie, ahí es donde hubiera debido quedarse, cantando los amores de los cortesanos y ganándose los corazones de reinas de la noche. Pero el tiempo que lo cura todo borró las cicatrices que le causaran su relación con el papado. Y poco a poco, como la cabra tira al monte, el bardo Piccolomini hizo las paces con Roma, que es decir con su rey y señor Eugenio IV Condulmero. Circunstancias obligan.

El caso es que el emperador lo envió a Roma con la misión especial de aconsejar al papa la apertura de un nuevo concilio. Eugenio IV, haciendo gala de su santa paternidad en Cristo de todos los cristianos del universo, buenos y malos, le perdonó todas sus piccolomínidas a cambio de aceptar otra misión especial, ni más ni menos que regresar a Alemania y romper el hielo entre el emperador y el papa a causa del Credo de Constanza.

Olvidadas sus piccolomínidas y reconciliado con Dios en el papa y gracias al papa, el legado imperial pontificio ejecutó a la perfección su misión, en recompensa por cuya victoria, la reconciliación imperio-papado, recibió de Nicolás V, a la muerte de Eugenio IV, el título de Obispo. El bardo y juglar de la corte del emperador, el follarín Piccolomini fue ungido sacerdote en un plisplas y hecho obispo en un santiamén por obra y gracia del Papa.

Obispo de Trieste, al servicio del nuevo papa Martín V, su primer trabajo de importancia fue hacer de celestina para el emperador. El siguiente encargo papal fue de más categoría, hacerle una visita al rey de Bohemia, de fe supersticiosa, y tratar de reconvertirlo en una ovejita al servicio del rey de Roma. Jorge de Podebray mandó al “perro papista” de vuelta a la casa de su amo, a hacer de celestina para su emperador, que se le daba mejor.

Para celebrar la boda el emperador fue declarado Rey de los Romanos por el sumo pontífice de los Romanos en la ciudad eterna de los Romanos. Y después el papa se murió.

El nuevo papa, Calisto III, rechazó de plano la sugerencia del rey de los Romanos de hacer cardenal al obispo Piccolomini. La propuesta no era mala, pero el elegido del César tenía que ponerse a la cola y esperar su turno, el papa de los Romanos tenía una legión de sobrinos, hijos secretos y nietos ocultos entre los que repartir los tesoros de la iglesia. De todos modos, para no perder la amistad del César, lo haría arzobispo.

Y así fue. De bardo a obispo, de obispo a arzobispo. El siguiente asalto, la conquista del trono de San Pedro, ¡elemental, watson!

Calisto III se murió, los cardenales se reunieron, la feria subasta de la compra-venta a tiempo parcial del trono de San Pedro abrió su cónclave. Los apostantes se dejaron ganar al mejor postor y al final le fue adjudicada la gloria del Sucesor de San Pedro al bardo Eneas Silvio Piccolomini, que adoptó el glorioso nombre de Pío-Pío, en lenguaje romano Pío II.

Su primer acto como papa fue vender Nápoles al rey Fernando de Aragón. El siguiente gastarse las treinta monedas de plata en una macro fiesta a beneficio de una cruzada contra los turcos, a celebrar en Mantua. Como era de esperar a la fiesta se apuntó todo el mundo. Pero ni uno de los príncipes se tomó en serio la cruzada. La macro fiesta era una excusa del papa bardo para seguir viviendo la vida a lo loco. De hecho el regreso a Roma fue épico y la pernocta interminable del papa en Siena de leyenda bucólica.

Desgraciadamente en este mundo miserable hay siempre idiotas que no viven sino para amargarle la fiesta a los que han nacido para vivir en eterno carnaval. El idiota de turno se llamaba Tiburcio. El desgraciado se atrevió a echarle en cara al papa gastarse el dinero de todos los romanos en lo que le diera la gana. El papa le puso la mano encima, le dijo una palabra y, como aquellos esposos de los Hechos, Tiburcio cayó fulminado al suelo. En protesta por esta muerte o porque ya estaban protestando, la cosa es que los Romanos se entregaron a una orgía de violencia sin freno. Molesto, pero dispuesto a acabar con el caos en su reino, con la ayuda de su aliado aragonés, Pío-Pío no dudó en hacer lo que tuvo que hacer, segar cabezas, cortar “güevos”.

Famoso antes de ser papa por su capacidad y paciencia negociadora, en cuanto fue papa perdió las virtudes que le hicieron famoso y se dedicó a lanzar anatemas y maldiciones contra todos los reyes y personajes adversos a sus proposiciones. Prusianos y polacos conocieron su cólera.

Hábil político manipuló la figura de santa Catalina de Siena, a la que elevó a los altares para borrar de la memoria la expresión de cólera que a todos se le había grabado a raíz de sus maldiciones contra los Teutones. Luis XI, rey de Francia, se dejó ganar por gesto tan hábil y capituló a favor del papa en contra de la Santa Doctrina Apostólica de Constanza.

En realidad Luis XI no capituló. Simplemente hizo una transacción comercial. Yo te doy lo que tú quieres, el control de la iglesia galicana, y tú me das lo que yo quiero, el reino de Nápoles. El astuto Pío-Pío firmó la Capitulación a cambio de la Venta de Nápoles. Entonces el rey aragonés puso el grito en el cielo. Asustado, Pío-Pío traicionó su palabra, dejó en ridículo al rey francés y éste regresó a la obediencia de Constanza, uno de los pilares de la doctrina que llamaban Galicanismo.

Volviendo su rostro sagrado hacia la cuestión bohemia, ahora como Pío-Pío, Piccolomini excomulgó a Jorge de Podebrady. Y de nuevo, después de haberle mostrado sus cuernos a todo el mundo, quiso hacer gala de su brillante aura invitando por carta al sultán de los turcos a convertirse al cristianismo. Y cuando el sultán lo mandó a freír espárragos él mismo, sacando la espada de Pedro -contra el Divino Decreto: “Vuelve la espada a su sitio, quien a espada mata a espada muere”- se lanzó a la cruzada seguido de un ejército que a su muerte, a los pocos días de viaje, se desvaneció en la nada.

