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LA HISTORIA EMPIEZA EN SUMER
I EDUCACION LAS PRIMERAS ESCUELAS
En Sumer, la escuela procede directamente
de la escritura, de esa escritura cuneiforme cuya invención y desarrollo representan la contribución más importante de
Sumer a la Historia de la Humanidad.
Los documentos escritos más antiguos del mundo fueron descubiertos en las ruinas de la
antiquísima ciudad de Uruk, formando, en conjunto, más de mil pequeñas
tablillas «pictográficas», la mayor parte de ellas a modo de agendas
burocráticas y administrativas. Pero un cierto número de estas tabletas llevan
listas de palabras para que se aprendan de memoria, a fin de poderlas manejar
con mayor facilidad. Dicho en otros términos: desde 3.000 años antes de la era
cristiana, los escribas pensaban ya en términos de enseñanza y de estudio. Los
progresos en esta dirección durante los siglos siguientes no fueron,
ciertamente, nada rápidos. Sin embargo, hacia mediados del tercer milenio,
debía haber por todo el país de Sumer cierto número de escuelas donde se
enseñaba la práctica de la escritura. En la antiquísima Shuruppak, cuna del Noé
sumerio (ver el cap. XX), se descubrieron, entre 1902 y 1903, gran cantidad de
«textos escolares» que databan del año 2500 a.C., o por ahí.
Pero fue en la segunda mitad de este
tercer milenio cuando el sistema escolar sumerio se desarrolló, progresando mucho. Se han descubierto decenas de millares de
tablillas de arcilla que datan de este periodo, y es casi seguro que todavía
quedan centenares de millares de ellas enterradas, esperando las excavaciones
venideras. La mayor parte de estas tabletas son del tipo «administrativo» y nos
permiten seguir, una tras otra, todas las fases de la vida económica sumeria.
Por ellas sabemos que el número de escribas que practicaban su profesión
durante este mismo periodo llegaba a varios millares. Había escribas
subalternos y escribas de alta categoría; escribas adscritos al servicio del
rey y escribas al servicio de los templos; escribas especializados en tal
categoría particular de la actividad burocrática; escribas, en fin, que podían
ascender mucho de categoría, hasta llegar a ser altos dignatarios del Gobierno.
De todos modos, no hay ni una sola de estas tablillas de la época antigua que nos informe explícitamente del sistema educativo sumerio, de su organización y de sus métodos pedagógicos. Para obtener este género de información, tendremos que esperar hasta la primera mitad del segundo milenio a.C. De los niveles arqueológicos correspondientes a esta época, se han extraído centenares de tablillas en las que hay inscritos toda suerte de «deberes», escritos de la misma mano de los alumnos y que constituían una parte de su tarea escolar cotidiana. Estos ejercicios de escritura varían desde los lamentables arañazos del párvulo hasta los signos de trazo elegante del estudiante adelantado a punto de lograr su diploma. Por deducción, estos viejos «cuadernos» nos informan abundantemente sobre el método pedagógico en vigor en las escuelas sumerias y sobre la naturaleza de su programa escolar. Por suerte, resulta que los «profesores» sumerios eran bastante aficionados a evocar la vida escolar, y muchos de sus ensayos sobre este tema han podido ser recuperados, al menos en parte. Gracias a estos documentos podemos tener una idea de lo que era la escuela sumeria, de sus tendencias y de sus objetivos, de sus estudiantes y de sus maestros, de su programa y de sus métodos de enseñanza. El caso es único en el mundo, tratándose de un periodo tan alejado de la historia del hombre.
Al principio, la escuela sumeria daba una
enseñanza «profesional», es decir, se destinaba a la
formación de escribas, necesarios a la administración pública y a las empresas
mercantiles, principalmente en vistas a su empleo en el Templo y en el Palacio.
Éste fue siempre su objetivo principal. Pero al crecer y desarrollarse, a consecuencia
sobre todo de la ampliación de sus programas de estudio, la escuela sumeria se
transformó, poco a poco, en el centro de la cultura y del saber sumerios. En su
recinto se formaban eruditos y hombres de ciencia, instruidos en todas las
formas del saber corrientes en aquella época, tanto de índole teológica como
botánica, zoológica, mineralógica, geográfica, matemática, gramatical o
lingüística, y que hacían progresar luego esta clase de conocimientos.
