EL EVANGELIKOMAPERTURA DEL TESTAMENTO UNIVERSALDE CRISTO JESÚS DE YAVÉ Y SIÓN
CAPÍTULO QUINTO
EL
PONTIFICADO UNIVERSAL DE JESUCRISTO SEGÚN SAN PABLO
V
Jesucristo, Sumo Pontífice Universal
Temamos, pues, no sea que, perdurando aún la promesa
de entrar en su descanso, alguno de vosotros crea haber llegado tarde. Porque
igual que a ellos, se dirige también a nosotros este mensaje: y no les
aprovechó a aquéllos haber oído la palabra, por cuanto la oyeron sin fe los que
la escucharon. Entremos, pues, en el descanso los que hemos creído, según que
dijo: “Como juró en su cólera: No entrarán en mi descanso”, aunque estuviesen
acabadas las obras desde la creación del mundo. Pues en cierto pasaje habla así
del día séptimo: “Y descansó Dios en el día séptimo de todas sus obras”. Y en
éste dice de nuevo: “No entrarán en mi descanso”. Queda, pues, que algunos han
de entrar en el descanso, y aquellos a quienes primero se les comunicó la buena
nueva no entraron a causa de su contumacia; de nuevo señala un día, “hoy,”
declarando por David después de tanto tiempo lo que arriba queda dicho: “Si hoy
oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones”. Pues si Josué los hubiera
introducido en el descanso, no hablaría (David) de otro día después de lo
dicho. Por tanto, queda otro descanso para el pueblo de Dios. Y el que ha
entrado en su descanso, también descansa de sus obras, como Dios descansó de
las suyas. Démonos prisa, pues, a entrar en este descanso, a fin de que nadie
caiga en este mismo ejemplo de desobediencia. Que la palabra de Dios es viva,
eficaz y tajante más que una espada de dos filos, y penetra hasta la división
del alma y del espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y discierne los
pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea
manifiesta en su presencia, antes son todas desnudas y manifiestas a los ojos
de aquel a quien hemos de dar cuenta. Teniendo, pues, un gran Pontífice que
penetró en los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengámonos adheridos a la
confesión. No es nuestro Pontífice tal que no pueda compadecerse de nuestras
flaquezas, antes fue tentado en todo a semejanza nuestra, fuera del pecado.
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, a fin de recibir
misericordia y hallar gracia para el oportuno auxilio
Y pues que la visión del Futuro es la raíz del
movimiento y sólo un loco o un demonio camina hacia el infierno, la pregunta es
solo natural: ¿Qué Iglesia vieron los Apóstoles? Ellos fueron los Edificadores
de la Iglesia, y moviéndose en la dirección de su Edificación, y no pudiendo
hacer nadie nada sin antes ver el plano del Edificio, según el propio Moisés
viera cuando se le dijo “y hazlo todo según se te muestra”, es sólo natural que
nosotros nos preguntemos por los Planos de la Iglesia que se les mostrara a los
Edificadores y acorde a cuya visión pusieron manos a la obra.
¿Fue la Iglesia que Pablo y Pedro vieron aquella
iglesia romana de los siglos IX al XI entregada a la brujería, al homicidio,
perros por obispos, una escuela de criminales de la peor especie tal que el
diablo vestido de sotana se alzó como Jefe de los obispos?
¿O fue la Iglesia por la que Pablo y Pedro murieron
aquella otra visión de la iglesia romana del XII al XIV que se tiró al barro y
convirtió toda la cristiandad en lo que los pontífices judíos convirtieron toda
la Judería Mundial, una mina de oro?
¿O fue la Iglesia cuyas piedras quedaron santificadas
por la aspersión de la sangre de los Primeros cristianos aquella iglesia romana
absolutamente puesta al servicio de una familia del XV y la Iglesia Católica la
esclava de semejante “señor”?
¿O la Iglesia por la que los Apóstoles lo sufrieron
todo será la Iglesia del XXI, Cuerpo divino cuya Cabeza es el Pontífice
Sempiterno, Jesucristo, y nadie osa llamarse Pontífice ni declararse Patriarca,
y todos los Obispos son hermanos en el mismo Dios y Siervos del mismo Señor?
¡Pues escrito está: “Bendito el que dobla sus rodillas ante Dios”!
Estamos en Guerra contra el Infierno. Dios está en pie
de Guerra contra la Muerte desde el día que Satanás, “la serpiente antigua”,
utilizó al Primer Hombre como hacha de guerra contra el Espíritu Santo. Y no
vemos que la Victoria se haya consumado. Pero como dijo San Pablo: “Sí vemos a
Aquel que poniéndose al frente fue coronado, por su Obediencia hasta la Cruz, a
fin de conducirnos a la Victoria Final, ¡Jesucristo!”. Y ¿quién es el que se
echa a dormir en pleno campo de batalla cuando el fuego arrecia y la sangre
corre a cascadas?
Pues, en lo tocante al Pontificado-Patriarcado,
sabemos que nadie puede mantenerse de pie delante del Dios de la Eternidad,
realidad que se manifestó en la abolición del sacerdocio hebreo por en cuanto
no pudiendo hacer la Vestidura al Santo era imposible que el Sacerdocio
alcanzara la santidad por la vestimenta temporal, de manera que dispuso Dios,
siendo el Pontífice aquél solo que puede abrirse camino ante la presencia de
Dios, y porque ninguna criatura puede mantenerse de pie delante de su Creador,
quiso Dios que quien lo está siempre, su Hijo, clamase de rodillas ante su
Trono por nosotros, y por el Amor consiguiese del Omnipotente lo que por el
Temor no pudo comprarle nadie con oro.
¿Sería acaso ésta la Visión que Pablo y Pedro tuvieron
del Nuevo Sacerdocio, coronado con el Pontificado sempiterno del Hijo Unigénito
de Dios, quedando abolido por su Coronación todo Señorío de un siervo sobre los
siervos del Señor Jesús, Único Pontífice Universal?
¿O sería acaso la Visión del Sacerdocio Cristiano que
tuvieron Pedro y Pablo la que representaron en sus carnes y cuerpos aquellos
Papas y Patriarcas Teócratas que exigieron para sí el Imperium y se
coronaron hasta con tres coronas, cabezas de ejércitos, sembradores de cizañas
entre las naciones cristianas, promotores de guerras fratricidas y en todo menos
en el título por vocación emperadores?
Ahora bien, sabemos que la Iglesia del Cielo es Eterna
y su Movimiento en el Tiempo responde a una misma Realidad: Jesucristo es su
Sumo Pontífice Universal, y nadie en el Cielo osa declararse Pontífice. Él es la
Cabeza del Cuerpo de la Iglesia de Dios, y este Cuerpo, como el bosque no puede
ni ser ni subsistir sin los árboles, es el fruto de la existencia de las
iglesias de los Pueblos que componen el Reino de Dios. La Obediencia de todas
las iglesias es a su Cabeza, Jesucristo, y todos los obispos de las iglesias
están sometidos al Único Señor Sempiterno de la Iglesia de Dios: Jesucristo.
Sobre las iglesias de su Reino el Señor tiene sus Pastores, como se ve en su
Revelación, y por ellos El administra las iglesias, y estos Pastores, una sola
cosa con el Pastor Universal, Jesucristo, sirven a Dios Todopoderoso
“apacentando sus Rebaños”, todos nosotros, su Creación. ¿Pues quién se
mantendrá de pie delante del Dios de la Eternidad y del Infinito? Por esto,
porque nadie puede mantenerse de pie delante del Eterno, elevó Dios a su Hijo
al Pontificado Universal, a fin de que toda la Creación tenga por Señor a su
Hijo, y siendo solo natural que el Hijo viva en su Padre todos los Pueblos
encontremos en Jesucristo el Pontífice que halla en Dios un Corazón
complaciente a sus ruegos y un Espíritu que se derrama por su Oración.
