CristoRaul.org |
SALA DE LECTURA |
LA HISTORIA EMPIEZA EN SUMER
XXII DILUVIO EL PRIMER NOÉ
Se sabía
ya desde 1862, año en que George Smith, del Museo Británico, descubrió y
descifró la tablilla XI de la epopeya babilónica de Gilgamesh, que la narración
bíblica del Diluvio no es una creación hebraica. Pero los entendidos se
apercibieron más tarde, y no sin alguna sorpresa, que el mito babilónico no era
ni más ni menos que de origen sumerio. Ello quedó demostrado por un fragmento
de tablilla descubierto en el Museo de la Universidad de Filadelfia, entre la
colección de Nippur. Este fragmento, publicado en 1914 por Arno Poebel,
representa el tercio inferior de una tablilla de seis columnas, tres en el
anverso y tres en el reverso (ver la fig. de la pág. 175). Se trata de un
documento único; no se ha descubierto ningún otro ejemplar hasta la fecha, a
pesar de haberse buscado afanosamente por los museos, por las colecciones
particulares, por las obras de las excavaciones; en ninguna parte se ha podido
echar mano de un solo fragmento suplementario de ningún otro texto sumerio que
evocase el Diluvio.
El interés
del documento traducido por Poebel no reside únicamente en el hecho de ser la
primera narración del Diluvio. A pesar de su estado fragmentario, la tablilla
conserva algunas líneas de la introducción que precedía el relato del mito
propiamente dicho; y estas líneas nos proporcionan informaciones utilísimas
sobre la Cosmogonía y la Cosmología sumerias (ver el capítulo XII). Se
encuentran entre ellas varias frases reveladoras en cuanto a la creación del
hombre y al origen de la realeza, y se mencionan concretamente cinco unidades
que habían «existido antes del Diluvio».
Lo que subsiste del poema mítico en sí contiene muchas oscuridades e incertidumbres, que
ponen a dura prueba nuestra sagacidad. Este texto fragmentario es buen ejemplo
de las dificultades con las que tienen que enfrentarse los asiriólogos, pero da
igualmente una idea de las sorpresas que el porvenir les reserva.
He dicho que sólo poseíamos la parte inferior de la tablilla, o sea, un tercio aproximadamente de la obra original. Por encima de la primera columna de las que subsisten, la laguna es de unas 37 líneas; es, por lo tanto, imposible saber cómo empezaba el poema. Allí donde actualmente empieza para nosotros, nos aparece un dios (no sabemos cuál), quien parece explicar a los otros dioses que él salvará a la Humanidad de la destrucción y que se edificarán nuevos templos en las ciudades reconstruidas (?). Siguen tres líneas difíciles de relacionar con el contexto; tal vez hagan alusión a lo que ha decidido emprender el dios para alcanzar su objetivo. Las cuatro líneas que se leen a continuación evocan la creación del hombre, de las plantas y de los animales. He aquí el conjunto del pasaje a que nos referimos:
A mi Humanidad, en su destrucción, yo la re...
A Nintu yo remitiré el... de mis criaturas.
Yo remitiré
las personas a sus instalaciones.
En las ciudades construirán los lugares consagrados a las leyes divinas. Y yo haré
que su sombra sea reposada.
De nuestros Templos, colocarán de nuevo los ladrillos
en los santos lugares,
Los lugares de nuestras decisiones,
los restablecerán en los lugares consagrados.
Dirigió
el agua santa que apaga el fuego;
Estableció
los ritos y las sublimes leyes divinas.
Sobre
la tierra él...; y colocó el...
Cuando
An, Enlil, Enki y Ninhursag
Hubieron formado la gente de cabeza negra, La
vegetación se desarrolló, lozana, sobre la tierra;
Los
animales, los cuadrúpedos de la campiña,
fueron creados con arte.
Después
de este pasaje hay una nueva laguna: han desaparecido unas 37 líneas al
principio de la segunda columna. Entonces nos enteramos de que la realeza
descendió del cielo a la tierra y cinco ciudades fueron fundadas:
Cuando el... de la realeza hubo descendido del cielo,
Cuando la sublime tiara y el
trono real
hubieron descendido del
cielo,
Cumplió con los ritos y las sublimes leyes divinas...
Fundó las cinco ciudades en... lugares consagrados;
Pronunció sus nombres e hizo de ellos centros del culto. La primera de estas ciudades,
Eridu,
la dio a Nudimmud, el Jefe;
La segunda, Bad-tibira, la
dio a...
La tercera, Larak, la dio a
Endurbilhursag;
La cuarta, Sippar, la dio a
Utu, el Héroe;
La quinta, Shuruppak, la dio a Sud. Cuando hubo proclamado el
nombre de estas ciudades,
y hubo hecho de ellas centros
del culto,
Trajo...
Y estableció la limpieza de los pequeños canales como...
