EL EVANGELIKOMAPERTURA DEL TESTAMENTO UNIVERSALDE CRISTO JESÚS DE YAVÉ Y SIÓN
CAPÍTULO QUINTO
EL
PONTIFICADO UNIVERSAL DE JESUCRISTO SEGÚN SAN PABLO
IX
Jesucristo, Vida al otro lado del Fin del Mundo
Tenemos, por consiguiente, que el problema es de Dios
en cuanto siendo suya la Idea de la Creación El mismo se crea a sí mismo el
Problema de la Convivencia con su Criatura y la debida articulación de la
Civilización procedente. Dios no procede exclusivamente a la creación de vida
en el espacio y el tiempo, sino que revoluciona la existencia misma de la Vida
al darle por etapa final de Evolución la misma Eternidad, haciendo de esta
manera participe a la criatura de la propiedad eterna de la vida de su Creador.
Felicidad perfecta en la que late la alegría del que es creado y a la vez nos
da cuenta de la inmensidad del problema que se plantea a sí mismo nuestro
Creador, en quien la Felicidad del que engendra supera la problemática y la
resuelve en la Personalidad de quien es Dios Verdadero y, aunque en una primera
instancia le cause la posición puño en barbilla, la victoria es siempre suya. Y
como dice el proverbio popular, “para no tener problemas sólo hay que estar
muerto”.
Ahora bien, los ignorantes y los perversos, los
primeros por propiedad de su ignorancia y los segundos por efecto de su maldad,
tienden a creer que Dios no tiene problemas. Y sin embargo basta abrir los ojos
a la luz del día para ver que Dios tiene un gran problema. Y que la misma
Actividad Creadora implica un constante y continuo movimiento en el universo de
los problemas.
La articulación de una Convivencia entre quienes somos
simples criaturas sin vida en nosotros mismos y dependemos en lo absoluto y en
lo particular de la Voluntad de nuestro Creador para mantenernos vivos, y una
Familia Divina cuya Naturaleza es Increada y su Ser se relaciona directamente
con el Infinito y la Eternidad, una Sociedad de este Tipo implica un tremendo y
complejo problema. Que teniendo su origen en la Voluntad de nuestro Creador le
toca a El buscar y encontrar la Respuesta, y que una criatura se atreva a
ofrecerla es síntoma visible de locura.
Pues las criaturas, no siendo más que el fruto de la
Voluntad de nuestro Creador, dependemos en lo particular y en lo absoluto de su
Omnisciencia y su Sabiduría y fuera de éstas la Ciencia deviene un instrumento
de destrucción, a nivel universal y particular, incluyendo en esta dimensión
científica a la propia Teología. Y así, todo teólogo que no sirve a Dios con su
pensamiento, sino que pone su pensamiento al servicio de un hombre, sea Papa,
Patriarca o Arzobispo, ¡comete delito contra Aquel al que se supone adora con
su Pensamiento, o sea, Dios! Pues el fin y el principio de la Teología es el
Conocimiento de Dios en cuanto Dios y desde el momento que donde se dice Dios
se pone Iglesia o Papado o Patriarcado o cualquier otra cosa, la Teología deja
de ser Ciencia de Dios para devenir ciencia de hombres, y siendo cosa de
hombres todo su contenido es muerte y destrucción, sobre lo cual está la
Historia del Cristianismo y de las Iglesias llena de ejemplos, en los que, en
todos juntos y uno por uno vemos cómo la División de las Iglesias, es decir, la
destrucción del Reino de Dios en la Tierra, encontró siempre en los teólogos su
mejor soldado al servicio del Diablo. Y así vemos en el autor de sus Epístolas
que su Teología está al servicio de Dios y jamás al servicio de Pedro, y que la
corrupción de las iglesias comenzó cuando los futuros Pablos quitaron a Dios
como Ser y pusieron su pensamiento al servicio de papas, emperadores,
patriarcas y reyes, sirviéndoles como siervos, renunciando de esta manera a la
Autoridad del Señor Jesucristo para poner a los pies de un hombre su genio.
