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SALA DE LECTURA |
LA HISTORIA EMPIEZA EN SUMER
IV ASUNTOS INTERNACIONALES LA PRIMERA GUERRA DE NERVIOS
Allí
donde el mar de Mármara se estrecha en forma de golfo en el Cuerno de Oro, y
aún más, como un río, en el Bósforo, se halla la parte de Estambul conocida por
el nombre de Saray-Burnu o «Nariz del Palacio». Allá, al abrigo de las altas
murallas impenetrables, Mohamed II, el conquistador de Estambul, construyó su
palacio, hará cerca de quinientos años. En el transcurso de los siglos
siguientes, los sultanes sucesivos, uno tras otro, fueron engrandeciendo su
residencia, edificando nuevos pabellones y nuevas mezquitas, instalando nuevos
surtidores y construyendo nuevos jardines. Por los bien pavimentados patios, y
por las terrazas y jardines se paseaban antaño las damas del serrallo y sus
doncellas, los príncipes y sus pajes. Raras eran las personas privilegiadas que
estaban autorizadas a franquear el recinto del palacio, y más raras aún las que
podían ser testigos de su vida interior.
Pero desvanecida está la época de los sultanes, y la «Nariz del Palacio» ha tomado un
aspecto muy diferente. Las murallas de altas torres han sido en gran parte
demolidas; los jardines particulares han sido transformados en un parque donde
los habitantes de Estambul pueden encontrar sombra y reposo en los días
calurosos de verano. En cuanto a los edificios propiamente dichos, los palacios
prohibidos y los pabellones secretos, en su mayor parte han sido convertidos en
museos. La pesada mano del sultán ha desaparecido para no volver. Turquía es
una república.
En una sala de numerosas ventanas, en uno
de esos museos, el de las Antigüedades Orientales,
héteme aquí instalado ante una gran mesa rectangular. En la pared, frente a mí,
hay colgada una gran fotografía de Ataturk, el hombre de marcadas facciones y
mirada triste, el fundador bienamado y héroe de la nueva república turca.
Todavía queda mucho por decir y por escribir sobre este personaje, que, en
ciertos aspectos, es una de las figuras políticas más representativas de
nuestro siglo; pero, en realidad, no es asunto mío éste de tratar de los
«héroes» modernos, aunque sus realizaciones hayan hecho época; Yo soy
sumerólogo y debo dedicarme a los héroes de un pasado lejano, olvidado ya desde
hace muchísimo tiempo.
Ante mí,
sobre la mesa, hay una tablilla de arcilla, recubierta por un escriba que vivió
hace unos cuatro mil años, de esta escritura llamada «cuneiforme», palabra que
significa: «de caracteres en forma de cuñas». El idioma es sumerio. La
tableta, cuadrada, mide 23 cm de lado; es, por lo tanto, de tamaño más reducido que una hoja normal de papel para mecanografiar.
Pero el escriba que copió esta tableta la dividió en doce columnas y, empleando
una escritura minúscula, consiguió inscribir en este espacio limitado más de
seiscientos versos de un poema heroico, al que podemos llamar Enmerkar y el señor de Aratta. Aunque los personajes y los acontecimientos
descritos datan de cerca de cinco mil años, este poema resuena en nuestros
oídos modernos con unos acentos extrañamente familiares, ya que en él se evoca
un incidente internacional que pone de relieve ciertas técnicas (como la
«guerra de nervios») de la política de las grandes potencias de nuestro tiempo.
Érase
que se era, nos cuenta este poema, muchos siglos antes de que nuestro escriba
(el copista del documento) hubiese nacido, un famoso héroe sumerio, llamado
Enmerkar, el cual reinaba en Uruk, ciudad de la Mesopotamia del Sur, entre el
Tigris y el Eufrates. Muy lejos de allí, hacia oriente, en Persia, había otra
ciudad, llamada Aratta, que estaba separada de Uruk por siete cordilleras y su
emplazamiento era tan empinado que resultaba dificilísimo llegar hasta ella.
Aratta era una ciudad próspera, rica en métales y en piedras de talla,
materiales que eran precisamente los que faltaban en las tierras bajas y llanas
de Mesopotamia, donde se encontraba la ciudad de Enmerkar. Por lo tanto, nada
tiene de sorprendente que este último hubiera dirigido sus envidiosas miradas
hacia Aratta y sus tesoros y, decidido a adueñarse de ellos, se propuso
desencadenar una especie de «guerra de nervios» contra sus habitantes y su rey,
y consiguió tan eficazmente desmoralizarlos, que renunciaron a su independencia
y se sometieron.
Todo ello está
contado en el estilo noble, florido y desdeñoso, cargado de alusiones a menudo
enigmáticas, que tradicionalmente ha empleado la poesía épica del mundo entero.
Nuestro poema empieza con un preámbulo en el que se canta la grandeza de Uruk y
de Kullab (localidades situadas dentro del territorio de Uruk o en sus inmediatas
proximidades) desde el origen de los tiempos, y subraya la preeminencia que los
favores de la diosa Inanna debían concederle sobre Aratta. A partir de aquí
comienza la verdadera acción.
He aquí, narra el poeta, cómo Enmerkar, «hijo» del dios del sol Utu, habiendo resuelto someter a Aratta, invoca a la diosa Inanna, su hermana, rogándole que haga que Aratta le aporte oro, plata, lapislázuli y piedras preciosas, y que le construya asimismo santuarios y templos, entre los cuales, el más sagrado de todos, el Abzu, el templo «marino» de Enki, en Eridu:
Un día, el rey escogido por Inanna en su corazón sagrado,
Escogido para el país de Shuba por Inanna en su corazón sagrado,
Enmerkar, el hijo de Utu,
A su hermana, la reina del
buen...
A la santa Inanna envía una súplica:
«Oh, hermana mía, Inanna: por Uruk,
Haz que los habitantes de
Aratta
modelen artísticamente el oro y la plata,
Que traigan el noble lapislázuli extraído de la roca, Que traigan las piedras preciosas
y el noble lapislázuli.
De Uruk, la tierra sagrada...,
De la mansión de Anshan, donde tú resides,
Que construyan los...
Del santo gipar - el «sancta sanctórum» - donde tú has establecido tu morada,
Que el pueblo de Aratta decore artísticamente el interior.
Yo, yo mismo, ofreceré entonces plegarias...
Pero que Aratta se someta a Uruk,
Que los habitantes de Aratta,
Habiendo descendido de sus altas tierras
las piedras de las montañas,
Construyan para mí la gran Capilla,
erijan para mí el gran Santuario,
Hagan surgir para mí el gran Santuario,
el Santuario de los dioses,
Apliquen a mi favor mis órdenes sublimes a Kullab,
Me construyan el Abzu como una montaña centelleante,
Me hagan brillar Eridu como un monte,
Me hagan surgir la gran Capilla del Abzu como una gruta.
