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LA HISTORIA EMPIEZA EN SUMER
XVIII ESÓPICA LOS PRIMEROS ANIMALES DE LA FÁBULA
Los griegos y los romanos habían atribuido la invención de la fábula animal a Esopo, quien vivió en el Asia Menor
en el siglo VI antes de nuestra era. Pero hoy en día se sabe que algunas de las
fábulas cuya paternidad se atribuía a Esopo existían ya desde antes de éste
nacer. En todo caso, el apólogo de
tipo esópico, compuesto de una breve introducción narrativa, seguida de una aún más breve
moraleja en estilo directo, ya era conocidísimo en Sumer más de mil años antes del nacimiento de Esopo. Los
animales (y la cosa nada tiene de extraño) jugaron un gran papel en los escritos instructivos sumerios.
Durante el curso de los últimos años, Gordon ha reconstruido, descifrado y
traducido un total de 295 proverbios y fábulas que hacen salir a escena 64
diferentes especies animales, desde los mamíferos y las aves hasta los
insectos. La frecuencia con que aparecen las diversas categorías de este
bestiario, tal como es posible juzgar a partir del material de que disponemos,
ya resulta, por sí sola, muy instructiva. El perro, que se encuentra en 83
fábulas y proverbios, va en cabeza, seguido del buey doméstico y, después, del asno. Vienen a continuación el zorro, el cerdo, y, nada más que en sexta
posición, el carnero doméstico, seguido
inmediatamente por el león, el buey salvaje (Bos primigenius), especie
extinguida actualmente, la cabra doméstica, el lobo, etcétera. He aquí, a continuación, la
traducción propuesta por Gordon de algunas de las fábulas sumerias, entre las mejor conservadas y más
inteligibles.
Por derecho propio se iniciará con el perro. El perro se presenta como un glotón, de lo que son
testigo las dos piezas siguientes:
I.
El asno nadaba en el río y el perro se
aferraba a él firmemente, diciendo: «Cuando salga a la orilla me lo comeré».
II.
El perro acudió a un banquete, pero
cuando hubo echado una mirada a los huesos que por allí había, se alejó,
diciendo: «Allí donde me voy ahora tendré algo más que comer».
Sin embargo, una de las expresiones más
delicadas del amor maternal está en boca de una perra:
Así
habló la perra, con orgullo: «Tanto si tienen (los cachorros) el pelo leonado
como moteado, quiero a mis pequeños.»
En el caso del lobo parece como si los
sumerios se hubieran sorprendido más que nada de su
rapacidad. En una fábula que, desgraciadamente, presenta dos lagunas, una
bandada de diez lobos ataca un rebaño de corderos. Pero uno de los asaltantes,
gran bribón, consigue engañar a sus compañeros por medio de un razonamiento
capcioso:
Nueve lobos y un décimo lobo mataron unos cuantos corderos. El décimo lobo era voraz
y no (una o dos palabras destruidas)..., dijo: «Yo haré las ¿partes. Vosotros
sois nueve y así un cordero será vuestra parte común. Por lo tanto, yo, que soy
uno, tendré nueve corderos. Ésta es mi parte.»
La fiera cuya personalidad queda mejor dibujada
es el zorro. Los proverbios sumerios hacen del zorro un animal vanidoso que,
tanto por medio de sus palabras como por sus actos, intenta exagerar su propia
importancia. Pero como el zorro, además
de fanfarrón, es cobarde, a menudo queda en ridículo. Lo cual queda atestiguado
por las cuatro imágenes siguientes:
El zorro pisa la pezuña de un buey salvaje. «¿Te he hecho daño?», le pregunta.
El zorro no podía construir su casa, por lo tanto se fue, como conquistador, a la casa de su amigo. El zorro llevaba un bastón (y decía): «¿A quién le voy a pegar?» Llevaba un acta jurídica (y decía): «¿Qué proceso podría yo intentar? El zorro rechina los dientes, pero su cabeza tiembla. Dos fábulas,
las más largas de cuantas que se refieren al zorro, ilustran la cobardía y la
jactancia del personaje. Aunque sean algo confusas y tengan un final
desconcertante, sus sobreentendidos y su significado no dejan de ser
perfectamente claros:
El zorro dice a su esposa: «¡Ven! Vamos a machacar la ciudad de Uruk con nuestros dientes,
como si fuese un puerro. Atémonos la ciudad de Kullab a los pies como si fuese
una sandalia.» Pero no estaban todavía a 600 gar de la ciudad (unos 3 km),
cuando los perros de la ciudad se pusieron a aullar: «¡Gemme-Tummal,
Gemme-Tummal! (sin duda el nombre de la zorra). ¡Volvamos a nuestra casa!
¡Vámonos ya!» Ellos (los perros) aullaban amenazadoramente en el interior de la
ciudad.
