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HISTORIA UNIVERSAL

HISTORIA DE LA CIUDAD DE CARTAGO

DESDE SU FUNDACIÒN HASTA LA INVASIÓN DE LOS VÁNDALOS EN AFRICA

Por

 DUREAU DE LA MALLE y J. YANOSKI.

 

TRADUCIDA AL ESPAÑOL POR D. VICENTE DIEZ CANSECO.

 

PRIMERA PARTE : LA GUERRA DE SICILIA (489-319 A.C.)

SEGUNDA PARTE: LA GUERRA DE AGATOCLES ( 319-278 A.C.)

TERCERA PARTE: PRIMERA GUERRA PUNICA

 

PROLOGO DEL TRADUCTOR

“La Historia de Cartago por MM. Dureau de la Malle y Juan Yanoski, es el libro más completo que se ha escrito acerca de esta ciudad célebre. En él se hallan todos los hechos y todos los resultados críticos contentados en los escritos de los eruditos franceses, así como en las obras compuestas en el extranjero por Campomanes, MünterHeerenBötiger, etc. Respecto de la tercera guerra púnica, encierra pormenores llenos de interés y muy dramáticos, que en ningún otro libro se encuentran”.

Tal y tan sencillo es el anuncio con que los señores Didot hermanos recomiendan a los franceses la lectura de esta interesantísima obra, publicada en el presente año y acogida brillantemente en el vecino reino. Acostumbrado a ver elogios pomposos de algunas obras francesas, cuyo mérito es por cierto mediano, desde luego auguré bien de este libro tan breve y sencillamente anunciado, tanto por la notoria inteligencia de los editores en la elección de los que publican, como porque ya había leído con placer y admirado otra obra de MrDureau de la Malle; obra que honra a su autor y a los adelantamientos de la ciencia arqueológica en el siglo actual: me refiero a sus Investigaciones sobre la topografía de Cartago. La lectura de la Historia de esta célebre ciudad, confirmó plenamente mi presentimiento; y no he podido resistir a la idea de dar a conocer al público español un libro que solo adquirí para mi instrucción particular: me han impulsado también a publicarle mi afición a la ciencia, y la convicción íntima que abrigo de que este es un libro utilísimo para un gran número de españoles, y especialmente para los que se dedican a la carrera militar, a la marina y al conocimiento de la lengua latina.

El estudio de la historia, y particularmente de la historia antigua, es al principio muy árido y molesto para los jóvenes; pero poco a poco va agradando y se convierte al fin en una verdadera pasión. Y ¡cosa extraña! esta pasión es tanto más exaltada, cuanto más débiles son los fundamentos sobre que se hace aquel estudio; es decir, que su intensidad se aumenta en proporción de la escasez de estudios elementales con que cuenta el que de ella está poseído: me avergüenzo al decirlo, y confieso, no obstante, que por desgracia, puedo servir de testimonio auténtico de esta verdad. ¿Habrá sido siempre cul­pable la juventud de haberse descuidado un tanto en España los estudios preparatorios que forman la base de la ciencia histórica?

Por eso, cuando llega a nuestras manos un libro que, como la Historia de Cartago, nada deja que desear; un libro en que se hallan reunidos, sencillamente expuestos y melódicamente ordenados los relatos de los autores antiguos y los descubrimientos de los modernos; un libro, en fin, que tan cumplidamente da a conocer (aun a los menos versados en la historia un pueblo que tanto influyó en el mundo por espacio de mil años, y de cuya capital solo se conserva un montón de ruinas, abandonadas hace ya trece siglas; este libro debe ser inapreciable y de utilidad inmensa para la juventud. Y no se crea por eso que los ilustrados de la Malle y Yanoski son meros expositores de los hechos que refieren Tito-Livio, Apiano, Polibio, Procopio y otros entre los antiguos, ni que trasladen sencillamente a su obra el resultado de las investigaciones de los escritores modernos: han comprendido mejor y desempeñado con más conciencia la tarea que tan acertadamente emprendieron. Los autores de la Historia de Cartago toman de unos y otros lo necesario para seguir el curso de los acontecimientos y autorizar sus opiniones particulares; pero, al propio tiempo, examinan atentamente esas mismas acotaciones y tienen presente la fe que merecen, computándola por el grado de su probable imparcialidad; combaten can denuedo envejecidas preocupaciones; juzgan con sano criterio de los sucesos, de los pueblos y de los personajes; esclarecen con perspicacia admirable los hechos hasta ahora incomprensibles o muy oscuros; y por resultado final, han conseguido que su obra ofrezca un conjunto de erudición portentosa, de sutil crítica y de verdadera ciencia, que ilumina al lector, que le enseña en pocos días lo que tarde o nunca podría aprender sin su auxilio, y que le deleita inefablemente. Si, le deleita, porque abre a su pensamiento, no solo un ancho campo sino el verdadero teatro en que debe contemplar sucesos, pueblos y hombres que conoce muy imperfectamente desde su infancia; y además, le pone en el caso de juzgar de todo por sí mismo, y juzgar con acierto. Un ejemplo solo citaremos en apoyo de esta verdad.