¡¡Como en el Cielo...así en la Tierra!!
Luego estando las iglesias al servicio del Señor en
cuanto Pastor Universal Sempiterno y siendo su Misión “apacentar los Rebaños de
Dios”, nosotros, su Creación, el Modelo de Trabajo que tienen los Pastores en
la Tierra es el que el Señor expuso en el Primer Concilio Universal Apostólico,
es decir, en el 49, donde los Apóstoles, en cuanto Pastores de las distintas
iglesias, se reunieron en el mismo Espíritu para, como Hermanos que han
Heredado de Dios, y administran en Nombre del Señor esa Heredad, siendo
Jesucristo el Heredero Final y Original de todas las cosas, mantener los
Rebaños de su Señor unidos y defenderlos del Infierno.
Mas si aquí acabara la Visión del Movimiento del
Espíritu de Dios por las “aguas de los milenios” que Dios les mostró a sus
Apóstoles no entenderíamos ni podríamos entender la raíz de esta Epístola y de
las otras, lo mismo de Pablo que de Pedro, Santiago o Juan. Y como ya he dicho
arriba que el Espíritu de Dios extiende la mirada de sus hijos al fin hacia el
que Él camina, es sólo natural que habiéndose consumado, en la Resurrección,
los esponsales entre Cristo y su Iglesia, el fruto de esta Unión Sempiterna
pusiese sobre el Futuro una Descendencia, respecto a la cual le escribiera
Pablo a los Romanos diciendo “porque la creación está esperando ansiosa la
manifestación de los hijos de Dios”, es decir, el nacimiento de esa
descendencia de Jesucristo Señor y la Iglesia, su Esposa. Pues que los
Apóstoles eran hijos de Dios ¿quién lo pone en duda? Y sin embargo es Pablo, un
hijo de Dios, quien afirma que la creación espera ansiosa la manifestación de
los hijos de Dios. Y si “la esperaba” es que la Generación que la Creación
ansiosa estuvo esperando “estaba” en el seno de la Iglesia.
Y pues que toda Esposa sella su Matrimonio con unas
Arras, en este caso, Divinas, siendo por este Anillo Sagrado por el que es
reconocida la Esposa del Señor, nadie ignora que es la Iglesia Católica la
Madre de esos hijos de Dios “cuyo nacimiento aguardaba la creación entera”, y
viéndola en el horizonte la saludara Pablo, en nombre de todos los Apóstoles,
escribiendo sobre nosotros en quienes se manifiesta la gloria de la libertad de
los hijos de Dios.
Pues, en efecto, el siervo está sometido en todo a su
Señor, y el deber y el decreto es su lote, pero el hijo entra y sale libremente
de la Casa como quien trabaja para en lo suyo, y su parte es la libertad y la
voluntad de su Padre. De manera que con su hijo no tiene secreto el Señor,
mientras que con su siervo es el deber y el decreto el que ordena. Ahora bien,
la Madre es en todo la Señora de la Casa en lo que se refiere a la
Administración del Servicio al Señor, su Esposo; el honor de su Esposo reposa
en el suyo, y siendo su gloria la descendencia en Ella de su Señor y Esposo la
libertad de sus hijos es su gloria y la gloria de sus hijos es la suya propia.
Resultando de aquí que a quien Dios le da su gloria nadie se la quita, y, siendo
hijo del Señor, su obediencia es a su Padre, y debiendo el Siervo cumplir su
trabajo: quien contra su deber hace lo contrario de aquello para lo que fue
contratado, rompe el contrato con su Señor y es expulsado de la Casa del Señor.
Pues mientras el hijo es niño no puede levantarse para defender a su Madre
contra unos siervos infames, pero una vez hecho hombre es en todo Heredero y
actúa en su Casa para la gloria de su Padre.
Luego es Dios Eterno y Omnisciente quien produce todo
el Movimiento, y todo lo que se mueve procede del aliento de su Espíritu que,
derramando su Pensamiento por el Universo, ordena la Historia de la Plenitud de
las Naciones hacia el Fin del Libro de la Vida del Hombre sobre la Tierra, a
saber, la Victoria total y absoluta sobre el Infierno y la Muerte. Y es en este
Campo que nos movemos todos, hijos, siervos y Pueblo, cada uno un árbol del
Bosque de la Vida, cada uno un soldado de los Ejércitos del Señor, avanzando al
unísono, sin división, y siendo Todos en la Individualidad hallamos la gloria
del Creador, quien a la vez que mueve todo el Siglo fija sus ojos en cada uno
de nosotros y dirige nuestros pasos por el Escenario de la Historia buscando,
fruto del esfuerzo de todos, un efecto único.
Cada cual debe mirarse en El, porque es en sus Ojos
donde se halla el espejo que refleja nuestra verdadera realidad. Y si la fuerza
del hombre es vivir de pie delante de todo semejante, siendo maldición doblar
las rodillas ante otro hombre, nuestra gloria es doblar las rodillas ante el
Rey que nos da dado a todos el Dios de la Eternidad y el Infinito. Su Voluntad
es Sabiduría y Salvación. Desobedecerla, ser remiso, condicionarla, y en el
caso extremo la rebelión, es alzarse en guerra contra el Rey. Lo que cada uno
dé, eso recibirá, quien Obediencia, gloria, quien desobediencia, ruptura de
contrato entre él y el Señor de todas las iglesias, Jesucristo, Pontífice
Universal Sempiterno, el Pastor de los pastores de los Rebaños de su Padre en
el Cielo.
¡Como en el Cielo, así en la Tierra!
VI
El verdadero rostro de Cristo
Ya hemos visto que la Edificación de la Iglesia
Católica fue ejecutada siguiendo un Modelo Celestial, fundado sobre la
Unigenitura de Jesucristo, a fin de que teniendo el Sacerdote su vida en Aquel
que no puede ser destruido ni sufrir corrupción, la Verdad del Infinito: el
Padre es Dios, el Hijo es Dios, y el Espíritu Santo es Dios, permanezca “sin
división” por la Eternidad en el Cielo. Mas existiendo la división entre las
iglesias aquí en la Tierra se deduce de esta visión histórica que sus autores,
los unos porque no entendieron esta Verdad -como se ve en el tema del Filoque-,
y los otros porque hicieron de esta Verdad un ídolo de letras, -como se ve en
el tema de “la Fe sola”-, los unos como los otros y todos juntos, y el que esté
limpio de pecado que tire la primera piedra, perdieron la vista y cegados por
los siglos fueron incapaces de ver el Modelo del Templo que les fuera mostrado
a los Edificadores de la Iglesia.
Se nos dirá que estando muertos aquellos hijos de Dios,
de la Descendencia de Abraham, pretender ver lo que ellos vieron sea cosa más
de medium que de inteligencias vivas. Sobre lo cual yo les diera toda la razón
si, en efecto, como dicen otros, Dios hubiera muerto. No siendo el Manifiesto
de la Razón más que el aullido de un milenio una hora antes de perder la
cordura y lanzarse al campo de Gog y Magog a por la conquista del Mundo
mediante Guerras Mundiales, la excusa no sirve y el Modelo permanece. Ahora
bien, a fin de no parecer un soñador, articulemos nuestro pensamiento desde la
lógica y convengamos con nuestros maestros que aquello que no puede captarse
directamente sí puede serlo indirectamente, siguiendo cuyo método quien no
conoce lo que el calor sea y sólo el frío al menos podrá deducir de lo contrario
a lo que el frío es lo que el calor sea. Y aunque la invocación a la
experiencia sensitiva sea el recurso último, su legitimidad viene avalada por
ser su existencia el principio mismo de la vida, el principio racional por
excelencia.
