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SALA DE LECTURA |
LA HISTORIA EMPIEZA EN SUMER
XXIV MUERTE DEL DRAGON EL PRIMER SAN JORGE
Ya he dicho que la palabra Kur designaba,
entre los sumerios, el espacio vacío comprendido
entre la corteza terrestre y el Mar Primordial que se hallaba debajo y que
agitaban permanentemente furiosas tempestades. Pero, según parece, con esta
misma palabra también se designaba al Dragón monstruoso encargado de domeñar
esas Aguas subterráneas.
La lucha con el dragón seguida de su muerte es un tema que se encuentra en la
mitología de la mayor parte de los pueblos. Especialmente en Grecia, donde
abundan las leyendas dedicadas a dioses y a héroes, no hay casi ninguno de esos
personajes fabulosos que no haya dado muerte a su dragón; Heracles (por otro
nombre Hércules) y Perseo fueron los más célebres de entre ellos. En la época
del cristianismo fueron los santos los encargados de realizar esta hazaña, como
lo atestiguan la historia de san Jorge y todas las demás que se le parecen.
Sólo varían los nombres de los personajes y las circunstancias que rodearon el
hecho, según el país y las leyendas. Pero, ¿de dónde vienen todos estos
relatos? Como la lucha a muerte con el Dragón era un tema familiar de la
mitología sumeria ya desde el tercer milenio a. de J. C, tenemos derecho a
suponer que, tanto las leyendas griegas como las que vemos reaparecer al
principio del cristianismo, se habían originado en Sumer.
Conocemos actualmente tres versiones, al
menos, de la lucha a muerte con el Dragón,
tal como la referían hace más de treinta y cinco siglos los mitógrafos
sumerios. Los protagonistas de dos de estas versiones son dioses, pero el héroe
de la tercera, Gilgamesh, es un mortal como san Jorge, de quien es lejano
antepasado. Por otra parte, resulta ser en el prólogo de un poema dedicado a
otra hazaña de Gilgamesh donde se evoca la leyenda
de Enki y el Dragón. El combate tuvo lugar, según parece, poco después de
haberse separado el cielo y la tierra. En cuanto al dragón, también parece que
se trata, ni más ni menos que de aquel demonio de las Aguas de quien ya hemos
hablado. Digo que parece ser ese personaje, porque, desgraciadamente, sólo
disponemos de una docena de líneas lacónicas para poder reconstruir la leyenda.
Habiendo, pues, Kur raptado del cielo a
una diosa, Ereshkigal (y ello hace pensar en el rapto de Perséfona), Enki embarca y se dirige a su encuentro. El monstruo lucha
con furor, tira piedras contra Enki y su barca y desencadena contra ellos las
aguas del Mar Primordial que estaban bajo su mando:
Después
que An se hubo llevado el cielo;
Después
que Enlil se hubo llevado la tierra;
Después
que Ereshkigal hubo sido raptada por Kur, como su presa;
Después
de haberse hecho a la vela, después de haberse hecho a la vela,
Después
que el Padre se hubo hecho a la vela contra Kur,
Después
que Enki se hubo hecho a la vela contra Kur,
Contra el Rey, Kur lanzó pedruscos,
Contra Enki disparó grandes piedras,
Sus pedruscos, piedras de la mano,
Sus grandes piedras, piedras de las cañas «danzantes»,
Aplastaron la quilla de la barca de Enki
Combatiendo, como una tempestad al asalto.
Al ataque del Rey, el agua de proa
Devoraba como un lobo,
Al ataque del Rey, el agua de popa
Embestía como un león.
El autor del poema no dice nada más. No le interesaba extenderse sobre la historia de Enki y el
Dragón en un poema que él dedicaba a la leyenda de Gilgamesh. Ignoramos, por
consiguiente, cuál fue el resultado del combate. Pero es casi seguro que la
victoria se inclinó por el lado de Enki. Y podemos muy bien suponer que el
poeta inventó el mito del Dragón, con el propósito de explicar por qué, en los
tiempos históricos en que él vivía, se consideraba a Enki como un dios del Mar,
y por qué su Templo de Eridu se llamaba el Abzu, término que, en sumerio,
significa «el mar».
Volvemos a encontrar el mismo tema del
combate a muerte con el Dragón en otro poema de una
extensión de más de 600 líneas, titulado: La
gesta del dios Ninurta. Para reconstruirlo se han utilizado muchísimas
tablillas y fragmentos, de los cuales muchos todavía no se han publicado.
Esta vez, el «personaje
antipático de la pieza», el «villano», no es el monstruo Kur, sino Asag, el
Demonio de la Enfermedad, que mora en el Kur, es decir, en los Infiernos. El
héroe del relato es Ninurta, el dios del Viento Sur, quien pasaba por ser el
hijo de Enlil. Pero el que desencadena el drama es Sharur, personificación de
las armas del dios.
Por un motivo que ignoramos, el tal Sharur
es el enemigo del demonio Asag. Empieza alabando largamente las virtudes
heroicas y las hazañas de Ninurta y a
continuación exhorta al dios a atacar al monstruo y matarle. Ninurta sale al
encuentro de Asag, pero, a lo que parece, su contrincante es demasiado
contrincante para él, puesto que Ninurta «huye como un pájaro». Sharur le
endilga otro discurso para tranquilizarle y darle ánimos, con tan brillante
efecto que, seguidamente, Ninurta ataca furiosamente al demonio con todas las
armas de que dispone y lo mata.
Pero la muerte de Asag provoca un desastre en Sumer. Las aguas furiosas del Mar Primordial se lanzan al ataque de la tierra e impiden que el agua dulce se extienda por los campos y jardines; y los dioses que, hasta entonces, llevaban «el pico y el cesto» de Sumer, o sea, dicho en otras palabras, que velaban por el buen funcionamiento de la irrigación y los cultivos del país, están desesperados. El Tigris ya no tiene crecidas; y el agua que transcurre por su cauce ha dejado de ser «buena».
Terrible era el hambre; no se producía nada.
Nadie se «lavaba
las manos» en los arroyos.
Las aguas no subían.
Los campos no estaban irrigados:
No se cavaban fosos de irrigación,
No había
vegetación en todo el país;
Sólo
crecían las malas hierbas.
Entonces el Señor
aplicó a esta situación su espíritu vigoroso;
Ninurta, hijo de Enlil, creó grandes cosas.
Ninurta entonces amontona las piedras en el Kur, y edifica con ellas una gran muralla para proteger Sumer; las «poderosas» aguas del Mar Primordial quedan contenidas y ya no pueden remontarse más a la superficie de la tierra. Inmediatamente, Ninurta recoge las aguas que habían inundado el país y las hace desaguar en el Tigris. El rio se desborda, y su crecida vuelve a irrigar los campo:
Lo que había
dispersado, él lo ha reunido;
Lo que se había
dispersado del Kur,
Él
lo ha conducido y echado luego al Trigis.
Las altas aguas, el Trigis las vierte
sobre los campos.
Y he aquí
que entonces todo lo que hay en la tierra
Se ha alborozado a lo lejos, a causa de
Ninurta, el Rey del país.
Los campos han producido grano en
abundancia,
La viña
y el huerto han dado sus frutos,
La mies se ha amontonado en las colinas y
en los graneros.
El Señor
ha hecho desaparecer el luto que reinaba en la tierra
Y ha henchido de gozo el espíritu de los dioses.
No obstante, Ninmah, madre de Ninurta, se
entera de las heroicas hazañas de su hijo, y al
pensar en los peligros que ha corrido se siente presa de una gran zozobra; está tan impaciente por
verle de nuevo que ya no puede conciliar el sueño en su «dormitorio». Ella
quisiera que él le permitiese que acudiera a visitarle y a contemplarle.
Ninurta escucha su ruego. Cuando ella llega, él la contempla con el «ojo de la
vida» y le dice:
«Oh,
Señora, porque tú has querido venir al Kur,
Oh,
Ninmah, porque a causa de mí,
tú
quisieras penetrar en este país hostil,
Porque
tú no temes el horror de la batalla
que
se desarrolla a mí alrededor,
Quiero que
la colina que yo, el Héroe, he amontonado,
Tenga
por nombre Hursag y que tú seas su Reina.»