Podemos dar por supuesto que el zorro y la
zorra dieron media vuelta, sin entretenerse en más.
Se
observa en la segunda fábula un recurso que
Esopo utilizará más tarde en «Los ratones y las comadrejas». He aquí la fábula:
El zorro pidió
al dios Enlil los cuernos de un buey salvaje (y) se le ataron los cuernos de un
buey salvaje. Pero el viento sopló y la lluvia se precipitó y el zorro no pudo
volver a su país. Hacia el final de la noche, cuando el viento frío del norte,
las nubes de tempestad y la lluvia lo hubieron abrumado (?), dijo: «Cuando
amanezca...» (desgraciadamente, aquí se interrumpe el texto y lo que sigue
podemos solamente imaginarlo: el zorro suplicó que le quitaran los cuernos).
Sólo
hay dos fábulas sumerias que hagan intervenir al oso, y en una de ellas
únicamente se trata de una alusión a su sueño invernal. No se puede decir gran
cosa, pues, de este plantígrado. Pero ocurre todo lo contrario con la mangosta,
de la que los proverbios nos proporcionan una información abundante.
Como sucede actualmente en Iraq, los
mesopotamios de la antigüedad la domesticaban
para utilizarla en la caza de ratones. En lugar de acechar su presa con la
paciencia y la circunspección del gato, la mangosta se arroja como un rayo
sobre su víctima, y esta táctica producía una gran impresión a los sumerios, de
donde viene el proverbio:
Un gato... por sus pensamientos,
Una mangosta... por sus acciones.
Por otra parte, los sumerios deploraban
amargamente sus hábitos de latrocinio, sin abrigar ilusiones
sobre la suerte que en definitiva esperaba a las vituallas:
Si hay provisiones, la mangosta las
devora.
Y si la mangosta me deja algunas
provisiones, viene un forastero y se las come.
Sin embargo, el «mal
gusto» de la mangosta, según se deduce de otro proverbio, tenía el don de
divertir a su dueño:
Mi mangosta, que sólo se come alimentos averiados, no saltará para apropiarse de la
cerveza ni del ghee (mantequilla clarificada).
El gato es casi ignorado en la literatura
sumeria. Sólo lo menciona otro proverbio, acoplándolo a
una vaca que sigue el paso a un portador de cestos.
En otro proverbio se hace alusión a una hiena, aunque la identificación de este animal sea
discutible. Pero el personaje más importante es el león. Se desprende de las
máximas y las fábulas el que a este animal le gustaban especialmente las
regiones cubiertas de malezas y densa vegetación. No obstante, dos fábulas
de significado muy oscuro y, por otra parte, seriamente mutiladas, le asignan la
pradera como habitat. Como quiera que la selva le aseguraba una retirada y le
proporcionaba un albergue impenetrable, el hombre tuvo que iniciarse en sus
costumbres para poder defenderse de él.
¡Oh,
león!, la selva es tu aliada,
dice un proverbio; y otro proverbio,
apenas menos superficial que la leyenda de Androcles (es lo menos que de él pueda decirse), afirma:
En la selva el león no devora al hombre que le conoce.
Otro texto, muy mutilado, evoca un león, caído al fondo de una zanja, y un zorro.
La mayoría
de las veces, el león figura como el animal de presa por excelencia, y sus
víctimas favoritas son el carnero, la cabra y el «cerdo salvaje»:
Cuando el león
entró en el corral, el perro llevaba una trailla de lana hilada.
El león
se había apoderado de un «cerdo salvaje» y se disponía a devorarlo, diciendo:
«Hasta este momento tu carne no ha llenado mi boca, pero tus agudos chillidos
me han hecho zumbar los oídos.»
No obstante, el león no sale siempre vencedor; incluso es capaz de dejarse enredar con
las adulaciones de la «débil cabra». Éste es el tema de una de las fábulas
sumerias más largas, la cual tiene una reverberación francamente esópica:
Un león
se había apoderado de una débil cabra. «¡Déjame marchar, (y) te daré un
carnero, uno de mis compañeros!» (dijo la cabra). «Antes de que te deje
marchar, dime tu nombre» (dijo el león). (Entonces) la cabra respondió al león:
«¿No sabes mi nombre? Mi nombre es "Tú eres inteligente".» (Así,
pues), cuando el león llegó al redil de los carneros, rugió: «Ahora que he
llegado al redil de los carneros te soltaré.» (Entonces) ella le respondió
desde el otro lado (de la valla), diciéndole: «Tú me has soltado. ¿Has sido
(realmente) inteligente? En lugar de "darte" el carnero (que te había
prometido), ni yo misma me voy a quedar allá.»