La escuela sumeria era, en fin, el centro
de lo que podría calificarse como de creación literaria. No
solamente se copiaban, recopiaban y estudiaban allí las obras del pasado, sino
que se componían obras nuevas.
Si bien es verdad que los alumnos
diplomados de las escuelas sumerias llegaban a ser empleados como escribas del
Templo o del Palacio, o se ponían al servicio de los
ricos y poderosos del país, había otros que consagraban su vida a la enseñanza
y al estudio. Igual que nuestros modernos profesores de universidad, muchos de
estos sabios antiguos se ganaban la vida gracias a su salario como profesores,
y consagraban sus ocios a la investigación y a los trabajos escritos.
La escuela sumeria que, probablemente, en
sus comienzos, había constituido una dependencia del Templo, se
transformó, al correr del tiempo, en una institución seglar, y hasta su
programa adquirió un carácter en gran parte laico.
La enseñanza no era ni general ni obligatoria. La mayor parte de los estudiantes procedían de familias acomodadas, ya que los pobres difícilmente eran capaces de soportar el gasto y la pérdida de tiempo que una educación prolongada exigía. Al menos eso es lo que los asiriólogos habían creído hasta una fecha reciente; pero ello no era más que una hipótesis. Sin embargo, en 1946, un asiriólogo alemán, Nikolaus Schneider, confirmó ingeniosamente este hecho, fundándose en documentos de la época. En los millares de tabletas administrativas publicadas hasta la fecha y que corresponden aproximadamente al año 2000 a.C., se hallan mencionados en calidad de escribas los nombres de unos quinientos individuos, y, para mejor definir su identidad, muchos de estos escribas anotan, a continuación de su nombre, el de su padre, indicando al mismo tiempo su profesión. Después de haber compilado cuidadosamente estas tabletas, Schneider comprobó que los padres de los escribas (escribas que habían pasado todos por la escuela) resultaban ser los gobernadores, los «padres de la ciudad», los embajadores, los administradores de los templos, los oficiales, los capitanes de navío, los altos funcionarios de hacienda, los sacerdotes de diversas categorías, los administradores y directores de empresas, los interventores, los contramaestres, los mismos escribas, los archiveros y los contables. En resumen, los escribas eran los hijos de los ciudadanos más ricos de las comunidades urbanas. No consta ni una sola mujer como escriba en estos documentos; es, por lo tanto, muy probable que la masa de los estudiantes de la escuela sumeria estuviese constituida exclusivamente por hombres (en la época babilónica, sin embargo, en Mari, hacia el 1800, se encuentran escribas femeninos y secretarias, prototipos, como si dijéramos, de nuestras modernas taquimetras). A la cabeza de la escuela se hallaba el
ummia, el «especialista», el «profesor», a quien se daba
también el título de «padre de la escuela». Al profesor auxiliar se le
designaba como «gran hermano», y a los alumnos se les llamaba «hijos de la
escuela». El papel principal del profesor auxiliar consistía en caligrafiar las
tabletas que luego los alumnos debían volver a copiar; el maestro auxiliar
debía entonces examinar las copias y hacer recitar a los alumnos aquello que
ellos tenían que aprender de memoria. Entre los otros miembros del personal de
enseñanza nos encontramos con el «maestro de dibujo» y con el «maestro de
sumerio». Había, además, vigilantes encargados de controlar la asistencia y
comportamiento y también un «encargado del látigo», que, probablemente, era el
responsable de la disciplina. Nada sabemos de la jerarquía, del respectivo
rango del profesorado; lo único que sabemos es que el «padre de la escuela» era
el director. Asimismo ignoramos el origen de sus ingresos pecuniarios. Es
probable que los elementos subalternos fueran pagados por el «padre de la
escuela», del total de los derechos escolares que él debía cobrar.
Sobre los programas disponemos de una
verdadera mina de informaciones procedentes de las mismas escuelas, lo que
constituye un caso único en la historia de
la antigüedad. No hay necesidad, pues, en esta ocasión, de recurrir a fuentes
indirectas más o menos explícitas y completas, ya que poseemos los mismos
escritos de los estudiantes, desde los primeros intentos del principiante hasta
los deberes del alumno adelantado, de un trabajo tan bien presentado que apenas
puede distinguirse del realizado por el profesor. Estos trabajos escolares nos
enseñan que la instrucción escolar constaba de dos secciones principales: la
primera daba una instrucción de carácter más científico y mnemotécnico,
mientras que la segunda lo daba de un tipo más literario y creador.