Entonces bendijo Hursag la montaña, para que pudiera producir toda clase de plantas, además de
vino y miel, árboles de diversas especies, oro, plata y bronce, ganado mayor,
carneros y todas las demás variedades de «animales de cuatro patas». A
continuación, Ninurta se dirige a las piedras: maldice a aquellas que tomaron
partido contra él mientras combatía al demonio Asag, y bendice aquellas otras
que le permanecieron fieles. Por su estilo y su acento, este pasaje recuerda
aquel otro, en el Génesis (capítulo XLIX), en el que los hijos de Jacob son
benditos y malditos alternativamente. El poema termina con un largo himno a
honor y gloria de Ninurta.
La tercera leyenda sumeria que evoca la
lucha a muerte con el Dragón está relatada en un
poema que yo he titulado Gilgamesh y el País
de los Vivos. El texto está incompleto; las catorce tablillas y fragmentos
descubiertos hasta la fecha no permiten más que la restitución de 164 líneas,
que, sin embargo, bastan para persuadirnos de que este poema debió de ejercer,
tanto desde el punto de vista afectivo como del artístico, un doble atractivo
considerable sobre el público sumerio, que, por lo demás, si de algo peca era
de ser excesivamente crédulo. La obra en cuestión deriva su fuerza poética de
su tema principal: la angustia del hombre ante la muerte, y la posibilidad que
tiene el hombre de sublimarla procurándose una gloria inmortal. El autor supo
elegir muy inteligentemente las peripecias de su argumento, y los detalles con
que la adorna son los más apropiados para realizar los penetrantes acentos que
en él predominan. También el estilo es muy notable; el poeta ha logrado obtener
el efecto rítmico apropiado, utilizando hábilmente los procedimientos de la
repetición y del «paralelismo». En resumen, este poema es una de las más bellas
obras literarias sumerias que han llegado a nuestro conocimiento. Se puede
resumir del siguiente modo:
El «señor»
Gilgamesh, rey de Uruk, sabe muy bien que llegará un día en que tendrá que irse
de este mundo, como todos los mortales. Pero, antes de morir, quiere, al menos,
«elevar su nombre», y, en consecuencia, toma la decisión de dirigirse al lejano
«País de los Vivos», sin duda para talar los cedros y llevárselos a Uruk.
Confía este proyecto a su fiel servidor y amigo Enkidu, y este último le
aconseja que no emprenda nada antes de haber comunicado sus intenciones al dios
del sol, Utu, quien vela por el país de los cedros.
Gilgamesh sigue el consejo de Enkidu;
lleva ofrendas a Utu y le pide su ayuda y asistencia en el curso de su viaje al «País de los Vivos». Al principio parece como si Utu dudara que
Gilgamesh tuviera nada que hacer en dicho país. Pero el héroe insiste con tal
elocuencia que consigue convencer al dios. Utu le promete su apoyo; el texto
nos permite suponer que el dios se propone neutralizar a siete demonios muy
ariscos (personificación de los meteoros destructores) que podrían poner a
Gilgamesh en peligro cuando éste atravesara las montañas que se levantan entre
Uruk y el «País de los Vivos». Gilgamesh se pone loco de alegría y reúne en
Uruk a cincuenta compañeros, personas todas ellas sin trabas ni lazos
familiares, que no tienen ni «casa» ni «madre», y están dispuestos a seguirle
dondequiera que vaya y haga lo que haga. A continuación les hace confeccionar las armas indispensables,
y acto seguido la pequeña tropa se pone en
marcha.
No sabemos exactamente lo que les acontece
a Gilgamesh y a sus compañeros cuando han
conseguido franquear la séptima montaña, porque el pasaje correspondiente a
este episodio en el texto está lleno de lagunas. En el sitio en que el texto
vuelve a ser legible nos enteramos de que el héroe se ha quedado dormido en
profundo sueño; uno de sus hombres se esfuerza en despertarlo y sólo lo logra a
duras penas. Gilgamesh vuelve a recobrar su lucidez; sólo que ha perdido demasiado
tiempo y jura por la vida de su madre Ninsun y por la vida de su padre
Lugalbanda que él penetrará en el «País de los Vivos» y que nadie, ni hombre ni
dios, podrá evitarlo.
No obstante, Enkidu le suplica que se
vuelva atrás, recordándole que el guardián de los cedros
es el terrible monstruo Huwawa, que mata a todos aquellos a quienes ataca. Pero
Gilgamesh no hace caso de este prudente consejo. Está persuadido de que si
Enkidu le presta decidida ayuda, ningún percance podrá ocurrirle; por lo tanto,
le exhorta a que venza sus temores y a que prosiga adelante junto a él.
Al acecho, en su «casa de cedro», el monstruo Huwawa ve acercarse a Gilgamesh,
acompañado de Enkidu y los demás compañeros de aventura. Furioso, intenta
ponerlos en fuga, pero es en vano. En este lugar del poema el texto presenta
una laguna de varias líneas. Enseguida nos enteramos de que Gilgamesh, después
de haber abatido siete árboles, se encuentra cara a cara con Huwawa, en la
misma estancia, según parece, en que se halla este último. Cosa extraña: apenas
Gilgamesh se lanza a atacarle, el monstruo es presa de un terror pánico. Huwawa
dirige una plegaria al dios del sol, Utu, y suplica al héroe que no lo mate.
Gilgamesh está inclinado a mostrarse clemente y, en frases que tienen el aire de
ser un enigma, propone a Enkidu devolver la libertad a Huwawa. Pero Enkidu
estima que ello sería una imprudencia. Al oír esto, el monstruo se indigna.
Para terminar de una vez, los dos compadres le cortan la cabeza y en paz. Según
parece, acto seguido llevan el cadáver a Enlil y a Ninlil. No sabemos nada de
lo que pasa más adelante, porque, después del pasaje que acabo de resumir, no
quedan del texto más que algunas líneas fragmentarias.
He aquí la traducción literal de las partes más inteligibles del poema:
El señor hacia el país de los vivos volvió su espíritu,
El señor Gilgamesh, hacia el País de los Vivos
volvió su espíritu; Y dijo a su servidor Enkidu:
«Oh, Enkidu, el ladrillo y el sello
no han traído aún el término fatal.
Yo quisiera penetrar en el País, yo quisiera "elevar" mi nombre,
En aquellos sitios donde otros nombres han sido
"elevados",
yo quisiera
"elevar" mi nombre,
En aquellos sitios donde no
han sido "elevados" otros nombres,
yo quisiera
"elevar" los nombres de los dioses.»
Su servidor Enkidu le responde;
«Oh, dueño mío, si tú quieres penetrar en el "País",
advierte a Utu,
Advierte a Utu, el héroe Utu—
El País está guardado por Utu,
El País de cedro talado es el héroe Utu quien lo guarda—
¡advierte a Utu!»
Gilgamesh se apoderó de un cabrito blanco;
Y estrechó contra su pecho un cabrito pardo, una ofrenda.
En su mano tomó el bastón de plata de su...
Y dijo a Utu el celeste:
«Oh, Utu. yo quisiera penetrar en el País, sé tú mi aliado.
Yo quisiera penetrar en el País del cedro talado, sé tú mi
aliado.»
Utu el celeste le respondió:
«Es verdad que tú eres..., pero ¿qué eres tú para el País? —
Oh, Utu, quisiera decirte una palabra, presta oído a mi voz:
Quisiera que esta palabra llegara hasta ti, presta oído;
En mi ciudad el hombre muere, con el corazón oprimido;
El hombre perece, el
corazón está agobiado.
Yo he echado un vistazo por encima de la muralla,
He visto los cadáveres... flotando en el río.
En cuanto a mí, mi suerte será la misma; en verdad, es así.
El mayor de los hombres no puede tocar el cielo,
El más gordo de los hombres no puede cubrir la tierra.
El ladrillo y el sello no han traído todavía el término fatal,
Yo quisiera penetrar en el País, yo quisiera "elevar" mi
nombre
En aquellos sitios donde otros nombres han sido
"elevados";
yo quisiera
"elevar" mi nombre
En aquellos sitios donde no
han sido "elevados" otros nombres,
yo quisiera
"elevar" los nombres de los dioses.»
Utu aceptó, pues, su llanto, a guisa de ofrenda.
Como a un nombre lastimero, le concedió su lástima,
Los siete héroes, hijos de una misma madre, Se los llevó a las grutas de las montañas.