Así pues, y volviendo a la Idea del Pontífice Universal,
Único y Sempiterno, y habiendo Uno, Solo y Único que vive por la Eternidad, y
es en su Naturaleza Dios de Dios, se entiende que cualquier discusión sobre el
Pontificado Universal que le afecte a la sustitución del que Dios Padre le dio
a la Religión de su Reino es, en el caso más comprensivo, locura, y en el caso
más directo, perversión maligna y rebelión infernal contra Aquel que Dios
eligió para mantenerse de pie delante de su Majestad Omnipotente y el Solo y
Único que vive eternamente ante su Presencia.
Nosotros, considerando la Ignorancia de la
Cristiandad, lo mismo de los Pastores que de los Rebaños, en función de los
Efectos surgidos a raíz de la Caída y Rebelión de los hijos de Dios contra
quien fuera su Padre, excusamos la Discusión sobre el Pontificado Universal en
la Ignorancia, a la vez que denunciamos la continuidad de su dialéctica como
Rebelión contra el Pontífice Universal Sempiterno, Jesucristo.
De donde se desprende que sólo hay un Pontífice
Universal, y la proyección de sus Poderes a un hombre es una perversión de la
Gloria de Jesucristo, la cual perversión por lógica había de proceder a poner
en marcha la ignominiosa Historia de los Papas, Patriarcas, Arzobispos,
etcétera, que no fue sino el resultado de la acción de aquéllos que quisieron
para sí lo que el Diablo para sí mismo, ¡la Gloria de Jesucristo!, el Diablo
fijando sus ojos en la de su Corona, y los Papas, Patriarcas y Arzobispos en la
de su Pontificado.
Mas volvemos a lo mismo, si la locura del Diablo fue
la manifestación de una Pasión Maligna, incurable e invencible por en cuanto
fue asumida con pleno conocimiento de causa, estando en posesión de sus plenas
facultades mentales, intelectuales y físicas su autor, en el caso de las
iglesias la locura está sujeta a la definición de lo pasajero, en virtud de la
ignorancia heredada de Adán, y, en consecuencia, la salud de las iglesias está
a los pies de su Señor. Ahora bien, si quienes aprovechando la Ignorancia de la
Cristiandad de Ayer aún Hoy quieren mantener contra el Señor los Atributos del
Pontífice Universal, Jesucristo, allá ellos con su Delito. Nosotros sólo
sabemos lo que el Espíritu Santo nos dijo, a saber:
El punto principal de todo lo dicho es
que tenemos un Pontífice que está sentado a la diestra del trono de la Majestad
de los cielos; ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, hecho por el
Señor, no por el hombre. Pues todo pontífice es instituido para ofrecer
oblaciones y sacrificios, por lo cual es preciso que tenga algo que ofrecer. Si
El morara en la tierra, ni podría ser sacerdote, habiendo ya quienes, al tenor
de la Ley, ofrecen oblaciones. Estos sacerdotes sirven en un santuario que es
imagen y sombra del celestial, según fue revelado a Moisés cuando se disponía a
ejecutar el tabernáculo: “Mira — se le dijo — , y hazlo todo según el modelo
que te ha sido mostrado en el monte”.
En este caso el Modelo que se le ofreció a los
Edificadores de la Iglesia lo vemos en el Concilio de Jerusalén del 49, donde
todos los Obispos se reúnen en calidad de Hermanos del Pontífice Universal,
Jesucristo, bajo cuya Autoridad hablan y a El únicamente le deben Obediencia,
manifestándose de esta manera el Señor en sus siervos para Edificación de toda
su Iglesia. Y hubiera sido una perversión maligna y demoníaca por parte de
Pedro haber condenado a Pablo por atreverse a cerrarle la boca y abrir la Cristiandad
a todas las naciones sin necesidad de la Ley del Judaísmo. Al contrario, siendo
el Único Infalible el mismo y único Señor de todos, Jesucristo, es este Señor
el que, estando todos los Obispos a su servicio, corrige a unos por los otros
para la perfección del magisterio de todos, y lo contrario, como se entiende
del Modelo Divino, a saber, que un Siervo anule la Autoridad de Dios y la
Obediencia debida de todos los siervos a su Señor Universal y sempiterno,
Jesucristo, y la sustituya por su voluntad, esto es una perversión maligna -de
darse contumacia invencible- del Sacerdocio cristiano por parte del siervo que
contra Dios y el Señor anula la Autoridad Divina y abole el Pontificado
Universal de Jesucristo mediante la locura de la Infalibilidad de un Siervo
contra todo el Concilio.