En lo que se refiere a la primera sección, hay que subrayar que los programas no derivaban de lo que
podríamos llamar necesidad de comprender, de buscar la verdad por la verdad en
sí, sino que más bien se desarrollaban en función del objetivo primordial de la
escuela, que era el de enseñar al escriba a escribir y a manejar la lengua
sumeria. Para responder a esta necesidad pedagógica, los profesores sumerios
inventaron un sistema de instrucción consistente sobre todo en el
establecimiento de repertorios; es decir, clasificaban las palabras de su
idioma en grupos de vocablos y de expresiones relacionadas entre sí por el
sentido; después las hacían aprender de memoria a los alumnos, copiarlas y
recopiarlas, hasta que los estudiantes fuesen capaces de reproducirlas con
facilidad. En el tercer milenio antes de la era cristiana, estos «libros de
clase» fueron complicándose de siglo en siglo y, progresivamente, se fueron
transformando en manuales, más o menos estereotipados, de uso en todas las
escuelas de Sumer. En algunos de ellos se encuentran largas listas de nombres
de árboles y de cañas, de animales de todas clases, pájaros e insectos
inclusive; de países, de ciudades y pueblos; de piedras y de minerales. Estas
complicaciones revelan la existencia entre los sumerios de notables
conocimientos en cuestiones de botánica, zoología, geografía y mineralogía, y
éste es un hecho inédito del que sólo ahora empiezan a darse cuenta los
historiadores de la ciencia.
Los profesores sumerios elaboraban
igualmente diversas tablas matemáticas y
numerosos problemas detallados, acompañados de su solución.
Si pasamos al terreno de la lingüística, comprobaremos que el estudio de la gramática se halla muy
bien representado en las tablillas escolares. Buen número de ellas están
cubiertas de largas listas que comprenden los «complejos» de sustantivos y de
formas verbales, y son testigo de un estudio muy avanzado de la gramática. Más
adelante, cuando Sumer hubo sido progresivamente invadida y conquistada por los
semitas accadios, en el último cuarto del tercer milenio, los profesores
sumerios emprendieron la redacción de los «diccionarios» más antiguos que se
conocen. Los conquistadores semíticos, en efecto, no solamente habían adoptado
la escritura de los sumerios, sino que habían conservado preciosamente sus
obras literarias, las cuales estudiaron e imitaron mucho tiempo después de
haber desaparecido el sumerio como lenguaje hablado. De ahí la necesidad de los
«diccionarios» en que las expresiones y palabras sumerias estuviesen traducidas
al accadio.
Vamos a examinar ahora el programa de la
segunda sección, de aquella donde se formaban los estudiantes
de arte y de creación literaria. Esta sección consistía principalmente en
estudiar, copiar e imitar esas obras literarias cuyo riquísimo florecimiento
debe remontarse a la segunda mitad del tercer milenio. Esas obras antiguas, que
se cuentan por centenares, eran casi todas de carácter poético y variaban de
extensión entre menos de cincuenta líneas y cerca de un millar. Las que han
sido recobradas hasta la fecha pertenecen en su mayoría a los géneros
siguientes: mitos y cuentos épicos, bajo la forma de poemas narrativos en los
que se celebran las hazañas de los dioses y los héroes; himnos a los dioses y a
los héroes; lamentaciones deplorando el saqueo y destrucción de las ciudades
vencidas; obras
morales que comprenden proverbios, fábulas y ensayos.
Entre tos millares de tablillas y de fragmentos literarios arrancados de las
ruinas de Sumer, hay muchísimos que son, precisamente, las copias debidas a las
manos inexpertas de los alumnos sumerios.