Y yo, cuando, saliendo del Abzu repetiré los cánticos,
Cuando traeré de Eridu las leyes divinas,
Cuando haré florecer la noble dignidad de En como un...,
Cuando colocaré la corona sobre mi cabeza en Uruk, en Kullab,
Ojalá que el... de la gran Capilla sea llevado al gipar,
Ojalá que el... del gipar sea llevado a la gran Capilla.
¡Y que el pueblo admire y apruebe,
Y que Utu contemple este espectáculo con mirada alegre!»
Inanna, prestando oídos a la súplica de Enmerkar, le aconseja que busque un heraldo capaz de franquear los imponentes montes de Anshan, que separan Uruk de Aratta, y le promete que el pueblo de Aratta se le someterá y realizará los trabajos que él desea:
La que es... las delicias del santo dios An, la reina que vigila el país
Alto,
La Dama cuyo khôl es Amaushumgalanna,
Inanna, la reina de todos los países,
Respondió a Enmerkar, el hijo de Utu:
«Ven, Enmerkar, voy a darte un consejo; sigue mi consejo;
Voy a decirte una palabra,
atiende:
Escoge un heraldo diserto
entre...;
Que las augustas palabras de la elocuente Inanna le sean transmitidas en...
Hazle trepar por las montañas entonces...
Hazle descender de las montañas...
Delante del... de Anshan
Que se prosterne como un
joven cantor.
Sobrecogido de terror por las
grandes montañas,
Que ande por el polvo.
Aratta se someterá a Uruk:
Los habitantes de Aratta,
Habiendo bajado de sus altas tierras las piedras de las montañas,
Construirán para ti la gran Capilla, erigirán para ti el
gran Santuario,
Harán surgir para ti el gran Santuario,
el Santuario de los dioses,
Aplicarán a tu favor tus órdenes sublimes a Kullab,
Te construirán el Abzu como una montaña centelleante,
Te harán brillar Eridu como un monte,
Te harán surgir la gran Capilla del Abzu como una gruta.
Y tú, cuando al salir del Abzu repetirás los cánticos,
Cuando tú traerás de Eridu las leyes divinas,
Cuando tú harás florecer la noble dignidad de En como un...,
Cuando tú colocarás la corona sobre tu cabeza en Uruk, en Kullab,
El... de la gran Capilla será llevado al gipar,
El... del gipar será llevado a la gran Capilla.
Y el pueblo admirará y aprobará,
Y Utu contemplará este espectáculo con mirada alegre.
Los habitantes de Aratta... ........ Se hincarán de rodillas ante ti, igual que los carneros del País Alto.
¡Oh, santo "pecho" del Templo, tú, que avanzas como un
Sol naciente,
Tú, que eres su proveedor bienamado, Oh..., Enmerkar, hijo de Utu, gloria a ti!»
Enmerkar envía,
pues, un heraldo con la misión de advertir al señor de Aratta de que entrará a
saco en su ciudad y la destruirá si él mismo y su pueblo no le entregan el oro
y la plata requeridos y no le construyen y decoran el templo de Enki:
El rey prestó oídos a las palabras de la santa Inanna,
Escogió un heraldo diserto entre...,
Le transmitió las augustas palabras de la elocuente Inanna en...:
«Trepa por las montañas...,
Desciende de las montañas...,
Delante de... de Anshan,
Prostérnate como un joven cantor.
Sobrecogido de terror por las
grandes montañas,
Anda por el polvo.
Oh, heraldo, dirígete al señor de Aratta y dile:
"Yo haré huir los habitantes de esta ciudad
como el pájaro que
desierta de su árbol,
Yo les haré huir como un pájaro hasta el nido próximo;
Yo dejaré Aratta desolada como un lugar de...
Yo cubriré de polvo, como una ciudad implacablemente destruida,
Aratta, esta mansión que Enki ha maldecido.
Sí, yo destruiré ese lugar,
como un lugar que se reduce a la nada.
Inanna se ha alzado en armas
contra ella.
Ella le había aportado su palabra, pero ella la rechaza(a Aratta) Como un montón de polvo, yo amontonaré
el polvo sobre ella.
¡Cuando ellos habrán hecho... el oro de su mineral en bruto,
Exprimido la plata... de su polvo,
Labrado la plata....
Sujetado las albardas sobre
los asnos de la montaña,
El... Templo de Enlil, el Joven, de Sumer,
Escogido por el señor Nudimmud (otro
nombre de Enki) en su corazón sagrado,
Los habitantes del país Alto de las divinas leyes puras me lo construirán,
Me lo harán florecer como el boj,
Me lo harán brillar
como Utu saliendo del ganun,
Y me adornarán su umbral!"»
Para impresionar más al señor de Aratta, el heraldo deberá recitarle el «encanto de Enki», del cual no traducimos aquí el texto. Este encanto describe cómo este dios había puesto fin a la «edad de oro» del tiempo en que Enlil poseía el imperio universal sobre la tierra y sus habitantes. El heraldo, pues, después de haber atravesado las siete montañas, llega a Aratta y repite fielmente las declaraciones de su amo y señor al rey de la ciudad, pidiéndole una respuesta. Este último, sin embargo, se niega: El heraldo escuchó la palabra de su rey.
Durante
toda la noche viajó a la luz de las estrellas,
Durante
el día, viajó en compañía de Utu el Celestial,
Las augustas palabras de Inanna... le habían sido traídas en... Escaló
las montañas..., bajó de las montañas...
Delante
el... de Anshan,
Se
prosternó como un joven cantor.
Sobrecogido
de terror por las grandes montañas,
Anduvo
por el polvo.
Franqueó
cinco montañas, seis montañas, siete montañas.
Elevó
los ojos, se acercó a Aratta.
En el patio del Palacio de Aratta puso
alegremente los pies,
Proclamó
el poderío de su rey
Y transmitió
reverentemente la palabra salida de su corazón.
El
heraldo dijo al señor de Aratta:
—Tu
padre, mi rey, me ha enviado a ti,
El
rey de Uruk, el rey de Kullab, me ha enviado a ti.
—¿Qué
ha dicho tu rey? ¿Cuáles son sus palabras?
—He
aquí lo que ha dicho mi rey, he aquí cuáles son sus palabras.
Mi
rey, digno de la corona desde su nacimiento,
El
rey de Uruk, el Dragón amo y señor de Sumer que... como un...,
El carnero cuya fuerza principesca colma
hasta las ciudades del País Alto,
El
pastor que...,
Nacido de la Vaca fiel al corazón del País Alto,
Enmerkar,
el hijo de Utu, me ha enviado a ti.
Mi
rey, he aquí lo que ha dicho:
«Yo
haré huir los habitantes de esa ciudad
como
el pájaro... que deserta de un árbol,
Yo
los haré huir como un pájaro huye hacia el próximo nido;
Yo
dejaré Aratta desolada como un lugar de...
Yo cubriré de polvo, como
una ciudad implacablemente destruida,
Aratta, esa morada que Enki ha maldecido.
Sí, yo destruiré ese lugar como
un lugar que se reduce a la nada.
Inanna se ha alzado en armas contra ella.
Ella le había
aportado su palabra, pero ella la rechaza.