De nuevo faltan otras 37 líneas en lo alto de la tercera columna. Probablemente, estas
líneas darían más amplios detalles sobre la decisión que habían tomado los
dioses de provocar el Diluvio. Cuando el texto vuelve a hacerse legible, nos
enteramos de que esta cruel decisión ha dejado descontentos y disgustados a
algunos dioses, y a continuación trabamos conocimiento con Ziusudra, el Noé
sumerio. Dice el poema que Ziusudra era un rey piadoso, temeroso de los dioses,
siempre atento a las revelaciones transmitidas por los sueños y encantamientos.
Según parece, Ziusudra está situado ante una muralla cuando una voz divina le
anuncia que la asamblea de los dioses ha decidido provocar un diluvio y
«destruir la semilla del género humano». He aquí el pasaje, bastante extenso,
por cierto, que llena el final de la tercera columna y prosigue, en el reverso
de la tablilla en lo alto de la cuarta:
El diluvio...
Así
fue convenido...
Entonces Nintu lloró como un...
La divina Inanna entonó una lamentación para su pueblo
Enki tomó
consejo de sí mismo.
An, Enlil, Enki y Ninhursag...
Los dioses del cielo y de la tierra
pronunciaron los nombres de An y de Enlil. Entonces Ziusudra, el rey, el pashishu de...
Construyó
un gigantesco...
Humildemente, obediente, con respeto, él...
Ocupado cada día,
constantemente él...
Trayendo toda clase de sueños, él...
Invocando al cielo y a la tierra, él...
... los dioses, una muralla...
Ziusudra, de pie a su lado, escuchó.
«Mantente
cerca de la muralla, a mi izquierda...;
Cerca de la muralla, yo te diré una palabra, escucha mi palabra;
Presta oído
a mis instrucciones:
Por nuestro..., un Diluvio va a inundar
los centros del culto
Para destruir la simiente del género humano...
Tal es la decisión,
el decreto de la asamblea de los dioses.
Por orden de An y de Enlil...,
Su realeza, su ley, le será puesto término.»
Seguidamente, el poema (final de la cuarta columna) debía de extenderse largamente sobre las instrucciones dadas por el dios a Ziusudra: este último construiría un navío gigantesco, el cual le permitiría salvar la vida. Pero esta parte del texto (sin duda correspondiente a una cuarentena de líneas) está destruida. La continuación (en lo alto de la quinta columna), que se ha conservado, relata cómo entonces las aguas del Diluvio sumergieron la «tierra», y cómo se desencadenaron con fuerza, ininterrumpidamente, durante siete días y siete noches. Después de todo lo cual, el dios del sol, Utu, reaparece, dispensando de nuevo su preciosa luz. Ziusudra se prosterna ante él y le ofrece sacrificios:
Todas las tempestades, de una violencia
extraordinaria,
se desencadenaron al mismo tiempo.
En un mismo instante, el Diluvio invadió los centros del culto.
Cuando,
durante siete días y siete noches,
El
Diluvio hubo barrido la tierra,
Y
el enorme navío hubo sido bamboleado
por las tempestades, sobre las aguas,
Utu salió,
el que dispensa la luz
al cielo y a la tierra.
Ziusudra abrió
entonces una ventana de su navío enorme,
y
Utu, el Héroe, hizo penetrar sus rayos
dentro del gigantesco navío.
Ziusudra, el rey,
Se prosternó
entonces ante Utu;
El rey le inmoló un buey y sacrificó un carnero.
Al llegar aquí, la rotura de la tablilla interrumpe, una vez más, el texto. Faltan aproximadamente unas treinta y nueve líneas de esta penúltima columna. Las que subsisten de la sexta y última describen la deificación de Ziusudra. Prosternado ante An y ante Enlil, Ziusudra recibe «la vida como un dios» y el «soplo» eterno; y luego es transportado a Dilmun, «el lugar donde sale el sol»:
An y Enlil pronunciaron: «Soplo del cielo, soplo de la tierra»,
por su... él
se tendió,
Y
la vegetación, surgiendo de tierra, se elevó.
Ziusudra, el rey,
Se prosternó
ante An y Enlil.
An y Enlil cuidaron de Ziusudra:
Le dieron una vida como la de un dios,
Un soplo eterno como el de un dios,
hicieron descender para él.
Entonces,
Ziusudra, el rey,
Salvador
del nombre de la vegetación
y de la simiente del género humano,
En
el país de paso, el país de Dilmun,
allí
donde sale el sol, ellos le instalaron.
No tenemos el final del poema, que debía contener también otras 39 líneas. Ignoramos, pues, de momento,
lo que pudo acontecerle a Ziusudra después de su transfiguración en la patria
de los inmortales.
XXIII EL MÁS ALLÁ LA PRIMERA LEYENDA DE LA RESURRECCIÓN
El Hades de los griegos, el Scheol de los
hebreos, se llama, en sumerio, Kur. Al principio, esta palabra quería decir «montaña», pero acabó por tomar el significado de «país
extranjero» porque los pueblos que amenazaban constantemente la paz de los
sumerios habitaban en las regiones montañosas que rodean al este y al norte la
Baja Mesopotamia. Desde el punto de vista cósmico, el Kur era el espacio vacío
que separaba la corteza terrestre del Mar Primordial (ver el capítulo XIII).