Se sabe muy poco aún de los métodos y técnica pedagógicos puestos en práctica en estas escuelas. Por la mañana, al entrar en la clase, el alumno estudiaba la tableta que había preparado la víspera. Luego, el «gran hermano», o quizás podríamos decir mejor el «hermano mayor», es decir, el profesor auxiliar, preparaba una nueva tablilla, que el estudiante se ponía a copiar y a estudiar. Es muy probable que después, el «hermano mayor», lo mismo que el «padre de la escuela», examinase las copias para cerciorarse de que estuvieran correctamente escritas. No hay duda de que la memoria jugaba un papel importantísimo
en el trabajo de los estudiantes. Seguramente los profesores y sus auxiliares
acompañaban con extensos comentarios el enunciado de las listas, excesivamente
seco en sí, así como el de las tablas y de los textos literarios que el
estudiante copiaba y aprendía. Pero estos «cursos», cuyo conocimiento por
nuestra parte habría sido de un valor y una utilidad inestimables para nuestra
comprensión del pensamiento sumerio científico, religioso y literario, no
fueron probablemente redactados jamás y han quedado, por consiguiente,
definitivamente perdidos para nosotros.
Sin embargo, hay un hecho cierto: la pedagogía sumeria no tenía en absoluto el carácter de lo que nosotros calificaríamos de «enseñanza progresiva», o sea, de este sistema educativo en el cual la mayor parte se deja a la iniciativa del niño. En lo que respecta a la disciplina, no se ahorraban azotes. Es muy probable que, al mismo tiempo que los maestros estimulaban a sus discípulos a realizar un buen trabajo, no por eso dejaban de contar con el látigo para corregir sus faltas y sus insuficiencias. El estudiante, ciertamente, no tenía la vida muy agradable en la escuela. La asistencia era diaria, desde el alba al ocaso. Si había o no había vacaciones en el transcurso del periodo escolar es cosa que ignoramos. El alumno consagraba varios años a los estudios, desde su niñez hasta el final de la adolescencia. Sería interesante saber cómo y hasta qué punto estaba previsto que los estudiantes pudiesen escoger una especialidad. Pero sobre este particular, así como sobre otros muchos, nuestras fuentes de información permanecen mudas. ¿Qué aspecto material tendría una escuela sumeria? En el transcurso de varias excavaciones, se han descubierto en Mesopotamia unos edificios que, por un motivo u otro, se ha convenido en identificar como escuelas; uno de ellos fue descubierto en Nippur, otro en Sippar, y un tercero en Ur. Pero, aparte de que en ellas se encontraron numerosas tablillas, estas salas no se distinguen de las habitaciones de una casa ordinaria y la identificación puede muy bien ser errónea. No obstante, durante el invierno de 1934-1935, los arqueólogos franceses que, bajo la dirección de André Parrot, excavaron la estación arqueológica de Mari, a orillas del Eufrates, a bastante distancia y al noroeste de Nippur, descubrieron dos habitaciones que parecían presentar todas las características de un aula, ya que contenían varias filas de bancos fabricados con ladrillos crudos, donde podían sentarse una, dos o cuatro personas.
II VIDA DE UN ESTUDIANTE EL PRIMER EJEMPLO DE PELOTILLA
¿Qué
pensaban los estudiantes del sistema de educación a que estaban sometidos? Eso
es lo que nos dirá el estudio de un texto muy curioso, con una antigüedad de
4.000 años y cuyos fragmentos acaban de ser reunidos y traducidos.
Este documento, uno de los más humanos de todos los que hayan salido a la luz del día en el
Próximo Oriente, es un ensayo sumerio dedicado a la vida cotidiana de un
estudiante. Compuesto por un maestro de escuela anónimo, que vivía 2.000 años
antes de la era cristiana, nos revela en palabras sencillas y sin ambages hasta
qué punto la naturaleza humana ha permanecido inmutable desde millares de años.
El estudiante sumerio de quien se habla en
el ensayo en cuestión, y que no difiere en
gran cosa de los estudiantes de hoy en día, teme llegar tarde a la escuela «y
que el maestro, por este motivo, le castigue». Al despertarse ya apremia a su
madre para que le prepare rápidamente el desayuno. En la escuela, cada vez que
se porta mal, es azotado por el maestro o uno de sus ayudantes. Por otra parte,
de este detalle sí que estamos completamente seguros, ya que el carácter de
escritura sumeria que representa el «castigo corporal» está constituido por la
combinación de otros dos signos, que representan, respectivamente, el uno la
«baqueta» y el otro la «carne».
