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HISTORIA UNIVERSAL |
HISTORIA
DE LA CIUDAD DE CARTAGODESDE
SU FUNDACIÒN HASTA LA INVASIÓN DE LOS VÁNDALOS EN AFRICA
HISTORIA DE CARTAGO
PRIMERA PARTE: LA GUERRA DE SICILIA
Cartago
tuvo el triste destino do no adquirir una gran celebridad sino en el momento de
su ruina, y de ver el cuidado de su gloria abandonado a historiadores extraños.
La memoria de sus escritores nacionales se ha perdido hace ya mucho tiempo; y
entre los extranjeros, ni uno solo ha escrito de un modo seguido la historia de
aquella república.
Origen y fundación de Cartago (878
años antes de Jesucristo)
No
hay duda que Cartago fue una colonia de Tiro, porque la lengua púnica como
muchos escritores antiguos lo afirmaron, y como lo han probado muchos sabios
modernos, es la misma que la lengua fenicia. Según la tradición poética
recogida ñor Virgilio y Trogo Pompeyo,
aquella ciudad habría debido su fundación a Dido , mujer de Siqueo y hermana de
Pigmalión, rey de Tiro. Habiendo este príncipe hecho morir a Siqueo
injustamente, Dido, a quien los tirios llamaban también Elisa, huyó con sus
tesoros, seguida de un corto número de sus partidarios, y vino a desembarcar en
África, a seis leguas de Túnez, en el golfo donde ya se veía a Utica. Aquella
princesa suplicó, según se dice, a los naturales del país que tuviesen a bien
venderle, para el establecimiento que meditaba, el terreno que pudiera
encerrarse dentro de una piel de buey. No creyeron que debían rehusarla un
favor de tan corta consideración en la apariencia; y entonces Dido dividió la
piel de buey en tiras muy estrechas y las extendió, unas después de otras, de
modo que trazasen un vasto recinto en el cual construyó desde luego una
ciudadela que por aquella circunstancia fue llamada Byrsa (en
griego significa piel. Esto es lo que ha dado lugar aquella ridícula
etimología, cuya falsedad han demostrado los sabios versados en las lenguas
semíticas, haciendo notar que bosra, que
significa en hebreo y en siriaco ciudadela, se ha mudado por los
griegos en Byrsa).
Que
los fundadores de Cartago fuesen Zoro y Karchedonte, como pretenden Filisto,
Apiano, Eusebio y San Gerónimo; o bien que fuera Elisa o Dido, según nos lo han
trasmitido casi todos los autores antiguos, puede admitirse como un hecho
histórico, que fue fundada por una colonia de tirios , y como una opinión
verisímil, que esta fundación fue anterior a la de Roma, cerca de 878 años
antes de la era vulgar. Los que adoptan esta fecha han censurado a Virgilio por
el anacronismo en que incurrió, introduciendo en la corte de Dido un príncipe
troyano que había existido más de 300 años antes que esta princesa. Sin embargo,
algunos hábiles críticos han creído poder justificar al poeta latino, haciendo
remontar la fundación de Cartago al año 1255 antes de Jesucristo que es poco
mas o menos la época de la guerra de Troya. En esta última hipótesis, Dido
y Karchedonte habrían extendido únicamente
el recinto y aumentado el poder de Cartago
Esta
opinión, sostenida por sabios distinguidos, podría apoyarse asimismo en las
autoridades según las cuales refiere Procopio el origen de tos mauritanos y el
establecimiento de las colonias fenicias en África. El autor bizantino,
invocando el testimonio unánime de todos los historiadores antiguos de Fenicia,
asegura que, en tiempo de la invasión de la Palestina por Josué, hijo de Navé (1590 años antes de Jesucristo), lodos los
pueblos que habitaban la región marítima, desde Sidón hasta Egipto, y que
estaban sometidos a un solo rey, los gergeseos,
los jebuseos y muchas otras tribus cuyos nombres se hallan inscritos en los
libros históricos de los hebreos, abandonaron su patria y , atravesando el
Egipto, se fueron a África. Procopio añade que se extendieron hasta las
Columnas de Hércules, que ocuparon enteramente la región septentrional, y que
fundaron en este vasto país un gran número de ciudades, en las cuales estaba
todavía en uso, en su tiempo, la lengua fenicia. Esta relación se halla
bastante conforme con lo que nos han dicho los antiguos acerca de la fundación
de Utica, que fijan en dos o trescientos años antes de la de Cartago; y
parécenos que el poco desacuerdo de estas autoridades ofrece, en el
establecimiento y la formación de Cartago, un cuadro tan verisímil como es posible vislumbrarle a través de las sombras
de la fábula y el dilatado espacio de los siglos.
FORMACION
Y ENGRANDECIMIENTO DE CARTAGO (de 878 a 543 antes de J. C.)
Cartago,
que había tenido un origen tan insignificante, se acrecentó al principio poco a
poco en el país mismo, y formó muchos establecimientos de comercio al Este y al
Oeste en la costa septentrional de África. Pero su dominación no permaneció
largo tiempo encerrada en tan estrechos límites: aquella ambiciosa llevó sus
conquistas a países extraños, invadió Cerdeña, se apoderó de una gran parte de
Sicilia, sometió a casi toda la España, y enviando a todas partes poderosas
colonias, fue dueña del mar por espacio de más de 600 años, y se ciudad hizo un
Estado que podía sostenerse contra los más grandes imperios del mundo, por su
opulencia, por su comercio, por sus numerosos ejércitos, por sus temibles
armadas, y sobre todo por el valor y el mérito de sus capitanes. Las fechas y
las circunstancias de muchas de estas conquistas son poco conocidas: a contar
desde la muerte de Dido, existe una laguna de cerca de 300 años en la historia
de Cartago.
Guerra entre Cirene y Cartago.
Entre
la época de su fundación y el año 509 antes de Jesucristo, Cartago se libertó
del tributo que había consentido en pagar a los libios, y extendido sus
conquistas por el interior de África y el litoral del Mediterráneo. El hecho
histórico más antiguo que conocemos con algunos pormenores, es una contienda
entre Cartago y Cirene con motivo de los límites de su territorio. Cirene era
una ciudad muy poderosa, situada en la costa del Mediterráneo hacia la Gran
Sirte (hoy se conoce con el nombre de golfo de Sidra y de Zatico), que había
sido edificada por Bato, de Lacedemonia. «Había entre las dos ciudades, dice
Salustio, una llanura arenosa, enteramente unida, sin río ni monte alguno que
pudiese servir para indicar los límites de cada una, lo que ocasionó entro
ellos grandes y prolongadas guerras. Los ejércitos de las dos naciones,
derrotados y puestos en fuga alternativamente en mar y tierra, se habían
debilitado recíprocamente. En tal estado, llegaron a temer estos pueblos que
viniese un enemigo común y se hiciera dueño de los vencidos y los vencedores,
igualmente cansados. Convinieron en una tregua, y arreglaron entre ellos que de
cada ciudad se haría salir en un mismo día a dos diputados, y que el sitio
dónde se encontraran seria el límite respectivo de los dos Estados. Cartago
eligió dos hermanos nombrados Filenos, los cuales se dieron gran prisa en
caminar: los de Cirene no fueron tan diligentes, bien por descuido, bien porque
les contrariase el tiempo; porque en aquellos desiertos se levantan con
frecuencia, como en medio del mar, tormentas que detienen a los caminantes:
cuando arrecia el viento en aquellas llanuras, desnudas y sin obstáculo alguno,
se elevan torbellinos de arena, que agitada con violencia, entra en la boca y
en los ojos e impide marchar a los viajeros. Viendo los cireneos que habían
perdido ate un terreno, y temiendo ser castigados a su vuelta por el daño que
aquel retardo causaría a su país, acusan a los cartagineses de haber emprendido
su marcha antes del tiempo prefijado, y procuran suscitar mil dificultades,
decididos a pasar por todo antes que consentir en una división tan desigual.
Los cartagineses les ofrecen un nuevo arreglo proporcionado para los dos
partidos; y los cireneos les dan a elegir entre ser enterrados vivos en el
sitio donde querían fijar los límites de Cartago, o permitirles, con las mismas
condiciones, ir hasta el punto que quisiesen. Los Filenos aceptaron la
proposición, felices por hacer a su patria el sacrificio de sus personas y de
sus vidas, y fueron enterrados vivos.