Luego si lo que no vemos puede alcanzarse por lo que
vemos, deduciendo de los contrarios la naturaleza de aquello que buscamos
partiendo de lo que tenemos, si nosotros adoptamos como punto de referencia
racional la estructura del Templo de Jerusalén que a Jesucristo le hizo hervir
la sangre a fin de obtener la visión real del Nuevo Templo, deduciendo lo
contrario de lo que aquel fuera, es necesario primero radiografiar aquella
estructura y siguiendo el método lógico, por oposición de propiedades
llegaremos, aunque indirectamente, a la verdadera Estructura del Edificio que
Dios les mostrara a sus hijos, los Apóstoles y Edificadores de su Iglesia.
Compendiemos entonces por qué Dios arrasó aquella
estructura sacerdotal judía.
En principio y por antonomasia la Religión de los Judíos
se había transformado en un Negocio. Alumbra esta conclusión el que sus
“obispos” no creyeran en la resurrección de los muertos, estación terminal que
no alcanzaron ni las mismas religiones de los paganos más brutos, siendo la
resurrección de las almas un tema universal hasta el punto de ser este credo la
propiedad típica de lo que el fenómeno religioso sea. De manera que donde hay
religión hay una estructura social enfocada hacia el modelo de resurrección
popular determinado, y donde no hay creencia en la resurrección de las almas
hablar de religión es hacer un ejercicio de hipocresía sin límites. Y, sin
embargo, creyéndose el judío “la raza superior” y su religión la más noble y
alta de las creencias, su sacerdocio había degenerado en el Ateísmo más infame
que quepa en la cabeza. El ateo que actúa acorde a sus creencias es
infinitamente más semejante a Dios que quien no creyendo en Dios se viste de
sacerdote.
La salida de aquel modelo sacerdotal jerusaleño no
podía ser otra que la que nos dibuja el Evangelio, un monopolio industrial cuyo
producto era el pecado, y en consecuencia hasta el respirar era un pecado y su
expiación costaba acorde al bolsillo. Toda la Mishná y el Talmud jerusaleños
tenían por función multiplicar las leyes y los mandamientos hasta el punto de
hacer imposible la vida de la conciencia hebrea en el marco de la Naturaleza.
Toda la teología judía tenía por sentido sembrar en el pueblo una doctrina de
pecado y expiación contra dinero tal que siendo el marco religioso entre cuyas
esquinas el judío hiciera su movimiento, cada paso fuera un pecado y cada
movimiento un delito contra alguna ley de la Mishná o del Talmud. Siguiendo
aquel modelo, el Templo y sus “pontífices” devinieron Grandes Recaudadores de
Impuestos, cuya fortuna dependía de la ignorancia del pueblo y su necesaria
esclavización a las leyes infinitas con las que los clanes aaronitas habían
cargado la conciencia de los hijos de Israel.
Era sólo natural que sujeta a semejante relación, cuyo
fin era la transformación del creyente en una mina de oro, y porque la relación
del hombre con su Creador devino un “Negocio Sagrado”, que el Hijo de Dios
sintiese vómitos ante aquella teología y se le encendiese la sangre contra
aquella cueva de ladrones que, escondiendo la pata de lobo bajo pomposos
títulos y vestiduras sacras, hicieron de Dios un látigo con el que golpear las
espaldas de la Nación.
Los efectos de semejante perversión de la relación
entre Dios y su Pueblo acabó por conducir a los israelitas al punto epidémico
de locura – “endemoniados por todos sitios”- y miseria indescriptible –“lepra
en colectividades”- que nos dibuja el Evangelio, efectos que en ninguna nación
de la Civilización bajo el Derecho Romano se daba en aquel momento, y denuncia,
por su singularidad, la causa en la que tuvo origen semejante patetismo social
determinante del Odio entre Jesucristo y el Templo. El Pontificado Aaronita
odiaba a Jesucristo por ser el espejo en el que se reflejaba su verdadero
rostro, y, aunque sintiendo horror de sí mismo, no estando dispuesto a
renunciar a su mina de oro, se encuentra ante la alternativa: “ellos o Cristo”.
Jesucristo le da voz a la impotencia de los hijos de
Israel, en espíritu masacrados por una casta sacerdotal cuya inmoralidad y
despotismo no conocía límites y había hecho del pecado su teología,
transformando la Torá en un árbol maldito de cuyas ramas malignas, la Mishná y
el Talmud, el fruto del pecado se convertía - por la oscuridad del Santuario -
en oro bendito. Y pues que la adoración por el oro es superior en el hombre
animal a la fuerza de la adoración del Espíritu, y siendo el oro el dios de los
pontífices judíos, era solo natural que el Pentateuco y los Profetas fuesen
reconvertidos en instrumento al servicio del enriquecimiento de los clanes
pontificales jerusaleños, producto de cuya operación fueron la Mishná y el
Talmud, o cómo hacer de Dios un esclavo al servicio de una casta sacerdotal.
Esta es, en consecuencia, la visión que los Hebreos
tienen una vez que Jesucristo les arranca la viga de los ojos y ven con los
ojos de la cara la verdadera realidad del Templo Judío. Y será, por referencia
lógica, el modelo contrario al Templo que desde el Cielo le presenta
Jesucristo, ahora el Señor, a sus hermanos espirituales en la Tierra y
Co-Edificadores de su Iglesia Universal. Viendo la cual, en nombre de todos,
escribe San Pablo así:
Pues todo pontífice tomado de entre los hombres, en
favor de los hombres es instituido para las cosas que miran a Dios, para
ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados, para que pueda compadecerse de
los ignorantes y extraviados, por cuanto él está también rodeado de flaqueza, y
a causa de ella debe por sí mismo ofrecer sacrificios por los pecados, igual
que por el pueblo. Y ninguno se toma por sí este honor, sino el que es llamado
por Dios, como Aarón. Y así Cristo no se exaltó a sí mismo, haciéndose
Pontífice, sino el que le dijo: “Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado”. Y
conforme a esto dice en otra parte: “Tú eres sacerdote para siempre según el
orden de Melquisedec”. Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal
oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para
salvarle de la muerte, fue escuchado por su reverencial temor. Y aunque era
Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia, y al ser consumado, vino a
ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna, declarado por Dios
Pontífice según el orden de Melquisedec.
De donde se ve que, al igual que el tal Melquisedec,
sin precedencia ni procedencia, Dios instaura un Pontificado sempiterno, un
Único Pontífice, Jesucristo, en el que el propio Hijo adora al Padre, y en
quien el Hijo de Dios se une a la creación entera para adorar a Dios. El fin de
la Religión deja de ser el oro a través del pecado para devenir Camino a la
vida eterna en la Fe de Jesucristo. Y será ésta la Piedra Angular sobre cuya
solidez e indestructibilidad descansará el Nuevo Templo, Casa de la Iglesia de
Dios, que nace para ser la Esposa del Señor y mantener viva la Verdad eterna.
Por oposición, en consecuencia, todos los dones
divinos se ofrecen gratuitamente -como se ve en los Sacramentos- y el fin
sagrado del Nuevo Sacerdocio no es cultivar el pecado para por su abundancia
cosechar oro, “contra indulgencias”, por ejemplo, sino extirpar el pecado de la
Humanidad mediante la Edificación de la Fe de Jesucristo en todo hombre.
Si en el Primero - excusando ahora lo injustificable -
fue la renuncia del sacerdocio a la santificación del pueblo, tirando la toalla
en su lucha contra el pecado, lo que le condujo a aliarse con el enemigo, y
tentado por el fruto del pecado -el oro - el Templo Antiguo se entregó a una
orgía de locura y miseria, en el Último, que recoge el Testigo de la
Santificación de la Humanidad, el pecado es abominado como medio de
enriquecimiento del sacerdocio y, en consecuencia, el Perdón es ofrecido
Gratuitamente.