En este sentido la Historia de las iglesias desde
Pablo a nuestros días es una lucha entre la Muerte y la Vida contra la
materialización del Modelo por Dios levantado en el Monte, el Concilio del
Jerusalén. Vemos en él que es el Señor quien reúne a sus siervos y que ése
mismo Señor y Pastor Universal Supremo es el que actúa en Espíritu para
corregir cualquier problema en el movimiento universal del Momento. Esta es la
Relación entre el Creador y su Creación fundada por Dios en Persona para
subsistir por la Eternidad, y acorde a este Modelo Divino, siguiendo la
esperanza: “Así en la Tierra como en el Cielo”, las Iglesias se articulan
Conciliarmente bajo la Única Autoridad Infalible de Jesucristo, cuyo Espíritu
rige la sabiduría de sus siervos para el bien de todos, y lo contrario, que un
siervo se declare Infalible y anule la Autoridad de Dios Omnisciente y
Todopoderoso es un Delito de Rebelión contra el Señor Jesucristo, sobre el cual
tendrá que pronunciarse el interesado en nuestros días, justificando su delito
en la Ignorancia si hinca las rodillas y pone el efecto de su comportamiento a
los pies de su Señor, o declarando su Rebelión ad eternum, a imagen y semejanza
de la del Diablo, si procede a mantener su posición contraria en lo absoluto al
Modelo Divino.
Y siguiendo con el Espíritu Santo:
Pero nuestro Pontífice ha obtenido un ministerio tanto
mejor cuanto Él es mediador de una más excelente alianza, concertada sobre
mejores promesas. Pues si aquella primera estuviera exenta de defecto, no
habría lugar a una segunda. Sin embargo, vituperándolos, dice: “He aquí que
vendrán días, dice el Señor, en que concertaré con la casa de Israel y con la
casa de Judá un pacto nuevo, no conforme al pacto hecho con sus padres el día
en que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto, puesto que
ellos no permanecieron fieles en su alianza y yo me mostré negligente con
ellos, dice el Señor. Este será el pacto que yo haré con la casa de Israel
después de aquellos días, dice el Señor: Imprimiré mis leyes en su mente, y en
sus corazones las escribiré. Y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y
nadie enseñará a su conciudadano ni a su hermano, diciendo: Conoce al Señor;
porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor, porque me mostraré
indulgente con sus iniquidades, y de sus pecados jamás me acordaré”. Al decir
“un pacto nuevo”, declara envejecido el primero. Ahora bien, lo que envejece y
se hace anticuado está a punto de desaparecer.
De donde se ve que la Historia del Israel bíblico es
un paso por el mar Rojo de los siglos hasta llegar al Reino Universal de
Jesucristo, hacia el que caminaba el Judaísmo sin conocimiento perfecto de
causa, porque era imposible que el Hombre entendiera qué es lo que le estaba
pasando a su mundo y entendiéndolo siguiera en la obediencia a un Dios que,
pudiendo, no había determinado el cese de los efectos que arrancaran su curso
en la Mesopotamia Adánica y cuyo fin estaba conduciendo al mundo de los hombres
a su destrucción total. Y es que no habiendo visto por la experiencia la causa
por la que Dios alzó la Pena de Muerte contra la Guerra, existía la necesidad
absoluta e imperiosa de dicha experiencia, a fin de que por el conocimiento que
viene de los sentidos la Creación entera viese con sus ojos la razón por la que
Dios no puede soportar la Injusticia y la Corrupción, y amando la Verdad y la
Paz sobre todas las cosas, no sólo no aboliese la Pena de Muerte contra el
Transgresor a la Ley de la Vida sino que mantuviera su Eternidad aún sobre la
cabeza de su propio Hijo.
Desafortunadamente para nuestro mundo nos tocó ser el
campo de esa experiencia, por Dios vivida muchas veces y ninguna por sus hijos,
y que se resume diciendo que todo Mundo expuesto a la Ciencia del bien y del
mal acaba en el Polvo, pereciendo su esperanza de vida eterna en el fuego de su
propia demencia suicida. Pero observamos que podía oponérsele a esta Ley eterna
el razonamiento de que estando Dios por medio bien puede Dios vencer tales
consecuencias. Ahora bien, la inconsistencia de este razonamiento consiste en
que la Ciencia del bien y del mal, operando, requiere de la negación de la
participación de Dios en la Historia del Mundo, y de aquí la consecuencia.