Los
cartagineses erigieron dos altares a su nombre en el sitio de su sepultura, les
tributaron en su nación los honores divinos, y desde entonces aquel lugar fue
llamado las Aras de los Filenos, arce Philenorum,
y sirvió de límite al imperio de los cartagineses, que se extendía desde allí
hasta las Columnas de Hércules.
El
Arte de comprobar las fechas coloca la historia de los Filenos en el año 460
antes de Jesucristo, sin apoyarse en ninguna autoridad. Como el primer tratado
de Roma con Cartago es de 509 y puede considerarse como uno de los hechos mejor
averiguados, hemos creído deber fijar en una época anterior la leyenda del
sacrificio de los hermanos Filenos que, así como el combate de los Horacios y Curiados,
parece pertenecer a la historia fabulosa más bien que a la historia positiva
Guerra con los focenses (513 antes
de J. C.).
La
marina de Cartago, que en los siglos siguientes llegó a ser tan formidable,
parece que ya se distinguió ventajosamente en el Mediterráneo desde la época de
Ciro y de Cambises. Una victoria alcanzada en aquel tiempo, por las dotas
combinadas de los etruscos y cartagineses, sobre los focenses, que entonces
eran una de las naciones más temibles en el mar, nos presenta a Cartago como
hija digna de Tiro en el arte de la navegación. Los vencedores, después de la retirada
de los vencidos, se hicieron dueños de la isla de Cyrnos,
actualmente Córcega.
Expedición de los cartagineses a
Sicilia (536 años antes de la era vulgar).
No
tardó la ambición en hacer que las cartagineses aspirasen a nuevas conquistas.
Malco, que ya había conseguido señaladas ventajas sobre los príncipes
africanos, vecinos de Cartago, se apoderó de casi toda Sicilia. Este general es
el primero que se encuentra en la historia poseyendo la dignidad de sufete
(título que indicaba la dignidad de los primeros magistrados de la república
cartaginesa). Tal vez fue por la época en que vivía, o algún tiempo antes,
cuando la monarquía cartaginesa fue sustituida por un gobierno republicano,
compuesto de tres poderes.
Epidemia en Cartago y guerra de
Cerdeña (530 años antes de J. C.)
La
alegría que produjo en Cartago el triunfo de sus armas en la Sicilia, fue
turbada bien pronto por una horrorosa peste que causó gran mortandad en los
cartagineses. Estos, que veían en el azote del cielo de que eran víctimas un signo
inequívoco de la cólera de los dioses, se persuadieron a que les aplacarían
inmolando en sus aras víctimas humanas. Justino, que refiere este hecho,
asegura que semejante atrocidad, lejos de hacer que el cielo se mostrase más
favorable a Cartago, atrajo sobre la república nuevas calamidades. «La «cólera
de los dioses, dice, vino a castigar estos atentados; vencedores por largo
tiempo en Sicilia, los cartagineses llevaron sus armas a Cerdeña y perdieron en
una cruel derrota la mayor parte de sus soldados. Se atribuyó aquel
contratiempo a Malco; y este general, injustamente acusado, fue condenado al
destierro con los restos de su ejército vencido. Indignados con tal rigor, los
soldados envían diputados a Cartago, primero para solicitar su regreso y el perdón
por sus contratiempos, y poco después para declarar que obtendrían por la
fuerza de sus armas lo que se rehusaba a sus súplicas. Las amenazas y las
instancias fueron igualmente desdeñadas; sin pérdida de tiempo, se embarcan y
aparecen armados ante la ciudad, donde juran por los dioses y los hombres que
no van a esclavizar sino a recobrar su patria y demostrar a sus conciudadanos
que la suerte, y no el valor, les había desamparado en el último combate.
Fueron cortadas las comunicaciones, y la ciudad sitiada se vio reducida a la
desesperación. Entre tanto Cartalón, hijo del general desterrado, a su
vuelta de Tiro, adonde le habían enviado los cartagineses para ofrecer a
Hércules la décima parte del botín que Malco había hecho en Sicilia, pasa
inmediato al campo de su padre, y llamado ante él, le hace contestar que, antes
de obedecer a la obligación particular de hijo, iba a satisfacer al deber
público de la religión. Indignado por esta repulsa, Malco no quiso sin embargo
ultrajar en su hijo la majestad de los dioses; pero pocos días después, Cartalón,
habiendo obtenido el permiso del pueblo, volvió al lado de su padre y se mostró
a la vista de todos cubierto con la púrpura y los ornamentos del
sacerdocio»—Malco le llamó aparte, le reprendió porque iba a insultar con el
lujo de sus vestiduras su desgracia y la de sus conciudadanos, le recordó que
se había negado de un modo injurioso a comparecer ante él hacía algunos días; y
olvidando que era padre para tener solo presente su calidad de general, hizo
colgar a su infortunado hijo, revestido de sus ornamentos, en una cruz muy
elevada a la vista de la ciudad.
Al
cabo de pocos días se apodera de Cartago, reúne al pueblo, se lamenta del
injusto destierro que le ha obligado a recurrir a las armas, y declara que,
satisfecho con su triunfo, quiere limitarse a castigar a los autores de estos
desastres, y perdona a todos los demás de haberle confinado sin razón. Hizo dar
muerte a diez senadores, y sometió la ciudad a sus leyes; pero bien pronto,
acusado él mismo de aspirar al trono, fue castigado por el doble parricidio
perpetrado contra su hijo y contra su patria.
Tratado entre los cartagineses y
los romanos (509 años de J. C.)
Polibio
nos dice que, un año después do la expulsión de los Tarquinos y veinte y ocho
antes de la irrupción de Jerjes en Grecia, siendo cónsules J. Bruto y M.
Horacio, se celebró el primer tratado entre los romanos y los cartagineses:
insertaré íntegro este monumento curiosísimo de la antigüedad. Polibio le ha
traducido al griego por el original latino con toda la exactitud que le ha sido
posible, porque la lengua latina do aquellos tiempos es, dice tan diferente; de
la de ahora , que los más hábiles encuentran grandes dificultades para entender
el lenguaje antiguo.
«Entre
los romanos y sus aliados y entre los cartagineses y sus aliados, habrá
alianza, bajo las siguientes condiciones: que ni los romanos ni sus aliados
navegarán más allá del gran promontorio, a no ser que a ello se vean obligados
por sus enemigos o arrojados por las tempestades: que en este último caso, no
les será permitido comprar ni lomar nada, sino lo que sea precisamente
necesario para reparar sus bajeles, o para el culto de los dioses, y que se
marcharán al cabo de cinco días: que los que vayan a comerciar no podrán
concluir negociación alguna como no sea en presencia de un pregonero y de un
notario: que todo cuanto se venda delante de estos dos testigos, la fe pública
lo garantirá al vendedor; que se entenderá lo mismo para todo lo que se venda
en África o en Cerdeña: que si algunos romanos arriban a la parte de da Sicilia
que se halla sometida a Cartago, gozarán de los mismos derechos que los
cartagineses: que estos no inquietarán de modo alguno a los anciotas, los ardeanos,
los laurentinos, los circeyanos,
los terracinenses, ni otro alguno de los pueblos
latinos que obedezcan a los romanos; que si hay algunos que no estén bajo la
dominación romana, los cartagineses no combatirán sus ciudades; que si toman
alguna, la entregarán a los romanos sin restricción; que no construirán ninguna
fortaleza en el país de los latinos, y que si entran armados no pasarán en él
la noche.»
Este
tratado, notable por su sencillez y precisión, demuestra que, bajo el consulado
del primer Bruto, había romanos que se dedicaban al comercio; que la marina no
les era desconocida ; que el uso de los bajeles mercantes era común entre
ellos, y que hacían viajes bastante largos, puesto que iban hasta Cartago. Nos
demuestra también cuál era en aquella época el poder de los cartagineses, y que
siendo dueños del mar, de Cerdeña y de una parte de la Sicilia, podían
fácilmente infestar las costas marítimas de la Italia.
Engrandecimiento de Cartago, en
tiempo de Magón (509-489 antes de la era cristiana)
Magón,
que sucedió a Malco como sufete y como general, acrecentó el imperio y la
gloria de Cartago con sus talentos, su prudencia y su habilidad. Fue el primero
que introdujo la disciplina militar entre los cartagineses: extendió las
fronteras de la república, aumentó su comercio, y dejó al morir dos hijos,
Asdrúbal y Amílcar que, siguiendo las gloriosas huellas de su padre, hicieron
ver que con su sangre les había trasmitido también su genio.