Como un montón de polvo, yo
amontonaré el polvo sobre ella.
¡Cuándo
habrán hecho... oro de su mineral en bruto
Exprimido
la plata... de su polvo,
Labrado
la plata...,
Sujetado las albardas sobre los asnos de
la montaña,
El...
Templo de Enlil, el Joven, de Sumer,
Escogido
por el señor Enki en su corazón sagrado,
Los habitantes del País Alto de las divinas leyes puras me
lo construirán,
Me
lo harán florecer como boj,
Me
lo harán brillar
como
Utu saliendo del ganun,
Y me adornarán
su umbral!»
......
«Ordena
ahora lo que yo habré de decir a este respecto
Al
Ser consagrado que lleva la gran barba de lapislázuli,
A aquel del cual la Vaca poderosa... ...el
país de las divinas leyes puras,
A
aquel cuya simiente se ha esparcido
en
el polvo de Aratta,
A aquel que ha bebido la leche de la ubre
de la Vaca fiel,
A aquel que era digno de reinar en Kullab, país de todas las grandes leyes divinas,
A
Enmerkar, el hijo de Utu.
Yo le llevaré esta palabra como una buena palabra, dentro
del templo de Eanna,
En el gipar que está cargado de frutos como una planta verdeante..., Yo la llevaré
a mi rey, el señor de Kullab.»
Pero el señor de Aratta se niega a ceder ante Enmerkar, y a su vez se proclama, él también, protegido de Inanna; es ella, precisamente, asegura, quien le ha colocado en el trono de Aratta. Después de haber hablado así el heraldo, el señor de Aratta respondió:
«Oh, heraldo, dirígete a tu rey, el señor de Kullab, y dile:
"A mí, el señor digno de la mano pura,
La real... del cielo, la Reina del cielo y de la tierra,
La Dueña y Señora de todas las leyes divinas, la santa Inanna,
Me ha traído a Aratta, el país de las puras leyes divinas,
Me ha hecho cercar la 'cara del País Alto' como de una inmensa puerta.
¿Cómo sería posible entonces que Aratta se sometiese a Uruk?
¡No! ¡Aratta no se someterá a Uruk! ¡Vete y díselo!"
Entonces, el heraldo le informa de que Inanna ya no está de su lado, sino que, siendo como es «Reina del Eanna, en Uruk», ha prometido a Enmerkar la sumisión de Aratta. Cuando hubo hablado así,
El heraldo respondió al señor de Aratta:
«La gran Reina del cielo,
que cabalga las formidables leyes divinas,
Que habita en las montañas del País Alto, del país de Shuba,
Que adorna los estrados del País Alto, del País de Shuba,
Porque el señor, mi rey, que es su servidor, Ha hecho de ella la
"Reina del Eanna",
¡El señor de Aratta se someterá!
Así se lo ha dicho ella en el palacio de ladrillos de Kullab.»
Para no alargar demasiado este capítulo, vamos a resumir únicamente, sin traducir paso a paso, la
continuación del poema:
El señor
de Aratta, «consternado y afligidísimo» por esta noticia, encarga al heraldo de
incitar a Enmerkar a recurrir a las armas, manifestando que él, por su parte,
preferiría un combate singular entre dos campeones, designados cada uno de
ellos por los dos bandos contendientes. Sin embargo, continúa diciendo, puesto
que Inanna se ha declarado en contra de él, estaría dispuesto a someterse a
Enmerkar, con la única condición de que éste le envíe grandes cantidades de
grano. El heraldo regresa apresuradamente a Uruk y, en el patio del Parlamento,
da el mensaje a Enmerkar.
Antes de ponerse a actuar, Enmerkar efectúa diversas operaciones enigmáticas, que parecen formar parte de
un ritual. Después, habiendo tomado consejo de Nidaba, diosa de la Sabiduría,
hace cargar de grano sus acémilas y ordena al heraldo que las conduzca a Aratta
y que las entregue allí al señor de aquella ciudad. Pero el heraldo es
portador, al mismo tiempo, de un mensaje en el cual Enmerkar, jactándose de su
propia gloria y de su poderío, reclama al señor de Aratta cornalina y
lapislázuli.
A su llegada, el heraldo descarga el grano
en el patio del palacio y transmite su mensaje. El pueblo, alegre y gozoso,
entusiasmado por la traída del grano, está
dispuesto a entregar a Enmerkar la cornalina pedida y a hacerle construir sus
templos por los «ancianos». Pero el encolerizado señor de Aratta, después de haberse jactado, a su vez, de su gloria
y de su poderío, toma a cuenta suya la demanda que le ha hecho Enmerkar y, en
los mismos términos que éste, le reclama la entrega de cornalina y lapislázuli.
Al regreso del heraldo, parece, según el texto, que Enmerkar consulta los presagios y se sirve, a tal
efecto, de una caña sushima que él hace pasar «de la luz a la sombra» y «de la
sombra a la luz», y que termina por cortar (?). Después vuelve a enviar el heraldo
a Aratta; sin embargo, esta vez, por todo mensaje, se contenta con confiarle el
cetro. La vista de éste parece suscitar un gran terror en el señor de Aratta,
el cual consulta su shatammu (un alto oficial), dignatario de la corte,
y después de haber evocado con gran amargura la penosa situación en que la
enemistad de Inanna coloca a él y a su pueblo, parece dispuesto a ceder a las
exigencias de Enmerkar. No obstante, cambiando de parecer, desafía de nuevo a
este último y, volviendo a su primera idea, insiste en proponer un combate
singular entre dos campeones escogidos cada uno por su bando. Así, «será
conocido quién es el más fuerte». El desafío, expresado en términos
enigmáticos, estipula que el combatiente escogido no debe ser «ni negro, ni
blanco, ni moreno, ni rubio, ni moteado» (lo que podría entenderse como si
quisiera tratarse del uniforme del guerrero).
Portador de este nuevo cártel del desafío, el heraldo regresa de nuevo a Uruk. Enmerkar le
ordena entonces volverse a Aratta con un mensaje que consta de tres puntos:
1.°: El, Enmerkar, acepta el desafío del señor de Aratta y está dispuesto a
enviarle uno de sus hombres para que combata contra el campeón del señor de
Aratta. 2.°: Exige que el señor de Aratta amontone en Uruk, para Inanna, el
oro, la plata y las piedras preciosas. 3.°: Amenaza de nuevo a Aratta con la
destrucción total, si su señor y su pueblo no le traen «las piedras de la
montaña» para construir y decorar el santuario de Eridu.
El pasaje que sigue en el texto ofrece un
notabilísimo interés. Si la interpretación es correcta,
indicaría, nada menos, que nuestro Enmerkar habría sido, en opinión del poeta,
el primero que escribió en tabletas de arcilla: habría inventado este
procedimiento para remediar cierta dificultad de elocución que hacía a su heraldo
incapaz de repetir el mensaje (¿tal vez a causa de su extensión?). Pero
volvamos al cuento: el heraldo entrega la tableta al señor de Aratta y aguarda
su respuesta. ¡Gran sorpresa! De repente, dicho señor recibe ayuda, de un
origen totalmente inesperado. Ishkur, el dios sumerio de la lluvia y la
tempestad, le trae trigo y habas salvajes y se las amontona delante. En vista
de lo cual, el señor de Aratta recobra el valor. Lleno de confianza, advierte
al heraldo de Enmerkar que Inanna no ha abandonado en absoluto a Aratta «ni su
casa ni su lecho de Aratta».