Aquel que abatió el cedro se comportó alegremente,
El señor Gilgamesh se comportó alegremente,
En su ciudad, como un solo
hombre, él ...,
Como dos compañeros, él ...,
«¡Quién tiene una casa tiene su casa! ¡Quién tiene una madre tiene
su madre!
¡Que los hombres solos que hubieran hecho lo que yo he hecho,
en número de cincuenta, vengan a mi lado!»
¡Aquel que tenía una casa tiene su casa!
¡Aquel que tenía una madre tiene su madre!
Los hombres solos que hubieran hecho lo que él ha hecho,
en número de cincuenta, se fueron a su lado.
A la casa de los herreros
dirigió sus pasos,
El... el hacha..., su «Poder de heroísmo», los hizo fundir allí.
Hacia el jardín... de la llanura encaminó sus pasos,
El árbol-...,
el sauce, el manzano, el boj, el árbol-...,
él los abatió.
Los «hijos» de la ciudad que le habían acompañado los tomaron en sus manos.
Las quince líneas que siguen están llenas de blancos. Cuando el texto vuelve a aclararse, nos enteramos de que Gilgamesh se ha quedado dormido después de haber franqueado las siete montañas. Uno de sus compañeros se esfuerza en despertarle:
Le tocó, pero no se levantaba;
Le habló, pero no le respondía.
«Tú que estás yaciendo, tú que estás yaciendo,
Oh, Gilgamesh, señor, hijo de Kullab,
¿cuánto tiempo permanecerás yaciendo?
El País se ha ensombrecido, sobre él se han extendido las sombras.
El crepúsculo se ha llevado su luz,
Utu se ha dirigido, alta la
cerviz, hacia el seno de su madre, Ningal.
Oh, Gilgamesh, ¿cuánto tiempo permanecerás yaciendo?
No dejes que los "hijos" de tu ciudad, que te han
acompañado
Te esperen, de pie, al pie de
la montaña.
No dejes que la madre que te dio el ser
sea conducida a la
"plaza" de la ciudad.»
Gilgamesh consintió.
De su «Palabra de heroísmo» se cubrió como de un manto;
Su manto de treinta siclos
que llevaba en la mano,
se lo enrolló alrededor del pecho.
Como un toro, se irguió sobre la «Gran Tierra».
Y apretó sus labios contra el suelo; sus dientes castañeteaban.
«¡Por la vida de Ninsun, la madre que me ha dado el ser,
y por Lugalbanda, mi padre!
¿Me volveré como aquel que se sienta,
ante el asombro general,
sobre las rodillas de Ninsun,
la madre que me dio el ser?» Por segunda vez, dijo:
«Por la vida de Ninsun, la madre que me dio el ser,
y por Lugalbanda, mi padre,
Hasta que yo haya dado muerte
a ese hombre, si es que es un hombre,
hasta que le haya dado muerte,
aunque sea un dios,
Mis pasos dirigidos hacia el País, no los dirigiré hacia la ciudad.»
El fiel servidor imploró y... la vida,
Y respondió a su señor:
«Oh, dueño mío, tú que no has visto jamás a ese hombre,
no estás sobrecogido de terror;
Pero yo que lo he visto, yo sí que estoy sobrecogido de terror.
Los dientes de este guerrero son los dientes de un dragón,
Su cara es la cara de un león,
Su... es el agua de la crecida que se desborda;
A su frente que devora árboles y cañas, nadie escapa.
Oh, dueño mío, haz ruta hacia el País,
yo haré ruta hacia la ciudad;
Yo diré a tu madre tu gloria, para que ella exclame;
¡Yo le diré tu muerte inminente, para que ella vierta amargas
lágrimas!»
«Por mí no morirá otro;
la barca cargada no se hundirá.
El tejido tres veces doblado no será cortado;
El... no será aplastado;
El fuego no destruirá ni la casa ni la cabaña.
Ayúdame y te ayudaré, ¿qué puede sucedemos?
Ven, avancemos, pondremos la
mirada en él,
Si, cuando avancemos,
Llega el miedo, si el miedo
llega haz que se vuelva;
Si el terror llega, si el
terror llega, haz que se vuelva.
Dentro de tu..., ven, avancemos.»
Cuando no estaban todavía prevenidos,
a una distancia de mil
doscientos pies,
Huwawa... su casa de cedro,
En él
fijó su mirada, su mirada de muerte,
Sacudió la cabeza para él, sacudió la cabeza ante él
Él, Gilgamesh, él mismo desarraigó el primer árbol.
Los «hijos» de la ciudad que le acompañaban
Cortaron su follaje, lo ataron,
Lo depositaron al pie de la montaña.
Cuando hubo hecho desaparecer el séptimo,
se acercó a la estancia de Huwawa,
Se dirigió hacia la «Serpiente del Muelle del Vino» en su muro,
Y, como si fuera a darle un beso, lo abofeteó.
Los dientes de Huwawa
entrechocaron,.. .la mano le tembló.
«Quisiera decirte una palabra...,
Oh, Utu, madre que me haya
dado el ser, no conozco a ninguna,
padre que me haya criado, no
conozco a ninguno;
Eres tú, en el País, quien me ha dado el ser y quien me ha criado.
Conjuró a Gilgamesh por la vida del Cielo,
por la vida de la Tierra, por
la vida de los Infiernos.
Le tomó de la mano, le condujo a...
Entonces, el corazón de Gilgamesh se sintió inundado de lástima por...»
Y dijo a su servidor Enkidu:
«Oh, Enkidu, deja que el pájaro capturado vuelva a su nido,
Deja que el hombre capturado vuelva al regazo de su madre.»
Enkidu respondió a Gilgamesh:
«A este gigante que no tiene juicio,
Namtar lo devorará,
Namtar, que no hace
distinciones.
Si el pájaro capturado vuelve a su nido,
Si el hombre capturado vuelve al regazo de su madre,
Tú no volverás a la ciudad de la madre que te ha dado el ser.»
Huwawa dijo a Enkidu:
«Contra mí, oh Enkidu, tú le has hablado mal,
¡Oh, hombre alquilado..., tú le has hablado mal!»
Cuando hubo dicho esto,
Ellos le cortaron el cuello,
Colocaron sobre él...
Y lo llevaron ante Enlil y Ninlil. XXV GILGAMESH, HEROE SUMERIO EL PRIMER CASO DE PLAGIO LITERARIO
Ya hemos mencionado, en el capítulo XXII, el nombre de George Smith, a propósito del Diluvio.
Este nombre va ligado a un problema general, que es oportuno abordar en el
momento actual de nuestro estudio. Enseguida podremos percatarnos de su
importancia.
Hemos indicado varias veces que los
documentos sumerios a que nos referimos no habían
sido descifrados más que después de haberse descubierto otras piezas, análogas
a ellas por su tenor, y datando, sin embargo, de un período más tardío. Ello es
lo que sucede, por ejemplo, con ese texto dedicado al Diluvio, y con muchos
otros analizados en los capítulos precedentes y relativos al héroe
sumerio Gilgamesh. Cuando George Smith, el día 3 de diciembre de 1862, anunció,
en ocasión de una memorable sesión de la entonces joven Sociedad Inglesa de
Arqueología Bíblica, el descubrimiento de un relato babilónico
del Diluvio comparable al de la Biblia, su comunicación hizo sensación en los
medios científicos. Pero no fue poca su sorpresa cuando él mismo pudo constatar
que este texto sólo representaba una exigua porción
(la tablilla XI) de un vasto conjunto de doce cantos conservado en la
Biblioteca de Asurbanipal, rey asirio del siglo VII a. de J. C. La muerte
interrumpió precozmente las investigaciones del joven erudito; pero otros
eruditos prosiguieron con ellas después de su muerte, y poco a poco se fueron
descubriendo un gran número de tablillas nuevas pertenecientes al mismo ciclo,
cuyos textos reunidos se conocen actualmente con el nombre de Epopeya de Gilgamesh.