Expedición a Cerdeña y Sicilia :
guerras contra los africanos bajo ASDRÚBAL Y AMIÍLCAR, hijos de Magón ( 489-
460 antes de J. C.).
Bajo
las órdenes de los dos hijos de Magón, Cartago llevó la guerra a Cerdeña y
combatió a los africanos que hacía largo tiempo pedían a la república en vano
el tributo anual ofrecido por precio del territorio que había ocupado. Mas por
aquella vez, los africanos vieron la justicia de su causa coronada por la
fortuna en los combates; y Cartago, dejando las armas, concluyó la guerra
satisfaciendo su deuda. Asdrúbal, gravemente herido en Cerdeña, dejó al morir
el mando a su hermano Amílcar: se había visto revestido por once veces de la
dignidad de sufete, y cuatro triunfos habían sido el premio de sus victorias.
El sentimiento de sus conciudadanos y el recuerdo de sus gloriosas acciones
honraron sus funerales; y como si hubiese llevado consigo a la tumba el poderío
de su patria, los enemigos de Cartago se alentaron.
Algunos
años después del tratado de 509 entre Cartago y Roma, los cartagineses hicieron
alianza con Jerjes, rey de los Persas. Este príncipe quería exterminar a los
griegos ; los cartagineses apoderarse del resto de Sicilia: acogieron con
avidez la ocasión favorable que se les presentaba para terminar la conquista.
El tratado fue pues concluido: se convino en que los cartagineses acometerían
con todas sus fuerzas a los griegos establecidos en Sicilia, mientras que
Jerjes en persona invadiría la Grecia.
Los
preparativos de aquella guerra duraron tres años; y si hubiéramos de creer a
los historiadores sicilianos, que tal vez por un sentimiento de vanidad
nacional han exagerado el número de sus enemigos, el ejército de tierra
ascendía nada menos que a trescientos mil hombres, y la armada contaba dos mil
bajeles y más de tres mil pequeños bastimentos para el trasporte. Amílcar, el
capitán más estimado de su época, salió de Cartago con estos formidables
aprestos. Llegó a Palermo, y después de haber dado a sus tropas algún descanso,
marchó contra la ciudad de Hymera (actual
Termini ), que no estaba muy distante, y la sitió. Theron, gobernador de la
plaza, después de implorar infructuosamente el auxilio de Leónidas, rey de
Lacedemonia, envió diputados a Gelón, que se había hecho dueño de Siracusa.
Este general acudió al momento al socorro de la ciudad sitiada con un ejército
de cincuenta mil hombres de a pie y cinco mil caballos.
Gelón
era un general muy hábil, y sabía emplear, según convenía, la fuerza o la
astucia. Presentáronle un mensajero
encargado de llevar una carta que los habitantes de Selinunte ( actual Torri di Polluet)
dirigían a Amílcar, para prevenirle que el cuerpo de caballería que los había
pedido llegaría a su campo en cierto día que le indicaban. Gelón eligió entre
sus tropas un número igual de jinetes y los hizo partir al tiempo convenido; y
habiendo sido recibidos en el campo contrario como si llegasen de Selinunte, se
arrojaron sobre Amílcar, le dieron muerte, y pusieron fuego a sus bajeles. En
el momento mismo que aquellos llegaban, Gelón acometió con todas sus fuerzas a
los cartagineses, que se defendieron al principio heroicamente; pero cuando
supieron la muerte de su general, cuando vieron la armada incendiada, faltáronles las fuerzas y el valor y emprendieron la
fuga.
La
matanza fue horrible: allí perecieron, según dicen, ciento cincuenta mil
hombres: los restantes lograron retirarse a un paraje donde carecían de todo; y
no pudiendo defenderse largo tiempo, se rindieron al fin a discreción. Algunos
historiadores aseguran que este combate se dio el mismo día que la célebre
acción de las Termópilas: Herodoto y
Aristóteles, por el contrario, dicen que fue el día de la batalla de Salamina;
el testimoniado estes escritores merece sin duda la preferencia. El primero de
estos dos autores refiere de otro modo la muerte de Amílcar: dice que el rumor
que comúnmente circulaba entre los cartagineses era que este general, viendo a
sus tropas completamente deshechas, por no sobrevivir a su vergüenza, se
precipitó él mismo en la hoguera donde acababa de inmolar muchas víctimas
humanas.
Los
cartagineses, imputando a su general el desastre que acababan de experimentar,
desterraron de Cartago a su hijo Giscón, que después murió de miseria en
Selinunte: pasados algunos siglos, tributaron a Amílcar honores casi divinos.
La
completa victoria que acababa de alcanzar Gelon, lejos de volverle altivo e
intratable, no hizo más que aumentar su modestia y su dulzura, aun respecto de
sus enemigos: concedió la paz a los cartagineses, exigiendo únicamente de ellos
que pagasen por los gastos de la guerra dos mil talentos y edificasen dos
templos, en los cuales debían, exponerse al público y conservarse las
condiciones del tratado.
Poderío de la familia de Magón:
creación del Centumvirato (460-440 antes de
Cristo).
Amílcar,
muerto en la guerra de Sicilia, dejó tres hijos; Himilcón, Hanón y Giscón:
Asdrúbal tenía igual número de hijos; Aníbal, Asdrúbal y Safo o Sappho. Todos los negocios de Cartago se confiaban entonces
a sus manos: hízose la guerra a los mauritanos; se combatió a los númidas; los
africanos se vieron obligados a renunciar al tributo que la naciente Cartago
les había prometido. Esta familia de generales que reunía en sus manos el poder
ejecutivo y la autoridad judicial pareció peligrosa para la libertad: se formó
un tribunal de cien senadores, ante el cual debían los generales, al regresar
de la guerra, dar cuenta de su conducta, para que el saludable temor a las
leyes y la expectativa do un juicio sirviesen de freno a la arbitrariedad del
mando militar.
Continuación de la guerra de
Sicilia: enfermedad contagiosa en el ejército (440.410 antes de Cristo)
Himilcón
sucedió a Amílcar en Sicilia: después de haber alcanzado muchas victorias en
mar y tierra y lomado un gran número de ciudades, perdió casi de un golpe su
ejército por los estragos de un mal contagioso. Llegadas a Cartago tan tristes
huevas, sumergieron a sus habitantes en el mayor dolor: cerráronse las casas y los templos; acudieron al
puerto y solo vieron salir de los bajeles un corto número de soldados que se
habían sustraído a aquel desastre.
Mientras
tanto, dice Justino que nos ha trasmitido este hecho, el infortunado Himilcón
sale do su barco poseído de pesar y cubierto con una túnica de esclavo: al
verle los grupos de los ciudadanos desolados se reúnen a su alrededor: eleva
las manos al cielo deplorando alternativamente su triste suerte y las
desgracias de su patria. Acusaba a los dioses por haberle arrebatado sus
triunfos y los numerosos trofeos que debía a su apoyo; por haber destruido con
la peste y no con el acero aquel ejército que había tomado tantas ciudades;
vencido tantas veces en mar y en tierra: llevaba al menos, decía a sus
conciudadanos, el consuelo de que el enemigo podía muy bien alegrarse, pero no
gloriarse de sus desastres: los que estaban muertos, no habían sucumbido bajo
sus golpes, ni huido ante él los que regresaban a su patria: el botín que los
griegos habían cogido en un campo abandonado, no era de aquellos despojos que
se complace en mostrar el orgullo de un vencedor, sino de aquellos que la
muerte casual de sus dueños ha dejado perdidos y entregados a las manos del
primero que llega. Vencedores de los enemigos, solo la epidemia había triunfado
de sus tropas; pero el más cruel de sus pesares era no haber podido morir en
medio de tantos valientes, y verse reservado, no para disfrutar las dulzuras de
la vida, sino para servir de juguete a la adversidad. Sin embargo, añadía que
despees de haber llevado a Cartago los tristes restos de su ejército, iba a su vez
a seguir a sus compañeros de armas, y mostrar a su patria que si había
prolongado sus días hasta entonces, no era ya por amor a la vida sino por temor
de abandonar, muriendo, en medio de los ejércitos enemigos, a los que se habían
libertado de la terrible plaga. Lamentando así su desgracia, entra en la
ciudad, llega a su casa, saluda por última vez al pueblo que le seguía; y
mandando cerrar las puertas, sin permitir que se le presenten ni aun sus mismos
hijos, se da la muerte.