Pero el conocimiento sin fundamento en la experiencia,
llevado a este nivel, procede a la incredulidad de la verdad en la respuesta, y
de aquí que Dios determinase fundar la Verdad, por la Eternidad, sobre los
fundamentos de la experiencia, que, en lo que a nosotros nos toca, consiste en
la sucesión de los acontecimientos que habían de conducir y conducen a nuestro
mundo a su destrucción, es decir: “Polvo eres y al polvo volverás”. Y de aquí
que, existiendo la Necesidad, dijese Dios que se mostró “negligente con
Israel”. Mas inmediatamente el Espíritu Santo dice:
Este será el pacto que yo haré con la casa de Israel
después de aquellos días, dice el Señor: “Imprimiré mis leyes en su mente, y en
sus corazones las escribiré. Y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y
nadie enseñará a su conciudadano ni a su hermano, diciendo: Conoce al Señor;
porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor, porque me mostraré
indulgente con sus iniquidades, y de sus pecados jamás me acordaré”. Al decir
“un pacto nuevo”, declara envejecido el primero. Ahora bien, lo que envejece y
se hace anticuado está a punto de desaparecer.
O sea, teniendo Dios misericordia de nuestro mundo y justificando el delito de Adán en la Ignorancia, en virtud de la cual la Gracia nos vino por la Sangre de Jesucristo, quiso Dios Pactar con nosotros, en cuanto Mundo, a fin de que, así como estableció la vida de Israel mientras existió el Pacto con los hijos de Abraham contra todos los poderes que la Muerte desató para borrar de la faz de la Tierra a los Hebreos, por este mismo Poder Invencible Dios hacía del Mundo Cristiano su Pueblo, de manera que sin abolir la Ley Eterna nos abre por la Fe una Esperanza de vida, de esta manera por la Fe cumpliéndose la Ley, y por la Esperanza dándosenos un Nuevo Principio. Ahora bien, sabemos por este Pacto entre Dios y nuestro Mundo, que nadie verá ese principio si no aquéllos a los que se refiere la Nueva Alianza, cumpliéndose así, para los que viven sin el Dios de la Eternidad, la Ley, y para los que vivimos a la luz de su Reino, Vida al otro lado del Fin del Mundo.
X El Testamento de Cristo y la Ley contra la Guerra
Aquí entramos en el mismo Sagrario. Dejamos de
merodear por el exterior de la Existencia de la Divinidad para, deviniendo sus
familiares, tener acceso de lleno a la propia esencia de quien es en sí y de
por sí “la Vida Eterna”; dejamos de maravillarnos de ser “barro” que habla,
figuras de polvo animadas de vida divina, para correr hacia nuestro Creador y
seguirle por los campos de nuestro tiempo como sigue el Rebaño a su Pastor, el
ejército a su Rey, el hijo a su padre, unidos en una misma marcha contra la Muerte.
Nada nos detiene, nuestro paso está marcado, nuestra victoria escrita en los
ojos del Dios de la Eternidad, ¿y quién le arrancará la visión de nuestra
Victoria de su Mente? Acusados, sentenciados, golpeados, escupidos e
injustamente maltratados, las cicatrices de nuestra batalla permanecen para
memoria de nuestros huesos. Y en la eternidad el recuerdo de nuestra Victoria
será el núcleo contra el que ha de estrellarse por siempre la tentación del
regreso al infierno del que saldremos y contra el que nuestra Fe levantará una
Civilización Nueva al otro lado del Fin que se acerca. Nuestra carne caminaba a
este Fin desde que dijera el Juez de su Creación: “Polvo eres y al polvo
volverás”. No hay miedo al Fin, sino alegría por el Principio que pareció habernos
sido arrebatado el día que nuestro Campeón fue escupido, golpeado, injustamente
maltratado y finalmente crucificado como un vulgar despojo. ¿No fue ése el día
de nuestro nacimiento? Murió El para que nosotros viviéramos; no hay necesidad
de nuestra muerte. Para regalarnos la vida se dejó quitar la suya. Jurando así
Dios sobre su sangre que muriendo El quedaba su Descendencia exenta de muerte.