 

Pablo II (1464-71)

 

Pablo II, de nombre de pila Pedro Barbo, veneciano, fue uno de los sobrinos suyos que el papa Eugenio IV Condulmero hizo cardenales porque era omnipotente, todopoderoso, y ni Dios puede llamar a juicio al sacrosanto y santísimo pontífice romano. Engendrado en la cueva de un basilisco no se podía esperar de este digno hijo del nepotismo otra cosa que se apuntase a burlarse del juicio de Dios: “Por vuestra culpa es calumniado mi nombre entre los gentiles”. Burla que no tardó en oírse alto y fuerte apenas se sentó en su trono este nuevo sumo pontífice romano. Reinó este todopoderoso pontífice seudocristiano durante siete calamitosos y tristes años, del 64 al 71 del siglo XV.

Dicen las crónicas vaticanas que este hijo del nepotismo fue elegido unánimemente. Nosotros, observadores del Pasado, conocedores de las memorias del Papado, al leer esta nota nos imaginamos por la raza del elegido a sus electores, y nos preguntamos si entre todos aquellos hubo siquiera uno elegido por el Espíritu Santo y no impuesto al Espíritu Santo por la fuerza del dinero y las armas. El caso es que un triste 30 de Agosto del 1464 Pedro Barbo, sobrino de un papa de triste memoria para la cristiandad, fue elegido santísimo padre de la cristiandad. Otro padre más impuesto contra el Mandato Divino: “Vosotros no llaméis Padre a nadie, más que a vuestro Padre que está en los cielos”. El concepto de patres legado por el imperio romano era demasiado hermoso para ser abandonado por el obispado romano.

Durante la toma de posesión del trono divino de los obispos romanos declaró Pablo II algo así como que ... iba a proscribir el Nepotismo ... iba a reformar la estructura interna de la Iglesia ... iba a continuar la cruzada contra los turcos. ... iba a llamar a concilio ecuménico en un plazo mínimo de ya … y uno máximo de treinta y seis Lunas. .. Por prometer le prometió el Sol y las estrellas a los que le vendieron la Mitra.

Obviamente en cuanto sentó su trasero en el Santo Sillón de los Santos Padres su palabra de Judas y la basura se fueron a comer juntas a los prostíbulos del Tíber. La rebelión que su traición anunciada suscitó entre sus antiguos admiradores llevó a la cárcel a más de uno bajo la acusación de alta traición contra su divinidad el Papa. Las torturas, las expropiaciones, todo tipo de delito que se podía esperar de un ferviente discípulo del diablo se rifaron al alimón, y les tocó el premio a todos los que el omnisciente y santísimo Pablo II les reservó la papeleta, entre ellos un eminente poeta filósofo, que una vez escapado de la muerte retrató al odioso Pedro Barbo con todos los colores clásicos naturales al Judas Iscariote, en su gloria lo tenga Dios.

Pero sería diabólico por mi parte decir que aquel no fue un buen papa. Diré que fue un papa buenísimo. Superó a sus predecesores en orgías y gastos para fiestas populares a cargo de las espaldas de los fieles de todo el mundo. Su cara oculta, su lado oscuro fue su aversión patética e irracional contra las primeras flores del Humanismo. Según su santidad Pablo II lo que le convenía a los fieles era la ignorancia y el analfabetismo. Mientras más estúpido es el pueblo cristiano menos tiene que depositar sus pies sobre el suelo el sumo pontífice. Pues superando a Cristo, que no se tiró del monte a incitación del diablo, el obispado romano sí lo hizo, demostrándole así al Cielo y a la Tierra que hasta los ángeles se ponen al servicio del Papa para que sus pies no tropiecen contra las piedras.

El juicio condescendiente y misericordioso de los historiadores de las cosas del Papado hacia aquel obispo sin honor se centra en la lucha que emprendió contra la corrupción municipal romana. Y nosotros, para no quitarles el gusto de sentirse buenos y misericordiosos como dios, les concederemos el éxtasis del alucinamiento que a la inteligencia de un hijo de Dios le causa la absolución humana contra quien Dios condenó al decir: “Por vuestra causa es aborrecido mi nombre delante de los gentiles”.

El único terreno donde hubiera podido demostrar ser un digno sucesor de San Pedro, la cuestión del rey de Bohemia, la pisó de plano mediante el recurso a la excomunión. O lo que es igual, por imposición doctrinal ante el papado en este mundo sólo hay dos posturas, doblar las rodillas o poner el trasero.

Como muy bien nos enseñó Jesucristo y sus Apóstoles nos lo mostraron en sus carnes, en este mundo y en el otro, ahora y en la eternidad, un hijo de Dios sólo dobla sus rodillas ante Dios, su Padre, y no le pone el trasero ni al Diablo. La pregunta es: ¿Al elevarse sobre todas las criaturas y actuar como quien tiene el señorío sobre todas las cosas, empleando para glorificarse a sí mismo el Poder que Cristo le concediera a Pedro mirando a la Unidad espiritual de las iglesias: el obispado romano no cometió un delito contra el Cielo y la Tierra?

Pablo II se murió como se murieron todos aquéllos papas, dejando el nombre de Dios un poco más deshonrado delante de los ateos.

 

Sixto IV (1471-84)

 

Sixto IV, de nombre de pila Francisco de la Rovere, italiano por supuesto, romano imperator de la cuna hasta la tumba, pasó por la orden de los franciscanos antes de alcanzar la gloria del que es como los dioses, conocedor del bien y del mal. A los 50 años de edad fue elegido General de los Franciscanos. Tres años más tarde Pablo II lo hizo cardenal. Y sucedió a su padrino en el 71.

Esperanza vana era la del cristiano que creía en el Papado. A uno malo le sucedía otro peor. Los nortes de este General Franciscano fueron su familia y la gloria del Papa. Pensando en la primera, a sus sobrinos los nombró obispos, cardenales y lo que quiso, con todo lo que ello implicaba, poder, dinero, propiedades. En cuanto a la segunda causa, Sixto IV no dudó en dirigir la nave del Vaticano contra la corona de Francia, que le debía la obediencia de la iglesia galicana a la doctrina de la superioridad suprema del obispado romano sobre todas las metrópolis cristianas del Reino de Dios.

Luis XI se negó en rotundo a apartarse de la Doctrina Sacrosanta de Constanza en nombre de la gloria de una república cristiana fundada según el modelo del sumo pontificado legado por los romanos imperators a los sucesores de San Pedro. Doctrina de dudosa divinidad. Tanto más dudosa cuanto más profundo era el delito de los papas contra el Honor a Dios debido por sus siervos.