Era a esta parte adonde iban todas las sombras de los muertos. No se podía
llegar allí hasta haber atravesado, a bordo de una barca, el «río devorador del
hombre», conducida por el «hombre de la barca»: eran ni más ni menos que el
Estigio y el Caronte de los sumerios.
En esos Infiernos, morada de los difuntos, éstos llevaban una especie de vida, valga la paradoja, que tenía bastantes analogías con la de los vivos. La Biblia, en el Libro de Isaías (XIV, 9-11), habla, como todo el mundo puede recordar, de la agitación que se apodera de las sombras de los antiguos monarcas, de los antiguos jefes y de todo el Scheol, a la muerte del rey de Babilonia:
El infierno allá
abajo se conmovió a tu llegada; al
encuentro tuyo envió los gigantes; levantáronse de sus tronos todos los
príncipes de la tierra, todos los príncipes de las naciones.
Todos, dirigiéndote
la palabra, dirán: ¡Conque tú también has sido herido como nosotros, y a
nosotros has sido hecho semejante!
Tu soberbia ha sido abatida hasta los infiernos; tendido yace por el suelo tu cadáver; tendrás por colchón la podredumbre, y tu cubierta serán los gusanos.
He aquí
cómo un texto sumerio, publicado en 1919 por
Stephen Langdon, describía mil años antes la bajada de un rey a los Infiernos.
Después de su muerte, el gran monarca Ur-Nammu llega al Kur, y empieza por
acudir a visitar a los siete dioses infernales, presentándose en el palacio de
cada uno de ellos provisto de ofrendas. A continuación hace sendos regalos a
otros dos dioses que desea conciliarse, y de los cuales uno es el «escriba» de los Infiernos. Llega, por fin, a la residencia que
los «sacerdotes» del Kur le han asignado. Allí es acogido por diversos muertos
y, esta vez, se encuentra allí como en su casa. El héroe Gilgamesh, quien,
después de su muerte, se ha transformado en «juez de los Infiernos», le inicia
en las leyes y en los reglamentos de su nueva patria. «Siete días, diez días»
transcurren, y he aquí que Ur-Nammu percibe el «plañido de Sumer». Se acuerda
de la muralla de Ur, que no ha podido dejar terminada, del Palacio que acababa
de construir y que no tuvo tiempo de consagrar, de su esposa, a la que ya no
puede abrazar, de su hijo, al que ya no puede acariciar sobre sus rodillas. ¡Se
acabó la quietud y la tranquilidad de que había gozado hasta entonces en el
fondo de los Infiernos! De sus labios se eleva una larga y amarga
lamentación...
En ciertas ocasiones, las sombras de los
muertos podían reaparecer momentáneamente sobre la tierra.
En el primer Libro de Samuel (cap.
XXVIII) se dice que la sombra de este profeta fue evocada del Scheol a
requerimiento del rey Saúl.
De igual manera se ve, en un poema
sumerio, la sombra de Enkidu que sale del Kur y se echa en brazos de su maestro y amigo
Gilgamesh.
Aunque parezca que el Kur estaba reservado
a los difuntos humanos, no obstante también
allí se encuentran no pocas divinidades en principio inmortales. Diversos
poemas míticos nos explican el motivo. Si hemos de creer aquel que yo he
titulado La procreación del dios de la
luna, el mismo rey de los dioses, Enlil, había sido expulsado de Nippur y
relegado a los Infiernos por haber violado a la diosa Ninlil. Pero tenemos un
relato mucho más circunstanciado de la caída del dios-pastor Dumuzi, el más
célebre de los «dioses-muertos». Este relato se encuentra en un poema mítico,
dedicado a la diosa Inanna, por quien los mitógrafos sumerios sentían todos una
gran debilidad.
La diosa del amor, tanto si se trata de la
Venus romana, como de la Afrodita griega, como de la Ishtar babilónica, siempre ha tenido la virtud de inflamar la imaginación de
los hombres y, sobre todo, de los poetas. Los sumerios la adoraban bajo el
nombre de Inanna, la «Reina del cielo». Inanna tenía por esposo al dios Dumuzi,
el dios-pastor, el Thammuz de la Biblia (Ezequiel, VIII, 14).
Hay dos poemas que relatan cómo Dumuzi hizo la corte a Inanna y logró conquistarla. Uno de
estos poemas ya lo hemos resumido en el capítulo XVII; es aquel en el cual el
dios-labrador Enkimdu aspira también a la mano de la diosa. En el segundo
poema, en cambio, el pastor Dumuzi no tiene ningún rival; llega ante la casa de
Inanna; de sus manos y de sus flancos se escurren en abundancia la crema y la
leche; Dumuzi pide a grandes gritos que le dejen entrar. Después de haber
consultado con su madre, Inanna se baña y unge todo su cuerpo, se viste con su
traje de reina y se adorna con piedras preciosas. Enseguida abre la puerta al
pretendiente, quien la toma en sus brazos. Dumuzi, entonces, se une a ella, según
parece, y la conduce a continuación a la «ciudad de su dios». El pastor no
tenía la menor idea de que aquella unión que él tan apasionadamente había
deseado sería la causa de su perdición, y que a fin de cuentas terminaría
siendo precipitado en el fondo de los infiernos.