Alegría pues, y todos a por la Victoria. Y ahora al lío. Dice el Espíritu
Santo:
Y el primer pacto tenía su ceremonial y su santuario
terrestre. Fue construido un tabernáculo, y en él una primera estancia, en que
estaban el candelabro, y la mesa, y los panes de la proposición. Esta estancia
se llamaba el Santo. Después del segundo velo, otra estancia del tabernáculo,
que se llamaba el Santo de los Santos, en el que estaba el altar de oro de los
perfumes y el arca de la alianza, cubierta toda ella de oro, y en ella un vaso
de oro que contenía el maná, la vara de Arón, que había reverdecido, y las
tablas de la alianza. Encima del arca estaban los querubines de la gloria, que
cubrían el propiciatorio. De todo lo cual nada hay que decir en particular.
Dispuestas así las cosas, en la primera estancia del tabernáculo entraban cada
día los sacerdotes, desempeñando sus ministerios; pero en la segunda, una sola
vez en el año entraba el pontífice solo, no sin haber ofrecido la sangre en
expiación de sus ignorancias y las del pueblo. Quería mostrar con esto el
Espíritu Santo que aún no estaba expedito el camino del santuario mientras el
primer tabernáculo subsistiese. Era esto figura que miraba a los tiempos
presentes, pues en aquel se ofrecían oblaciones y sacrificios, que no eran
eficaces para hacer perfecto en la conciencia al que ministraba, pues eran sólo
sobre alimentos, bebidas y diferentes lavatorios y preceptos de una justicia
carnal establecidos hasta el tiempo de la rectificación.
Teníamos, por tanto, en el Templo de Jerusalén la
Promesa del Perdón de todos los pecados del mundo en la Sangre del Cordero de
Dios, que El ofrecería en Expiación de todos los delitos cometidos por el
Género Humano desde la Caída de Adán, estableciendo esta Redención en la
Ignorancia del Transgresor, quien habiendo sido engañado por un hijo de Dios,
no de esta creación, sin saber lo que hacía alzó el hacha de guerra contra las
naciones “en la fe de obtener por la violencia del Poder lo que mediante la Paz
de la Sabiduría le vendría dado por herencia del Espíritu Santo”.
Pero ... Dios ofreció su Cordero a distancia -infinita
respecto al día de la Caída-, por esta distancia quedando condenados a
destrucción naciones enteras que por el Delito de “aquel hijo de Dios” fueron
entregadas a la ruina. ¿Cómo iba Padre tan excelente permitir que le fueran
arrebatados tantos hijos sin abrirse en el Tiempo un agujero de horror y
terror, viniendo como consecuencia a brotar de la fuente del Amor, de la que El
mismo Dios sacia su sed y de cuyo manantial escancia en la copa de su Espíritu
la alegría que viene del que es amado con pasión que no muere nunca? ¿Cómo iba
a permitir El que de esta divina fuente brotase el agua maldita del miedo a la
Omnipotencia y al Todopoder de Dios? Magnífico en su Ciencia, brillante en su
Sabiduría, delicioso en su Corazón, estableció Dios, sobre la Sangre de su
Cordero, desde entonces y para siempre, que todos sus hijos volverían a sus
manos, y en el Día del Juicio Final todos sus hijos, de esta creación, tendrían
por Defensor de su Causa a Aquel mismo que por nuestra causa se entregara a la
injusticia que viene de la Ignorancia, para establecer sobre la Justicia que
viene de la Sabiduría nuestro Conocimiento de Dios, y lo que es más importante,
hacer que de su sangre brotara el agua divina del Amor al Creador de todas las
cosas, quedando de esta manera milagrosa la relación del Creador con su
Creación establecida no en el Miedo a un Ser que es Indestructible y
Todopoderoso sino en el Cariño que procede per se de padre a
hijo, aun cuando el primero es Dios y el segundo sólo una criatura tomada de
barro.