Esta obra, la más
extensa que jamás se haya descubierto en Mesopotamia, es, por lo tanto,
babilónica y, por consiguiente, postsumeria. Pero si los primeros y más
copiosos documentos que fueron descubiertos y que ya señaló George Smith
provenían, aproximadamente, del siglo VII anterior a nuestra era, o sea del
período llamado asirio, más tarde se descubrieron nuevos documentos de la misma
índole que se remontaban a la alta época babilónica, es decir, a los siglos
XVIII y XVII anteriores a nuestra era. Además, se han encontrado en Asia Menor
varias tablillas con traducciones de diversas partes del poema en hurrita y
hasta en hitita, lengua indoeuropea ésta. Era, pues, evidente que el texto
babilónico de la epopeya había sido traducido y adaptado con más o menos
fortuna ya desde épocas remotísimas en todas partes dentro de los límites del
Oriente Medio.
¿Habría,
pues, una estrecha relación entre los poemas dispersos, descubiertos en Sumer,
referentes a tal o cual aventura de Gilgamesh, y la obra, mucho más extensa,
pero también mucho más reciente de los escribas babilónicos? Éste es el
problema que yo quisiera examinar en el presente capítulo.
Para poder resolverlo es indispensable
analizar comparativamente los textos babilónicos
con los sumerios. Ello nos llevará a insistir en este nuevo punto de vista: de
que ciertos poemas estudiados anteriormente fuesen o no fuesen verdaderas
creaciones sumerias. Pero vamos a empezar por la epopeya babilónica porque vale
la pena de entretenerse algo con ella.
Su éxito,
tanto en nuestros días como en la antigüedad, se explica, en efecto, por sus
cualidades excepcionales, por su interés humano, por su fuerza dramática,
características que le arrogan sin disputa la categoría de ser la más bella de
todas las obras literarias babilónicas. La mayoría de las demás obras
literarias ponen en escena unos dioses que son más abstracciones que verdaderas
personalidades, más conceptos personificados que fuerzas espirituales
profundas. Y hasta cuando los mortales parecen representar en ellas un papel
principal, se quedan con cierta cosa de «mecánico» y de impersonal, que quita a
la acción su carácter dramático. Son personajes sin vida y sin relieve,
marionetas, en fin, que no sirven para nada más que para concretar los
elementos de unos mitos muy estilizados.
Todo lo contrario de lo que es la Epopeya de Gilgamesh. En ésta, el héroe es un hombre real, que ama y odia, que llora y se alegra, que combate y se desmoraliza, que tiene grandes esperanzas, para caer luego en la desesperación. Es muy cierto que también salen dioses en este poema, y hasta puede decirse que el mismo Gilgamesh, a juzgar por el lenguaje y los temas mitológicos que le rodean, es «los dos tercios de un dios», al mismo tiempo que un hombre; pero es el hombre Gilgamesh, es Gilgamesh, en tanto que hombre, el que domina la acción del poema. Los dioses y sus actividades constituyen sólo el fondo de la escena, el marco donde se encuadra el drama del héroe. Y es precisamente lo que hay de humano en estas escenas lo que les confiere un significado duradero y un alcance universal. Las tendencias y los problemas que allí surgen a la luz del día son comunes a los hombres de todos los países y de todos los tiempos: la necesidad de la amistad, el sentido de la fidelidad, la voluntad de fama y gloria, el amor a la aventura y a las altas empresas, la angustia de la muerte, principalmente, que domina los demás temas con el irresistible anhelo de la inmortalidad. Estas diversas tendencias, que
se disputan incesantemente el espíritu y el corazón de los hombres, se reflejan
en la Epopeya de Gilgamesh, y le confieren un valor dramático que trasciende
los límites del tiempo y del espacio. Nada tiene de sorprendente que este poema
haya ejercido sobre las diversas literaturas épicas de la antigüedad una influencia
considerable. Incluso hoy en día no se puede leer sin que uno se conmueva por
sus acentos profunda mente humanos y por la poderosa fuerza de tragedia
elemental que en él se representa.
Desgraciadamente, no poseemos el texto
completo de la Epopeya de Gilgamesh. De los 3.500 versos aproximadamente que la componían,
la mitad solamente ha llegado hasta nosotros. El resumen que doy a
continuación, sacado de lo que subsiste de las once primeras tablillas, es, de
todos modos, lo bastante sugestivo. Se verá, por otra parte, que este texto
ofrece fructíferos puntos de comparación con los textos sumerios.
La epopeya se inicia por una breve
introducción que hace el elogio de Gilgamesh y de su
ciudad, Uruk. Nos enteramos enseguida de que Gilgamesh, rey de esta ciudad, es
un personaje inquieto, indomable, quisquilloso, que no tolera a ningún rival y
oprime a sus súbditos. Tiene un apetito sexual verdaderamente rabelaisiano, y
para satisfacerlo precisamente es por lo que se muestra más tiránico. Los
habitantes de Uruk acaban por quejarse a los dioses y estos últimos entonces se
dan cuenta de que Gilgamesh se está portando como un verdadero tirano y
gobernando muy mal a sus súbditos porque todavía no ha encontrado quien le
mande en este mundo. En consecuencia, los dioses envían a la tierra a la gran
diosa-madre Aruru, para que ponga fin a esta situación. Aruru modela con
arcilla el cuerpo de Enkidu, que es una especie de bruto cubierto de vello y
provisto de una larga cabellera. Este ser primitivo ignora todo lo que sea
civilización y vive desnudo en medio de las fieras que rondan por la llanura.
Tiene más de animal que de hombre; y, sin embargo, es él el que está destinado
a domar el carácter arrogante de Gilgamesh y, además, a disciplinar su
espíritu. Pero es preciso, ante todo, que Enkidu se «humanice». Una cortesana
de Uruk se encarga de su educación; despierta el instinto sexual de Enkidu y lo
satisface. Entonces su carácter se transforma; Enkidu pierde su aspecto de
bruto y se desarrolla su espíritu. Se le aclara la inteligencia, y las fieras y
animales salvajes ya no le reconocen por uno de los suyos. Pacientemente, la
cortesana le enseña a comer, a beber y a vestirse como una persona civilizada.
Cuando ya se ha convertido en un hombre
hecho y derecho, Enkidu ya puede presentarse ante Gilgamesh para frenarle la
arrogancia y los apetitos tiránicos. Gilgamesh ya ha
sido advertido en sueños del advenimiento de Enkidu. Impaciente para probarle
que nadie tiene talla suficiente para poder considerarse su rival, Gilgamesh
organiza una orgía nocturna e invita a Enkidu a tomar parte en ella. Pero
Enkidu, escandalizado por el libertinaje de Gilgamesh, quiere impedirle la
entrada en la casa donde esta fiesta indecente debe tener lugar. Éste es el
pretexto que Gilgamesh esperaba; los dos titanes, el ciudadano astuto y el
hombre inocente de la llanura, llegan a las manos. Enkidu parece que al
principio lleva las de ganar, pero, bruscamente, sin que sepamos por qué, la ira de Gilgamesh se desvanece, y a pesar de que acaban de batirse
encarnizadamente, los dos adversarios se abrazan y hacen las paces. Este
combate es el punto de partida de una larga e inalterable amistad que llegará a
ser legendaria. Los nuevos amigos, desde ahora inseparables, llevarán a cabo
juntos toda suerte de hazañas heroicas.
No obstante, Enkidu no se siente dichoso
en Uruk. La vida de placeres y molicie que allí
está llevando le debilita. Gilgamesh le confía entonces que él tiene la
intención de dirigirse al lejano País de los Cedros para matar a su temible
guardián, Huwawa, y «purgar este país de todo lo que está mal». Pero Enkidu,
que podía recorrer a su albedrío el Bosque de los Cedros en aquellos tiempos en
que era como un animal salvaje, y que, por lo tanto, conoce el asunto a fondo,
advierte a su amigo del riesgo que corre de perecer en la aventura. Gilgamesh
encuentra ridículos los temores de Enkidu. Él desea adquirir gloria perenne,
quiere «hacerse un nombre», y no tener que vivir una vida que podría ser larga,
pero en la que el heroísmo no ocuparía ningún lugar. Consulta con los ancianos
de la ciudad respecto a su propósito, y se propicia a Shamash, el dios del sol, patrón de los
viajeros. Después hace fraguar por los artesanos de Uruk, con destino a él
mismo y a Enkidu, unas armas que parecen hechas para que las manejen unos
gigantes. Una vez terminados estos preparativos, los dos amigos parten para la
expedición. Al cabo de un largo y agotador viaje, llegan a la maravillosa Selva
de los Cedros; a continuación matan a Huwawa y abaten los árboles.