No es, por consiguiente, un Templo basado en el Poder
que viene de las Riquezas el Modelo que tienen los Apóstoles en la cabeza
cuando se entregan a la Edificación de la Iglesia. El Nuevo Sacerdocio es la
Imagen de Jesucristo entre las naciones, el reflejo puro del Pontífice eterno
en el cristal del espíritu humano, la sustancia del espíritu jesucristiano en
carne visible a fin de mantener viva la fe entre las naciones de la Tierra y ser
la verdad eterna hecha criatura en el Cielo. Y como Él depende sólo de Dios, el
Sacerdocio Cristiano depende exclusivamente de Él, su Señor.
Y de aquí que Pablo no sólo se atreviera a callar a
Pedro, a Santiago y a Juan sino que, siendo expresión pura de esta Imagen
Divina, su visión sobre el futuro del Cristianismo le abriera la puerta, en el
Concilio del 49, a la ruptura definitiva y final con el Judaísmo. No porque
Jesucristo no la firmase sino porque por amor a los Hebreos, sus hermanos en
Abraham, los Discípulos estaban cediendo ante lo que era imposible cualquier
cesión.
Bueno es querer salvar al mundo, y más a los hermanos
de sangre, pero -recordando al Maestro- ¿de qué le vale al hombre salvar al
mundo si pierde su alma?
¿Cuál es, pues, el Modelo de Sacerdocio e Iglesia que
le muestra desde el Cielo el Señor a sus Apóstoles? Porque nadie creerá que la
Iglesia es un invento espontáneo en crecimiento evolutivo dependiendo de los
tiempos. ¡Dios no juega a los dados! Quien edifica se sirve de un plano, a no
ser que cualquiera pueda edificar una casa sin siquiera tener conocimiento de
albañilería y carpintería, lo cual, en la cabeza de algunos es necesario para
redundancia de la gloria de Dios, que puede hacer que un bruto le dé lecciones
a un mago; ahora bien, no vemos que la Inteligencia Creadora se acople a tal
discurso, y sí, al contrario, que el Acto Creador se basa en una Omnisciencia
planificadora que, como se ve en Los Salmos de David, delinea sobre el “papel”
cada trazo del movimiento que se debe ejecutar para alcanzar el fin buscado. Y
acorde a esta Necesidad, le aparta Dios al Niño Jesús de la cabeza una Intervención
Mágica en el Universo.
No hay en la mente de los Edificadores, siguiendo este
método, una acción espontánea sujeta a una dinámica de improvisación sobre la
marcha. Tampoco la tuvo Jesucristo. Dios ha trazado líneas y se ha puesto en
movimiento, y acorde a la Omnisciencia Creadora todo se ordena para la
materialización del Proyecto Salvador. Y es solo natural que quien es en Su Mano
lo que la sierra en la del carpintero y la plomada en la del albañil, y porque
no es una materia muerta sino viva, participe de la contemplación del Plano y
se ajuste a la acción acorde a lo que le toca, de esta manera teniendo los
Apóstoles ante los ojos la verdadera naturaleza de la Iglesia de Jesucristo.
Sobre lo cual tenemos mucho que decir, de difícil
inteligencia, porque os habéis vuelto torpes de oídos. Pues los que después de
tanto tiempo debíais ser maestros, necesitáis que alguien de nuevo os enseñe
los primeros rudimentos de los oráculos divinos, y os habéis vuelto tales, que
tenéis necesidad de leche en vez de manjar sólido. Pues todo el que se alimenta
de leche no es capaz de entender la doctrina de la justicia, porque es aún
niño; mas el manjar sólido es para los perfectos, los que en virtud de la
costumbre tienen los sentidos ejercitados en discernir lo bueno de lo malo.
En efecto, observamos cómo el Apóstol contempla en sus
propios días “la fe que se corrompe”, de la que hablara Pedro. Y si estando
Ellos sobre el terreno “la fe” ya se dejaba seducir por el brillo de las cosas
antiguas, no vemos cómo no iban a ver lo que sería de la fe una vez que pasasen
sobre su existencia los siglos. Así que teniendo un Modelo Divino y habiendo
estado sometida la Fe a la corrupción, según se lee en el Libro de la Historia
Universal, les toca a las iglesias nacidas de aquella Fe mirarse al espejo y
ver si el rostro que ven es el de Cristo o el de ... vete tú a saber. De donde
se ve, en definitiva, que la Iglesia de Dios en Jesucristo, siendo expresión
viva de la Verdad Eterna, no se acomoda a los siglos y las tendencias de los
pueblos, pues diciendo que el Espíritu Santo es Dios: la Vida del Sacerdocio es
inmutable en sus fundamentos, y, al contrario, son las Naciones las que deben
acordar el Futuro de sus Sociedades acorde a la verdad Eterna del Cristianismo.
Las tendencias suicidas de la Humanidad un argumento
que no necesita de más pruebas que el Libro de la Historia, y porque sólo la Fe
ha demostrado ser la Puerta de la victoria contra las crisis de Civilización,
no es la Fe la que debe acomodarse a una crisis causada por esa tendencia
suicida aún no definitivamente curada que padece la Humanidad desde la Caída.
Una de las propiedades más claras de esta tendencia suicida es la negación de
la existencia de “una crisis”, lo que produce que las medidas finales contra
ella sean aplicadas demasiado tarde para evitar sus efectos sobre las
sociedades. Y el síntoma por el que se mide la intensidad de una crisis de
civilización -según se lee en el Libro de la Historia- viene señalado por la
pérdida de la Moral Universal, el abandono del Ser a las tendencias hedonistas
no sujetas a la ley natural, el Desprecio hacia la vida humana y su reducción a
una propiedad, y, en definitiva, la Destrucción de la línea que separa el bien
del mal mediante la puesta en escena del argumento del Diablo: El Fin justifica
los Medios.
Mírense por tanto el Sacerdote, el Pastor y todas las
iglesias en el Espejo y juzguen si el rostro que ven es el de Jesucristo o el
de aquél a quien pertenecen: si al Patriarca de Moscú, al Papa de Roma, al
Arzobispo de Canterbury, o al de... Pues ha de llegar la Hora en que el Señor
juzgue a sus siervos y en quien no halle el reflejo de su Rostro “ése será
echado afuera para que lo pisen los hombres”. ¿Pues qué será del Sacerdocio
Cristiano si en lugar de ser el espejo del Espíritu de la Eternidad se unen los
obispos a los tiempos para eliminar el ser eterno del espíritu del Señor?, que
dijo, hablando de su Casa, pues cada cual es señor en la suya: “Fuera perros,
hechiceros, fornicarios, homicidas, idólatras y todos los que aman y practican
la mentira”. Y habiendo creado Dios al Hombre a su Imagen y Semejanza, siendo
Jesucristo el Modelo para los siervos y el Modelo para los hijos de Dios, y
cada cual reflejando en su rostro el de Aquel que se asoma a su ser para darle
su esencia y sustancia sempiterna, ¿cómo se casará el siervo con los poderes de
los tiempos sin romper su Contrato con el Señor? Y rompiendo el siervo su
Contrato por el rechazo hacia el Modelo Sacerdotal Jesucristiano, que se centra
en el Varón y tiene en la Virginidad Inmaculada de la creación, en la que se
manifiesta el Misterio de la Omnipotencia del Dios de la Eternidad, su Misterio
sagrado, ¿todo el que sigue a semejantes rebelde contra el Señor, a quien por
el poder de los tiempos pretenden imponer en su Casa sus leyes, ésos no caerán
en la misma condenación que tales siervos sin Señor?