Pero Cristo, constituido Pontífice de los bienes
futuros y penetrando en un tabernáculo mejor y más perfecto, no hecho por manos
de hombres, esto es, no de esta creación; ni por la sangre de los machos
cabríos y de los becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre
en el santuario, realizada la redención eterna. Porque si la sangre de los
machos cabríos y de los toros y la aspersión de la ceniza de la vaca santifica
a los inmundos y les da la limpieza de la carne, ¡cuánto más la sangre de
Cristo, que por el espíritu eterno a sí mismo se ofreció inmaculado a Dios,
limpiará nuestra conciencia de las obras muertas para dar culto al Dios vivo!
Por esto es el mediador de una nueva alianza, a fin de que, por su muerte, para
redención de las transgresiones cometidas bajo la primera alianza, reciban los
que han sido llamados las promesas de la herencia eterna.
Aleluyas, pues, en los espacios infinitos, y amenes en
las dimensiones eternas, porque el Creador no renunció a su Creación, ni dobló
la cabeza como quien da por consumada la ruina de su aspiración gloriosa, sino
que, exaltándose, en su Verdad invencible levantó sus brazos para, dejándose
crucificar, mostrar su Indestructibilidad en el Acto de la Resurrección.
¡Cantad, poetas, salmos nuevos al arpa de seis
cuerdas, la que habla con la voz de la tormenta, batid rayos y truenos contra
el pellejo que antes hablara gritos de guerra!
Miradme estrellas, estoy ensangrentado, acribillado
por el cuchillo de los milenios, atrapado entre las sábanas de una visión que
no se va de mi cabeza.
Despierta, Humanidad, levántate de tu sueño. No es
hora de promesas. A vestirse que ya el Día alborea.
Ay mi cabeza, dura como el hierro, mi voluntad como el
diamante que jamás se quiebra. Siento el metal en mis huesos como juramento
escrito con tinta de fuego.
Corramos. La Victoria es nuestra.
Así pues, lo que había sido constituido bajo juramento
como Promesa sempiterna tenía que vestirse de carne y derramar su sangre con
objeto de quedar sellada la Nueva Alianza entre Dios y su creación entera.
Porque si por un único hombre todo el mundo fue entregado a la ruina, era solo
natural que siendo Dios el que era la Restitución del Género Humano a su
Creador implicase una Alianza Nueva entre todas las naciones y el Dios de todas
ellas. ¿Porque conociendo a Dios, hay algo más natural que Dios no se dejase
intimidar por el Infierno y aceptase el reto de una Guerra Total contra su
Creación por parte de la Muerte? Y no sólo era natural, sino que de no haberla
aceptado no amáramos a Dios bajo ningún concepto, y como el amor por ley no
puede ser impuesto a quien es libre y está en posesión de todas sus facultades
ontológicas, ni el mismo Dios puede hacer que el infierno se convierta, fue Su
Sí Total a la Guerra la Afirmación que hizo brotar espontáneamente en todas sus
criaturas, las de esta creación como en las de las anteriores, el Amor al
que es, quedando así fundada la relación entre Creador y Criatura, de una
vez y para siempre, en el Amor de un padre a sus hijos y no en el Miedo a un
Ser todopoderoso y omnipotente. Sobre lo cual hay que decir mucho, pero no será
en este momento.
Porque donde hay testamento es preciso que intervenga
la muerte del testador. El testamento es valedero por la muerte, pues nunca el
testamento es firme mientras vive el testador. Y ni el primero fue
otorgado sin sangre; porque, habiendo leído al pueblo todos los preceptos de la
Ley de Moisés, tomando éste la sangre de los becerros y de los machos cabríos,
con agua y lana teñida de grana e hisopo, asperjó el libro y a todo el pueblo,
diciendo: “Esta es la sangre de la alianza que Dios ha contraído con
vosotros”. Y el mismo tabernáculo y los vasos del culto los asperjó del
mismo modo con sangre, y, según la Ley, casi todas las cosas han de ser
purificadas con sangre, y no hay remisión sin efusión de sangre.