Una fábula,
que trata del elefante, lo pinta como a un fanfarrón a quien un pajarito de los
más pequeños hace cerrar la boca fácilmente:
El elefante se jactaba de su importancia,
diciendo: «No hay nadie como yo en el mundo. No...» (el
final de la línea está roto, pero, sin embargo, podemos imaginarnos una frase
como: «No pretendas compararte a mi persona»). (Entonces) el reyezuelo le
respondió, diciendo: «Yo también, pequeño como soy, he sido creado exactamente
igual que tú.»
El asno, como ya es bien sabido, era la
principal acémila y animal de tiro de Mesopotamia, y la
literatura sumeria se burlaba siempre de su lentitud y de su necedad. Ya es, en
la literatura sumeria, el mismo personaje que en el folkore europeo ulterior.
Su gran finalidad en la existencia consiste en actuar siempre contrariamente a
los deseos de su dueño.
Esto es lo que se desprende de esta
selección de adagios:
Hay que conducirlo (por la fuerza) en una
ciudad apestada como un jumento enalbardado.
El asno come su propia yacija.
«¡Tu
desdichado asno ya no tiene agilidad! ¡Oh, Enlil, tu desdichado hombre ya no
tiene fuerza!»
Mi asno no estaba destinado a correr
velozmente, sino que estaba destinado a rebuznar.
El asno bajó
la cabeza y su dueño le acarició el hocico, diciendo: «Tenemos que levantarnos
y partir. ¡Anda! ¡Date prisa!»
A veces le zumban al asno por haberse desembarazado de su carga: El asno, habiendo soltado su carga, dijo: «Me zumban todavía los oídos de las desdichas pasadas.»
En ocasiones, el asno se escapa y no
vuelve más a su dueño, de donde procede la imagen que
evocan estos dos proverbios:
Igual que el asno fugitivo, mi lengua no se vuelve atrás. Y:
Se observan también otras alusiones a ciertas particularidades desagradables del
animal:
Cuando un asno no apesta es que no tiene
palafrenero.
Hay otra máxima,
que hace asimismo alusión al asno, y que no carece de cierto interés
sociológico:
Ello parece indicar una crítica dirigida contra los matrimonios infantiles.
Las fábulas
sumerias han proyectado una luz insospechada sobre los comienzos de la doma del
caballo, ya que ha llegado hasta nosotros un proverbio que constituye de manera inequívoca
la referencia más antigua que conocemos sobre la equitación.
Este proverbio está grabado en una de las grandes tablillas de Nippur, y en una
tablilla escolar. Es verdad que esos dos documentos, más o menos contemporáneos,
se sitúan alrededor del año 1700 de Jesucristo. Pero, habida cuenta del tiempo
necesario para su difusión y para la inserción de la máxima en una colección
instructiva, podemos suponer que su redacción inicial es muy superior a dicha
fecha, lo que nos autoriza a creer que el caballo ya se utilizaba como montura
en Mesopotamia hacia el año 1000 antes de Jesucristo. He aquí el texto:
El caballo después
de haber derribado a su jinete, dijo: «Si mi carga tiene que ser siempre como
ésa, me voy a debilitar.»
Otro proverbio se refiere a la transpiración del caballo:
Sudas
como un caballo; es lo que has bebido.
Sólo
conocemos un proverbio que se refiera al mulo, y que alude a los orígenes de
ese animal híbrido:
¡Oh, mulo! ¿Será tu padre el que va a reconocerte, o será tu madre? El cerdo (y esto constituye un elemento de
información muy interesante) ya era considerado como un
alimento excelente para los sumerios; es el animal citado más a menudo como
proveedor de carne:
El cerdo cebado está a punto de ser degollado, y entonces dice: «El alimento que yo
he comido...» (El texto aquí se interrumpe, pero resulta fácil terminar la
frase: «irá a alimentar a otro.»)
Estaba sin recursos (?) y, por lo tanto,
degolló su cerdo.
El carnicero degüella
al cerdo, diciendo: «(Pero) ¿es necesario que grites? Es el mismo camino que
han seguido tu padre y tu abuelo, y ahora vas a seguirlo tú mismo. ¡Y, no
obstante, aún gritas!»
Hasta el presente no hemos encontrado
ninguna fábula sumeria que ponga en escena al mono, pero
conocemos un proverbio y una carta que envía un mono a su madre, indicando todo
ello que este animal jugaba su papel en el circo sumerio y que su suerte no
tenía nada de envidiable.
Vamos a ver, en primer lugar, el
proverbio:
La prosperidad es general en Eridu, pero
el mono del «Gran Circo» se sienta sobre un montón de
inmundicias.
Y, en cuanto a la carta, hela aquí:
A Lusasa, mi madre.