El Sacerdocio Cristiano Perfecto, en consecuencia, acorde
a cuyo Modelo los Apóstoles edificaron el Nuevo Templo, siendo infinitamente
más glorioso que el Antiguo y aun así hubo de mirar Moisés hacia arriba, con
ser imperfecto al Antiguo, y porque la inmarcesible gloria del Sacerdocio
Cristiano escapaba al poder de visión del ser humano, quiso Dios encarnarlo
para que tocándole y viéndole los Edificadores actuasen acorde a los sentidos y
no a una teoría más o menos bien dispuesta. Y así, habiendo de una vez y para
siempre establecido el Modelo de Sacerdocio Eterno en Jesucristo, Él es el
Horizonte hacia el que ha caminado la Iglesia y contra el que se ha lanzado la
Muerte continuamente desde el Principio y en estos tiempos presentes se ha
vestido de modernidad para servir a los tiempos y sus poderes contra el Señor
de la Fe.
Analícense, pues, los Patriarcas, Arzobispos y Obispos
y cada hombre mire cara a cara a aquéllos en cuyos labios puso el Señor la
Doctrina de la Eternidad, y si por las palabras es imposible detectar en
algunos a aquéllos a quienes sirven, y otros hacen de sus obras instrumento de
corrupción de la Verdadera Realidad, el alma de cada cual es la que está en
juego y no es de cristianos dejar algo tan personal en las manos de
tradiciones, modernidades ni juegos de palabras, declaraciones, emociones y
amores cuyo fruto final es la ruina del alma. ¿O acaso puedo comprar mi alma al
precio del mundo? Poético cuán pueda parecer este amor universal, esconde la
trampa de un diablo gordiano, dado que olvida este apasionante aventurero que
quien por el camino perdió el alma ¿cómo salvará a su semejante quien no supo
salvarse a sí mismo?
Lo que Pablo dijo en Concilio a la cara de los
Obispos, eso debe decirle ahora un hijo de Dios a Patriarcas y Arzobispos: No
al sacerdocio de la Mujer, no al Sacerdocio Homosexual.
El Sacerdocio Imperfecto basado en el Matrimonio no
puede imponerse sobre el Sacerdocio Perfecto de la Esposa del Señor sin
provocar la Cólera de Dios. Mas si alguno cree que puede tirarle a Dios de las
barbas, hágalo.
VII
Jesucristo, Cabeza espiritual de la Creación
Por lo cual, dejando a un lado las doctrinas
elementales sobre Cristo, tendamos a lo perfecto, no echando de nuevo los
fundamentos de la penitencia, de las obras muertas y de la fe en Dios, la
doctrina sobre los bautismos, la imposición de las manos, la resurrección de
los muertos y el juicio eterno. Y esto es lo que vamos a hacer si Dios lo
permite. Porque quienes, una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron
hechos partícipes del Espíritu Santo, gustaron lo hermoso de la palabra de Dios
y los prodigios del siglo venidero, y cayeron en la apostasía, es imposible que
sean renovados otra vez a penitencia, pues de nuevo crucifican para sí mismos
al Hijo de Dios y le exponen a la afrenta. Porque la tierra, que a menudo
absorbe la lluvia caída a menudo sobre ella y produce plantas útiles para el
que la cultiva, recibirá las bendiciones de Dios; pero la que produce espinas y
abrojos es reprobada y está próxima a ser maldita, y su fin será el fuego
Observemos que las disputas entre teólogos respecto a
la autoría de la Epístola a los Hebreos, revocando la autoridad de los primeros
cristianos en razones diversas, no procede. Este párrafo pone a las claras que
es de nuevo Pablo, el gran abogado de Cristo contra el Judeocristianismo, quien
machaca ante la comunidad cristiana lo que defendiera en privado en el Concilio
del 49 delante de los Apóstoles y los primeros obispos. Cuando seguimos el
curso de la historia de Jerusalén desde la Resurrección a su destrucción por
los Romanos vemos cómo el Judaísmo intentó absorber al Cristianismo y quiso
aprovechar el universalismo apostólico para proclamar una Guerra Santa de
Independencia contra el Imperio, a la que, finalmente, ante la actitud de
Pablo, norma para todas las iglesias, el Judaísmo se lanzó por su cuenta.
¿Quién es el apóstata al que se refiere Pablo sino el Judeocristiano que se
convierte al esperando de esta manera convertir a Cristo al Judaísmo? Mas no es
el Cristiano el que debe hacerse Judío, sino el Judío el que debe hacerse
Cristiano.
No hay acercamiento posible entre luz y tinieblas,
justicia y corrupción, libertad y censura, paz y guerra, cristianismo y ciencia
del bien y del mal. Es la Criatura la que debe convertirse y aceptar la Verdad
en toda su realidad natural y sobrenatural; no es el Creador quien debe
renunciar a su Personalidad, sino la criatura la que debe abandonar la ley de
la Ciencia del bien y del mal, levantarse del polvo y luchar por su Vida acorde
a la ley del Universo.
Los muertos están muertos y la palabra de los muertos
no vale nada. Sólo la Palabra de Dios es eterna, y, en consecuencia, es la
estrella polar de referencia en el viaje de la criatura por la existencia.
Pero, como dice Pablo, curiosamente y porque el mundo se halla sujeto a la ley
de la Ciencia del bien y del mal, hay quien aun estando criado en la Fe
requiere de leche materna, como diciendo que sin quererlo queriendo echan de
menos la ley maldita en cuyo horno el infierno, bajo el que vive el mundo,
cocina carne humana para el deleite de los demonios que, renegando del Hombre
en cuanto ser espiritual, han hecho confesión de fe animal y, declarándose
animales, prefieren la ley de la selva a la Ley de la Verdad eterna.
El cristianismo, lo mismo ayer que hoy y mañana, en
cuanto sistema pedagógico perfecto debe mirar al Futuro desde al Presente, de
manera que no estando sujeto a los cambios de los tiempos la Formación del Ser
quede siempre sujeta al Modelo sempiterno; el Cristianismo, a la manera que un
caminante no puede acomodar su objetivo a las variaciones de los terrenos, no
puede sujetar su Ley a las circunstancias de los tiempos. Aun adaptando el paso
a los accidentes el Norte queda donde queda el Norte. La estrella polar del
Cristianismo es Jesucristo, y siendo Modelo Universal del Ser no es el siglo el
que debe imponer su ley, sino el mundo el que debe moverse en el seno de su
Ley.
El Creador entra en el cuerpo de su Creación a fin de
rescatar a su criatura del Polvo, y jamás con la intención de, comprendiendo su
Caída, bendecir su permanencia en los bajos fondos del infierno en que devino
el Paraíso por culpa de los acontecimientos conocidos. Porque son conocidos y
el efecto es vivido en la carne, el Cristiano, siguiendo a su Creador, tiende
inexcusablemente y abiertamente a vivir a la luz de la Ley de la eternidad, que
aborrece infinitamente la ley de la Ciencia del bien y del mal y prefiere mil
veces la muerte antes que pactar con el diablo.
La Resurrección es un Discurso. Es el Dios de la
Eternidad el que habla. Y el que habla se certifica en todo lo que dijo y firma
y sella con la sangre de la Cruz a fin de que el mundo entero vea la Sabiduría
del que se hizo analfabeto con sus criaturas a fin de hacernos sus hijos, es
decir, partícipes de todas las riquezas de su Ser. Y si a sus hijos, de la
Descendencia de Abraham, les abrió su ser al Poder sin límites, que se halla en
la Palabra, a sus hijos, de la Descendencia de Cristo, les abre el mismo Dios y
Padre de todos, las riquezas de esa Sabiduría Creadora que está en todos los
secretos del Creador. Pues habiendo sido creado a la Imagen y semejanza de Dios
el Futuro de la vida en la Tierra, que es el Hombre, el Futuro del Hombre era
la Inteligencia sin límites, de cuya Herencia fue privada la Humanidad por la
Caída. Pero Dios, como ya sabemos por la Iglesia, y si Ella no nos lo hubiera
contado no lo sabríamos, juró por su sangre que al término de los tiempos,
cuando se hubiera hecho justicia, su Creación se levantaría del polvo y donde
hubo ignorancia habría conocimiento sin medida.