Pero la aventura engendra la aventura.
Apenas están de regreso a Uruk, que la diosa del amor y la
lujuria, Ishtar, se enamora del hermoso Gilgamesh. Con objeto de seducirlo, hace reflejar a sus
ojos el señuelo de unos favores extraordinarios. Pero Gilgamesh ya no es el
tirano indomable de antes. Sabe perfectamente que la diosa ha tenido numerosos
amantes y que ella es, por naturaleza, infiel. En consecuencia, Gilgamesh se
burla de las proposiciones que le hace la diosa y las rechaza con desprecio
olímpico. Decepcionada y cruelmente ofendida, Ishtar pide al dios del cielo,
Anu, que envíe el «Toro celeste» a Uruk, para matar a Gilgamesh y destruir la
ciudad. Anu, al principio, se niega, pero Ishtar le amenaza con hacer salir los
Muertos de los Infiernos, y, ante la tremenda amenaza, el dios cede. El Toro
celeste desciende a la Tierra, devasta la ciudad de Uruk y hace una horrorosa
matanza de guerreros, a centenares. Pero Gilgamesh y Enkidu atacan al monstruo
y, aunando sus esfuerzos, consiguen darle muerte después de un furioso combate.
He aquí,
pues, a nuestros dos héroes en la cumbre de la gloria; la ciudad de Uruk
resuena con los cánticos de sus hazañas. Pero una fatalidad inexorable pone fin
cruelmente a su dicha. Como que Enkidu ha tomado parte activa en el asesinato
de Huwawa y en la muerte del Toro celeste, los dioses le condenan a morir en
breve plazo, y, efectivamente, al término de una enfermedad de doce días de duración, Enkidu lanza el postrer suspiro bajo los ojos de
su amigo Gilgamesh, anonadado por el sentimiento de su impotencia y por la
triste ineluctabilidad del lance. Una idea doblemente amarga obsesionará de
entonces en adelante su espíritu angustiado: Enkidu ha muerto, y él también
acabará del mismo modo. La gloria que han merecido sus denodadas hazañas no es,
para él, más que un pobre consuelo. Y he aquí que el atormentado héroe desea,
con todas sus fuerzas, conseguir una inmortalidad más tangible, la del cuerpo.
Es preciso que busque y que encuentre el secreto de la vida eterna.
Sabe que, en tiempo pasado, un solo hombre
ha logrado convertirse en inmortal: Utanapishtim, el sabio y piadoso monarca de
la antigua Shuruppak, una de las cinco ciudades reales fundadas antes del
Diluvio. Por consiguiente, Gilgamesh decide encaminarse, sea como sea, al lugar donde
vive Utanapishtim, al otro extremo del mundo; este héroe
inmortalizado le revelará, tal vez, el precioso secreto de la vida eterna.
Traspasa montañas, atraviesa llanuras; el viaje es largo y difícil, y Gilgamesh
pasa por la prueba del hambre. Debe luchar sin cesar con los animales que le
atacan. Finalmente, atraviesa el Mar Primordial, las «Aguas de Muerte». El
altivo monarca de Uruk ya no es más que un pobre pelele descarnado y miserable
cuando llega en presencia de Utanapishtim; tiene largas e hirsutas barba y
cabellera, y su cuerpo sucio y pringoso va cubierto de pieles de animales.
Gilgamesh suplica a Utanapishtim que le
enseñe el secreto de la vida eterna. Pero la
conversación que entabla con él el anciano rey de Shuruppak es francamente decepcionante.
Utanapishtim le refiere prolijamente
la historia del espantoso Diluvio que los dioses provocaron antaño en la tierra
para exterminar a todo bicho viviente y le confiesa que él mismo habría
perecido de no haber podido cobijarse en un gran navío que el dios de la
sabiduría, Ea, le había aconsejado que construyera. En cuanto a la vida eterna,
añade Utanapishtim, no era más que un regalo que los dioses quisieron hacerle;
pero ¿qué dios puede tener interés en regalar la inmortalidad a Gilgamesh? Al
oír estas palabras, nuestro héroe comprende que su mal no tiene remedio y se
resigna a regresar a Uruk con las manos vacías. Pero he aquí que aparece un
resplandor de esperanza: a instancias de su esposa, Utanapishtim indica a
Gilgamesh el lugar donde se podrá procurar la planta de la juventud eterna, la
cual crece en el fondo del mar. Gilgamesh, ni corto ni perezoso, se zambulle en
el agua, consigue coger la planta y emprende, gozoso, el regreso a Uruk. Pero
los dioses tenían otros designios. Mientras Gilgamesh se baña en un manantial
que ha visto en el camino, surge una serpiente y le arrebata la preciosa
planta. Cansado y amargamente desilusionado, el héroe regresa a Uruk, buscando
el consuelo en la contemplación de las poderosas murallas que rodean la ciudad.
Tal es, en resumen, el argumento del texto
conservado en las once primeras tablillas de la epopeya babilónica de Gilgamesh. Al final de este capítulo hablaremos de la que
suele denominarse tablilla XII, aunque no forme parte del poema.
¿Cuándo
fue compuesta esta obra? He dicho al principio de estas páginas que se habían
encontrado en diversas tablillas unos pasajes de una versión más antigua, de
los siglos XVII y XVIII a. de J. C. Una comparación entre el texto de esta
versión en babilonio antiguo y la de la versión asiria que poseemos, confirma
que el poema, bajo la forma en que lo conocemos, ya estaba muy extendido en la
primera mitad del segundo milenio a. de J. C. Resuelta esta cuestión, vamos a
ver cómo se puede abordar el problema, siempre delicado, siempre importante
también para el sumerólogo, de los orígenes de la Epopeya de Gilgamesh. En realidad, basta examinar superficialmente
el texto para darse cuenta de que esta obra babilónica (es decir, redactada por
semitas y en una lengua semítica) revela en diversas partes su origen sumerio y
no semita, y ello a despecho de la antigüedad de la versión babilónica. Los
nombres de los protagonistas, Gilgamesh y Enkidu, son, efectivamente, con
grandes probabilidades, nombres sumerios. Los padres de Gilgamesh, Lugalbanda y
Ninsun, tienen igualmente nombres sumerios. La diosa Aruru, que modeló el
cuerpo de Enkidu, es la importantísima diosa-madre de Sumer, más conocida por
los nombres de Ninmah, Ninhursag y Nintu (v. cap. XIII). Al Anu de los
babilonios, que creó el Toro celeste para la vengativa Ishtar, corresponde el
dios An de Sumer. Finalmente, es el dios sumerio Enlil quien decide hacer morir
a Enkidu. Y, en el episodio del Diluvio, son los dioses sumerios los que
representan los principales papeles.
Pero estas comprobaciones y la simple lógica no es lo único que nos lleva a sacar en conclusión el origen
sumerio de ciertos pasajes de la Epopeya de
Gilgamesh. Conocemos, como ya se ha dicho, las versiones sumerias de
diversos episodios que relata este poema. Entre 1911 y 1935, se publicaron, por
diversas firmas, 26 tablillas o fragmentos de tablillas en los que había
inscritos textos sumerios referentes a Gilgamesh. Los eruditos que publicaron
estos textos fueron: Radau, Zimmern, Poebel, Langdon, Chiera, De Genouillac,
Gadd y Fish. Edward Chiera, él solo, había descubierto catorce. Desde 1935 yo
mismo he identificado más de sesenta nuevos textos de esta categoría.
Así,
pues, en la hora actual disponemos de un conjunto relativamente importante de
poemas sumerios dedicados a Gilgamesh. Comparando su contenido con el de la Epopeya babilónica, podremos saber de
qué modo y en qué medida los autores del poema babilónico utilizaron las
fuentes sumerias. No obstante, el problema de los orígenes sumerios de esta
obra no es tan sencillo como pueda parecer a primera vista. El problema tiene
sus aspectos complejos, que hay que abordar con precisión, porque su
desconocimiento podría conducirnos a una falsa solución. Por eso enunciaremos
netamente de nuevo este problema, planteando las tres cuestiones siguientes:
1. ° La Epopeya de Gilgamesh ¿corresponde
en su conjunto a un origen sumerio? Es decir: ¿puede esperarse que un día se
descubra una obra sumeria la cual, aun difiriendo bastante del poema babilónico, tanto por la forma como por el contenido, tenga con él
tales analogías que estaría justificado considerarla como el modelo a partir
del cual se compuso el poema babilónico?