De una Promesa saltamos a otra. Si por la primera el
Mundo quedó en suspense y la creación entera contuvo el aliento a la espera de
su realización, máxime cuando el pueblo al que se le dio por misión mantener
vivo su fuego fue una nación pequeñita, sin apariencia ni fuerza delante de las
naciones, y para mayor dificultad -si cabe- sujeta a la misma ley de ignorancia
que tenía esclavizado al resto del mundo, pues de no haber existido ignorancia
hubiera sido innecesario el templo y sus sacrificios expiatorios, y por esta
ignorancia y aquella debilidad la promesa de victoria parecía diluirse en las
aguas turbulentas de los siglos hasta llegar al Pesebre donde- se dice- naciera
Aquel nacido para ser el Cordero de Dios ... Y porque había nacido para ser el
Cordero precisamente Aquel que resucitara para ser el Rey, la Promesa de Su
Reino Universal en la Tierra quedaba de nuevo en suspense, y a la creación
entera, aunque coronada, volvía a llenársele de lágrimas el rostro; mas si las
primeras lágrimas fueron de temor ante lo desconocido, a saber, la Victoria de
Cristo Jesús, y en su sabor la desolación se apercibía, en las segundas, aunque
terribles sobre la sangre de tantos inocentes llevados al matadero del
Sacrificio, el cántico de los sacrificados en el altar de la Redención endulzó
con el grito de victoria el paso del Cristianismo por los siguientes siglos,
luciendo al final de la Noche de los Obispos la Vida espléndida de la Promesa
que sellara con su sangre el Rey, de traer a luz Descendencia de su Espíritu.
De Promesa a Promesa, de una Descendencia a otra, de
la Descendencia de Abraham a la Descendencia de Cristo. Y si la primera estaba
predestinada al Sacrificio, la segunda, muriendo los primeros para que nosotros
viviéramos, vivimos para una Promesa de vida.
Era, pues, necesario que las figuras del santuario
celestial fuesen purificadas, pero el santuario mismo del cielo había de serlo
con más excelentes sacrificios; que no entró Cristo en un santuario hecho por
mano de hombres, figura del verdadero, sino en el mismo cielo, para comparecer
ahora en la presencia de Dios a favor nuestro. Ni para ofrecerse muchas veces,
a la manera que el pontífice entra cada año en el santuario en sangre ajena; de
otra manera sería preciso que padeciera muchas veces desde la creación del
mundo. Pero ahora una sola vez, al cumplirse los siglos, se manifestó para
destruir el pecado por el sacrificio de sí mismo. Y por cuanto a los hombres
les está establecido morir una vez, y después de esto el juicio, así también
Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para tomar sobre sí los
pecados de todos, por segunda vez aparecerá, sin pecado, a los que le esperan
para recibir la salud.
De donde se ve que establecida la Necesidad quiso Dios
hacer de su consumación sello con el que hacer inaccesible a los siglos el
testamento de su Hijo. Y como habiendo descendencia es el hijo el que hereda y
la madre la que dispone de todas las cosas hasta la mayoría de edad del
heredero de su esposo, viendo el Espíritu Santo esta disposición dio testimonio
del Futuro diciendo “pero esperamos la libertad de los hijos de Dios”, hablando
así en nombre de la creación entera. Pues, en efecto, habiendo declarado Dios
pasado todo lo Antiguo y estableciendo su Reino sobre el Fundamento de la
Gloria “sola y única” de su Hijo Primogénito, declarando el Fin del Imperio y
anunciando el principio del Reino Universal de su Unigénito, era solo natural
que el Rey fuese coronado delante de toda la casa de Dios y regresase a su
Mundo para sentarse en Su Trono sempiterno, quedando de esta manera nuestro
mundo a la espera de la consumación de los tiempos, sobre cuyo Fin, “polvo eres
y al polvo volverás”, dispuso Dios por la Sabiduría que viene de la experiencia
que se estableciese en la Inteligencia de toda su creación la Causa por la que
Él ha establecido Prohibición, bajo pena de muerte, contra la Guerra.
No nos queda más que unir nuestro pensamiento al de
Dios, nuestro Rey, y declarar la Abolición de la Guerra, y Afirmar Declaración
de Pena de Muerte contra todo “el que coma del fruto del árbol prohibido”. Esta
es la Ley del Reino de Dios, la Ley que transgredió el Primer Hombre.
Porque la Guerra es el fruto del árbol de la Ciencia
del bien y del mal, bendito sea Dios por haber mantenido la Ley contra la
sangre de su Hijo, bendito por haber hecho manar de esa sangre su Reino, y
bendito de nuevo por haberle dado la Corona de su Reino a Aquel que derramó su
Sangre antes que hacer de su Brazo un hacha de guerra.
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