Aunque hablamos de este modo, sin embargo, confiamos y
esperamos de vosotros, carísimos, algo mejor y más conducente a la salvación.
Que no es Dios injusto para que se olvide de vuestra obra y del amor que habéis
mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y perseverando en
servirlos. Deseamos que cada uno de vosotros muestre hasta el fin la misma
diligencia por el logro de la esperanza, no emperezándoos, sino haciéndoos
imitadores de los que por la fe y la longanimidad han alcanzado la herencia de
las promesas. Cuando Dios hizo a Abraham la promesa, como no tenía ninguno
mayor por quien jurar, juró por sí mismo, diciendo: “Te bendeciré
abundantemente, te multiplicaré grandemente”. Y así, esperando con
longanimidad, alcanzó la promesa. Porque los hombres suelen jurar por alguno
mayor, y el juramento pone entre ellos fin a toda controversia y les sirve de
garantía. Por lo cual, queriendo Dios mostrar solemnemente a los herederos de
la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso el juramento, a fin de que
por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos
firme consuelo los que corremos hasta dar alcance a la propuesta esperanza. La
cual tenemos como segura y firme áncora de nuestra alma, y que penetra hasta el
interior del velo, adonde entró por nosotros como precursor Jesús, instituido
Pontífice para siempre, según el orden de Melquisedec.
Sobre lo cual -que sin la Iglesia hubiéramos conocido
el Origen del Mundo- hay que levantarse para callar a quienes, en su
ignorancia, si locura se verá por la respuesta final a su declaración inicial,
afirmaron que existiendo la letra no hace falta la Iglesia. Estupidez supina
que hace honor a la Necesidad de la Muerte de Cristo y funda la Redención en la
Ignorancia cuando “el criaturo” una vez amamantado mira a la madre que lo parió
y la expulsa de su vida una vez la necesidad satisfecha, y no necesitándola
¿para qué la quiere, a la madre que lo parió? Tal es la actitud infrahumana,
inhumana y de bestia que el “criaturo” de la Reforma puso en circulación en el
mundo cristiano.
Ignoro si semejante actitud se merece más respuesta
que la debida al juicio autocrítico y el arrepentimiento por semejante conducta
insana. Que esa actitud vino a consecuencia de la insanidad de un círculo de la
servidumbre del Señor, ¡muy bien!, que el Señor se encargue de ellos, lo que a
nosotros nos compete es actuar acorde al Modelo que vemos en el Evangelio y si
el mismísimo Hijo Todopoderoso de Dios, una vez pasada la Hora de las Tinieblas,
perdonó las Negaciones de Pedro, ¿quiénes somos nosotros para condenar lo que
el Todopoderoso Hijo de Dios no tomó en cuenta? Todo lo que sabemos es que
cumplida la Resurrección, Pedro jamás volvió a caer, y si hubiese vuelto a caer
entonces también a Pedro se le hubiera aplicado la sentencia de Pablo, pues
Dios, como dice su Evangelio, no conoce acepción de personas.
De donde se ve que si Pedro usara el Perdón de su
Maestro para volver a caer, Pedro estaría convirtiendo la Apostasía en la
doctrina de los siervos de su Señor, por esta misma Apostasía no Jesucristo ya
más, su Señor, sino el mismo Diablo. Sobre lo cual, y como los hijos no pueden
ser juzgados por los crímenes de sus padres, tampoco pueden ser juzgados por
los pecados de sus predecesores los obispos hoy al cargo, pues cada cual es
juzgado por sus delitos propios, y sería Dios un Juez corrupto y miserable si
juzgare al hijo vivo por los delitos cometidos por un padre muerto o echara en
la cárcel a un administrador fiel por el desfalco de su predecesor en el
puesto.
Cada cual es autor de sus propios actos, y tan error
es fundar la santidad en la gloria de un muerto, afirmando que por la gloria de
Pedro quedan santificados todos sus sucesores, quedando absueltos de sus
crímenes sus sucesores por la gloria de un Santo, como condenar a todos los
obispos por el delito de un pecador. Pues cuando Pablo dice que por un solo
hombre fuimos condenados todos, está mirando a ése como “cabeza” de todos.
De este modo y porque hubo crimen y delito: de ser el
obispo de Roma “cabeza” de todas las iglesias y no exclusivamente de la Romana,
la Reforma obró en consecuencia y según Justicia Divina al condenar por el
delito de “ésa cabeza” a todos los Católicos. En efecto, dice Pablo que Cristo
fue el modelo de Adán. Y siendo Cristo la Cabeza del Hombre, es solo natural
que Adán fuera la de su Mundo, y al caer la cabeza era de justicia que todo su
cuerpo se hundiera. Mas siendo la Justicia de Dios es incorruptible, porque
Dios no puede errar, de un sitio, y porque ama la Verdad sobre todas las cosas,
del otro, muriendo la Cabeza era imposible que el cuerpo no muriera,
hablando de Adán. De donde se ve que es el Obispo Romano el que vive por la
Iglesia y no la Iglesia la que vive por el Obispo de Roma, debiendo el Cuerpo
de Cristo, o sea, la Iglesia Católica, su vida no al Obispo Roman0 sino a
Jesucristo, su Cabeza, quien siendo Indestructible e Incorruptible es imposible
que pueda morir, y al contrario que Adán, quien muriendo arrastró a la muerte a
todo su cuerpo, Jesucristo, Dios Hijo Unigénito, no pudiendo morir, mantiene
eternamente vivo el suyo.
Y de haber sido el Obispo Romano la Cabeza de la
Iglesia Católica ciertamente el juicio de la Reforma contra el crimen sin
arrepentimiento de la Curia Romana Imperial hubiere sido de justicia y la
Iglesia Católica, si en caso de depender del “Santo Padre” Papa para vivir,
hubiera seguido el mismo destino que el cuerpo de Adán tras la muerte de su
cabeza.
No siendo este el caso, sino que Jesucristo es la
Cabeza Universal de todas las iglesias, cada siervo del Señor responde de sus
delitos ante el Juez del Universo. Porque habiendo sufrido Dios, en su
Inocencia Inmaculada, el homicidio cometido contra su Hijo Adán, era de
Sabiduría que jamás de los jamases volviese Dios a poner su Creación en ese
trance, por lo cual estableció de una vez y para siempre que la Cabeza
Espiritual de toda su Creación fuese su Hijo, Rey sempiterno para su Pueblo
Universal y Único Pontífice Universal de su Iglesia.
Así uniéndonos a todos al mismo que nos sustenta con
su Fe, devinimos por esta Voluntad de quien con su Voluntad lo ha creado todo,
una misma realidad del Ser en quien todos somos una misma cosa, el cuerpo de
quien es para todos Cabeza, de unos como Señor, de otros como Rey, de otros
como Hermano, de otros como Padre, pero para todos el mismo Jesucristo, hoy y
siempre: el Rey Universal y Único Señor Sempiterno a cuyos pies el Dios de la
Eternidad y el Infinito ha puesto todas las cosas, las del Cielo como las de la
Tierra. Pues siendo verdad que la Fundación del Nuevo Reino de Dios tuvo lugar
aquí en la Tierra, no menos verdad es que la Creación entera quedó comprendida
entre las fronteras de su Fundación, y lo mismo los hijos de Dios “no de esta
creación”, como dirá enseguida Pablo, que los hijos de Dios nacidos de Abraham,
todos quedaron sujetos a la Corona del Hijo de Dios.