2. ° Si los textos de que disponemos demuestran que la Epopeya babilónica, en su conjunto, no ha sido inspirada por un
original sumerio, sino que únicamente algunos de sus episodios son los que
tienen origen sumerio, ¿sería posible identificar estos últimos con toda certeza?
3. ° Por lo que hace referencia a los episodios de la Epopeya de Gilgamesh, a los que no se les conoce todavía
antecedentes sumerios, ¿podría suponerse que fueran de origen semítico, o hemos
de creer que también ellos son de origen sumerio?
Planteadas estas cuestiones, podemos entregarnos, con perfecto conocimiento de causa, al estudio comparativo de la obra babilónica y de los poemas sumerios. Hasta el momento se han podido reconstruir en parte seis de ellos, que son:
Gilgamesh y el
País
de los Vivos
Gilgamesh y el Toro celeste
El Diluvio
La muerte de
Gilgamesh
Gilgamesh y
Agga de Kish
Gilgamesh, Enkidu y los Infiernos.
No obstante, no hay que olvidar que los
textos de casi todos estos poemas son fragmentarios; añadamos también que su traducción plantea arduos problemas y a
menudo no deja de ser incierta, aun en aquellos pasajes que no tienen lagunas.
Sin embargo, tal como están ya proporcionan datos suficientes para permitir que
se pueda responder con exactitud a la primera y a la segunda de nuestras
preguntas. Y, aunque sea imposible resolver la tercera de una manera igualmente
probante, podemos llegar, en lo concerniente al problema que nos ocupa, a
conclusiones relativamente seguras.
Pero no anticipemos. Examinemos ante todo
el contenido de los seis poemas que acabo de mencionar:
1. Ya he resumido el poema Gilgamesh y el País de los Vivos en el capítulo XXIV. Es la contrapartida manifiesta del episodio
del Bosque de los Cedros que se relata en la Epopeya de Gilgamesh. No obstante, si se comparan más de cerca las
dos versiones, se puede percibir que no tienen en común más que el esquema de
la historia que relatan. Tanto en la una como en la otra, Gilgamesh decide ir
al Bosque de Cedros llevándose consigo a Enkidu; pide y obtiene la protección
del dios del sol; los dos compañeros llegan al bosque; cortan un cedro; dan
muerte a Huwawa. Pero las dos versiones difieren mucho en los detalles, en el
planeamiento de la acción y en su peculiar acento. En el poema sumerio, por
ejemplo, a Gilgamesh le acompañan, no solamente Enkidu, sino un grupo de
cincuenta habitantes de Uruk, mientras que en la versión babilónica sólo le
acompaña Enkidu. Por otra parte, el poema sumerio no habla para nada del «consejo de los ancianos», el cual representa un papel
importantísimo en la versión semítica.
2. Del poema sumerio Gilgamesh y el
Toro celeste, todavía inédito, no subsisten
más que fragmentos. El texto, en su estado actual, contiene, después de una
laguna de veinte líneas, un discurso dirigido a Gilgamesh por la diosa Inanna
(la Ishtar de los babilonios); Inanna la habla de los regalos que ella está
dispuesta a hacerle y de los favores que ha decidido concederle. Podemos
fácilmente suponer que, en las líneas que faltan, Inanna ofrecía su amor a
Gilgamesh. Después del discurso de la diosa hay una segunda laguna; en este
pasaje, el héroe probablemente rechazaba las proposiciones de Inanna. Cuando el
poema reanuda su curso, nos encontramos con Inanna en presencia de An, el dios
del cielo, pidiéndole que ponga a su disposición el Toro celeste. An, al
principio, se lo niega, pero Inanna le amenaza con hacer inervenir a todos los
grandes dioses del universo. Asustado, An cede a su demanda, e incontinenti
Inanna suelta el Toro celeste contra Uruk y devasta la ciudad. Se leen más
adelante las palabras que Enkidu dirige a Gilgamesh, y a continuación, el texto
de que disponemos se hace ininteligible. Ignoramos completamente el final del
poema, que, sin duda, relataba el combate victorioso de Gilgamesh contra el
Toro.
Si comparamos este poema sumerio con el
pasaje de la Epopeya de Gilgamesh que
le corresponde, veremos que las grandes líneas
del relato son indiscutiblemente las mismas tanto en uno como en otro poema. En
los dos poemas, Inanna o Ishtar, ofrece su amor a Gilgamesh e intenta seducirle
por medio de regalos; Gilgamesh rechaza sus proposiciones; An o Anu consiente
de mal grado a enviar el Toro celeste a Uruk; el monstruo devasta la ciudad y a
continuación lo matan. Pero las dos versiones difieren profundamente en los
detalles. Los regalos que Inanna quiere hacer a Gilgamesh para seducirlo no son
los mismos en uno y otro poema. El discurso en el que Gilgamesh rechaza las
proposiciones de la diosa se compone de cincuenta y seis líneas en la epopeya
semítica, y está henchido de alusiones eruditas a la mitología y a los
proverbios babilónicos; en el poema sumerio el mismo discurso es mucho más
corto. Finalmente, las conversaciones entre Inanna o Ishtar y An o Anu son muy
distintas en las dos versiones. Es, por lo tanto, casi seguro que los detalles
del final del poema sumerio, tal como figuran, sin duda, en otros textos
todavía desconocidos, no pueden tener más que unos poquísimos puntos en común
con los que encontramos en el poema babilónico.
3. En el capítulo XXII ya he analizado otro poema sumerio, El Diluvio, y allí mismo he dado la
traducción del pasaje en que se relata el episodio al que debe el título. Ahora
bien, la historia del Diluvio constituye la mayor parte de la tablilla XI de la Epopeya de Gilgamesh. Estudiándola
podemos hacernos una idea de algunos de los procedimientos que empleaban los
poetas babilónicos cuando se entregaban a plagios literarios.
El episodio sumerio del Diluvio forma
parte de un poema cuyo tema principal era la inmortalización de Ziusudra. Pero los autores babilonios supieron utilizar
hábilmente este argumento mitológico para sus propios fines. Así, en el momento
en que, en la Epopeya, Gilgamesh,
extenuado, llega
ante Utanapishtim (el equivalente babilónico
de Ziusudra) y pretende obtener de él el secreto de la vida eterna, nuestros
autores, en lugar de poner en boca del rey inmortalizado una respuesta breve y
precisa, aprovecharon la ocasión que se les ofrecía para exponer, a su manera,
el mito del Diluvio. Y como que la primera parte del poema sumerio (la que
trata de la Creación) no les era, en semejante
ocasión, de ninguna utilidad, la dejaron tranquilamente de lado y no retuvieron
más que el episodio del Diluvio, cuyo tema les interesaba. Pero al hacer de
Utanapishtim (por otro nombre Ziusudra) el narrador, y al presentar su relato
en primera persona y no en tercera, han dado otra forma al poema sumerio, donde
el narrador era un poeta anónimo.
Además,
ciertos detalles son diferentes. En el poema sumerio, Ziusudra es un rey
piadoso y modesto, temeroso de los dioses; pero los autores babilonios nada
dicen a este respecto de su Utanapishtim. Por otra parte, su poema da muchas
más precisiones sobre la construcción del navío, así como sobre la naturaleza
del Diluvio y las destrucciones causadas por dicho cataclismo. Otra diferencia:
mientras que, según el poema sumerio, el Diluvio había durado siete días con
sus correspondientes noches, según la versión babilónica sólo habría durado
seis. Finalmente, mientras que, en esta última, Utanapishtim suelta unos
pájaros para saber si las aguas del Diluvio han bajado, nada parecido leemos en
el mito sumerio.