Así
habla el señor Mono:
«Ur
es la ciudad encantadora del dios Nanna, Eridu es la ciudad próspera del dios Enki;
pero yo estoy aquí, sentado detrás de las
puertas del Gran
Circo, y me alimento de inmundicias. ¿Podré evitar morirme de eso? Ignoro hasta el gusto del pan; ignoro hasta el gusto de la cerveza. Envíame un correo especial. ¡Es urgente!» En consecuencia, tenemos fundamentos para
creer que un mono, perteneciente a la «troupe»
del Gran Circo de Eridu, puerto fluvial del sudeste, estaba mal alimentado y
tenía que ir buscando su sustento entre la inmundicia. Debido a alguna razón
oscura, esta triste condición se hizo legendaria y es muy verosímil que un
escriba de espíritu satírico desarrollara el proverbio para componer esta
epístola. Poseemos de ella cuatro copias; parece, por lo tanto, que hubiera
llegado a considerarse como un clásico menor. En cuanto al proverbio, terminó
su carrera en una antología instructiva.
Estas compilaciones de proverbios y de
dichos no nos traducen más que un aspecto de la
literatura instructiva de los sumerios. Pero se conocen otros géneros de
escritos utilitarios destinados a inculcar la «sensatez» y, por medio de ella,
lograr el ejercicio de una vida equilibrada y dichosa. El «Almanaque del
granjero», estudiado en el capítulo XI, ofrece un ejemplo de tratado didáctico; y bajo su aspecto de
narración sin otro objeto que el placer literario, la «Vida de un estudiante»
(ver del capítulo II), es, en el
fondo, una especie de retrato moral Vamos
a ver seguidamente que otro género literario, la controversia, fundada en una especie de torneo intelectual y de
discusión erudita, ocupa en la literatura sumeria un lugar importante, debido, tal vez, al amor a los
contrastes y a la discusión, que podrían muy bien haber sido dos
características del espíritu sumerio.
XX PARA LOS REALES ESPOSOS EL PRIMER CANTO DE AMOR
Mientras yo estaba trabajando en el Museo
de Antigüedades Orientales de Estambul, di por
casualidad con una pequeña tableta que llevaba el número 2461. Era a fines del
año 1951. Durante varias semanas había ido examinando, con más o menos premura,
cajones enteros de tablillas, buscando la manera de identificar los textos
literarios desconocidos e inéditos que allí yo iba descubriendo, y de
averiguar, si ello fuera posible, a qué composición, a qué conjunto estaba
ligado cada uno de ellos. Me esforcé en desbrozar el terreno y hacer una
primera selección. Sabía de sobras que aquel año no tendría tiempo de copiar
todas las tablillas; tenía que contentarme, por lo tanto, con las más
importantes.
Cuando percibí,
en uno de los cajones, entre otras muchísimas piezas, esa pequeña tablilla marcada con el número 2461, quedé sorprendido por su aspecto, por su estado de
perfecta conservación. Me di cuenta
enseguida de que se trataba de un poema de muchas estrofas, en el que se cantaba la belleza del amor; una gozosa desposada
celebraba en él a un rey llamado Shu-Sin (un rey que había reinado en el país de Sumer, hará unos 4.000 años).
Leí y releí el texto; no había duda: lo que yo tenía en la mano era ni más ni menos que uno de los más antiguos poemas de amor que jamás se hubiesen escrito. Pero pronto pude comprobar que no se
trataba de un canto de amor profano. La pareja que en el poema se evocaba no
era una pareja de amantes ordinarios, sino de amantes «consagrados»: el Rey y
su Esposa «ritual». En fin, comprendí que se trataba de un poema que debía de
haberse recitado durante la celebración de la santísima ceremonia, del
antiquísimo rito sumerio que se llamaba el «Matrimonio sagrado». Cada año, de
conformidad con las prescripciones religiosas, el soberano estaba obligado a
«casarse» con una de las sacerdotisas de Inanna, la diosa del amor, y de la
procreación, con objeto de asegurar la fertilidad de las tierras y la
fecundidad de las hembras. Esa ceremonia tenía lugar el primer día del año, e
iba precedida de fiestas y de banquetes, acompañados de música, de cantos y de
danzas. El poema inscrito en la pequeña tablilla de Estambul había sido recitado, verosímilmente, en ocasión de una de esas
fiestas de Año Nuevo por la elegida del rey Shu-Sin.
La señora
Muazzez Cig, conservadora de la colección de tablillas de Estambul, hizo la
copia, y juntos publicamos el texto, en el Belleten de la «Comisión histórica turca» (tomo XVI, página 345 y siguientes), con
su transcripción, una traducción y un comentario.
Esposo, amado de mi corazón.
Grande es tu hermosura, dulce
como la miel.
León,
amado de mi corazón,
Grande es tu hermosura, dulce como la miel. Tú
me has cautivado, déjame que permanezca temblorosa ante ti;
Esposo, yo quisiera ser conducida por ti a la cámara.