En cuanto al salario del maestro parece
que era tan mezquino como lo es hoy día;
por consiguiente, el maestro no deseaba sino tener la ocasión de mejorarlo con
algún suplemento por parte de los padres.
El ensayo en cuestion, redactado sin duda alguna por alguno de los profesores
adscritos a la «casa de las tablillas», comienza por esta
pregunta directa al alumno: «Alumno: ¿dónde has ido desde tu más tierna
infancia?» El muchacho responde: «He ido a la escuela.» El autor insiste: «¿Qué
has hecho en la escuela?» A continuación viene la respuesta del alumno, que
ocupa más de la mitad del documento y dice, en sustancia, lo siguiente: «He
recitado mi tablilla, he desayunado, he preparado mi nueva tablilla, la he
llenado de escritura, la he terminado; después me han indicado mi recitación y, por la tarde, me han indicado mi ejercicio de escritura. Al
terminar la clase he ido a mi casa, he entrado en ella y me he encontrado con
mi padre que estaba sentado. He hablado a mi padre de mi ejercicio de
escritura, después le he recitado mi tablilla, y mi padre ha quedado muy
contento... Cuando me he despertado, al día siguiente, por la mañana, muy
temprano, me he vuelto hacia mi madre y le he dicho: "Dame mi desayuno, que
tengo que ir a la escuela." Mi madre me ha dado dos panecillos y yo me he
puesto en camino; mi madre me ha dado dos panecillos y yo me he ido a la
escuela. En la escuela, el vigilante de turno me ha dicho: "¿Por qué has
llegado tarde?" Asustado y con el corazón palpitante, he ido al encuentro
de mi maestro y le he hecho una respetuosa reverencia.»
Pero, a pesar de la reverencia, no parece
que este día haya sido propicio al desdichado alumno. Tuvo
que aguantar el látigo varias veces, castigado por uno de sus maestros por
haberse levantado en la clase, castigado por otro por haber charlado o por
haber salido indebidamente por la puerta grande. Peor todavía, puesto que el
profesor le dijo: «Tu escritura no es satisfactoria»; después de lo cual tuvo
que sufrir nuevo castigo.
Aquello fue demasiado para el muchacho. En
consecuencia, insinuó a su padre que tal vez
fuera una buena idea invitar al maestro a la casa y suavizarlo con algunos
regalos, cosa que constituye, con toda seguridad, el primer ejemplo de pelotilla
de que se haya hecho mención en toda la historia escolar. El autor prosigue: «A
lo que dijo el alumno, su padre prestó atención. Hicieron venir al maestro de
escuela y, cuando hubo entrado en la casa, le hicieron sentar en el sitio de
honor. El alumno le sirvió y le rodeó de atenciones, y de todo cuanto había
aprendido en el arte de escribir sobre tabletas hizo ostentación ante su
padre.»
El padre, entonces, ofreció vino al maestro y le agasajó, «le vistió con un traje nuevo, le
ofreció un obsequio y le colocó un anillo en el dedo». Conquistado por esta
generosidad, el maestro reconforta al aspirante a escriba en términos poéticos,
de los que ahí van algunos ejemplos: «Muchacho: Puesto que no has desdeñado mi
palabra, ni la has echado en olvido, te deseo que puedas alcanzar el pináculo
del arte de escriba y que puedas alcanzarlo plenamente... Que puedas ser el
guía de tus hermanos y el jefe de tus amigos; que puedas conseguir el más alto
rango entre los escolares... Has cumplido bien con tus tareas escolares, y hete
aquí que te has transformado en un hombre de saber.»
El ensayo termina con estas palabras
entusiastas. Sin duda, el autor no podía
prever que su obra sería desenterrada y reconstruida cuatro mil años más tarde,
en el siglo XX de otra era, y por un profesor de una universidad americana.
Esta obrita, por suerte, en esas épocas lejanas ya era una obra clásica muy
difundida. El hecho de haber encontrado veintiuna copias de ella lo atestigua
claramente. Trece de estas copias se encuentran en el Museo de la Universidad
de Filadelfia, siete en el Museo de Antigüedades Orientales de Estambul, y la
última en el Louvre.