Continuación de la guerra de
Sicilia : toma de Selinunte y de Hymera, por los
cartagineses ( 410 a.C.).
Después
de la derrota de los atenienses delante de Siracusa en la cual pereció Nicias con toda su flota, los segestanos que
se habían declarado en su favor contra los de Siracusa, temiendo el
resentimiento de sus enemigos, y viéndose ya acometidos por los de Selinunte,
imploraron el auxilio de Cartago y se pusieron, ellos y su ciudad, a su
disposición. Los cartagineses, después de haber vacilado largo tiempo antes de
comprometerse en una guerra que hacían temible el poder de Siracusa y la fama
de sus últimas victorias, se dejaron guiar por los consejos del sufete Aníbal,
y enviaron socorros a los segestanos.
Aníbal
sacó de África y de España una multitud de mercenarios; los reunió con un
considerable número de cartagineses , y desembarcó en Sicilia al frente de un
ejército que Eforo hace subir a doscientos
mil infantes y cuatro mil caballos, pero que Timeo y Jenofonte, historiadores
más dignos de fe, reducen a cien mil combatientes de ambas armas. Aníbal ,
nieto del Amílcar que había sido vencido por Gelón y muerto en el sitio
de Hymera, e hijo del Giscón que fue condenado a
destierro, deseaba vivamente vengar a su familia y a su patria, y borrar el
oprobio de la última derrota. Su primera empresa fue el sitio de Selinunte: se
mostró terrible en el ataque, y la defensa no lo fue menos: hasta las mujeres,
los niños y los ancianos dieron pruebas de un valor que no podía esperarse de
su edad ni de sus fuerzas. Después de una larga resistencia, la ciudad fue
tomada por asalto : el vencedor ejerció las mayores crueldades, sin
consideración a la edad ni al sexo: desmanteló la plaza y la entregó a los
habitantes que se habían libertado de la muerte, a condición de que se
reconociesen súbditos de Cartago y pagasen un tributo. En seguida sitió a Hymera, la tomó también por asalto; y después de haber
tratado a sus habitantes con mayor crueldad aun, la arrasó enteramente.
Atormentó con todo género de ignominias y suplicios a tres mil prisioneros, y
ordenó que los degollasen a todos en el sitio mismo donde su abuelo había sido
asesinado, para aplacar y satisfacer a sus manes con la sangre de estas
víctimas desgraciadas.
Concluida
esta expedición, Aníbal regresó a Cartago cargado de un botín inmenso. Todos
sus moradores salieron a su encuentro, y le recibieron en medio de gritos de
alegría y de unánimes aplausos; porque, en pocos días, había hecho más que los
generales precedentes durante muchas campañas.
Fundación de la ciudad de Termas,
en Sicilia (408 a. C.)
Tan
brillantes resultados inspiraron a los cartagineses el deseo y la esperanza de
apoderarse de Sicilia entera. Pero antes de comenzar la guerra, fundaron en la
costa septentrional, cerca de un manantial de agua caliente, una ciudad a la
cual su posición hizo dar el nombre de Termas: la poblaron de cartagineses y
africanos.
Expedición de Aníbal y de Himilcón
: sitio de Agrigento (407 y 406 antes de J. C.)
Pasado
algún tiempo , los cartagineses nombraron otra vez general a Aníbal; y como se
excusaba con su edad avanzada y rehusaba encargarse de la dirección dé la
guerra, le dieron por teniente a HimiIcón, hijo de Hanón, que era de la misma
familia. Los preparativos fueron proporcionados a los grandes designios que los
cartagineses habían concebido: el número de combatientes ascendía según Timeo a
más de ciento y veinte mil hombres; Eforo dice
que a trescientos mil. Los enemigos, por su parte, estaban lejos de haberse
descuidado; y los siracusanos habían levantado tropas en los estados amigos y
exhortado a todas las ciudades de Sicilia a defender con valor su
independencia.
Los
de Agrigento esperaban sufrir los primeros ataques: era una ciudad
poderosamente rica, defendida por muy buenas fortificaciones; y Aníbal comenzó
en efecto la campaña por el sitio de esta plaza, situada, así como Selinunte ,
sobre la Costa de Sicilia que mira a África. No juzgándola expugnable más que
por un lado, dirige todos sus esfuerzos a aquel sitio: hace aproximar a los
muros dos torres de una altura extraordinaria; ordena la demolición de dos
sepulcros que rodeaban la ciudad; y manda construir con sus escombros un
terraplén (agger) que se eleva hasta igualarse
con las murallas. Bien pronto una espantosa epidemia destruye el ejército
cartaginés; y el mismo Aníbal muere víctima del contagio. Los soldados
supersticiosos creen ver en los estragos de tan terrible enfermedad un castigo
de los dioses, que vengaban así a los muertos del ultraje que se había hecho a
su última morada. Cesan de profanar las tumbas, dispónense rogativas
según el rito de Cartago, y siguiendo la bárbara costumbre observada en la
república, sacrifican un niño a Saturno, y arrojan muchas víctimas al mar en
honor de Neptuno.
Mientras
tanto, los siracusanos, con un ejército de treinta mil infantes y cinco mil
jinetes, van a socorrer a Agrigento; alcanzan una señalada victoria sobre los
cartagineses, los bloquean en su mismo campo, les cortan los víveres y los
reducen a la más deplorable extremidad. Espantados con estas últimas pérdidas,
los sitiadores no se atrevían a salir de sus atrincheramientos para dar la
batalla : el hambre había ya hecho perecer a un gran número de soldados, y los
mercenarios amenazaban con pasarse al enemigo, cuando un acontecimiento
imprevisto vino a cambiar el aspecto de las cosas. Himilcón sabe por un
desertor, que los siracusanos envían a Agrigento por mar un considerable convoy
de víveres y, sin perder momento, este general les pone una emboscada con
cuarenta trirremes: los siracusanos navegaban en desorden, persuadidos de que
los Cartagineses, tanto por su reciente derrota, cuanto a causa de aproximarse
la época de las tempestades, no osarían salir al mar. Himilcón se aprovechó de
su negligencia , y se apoderó del convoy después de haber destruido sus
bajeles.
El
hambre pasó entonces a la ciudad desde el campo de los sitiadores; y los
agrigentinos se hallaron tan extremadamente apurados, que viéndose sin
esperanzas y sin recursos, adoptaron la resolución de abandonar sus muros,
señalando para su partida la siguiente noche. Entonces una multitud inmensa de
hombres, de mujeres y niños, protegidos por los soldados, salen de la ciudad
gimiendo y sollozando, y abandonan a merced del vencedor sus riquezas, sus
hogares, sus dioses domésticos y, lo que todavía aumentaba su dolor, los
heridos, los enfermos y los ancianos. Estos infortunados se refugiaron
primeramente en Gela, y después, obtuvieron de
la piedad de los siracusano un asilo en la ciudad de los leontinos.
Entre
tanto Himilcón penetró en la plaza y mandó dar muerte a todos cuantos habían
quedado en ella. Podrá formarse una idea de la inmensidad del botín en una de
las ciudades más opulentas de la Sicilia, poblada, según Diodoro, por
doscientos mil habitantes, y que no había sufrido jamás sitio alguno, ni por
consecuencia saqueos. Allí encontró un número infinito de pinturas, de vasos,
de estatuas de todo género; porque en Agrigento florecían mucho las artes de
imitación. Entre los preciosos monumentos que Himilcón envió a Cartago, era uno
el famoso toro do Falaris que, 260 años más tarde, cuando la ruina de aquella
ciudad, fue devuelto a los agrigentinos por Escipión Emiliano.
Sitio y toma de Gela por Himilcon:
tratado entre los cartagineses y Dionisio el viejo, tirano de Siracusa (404
a.C.).