Tú me has cautivado, déjame que permanezca temblorosa ante ti;
León, yo quisiera ser conducida por ti a la cámara. Esposo, déjame que te acaricie;
Mi caricia amorosa es más suave que la miel.
En la cámara llena de miel,
Deja que gocemos de tu
radiante hermosura;
León,
déjame que te acaricie;
Mi caricia amorosa es más suave que la miel. Esposo, tú has tomado tu placer conmigo;
Díselo a mi madre, y ella te ofrecerá golosinas;
A mi padre, y te colmará de regalos. Tu alma, yo sé cómo alegrar tu alma;
Esposo, duerme en nuestra
casa hasta el alba.
Tu corazón, yo sé cómo alegrar tu corazón;
León, durmamos .en nuestra casa hasta el alba.
Tú,
ya que me amas, Dame, te lo ruego, tus caricias.
Mi señor dios, mi señor protector,
Mi Shu-Sin, que alegra el corazón de Enlil,
Dame, te lo ruego, tus
caricias.
Tu sitio dulce como la miel.
te ruego que pongas tu mano
encima de él,
Pon tu mano encima de él como sobre una capa-gishban,
Cierra en copa tu mano sobre él
como sobre una
capa-gishban-sikin.
Éste es un poema-balbale de Inanna.
Contrariamente a los himnos y a las narraciones poéticas, los poemas líricos son bastante raros en Sumer, y el lirismo amoroso, en particular, no está representado actualmente más que por dos obras: ésta de que acabo de hablar y otra, igualmente conservada en el Museo de Estambul. Esta última ya había sido publicada por Edward Chiera en 1924, pero su primera traducción es de 1947, y es debida a Adam Falkenstein. Se encuentran en este poema, igual que en el precedente, las palabras de amor dirigidas por una sacerdotisa anónima al Rey, su Esposo; pero su composición no queda muy inteligible y algunos de sus pasajes permanecen algo oscuros. Según parece, hay que dividirlo en seis estrofas (dos de cuatro versos, una de seis y, de nuevo, dos de cuatro y una de seis). Por otra parte, entre ellas no se distingue ninguna trabazón lógica clara. La primera estrofa celebra a la reina madre Abisimti y el nacimiento del rey Shu-Sin. La segunda parece querer asociar en la misma alabanza al soberano y a su esposa Kubatum. En la tercera (de seis versos) la recitadora enumera los regalos que le ha ofrecido Shu-Sin para recompensarla por haber cantado los alegres «cánticos- allari»:
Ella ha dado a luz a aquel
que es puro,
ella ha dado a luz a aquel
que es puro,
La reina ha dado a luz a
aquel que es puro,
Abisimti ha dado a luz a
aquel que es puro,
La reina ha dado a luz a aquel que es puro.
¡Oh, reina mía, adornada de hermosos miembros!
¡Oh, reina mía, que eres... de cabeza, mi reina Kubatum!
¡Oh, señor mío, que eres... de cabellos, oh, señor mío Shu-Sin!
¡Oh, señor mío, que eres... de palabras, oh, hijo mío de Shulgi!
Porque yo le he cantado,
porque yo le he cantado,
el señor me ha hecho un regalo.
Porque he cantado el allan, el señor
me ha hecho un regalo;
che de oro, un sello de lapislázuli,
el señor me los ha dado como regalo;
Un anillo de oro, un anillo de plata,
el señor me los ha dado como regalo.
Señor, tu regalo es desbordante de...,
alza tu rostro hacia mí,
Shu-Sin, tu regalo es desbordante de...,
alza tu rostro hacia mí.
De las tres últimas estrofas, dos (la primera y la tercera) están dedicadas al Rey, a quien la sacerdotisa exalta amorosamente, mientras que en la otra (la segunda) ella alaba sus propios encantos, en cuatro versos muy sugestivos.
...señor...señor...,
...como un arma...,
La ciudad levanta su mano
como un dragón, mi señor Shu-Sin,
Y se extiende a tus pies como un leoncillo, hijo de Shulgi.
Dios mío, de la doncella que escancia el vino,
dulce es el brebaje.
Como su brebaje, dulce es su
vulva, dulce es su brebaje,
Como sus labios, dulce es su vulva, dulce es
su brebaje,
Dulce es su brebaje mezclado,
su brebaje.
Mi Shu-Sin, que me has
concedido tus favores,
¡Oh, mi Shu-Sin, que me has concedido tus favores, que me has
mimado.
Mi Shu-Sin, que me has
concedido tus favores,
Mi bienamado de Enlil, mi
Shu-Sin,
Mi rey, el dios de su tierra!
Éste es un poema-balbale de Bau.