Si a una pena se le suma otra pena se forma una pena muy grande. Sixto Sixto Sixto Sixto: Sixto IV para sus adoradores, vivió una pena más grande todavía. Si a dos penas se le suma otra y a las tres una cuarta, la pena del que tiene dos penas se dobla. Y es que la pena de aquel dios romano es imposible de calibrar. Todos sus sobrinos cardenales le salieron rana. Y tenía tantos... A pena por cabeza el pobrecito papa sufrió una pena más grande...

Es verdad, al papa Sixto IV sus sobrinos cardenales le salieron todos rana. No les bastaba a semejantes sapos vestir la púrpura y haber sido creados a la imagen y semejanza de Dios por un dios humano, además tenían que demostrar que eran como dios, para lo cual Debian escupirle sus actitudes fornicarias, adúlteras, sodomitas y hechiceras en la cara a Dios.

Entonces, si a una pena se le suma otra y se hace una pena muy grande, por la misma ley si a una osadía se le suman dos el valiente deviene un héroe. Por esta sencilla ley para parvulitos todos los sobrinos cardenales del divino papa fueron héroes.

Y es que matar para probar el dulce sabor de la sangre humana es de Novela. La sangre humana: ¿depende de en qué materia y lugar se beba es más o menos dulce? ¿El sitio ideal para beber la sangre humana es la iglesia? ¿Entre sus muros la sangre sabe mejor?

No sé quién le daría semejante consejo satánico a los cardenales romanos, posiblemente su tito el papa. El hecho es que querían saberlo por experiencia.

Basiliscos, hijos de un dragón que paseaba su gloria maligna por toda la Tierra buscando donde plantar su Cizaña, los hijos del Infierno encontraron en los sobrinos del jefe de la iglesia romana tierra buena; fruto de cuya siembra sería el episodio conocido con el título: La Conspiración de los Pazzi. Eran cardenales y obispos pero se atrevían a planear crímenes y se conjuraban para ejecutarlos entre los muros de las iglesias. Así y todo seguían siendo cardenales de la iglesia romana, aunque ante Dios y su Hijo jamás fueran miembros de la Iglesia Católica. Sobre todos ellos y su cabeza, el papa, pesa el juicio del Hijo del Hombre: “Apartáos de mí, malditos, obradores de iniquidad”.

Como todo el mundo sabe la causa tras la bendición de la iglesia romana al asesinato de los Médicis se descubre en la negación de Lorenzo el Magnífico a concederle otro crédito bancario al Papa. Negarle algo al todopoderoso pontífice romano, sin el cual no había salvación, era una ofensa a la Santísima Trinidad, y en consecuencia el papa y sus sobrinos se plantearon la caída de Lorenzo y su familia empleando como brazo armado la familia Pazzi. La idea del papa era aprovechar la coyuntura para dar un golpe de estado contra la república de Florencia y ponerla bajo el control del cardenal Rafael Riario, su sobrino del alma. El complot falló. De los dos hermanos Medicis sólo cayó uno y el que quedó se llamaba Lorenzo.

Dulce es la sangre, pero más dulce es la venganza. Conocedor del cerebro detrás del brazo, Lorenzo mandó ejecutar al arzobispo de Pisa, devolviendo el golpe a rajatabla: ojo por ojo, diente por diente. La respuesta del verdadero cerebro criminal tras la Conspiración de los Pazzi, el mismísimo papa, fue a encerrar bajo el anatema a Florencia y luego declararle la guerra durante dos largos años. No contento con este delito contra el Decreto Divino: “Baja la espada, Pedro”, el belicoso Sixto IV bendijo la guerra entre Venecia y Florencia a condición de serle entregada Ferrara a otro de sus sobrinos cardenales del alma.

Desgraciadamente los príncipes italianos acabaron por abrir los ojos, le vieron los cuernos al demonio que se sentaba en la Silla de San Pedro y firmaron las paces. Sixto IV estuvo a punto de excomulgarlos a todos por herejes y no creer que la Voluntad del papa es el Verbo de Dios. A su tiempo sin embargo, cuando los tiempos estuviesen maduros, la doctrina de la igualdad entre el Verbo de Dios y la Palabra Infalible de los papas, se haría. Y así, por igualdad matemática, el papa sería Dios entre nosotros.

No todo iba a ser negativo en aquel demonio de papa. El hombre contrató a Miguel Ángel para que le decorara la Choza Sixtina y embelleciera la Ciudad Eterna donde mora Dios Infalible en la Tierra con otros monumentos épicos por los que pedimos la absolución para sus crímenes. Amén.

Y se murió.

 

Inocencio VIII (1484-92)

 

Inocencio VIII, de nombre de pila Juan Bautista Cibo, genovés, descendiente azul de una rancia estirpe de senadores imperators, puso su nombre en la lista de los papas tras la muerte del anterior. La carrera eclesiástica de este príncipe de la vieja escuela en el seno de las tinieblas romanas se puede dibujar en el papel de los siglos sin preocuparnos demasiado de los renglones torcidos sobre los que su estela se movió de palacio en palacio.

Pablo II lo hizo arzobispo de Savona, por cuánto dinero no viene a cuento. Sixto IV lo hizo cardenal por la suma a la que se compraba y se vendía la púrpura. El precio variaba en función de la renta y los beneficios. Hombre de su tiempo se movía en la corrupción como gusano en agua fétida. El genovés Juan Bautista Cibo fue elegido papa un 29 de Agosto del 1489, con el nombre de Inocencio-Inocencio-Inocencio-Inocencio ... ocho veces, o si se prefiere Inocencio VIII. Contra lo que se pudiera esperar de su nombre, Inocencio  ... de inocente el hombre no tenía un pelo.

Siguiendo la moda al uso nada más ser coronado habló del turco. Los cristianos ya estaban curados de sorpresa y sin embargo se vieron sorprendidos cuando el mismo Inocencio VIII que echaba pestes del turco aceptó conservar bajo su custodia al hermano rebelde del sultán de Constantinopla. Se dice que contra 40.000 ducados de oro al año. Este era el nuevo santo padre de los romanos. Esto era un papa de verdad, lo peor de la condición humana elevado a lo más alto de la conciencia cristiana; el Diablo, huyendo de, Dios había encontrado refugio entre las misericordiosas fibras del corazón de la iglesia romana.