Ocho
meses duró el sitio de Agrigento. Himilcón había conservado las casas
particulares para que sirviesen de cuarteles de invierno a sus tropas; y cuando
hubieron reposado de sus fatigas, salió a campaña al comenzar la primavera, y
arrasó enteramente La ciudad. El general sitió enseguida la de Gela, y la tomó a pesar del socorro que la prestó Dionisio
el tirano, que se había apoderado de la autoridad en Siracusa. Este príncipe
sufrió considerables pérdidas en un ataque dirigido contra el campo de los
cartagineses; y el único resultado que pudo obtener, fue sustraer a la cólera
del vencedor los habitantes de Gela y de
Camarina, cuya retirada protegió con sus tropas, y a quienes estableció en el
territorio siracusano. Sin embargo, una enfermedad contagiosa que se declaró en
el campo de los cartagineses y les arrebató la mitad de su ejército, impelió a
Himilcón proponer a los de Siracusa ciertas condiciones de paz. Dionisio, que
acababa de experimentar grandes reveses, y cuya autoridad aun no podía llamarse
sólidamente establecida entre los siracusanos, aceptó con alegría estas
proposiciones.
Las
condiciones del tratado fueron: que los cartagineses, además de sus antiguas
conquistas en Sicilia, quedarían siendo dueños del país de los sicanos, de
Selinunte, de Agrigento y de Hymera, como
también de Gela y de Camarina, cuyos
habitantes podrían permanecer en sus ciudades desmanteladas, pagando un tributo
a los cartagineses; que los leontinos, los de
Mesina y todos los sicilianos vivirían según sus leyes, y conservarían su
libertad e independencia; en fin, que los siracusanos quedarían sometidos a
Dionisio.
Himilcón,
después de la conclusión de este tratado, se volvió a Cartago, adonde los
restos de su ejército llevaron la peste, que hizo perecer a un gran número de ciudadanos.
Nuevas hostilidades de Dionisio el
tirano (399 años antes de J.C.)
Dionisio
solo había concluido la pazcón los cartagineses para ganar tiempo, afirmar su
naciente autoridad y trabajar en los preparativos de la guerra que meditaba
contra ellos. Estos preparativos fueron inmensos. Siracusa entera se transformó
en un vasto arsenal: en todas partes se ocupaban en la fabricación de armas, de
máquinas de guerra y de barcos. Corinto había sido la primera en construir
bajeles de tres órdenes de remos; en tiempo de Dionisio, Siracusa, colonia de
Corinto, perfeccionó esta invención construyéndolos de cuatro y de cinco
órdenes de remos. El tirano fomentaba el trabajo con su presencia, con sus
liberalidades, con ciertos elogios que sabia dispensar a tiempo, y
especialmente con sus maneras populares y atractivas; medios todavía más
eficaces que los otros para animar la industria y el ardor de los trabajadores:
finalmente convidaba a comer con frecuencia a su mesa a los que sobresalían en
su género.
Cuando
se terminaron todos estos preparativos, y hubo levantado un gran número de
tropas en diferentes países dijo a los siracusanos que los cartagineses no
tenían otro objeto que invadir toda Sicilia; que si no se les detenía en sus
progresos, la capital misma se vería bien pronto acometida; y que era
necesario, para libertarse de aquellos bárbaros, aprovechar el momento en que
la epidemia asolaba su país y les ponía fuera de estado de defenderse. Los
siracusanos aplaudieron el discurso y los proyectos de su primer magistrado.
Sin
el menor motivo de queja, sin previa declaración de guerra, abandona al pillaje
y al furor del pueblo los bienes y las personas de los cartagineses que, bajo
la fe de los tratados, hacían el comercio en Siracusa : sus casas son allanadas
y robados sus efectos; se les hace sufrir todo género de ignominias y
suplicios, en represalias de las crueldades que ellos habían ejercido contra
los habitantes del país; y tan horrible ejemplo de perfidia y de inhumanidad
fue imitado en toda la extensión de la Sicilia.
Después
do esta sangrienta infracción de los tratados, Dionisio tuvo el atrevimiento de
enviar diputados a los cartagineses, pidiendo que dejasen en libertad a todas
las ciudades de Sicilia, y declarándoles, que en caso contrario, serian
tratados como enemigos. Semejante provocación causó una gran alarma en Cartago,
especialmente a causa del deplorable estado en que se hallaba.
SITIO DE MOTYA POR LOS SIRACUSANOS (397 antes de J.C.)
Dionisio
abrió la campaña por el sitio de Motya, que era la plaza de armas de los
cartagineses en la Sicilia; y estableció este asedio con tanta actividad, que
Himilcón, que mandaba la flota enemiga, no pudo impedirlo. El tirano tenía bajo
sus órdenes ochenta mil hombres de infantería, tres mil caballos, doscientos
bajeles de guerra y quinientos de trasporte. Desembarcó delante de la plaza,
hizo avanzar sus máquinas, batirla con el ariete , y aproximar a los muros
torres de seis cuerpos, que eran conducidas sobre ruedas e igualaban, en altura
a las casas. Desde allí molestaba mucho a los sitiados con sus catapultas,
máquinas desconocidas basta entonces de los cartagineses y que les inspiraban
gran terror con la fuerza y el número de los tiros y las piedras que lanzaban.
La ciudad hizo una larga y vigorosa resistencia: tomada la muralla, los
habitantes se fortificaron en sus casas, y aun se defendieron con obstinación:
este nuevo sitio costó a los siracusanos mucha mayor pérdida que el primero. Al
fin la plaza fue tomada, entregada al pillaje de los soldados, y todos sus
habitantes pasados a cuchillo, menos los que se refugiaron en sus templos.
Dionisio, después de haber dejado en ella una buena guarnición y un gobernador
de Confianza, regresó a Siracusa.
Sitio de Siracusa por los
cartagineses (396 y 395 antes de la era cristiana)
Mientras
que Dionisio sitiaba a Motya, Himilcón, a quien los cartagineses habían
nombrado sufete, ocupado en África en hacer aprestos para la guerra, concibió
un proyecto de diversión, que fue ejecutado con notable audacia. Eligió un jefe
activo, púsole a la cabeza de diez barcos
ligeros, y le ordenó que partiese secretamente por la noche, y navegando a toda
vela en dirección a Siracusa, forzase la entrada del puerto y destruyese los
bajeles que allí hubiera. El oficial entró en efecto por la noche y sin ser
notado en el puerto de Siracusa, echó a pique lodos los bajeles anclados en él,
y sin detenerse tomó el derrotero de Cartago.
Al
año siguiente, Himilcón volvió a Sicilia al frente de un ejército que constaba,
según Eforo, de trescientos mil hombres de a pie
y cuatro mil jinetes; pero que Timeo, cuya aserción nos parece más probable, no
hace subir en todo sino a cien mil combatientes: su armada se componía de
trescientos bajeles de guerra y de seiscientos de carga para los víveres y las
municiones. Llegó a Palermo; recobró Eryx ( actual Catafano)
por composición, a Motya por la fuerza, tomó y arrasó Mesina, y se apoderó de
Catania y de algunas otras ciudades. Animado con tan felices victorias, marchó
en dirección a Siracusa, llevando sus tropas de infantería por tierra, mientras
que su armada, bajo la conducta de Magón, corteaba la orilla de aquellos mares.
La
llegada de los cartagineses produjo gran turbación en la capital de Sicilia.
Magón, a la cabeza de sus barcos de guerra, cargados con los despojos de la
armada enemiga, sobre la cual acababa de alcanzar una señalada victoria, entró
como en triunfo en el gran puerto, seguido de sus bajeles de trasporte. Al
propio tiempo se vio llegar por la parte de tierra el numeroso ejército que conducía
Himilcón. Este general hizo armar su tienda en el mismo templo de Júpiter: el
resto de ejército acampó en las cercanías a doce estadios, esto es, poco más de
media legua de la ciudad. Bien pronto coloca sus tropas en forma de batalla
bajo los muros de la plaza, y se esfuerza, pero infructuosamente, por atraer a
los siracusanos a un combate. No contento con haber obtenido de los sitiados,
por este medio, la confesión de su debilidad en tierra, quiso también
mostrarles que, en el mar, no eran menos interiores a los cartagineses: desde
el gran puerto que ocupaba envió cien barcos escogidos que se apoderaron de los
otros puertos sin resistencia; y durante treinta días llevó el estrago y la
desolación por todo el territorio de Siracusa. Hízose dueño del arrabal
de Achradina, saqueó los templos de Ceres y de
Proserpina; y para fortificar su campo, derribó todos los sepulcros que
cercaban la ciudad, entre otros el de Gelón y Demareta su
esposa, que era de una magnificencia extraordinaria.