XXI PARAISO LOS PRIMEROS PARALELOS CON LA BIBLIA
Los capítulos
precedentes demuestran claramente el papel que representaron los sumerios como
precursores en la historia general de nuestra civilización. Son nuestros
archivos más antiguos; he aquí, pues, lo que representan, juntamente con los de
Egipto, estos «textos de arcilla» extraídos de las arenas mesopotámicas. Así,
desde hace un siglo, las excavaciones realizadas en el Oriente Medio y en
Egipto han ensanchado nuestro horizonte histórico y han hecho retroceder en
varios milenarios las fronteras de la antigüedad. Actualmente ya no se puede
aislar ni considerar como un momento absoluto de la historia el desarrollo de
tal o cual civilización. A medida que se va ampliando el campo de nuestros
conocimientos, aparecen nuevos «pasadizos» entre los diversos «islotes» que
ponen en evidencia la continuidad de la evolución. Los descubrimientos que se
acumulan en el Próximo Oriente ilustran estas relaciones de un modo muy
significativo.
El lector, al leer los textos que he
citado más arriba, no habrá dejado de percibir en ellos
como un eco, como una resonancia bíblica. Las aguas primordiales, la separación
del cielo y de la tierra, la arcilla con que fue amasada la criatura humana,
las leyes morales y cívicas, el cuadro del sufrimiento y de la resignación del
hombre, esas «disputas», en fin, que son como un preludio de la de Caín y Abel,
todo eso, en conjunto, ¿no nos recuerda, en ciertos aspectos, los episodios y
los temas a todos familiares del Antiguo Testamento? En realidad, las
investigaciones arqueológicas efectuadas en los «países de la Biblia», que ya
han dado tantos resultados de primera importancia, proyectan una vivísima luz
sobre la misma Biblia, sobre sus orígenes y sobre el ambiente en que nació.
Sabemos actualmente que este libro, el clásico más grandioso de todos los
tiempos, no ha surgido, como quien dice, de la nada, como una flor artificial
emergiendo de un jarrón vacío. Esta obra tiene unas raíces que se extienden
hasta un lejanísimo pasado y se esparcen por los países vecinos de aquel en
donde hizo su aparición. Ello no disminuye en nada, desde luego, ni su valor ni
su alcance, ni el genio de los escritores que la compusieron. Hay que admirar
el milagro hebreo, ya que es un verdadero milagro ver cómo en la Biblia los
viejos temas estáticos rompen el cuadro de sus esquemas convencionales para
desarrollarse lozanamente en esta obra con un dinamismo, un vigor creador sin
equivalentes en la historia del mundo.
Para el descifrador de tablillas, el
traductor de textos cuneiformes, resulta apasionante seguir la trayectoria de
las ideas y de las obras a través de esas viejísimas
civilizaciones de los sumerios a los babilonios, a los asirios, a los hititas,
a los hurritas y a los arameos. Es evidente que los sumerios no ejercieron
ninguna influencia directa sobre los hebreos, ya que aquéllos habían
desaparecido mucho antes de la aparición de estos últimos, pero no hay ninguna
duda de que los sumerios influyeron profundamente sobre los cananeos,
antecesores de los hebreos en Palestina. Así es como pueden explicarse las
numerosas analogías existentes entre los textos sumerios y algunos de los libros
de la Biblia. Estas analogías no son aisladas, sino que, a menudo, aparecen «en
serie», como se verá a continuación; se trata, pues, de un verdadero
paralelismo.
Daré
un primer ejemplo en este capítulo, tomando como punto de partida el poema
mítico sumerio titulado: Enki y Ninhursag. El texto se compone de 278
líneas inscritas en una tablilla de seis columnas, que pertenece al Museo de la
Universidad de Filadelfia. Su tema es el del
«paraíso», pero no del paraíso terrenal, en el sentido en que se entiende en la
Biblia, sino del paraíso que fue concebido y arreglado por los dioses mismos y
para ellos en la tierra de Dilmun.
Existe, según
dice el poema, un país llamado Dilmun. Es un país «puro», «limpio» y
«brillante», un «país de los vivientes», donde no hay ni enfermedad ni muerte.
Así, pues,
En Dilmun, el cuervo no da su graznido,
El pájaro-ittidu
no da el grito del pájaro-ittidu,
El león
no mata,
El lobo no se apodera del cordero,
Desconocido es el perro salvaje, devorador
de cabritos.
Desconocido es el... devorador de grano.
Aquel que tiene mal en los ojos no dice:
«Tengo
mal en los ojos»;
Aquel
que tiene mal en la cabeza no dice:
«Tengo
mal en la cabeza»;
La
vieja no dice: «Soy una vieja»;
El
viejo no dice: «Soy un viejo».
Aquel que atraviesa el Río no dice: ...
A su alrededor no dan vueltas los
sacerdotes sumidos en llanto,
El cantor no suelta ningún lamento,
Alrededor de la ciudad no pronuncia ninguna endecha.