Entre sus otras gestas figuran su bendición a la coronación de Enrique VII, padre de Enrique VIII, su decreto contra los magos y las brujas, elegir a Tomás de Torquemada como Gran Inquisidor, llamar a cruzada contra los Valdenses exhortando a la masacre sin perdón. Y otras gestas similares o más grandes, entre las que una legión de hijos de las más diferentes mujeres le valieron el chiste de, si no por sus actos, al menos sí por sus bastardos ser llamado padre de Roma. Teniendo en cuenta la broma nos podemos imaginar la vastedad que alcanzó el nepotismo y la corrupción en los medios pontificios. Sin esta imaginación sobre la mesa es imposible comprender que el próximo papa se hubiera atrevido a escupirle a Dios en pleno rostro. Lo llamaban Alejandro VI Borjia.

 

Alejandro VI (1492-1503)

 

Alejandro VI, de nombre de pila Rodrigo Borgia, nació en Valencia. Por ser español no se le perdonó lo que hemos visto fue tomado a chirigota en su predecesor por ser un italiano vero. De hecho la acusación contra Alejandro VI de ser el más corrupto de los papas medievales, es un truco retórico de la iglesia romana para centrar el odio y la repugnancia en un sólo punto y así quitar del cuadro el lodazal en el que este gusano nadó a sus anchas. Creer que de la noche a la mañana un personaje como el papa Borjia se sentó en el trono de San Pedro, supuestamente custodiado por una guardia pretoriana de santos e incorruptos cardenales italianos, creer esta fábula es cosa de católicos barbarizados, analfabetos lobotomizados por el miedo, que olvidan que el Diablo no puede excomulgar a Dios.

El origen de la carrera eclesiástica de Alejandro VI tuvo su línea de salida en el nepotismo de su padrino y tío carnal el papa Calixto III. Es decir, como el que más, no fue menos. Y tan devoto del Honor de Dios como el que menos, no le impidió, siendo cardenal, como el que más vivir en un palacio y celebrar orgías a lo Nerón.

La leyenda del Banquete de las Avellanas de Oro ha cruzado los siglos. La inmensa pureza de la conducta anticristiana exigida por la iglesia romana para alcanzar la santidad pontificia jamás quedó más de manifiesto, sin por ello jurar que fuera la anécdota más infernal desde la óptica del espíritu de Dios que nos sirvieron los romanos, cabeza y cuerpo. Sin ser la anécdota más sangrienta, ni igualar la masacre de miles como condición previa para sentarse en el trono del dios de Roma, que otros tuvieron que pagar, el banquete de las Avellanas de Oro nos recuerda con su impactante fuerza lo que es odioso a Dios y a sus hijos.

Tal vez mi talento no sea el mejor retratista para un Banquete como el de las Avellanas de Oro. Los que leen estas líneas comprendan mi falta total de genio para retratar cosas de un universo que se me escapa y sólo en pesadillas me atrevería a visionar. Grosso modo:

Un 30 de Noviembre del 1501, para celebrar un aniversario y con ocasión de ese aniversario, Alejandro VI invitó a la Curia a un banquete en su palacio. Su fama de anfitrión hizo que el palacio apostólico se pusiera de bote en bote. Las prostitutas romanas y no se sabe cuántos rameros fueron empleados como criados. De la profesión de los criados se puede imaginar qué parte llevaban cubiertas y qué partes al aire ellos y ellas. De lo que pasó una vez que se comieron las alitas de las gallinas de los güevos de oro y se bebieron las leches de burras se puede deducir los platos que se sirvieron y los vinos que se bebieron.

Hartos de carne y vino estaban el santo padre y su sacro cortejo de ángeles púrpuras cuando sin previo aviso el Borjia comenzó a desparramar avellanas de oro por los suelos. El número de las pepitas doradas no viene a cuento, los cabalistas serios de todas las épocas siempre tuvieron la imaginación corta y los sesos calientes, de aquí que sus cuentas siempre acabaran en el seis triple. Allá ellos. El hecho es que los suelos del salón pontificio quedaron en un amén amén amén santo santo santo gloria gloria aleluya sembrado de estrellas de oro del tamaño de una avellana brasileña. Las putas y los rameros se arrojaron a recoger con sus cuernos todas las que pudieron. Los cardenales, superobispos y demás santos, Dios nos libre de su reino, reían a carcajadas la gracia de su señor y dios el papa de Roma. La gracia del juego estaba en que las putas y putos habían de recogerlas a cuatro patas, y para hacer la gracia más descojonante tenían que agarrarlas con los dientes, sin manos, lamiendo el suelo donde pisaba el santo padre y su santa familia de hijos de Roma Eterna. Pero ahí no acabó el show.

No. La imaginación para la miseria y el crimen crece a medida que la experiencia se acumula. Bueno, es como en todo. Mientras más corre uno más fuerte se hacen las piernas; mientras más estudia uno más fuerte se pone el cerebro; mientras más mata uno más experto se hace en la materia. Lo mismo en el campo de la miseria, campo en el que los papas y su cuerpo romano eran consumados expertos, como se ve del banquete por excelencia, el de las Avellanas de Oro, sobre cuyo acontecimiento posiblemente ni una millónesima de los católicos presentes han oído alguna vez palabra alguna. Posiblemente se estén creyendo que me estoy inventando el cuento antipapista. En fin, el show sólo acababa de empezar.

Las putas y los rameros estaban allí por los suelos y se partían los piños intentando agarrar con los cuernos mientras más avellanas de oro, mejor. El delirio vino con la última condición del papa Borjia, sólo se quedarían con las avellanas si habían sido cogidas con un superobispo a cuestas. Ellos y ellos aceptaron encantados hacer de burros y burros para sus santidades romanas. Los superobispos, se comprende, muertos de risa montaron a pelo, cometiendo contra la decencia cristiana toda clase de delitos, sobre los que mejor pasar de largo no sea que el asco por semejante ejemplo sea tomado por otra cosa y el celo por la verdad acabe por ser investido de la calidad de las llamas del infierno, que hay tonto para todo en este mundo. El caso es que acabado el Banquete los superobispos salieron por las calles de Roma cantando aquel “Hosanna al que viene en nombre del Señor”.

Cosas del Papado, cosas de Alejandro VI Borjia, cosas de la iglesia romana.