Aquella
impiedad, dice Diodoro, atrajo sobre Himilcón la ira de los dioses: la fortuna
cambió de aspecto, y terribles reveses sucedieron a las brillantes victorias
que habían señalado el principio de la campaña. Desde luego, los siracusanos
cuya confianza se reanimó, habían conseguido ventajas en algunas ligeras
escaramuzas : terrores pánicos turbaban cada noche el campo de los
africanos: Himílcón le cercó con nuevas
obras e hizo construir tres fuertes, uno en Plemyra,
otro hacia el medio del puerto y el último yunto al templo de Júpiter. Los
abasteció de trigo, de vino y de todo cuanto podía ser necesario a su defensa,
porque preveía que aquella guerra iba a ser más larga y dificultosa de la que
al principio había creído.
Peste horrible en el campo de los
cartagineses.
Pero
bien pronto una enfermedad contagiosa se declaró entre sus tropas e hizo en
ellas estragos increíbles: se estaba en la fuerza del verano, y el calor era
aquel año excesivo. Además, su campo se había establecido en un valle hondo y
pantanoso; circunstancias favorables a la propagación de la epidemia, que en
aquel mismo lugar había diezmado a los atenienses cuando sitiaron Siracusa.
El
contagio comenzó por los africanos que morían a centenares: al principio enterrábase a los muertos y se cuidaba de los enfermos;
pero llegando a ser ineficaces todos los remedios; comunicándose el mal a todos
los que asistían a los apestados y aumentando cada día el número de las
víctimas, los cadáveres quedaron sin sepultura y los enfermos sin socorros.
Bien pronto la infección causada por la putrefacción de estos cadáveres acreció
la intensidad de la plaga.
Aquella
epidemia, dice Diodoro, independientemente de los bubones, de las fiebres
violentas y de los infartos de las glándulas, signos característicos de la
enfermedad, era acompañada de síntomas extraordinarios, de crueles disenterías,
de pesadez en las piernas, de agudos dolores en la médula espinal, hasta de
frenesí y de tal furor, que los enfermos se arrojaban sobre cualquiera que
encontraban a su paso, y le hacían pedazos.
Conociendo
Dionisio el deplorable estado del ejército de los cartagineses, les acometió
por tres lados a la par con todas sus fuerzas: en medio de la confusión que
este triple ataque produjo en los africanos, tomó por asalto dos de las
fortalezas que habían construido; y al mismo tiempo la armada siracusana fue a
caer sobre sus bajeles. Los cartagineses, que creían haber sido atacados
únicamente por tierra, y que habían conducido todas sus fuerzas a la defensa de
su campo, se precipitaron en tumulto hacia el puerto, procurando salvar la
flota. Pero fueron más diligentes los enemigos; y apenas tendrían tiempo para
ponerse en defensa cuando la mayor parte de sus bajeles habían sido apresados,
echados a pique o consumidos por las llamas. Estas primeras ventajas aumentaron
de tal suerte la confianza de los siracusanos , que hasta los niños y los
ancianos se mezclaron con los soldados del ejército y con los marinos, y
quisieron participar también de los riesgos y de la victoria. La noche vino a
poner fin al combate, y Dionisio estableció su campo al frente del enemigo, en
la inmediación al templo de Júpiter.
Himilcón,
vencido a un mismo tiempo en mar y tierra, envió secretamente diputados a
Dionisio demandando que le permitiese llevar consigo a Cartago el corto resto
de su ejército; y le ofrecía, por obtener esta gracia, todo el dinero que le
quedaba, que no ascendía a más de trescientos talentos: no pudo obtener aquel
favor sino para los cartagineses con los cuales se ausentó durante la noche,
dejando todas las otras tropas a discreción del enemigo. De este modo, continúa
diciendo Diodoro, los conquistadores que se habían apoderado de todas las
ciudades de Sicilia, exceptuando Siracusa, a la cual miraban ya sin embargo
como una presa segura, se veían reducidos a temblar por la salvación de su
patria. Los que habían destruido los sepulcros de los siracusanos, dejaban
tendidos sobre una tierra extraña, y privados de los honores de la sepultura,
ciento cincuenta mil cadáveres de sus conciudadanos, arrebatados por la epidemia:
los que habían entrado a sangre y fuego por el territorio de Siracusa, vieron,
por un justo cambio de la suerte, consumida su inmensa armada por la voracidad
de las llamas: los que con todo su ejército habían llegado al puerto de
Siracusa, adornados con despojos de los enemigos y con todo el esplendor del
triunfo, no previeron que se verían obligados a escaparse furtivamente en medio
de la noche, abandonando a sus aliados, a sus compañeros de armas, a la
venganza de un enemigo justamente irritado. El jefe mismo de un ejército tan
poderoso, aquel fiero Himilcón que había osado colocar su tienda en el templo
de Júpiter Olímpico, y poner una mano sacrílega sobre los tesoros del dios, so
vio reducido a implorar una capitulación vergonzosa para llevar a Cartago al
menos algunos restos de sus conciudadanos. Los dioses le castigan por pena de
su impiedad con una vida miserable, deshonrada, objeto de la censura, de los
ultrajes y de las maldiciones universales. Se le ve, forzado a humillar su
orgullo, cubierto de pobres harapos, prosternarse en los templos, confesar
públicamente su impiedad, e implorar el perdón de los mismos dioses a quienes
había injuriado: en fin, no pudiendo libertarse del remordimiento de su
conciencia, impónese el hambre por
suplicio, y espira con una muerte lenta y dolorosa.
Levantamiento de los africanos
contra los cartagineses (395 a.C.)
Un
nuevo aumento de desgracias vino a abrumar a los cartagineses. Los africanos
que hacía ya largo tiempo soportaban con despecho la dominación de Cartago,
irritados entonces hasta el furor porque el general de esta república había
abandonado cobardemente a sus compatriotas, y expuestos a las venganzas de los
siracusanos, se prepararon a sublevarse: la situación apurada de sus
dominadores les hacía concebir la esperanza de recobrar fácilmente su
independencia. Se coligan entre sí, arman hasta a los esclavos, forman en poco
tiempo un ejército de doscientos mil hombres, apodéranse de
Túnez; y después de haber vencido en campo raso y en varios combates a los
cartagineses, los obligan a encerrarse dentro de sus muros. La ciudad se creyó
perdida, aquella inesperada sublevación se miró como efecto y continuación de
la cólera celeste, que perseguía a los culpables hasta a la propia Cartago. Los
pueblos en sus desgracias se hacen por el temor supersticiosos: Ceres y
Proserpina eran divinidades desconocidas hasta entonces en aquel país: para
reparar el ultraje que se les había hecho saqueando sus templos, las erigieron
magníficas estatuas; se nombró para sacerdotes a los ciudadanos más
distinguidos de Cartago; ofreciéronse sacrificios
y víctimas según el rito griego, y nada se omitió de cuanto se creía que
pudiese volver a estas diosas propicias a la república; Después de haber
cumplido con la religión, se ocuparon activamente en hacer los preparativos de
la guerra: afortunadamente para los cartagineses, el numeroso ejército de los
rebeldes carecía de jefes; no tenía provisiones, ni máquinas de guerra, ni
disciplina, ni subordinación; cada cual quería mandar, o se guiaba según su
parecer. Introdújose, pues, la división entre
aquellas tropas; y como el hambre se aumentase cada día más en su campo, se
retiraron cada uno a su país y libertaron Cartago de un gran terror.
Expedición de Magón a Sicilia :
tratado entre los cartagineses y Dionisio, tirano de Siracusa (de 395- 383
a.C.)
No
obstante, los cartagineses, después de restablecer sus fuerzas hicieron pasar a
Sicilia a Magón al frente de un nuevo ejército. Este general reconquistó las
antiguas posesiones cartaginesas, consiguió que se sublevasen muchas ciudades
sometidas a Dionisio, y avanzó hasta Agyris (
entre Enna y Catania ) : Dionisio llegó también a aquel punto desde Siracusa; y
estando equilibradas las fuerzas de unos y otros, los sicilianos y los
cartagineses se pusieron de acuerdo sobre las bases de un tratado de paz. Las
condiciones fueron las mismas que en el tratado concluido entre Himilcón y
Dionisio, después de la torna de Agrigento y de Gela,
de las cuales ya hemos indicado la substancia: únicamente se añadieron estas
dos cláusulas: que Magón cedería Tauromenio (
Taormina ) a los siracusanos, y que los sículos, basta entonces libres e
independientes, serian en lo sucesivo súbditos de Dionisio. Este tratado duró
nueve años sin interrupción.