Después de lo cual, como quiera que el texto del poema sólo está conservado en fragmentos, se hace difícil percatarse de la sucesión de los acontecimientos. Únicamente una cosa parece clara, y es que el pueblo de Aratta, a fin de cuentas, llevó el oro, la plata y el lapislázuli pedido para Inanna a Uruk, donde lo dejó todo amontonado en el patio del Eanna. Así se termina el «cuento épico» sumerio más extenso de todos los descubiertos hasta la fecha, el primero en su clase de la literatura universal. Como ya he indicado al comienzo de este capítulo, el texto se ha reconstruido a partir de una veintena de tabletas y fragmentos, entre las cuales la más importante es, con mucho, la tableta de doce columnas del Museo de Antigüedades Orientales de Estambul, que yo copié en 1946. En 1952, en la colección de monografías que edita el Museo de la Universidad de Filadelfia, se publicó una edición erudita del texto sumerio, acompañado de su traducción y de un comentario crítico. Esta clase de publicaciones, destinadas a los especialistas, no suelen ser accesibles al profano, pero me ha parecido que, profana o no, cualquier persona puede tener interés en conocer este ejemplo primitivo de poesía heroica. Por eso he extraído esos pasajes que he transcrito más arriba; ellos habrán podido procurar al lector un contacto con este antiquísimo texto, y hasta le habrán podido hacer sentir, a despecho de las oscuridades inherentes a su arcaísmo, la atmósfera, el tono, el sabor original de los textos sumerios de carácter literario.
Enmerkar fue el segundo rey de la I dinastía de Uruk, hijo de Meshkiaggasher y por lo tanto nieto del dios sol, Utu. Aratta se encontraba a cientos de kilómetros al este, en el actual Irán meridional. Entre Uruk y Aratta había siete cordilleras, y además la remota ciudad se alzaba sobre una escarpada cima, donde había desarrollado un próspero comercio de metales y piedras preciosas, que abundaban en aquella región.Enmekar, según la tradición, es el fundador de la ciudad de Uruk y del templo de Anu, siendo esto último lo más factible, pues se construyó hacia los siglos XXIX y XXVIII adC.Enmerkar es a menudo equiparado con un personaje bíblico, un descendiente de Noé (Ziusudra en sumerio) al que la Biblia reconoce con el nombre de Nimrod, que según los textos bíblicos fue un hombre piadoso y temeroso de Dios. La controversia proviene de las traducciones, ya que Enmerkar se traduce al hebreo como el nombre del personaje biblíco. Los arqueológos e historiadores no descartan estas similitudes como ciertas.
PLANTA DEL TEMPLO DE INNANA. III DINASTIA DE UR 1.Templo del dios Luna; 2. Templo del dios Ur Nammu; patio del dios Luna; 4. Tenplo de la Terraza Sublime; 5.Templo del dios Altisimo Principe; 6. Templo de Bur-Sin; 7. Templo de Imtaba de Shugi; 8. Placio del Templo Montaña de Ur Nammu y Sulgi; 9. Poza; 10.Tumba real; 11-Murallas
V GOBIERNO EL PRIMER PARLAMENTO
Los primeros soberanos de Sumer, por
muchos y grandes que hayan podido ser sus éxitos
como conquistadores, no eran, sin embargo, unos tiranos completamente libres de
sus actos, unos monarcas absolutos. Cuando se trataba de los grandes intereses
del Estado, especialmente en cuestiones de guerra y de paz, consultaban con sus
más notables conciudadanos, reunidos en asambleas. El hecho de recurrir a esta
clase de instituciones «democráticas» desde el tercer milenio a. C.,
constituye una nueva aportación de Sumer a la civilización.
Esto sorprenderá,
sin duda, a muchos de nuestros contemporáneos, persuadidos de que la democracia
es un invento de Occidente, e incluso un invento de fecha reciente. Sin
embargo, no debemos olvidar que el progreso social y espiritual del hombre es,
contrariamente a lo que podría creerse si se consideraran las cosas de un modo
superficial, a menudo, un proceso lento, tortuoso y difícil de seguir en su
encaminamiento; el árbol en pleno vigor puede encontrarse separado de la
semilla original por millares de kilómetros o, como en el presente caso, por
millares de años. Lo que, no obstante, no deja de asombrar es que la cuna de la
democracia haya podido ser precisamente ese Próximo Oriente que, a primera
vista, tan extraño parece ser a semejante régimen. Pero, ¡qué de sorpresas
reserva al arqueólogo su paciente trabajo! A medida que se ensancha y se
profundiza su campo de excavación, la «brigada de pico y pala» realiza, en esta
parte del mundo, los hallazgos más insospechados.
Este hallazgo del que ahora se trata no reveló, sin embargo, su verdadera importancia hasta después de haber transcurrido varios años de investigaciones y de exámenes. Se trata del acta de una asamblea política, que se halla en realidad contenida en un poema cuyo texto conocemos hoy en día por medio de once tabletas y fragmentos. Cuatro de estas piezas habían sido copiadas y publicadas en el transcurso de las cuatro décadas pasadas, pero sin que nadie se hubiese dado cuenta del valor documental del texto en lo referente a la historia política de Sumer, hasta 1943, en que Thorkild Jacobsen, del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago, publicó su estudio sobre la Democracia primitiva. Por mi parte, yo he tenido la suerte, desde entonces, de identificar y de copiar otras siete piezas en Estambul y en Filadelfia, y así de poder reconstruir enteramente el poema. Así,
pues, hacia el año 3000 a.C. el primer Parlamento de que se tiene noticia
hasta la fecha se reunió en sesión solemne. El Parlamento se componía, igual
que nuestros modernos Parlamentos, de dos Cámaras: un Senado o Asamblea de los
Ancianos, y una Cámara Baja, constituida por
todos los ciudadanos en estado de llevar armas. A uño le parecería hallarse en
Atenas o en la época de la Roma republicana. Y, sin embargo, nos encontramos en
el Próximo Oriente, a dos buenos milenios antes del nacimiento de la democracia
griega. Pero, ya desde esta época, Sumer, pueblo creador, podía jactarse de
poseer numerosas ciudades grandes, agrupadas alrededor de grandiosos edificios
públicos de renombre universal. Sus mercaderes habían establecido activas
relaciones comerciales por tierra y por mar con los países vecinos; sus
pensadores más sólidos habían sistematizado un conjunto de ideas religiosas,
que debía de ser aceptado como el evangelio no solamente en Sumer, sino en una
gran parte del Próximo Oriente antiguo. Los poetas más inspirados cantaban sus
dioses, sus héroes y sus reyes con amor y fervor. En fin, para colmo de todo,
los súmenos habían elaborado progresivamente un sistema de escritura,
imprimiendo sobre arcilla con la ayuda de un estilete de caña, procedimiento
que, por primera vez en la historia, permitió al hombre archivar de un modo
permanente los anales de sus menores actos y pensamientos, de sus esperanzas y
de sus deseos, de sus razonamientos y de sus creencias. Nada tiene, pues, de
sorprendente que también en el terreno político los sumerios hayan realizado
importantes progresos.