El texto ha llegado a nosotros en diversos
fragmentos que se han reunido del modo siguiente: el primer fragmento fue «autografiado» ya en 1909 y seguidamente publicado por el joven
asiriólogo que era entonces Hugo Radau. Pero el fragmento correspondía a la parte central de la obra y, precisamente por eso, Radau no
tenía modo de comprender de qué se trataba. En el transcurso de los veinticinco
años siguientes publicaron fragmentos complementarios Stephen Langdon, Edward
Chiera y Henri de Genouillac. No obstante, este material disponible, todavía
insuficiente, no permitía aún poder percatarse del verdadero sentido del
conjunto. En 1938, en ocasión de mi larga estancia en Estambul, logré
identificar otros cinco trozos; uno de éstos formaba parte de una tablilla de
cuatro columnas, en bastante buen estado, que originariamente había contenido
el texto entero. Desde entonces se han identificado otras partes del texto,
conservadas en el Museo de la Universidad de Filadelfia, y entre ellas se
encuentra una tableta de cuatro columnas en muy buen estado y otros fragmentos
pequeños que no constan más que de unas pocas líneas. Pero, a fin de cuentas, si
se exceptúa algún que otro signo deteriorado, el texto, hoy en día, ha quedado
prácticamente reconstruido por entero.
Sin embargo, éste
no era más que el primer obstáculo franqueado; quedaba por establecer y fijar
científicamente una traducción que permitiera hacer accesible a todo el mundo
nuestro venerable documento. Pero la realización de una traducción
absolutamente fidedigna es una tarea verdaderamente difícil. Varios fragmentos
del documento han sido traducidos con éxito por los sumerólogos Thorkild Jacobsen,
del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago, y Adam Falkenstein, de la
Universidad de Heidelberg. Sus trabajos, al mismo tiempo que diversas
indicaciones y sugerencias de Benno Landsberger, antiguo miembro de las
Universidades de Leipzig y Ankara, y actualmente profesor del Instituto
Oriental de la Universidad de Chicago y uno de los más grandes y más célebres
asiriólogos del mundo, permitieron preparar la primera traducción íntegra del
texto, la cual fue publicada en 1949 en el Journal
of the American Oriental Society.
A la escuela sumeria le faltaban
atractivos: programas difíciles, métodos
pedagógicos desagradables, disciplina inflexible. ¿Qué tiene de extraño, pues,
que algunos alumnos abandonasen los cursos cuando se presentaba la ocasión y se
apartasen del camino recto? He aquí, pues, que esto nos lleva directamente al
primer caso de delincuencia juvenil que registra la Historia. Pero el documento
que seguidamente vamos a examinar presenta además otro motivo para retener
nuestra atención: Este documento es uno de los textos súmenos más antiguos
donde aparece la palabra namlulu, o
sea la humanidad, palabra que podría interpretarse como «comportamiento digno
de un ser humano».
Ni que
decir tiene que muchas expresiones y palabras sumerias del antiguo ensayo son
todavía inciertas y de sentido oscuro, pero no nos cabe la menor duda de que en
el futuro saldrá algún sabio profesor a darnos su equivalente exacto.
III DELINCUENCIA JUVENIL EL PRIMER GAMBERRO
Si la delincuencia juvenil es, en el momento
presente, un problema acuciante, podemos consolarnos sabiendo que en la antigüedad el problema en cuestión no era menos acuciante que ahora. Ya
había entonces muchachos rebeldes, desobedientes e ingratos que eran un
verdadero tormento para sus padres. Dichos muchachos vagabundeaban por las
calles, hacían el golfo en los jardines públicos y hasta es muy posible que se
organizaran en bandas a pesar de la vigilancia a que estaban sometidos por
parte del monitor de la escuela. Como tenían verdadero horror a la escuela
y encontraban odiosos los principios educativos de la época, no cesaban de
importunar a sus padres con sus reproches. Esto es al menos lo que nos
manifiesta un escrito sumerio recientemente reconstruido. Las 17 tablillas de
arcilla y fragmentos de que consta se remontan a 3.700 años y es muy posible
que su redacción original tenga unos cuantos siglos más de antigüedad.
Este texto que nos hace conocer a un
escriba y a su hijo descarriado comienza con una conversación en un plan más o menos amistoso. El padre exhorta a su vástago
a frecuentar asiduamente la escuela, a trabajar celosamente y a no perder
tiempo por el camino cuando esté de vuelta a su casa y, para asegurarse de que
el muchacho ha escuchado atentamente sus consejos, le hace repetir lo dicho,
palabra por palabra.