Los dos poemas precedentes no refieren, en
realidad, más que un episodio de la vida de Dumuzi, y,
sobre todo, de la de Inanna. El mito al que me he referido más arriba, a propósito
de los «dioses muertos» y sobre el que ahora vuelvo a insistir, demuestra que
en las aventuras de esta diosa, la ambición ocupaba tanto sitio como el amor.
Divinidad fantástica, de violentos sentimientos, tal se nos aparece en La Bajada de Inanna a los Infiernos. Pero
este último poema presenta además otro notable cariz: el hecho de que en él se
trate por primera vez, y en una dilatada exposición, del tema de la
«resurrección». Si añado, finalmente, que este texto tiene su historia; que su
descubrimiento, la difícil reunión de los fragmentos dispersos, su misma
interpretación, hasta las últimas líneas que de él se han encontrado, han dado
lugar a grandes sorpresas y hasta a un equívoco de los más graves, se
comprenderá que él solo sea el objetivo del presente capítulo. He aquí, para
empezar, el resumen:
Aunque ella ya sea, como su mismo nombre
indica, la dueña y señora del cielo o «Grande de las Alturas», Inanna desea
ardientemente acrecentar su poderío, y para ello se propone reinar asimismo en
los Infiernos, el «Grande de los Abismos». Decide, pues, descender hasta allí,
a fin de examinar sobre el terreno cómo podría realizar su proyecto. En
consecuencia, Inanna se apodera de las leyes divinas, reviste sus atavíos
reales, se adorna con sus joyas y hela ahí dispuesta a marcharse para el «País
de Irás y no Volverás».
La reina de los Infiernos, Ereshkigal, es
su hermana mayor, pero es también su peor enemiga.
Inanna tiene, por lo tanto, buenas razones para temer que su hermana la haga
matar en cuanto haya penetrado en sus posesiones. En consecuencia, tiene buen
cuidado de indicar a Ninshubur, su fiel y concienzudo visir, lo que éste tendrá
que hacer en el caso en que ella no hubiese regresado al cabo de tres días. En
primer lugar, Ninshubur elevará una lamentación para ella en la sala donde los
dioses celebran sus asambleas; luego se dirigirá a Nippur, la ciudad de Enlil;
allí intercederá cerca de él a fin de lograr que Inanna no sea condenada a
muerte en el fondo de los Infiernos. Si Enlil no quiere salvarla, Ninshubur se
dirigirá a Ur, la ciudad de Nanna, dios de la luna, y defenderá allí ante el
dios, sin pérdida de tiempo, la causa de su dueña y señora. Si Nanna le opone
una negativa, Ninshubur irá a Eridu, la ciudad del dios de la sabiduría, Enki, quien
«conoce el alimento de la vida» y también «conoce el brebaje de la vida». Enki
vendrá, seguramente, en auxilio de Inanna.
Después
de haber hecho estas recomendaciones a Ninshubur, la diosa desciende a los
Infiernos y se dirige hacia el Templo de Ereshkigal, construido con
lapislázuli. Al llegar allí se encuentra con el portero, Neti, quien le
pregunta el nombre y el objeto de su visita. Inanna inventa un falso pretexto. El
portero, obedeciendo las órdenes de
Ereshkigal, la deja entrar y la hace pasar por las Siete Puertas del Mundo
Infernal. Al pasar por cada una de las puertas le quitan una de sus prendas de
vestir o una de sus joyas, sin hacer caso de sus protestas. Después de haber
franqueado la última puerta, se encuentra completamente desnuda. Entonces la
llevan arrastrando a que se ponga de rodillas ante Ereshkigal y los anunnakis,
los siete terribles jueces infernales, que dirigen sobre ella su «mirada de
muerte». Inmediatamente, ella pasa de vida a muerte, y los otros dejan su
cadáver suspendido de un gancho.
Al cabo de tres días y tres noches, no habiendo visto regresar a su dueña,
Ninshubur se dispone a poner en práctica las instrucciones que ella le diera.
Tal como había supuesto Inanna, Enlil y Nanna se niegan a salvarla. Pero Enki
acepta el encargo e idea una estratagema para volverla a la vida, que es la
siguiente: modela con arcilla dos entes asexuados, el kurgarru y el kalaturru,
a los cuales confía el «alimento de la vida» y el «brebaje de la vida»; en
seguida les ordena que desciendan a los Infiernos, donde deberán esparcir el
tal «alimento» y el tal «brebaje» sobre el cadáver de Inanna. El kurgarru y el
kalaturru así lo hacen, y la diosa resucita.