VIII
Jesucristo, Pontífice Universal Sempiterno
Pues este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del
Dios Altísimo, que salió al encuentro de Abraham cuando volvía de derrotar a
los reyes, y le bendijo, a quien dio las décimas de todo, se interpreta primero
rey de justicia, y luego también rey de Salem, es decir, rey de paz. Sin padre,
sin madre, sin genealogía, sin principio de sus días ni fin de su vida, se
asemeja en eso al Hijo de Dios, que es sacerdote para siempre. Y ved cuán
grande es éste, a quien dio el patriarca Abraham el diezmo de lo mejor del
botín. Los hijos de Leví que reciben el sacerdocio tienen a su favor un
precepto de la Ley, en virtud del cual pueden recibir el diezmo del pueblo,
esto es, de sus hermanos, no obstante ser también ellos de la estirpe de
Abraham. Al contrario, aquél, que no venía de Abraham, recibió los diezmos de
Abraham y bendijo a aquel a quien fueron hechas las promesas. No cabe duda que
el menor es bendecido por el mayor. Y aquí son ciertamente los hombres mortales
los que reciben los diezmos, pero allí uno de quien se da testimonio que vive.
Porque aún se hallaba en la entraña de su padre cuando le salió al encuentro
Melquisedec.
De donde se ve que yendo la Adoración de la Creación,
nosotros, a su Creador, y porque en su Caída la criatura “se inventó un dios”,
con los Atributos de la Divinidad pero desprovista de su Personalidad, es
decir, un Ser sin Espíritu, Dios mismo se levantó contra esa Invención y
diciendo “YO SOY EL QUE SOY”, Dios lo puso todo a los pies de su Espíritu, o
mejor dicho, llenó su Ser del Espíritu de que querían privarlo, por ser Santo,
y lo hizo hasta el punto de poner en las manos de su Espíritu Santo todos y de
cada uno de los Atributos de la Divinidad.
Esto en cuanto a la Respuesta del Dios de la Eternidad
y del Infinito a las Religiones Antiguas, el denominador común de las cuales
fue la Adoración por los Atributos y la transformación de Dios en un Ídolo de
Poder, propiedad universal común a todas las religiones no cristianas que
existen en la Tierra.
Pero observamos en la Historia de las Religiones
Antiguas que la Criatura es de por sí incapaz de proceder a la Adoración
Natural debida a su Divino Creador, y, fijando sus ojos en aquello que no posee
los Atributos de la Divinidad, tiende a adorar a Dios por su Todopoder y su
Omnipotencia y desterrar del Creador a Aquel que dice “YO SOY”. Y sin embargo
sabemos positivamente que es este Espíritu por el que Dios se merece toda
adoración y, si por el Poder solo fuera, la Religión sería cosa de demonios
para quienes en el Poder está la Gloria.
Nuestra Historia nos enseña, en lecciones duras, que
la línea que separa al sacerdote del demonio es muy sutil, y que el paso de lo
uno a lo otro comienza a hacerse cuando el sacerdote no busca en Dios “AL QUE
ES”, sino que busca a Dios por el Poder, pues no es sino natural que quien
ambiciona el todopoder se dirija a quien es Todopoderoso buscando en su Gloria
su gloria propia. Es una ley que hemos observado en los últimos cinco milenios
y seguimos viendo cómo la Religión, sujeta a la imposibilidad descrita arriba,
en lugar de engendrar santos deviene fuente de monstruosos asesinos, a cuya ley
no se escapó en ningún caso el cristianismo, como vemos en la Historia del
Papado, en la Reforma y en la Historia Ortodoxa de Bizancio.
De esta continuación de la ley antigua en el mundo
cristiano entendemos que la Libertad de los hijos de Dios le vino al mundo en
Promesa, y se mantuvo en el seno de la Iglesia Católica a la manera que está en
las entrañas de la Esposa la Descendencia de su Marido. Sujeta la Cristiandad a
la misma ley que venía operando la destrucción de tantas civilizaciones, era
solo natural que el Hijo de Dios viese en el Futuro la División de las iglesias
y profetizase la Noche de los Obispos en el seno de las Parábolas del
Sembrador; y, a la vez, habiéndose consumado el Matrimonio Sagrado en virtud
del cual se cumplía la Escritura, que dice: “Buscarás con ardor a tu Marido,
que te dominará”, habiéndose establecido por este Matrimonio la Fundación del
Cristianismo sobre una Roca Indestructible, la corrupción inherente a la ley
operante no podía destruir la Promesa por este mismo Pablo escrita, cuando dice
que “la creación entera espera la manifestación de los hijos de Dios”, o séase,
nosotros, quienes nacidos de ese Matrimonio Sempiterno ya no nos sujetamos a la
ley antigua y, por tanto, no tiene poder sobre nosotros la Ignorancia a la que
fuera confinado el Sacerdocio.
Pues aquel que sirve es esclavo de aquel al que sirve
mientras está a su servicio, y estando sujeto a las órdenes de quien le
contrata no participa de la libertad de quien es hijo de ese mismo al que
sirve, pues estando sujeto a la ley de la obediencia debida a sus cadenas se
relaciona por decreto y mandato con aquel que es su señor. Sujeta a orden la
obediencia del siervo procede de la orden y no del conocimiento, pues quien
manda dispone y quien obedece no pregunta, mas el hijo de ese mismo señor entra
y sale libremente de la casa de su padre y el conocimiento precede a la acción,
dado que siendo su padre, y aun siendo la orden la misma, el Señor con su hijo
no tiene secretos y le explica el porqué de las cosas, mientras que el siervo está
limitado a la acción.
Sujeta la Iglesia, pues, a servidumbre, según está
escrito: “Buscarás con ardor a tu marido, que te dominará”, y porque quedó de
esta manera establecida la Religión, era imposible, hablando ahora del Mundo
Natural, que de por sí mismo el hombre pudiese adorar a Dios “por el que es”,
pues no conociendo a Dios sino por sus Atributos, la Divinidad del que dijo “Yo
Soy el que Soy” quedó nublada por la visión del Poder de aquel que abriera las
aguas de un mar para abrirle paso a su creación. Así que, siendo imposible para
el hombre alcanzar el Conocimiento Verdadero de su Espíritu, dispuso Dios que
Aquél que estaba en El viniera a nuestro encuentro y nos descubriese “al que
es” en “el que era”, enseñándonos a Adorar a la Divinidad no en razón de su
Todopoder sino en razón de su Espíritu. Y de aquí que Pablo utilizase la
comparación entre Jesucristo y Melquisedec. Esto de un sitio, del otro:
Pues si la perfección viniera por el sacerdocio
levítico, (pues bajo él recibió el pueblo la Ley) ¿qué necesidad había de
suscitar otro sacerdote, según el orden de Melquisedec, y no denominarlo según
el orden de Arón? Mudado el sacerdocio, de necesidad ha de mudarse también la
Ley. Pues bien: aquel de quien esto se dice, pertenece a otra tribu, de la cual
ninguno se consagró al altar. Pues notorio es que Nuestro Señor nació de Judá,
a cuya tribu nada dijo Moisés tocante al sacerdocio. Y esto es aún mucho más
evidente en el supuesto de que, a semejanza de Melquisedec, se levanta otro
Sacerdote, instituido no en virtud del precepto de una ley carnal, sino de un
poder de vida indestructible, pues de Él se da este testimonio: “Tú eres
sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec”. Con esto se anuncia la
abrogación del precedente mandato a causa de su ineficacia e inutilidad,
pues la Ley no llevó nada a la perfección, sino que fue sólo introducción a una
esperanza mejor, mediante la cual nos acercamos a Dios.
Notamos, en consecuencia, que ya en Abraham latía la
Esperanza de Salvación Universal, y aunque en Promesa, era tal su fuerza como
para vencer el poder de su sangre y mover su brazo hacia lo alto, armado de
hierro, para sacrificar a su propio unigénito en el altar de la Encarnación.