4. Pasemos ahora al poema sumerio, provisionalmente titulado La Muerte de Gilgamesh.En los breves pasajes que de él se han
conservado, no podemos leer más que lo siguiente: Gilgamesh parece proseguir en
su busca de la inmortalidad; pero se entera de que el hombre no puede adquirir
una vida eterna; por su parte él ha logrado el poder real y la grandeza, y le
ha sido otorgado el don de poder hacer pruebas de heroísmo en el combate; ese
es el destino que le corresponde y no la inmortalidad. Aunque el texto de este
poema sea, repito, muy incompleto, es fácil comprobar que en él se halla el
origen incontestable de diversos pasajes de las tablillas IX, X y XI de la Epopeya de Gilgamesh. Estas tabletas
evocan, por su parte, el parlamento que hace el héroe en defensa de la
inmortalidad, así como la tesis contraria, o sea, que la muerte es el destino
ineluctable deparado a los humanos. Pero lo curioso es que el poema babilónico no reproduce la descripción sumeria de Gilgamesh.
5. Ningún
pasaje de la Epopeya de Gilgamesh corresponde
al mito sumerio titulado Gilgamesh y Agga
de Kish.
A decir verdad, nosotros ya conocemos aquél, cuyo interés tanto histórico como político nos es precioso. He
hablado ya de él en el capítulo V y no tengo ningún motivo para volver a
insistir sobre el mismo asunto.
6. En cuanto al último poema, Gilgamesh, Enkidu y Los Infiernos, me reservo el derecho de demostrar, al final del presente capítulo, los plagios que de él hicieron los escribas de Babilonia. He aquí,
pues, terminado este análisis comparativo de los poemas sumerios al que debemos
recurrir para poder responder a las cuestiones planteadas. ¿Cuáles son las
respuestas?
1. ° ¿Existe una versión original sumeria del conjunto de la Epopeya de Gilgamesh? Decididamente, no. Los poemas sumerios son de
muy diversa extensión y se componen de narraciones distintas, sin que tengan
relación unos con otros. Los babilonios han demostrado ser unos innovadores al
modificar los diversos episodios que plagiaron de los sumerios, y al relacionarlos
entre sí de manera que formen un todo coherente; en este sentido, la Epopeya de Gilgamesh es, claramente, su
obra.
2. ° ¿Estamos en condiciones de poder identificar los episodios de la Epopeya que son de origen sumerio? Sí,
hasta cierto punto. Conocemos los modelos sumerios del episodio del Bosque de
Cedros (tablillas III-V del poema babilónico), del Toro celeste (tablilla VI),
de diversos pasajes de la «Busca de la Inmortalidad» (tablillas IX, X y XI),
así como de la narración del «Diluvio» (tablilla XI). No obstante, las
versiones babilónicas de estos episodios no son imitaciones serviles de las
versiones sumerias que las inspiraron; no se les parecen más que a grandes
rasgos.
3. ° Pero, ¿cuáles son las partes de la Epopeya
de Gilgamesh de las que no conocemos orígenes sumerios? Son éstas: el trozo
preliminar que sirve de introducción; los pasajes que relatan los
acontecimientos a consecuencia de los cuales Gilgamesh y Enkidu se hicieron
amigos (tablillas I y II); el que relata la muerte y exequias de Enkidu
(tablillas VII y VIII). Estas partes del poema, ¿son de origen babilónico o
también ellas derivan de fuentes sumerias? A estas cuestiones sólo puede
responderse con hipótesis. No obstante, si examinamos el poema babilónico a la
luz de los textos míticos o épicos de Sumer que han llegado hasta nosotros,
parece que podremos entresacar diversas conclusiones muy interesantes, aunque
necesariamente provisionales.
Consideremos, en primer lugar, el pasaje
correspondiente a la introducción de la Epopeya babilónica: el poeta comienza
por presentar al héroe como un viajero omnisciente y clarividente; él es quien
ha edificado las murallas de Uruk. Después, la narración prosigue con una
poética descripción de estas murallas, la cual tiene más bien el carácter de un
discurso retórico dirigido directamente al lector. Ahora bien, resulta que en
ninguno de los poemas sumerios que conocemos encontramos en ninguna parte
fragmento alguno redactado en el mismo estilo. Es, por lo tanto, muy posible
que la introducción de la Epopeya de
Gilgamesh sea una auténtica creación del poeta babilonio.
El relato de los acontecimientos a
consecuencia de los cuales Gilgamesh y Enkidu se hicieron amigos, relato que
sigue inmediatamente a la introduccción
y que constituye la mayor parte de las tablillas I y II, se compone de los
episodios siguientes: la tiranía ejercida por Gilgamesh; la creación de Enkidu;
la caída de Enkidu; los sueños de Gilgamesh; la «humanización» de Enkidu; el
combate entre Gilgamesh y Enkidu. Estos acontecimientos se suceden en una
progresión muy bien construida, de la cual el pacto de amistad entre los dos
héroes marca el punto en que cristaliza el resultado lógico. Siguiendo siempre
dentro del mismo espíritu, el poeta ha utilizado, a continuación, el tema de la
amistad para traer a colación el episodio del viaje. Todo esto es muy diferente
de lo que leemos en el pasaje correspondiente de Gilgamesh, Enkidu y los Infiernos. Tenemos, pues, derecho a suponer
que no descubriremos nunca ningún relato sumerio en el que se narren los
acontecimientos tal como están expuestos en la Epopeya babilónica. No obstante, no me extrañaría que algún día se
encontrasen los orígenes sumerios de tal o cual pasaje de dicha Epopeya, relativos a tal o cual suceso
particular. En todo caso, los temas mitológicos que aparecen en los episodios
que tratan de la creación de Enkidu, de los sueños de Gilgamesh y del combate
entre los dos héroes, reflejan ciertamente la influencia sumeria. Por el
contrario, seremos más prudentes en nuestras afirmaciones en lo que hace
referencia a la «caída» y a la «humanización» de Enkidu. Y por otra parte la
idea según la cual la sabiduría es el fruto de la experiencia sexual, ¿seria de
origen semítico o sumerio? De momento no nos hallamos en condiciones de poder
responder a esta interesante cuestión.
Por el contrario, es bastante improbable
que el relato de la muerte de Enkidu y sus exequias pueda ser de origen babilónico. En efecto, según el autor sumerio de Gilgamesh, Enkidu y los Infiernos, Enkidu no murió como suelen
morir los hombres, sino que fue capturado por el demonio Kur, por haber violado
a sabiendas los tabues del universo infernal. Este incidente de la muerte de
Enkidu sirve a los autores babilónicos para intercalar el episodio de la Busca
de la Inmortalidad, punto culminante de su poema.
Resumiendo, pues, diremos que muchos
episodios de la Epopeya babilónica han sido plagiados de poemas sumerios dedicados al héroe
Gilgamesh. Incluso en aquellos pasajes de los que no conocemos modelos
sumerios, algunos temas particulares reflejan también la influencia de la
poesía mítica o épica de Sumer. Sin embargo, como ya hemos visto, los poetas
babilónicos no se han limitado a copiar servilmente estos poemas, sino que han
modificado su contenido y su forma, según el temperamento y las tradiciones
propias de cada cual, hasta tal punto que en su obra solo se reconoce el
esqueleto de los originales sumerios. En cuanto a la acción, a esta progresión
poderosa y fatal que en la Epopeya conduce
al héroe aventurero y atormentado hasta la ineluctable decepción final, no hay
duda de que es una creación de los babilonios. Hay que reconocer, pues, en toda
justicia que, a pesar de haber evidentemente recurrido a fuentes sumerias, la Epopeya de Gilgamesh es una obra
semítica.
Pero esto sólo
es verdad de las once primeras tablillas del poema, ya que la tableta XII la
última, no es otra cosa sino una traducción textual en lengua accadia o, si se
quiere, babilónica y semítica de la segunda mitad de un poema sumerio. Los
escribas babilónicos la unieron a las tablillas precedentes sin preocuparse del
sentido ni de la unidad de la Epopeya.
Se había
sospechado desde hacía algún tiempo que esta tablilla XII no representaba más que una especie de apéndice a las once primeras que forman un conjunto unido,
pero no se tuvo la prueba de ello hasta que el texto del poema sumerio Gilgamesh, Enkidu y los Infiernos hubo
quedado definitivamente establecido y traducido. No obstante, C. J. Gadd,
antiguo conservador de las Antigüedades
Orientales en el Museo Británico, quien había publicado en 1930 una tablilla de
Ur en la que figuraba una parte de este poema, había comprobado, ya desde esta
época, una estrecha correlación entre su contenido y el de la tablilla XII de
la epopeya semítica.