Pero, a pesar de haber recobrado la vida,
Inanna no deja por eso de encontrarse en una situación
muy comprometida. Efectivamente, en el «País de Irás y no Volverás» hay una ley
que nadie ha quebrantado jamás: aquel que una vez haya franqueado sus puertas
no puede volver a la tierra más que si encuentra a alguien que quiera ir a
ocupar su lugar en los Infiernos. Inanna no es ninguna excepción a la regla. Le
permiten volver a la tierra, pero no irá sola, sino que irá acompañada de unos
crueles demonios que tienen órdenes de volverla al mundo de los muertos si ella
no consigue encontrar ninguna otra divinidad para que la reemplace. Cogida
fuertemente por sus fieros guardianes, que no la sueltan ni un momento, Inanna
se dirige de buen principio a las dos ciudades sumerias de Umma y de Badtibira.
Los dioses protectores de estas ciudades, Shara y Latarak, sobrecogidos de
terror ante aquellos indeseables sujetos que vienen a visitarlos desde el más
allá, se cubren de andrajos y se prosternan en el polvo ante Inanna, la cual parece que aprecia su humildad, puesto
que retiene a los demonios, ya dispuestos a conducirles a los Infiernos.
Inanna prosigue su viaje, siempre seguida
de los demonios, y llega a la ciudad de Kullab. El dios tutelar de esta ciudad
no es otro que el dios-pastor Dumuzi. Como que Dumuzi es el marido de Inanna,
no tiene la menor intención de cubrirse de ropas
andrajosas al verla ni de prosternarse ante ella en el polvo. Al contrario, se
reviste del traje de ceremonia y va a sentarse orgullosamente en su trono. Esto
hace enfurecerse a la diosa, que proyecta sobre él la «mirada de la muerte», y
enseguida lo entrega a los demonios, ya impacientes por llevárselo a los
Infiernos. Dumuzi palidece y se pone a gemir; eleva las manos al cielo e invoca
a Utu, el dios del sol, hermano de Inanna y cuñado suyo, pidiéndole ayuda para
escapar de las garras de los demonios por el procedimiento de transformar su
mano en una «mano de dragón» y su pie en un «pie de dragón».
Desgraciadamente, al llegar aquí, el poema, es decir, en plena plegaria de Dumuzi, el texto de las
tablillas se interrumpe. Pero sabemos, por otros conductos, que Dumuzi era
conocido como dios de los Infiernos. Es, pues, casi seguro que Utu no hizo caso
de su súplica y que los demonios lo arrastraron hacia
la morada de los muertos.
He aquí ahora el poema casi íntegro; sólo he recortado algunas repeticiones:
Desde la «Grande altura»
ella dirigió su pensamiento hacia el «Gran Abismo»;
Desde la «Gran Altura»,
la diosa dirigió su pensamiento hacia el «Gran Abismo»; Desde la «Gran Altura»,
Inanna dirigió su pensamiento hacia el «Gran Abismo».
Mi Señora abandonó el cielo, abandonó la tierra,
Al mundo de los Infiernos
descendió;
Inanna abandonó el cielo,
abandonó la tierra,
Al mundo de los Infiernos
descendió;
Ella abandonó la señoría, abandonó la soberanía,
Al mundo de los Infiernos descendió.
Las siete leyes divinas, ella
se las sujetó;
Reunió todas las leyes divinas y las tomó en la mano;
Todas las leyes las colocó en su pie.
La shugurra, la corona de la
Llanura, ella se la ciñó en la cabeza;
Los rizos del cabello, ella
se los fijó en la frente;
La varilla y el cordel para
medir el lapislázuli,
los mantuvo apretados en la
mano;
Las pequeñas piedras de lapislázuli, se las ató alrededor de la garganta;
Las piedras-nunuz gemelas, se las sujetó al pecho;
El anillo de oro, lo colocó en su mano;
El pectoral «¡Ven, hombre, ven!» lo fijó en su busto.
Con el ropaje-pala de señoría, cubrió su cuerpo.
El afeite «¡Que se acerque, que se acerque!»
lo aplicó sobre sus ojos.
Inanna se dirigió hacia los Infiernos.
Su visir Ninshubur iba
andando a su lado,
La divina Inanna dijo a
Ninshubur:
«Oh, tú que eres mi sostén constante,
Mi visir de palabras
favorables,
Mi caballero de palabras
sinceras,
Yo voy a bajar al mundo
infernal.
Cuando habré llegado a los Infiernos,
Eleva para mí una lamentación como se hace sobre las ruinas;
En la sala de reunión de los dioses,
haz redoblar el tambor por mí;
En la mansión de los dioses, recórrela en mi busca.
Baja para mí los ojos, baja para mí la boca,
Como un pobre, arrebújate, para mí, en un vestido único.
Y hacia el Ekur, morada de Enlil, dirige, solo, tus pasos.
Al entrar en el Ekur, morada
de Enlil,
Llora ante Enlil:
"¡Oh, Padre Enlil, no permitas que tu hija
sea condenada a muerte en los
Infiernos!