Sin embargo, le falta algo a Dilmun: el agua fresca, indispensable a los animales y a las plantas. Enki, el gran dios sumerio del agua, ordena, por consiguiente, a Utu, el dios del sol, que haga surgir agua fresca de la tierra para regar abundantemente el suelo. Dilmun se transforma así en un ubérrimo jardín, en el que los huertos alternan con las praderas. Ninhursag, la gran diosa-madre de los súmenos, que probablemente es el origen de la «Tierra-Madre», ha hecho crecer ocho plantas en ese paraíso de los dioses, después de haber dado a luz a tres generaciones de diosas, engendradas por el dios del agua. Por otra parte, no se entiende muy bien el sentido de ese complicado proceso, pero el poema insiste en él, y además subraya el hecho de que estos partos hubieran tenido lugar sin dolor.
La diosa Minmu salió al ribazo.
Enki, entre los marjales,
mira a su alrededor,
mira a su alrededor.
Y dice a su mensajero Isimud:
«¿No besaré yo a la hermosa doncella?
¿No besaré yo a la hermosa
Ninmu?»
Isimud, su mensajero, le responde:
«Besa a la hermosa
doncella,
Besa a la hermosa Ninmu.
Para mi rey, yo haré soplar un gran viento.»
Solo, Enki, toma pie en su barco,
Abraza a Ninmu estrechamente y la besa,
Vierte la simiente en su seno:
Ella recibe la simiente en su
seno, la simiente de Enki.
Un día habiendo hecho su primer mes,
Dos días habiendo hecho sus dos meses,
Nueve días habiendo hecho sus nueve meses, los meses de la maternidad,
Ninmu, como la crema-..., como la crema-...,
como la buena, la maravillosa crema,
Da a luz a la diosa Ninkurra.
Después
de haber nacido las otras diosas por un procedimiento idéntico, Ninhursag crea
las ocho plantas. Pero Enki, curioso, sin duda, de conocer su labor, las hace
recoger por su mensajero Isimud. Éste las presenta a su señor, el cual se las
come una tras otra.
Enki, entre los marjales, mira a su
alrededor,
mira a su alrededor.
Y dice a su mensajero Isimud:
«Quiero
decretar la suerte de estas plantas.
quiero conocer su "corazón".
¿Cuál
es, por favor, esta planta?
¿Cuál
es, por favor, esta planta?»
Isimud, su mensajero, le responde: «Rey
mío, ésta es la planta-árbol», le dice.
Y
la corta para Enki, quien se la come.
«Rey
mío, ésta es la planta-miel», le dice.
Y la coge para él y él se la come. «Rey
mío, ésta es la planta-malahierba del camino (?)»,
le dice.
Y la corta para él
y él se la come.
«Rey
mío, ésta es la planta de agua», le dice.
come. «Rey
mío, ésta es la planta-espina», le dice.
Y
la corta para él y él se la come.
«Rey
mío, ésta es la planta-alcaparra», le dice.
Y la coge para él y él se la come. «Rey
mío, ésta es la planta-...», le dice.
Y
la corta para él y él se la come.
«Rey
mío, ésta es la planta-casia», le dice.
Y
la coge para él y él se la come.
Pero a Enki le sale mal la broma, porque Ninhursag, montando en cólera, le maldice y le condena a muerte, y, a continuación, para evitar el riesgo de dejarse enternecer, para estar bien segura de no revocar su decisión, Ninhursag abandona a los dioses y desaparece.
Enki decretó,
pues, la suerte de estas plantas
y conoció
su «corazón».
Pero, entonces, Ninhursag maldijo el
nombre de Enki:
«¡Hasta
que esté muerto, no le fijaré jamás
con el Ojo de la Vida!»
En consecuencia, la salud de Enki empieza
a declinar; ocho partes de su cuerpo se ven atacadas de enfermedad. Y, mientras
Enki va perdiendo rápidamente sus fuerzas,
los grandes dioses, abrumados, entristecidos y enlutados, están sentados en el
polvo sin saber qué hacer. Enlil, el dios del aire, y rey de los dioses
sumerios, parece incapaz de hacer frente a la situación. Entonces interviene,
sin que sepamos exactamente por qué, un nuevo personaje: la zorra, la cual
declara a Enlil que, a cambio de una recompensa conveniente, se compromete a
hacer volver a Ninhursag. Enlil acepta. Cómo se las apaña la zorra para lograr
sus fines es cosa que ignoramos, porque el texto presenta una laguna en este
preciso lugar. Pero, sea como sea, Ninhursag regresa junto a los dioses. A su
llegada, Enki se encuentra pésimamente. Ninhursag hace que se siente a su lado
y le pregunta cuáles son las partes de su cuerpo que le hacen sufrir. Enki las
enumera, y, entonces, Ninhursag crea ocho divinidades para curar las ocho
enfermedades.