El resto del texto es un largo monólogo. Después de varias recomendaciones de índole práctica que el
padre espera sirvan de ayuda a su hijo para que éste llegue a ser hombre (no
vagar por las calles, ser sumiso con el vigilante, seguir la clase e inspirarse
con la experiencia adquirida por los hombres del pasado), el escriba da un buen
rapapolvo al díscolo adolescente; su conducta «inhumana» le ha dejado
consternado; su ingratitud le ha decepcionado profundamente. Y le recuerda que
él, su padre, jamás le ha hecho tirar de la carreta, ni conducir los bueyes, ni
ir a recoger leña para el fuego; tampoco le ha exigido nunca que subviniese a
las necesidades de sus padres, tal como suele ocurrir en las otras familias. Y,
sin embargo, su hijo se muestra menos «hombre» que los demás chicos de su edad.
Mortificado el escriba, como lo son en
nuestros días muchos padres al ver que sus hijos se niegan
a seguir la misma carrera que ellos, le incita a imitar el ejemplo de sus
compañeros, de sus amigos y de sus hermanos, y a que se inicie a su vez en
el arte de escriba, pese a que éste
sea el más difícil de todos los oficios y artes de cuantos ha creado el dios de
las artes y de los oficios. Pero, sigue explicando el escriba, no hay oficio
más útil que éste para poder transmitir la experiencia humana bajo una forma
poética. Y, en todo caso, Enlil, el rey de los dioses, ha decretado que el hijo
tiene que abrazar la carrera de su padre.
Finalmente, el padre reprocha a su hijo su
mayor interés en el éxito material que en tratar de
conducirse como un hombre digno de este nombre. A continuación el texto se
enreda en un pasaje de sentido oscuro, al parecer, en una serie de máximas
vigorosas y concisas, tal vez destinadas a guiar al hijo por la senda de la
sensatez. En todo caso, el documento termina con una nota optimista, en la que
el padre invoca para su hijo las bendiciones del dios personal de este último,
Nanna, dios de la luna, y de su esposa, la diosa Ningal.
He aquí,
a continuación, una primera tentativa de traducción literal de los fragmentos
más comprensibles de este texto. Sólo se han omitido de esta traducción algunos
pasajes oscuros.
El padre empieza por interrogar a su hijo:
—¿Adónde
has ido?
—A
ninguna parte.
—Si
es verdad que no has ido a ninguna parte, ¿por qué te quedas aquí como un golfo
sin hacer nada? Anda, vete a la escuela, preséntate al «padre de la escuela»,
recita tu lección; abre tu mochila, graba tu tablilla y deja que tu «hermano
mayor» caligrafíe tu tablilla nueva. Cuando hayas terminado tu tarea y se la
hayas enseñado a tu vigilante, vuelve acá, sin rezagarte por la calle. ¿Has
entendido bien lo que te he dicho?
—Sí.
Si quieres te lo repetiré.
—Pues
ya puedes repetírmelo.
—Te
lo voy a repetir.
—Di
—Ya
te lo diré.
—Pues
dilo ya.
—Tú
me has dicho que fuera a la escuela, que recitase mi lección, que abriese la
mochila y que grabase mi tablilla mientras mi «hermano mayor» me grababa otra.
Que cuando hubiese terminado mi tarea volviese para acá después de haberme
presentado al vigilante. He aquí lo que tú me has dicho.
El padre sigue con un largo monólogo: «Sé hombre, caramba. No pierdas el tiempo en el jardín
público ni vagabundees por las calles. Cuando vayas por la calle no mires a tu
alrededor. Sé sumiso y da muestras a tu monitor de que le temes. Si le das
muestras de estar aterrorizado estará contento de ti.»
(Siguen unas 15 líneas destruidas.)
«¿Crees
que llegarás al éxito, tú que te arrastras por los jardines públicos? Piensa en
las generaciones de antaño, frecuenta la escuela y sacarás un gran provecho.
Piensa en las generaciones de antaño, hijo mío, infórmate de ellas.»
«...perverso
que tengo bajo mi vigilancia..., no sería hombre si no vigilase a mi propio hijo... He
interrogado a mis parientes y amigos, he comparado los individuos, pero no he
hallado a ninguno que sea como tú.»