Pero se equivoca quien crea que su elección cogió por sorpresa a nadie, o piense que sus orgías fueron una visión inesperada del anticristo que por fin gobernaba a su antojo los destinos del Rebaño de Cristo. Para nada. Pío Pío, aún siendo quien fue, en su tiempo le dio un tirón de oreja al futuro papa Borjia. Enterado este, de tonto no tenía un pelo, el futuro Alejandro Alejando Alejandro Alejandro Alejandro Alejandro: Alejandro seis veces -mayor razón para que los cabalistas viesen en él la encarnación del número de la Bestia- adoptó el modus operandi de los cardenales y obispos de su época, tener una querida oficial, muy mona y decente, y tantas putas como el cuerpo le pidiera. La elección de Alejandro cayó en la célebre Vanozza, tres veces viuda, una mujer con experiencia en la cama, curtida en toda clase de batallas con machos cabríos en celo. La verdad, nadie se lo esperaba, habiendo tantas vírgenes locas por tirarse a un papable que el Español se fuera a hacerlo con aquella mula vieja, por muy guapa que fuera la madame ... en fin, cosas de papables. Con aquella viuda alegre tuvo Alejandro cuatro criaturas, entre ellas los célebres César y Lucrecia. Las criaturas medio reconocidas y las no reconocidas fueron sin número, como Salomón.

El 1492 fue importante para el mundo y para el cardenal Borjia por dos razones, primero fue elegido papa, y segundo le nació otra criatura de su segunda querida oficial.

Al igual que sus predecesores el cardenal compró su elección a base de mulas cargadas de oro. No es un bulo, es el espejo de la realidad. Ascanio Sforza se encargó de distribuir el oro a espuertas entre los cardenales electores. Había sido así de siempre y tardaría una eternidad en ser de otra forma. Era impensable que fuera de otro modo. El papado lo mismo que el imperio no se obtenía por la gracia de Dios, y el que se creía el cuento era porque no sabía dónde tenía la cara. El papado había sido instituido por la iglesia romana para ejecutar la operación de remodelaje del Templo de Cristo a imagen y semejanza del Templo de Jerusalén contra el que se alzara el propio Cristo. Un Estado teocrático recaudador del diezmo universal, esta vez en forma de beneficios, prebendas, rentas, herencias, ventas de indulgencias, servicios de misas, administración de sacramentos, esto era lo que entendía la iglesia romana por Iglesia Católica, y acorde a su entendimiento, empleando como vara de hierro contra sus críticos la excomunión, así lo había hecho.

Alejandro VI, perfecto conocedor de aquella estructura teocrática forjada por una iglesia romana que justificó la abolición del Consejo Apostólico de las Iglesias en la necesidad de la supervivencia frente a los enemigos del cristianismo, consciente de lo que se compraba y vendía, porque se había criado viéndolo y viviéndolo, podía decir: el Espíritu Santo ¿qué es eso?, ¿dónde hay que ir a comprarlo? ¿Es persona? Entonces seguro que vende su culo.

Al contrario que sus predecesores, la moda de declaración de odio al turco una farsa, el nuevo papa dejó en paz al sultán de Constantinopla y puso manos a la obra maravillando a todos con su capacidad para corregir los defectos de la estructura recaudadora de la iglesia romana y consumar la operación de postración de la Iglesia Católica al servicio de una pirámide cardenalicia encumbrada por un sumo pontífice y su familia, administradora del Tesoro del Nuevo Templo ad maiorem motu propio gloriam. Así de sencillo, así de letal. Esta estructura convirtió la sangre de Jesucristo en fuego y dio lugar al famoso episodio de la Expulsión de los Vendedores. La cuestión devino quién se atrevería a protagonizar la Expulsión Segunda Parte teniendo delante y en contra a la iglesia romana. Lutero dio el paso adelante y dejó ir su respuesta: “Yo”.

Lutero se lo jugó al todo por el todo. Pero antes que él ya lo había intentado Savonarola. Sin querer ofender al fundador de la Reforma, su predecesor, Gerónimo Savonarola fue un cristiano carismático y profético en unos tiempos malos gobernados por hombres de la talla moral del Alejandro VI, o lo que es lo mismo, sin ninguna. Recuerdo que de chaval la única parte del conflicto que se mostraba en la escuela era la del hereje ardiendo en la hoguera, que por supuesto se merecía. Sobre la parte que lo mandaba al infierno se nos ocultaba absolutamente todo. Gracias a Dios sus hijos crecemos y, alimentados por su omnisciencia, se nos forja para hablar de pecado, verdad y juicio. Ahora sabemos que otra historia se hubiera escrito si en lugar de haber ocupado la dirección de la Iglesia Católica aquella serie ininterrumpida de dementes criminales la hubieran ocupado obispos a la imagen y semejanza de Cristo, como al principio.

Savonarola tuvo la mala suerte de los buenos, Lutero la de los rebeldes con causa, Alejandro VI la buena suerte de los malos, prosperan y llenan las páginas de la historia del mundo con sus crímenes. La sentencia a muerte contra el profeta florentino que la iglesia romana dictó pesa sobre la Iglesia Católica como una sombra fatal. Pero para no parecer que me dejo llevar por mi pensamiento incluyo aquí una breve biografía del hombre cuya muerte pesa sobre el obispo de Roma, firmada por Eduardo Tiscornia, dirección homodelirans

-En la época de Lorenzo el Magnífico, Florencia había llegado al más alto nivel cultural del Renacimiento, con todo lo que ello significaba en lujo, refinamiento intelectual y cortesía de modales, signos de distinción material y espiritual que estaban concentrados en la clase más alta de la ciudad, aquella que disponiendo del poder se había preocupado por la educación humanista y tenía el tiempo y la disposición de gozar del “otium, cum dignitate” ciceroniano.

Pero no era a este nivel social sino al más bajo de la ciudad al que dedicaba su atención un fraile dominicano nacido en Ferrara y llamado Girolamo Savonarola. Savonarola había tenido la misma educación superior, hablaba un latín tan puro como su contemporáneo el famoso Erasmo de Rotterdam y merecería más adelante la compañía y admiración de personajes de cultura tan refinada como Juan Pico de la Mirandola.

Cuando Girolamo estudiaba en Ferrara, “Florencia estaba en guerra con Pisa, Génova con Milán, Bologna con Mantua mientras Ferrara misma era severamente dañada por una fuerza expedicionaria veneciana”. Dos guerras civiles en Ferrara llegaron a tales excesos de salvajismo y crueldad que se comparaban con las épocas de Nerón y Calígula. Girolamo se refería a ellas como “la sangrienta saturnalia”.