Ninhursag hace que Enki se siente junto a ella:
«Hermano
mío, ¿dónde te duele?
—Mi...
me duele.
—Al dios Abu he dado a luz para ti.» «Hermano
mío, ¿dónde te duele?
—Mi
mandíbula me duele.
—Al
dios Nintulla he dado a luz para ti.»
«Hermano
mío, ¿dónde te duele?
—Mi
diente me duele.
—A la diosa Ninsutu he dado a luz para ti.» «Hermano
mío, ¿dónde te duele?
—Mi
boca me duele.
—A la diosa Ninkasi he dado a luz para ti.»
—A la diosa Nazi he dado a luz para ti.» «Hermano
mío, ¿dónde te duele?
—Mi
brazo me duele.
—A la diosa Azimua he dado a luz para ti.» «Hermano
mío, ¿dónde te duele?
—Mi
costilla me duele.
—A la diosa Ninti he dado a luz para ti.» «Hermano
mío, ¿dónde te duele?
—Mi...
me duele.
—Al dios Enshag he dado a luz para ti.»
Tal es el mito sumerio. Ya se ve que no le
faltan puntos de contacto con el texto bíblico.
Vamos a precisarlos.
Empecemos por el paraíso, cuya noción parece ser de origen sumerio en el Próximo Oriente;
este paraíso tiene una situación geográfica determinada. En efecto, es muy
probable que el país de Dilmun, donde lo sitúan los sumerios, se hallase al
sudoeste de Persia. Pues bien, los babilonios, pueblo semita que venció a los
sumerios, situaron en esa misma región su «país de los vivientes». En cuanto a
la Biblia, ésta indica que Jehová o Yahweh plantó un jardín en Edén, hacia Oriente (Génesis, II, 8). «De este lugar
de delicias salía un río», añade el texto del Génesis (II, 10-14), «para regar el paraíso, río que desde allí se
dividía en cuatro brazos. Uno se llama Phison... El nombre del segundo rio es
Gehon... El tercer río tiene por nombre Tigris... Y el cuarto río es el
Eufrates.» Estas indicaciones permiten pensar que el Dilmun sumerio y el Edén hebraico no eran más que uno en sus orígenes.
Segundo punto: el pasaje del poema Enki y Ninhursag, que relata cómo el dios del
sol riega Dilmun con el agua fresca surgida de la tierra, corresponde con el
siguiente de la Biblia (Génesis, II, 6): «Salía empero de la tierra una fuente,
que iba regando toda la superficie de la tierra.»
Tercer punto: la maldición pronunciada contra Eva: «Multiplicaré tus trabajos en tus
preñeces: con dolor parirás los hijos...», implica un estado superior, el que
describe el poema sumerio en que la mujer paría sin dolor.
Cuarto punto, y punto final: la falta
cometida por Enki al comerse las ocho plantas de Ninhursag, hace pensar en el
pecado de que se hicieron culpables Adán
y Eva al comerse el fruto del árbol de la sabiduría.
Un análisis
más meticuloso nos conduce a una comprobación aún más asombrosa, la cual nos
proporciona la explicación de uno de los enigmas más embarazosos de la leyenda
bíblica del paraíso, el que plantea el famoso párrafo en donde se ve cómo Dios
forma la primera mujer, la madre de todos los hombres, de una costilla de Adán
(Génesis, II, 21). ¿Por qué una costilla? Si se admite la hipótesis de una
influencia de la literatura sumeria (de este poema de Dilmun y de otros
semejantes) sobre la Biblia, las cosas se aclaran mucho. En nuestro poema, una
de las partes enfermas del cuerpo de Enki es precisamente una «costilla». Ahora
bien, el nombre sumerio de costilla es ti. La diosa creada para curar la costilla de Enki se llama Ninti, la «Dama de
la costilla». Pero el vocablo sumerio ti significa
igualmente «hacer vivir». Los escritores súmenos, haciendo un juego de
palabras, llegaron a identificar la «Dama de la costilla» con la «Dama que hace
vivir». Y este retruécano, uno de los primeros de la historia, pasó a la Biblia,
donde, naturalmente, perdió todo su valor, ya que, en hebreo, las palabras que
significan «costilla» y «vida» no tienen nada en común.
Fue en 1945 cuando descubrí esta explicación. Más tarde me di cuenta de que la hipótesis a
que había llegado yo por mis propios medios ya había sido sugerida treinta años
antes por un gran asiriólogo francés, Vincent Scheil, como me lo notificó el
orientalista norteamericano William Albright, el cual hizo publicar mi trabajo. Ello no hace más que
prestarle mayores probabilidades de veracidad.
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