Renovación de la guerra en Sicilia:
muerte de Magón sufete y general de los cartagineses (383 a. C.)
Entre
tanto, Dionisio excitaba a la defección y recibía en su alianza a las ciudades
sometidas a los cartagineses : estos, temiendo por sus posesiones, enviaron
otra vez a Magón a Sicilia, poniendo bajo sus órdenes ochenta mil guerreros.
Después de algunos combates en que alternativamente fueron vencidos y
vencedores, se dio una batalla decisiva en las inmediaciones de Cabala: Dionisio hizo prodigios de valor y de habilidad;
dio muerte a diez mil enemigos, e hizo cinco mil prisioneros. Magón perdió la
vida en aquella batalla, y los cartagineses, aterrados, pidieron la paz al
tirano; pero este les contestó que no dejaría las armas de la mano basta que
los cartagineses hubiesen consentido en evacuar la Sicilia entera y pagar los
gastos de la guerra.
Expedición de Magón II a Sicilia
(382 a.C.).
Estas
condiciones les parecieron en extremo duras, y para eludirlas recurrieron a su
acostumbrada astucia. Fingieron aceptar este tratado desventajoso y
humillante; mas, pretextando que no podían
entregar las ciudades sin orden de su gobierno, obtuvieron una tregua bastante
larga para enviar a pedir a Cartago la ratificación. Se aprovecharon de este
plazo para levantar y ejercitar nuevas tropas, y nombraron jefe a Magno, hijo
del general que había perecido en la última batalla. Hallábase todavía en su
primera juventud; pero ya se había distinguido por su habilidad, su intrepidez
y su prudencia. Durante el corto espacio de la tregua, sus estímulos y sus
lecciones establecieron la disciplina en el ejército y le inspiraron una justa
confianza en sus fuerzas.
Tan
pronto como espiró el plazo convenido, dio a Dionisio una batalla, en la cual
fue muerto Leptino, uno de los más hábiles
generales del tirano, y los siracusanos, a quienes los enemigos no daban
cuartel, dejaron en el campo más de catorce mil cadáveres. El joven Magón se
mostró prudente y moderado en la victoria: concedió a Dionisio una paz honrosa
: los cartagineses conservaron todas sus posesiones en la Sicilia, y además
adquirieron Selinunte y una parte del territorio de Agrigento, y exigieron mil
talentos para los gastos de la guerra.
Senadoconsulto prohibiendo a los
cartagineses aprender a hablar lenguas extranjeras
Hacia
este tiempo, poco más o menos, fue cuando, según se dice, un ciudadano de
Cartago escribió en griego a Dionisio, avisándole la salida del ejército
cartaginés. En consecuencia se prohibió a los cartagineses, por un decreto del
senado, aprender a escribir o hablar la lengua griega, para imposibilitarles
tener comunicación alguna con los enemigos, bien por escrito, bien de viva voz.
La existencia de este decreto, del cual Justino únicamente hace mención, me
parece poco probable: al menos, si alguna vez existió, bien pronto debería caer
en desuso. Las relaciones de guerra y de comercio que Cartago sostenía con
Sicilia y las provincias vecinas, hacían su ejecución casi imposible: además,
sabemos que Amílcar Barca y el famoso Aníbal, arengaban a sus auxiliares en su
lengua propia; que este último, según Cornelio Nepote y Plutarco, cultivó la
literatura griega, y compuso en esta lengua las memorias de sus campañas y la
inscripción del templo de Juno Lacinia, que fue vista y mencionada por Polibio.
Peste en Cartago: nuevo
levantamiento de los africanos y de los sardos (379-368 a.C.).
Las
fuerzas de Cartago estaban debilitadas por la violencia de una espantosa
epidemia que había hecho grandes estragos dentro de sus muros. Los africanos y
los sardos quisieron aprovecharse de aquélla ocasión para sacudir el
yugo; mas unos y otros fueron vencidos, y
se vieron obligados a entrar de nuevo en la obediencia.
Renovación de la guerra entre
Dionisio y los cartagineses: muerte de Dionisio (368 a.C.)
Por
aquel mismo tiempo, Dionisio quiso utilizar otra vez la apurada situación en
que se veían los cartagineses para renovar la guerra. Un ejército de treinta
mil sicilianos de a pie, y de treinta mil caballos, ayudado por trescientos
bajeles, toma Selinunte, Entela y Eryx, pero se ve obligado a levantar el sitio
de Lilibea ( actual Marsalla ): la armada
de los cartagineses sorprende a la de Dionisio, y apresa treinta de sus barcos;
y los dos partidos, cansados de hacerse la guerra, celebran un nuevo tratado de
paz. Poco después Cartago se vio libre de su más formidable enemigo; murió
Dionisio a los sesenta y tres años de edad y treinta y ocho de reinado: le
sucedió en el trono su hijo primogénito, Dionisio, a quien se distinguió con el
nombre de Dionisio el Joven.
Segundo tratado entre los romanos y
los cartagineses (402 de la fundación de Roma, 352 antes de J. C.)
Ya
hemos dado cuenta del primer tratado entre los romanos y los cartagineses: se
celebró otro que Orosio dice haber sido concluido el año 402 de la fundación de
Roma, y por consecuencia, en el tiempo de que hablamos, poco más o menos. Este
segundo convenio contenía casi las mismas condiciones que el primero; solo que
los habitantes de Tyro y Utica se hallaban
comprendidos expresamente en él, en unión con los cartagineses.
Guerra de los cartagineses contra
Dionisio el Joven: Timoleón socorre a Siracusa (352- 242 a.C.)
Después
de la muerte del primer Dionisio, sufrió Siracusa grandes turbulencias.
Dionisio el Joven que, sin tener ninguno de los talentos de su padre, llevaba
hasta la exageración todos los defectos y todos los vicios, se entregó a la
molicie y los deleites y vino a ser un objeto de odio y general desprecio.
Siracusa le declaró la guerra y le arrojó de sus muros: fue acogido por los
locrios, sobre los cuales ejerció durante seis años una horrible tiranía; pero arrojado
también de Locri por sus habitantes,
sublevados contra él, volvió a Sicilia, y entró por traición en Siracus , donde se abandonó sin medida a todos los
excesos del odio y de la venganza. Los siracusanos se sublevaron de nuevo y
llamaron en su auxilio a Icetas, tirano de Leontio ( Lentini )
que se apoderó de toda la ciudad, si se exceptúa la ciudadela , donde Dionisio
logró sostenerse. Estas turbulencias parecieron a los cartagineses una
coyuntura favorable para realizar su constante deseo de apoderarse de Sicilia ,
y con tal objeto enviaron a esta isla una poderosa armada y un ejército dé
sesenta mil hombres, al mando de Magón. En semejante apuro, aquellos entre los
siracusanos, cuyas intenciones eran más puras, recurrieron a sus fundadores los
corintios, que ya les habían auxiliado con frecuencia en sus peligros. Los
corintios les enviaron a Timoleon: era este un general hábil y un ciudadano
virtuoso, que había demostrado su celo por el bien público liberando a su
patria del yugo de la tiranía a costa de su propia familia. Partió pues con
diez bajeles únicamente; arribó a Rhegio (Reggio)
y eludió por una feliz estratagema la vigilancia de los cartagineses, que
advertidos por Icetas de su partida y
designios, querían impedirle que pasase a Sicilia.
Timoleón
apenas llevaba consigo mil guerreros: con tan débiles fuerzas marcha audazmente
al socorro de Siracusa; deshace en las inmediaciones de Adrano ( Aderno ) el ejército de Icetas, que era muy superior en número, y aprovechando
aquel momento de victoria, consiguió apoderarse de una parte de la capital de
Sicilia. Icetas, asombrado de la audacia y del
triunfo de Timoleón, abre el gran puerto a los cartagineses, que hacen entrar
en él ciento cincuenta bajeles, y desembarcan sesenta mil hombres en la parte de
la ciudad inmediata a la rada. ¡Extraña posición de los siracusanos, que
parecían haber perdido hasta la esperanza! En efecto veían a los cartagineses
dueños del puerto, a Dionisio de la ciudadela y a Icetas de
la Achradina. Afortunadamente, Dionisio, que se
hallaba sin recursos, entregó a Timoleon la ciudadela con todas las tropas,
armas y víveres que encerraba, y obtuvo un salvo conducto para refugiarse en
Corinto. Entonces se convino entro los tres ejércitos que ocupaban Siracusa, en
una suspensión de hostilidades.