El Parlamento del que se hace mención en nuestro texto no había sido convocado por un asunto de poca
monta, sino que se trataba de una sesión extraordinaria, durante la cual las
dos Cámaras representativas tenían que escoger entre lo que hoy día llamaríamos
«paz a cualquier precio» y «la guerra por la independencia». Será interesante
precisar en qué circunstancias tuvo lugar esta memorable sesión. Igual que
Grecia en una época mucho más reciente, la Sumer del tercer milenio a.C.
se componía de un cierto número de ciudades-Estado que rivalizaban entre ellas
por la hegemonía. Una de las más importantes de estas ciudades era Kish, la
cual, según una leyenda sumeria, había recibido la realeza como un don del cielo inmediatamente después del «Diluvio». No obstante, Uruk, otra
ciudad mucho más meridional, iba extendiendo su poderío y su influencia y
amenazaba seriamente la supremacía de su rival. El rey de Kish (que en el poema
se llama Agga) acabó dándose cuenta del peligro y amenazó a los urukianos con
hacerles la guerra si no le reconocían como a su soberano. Fue en este momento
decisivo cuando fueron convocadas las dos Cámaras de representantes de Uruk: la
de los ancianos y la de los ciudadanos válidos.
Ya hemos dicho que fue gracias a un poema épico por lo que llegamos a conocer el conflicto ocurrido entre
las dos ciudades sumerias. Los principales personajes del drama son Agga,
último soberano de la primera dinastía de Kish, y Gilgamesh, rey de Uruk y
«señor de Kullab». El poema da comienzo con
la llegada a Uruk de los enviados de Agga, portadores del ultimátum. Antes de
dar su respuesta, Gilgamesh consulta con la «asamblea de los ancianos de la
ciudad» instándoles con ahínco a que no se sometan a Kish, sino a que tomen las
armas y salgan a combatir por la victoria. Sin embargo, los «senadores» están
muy lejos de compartir los mismos sentimientos y dicen que preferirían la
sumisión a fin de tener paz. Pero semejante decisión disgusta a Gilgamesh,
quien se presenta entonces ante la «asamblea de los hombres de la ciudad» e
insiste de nuevo en sus alegatos. Los miembros de esta segunda asamblea deciden
echarse al combate: ¡Nada de sumisión a Kish! Gilgamesh se muestra encantado
con el resultado y parece estar convencido de que la lucha no puede terminar
más que con la victoria. La guerra duró muy poco tiempo: «no duró ni cinco
días», dice el poema, «no duró ni diez días». Agga sitió a Uruk y aterrorizó a
sus habitantes. El resto del poema no queda nada claro, pero parece ser que
Gilgamesh acabó, de un modo u otro, por ganarse la amistad de Agga, y por
hacerle levantar el asedio sin haber tenido que combatir.
He aquí,
extraído del poema, el pasaje relativo al «Parlamento» de Uruk; la traducción
es literal y consta de las verdaderas palabras del antiguo poema. Sin embargo,
se han suprimido algunos versos, cuyo contenido nos es incomprensible.
Los enviados de Agga, hijo de
Enmebaraggesi,
Partieron de Kish para presentarse ante
Gilgamesh, en Uruk.
El señor Gilgamesh ante los ancianos de
su ciudad
Llevó el asunto y les pidió consejo:
«¡No nos sometamos a la casa de Kish,
ataquémosles
con nuestras armas!»
La asamblea reunida de los ancianos de su
ciudad
Respondió a Gilgamesh:
«¡Sometámonos a la casa de Kish,
no
la ataquemos con nuestras armas!»
Gilgamesh, el señor de Kullab,
Que realizó heroicas hazañas por la diosa
Inanna,
No aceptó en su corazón
las
palabras de los ancianos de su ciudad.
Por segunda vez, Gilgamesh, el señor de
Kullab,
Ante los combatientes de su ciudad
llevó
el asunto y les pidió consejo:
«¡No os sometáis a la casa de Kish!
¡Ataquémosla
con nuestras armas!»
La asamblea reunida de los combatientes
de su ciudad
Respondió a Gilgamesh:
«¡No os sometáis a la casa de Kish!
¡Ataquémosla
con nuestras armas!»
Entonces, Gilgamesh, el señor de Kullab,
Ante este consejo de los combatientes de
su ciudad,
sintió
alegrarse su corazón, esclarecerse su alma.
Nuestro poeta, como se ve, es uno de los más concisos; se contenta con mencionar el «parlamento» de Uruk y
sus dos asambleas, sin dar, a este respecto, ningún detalle. Lo que a nosotros
nos gustaría saber, por ejemplo, es el número de representantes de cada una de
estas instituciones y el modo en que eran elegidos los «diputados» y los
«senadores». ¿Podía cada individuo emitir su opinión y estar seguro de que
sería escuchado? ¿Cómo se efectuaba el acuerdo entre las dos asambleas? Para
emitir su opinión, ¿empleaban los parlamentarios algún procedimiento comparable
a nuestra práctica del voto? ¿Había allí un «presidente» encargado de orientar
el debate y de tomar la palabra en nombre de la asamblea ante el rey? Bajo el
lenguaje noble y sereno del poeta, uno puede imaginarse muy bien que las
maniobras, las intrigas entre bastidores ya serían seguramente cosa corriente
entre estos veteranos de la política. El Estado urbano de Uruk se hallaba
manifiestamente dividido en dos campos opuestos: había en él un partido de la
guerra y un partido de la paz. Y no cuesta nada imaginar que, entre bastidores,
hubieran tenido lugar innumerables reuniones, muy parecidas, en el fondo, a las
que tienen lugar actualmente en Europa en esos salones con la atmósfera cargada
de humo, antes de que los dirigentes de cada una de las «Cámaras» anuncien las
decisiones finales y, aparentemente, unánimes.
De todas esas antiguas querellas, de todos
esos vetustos compromisos políticos, es muy probable
que jamás lleguemos a descubrir ni las trazas de su existencia. Hay poquísimas
probabilidades de que algún día podamos descubrir las crónicas «históricas»
relativas a la época de Agga y Gilgamesh, ya que en esta época la escritura era
totalmente desconocida o, todo lo más, acababa de inventarse y se hallaría en
su fase pictográfica más primitiva. En cuanto a nuestro poema épico, vale la
pena de precisar que fue escrito en tabletas de arcilla muchos siglos después
de los incidentes que describe: probablemente más de mil años después de la
reunión del «congreso» de Uruk.