El texto de Gilgamesh, Enkidu y los
Infiernos no ha sido todavía publicado
íntegramente. Empieza por un prólogo de veintisiete
líneas cuyo contenido nada tiene que ver con lo que sigue; las tres primeras
líneas, como ya hemos visto en el capítulo XIII, nos proporcionan detalles
precisos muy importantes sobre la idea que se hacían los sumerios de la
Creación y del Universo, mientras que las otras catorce describen el combate
librado al monstruo Kur por el dios Enki (ver el capítulo XXIV). A continuación
viene el relato propiamente dicho:
Un pequeño
árbol-huluppu (se trata quizás de una especie de sauce) crecía a orillas del
Eufrates, que lo nutría con sus aguas. Un día, el viento del sur lo atacó
bárbaramente y el río sumergió al arbolillo. Inanna, la diosa, que pasaba por
allí, lo tomó de la mano y se lo llevó a su ciudad de Uruk, lo plantó en su
jardín sagrado y lo cuidó tan bien como pudo, porque ella tenía la intención,
para cuando el árbol hubiese crecido lo suficiente, de sacar de su madera un
sillón y una cama.
Pasaron los años,
y el árbol se desarrolló y llegó a ser muy grande, pero cuando Inanna quiso
derribarlo se encontró con una seria dificultad: la serpiente que «no tiene el
menor encanto» había hecho su nido al pie del árbol, el Pájaro-lmdugud había
instalado sus pequeñuelos en lo alto de la copa y Lilith había construido su
morada en las ramas. Viendo todo esto, la joven diosa, a quien nada solía
alterar su alegría, se puso a derramar amargas lágrimas.
Al día
siguiente, cuando el dios del sol Utu, que era su hermano, salió de su cámara
al despuntar el alba, ella le explicó llorando lo que le había ocurrido al
árbol-huluppu. Mientras tanto, Gilgamesh, habiéndose percatado seguramente de
sus cuitas, vino en su auxilio a usanza caballeresca; se vistió con su «armadura»,
que pesaba cincuenta minas; y con su hacha, que
pesaba siete talentos y siete minas, mató la Serpiente.
Espantado, el Pájaro-lmdugud salió volando como una flecha con sus polluelos
hacia la montaña; en cuanto a Lilith, huyó al desierto sin pedir explicaciones.
Entonces, ayudado por los hombres de Uruk que le habían acompañado, Gilgamesh
taló el árbol y se lo dio a Inanna para que de su madera pudiera sacar un
sillón y una cama, como era su intención.
Pero hay que suponer que la diosa había cambiado de idea, porque se sirvió del trono del árbol para
fabricarse un pukku (seguramente sería una especie de tambor) y, con una de las
ramas, se hizo un mikku (un palillo de tambor). Siguen doce líneas en las que se nos explica lo que hizo Gilgamesh en Uruk con
el pukku y el mikku en cuestión. Aunque el texto de este pasaje esté intacto,
su significado se nos escapa completamente. En él se hace probablemente alusión
a ciertos procedimientos tiránicos del héroe, de los que sufrían los habitantes
de la ciudad. Cuando el poema vuelve a hacerse inteligible, nos enteramos de
que el pukku y el mikku han caído al fondo de los infiernos «a causa de las
quejas de las doncellas». Gilgamesh ha intentado recuperarlos, pero en vano.
Por lo tanto, ha ido a sentarse ante la puerta del Mundo Subterráneo y allí
pronuncia la lamentación siguiente:
«¡Oh,
pukku mío! ¡Oh, mikku mío!
¡Mi
pukku de vigor irresistible!
¡Mi
mikku de la danza rítmica inigualable!
Mi pukku que antes estaba conmigo
en la casa del carpintero.
La mujer del carpintero estaba entonces
conmigo
como la madre que me dio el ser,
La hija del carpintero estaba entonces
conmigo
como una hermana joven.
¿Quién
me traerá mi pukku de los Infiernos?
¿Quién me traerá mi mikku de los Infiernos?»
«Oh,
señor mío, ¿por qué lloras?
¿Por
qué está afligido tu corazón?
Tu
pukku, ¡ah! yo voy a traértelo de los Infiernos,
Tu mikku, ¡yo voy a traértelo de la "cara" de los Infiernos!»
El amo pone al servidor al corriente de los diversos tabues infernales, los cuales no debe violar a ningún precio. Y Gilgamesh dice a Enkidu:
«Si
ahora tú desciendes a los Infiernos,
Voy a decirte una palabra, escúchala,
Voy a darte un consejo, síguelo,
No te pongas ropas limpias,
Si no, como el enemigo, los
administradores infernales se adelantarían.
No te untes con el buen aceite del bur, Si no, con su olor, todos se apiñarían a tu alrededor.
No lances el bumerang a los Infiernos,
Si no, aquellos a los que hubiera tocado
el bumerang te rodearían.
No lleves ningún
bastón en la mano,
Si no, las sombras revolotearían a tu alrededor.
No te calces con sandalias,
Dentro de los Infiernos no sueltes ningún grito;
No beses a tu esposa bienamada,
No pegues a tu esposa detestada;
No beses a tu hijo bienamado,
No pegues a tu hijo detestable.
Si no el clamor de Kur se apoderaría de ti,
El
clamor por aquella que está echada,
por
aquella que está echada,
Por
la madre de Ninazu que está echada,
Cuyo
cuerpo sagrado no cubre ninguna ropa,
Cuyo
pecho santo no vela ningún tejido.»
En el pasaje que se acaba de leer, la
madre de Ninazu es, sin duda, la diosa Ninlil, quien, según el mito resumido en el capítulo XXIII, habría acompañado a
Enlil a los Infiernos.
Pero, habiendo hecho Enkidu todo lo contrario
de lo que le había dicho su amo, el monstruo Kur lo captura y no
le deja volver a la tierra. Gilgamesh, entonces, se dirige a Nippur y hace oír
a Enlil la queja siguiente:
«Oh,
padre Enlil, mi pukku se cayó a los Infiernos,
Mi mikku se cayó
a los Infiernos.
He mandado a Enkidu a buscarlos y Kur se
ha apoderado de él.
Namtar no se ha apoderado de él,
Asag no se ha apoderado de él
Pero
Kur sí que se ha apoderado de él.
El
Trampero de Nergal, que no deja escapar a
nadie,
no se ha apoderado de él.
Pero
Kur se ha apoderado de él.
En la batalla, allí donde se manifiesta el valor, no cayó,
¡Pero
Kur se ha apoderado de él!
¡Pero
Kur se ha apoderado de él!»
Pero como Enlil no quiere saber nada del
asunto, Gilgamesh se dirige a Eridu para suplicar a Enki que intervenga. Éste ordena inmediata mente al dios del sol, Utu, que abra un
boquete en el techo de los Infiernos para que Enkidu pueda volver a la tierra.
Utu obedece y la Sombra de Enkidu aparece ante Gilgamesh. El amo y el criado se
abrazan y Gilgamesh pide al resucitado que le cuente todo lo que haya visto en
la mansión de los muertos. Las siete primeras preguntas que le hace se refieren
a la manera cómo los hombres que han tenido «de uno a siete hijos» son tan
tratados en el mundo subterráneo. La continuación del poema es muy
fragmentaria, pero nos quedan, sin embargo, algunas porciones del diálogo entre
Gilgamesh y Enkidu sobre la manera cómo tratan en los Infiernos a los
servidores del Palacio, a las mujeres que han sido madres, a los hombres que han
muerto en el campo de batalla, a los muertos de los que nadie se ocupa en la tierra después de su defunción, y a aquellos cuyos cadáveres han quedado
insepultos en la llanura
Lo que acabo de resumir es la traducción textual de la segunda parte del poema que los escribas
babilónicos añadieron a la Epopeya de
Gilgamesh, de la que constituye la tablilla XII. Este texto sumerio
recientemente descubierto ha sido de un valor inestimable para los asiriólogos,
que gracias a él han podido rellenar con las palabras que faltaban la versión
accadia de la Epopeya de Gilgamesh, completando
muchas frases y líneas que contenían lagunas. El texto de muchos pasajes de la
tablilla XII que durante mucho tiempo había permanecido ininteligible a pesar
de los esfuerzos encarnizados de un gran número de eruditos eminentes, ha
quedado finalmente aclarado.
LA PRIMERA EDAD HEROICA DE LA HUMANIDAD
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