No dejes que tu Buen Metal
se cubra del polvo de los
Infiernos;
No dejes que tu Buen Lapislázuli
sea tallado en piedra de
lapidario;
No dejes que tu Boj
sea aserrado en madera de
carpintero.
¡No dejes que la virgen Inanna sea condenada a muerte en los
Infiernos!"
Si Enlil no te da su apoyo en este asunto, dirígete a Ur.
En Ur, al entrar en el
Templo... del país,
El Ekishnugal, la mansión de Nanna,
Llora ante Nanna:
"Padre Nanna, no permitas que tu hija...
Si Nanna no te presta su
apoyo en este asunto,
vete a Eridu.
En Eridu, al entrar en la
mansión de Enki,
Llora ante Enki:
"Oh, Padre Enki, no permitas que tu hija...
¡El Padre Enki, Señor de la Sabiduría,
Que conoce el "alimento de la vida",
que conoce el "brebaje
de la vida",
Me hará volver, seguramente, a la vida!»
Inanna se dirigió, pues,
hacia los Infiernos,
Y a su mensajero Ninshubur le dijo:
Y no te olvides de las órdenes que te he dado!»
Cuando Inanna hubo llegado al
Palacio, en la montaña de lapislázuli,
En la puerta de los
Infiernos, ella se comportó bravamente,
Ante el Palacio de los
Infiernos, ella habló bravamente:
«¡Abre la casa, portero, abre la casa!
¡Abre la casa, Neti, abre la casa, sola voy a entrar!»
Neti, el portero en jefe de
los Infiernos,
Responde a la divina Inanna:
«¿Quién eres tú, por favor?
—Yo soy la reina del cielo, el lugar por donde sale el sol.
—Si tú eres la reina del cielo, el lugar por donde sale el sol,
¿Por qué, haz el favor de decirme, has venido al País de Irás y no
Volverás?
Por la ruta de donde el
viajero nunca regresa
¿por qué te ha conducido tu corazón?»
La divina Inanna le respondió:
«Mi hermana mayor, Ereshkigal,
Porque su marido, el Señor Gugalanna, ha sido muerto,
Para asistir a las honras fúnebres, ...;
¡así sea!»
Neti, el portero en jefe de
los Infiernos,
Respondió a la divina Inanna:
«Espera, Inanna, permíteme que antes hable a mi reina.
A mi reina Ereshkigal,
déjame
que le hable..., déjame que le hable.»
Neti, el portero en jefe de
los Infiernos,
Entró en la casa de su reina Ereshkigal y le dijo:
«Oh, reina mía, es una virgen quien, igual que un dios... Las siete leyes divinas...»
Entonces, Ereshkigal se mordió el muslo y se puso furibunda.
Y dijo a Neti, el portero en
jefe de los Infiernos:
os Infiernos,
Y lo que yo te ordeno no te
olvides de cumplirlo.
De las Siete Puertas de los
Infiernos quita los cerrojos,
Del Ganzir, el único Palacio que hay aquí, "rostro" de los Infiernos,
abre las puertas.
Y cuando Inanna entrará,
Muy doblada y humillada, ¡me la presentaréis desnuda ante mí!»
Neti, el portero en jefe de
los Infiernos,
Atendió a las órdenes de su reina.
De las Siete Puertas de los Infiernos quitó los cerrojos,
Del Ganzir, el único Palacio de allá abajo, "rostro" de
los Infiernos,
abrió las puertas.
A la divina Inanna le dijo:
«¡Ven, Inanna, entra!»
Y cuando ella entró,
La shugurra, la corona de la
Llanura, le fue quitada de la cabeza.
«¿Qué es esto?, dijo ella.
—Guarda silencio, Inanna, las leyes de los Infiernos son
perfectas.
¡Oh, Inanna, no desapruebes los ritos de los Infiernos!» Cuando ella franqueó la segunda puerta,
La varilla y el cordel para medir lapislázuli
le fueron quitados.
«¿Qué es esto?, dijo ella.
—Guarda silencio, Inanna, las leyes de los Infiernos son
perfectas.
¡Oh, Inanna, no desapruebes los ritos de los Infiernos!»
Las piedrecitas de lapislázuli le fueron quitadas de la garganta. Cuando ella franqueó la cuarta puerta,
Las piedras-nunuz gemelas le fueron quitadas del busto. Cuando ella franqueó la quinta puerta,
El anillo de oro le fue quitado de la mano.
Cuando ella franqueó la sexta puerta,
El pectoral «¡Ven, hombre, ven!» le fue quitado del pecho. Cuando ella franqueó la séptima puerta,
El ropaje-pala de señoría le fue quitado del cuerpo.
Doblada y humillada, fue
llevada desnuda ante Ereshkigal.
La divina Ereshkigal ocupó su lugar en el trono.
Los anunnakis, los siete jueces,
pronunciaron su sentencia
ante ella.