«Lo
que voy a decirte transforma al loco en sabio, paraliza la serpiente a modo de
hechizo y te evitará que des fe a las palabras falsas.»
«Puesto
que mi corazón ha quedado henchido de lasitud por culpa tuya, yo me he apartado
de ti y no me he precavido contra tus temores y tus murmuraciones. A causa de
tus clamores, sí, a causa de tus clamores, he montado en cólera contra ti, sí,
he montado en cólera contra ti. Como tú no quieres poner a prueba tus
cualidades de hombre, mi corazón ha sido transportado como por un viento
furioso. Tus recriminaciones me han dejado acabado; tú me has conducido al
umbral de la muerte.»
«En
mi vida no te he ordenado que llevaras cañas al juncal. En toda tu vida no has
tocado siquiera las brazadas de juncos que los adolescentes y los niños
transportan. Jamás te he dicho: "Sigue mis caravanas." Nunca te he
hecho trabajar ni arar mi campo. Nunca te he constreñido a realizar trabajos
manuales. Jamás te he dicho: "Ve a trabajar para mantenerme." Otros
muchachos como tú mantienen a sus padres con su trabajo. Si tú hablases a tus
camaradas y les hicieses caso, les imitarías. Ellos rinden 10 gur (12 celemines) de cebada cada uno;
hasta los pequeños proporcionan 10 gur cada uno a su padre. Multiplican la
cebada para su padre, le abastecen de cebada, de aceite y de lana. No obstante,
tú sólo eres un hombre cuando quieres llevar la contra, pero comparado con
ellos no tienes nada de hombre. Evidentemente, tú no trabajas como ellos...;
ellos son hijos de padres que hacen trabajar a sus hijos, pero yo... no te hice
trabajar como ellos.»
«Obstinado
contra quien estoy encolerizado... ¿qué hombre hay que pueda estar encolerizado
contra su propio hijo?... He hablado con mis parientes y amigos y he
descubierto algo que hasta ahora no había notado. Que las palabras que voy a
pronunciar despierten tu temor y tu vigilancia. De tu condiscípulo, de tu
compañero de trabajo... tú no haces el menor caso; ¿por qué no lo tomas como
ejemplo? Toma ejemplo de tu hermano mayor. De todos los oficios humanos que
existen en la tierra y cuyos nombres ha nombrado Enlil, no hay ninguna profesión
más difícil que el arte del escriba. Ya que si no existiese la canción (la
poesía)..., parecida a la orilla del mar, a la orilla de los lejanos canales,
corazón de la canción lejana... tú no prestarías oídos a mis consejos y yo no
te repetiría la sabiduría de mi padre. Conforme a las prescripciones de Enlil
el hijo debe suceder a su padre en su oficio.»
«Y
yo, noche y día, me estoy torturando a causa de ti. Noche y día tú derrochas el
tiempo en placeres. Tú has amontonado grandes riquezas, te has extendido lejos,
te has vuelto gordo, grande, ancho, poderoso y orgulloso. Pero los tuyos
esperan a que la adversidad te coja por su cuenta y entonces se alegrarán
porque tú te olvidas de cultivar las cualidades humanas.»
(Aquí sigue un oscuro pasaje de 41 líneas, consistente, al parecer, en proverbios y en antiguos dichos, y el texto termina con las bendiciones del padre):
El que te amonesta desea que Nanna, tu
dios, te tenga bajo su custodia.
El que te acusa desea que Nanna, tu dios,
te tenga bajo su custodia.
Que tu dios te sea favorable.
Que tus cualidades de hombre se exalten.
Que seas tú
el primero de los sabios de la ciudad.
Que tus conciudadanos pronuncien tu nombre
en las alturas.
Que tu dios te llame con un nombre de
elección.
Que tu dios Nanna te sea favorable.
Que la diosa Ningal te sea propicia.
Sin embargo, y aunque ellos se resistan a
aceptarlo, no son ni los profesores, ni los poetas, ni los humanistas los que
llevan la dirección del mundo, sino los hombres de Estado, los
políticos y los soldados. Y a continuación vamos a examinar la «política de
poder» y veremos cómo hace 5.000 años un jefe sumerio organizó, con éxito, una
serie de «incidentes políticos».
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