Fray Savonarola alcanzó gran prestigio como predicador y fue elegido Prior del monasterio de San Marco, sostenido por los Medici, cuando decidió renunciar a ese beneficio y ajustar el orden interno a las reglas dominicanas más estrictas. Por otra parte, organizó al margen de cursos de teología y moral otros de lenguas, como el griego, el hebreo, el caldeo, el asirio y el arameo.

El Prior era un hombre muy singular. Una de sus características era visionaria. Había predicho tres muertes, una de las cuales era la de Lorenzo de Medici mismo, y habían ocurrido tal cual. Esta particularidad se agregaba a sus demás cualidades señalándole como un ser excepcional. En un mismo año, se produjo una invasión de los franceses que a la muerte de Ferrante, Rey de Nápoles -otro de los señalados por Fray Gerónimo- pretendían la sucesión del reino.

Piero de Medici, indigno hijo de Lorenzo, había heredado el poder en Florencia. Ante la llegada de las fuerzas francesas prácticamente había abandonado la ciudad a su suerte. La actitud de Fray Gerónimo fue la de intentar disuadir al rey francés del pillaje de la ciudad. Su estatura religiosa y la fuerza de sus palabras lograron su propósito y el 28 de noviembre de 1494 Charles VIII finalmente dejó la ciudad y se retiró con sus tropas.

Todos estos acontecimientos dieron a Fray Gerónimo un prestigio político que ciertamente no deseaba. No obstante aceptó sin título alguno conducir la ciudad a un nuevo orden constitucional que fue muy alabado por Maquiavelo

El celo religioso de Savonarola en la perspectiva de este ensayo era un delirio desbordado. Había conseguido un aquietamiento del ritmo profano en una ciudad que seguía sus sermones con una unción conmovida por sus palabras. Habían grupos opositores poderosos, como el de los ‘Compagnacci’, cínicos practicantes de las peores costumbres, inspirados en la antigüedad griega y latina en los que Savonarola veía el regreso del paganismo más crudo y la más completa corrupción de hábitos sexuales.

En su persecución, Savonarola no tenía límites, y pedía para ellos el garrote y la muerte. Los blasfemos deberían tener su lengua atravesada por espinas. Los incestuosos y los jugadores debían ser ejecutados. El celo había seguido el curso normal de autoalimentación apasionada. El fanatismo más encendido le guiaba e inspiraba sus anatemas, el delirans, colindaba con el demens y su lenguaje había subido el tono. La energía interior exaltada y la austeridad más extrema se marcaban en su aspecto y su debilitamiento físico.

En esos extraños días de Florencia, el ambiente había cambiado curiosamente. Una forma nueva de convivencia ciudadana seguía a diferentes iniciativas espontáneas que organizaron milicias juveniles, entusiastas, tal como las que la historia ha registrado en tiempos y espacios distintos, en los que surgen vínculos novedosos en formas de solidaridad -latentes acaso en muchos seres, pero lamentablemente precarios-, generando una forma de cohabitación significativa. No se trataba de disfraces ni de hipocresías. Eran estados contagiosos espontáneos.

“En el curso de la primavera de 1495, el aspecto de la ciudad, estaba completamente cambiado - cuenta Pierre Van Paasen, uno de los biógrafos de Savonarola. Historiadores nacionales y extranjeros, embajadores, prelados Romanos, miembros y oficiales de órdenes religiosas que visitaron Florencia, no reconocían el lugar. Florencia se había convertido en una ciudad de amor fraternal, de paz y concordia.”

Fray Savonarola había logrado un tono uniforme de conciencia que puede experimentarse como reacción de la fatiga a tiempos turbulentos de ira y brutalidad. Manera emocional de coincidencia afectiva, podía mantenerse algún tiempo mientras acontecimientos conmovedores se sucedían unos a los otros. Los franceses repitieron su invasión y esta vez una llamada Liga Santa que se había organizado para enfrentar amenazas de esta clase los derrotó en la batalla de Asti.

En 1496 cayeron lluvias terribles y el Arno desbordó inundando la ciudad. Se desató una plaga de peste bubónica que provocó miles de muertos a tal punto que al atardecer de cada día se recogían los cadáveres. La Liga mandó un ultimátum a Florencia. La pestilencia y el hambre causaban incontables víctimas. Como si esta situación no fuera suficiente, tropas del Emperador Maximiliano del Sacro Imperio se dirigían a la ciudad. Savonarola organizó una inmensa procesión, encabezada por el Tabernáculo que contenía la imagen milagrosa de Nuestra Señora de Impruneta. Cuando ésta estaba cerca de la Catedral llegaron buenas nuevas. Las fuerzas atacantes volvían a sus bases, los barcos de Francia, atracaron en Livorno y se aprestaban a descargar granos, hombres y armas. Ese fue un día triunfal para el fraile.

Savonarola obedeció una orden de no predicar con la que se le procuraba neutralizar pero siguió dictando el texto a otro fraile, Domenico Buonvicini. Desde el púlpito Fray Doménico conjuró a los florentinos a dar una prueba definitiva de su cristianidad. Les pidió que sacaran de sus casas todo lo que ofendiera a Dios es decir todas las muestras de frivolidad y desvío.

En la Plaza de la Catedral, se levantó una gigantesca pirámide de dos metros de alto y ocho metros de circunferencia, a la que se llamó la ‘pirámide de las vanidades’. A ella, la gente de la ciudad, llevó pinturas, esculturas, adornos de todas clases, joyas, máscaras, pelucas, disfraces, colonias y perfumes, polvos y talcos, mazos de cartas e instrumentos musicales. Además libros ilustrados de Boccaccio y Petrarca, amuletos y pendientes.

Todo esto estaba destinado a ser consumido en llamas. El martes 7 de febrero de 1497, las puertas de la Catedral se abrieron muy temprano y Fray Gerónimo celebró la misa en presencia de miles de personas. Una procesión se dirigió hacia la pirámide, y todos los presentes se ubicaron a su derredor. Después de una señal convenida, los guardas con antorchas avanzaron hacia ella para encenderla, las trompetas sonaron, y las campanas de la Torre de la Signoria se echaron al vuelo. Las llamas estallaron al cielo y se oyeron pequeñas explosiones simultáneas de pólvora, que se había esparcido sobre los objetos acumulados. Un enorme grito colectivo saludó el comienzo de la gran fogata purificadora y de un día de gozoso sacrificio. Ese climax del delirio colectivo fue también el punto de inflexión de la suerte del Prior Savonarola.