VI GUERRA CIVIL EL PRIMER HISTORIOGRAFO
Hay que reconocer que Sumer no ha
producido ningún historiador digno de este nombre. Ninguno de
sus historiógrafos ha redactado una historia tal como la concebimos hoy en día,
es decir, como una sucesión continua de acontecimientos cuya evolución está
regida por causas profundas que, a su vez, se hallan sometidas a leyes universales.
Partiendo de un punto de vista dogmático, dependiente de su visión particular
del universo, el sumerio considera los acontecimientos históricos como si
surgieran espontáneamente, ya listos y completos, de repente, sobre el
escenario del mundo, y cree, por ejemplo, que su propio país, ese país que ve
sembrado de ciudades y de Estados prósperos, de aldeas y de granjas,
enriquecido con todo un perfeccionado aparato de técnicas y de instituciones
políticas, religiosas y económicas, fue siempre el mismo desde el origen de los
tiempos, es decir, desde el momento en que los dioses hubieron proyectado y
decretado que así sería. Sin duda, jamás entró en la mente de los más sagaces
entre los sabios de Sumer que su país en otro tiempo había sido una tierra
cubierta de marismas, inhóspita y desolada, con algún que otro caserío
miserable esparcido por el marjal, y que no se había transformado en lo que era
más que con el transcurso de los siglos, de generación en generación, después
de pagar el precio de luchas y de esfuerzos incesantes, gracias a la
perseverante voluntad de los hombres, y luego de haber realizado incontables
pruebas y ensayos, seguidos de un verdadero cortejo de inventos y
descubrimientos.
Definir los objetos y clasificarlos,
elevarse de lo particular a lo general, todas estas actividades fundamentales
del espíritu científico son, para el historiador
moderno, reglas del método que ya se dan por supuestas de antemano. Pero esta
faceta del conocimiento era totalmente ignorada de los sumerios; al menos no
aparece nunca en sus obras en forma explícita y consciente, cosa que puede
comprobarse en varios terrenos. Sabemos, por ejemplo, que las excavaciones nos
han permitido descubrir gran cantidad de tabletas con listas de formas
gramaticales. Pero si, de hecho, semejantes catálogos denotan la existencia de
un conocimiento profundo de las clasificaciones de la gramática, no se han
encontrado en ninguna parte ni las menores trazas de una sola definición, de
una sola regla gramatical. De igual modo, entre los numerosos documentos
matemáticos salidos a la luz del día, como son las tablas, los problemas y las
soluciones a estos problemas, jamás
se ha encontrado el enunciado de una ley general, de un axioma o de un teorema.
Es muy cierto que se han encontrado largos repertorios de nombres de árboles,
de plantas, de animales y de piedras, redactados por los profesores sumerios de
historia natural. Pero si el principio que pueda informar estos repertorios nos
permanece ignoto, es seguro, en todo caso, que no derivaba de una comprensión
verdadera o hasta de una intuición de las leyes botánicas, zoológicas o
mineralógicas. En cuanto a las compilaciones legislativas (esos códigos que, reunidos, contenían
centenares de leyes particulares), ninguna de las que subsisten formula ni un
solo principio jurídico de carácter general.
Y, volviendo a la historia, podemos decir
que en las complicaciones de los historiógrafos
adscritos a los Templos y a los Palacios, no se ve nada que se parezca ni de
lejos a una historia coherente, metódica y completa.
Y, en el fondo, ¿quién
puede extrañarse de ello? No hace aún mucho tiempo que el espíritu humano
descubrió «el arte de dirigir bien el propio pensamiento y de razonar bien
sobre las cosas». De todos modos, resulta sorprendente que no se pueda
encontrar nada en Sumer que se asemeje al tipo de obras históricas tan
extendidas entre hebreos y griegos. Los sumerios crearon y cultivaron numerosos
géneros literarios: mitos y cuentos épicos, himnos y lamentaciones, ensayos y
proverbios, y aquí, allá y acullá (especialmente en las epopeyas y en las
lamentaciones) se pueden distinguir ciertos datos históricos. Pero no existe un
género literario que pueda considerarse como propiamente histórico. Los únicos
documentos que se aproximan algo a ello son las inscripciones votivas de las
estatuas, de las estelas, de los conos, de los cilindros, de las vasijas y de
las tabletas, y aun éstas son brevísimas y están influenciadas netamente por el
deseo de propiciarse las divinidades. En general, los hechos que relatan son
hechos contemporáneos y aislados. Sin embargo, algunas de estas inscripciones
se refieren a acontecimientos anteriores y revelan un sentido del detalle
histórico que en esta época lejana (alrededor del año 2400 a.C.) no
tiene equivalente en la literatura universal.
Todos esos «historiadores»
primitivos, al menos todos los que han llegado a nuestro conocimiento, vivían
en Lagash, ciudad meridional de Sumer que representó durante más de un siglo,
hacia la mitad del tercer milenio, un papel político y militar preponderante.
Lagash era entonces la sede de una activísima dinastía de soberanos, fundada
por Ur-Nanshe. Realzó el brillo de esta dinastía su nieto, Eannatum el
Conquistador, quien logró hacerse dueño durante un breve período de todo el
país de Sumer (la célebre «estela de los buitres» es suya); la dinastía
prosiguió brillantemente con los reinos de Enannatum, hermano del precedente, y
de Entemena, hijo de Enannatum. A continuación empezó a palidecer la estrella
de Lagash y, después de una época de disturbios, terminó por apagarse en el
reinado de Urukagina, el octavo soberano después de Ur- Nanshe.
Urukagina, que fue un sabio y sagaz reformador, no pudo hacer frente a la ambición
del rey de Umma, Lugalzaggisi, que lo derrotó definitivamente, antes de
sucumbir él mismo bajo el recio empuje del gran Sargón de Accad.
Pues bien, lo que nos restituyen los
historiógrafos de Lagash es la historia política o,
mejor dicho, la sucesión de acontecimientos políticos de este período, desde el
reino de Ur-Nanshe hasta el de Urukagina. Sus relaciones son para nosotros
tanto más preciosas cuanto que, a lo que parece, esos personajes eran los
archiveros adscritos al Palacio y al Templo y habían de tener acceso a informes
de primera mano sobre los sucesos que nos describen.
Entre estos relatos hay uno,
especialmente, que se distingue por la abundancia del detalle y la claridad de
la exposición. Es obra de uno de los archiveros de Entemena
y relata la restauración del foso que formaba la frontera entre los territorios
de Lagash y de Umma, destruido en el curso de una guerra anterior entre ambas
ciudades. El escriba, preocupado por exponer y describir la perspectiva en la
que se inscribe el acontecimiento, ha juzgado necesario evocar el fondo político
de la cuestión. Sin extenderse demasiado, como ya puede suponerse, nos informa
de ciertos episodios notables de la lucha entre Lagash y Umma, remontándose a
la época más lejana sobre la que posee informes, es decir, la correspondiente
al reinado de Mesilim, rey de Kish y soberano de Sumer, hacia el año 2600 a.C.