Pocos o ninguno de nuestros lectores habrá que al salir, por ejemplo, de las aulas de latinidad y después de haber traducido las obras de Tito Livio y Salustio, no se haya formado una idea exagerada de la perfidia de los cartagineses, ni deje de tener siempre presente aquel terrible fides púnica, con que los escritores romanos procuran desfigurar casi todos los hechos referentes a la ciudad de Dido. Los jóvenes escolares leen con gusto las hazañas de los Asdrúbales y de los Himilcones; se interesan vivamente y aun llegan a entusiasmarse por el gran Amílcar y por su hijo el célebre Aníbal: y sin embargo, mientras consideran (y con justicia) a los Escipiones como hábiles y consumados generales, la mayor parte de ellos solo miran a sus rivales como audaces y astutos guerrilleros. Mas aun; todavía es muy común, y sigue acreditada entre los jóvenes la opinión de que, por haberse abandonado el esposo de la española Himilce a las delicias de Capua, tuvo un éxito fatal su memorable expedición a la Italia. ¿En qué consiste esto? En que, hasta los tiempos modernos, los narradores de aquellos acontecimientos eran romanos, o más amigos de estos que de los cartagineses; en que hemos prestado hasta aquí una fe ciega y sin examen a lo referido por ellos; y en que Cartago no ha tenido desgraciadamente ni un solo historiador propio, cuyos escritos hubiesen podido antes de ahora provocar una especie de juicio contradictorio, en el cual triunfara la verdad y los contemporáneos así como la posteridad se hallasen en el caso de dar su lugar respectivo a Roma y a Cartago. Pues bien; la obra que acabo de traducir, no solo restablece los hechos y los coloca bajo el prisma por el cual deben mirarse, sino que basta su simple lectura para que cualquiera comprenda sin esfuerzo y se convenza íntimamente de las siguientes, entre cien otras verdades :

1. Que los escritores latinos y muchos de los griegos han exagerado hasta un punto increíble la perfidia cartaginesa.

2. Que sería una insigne vulgaridad pretender que Cartago, en su lucha apenas interrumpida con otros pueblos poderosos y que meditaban su ruina, usase de una política franca y obrase con sencillez y la más cándida buena fe.

3. Que Roma, ambicionando la posesión de las colonias que pertenecían a Cartago, fue la agresora en aquella lucha y que preparó la destrucción de su rival con crueldad, con iniquidad, con una perfidia mucho más que púnica.

4. En fin, que la desgracia de Aníbal, más que la habilidad de Escipión, el primer Africano, dio a este el triunfo en los campos de Zaina; y que sin la guerra intestina que se hadan los partidos, sin la incalificable defección de Masinisa y la horrible falsedad con que un cónsul romano desarmó la ciudad de Dido, el hijo de Paulo Emilio no hubiera hollado con su planta la colina de Byrsa ni reducido a cenizas la patria del grande Amílcar.

Por lo que he dicho puede venirse en conocimiento de la grande utilidad que este libro ofrece a los profesores y alumnos de latinidad, y el auxilio que puede prestarles, ya para la fácil inteligencia de los pasajes oscuros de los autores clásicos y la ilustración de los incomprensibles por diferentes causas; ya para no incurrir en preocupaciones y engaños que luego suelen perjudicar en los estudios sucesivos.

Nada diré de su interés para los aficionados al estudio de la historia antigua y de arqueología. Una obra en que se trata, en capítulos separados, de la constitución política de la república cartaginesa, de su gobierno, colonias, agricultura, comercio, industria, fuerzas militares, religión y literatura; una obra en que se describe con maestría la topografía de Cartago y sus ruinas, en que se dan a conocer cumplidamente sus soberbios templos, su circo, el foro, el anfiteatro, el acueducto, las cisternas, la ciudadela, el teatro, las termas y el puerto militar, de donde salían las escuadras más numerosas que acaso se han abandonado a la inconstancia de los mares; una obra así, repetimos, no puede menos de excitar su curiosidad y aumentar su instrucción.

¡Qué campo tan ancho, qué ilimitado espacio ofrece asimismo este libro a la meditación de los jóvenes militares y marinos ¡Cuántas batallas campales, cuántos sitios y bloqueos, cuántos combates navales! Las expediciones de Agatocles, de Amílcar, de Aníbal, de los Escipiones, ¡cuántos recuerdos no inspiran, cuánta prudencia, sagacidad y amor a su noble profesión no pueden infundirles! Y la batalla de Zama; aquel sangriento choque en que se decidió la suerte de Cartago y de uno de los generales más grandes del mundo, ¡cómo puede compararse (por su esencia y sus resultados para uno de los jefes contendientes) con la que a principios del siglo actual se dio en los memorables campos de Waterloo! Todas estas razones me impulsaron a traducir la Historia de Cartago: tal vez habré desempeñado muy mal esta difícil tarea; pero me considero merecedor a la indulgencia del público, en gracia siquiera del objeto que me he propuesto.

Los señores Dureau de la Malle y Yanoski han escrito su libro para personas versadas en la historia; yo le he traducido especialmente para la juventud estudiosa, y por eso he añadido algunas notas geográficas, históricas y críticas que me persuado contribuirán a su mejor inteligencia. Los mismos señores terminan su obra en la época que se preparaba la invasión de los vándalos en el África; y para que la historia sea absolutamente completa, me he tomado la libertad de adicionarla con un brevísimo Apéndice que contiene, en sumario, las dominaciones vandálica y bizantina, hasta la toma y completa destrucción de Cartago por los árabes. He seguido, para escribirle, el plan y la forma usadas por los autores franceses; pero nadie necesita decirme (¡harto lo conozco yo!) cuán lejos está este corto ensayo de todo punto de comparación con el excelente modelo que intenté imitar. Por último, deseando hacer en cierto modo de la Historia de Cartago un libro de consulta, y para que cualquiera halle en él a golpe de vista las noticias que pueda apetecer, he puesto a su final un extenso índice cronológico de las materias que contiene.

Mi único deseo, al dar a la prensa la Historia de Cartago, es que la juventud estudiosa se penetre de que su lectura y meditación pueden serla utilísimas por más de una razón ; y de que acoja el público con benevolencia mis débiles esfuerzos para contribuir en algo a fomentar la afición a los estudios serios. 

 

 

HISTORIA DE CARTAGO

PRIMERA PARTE: LA GUERRA DE SICILIA