Dios no llama a Abraham su siervo, sino su Amigo. Y en esta Amistad, latiendo
el Conocimiento Perfecto del Amigo Divino, negado a la Humanidad en función de
la Caída y sus efectos universales, tenemos en las entrañas de Israel a Cristo,
la Religión fundada no en la Adoración del Poder sino en la visión del Espíritu
del que dice “YO SOY EL QUE SOY”. Mas cuando llega la Hora de la Encarnación
notamos que la Ley Antigua debía seguir su Camino hasta nosotros, la
Descendencia en las entrañas de Cristo, “la manifestación de los hijos de Dios
que la creación entera esperaba ansiosa”, y debiendo bajar Jesús su brazo, a la
manera que Abraham el suyo, aunque en este caso contra el Imperio del Mundo, el
Cristianismo debía hacer su camino a la manera que hizo el suyo el pueblo
nacido de la Obediencia de Abraham, con la diferencia, se entiende, que aquélla
Obediencia dio paso a la Iglesia, y ésta, siendo la Esposa del Señor, es ya
religión sempiterna y está en la Casa de su Esposo como Señora al cargo de todo
aquello que se refiere a la Casa de su Señor, es decir, la Adoración de Dios en
tanto que Espíritu y no en tanto que Poder, pues el Poder es del Señor, su
Esposo.
La corrupción está en la elevación de quien es siervo
al trono de su Señor, reclamando para sí los poderes de su Señor, justificando
esta corrupción en la necesidad de los tiempos. Pues como sabemos quien tiene
por Señor a su Esposo recibe de su Señor Esposo todos los poderes debidos al
gobierno de su Casa y queda al cargo de las Llaves de la misma mientras el
Señor está fuera de la Casa; pero este Poder se refiere a la Casa de su Señor,
y no a la del vecino, por decirlo así, siendo la extensión del Poder de las
llaves del reino de los cielos a las puertas del Infierno una perversión
natural a la corrupción intrínseca a la Ignorancia bajo la que ejecuta su
acción el siervo mientras su señor está de viaje lejos de su casa.
Así que, habiendo procedido Dios a encarnarse a fin de
dejar tocar su Espíritu por los sentidos, la Revolución Fundacional del
Cristianismo vino a poner sobre la Mesa la Esperanza de Salvación Universal que
Abraham llevó en su Mente todos los días de su vida y que, por el Matrimonio de
Cristo con la Iglesia, recogida la Esperanza en el seno de quien es Eterno,
vino a cruzar los milenios sobre el tempestuoso mar de los siglos en la
indestructible barca de la Divinidad de su Fundador. Pues siendo la Religión
Antigua un Poder sujeto al arbitrio de la cabeza del momento, Dios venció de
antemano la consumación de la corrupción bajo cuya montaña de crímenes se
hundiera el Templo Antiguo, y que amenazaría al Nuevo Templo, estableciendo
para la Iglesia Una Sola y Única Cabeza Universal, su Hijo. Y dado que la
creación se hundió en la Caída en razón de la voluntad de quienes siendo
cabezas religiosas de sus mundos dirigieron sus cuerpos hacia la Guerra contra el
Espíritu Santo, Dios abolió toda Corona y Poder, hizo de todos los pueblos uno
solo, los fundió en uno solo y único y le dio por Cabeza a todo su Reino un
único Rey y Señor, su Hijo, a fin de que siendo Indestructible su Cabeza el
Cuerpo de la Creación participe de la Eternidad propia de su Creador, y siendo
la Voluntad del Rey y Señor el Impulso Sobrenatural e Incorruptible bajo el que
se mueve su Reino quede desterrado del Universo la Semilla de la Muerte, que
procedió a parir al Diablo, “la serpiente antigua”, y extender su Infierno,
primero en el Cielo, y finalmente en la Tierra. Deduciendo de cuyos actos
malignos se ve que el origen de la corrupción de la religión está en la
elevación de una criatura, sea sacerdote o rey, a la gloria de quien es la Única
y Sola Cabeza de las Iglesias: el Rey y Señor, Jesucristo. Conociendo lo cual,
porque él mismo era hebreo, Pablo vuelve a la constante figura de Melquisedec,
denunciando el Pontificado de Sucesión como origen de la Corrupción que se
consumaría en la destrucción del Templo Antiguo y cuya reedición conduciría a
la Iglesia Ortodoxia a ese mismo fin, primero en su forma bizantina, luego en
su forma rusa, habiendo dejado Dios un resto a fin de ofrecer misericordia.
Esto de una parte. De la otra, habiéndose dado el mismo estado de cosas durante
la coronación de Carlo Magno era solo natural que la Negación del Papado contra
la Corona Universal de Jesucristo condujera a la Iglesia de Occidente a aquella
Guerra Civil Europea que los historiadores nos han transmitido bajo el pomposo
nombre de “la Reforma”.
¿Esperanza fallida? ¡En absoluto! Pues el que es
Indestructible es Invencible, y debiendo regresar el Señor de su Viaje es solo
natural que el siervo que durante la ausencia de su Señor asumiera el poder
sobre su Casa ponga a los pies de su Señor el Pontificado y deje al Juicio de
su Señor el pago de sus errores y aciertos, y la Esposa, regresando su Señor a
Casa, disponga la Mesa. De manera que, en y por esta Disposición, se cumple esa
“esperanza mejor” de la que hablara Pablo, porque siendo profeta, según lo
escrito, que el espíritu de Jesús es el espíritu de la profecía, desde su carne
Pablo ya viera en compendio el viaje que le esperaba al Cristianismo desde el
Imperio de los Césares a nuestros días. Por lo que se atreviera a decir,
hablando de Jesús como Solo y Único Pontífice Universal de la Creación entera,
de la Presente como de la Futura:
Y por cuanto no fue hecho sin juramento — pues
aquéllos fueron constituidos sacerdotes sin juramento, mas éste lo fue con
juramento por el que le dijo: “Juró el Señor y no se arrepentirá: Tú eres
sacerdote para siempre” —, de tanta mejor alianza, se ha hecho fiador Jesús. Y
de aquéllos fueron muchos los hechos sacerdotes, por cuanto la muerte les
impidió permanecer; y es por tanto perfecto su poder para salvar a los que por
Él se acercan a Dios, y siempre vive para interceder por ellos. Y tal convenía
que fuese nuestro Pontífice, santo, inocente, inmaculado, apartado de los
pecadores y más alto que los cielos; que no necesita, como los pontífices,
ofrecer cada día víctimas, primero por sus propios pecados, luego por los del
pueblo, pues esto lo hizo una sola vez ofreciéndose a sí mismo. En suma, la Ley
hizo pontífices a hombres débiles, pero la palabra del juramento, que sucedió a
la Ley, instituyó al Hijo para siempre perfecto.
Ahora bien, si el hombre pudo haber alcanzado por sí
mismo este Modelo de Pontificado, establecido en la Santidad, la Inocencia y la
Incorruptibilidad inmarcesible propias del Espíritu Creador, en este caso Dios
sería el peor de los criminales, aquél que mata a su propio hijo. Mas
abogando la Historia en defensa de esta Imposibilidad, debiendo Dios, por Amor
a su Creación, hacerse carne en su Hijo y en la Cruz abrirse el Pecho para que
viéramos su Corazón, que no tiene en el Poder su Gloria sino en la Verdad y la
Justicia, y porque era imposible que una religión fundada en la Adoración del
Poder llevara a la Creación a la Visión del Espíritu del Creador, el Hijo bajó
su Brazo Todopoderoso y viendo el Espíritu del Padre se arrodilló ante su
Espíritu Santo, deviniendo por esta Adoración “perfecto”, y Pontífice Universal
Sempiterno. Amén.
IX
EL TESTAMENTO DE CRISTO JESÚS DE YAVÉ Y SIÓN
|