Ella fijó su mirada en Inanna, una mirada de muerte,
Ella pronunció una palabra contra ella, una palabra de cólera,
Ella emitió un grito contra ella, un grito de condenación:
La débil Mujer fue transformada en cadáver,
Y el cadáver fue suspendido de un clavo.
Cuando tres días y tres noches hubieron transcurrido,
Su visir Ninshubur,
Su visir de palabras
favorables,
Su caballero de palabras
sinceras,
Elevó para ella una lamentación, como se hace sobre las ruinas;
Hizo redoblar para ella el
tambor en la sala de reunión de los dioses;
Anduvo errante en su busca
por la mansión de los dioses.
Bajó
los ojos por ella, bajó la boca por ella,
Como un pobre, en un vestido único, por ella se arrebujó,
Y hacia el Ekur, morada de Enlil, solo, dirigió sus pasos.
Cuando entró en el Ekur, la morada de Enlil,
Lloró ante Enlil:
«Oh, Padre Enlil, no permitas que tu hija
sea condenada a muerte en los
Infiernos;
No dejes que tu Buen Metal
se cubra del polvo de los
Infiernos;
No dejes que tu Buen Lapislázuli
sea tallado en piedra de
lapidario;
No dejes que tu Boj
sea aserrado en madera de
carpintero.
¡No dejes que la virgen Inanna sea condenada a muerte en los
Infiernos!»
Como que el Padre Enlil no le
prestó su apoyo en este asunto,
Ninshubur se fue a Ur.
En Ur, al entrar en el
Templo... del país,
El Ekishnugal, la mansión de Nanna,
Lloró ante Nanna:
«Padre Nanna, no permitas que tu hija...»
Como que el Padre Nanna no le
prestó su apoyo en este asunto,
Ninshubur se fue a Eridu. En
Eridu, al entrar en la mansión de Enki,
Lloró ante Enki:
«Oh, Padre Enki, No permitas que tu hija...»
El Padre Enki respondió a Ninshubur:
«¿Qué le ha ocurrido a mi hija? Estoy inquieto.
¿Qué le ha ocurrido a Inanna? Estoy inquieto.
¿Qué le ha ocurrido a la reina de todos los países? Estoy
inquieto.
¿Qué le ha ocurrido a la hieródula del cielo? Estoy inquieto.»
Se sacó entonces barro de la uña y con él formó el kurgarru;
Se sacó barro de la uña pintada de rojo,
y con él modeló el kalaturru.
Al kurgarru le entregó el «alimento de la vida»;
Al kalaturru le entregó el «brebaje de la vida».
El Padre Enki dijo al kalaturru y al kurgarru:
«Las divinidades infernales os ofrecerán el agua del río;
no la aceptéis.
También os ofrecerán el grano de los campos; no lo aceptéis.
Sino decid a Ereshkigal:
"Danos el cadáver colgado del clavo."
Que uno de vosotros, entonces, lo rocíe con el "alimento de
la vida"
y el otro con el "brebaje de la vida". ¡Entonces Inanna surgirá!»
Las divinidades infernales
les ofrecieron el agua del río,
pero ellos no la aceptaron;
También les ofrecieron el grano de los campos,
pero ellos no lo aceptaron.
«Danos el cadáver colgado de un clavo»,
Y la divina Ereshkigal
respondió
«Este cadáver es el de vuestra reina.
—Este cadáver, aunque sea
el de nuestra reina,
Les dieron el cadáver colgado del clavo.
Uno lo roció con «alimento de vida»,
el otro con «brebaje de la vida».
E Inanna se puso de pie.
Cuando Inanna estuvo a punto
de remontarse de los Infiernos,
Los anunnakis la cogieron y
le dijeron:
«¿Quién, de entre los que han bajado a los Infiernos,
ha podido jamás remontarse indemne de los Infiernos?
¡Si Inanna quiere remontarse de los Infiernos,
Que nos entregue a alguien en su lugar!»
Y unos diablillos, igual que
cañas-shukur.
Y unos diablazos, iguales que
cañas-dubban,
Se le aferraron,
El que iba delante de ella,
aunque no era visir,
tenía
un cetro en la mano.
El que iba a su lado, aunque no era caballero,
llevaba una arma suspendida
del cinto.
Los que la acompañaban,
Los que acompañaban a Inanna,
Eran seres que no conocían el alimento,
que no conocían el agua,
Que no comían harina salpimentada,
Que no bebían el agua de las libaciones,
De los que arrebatan la esposa del regazo del marido,
Y arrancan al niño del seno de la nodriza...»
Acompañada de esta cohorte implacable, Inanna llega sucesivamente a las ciudades de Umma y Bad-tibira, cuyas dos divinidades principales se posternan ante ella, humildes y temblorosas, salvándose así de las garras de los demonios. A continuación, Inanna llega Kullab, cuyo dios tulelar es Dumuzi; y el poema continúa:
Dumuzi, revestido de un noble ropaje,
se había
sentado orgullosamente en su trono.
Los demonios lo cogieron por los muslos.
Los siete demonios se le echaron encima
como a la cabecera de un hombre
enfermo.