Cuando poco después de terminada esta ceremonia, Fray Gerónimo propuso abolir las carreras de caballos y toda clase de apuestas, se colmó la paciencia de sus enemigos. Lo denunciaron como una amenaza al orden social. No obstante, el Prior siguió en sus prédicas y sus agravios contra los que consideraba que eran los verdaderos destructores del orden de Dios, clamando: “Oh tú, Iglesia prostituída, que has desplegado tu vil desnudez al mundo entero”.

En esos días, el cadáver del Duque de Gandía, el hijo más querido del Pontífice fue encontrado en el Tíber. El autor sindicado por todos los indicios y opiniones fue su medio hermano César Borgia. Savonarola escribió al Papa una carta de condolencia. Este, que al recibirla se había sentido conmovido por su texto, al leer con cuidado su alusión a los ‘pecados’ lo llevó a declararla “una pieza de despreciable insolencia”. Las demás comunidades de Florencia, Agustinos, Franciscanos y Benedictinos, rehusaron celebrar la procesión de San Juan el Bautista si los monjes de San Marco concurrían. El principio del fin se marcó para el Prior.

Savonarola describió al Papa como un hombre “que había hecho desgraciada su posición como cabeza de la Iglesia por la desvergonzada inmoralidad en su vida” e invocó la necesidad de un Concilio desafiando frontalmente a la Santa Sede. En una carta dirigida “a los Príncipes”, testificó “Dios es mi testigo, que “este Alejandro, no es Papa y no puede ser tenido por tal...” Esta carta la distribuyó a todos los soberanos y a todos sus amigos, pidiendo le ayudaran a echar al Supremo Pontífice de la Iglesia Universal, y la envió como misiva personal a Carlos VIII de Francia. Este ejemplar fue interceptado, no llegó al rey sino al mismo Alejandro VI.

En Abril 7 de 1458, Savonarola era aún la figura dominante del estado florentino. Veinticuatro horas después vencido por sus enemigos, en trance de ser juzgado por un tribunal especial, yacía en espera de la tortura que le obligaría a confesar que sus afirmaciones eran falsas. El día 10, comenzaron oficialmente los tormentos.

El 23 de Mayo de 1458, Gerónimo Savonarola y sus compañeros fueron colgados y después quemados.

 

(Naturalmente desde el punto de vista de la iglesia romana esta es una versión biográfica herética sobre Savonarola. En las versiones oficiales el hombre era un loco, Alejandro VI un sabio y la iglesia romana Pilatos limpiándose las manos a la salud de la Iglesia Católica, en cuyo nombre hizo lo que se hizo).

 

La historia del papa Alejandro VI Borjia y las guerras que por sus hijos desencadenó contra los otros cardenales y contra el resto del mundo están escritas en los anales... No quiero alargar demasiado este relato metiendo la marcha en dirección a las profundidades del trono de Satán. La memoria del Banquete de las Avellanas de Oro es testigo de la perversión de una iglesia, la romana, que renunció a servir a Dios y se juró en obediencia al obispo de Roma, juzgándose a sí misma al desafiar al Cristo que dijo: “No podéis servir a dos señores, no podéis servir a Dios y a las riquezas”. Tomando el episodio del Banquete de las Avellanas como núcleo central de la conducta de la iglesia romana contra la que se levantara la Reforma lo demás es inercia. Guerra civil vaticana, guerra del papa contra las ciudades italianas, guerra civil ciudades italianas versus papado otra vez.

Miseria y horror. La Iglesia Católica gobernada por una iglesia romana que mediante un estratégico golpe circunstancial de estado había desbancado la Autoridad Apostólica y se había erigido cabeza de un cuerpo creado por ella misma para suplantar al Cuerpo de Cristo. Pedro fue elegido Jefe, jamás Cabeza, de un Cuerpo Apostólico que en Fraternidad e Igualdad dirige el Magisterio de las iglesias. Sus sucesores abolieron el Cuerpo Apostólico y se declararon cabeza de un cuerpo para la ocasión creado, un híbrido del Templo Antiguo y el sistema religioso pagano de la roma imperial.

El Cuerpo Apostólico se alzó en Constanza para defender su existencia, pero la estructura autocrática y la personalidad teocrática de la iglesia romana se negó a doblar sus rodillas delante de Dios y aceptar la Colegialidad Apostólica fundada por su Hijo cuando le dijo a todos los Apóstoles. “Yo os daré las Llaves del Reino de los cielos”. El sucesor de la Sede Romana, negándose a aceptar el Hecho, se alzó contra Cristo, única Cabeza Visible de la Iglesia, procediendo de este delito como río de la fuente el resto de los crímenes cometidos por los jefes de la iglesia romana. Entre cuyo mar los de este Alejandro VI sólo representan una turbia corriente.

Las aventuras del papa Alejandro VI Borjia y sus hijos no forman parte de esta JHistoria. La publicidad contra la Iglesia Católica que por culpa de la iglesia romana los gentiles escupieron contra el Honor y la Gloria de Dios, sí lo son. Los tesoros de la Iglesia Católica, en su origen destinados a socorrer a los hermanos más pobres, fueron expropiados por la iglesia romana y destinados, como en este caso, a pagar las bodas de los hijos de la cabeza cardenalicia del cuerpo de la iglesia romana.

Dicen que mientras Lucrecia Borjia era casada como una diosa, el pueblo romano se arrastraba por la miseria comiendo los desperdicios que no querían ni los perros del vaticano. Dicen que mientras los príncipes de la iglesia romana vivían como dioses en la Tierra, el pueblo italiano se arrastraba por el infierno de las guerras entre sus ciudades estados. Se dicen tantas cosas que no se puede creerlas todas sin analizarlas dentro de su verdadero contexto. Una de las cosas que se dicen es que el papa anuló el matrimonio de su hija para casarla con un partido mejor. Unos decenios más adelante otro papa se negaría a anular otro matrimonio en base a sus intereses específicos, hablando del caso Enrique VIII de Inglaterra. Es decir, ¿el poder de atar y desatar que Cristo le confirió a sus Apóstoles y fue monopolizado por el obispo romano es un poder para hacer y deshacer lo que le venga en gana? ¿Hoy digo Sí y mañana digo No y la doctrina del Maestro me la paso por entre las patas porque yo soy el Papa? ¿Entonces Jesucristo está muerto: Viva el Papa?