A despecho de esta loable intención, hay que comprobar, sin embargo, que su relato anda muy lejos
de presentar el carácter objetivo que cabría esperar de un historiador. Al
contrario, todos sus esfuerzos consisten en hacer encuadrar el desarrollo
sucesivo de los acontecimientos dentro de la explicación que les impone a priori su concepto teocrático del
mundo. De ahí el estilo literario originalísimo de esta historia donde se
entremezclan inextricablemente las hazañas de los hombres y de los dioses. De
ahí también la dificultad con que nos encontramos de poder separar los
acontecimientos históricos reales de su contexto fabuloso. Por consiguiente, el
historiador moderno no debe utilizar esta clase de documentos más que con
grandísima prudencia, completando las indicaciones que le dan y cotejándolas
con los datos proporcionados por otra parte.
A título
de ejemplo, he aquí lo que se puede utilizar, en cuanto a historia política
sumeria, del texto de nuestro archivero, una vez despojado de su ganga
teológica y de la fraseología politeísta de su autor:
En la época
en que Mesilim, rey de Kish, reinaba, al menos de nombre, en todo el país de
Sumer, surgió una disputa por cuestión de fronteras entre las ciudades-Estados
de Lagash y Umma. Como soberano común a ambas ciudades, Mesilim se erigió en
arbitro del conflicto y, de acuerdo con el oráculo emitido por Satarán (el dios
encargado de arreglar las desavenencias), delimitó la frontera entre los dos
Estados y erigió una estela conmemorativa para marcar su trazado y evitar
nuevos litigios.
La decisión,
que, indudablemente, fue aceptada por ambas partes, parece haber favorecido
algo a Lagash. Pero, algún tiempo después (no se precisa la época, aunque,
según ciertas indicaciones, podría situarse poco antes de que Ur-Nanshe
fundase su dinastía), Ush, ishakku de Umma, quebrantó los términos del acuerdo, rompió la estela de Mesilim y,
atravesando la frontera, se apoderó del Guedinna, territorio perteneciente a Lagash (Ishakku era un
titulo a la vez religioso y civil; era, como si
dijéramos, el príncipe-pontífice, o sea, el más importante magistrado de la ciudad,
a la que gobernaba bajo la autoridad inmediata de los dioses).
Esta comarca quedó en manos de las gentes de Umma hasta la época de Eannatum, nieto
de Ur-Nanshe. Este jefe militar, que se había vuelto muy poderoso después de
sus conquistas, consiguió, durante un breve período, tomar el título de rey de
Kish y reivindicar la soberanía del territorio entero de Sumer para sí. Atacó y
venció a los ummaítas, impuso un nuevo tratado fronterizo a Enakalli, que
entonces era el ishakku de Umma, hizo abrir un foso paralelo a la nueva
frontera, con el objeto de dejar asegurada la fertilidad de Guedinna, y luego,
para que perdurase el recuerdo de lo hecho, ordenó restaurar la antigua estela
de Mesilim e hizo que se erigieran otras estelas con su propio nombre. Además,
hizo construir en sus proximidades buen número de edificios y santuarios que
dedicó a los grandes dioses sumerios, y, finalmente, con objeto de suprimir de
una vez para siempre toda posibilidad de que surgieran nuevos conflictos, dejó
en barbecho, a lo largo del foso-frontera y en territorio ummaíta, una franja de
tierra considerada como tierra de nadie.
Sin embargo, más
adelante, Eannatum, deseoso de congraciarse hasta donde fuera posible los
sentimientos de los ummaítas, en un momento en que se proponía extender sus
conquistas en otras direcciones, les permitió que cultivaran los campos
situados en el Guedinna, y aun más al sur. No obstante, impuso una condición:
que los ummaítas entregarían a los dirigentes de Lagash una parte de la cosecha
en compensación al usufructo concedido, cosa con la que se aseguraba no sólo
para sí, sino para sus sucesores incluso, unos ingresos considerables.
Hasta aquí,
el archivero de Entemena no trata más que de acontecimientos pretéritos. Pero,
a continuación, los que evoca le son contemporáneos, y hasta parece muy
probable que él mismo haya sido testigo de ellos.
A pesar de la aplastante victoria de
Eannatum, bastó el paso de una sola generación para que los
ummaítas volvieran a cobrar confianza en sí mismos, ya que no recobrar su
poderío de antaño. Su jefe, Ur-Lumma, repudió el tratado vejatorio concluido
con Lagash y se negó a satisfacer el impuesto exigido por Eannatum a Umma. Por
si ello fuera poco, hizo desecar el foso-frontera, rompió e incendió las
estelas cuyas inscripciones le irritaban, y hasta llegó en su furor a destruir los
edificios y los santuarios que Eannatum había erigido para consagrar la línea
de demarcación. Estaba decidido a cruzar la frontera y a penetrar en el
Guedinna, y, para asegurarse de la victoria, buscó y consiguió la ayuda militar
del soberano extranjero que a la sazón reinaba en el norte de Sumer. Los dos
ejércitos se enfrentaron en las proximidades de la frontera; los ummaítas y sus
aliados, mandados por Ur-Lumma en persona, y los lagashitas, mandados por Entemena, cuyo padre
Eannatum, el soberano de Lagash en aquella época,
debía ser demasiado viejo para tamaños menesteres. Los lagashitas salieron
victoriosos de la contienda. Ur-Lumma huyó, perseguido de cerca por Entemena, y
una gran parte de sus tropas cayeron en una celada que les habían tendido sus
enemigos y fueron destrozadas.
Pero la victoria de Entemena fue efímera. Después de la derrota e indudable muerte de Ur-Lumma,
apareció un nuevo enemigo en la persona de Il, el sanga (administrador en jefe de uno o varios templos) de Zabalam,
ciudad situada en los límites septentrionales de Umma. Personaje de habilísima
táctica, había esperado a que sonase su hora y había sabido escoger el
momento en que Entemena se hallaba luchando a brazo partido con su adversario
para intervenir él. En cuanto se hubo terminado la batalla entre lagashitas y
ummaítas, atacó al victorioso Entemena, tuvo un buen éxito inicial y penetró
profundamente en los territorios de Lagash. Incapaz luego de mantener sus
conquistas al sur de la frontera que separaba Umma de Lagash, consiguió, sin
embargo, hacerse nombrar ishakku de Umma. Desde entonces manifestó respecto a
las reivindicaciones de Lagash, poco más o menos, el mismo menosprecio que su
antecesor. Vació el foso-frontera, indispensable para el riego de los campos y
huertas vecinos, y se contentó con pagar sólo una fracción del tributo impuesto
a Umma por el antiguo tratado de Eannatum. Cuando Entemena le envió sus
mensajeros para exigir una explicación, respondió con gran arrogancia
reivindicando todo el territorio como su propio feudo.