Y los pastores ya no tocaron más la flauta
ni el caramillo ante él.
Inanna fijó
su mirada en él, una mirada de muerte,
Y
pronunció una palabra contra él, un grito de condenación:
«¡El
es, lleváoslo!»
Así
la divina Inanna entregó en sus manos
al
pastor Dumuzi.
Pero los que le acompañaban,
Los que acompañaban
a Dumuzi,
Eran seres que no conocían los alimentos
ni conocían
el agua,
Ni
bebían el agua de las libaciones,
Eran de esos que no saben llenar de gozo
el regazo de la mujer,
Ni besar a los niños bien nutridos,
Que
quitan el hijo al hombre de encima de sus rodillas
Y se llevan a la nuera de la casa de su suegro.
Y Dumuzi lloraba, con el rostro verdoso,
Hacia el cielo, hacia Utu, elevó la mano:
«¡Utu, tú eres el hermano de mi mujer, yo soy el marido de tu hermana!
¡Yo
soy el que lleva la crema a la casa de tu madre!
¡Yo
soy el que lleva la leche a la casa de Ningal!
Haz de mi mano la mano de un dragón,
Haz de mi pie el pie de un dragón,
Déjame
escapar de los demonios,
que no se apoderen de mi persona.»
La reconstrucción
y luego la traducción de este poema han requerido mucho tiempo y esfuerzo.
Muchos eruditos tomaron parte activa en ello: Arno Poebel, quien publicó los
tres primeros pequeños fragmentos; Stephen Langdon sobre todo, quien publicó
dos fragmentos importantes, descubiertos en el Museo de Antigüedades Orientales
de Estambul, y de los cuales uno estaba constituido por la mitad superior de
una gran tablilla de cuatro columnas; finalmente, Edward Chiera, quien a su vez
descubrió tres nuevos fragmentos. No obstante, el contenido del texto
permanecía aún oscuro. Las tablillas contenían numerosas lagunas, y eran
precisamente los pasajes importantes del relato los que faltaban. Era imposible
percatarse de la relación lógica que unía las partes subsistentes.
Un feliz y notabilísimo descubrimiento de Chiera fue lo que salvó la situación.
Chiera encontró, en el Museo de la Universidad de Filadelfia, la mitad inferior de la tablilla de cuatro
columnas cuya mitad superior había sido
descubierta y copiada en Estambul por Langdon. Era evidente que la tablilla en
cuestión había sido rota durante las excavaciones; o
acaso antes, y, de las dos mitades separadas, una había quedado en Turquía,
mientras que la otra había tomado el camino de los Estados Unidos. Chiera murió
antes de haber tenido tiempo de sacar provecho de su hallazgo y fui yo quien
publicó por primera vez el poema, en 1937, en París, en la Revue d'Assyriologie.
Quedaban todavía, a pesar de todo, muchos blancos en ese texto; su traducción y su interpretación planteaba constantemente problemas de difícil solución, y el sentido de diversos pasajes importantes permanecía impenetrable. Por pura casualidad, mientras proseguía con mis investigaciones en Estambul, descubrí, aquel mismo año 1937, tres nuevos fragmentos del poema; y, una vez de vuelta a los Estados Unidos, encontré otros dos en el Museo de la Universidad de Filadelfia (1939 y 1940). Estos cinco fragmentos me permitieron rellenar bastantes lagunas del texto, de las más molestas por cierto, y así pude preparar una edición considerablemente aumentada. Pero las cosas no quedaron así. Un poco más tarde tuve la fortuna de poder examinar el centenar
de tablillas, poco más o menos (uno de los conjuntos más importantes del mundo),
de la colección babilónica de la Universidad de Yale que contienen textos
sumerios, y de poder ayudar a su identificación. En el transcurso de este
trabajo di con una tablilla en excelente estado, cuya existencia, por otra
parte, ya había sido señalada por Chiera en 1924, en una nota que había
escapado a mi atención. Esta tablilla constaba de 92 líneas, pero las treinta
últimas, principalmente, añadían al texto ya conocido un pasaje enteramente
nuevo y que demostró tener una importancia insospechada, ya que permitió poner
fin a un equívoco que los especialistas de la mitología y de la religión
mesopotámica habían cometido y mantenido durante más de medio siglo, a
propósito del destino de Dumuzi.
Efectivamente, la mayoría de los eruditos admitían que el dios Dumuzi había sido precipitado al fondo de los Infiernos, sin que se supiera por qué motivos, antes de que bajara a los Infiernos Inanna. Y esos eruditos habían supuesto que si Inanna se había ido al país de los muertos no podía ser por otra razón más que para libertar a su marido, Dumuzi, y volverlo a la tierra. El texto de Yale, sin embargo, ha probado que esta hipótesis es falsa, Inanna no había sacado para nada a su marido de los Infiernos, sino todo lo contrario: fue ella la que, irritada por la actitud de menosprecio con que la había recibido Dumuzi, lo había entregado a los demonios para que ellos se lo llevasen al «País de Irás y no Volverás».
|
|||