No sé si en este recordatorio de las proezas del papado contra el que la Reforma se alzara, cometiendo el error fatal de no distinguir entre iglesia romana e Iglesia Católica, pero movida por una justa causa, debiera incluir las dos olas de terror que el monstruo pontificio, hijo de la iglesia romana, desencadenó contra los cardenales y los obispos italianos. Las crónicas están ahí para ser leídas. Los anales del Vaticano han mantenido oculto los crímenes de sus inquilinos, pero ya ha llegado el tiempo de salir a luz todo lo que estaba oculto. Las memorias de los criminales que se llamaron santos padres, cuya serie ininterrumpida, se dice, ha llegado hasta el asesinato por envenenamiento de Juan Pablo I, están a disposición de todos. Por esto digo que no sé si merece la pena traer a estrado las dos olas de terror que el santísimo padre Alejandro VI, Dios lo tenga donde se merece, desató contra los enemigos de sus hijos.

Como los que le precedieron, Alejandro VI tuvo hijos para crear un ejército, y elevó al poder y a las riquezas a todos los que pudo y quiso. Uno de sus hijos, hecho Duque de Gandía y Benevento, fue hallado flotando en las aguas del río. Loco, desesperado, el monstruo que llevaba la iglesia romana dentro se revolvió en su trono maldiciendo a todos sus asesinos y a todos los que sabiendo lo que se tramaba no hicieron nada por impedir el crimen. La lista de los que fueron torturados y asesinados, entre cardenales, obispos y príncipes imperators es uno de esos enigmas que el Vaticano ha mantenido oculto bajo sus alfombras. Yo, lejos de sentir pena o misericordia por los que le dieron la teta al monstruo y luego fueron devorados por el mismo dios al que adoraron, prefiero pasar de largo y dejar la memoria de aquella ola de terror a escritores más atraídos por lo morboso. Sólo diré que al final al Papa le vino estupenda la muerte de su bastardo, porque aprovechando la ocasión expropió a todos los condenados, convirtiéndose por este medio en el hombre más rico del mundo.

Lo dicho, Jesús condenó el almacenamiento de riquezas y el Papa bendijo lo que Jesús condenó cuando este delito ante Dios es justificado ad maiorem habemus papa gloriam, que es reírse de todos los hijos de Dios, empezando por el Unigénito. Así las cosas, entre aquella larga serie de crímenes callados por el Vaticano la muerte en la hoguera de Savonarola ¿a quién le sorprende? Si en Roma eran ejecutados decenas de cardenales a diario acusados de haber criticado al Papa ¿cómo iba a escapar el profeta florentino a la cólera de aquel anticristo? De todos los pecados de Savonarola pedir la reunión de un Concilio Ecuménico Apostólico que depusiera a aquel monstruo fue su crimen imperdonable número uno.

Es obvio que Enrique VIII no defendió su causa de divorcio desde una posición de lógica pontificia. Si lo hubiera hecho ni el emperador ni el papa hubieran podido oponerse a su divorcio de la reina legítima de Inglaterra. Las anulaciones de matrimonio eran una de las principales fuentes de riqueza de los estados pontificios. Durante el papado del Borjia las anulaciones se firmaron un día sí y otro no. El problema era qué obtenía la iglesia romana y su jefe a cambio de escupirle en el rostro a Cristo. No se comete un delito de esta naturaleza por nada a cambio. Había que poner sobre la mesa un cheque. El error de Enrique VIII fue pedir la anulación en razón de su cara bonita.

En el 97 el Papa anuló el matrimonio de su hija Lucrecia, por ejemplo, para casarla con un hijo de Alfonso II. Aunque claro, Lucrecia no era Catalina. Lucrecia era la reina porno de Roma. El Banquete de las Avellanas tuvo lugar en el mismo año de 1501 durante el que Lucrecia ejerció de reina de la iglesia romana y se escribió la Historia de la Segunda Pornocracia Pontificia en los anales ocultos del Vaticano. El santo padre con la puta de su hija, el hermano con la amante del santo padre, la hija con el hijo del santo padre, este era el ejemplo para toda la cristiandad. ¿No era lógico que un Gerónimo Savonarola alzara el grito al cielo y llamara a Concilio a todos los obispos de la Iglesia Católica?

El ejemplo servido en la cúpula nos podemos imaginar en qué convirtió la iglesia romana el Honor de Dios y de su Iglesia. ¿No habían razones para una Reforma? ¿No habían razones para entrar en el Templo y expulsar a todos los vendedores de indulgencias al servicio de la iglesia romana y su jefe de monopolio? ¿No habían razones para la rebelión de los cardenales a los que las proporciones de la inmoralidad y el anticristianismo que ellos mismos habían promocionado les sacaban arcadas con origen en los mismos hipogeos de sus repugnantes vientres?

Al horror le siguió el terror. La segunda ola de terror se desencadenó, al primer golpe los poderosos clanes de los Orsinis y los Colonnas, cunas de tantos Papas, cardenales, arzobispos, obispos, y amén de siervos de Roma, cayeron en picado. Sus fortunas fueron confiscadas y entregadas a los hijos del Borjia. El número de los que cayeron bajo esta segunda ola de terror puede calcularse vagamente. Su sustitución por una legión de cardenales títeres hizo que no se les echara de menos. El dios romano simplemente quitaba y ponía. Nada nuevo bajo el sol. Uno malo pero conocido era sucedido por otro malo pero desconocido. La misma cara con distinta máscara. El mismo perro con diferente collar. Nada nuevo bajo el sol. Al Borjia le sucedería otro Papa hecho a su medida. Sus crímenes serían sucedidos por nuevos crímenes. La Iglesia Católica, sujeta a la locura de la iglesia romana en razón de los intereses monárquicos de la Europa Medieval, sólo podía rezar porque en su Caída el sucesor de Pedro no arrastrase a todos las iglesias al Infierno. A la muerte de Alejandro VI Borjia, como si los demonios celebrasen duelo, la violencia celebró su propio Banquete en las calles de Roma.

 

(Canon noveno del Primer Concilio de Nicea, el del Credo)

Si alguien ha sido hallado en pecado y contra los cánones es investido, el derecho canónico exige la deposición del tal, porque la Iglesia Católica es la Comunión de los Elegidos de Dios, según la Palabra de su Hijo:”Lo que mi Padre me ha dado es lo mejor”

Pero Jesucristo estaba tonto en política y por eso lo crucificaron, ¿o no?

Que conteste el Papa.