Este conflicto no se resolvió por las armas. Parece que, finalmente, se impuso un compromiso a
las partes en litigio por medio de un tercero, probablemente el soberano del
Norte. En resumidas cuentas, la decisión parece que favoreció a Lagash, ya que
el viejo trazado de Mesilim y Eannatum fue el que quedó como frontera entre
Umma y Lagash. Pero, por otra parte, no se hace mención de ninguna
contrapartida que los ummaítas tuvieran que hacer efectiva para saldar las
deudas que no habían pagado antes a Lagash. Tampoco parece que, de entonces en
adelante, se les haya seguido haciendo responsables del aprovisionamiento de
aguas del Guedinna. Esta obligación fue devuelta a cargo de los lagashitas.
Estos acontecimientos históricos, que marcan la lucha por la supremacía entre Lagash y Umma, no se desprenden fácilmente del texto, sino que sólo se nos aparecen con todo su significado después de varias lecturas meticulosas y atentas, y aun así, es necesario leer entre líneas y proceder luego por deducción. Al leer la traducción literal que sigue, uno podrá darse cuenta del tratamiento a que hay que someter semejante documento para recuperar lo que puedan contener de realmente histórico esas curiosas historiografías y «crónicas» sumerias.
«Enlil,
rey de todos los países, padre de todos los dioses, en su decreto
inquebrantable había delimitado la frontera entre Ningirsu y Shara(Ningirsu era el
dios-patron de Lagash, y Shara el de Umma). Mesilim, rey de
Kish, la trazó bajo la inspiración del dios Satarán y erigió una estela en ese
lugar. Pero Ush, el ishakku de Umma, violando a la vez la decisión divina y la promesa
humana, arrancó la estela de la frontera y penetró en la llanura de Lagash.»
«Entonces,
Ningirsu, el campeón de Enlil, siguiendo las indicaciones de este último,
declaró la guerra a las gentes de Umma. Por orden de Enlil, lanzó sobre ellas
la Gran Red y amontonó en la llanura, aquí, allá y acullá, sus esqueletos (?).
Después de lo cual, Eannatum, ishakku de Lagash, tío de Entemena, el ishakku de
Lagash, delimitó in continenti la frontera de acuerdo con Enakalli, el ishakku
de Umma; hizo pasar el foso del canal de Idnun a la llanura de Guedinna; a lo
largo de este foso colocó varias estelas inscritas; volvió a colocar en su
lugar la estela de Mesilim. Pero ce abstuvo de penetrar en la llanura de Umma.
Edificó entonces en este lugar la Imdubba de Ningirsu, el Namnunda-kigarra, así
como la capilla de Enlil, la capilla de Ninhursag, la capilla de Ningirsu y la
capilla de Utu.»
«Además,
a consecuencia de la delimitación de fronteras, los ummaítas pudieron comer la
cebada de la diosa Nanshe y la cebada de Ningirsu, hasta un total de un karu
por cada ummaíta y a título de interés únicamente. Eannatum les impuso un
tributo y, de esta manera, se procuró unos ingresos de 144.000 karus grandes.»
«Como
quiera que esta cebada no fue entregada; que Ur-Lumma, el ishakku de Umma,
había privado de agua el foso-frontera de Ningirsu y el foso-frontera de
Nanshe; que había arrancado y quemado las estelas; que había destruido los
santuarios de los dioses, en otro tiempo erigidos en el Namnunda-kigarra;
obtenido la ayuda de países extranjeros; y, finalmente, cruzado el
foso-frontera de Ningirsu, Enannatum combatió contra él en el Ganaugigga, donde
se encuentran los campos y las huertas de Ningirsu, y Entemena, el hijo
bienamado de Enannatum, le derrotó. Ur-Lumma entonces huyó, mientras Entemena
perseguía las fuerzas ummaítas hasta la misma Umma; además, aniquiló (?) el
cuerpo de élite de Ur-Lumma, formado por un total de 60 soldados, a orillas del
canal de Lumma-girnunta. En cuanto a los guerreros de Umma, Entemena abandonó sus
cadáveres en la llanura, sin darles sepultura, para que fueran devorados por
las aves y las fieras, y amontonó sus esqueletos (?) en cinco lugares
distintos.»
«En
aquellos días, el gran sacerdote de Zabalam, asolaba (?) el país, desde Girsu
hasta Umma. Se arrogó el título de ishakku de Umma, quitó el agua del
foso-frontera de Ningirsu, del foso-frontera de Nanseh, del Imdubba de
Ningirsu, de la tierra arable que forma parte de las tierras de Girsu y que se
extiende hacia el Tigris, y del Namnunda-kigarra de Ninhursag; además, no
entregó más que 3.600 karus de cebada de la debida a Lagash. Y cuando Entemena,
el ishakku de Lagash, hubo enviado varias veces sus mensajeros a causa de
ese foso-frontera, el ishakku de Umma, el saqueador de campos y haciendas,
el portador de mala fe, declaró: "El foso-frontera de Ningirsu y el
foso-frontera de Nanshe son míos." Y, en verdad, llegó a añadir: "Yo
ejerceré mi autoridad desde el Antasurra hasta el templo de Dimgal-Abzu."
Sin embargo, ni Enlil ni Ninhursag le concedieron esto.»
«Entemena,
el ishakku de Lagash, cuyo nombre había sido proclamado por Ningirsu, cavó, pues, este
foso-frontera, desde el Tigris hasta el canal de
«Que
Shulutula, dios personal de Entemena, el ishakku de Lagash, a quien Enlil ha
dado el cetro, a quien Enki ha dado la sabiduría, hacia quien Nanshe se ha
sentido atraída en su corazón, él, el gran ishakku de Ningirsu, el hombre que
ha recibido la palabra de los dioses, pueda avanzar e interceder por la vía de
Entemena, ante Ningirsu y Nanshe, por los siglos de los siglos.»
«Al ummaíta que, en cualquier momento del porvenir, se atreva a cruzar el foso-frontera de Ningirsu y el foso-frontera de Nanshe con el objeto de apoderarse por la fuerza de los campos y de las haciendas, tanto si se trata en realidad de un ummaíta como si se trata de un extranjero, que Enlil lo aniquile; que Ningirsu, habiéndolo cogido en las mallas de su Gran Red, haga pesar sobre él su mano poderosa y su pie poderoso; ¡que sus súbditos, sublevados contra él, lo derriben en el centro de su propia ciudad!»
Este texto, de un interés tan excepcional, ha sido descubierto, inscrito en términos prácticamente idénticos, en
dos cilindros de arcilla. Uno de estos cilindros fue excavado cerca de Tello
(actual nombre de la antigua Lagash) en 1895 y, a continuación, copiado y
traducido por el célebre François Thureau-Dangin, cuya personalidad ha dominado
la asiriología durante casi medio siglo. El segundo de estos cilindros
pertenece a la Yale Babilonian
Collection, cuya institución se la procuró por medio de un anticuario. Su
texto fue publicado en 1920 por J. B. Nies y C. E. Keiser, en su libro Historical, Religious and Economic
Texis. En 1926 se publicó, a propósito de este documento, un notable artículo
del eminente sumerólogo Arno Poebel, el cual iba acompañado de un estudio
detallado de su estilo y de su contenido. Es principalmente en este trabajo en
el que se basan mis análisis y mi propia traducción.
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