La
mayor parte de los auxiliares de Magón eran griegos: durante la tregua se
mezclaron con los soldados de Timoleón; y estos les hacían presente sin cesar
que era indigno de su nombre y de su valor emplear las armas en la ruina de una
de las más hermosas ciudades fundadas por los griegos, para someterla a la
bárbara dominación de los cartagineses; y fue el apoyo que estos prestaban
a Icetas, no era más que un pretexto para
ocultar sus provectos ambiciosos respecto de Siracusa y de Sicilia entera.
Circulan estas insinuaciones por el campo de los africanos: Magón, de carácter
débil y pusilánime, a quien las atrevidas empresas de Timoleón habían ya
causado gran terror, se creyó al momento víctima de la traición y abandonado
por sus tropas: el miedo abulta a sus ojos el peligro; se reembarca con su
ejército; sale del puerto y da la vela con rumbo a Cartago. En el momento que
Magón llegó a esta ciudad, le formaron un proceso; mas previno
su suplicio por una muerte voluntaria, lo cual no impidió que su cadáver fuese
colgado de una cruz, y expuesto a las miradas del pueblo. Al día siguiente de
la partida de los cartagineses, Timoleon acometió a Siracusa por tres puntos a
la vez; derrotó y puso en dispersión las tropas de Icetas,
y se apoderó de la ciudad, sin haber perdido ni uno solo de sus soldados.
Nuevos esfuerzos de los
cartagineses en Sicilia : Amilcar II y
Aníbal II son vencidos por Timoleon (340 a.C.)
Los
cartagineses, deseando lavar la afrenta que habían sufrido sus armas, equiparon
doscientas galeras y mil barcos de trasporte y los enviaron a Sicilia con
setenta mil combatientes e inmensos pertrechos de guerra. Desembarcaron
en Lilybea, y bajo la conducta de Amílcar y
de Anibal resolvieron marchar primeramente
contra los corintios. Timoleon, sin asustarse por su número, lomó al momento el
partido de salirles al encuentro; pero en Siracusa causó tal espanto la
superioridad de las fuerzas enemigas, que Timoleon apenas halló entre su
numerosa guarnición tres mil siracusanos y cuatro mil mercenarios con bastante
ánimo para seguirle: todavía, de estos últimos, se dejaron arrastrar por el
temor hasta el número de mil, y desertaron durante la marcha. Timoleon, lejos
de entristecerse por ello, miró como una ventaja que aquellos cobardes se
hubiesen declarado antes del combate: con su continente marcial, y sus arengas
llenas de confianza, animó al resto de su pequeño ejército, y le condujo en
busca del enemigo, acampado a orillas del rio Crimisa.
Acometer
con cinco mil infantes y mil jinetes solamente a un ejército de setenta mil
hombres, abundantemente provisto de todos los medios de defensa; trabar el
combate a ocho jornadas de Siracusa, sin ninguna esperanza de socorro, sin
medio alguno para asegurar su retirada, era en verdad en Timoleón un exceso de
audacia que parecía tener algo de locura; y sin embargo, solo la temeridad
podía darle la victoria. Sirvióse hábilmente,
para que renaciese la esperanza en sus soldados, del poderoso móvil de los presagios
y de los augurios; hizo pasar a sus almas el entusiasmo y la confianza que le
animaban, y se arrojó de improviso sobre los cartagineses, al tiempo que
vadeaban el río. En aquel momento estalló sobre ellos una espantosa tempestad
acompañada de relámpagos, truenos y enormes piedras, que fueron para los
griegos un auxiliar poderoso; porque dándoles por la espalda el recio viento,
les incomodaba muy débilmente, mientras que el granizo azotaba los rostros de
los cartagineses y les deslumbraban los relámpagos. Objeto del furor de los
elementos, y hostigados vigorosamente por los griegos, no pueden resistir más y
emprenden la fuga. Desde aquel instante ya no es una derrota la que sufren, es
una horrible confusión : los carros, los jinetes, los soldados de a pie, todos
se precipitan a la par en el Crimisa, se
embarazan mutuamente en su huida, y se sumergen en las ondas del rio, crecido a
causa de la tempestad. Los que buscaron un refugio en las colinas, fueron
muertos por las tropas ligeras: la cohorte sagrada de los cartagineses,
compuesta de dos mil quinientos ciudadanos, los más distinguidos por sus
riquezas y por su valor, combatió hasta el último aliento, y todos se dejaron
sacrificar, antes que rendirse. Los cartagineses tuvieron además diez mil
muertos en el campo de batalla: Timoleón les hizo quince mil prisioneros y se
apoderó de su campo, en el cual halló riquezas inmensas, que abandonó por
completo a sus soldados, sin reservar nada para sí mismo.
Conspiración de Hanón contra el
senado y el pueblo de Cartago (337 antes de J. C.J.
Hacia
este mismo tiempo probablemente, y mientras que Cartago estaba debilitada por
los reveses que acababa de experimentar en Sicilia, fue cuando tuvo lugar la
conspiración de Hanón, según nos la ha trasmitido Justino únicamente. Hanón, el
primer ciudadano de Cartago, temible a la república por sus riquezas excesivas,
empleó sus tesoros para esclavizarla, y quiso, dando muerte a los senadores,
abrirse una senda para la tiranía. Para ejecutar semejante atentado eligió el
día de las bodas de su bija, a fin de ocultar más fácilmente, bajo el velo de
la religión, el espantoso crimen que meditaba. Hizo colocar en los pórticos
públicos mesas para los ciudadanos, y en el interior de su palacio convidó a
los senadores a un banquete, con el objeto de hacerles perecer en secreto, por
medio de bebidas envenenadas, e invadir más libremente el imperio privado de
sus jefes. Instruidos de este designio por sus sirvientes, los magistrados le
desconcertaron sin castigarle; temían que, tratándose de un hombre tan
poderoso, el descubrimiento del crimen pudiese ser más funesto al estado que el
proyecto de su ejecución. Limitándose, pues, a prevenir la conjuración,
señalaron los gastos de las bodas por un decreto que, siendo aplicable a todos
los ciudadanos, menos parecía designar al culpable que reformar un abuso
general. Desbaratado su plan por esta medida, Hanón excita a los esclavos a
rebelarse, fija por segunda vez el día de los asesinatos; y viendo que de nuevo
se descubrían sus tramas, se apodera de una fortaleza con veinte mil esclavos
armados. Mientras que llamaba en su auxilio a los africanos y al rey de la
Mauritania, cayó en manos de los cartagineses, que después de azotarle con
varas, le hicieron sacar los ojos, romperle los brazos y las piernas, y darle
muerte a la vista del pueblo: en fin su atormentado cuerpo fue suspenso de una
cruz. Sus hijos y todos sus parientes, hasta los más inocentes en su crimen,
expiraron en el suplicio, a fin de que no sobreviviese persona alguna de
aquella odiosa familia, que pudiera imitar su ejemplo o vengar su muerte.
Fin de la guerra: nuevo tratado de
paz entre los siracusanos y los cartagineses (338 a.C.)
Después
de la victoria alcanzada en las riberas del rio Crimisa,
Timoleón, dejando en el país enemigo las tropas extranjeras , para que acabasen
de saquear y talar las tierras de los cartagineses, se volvió a Siracusa. En el
momento que llegó, desterró de Sicilia a los mil soldados que le habían
abandonado en el camino; y les hizo salir de la ciudad antes de ponerse el sol,
sin tomar de ellos otra venganza.
Los
cartagineses, tan dispuestos a dejarse abatir por los reveses, como a
embriagarse con esperanzad exagerada a la menor victoria, pidieron la paz.
Timoleon se la concedió; pero a condición de que los límites de su territorio
serían las orillas del rio Halyco; que dejarían
a todos los sicilianos en libertad para ir a establecerse en Siracusa, con sus
familias y sus bienes; y en fin, que no conservaran con los tiranos ni alianzas
ni secretas inteligencias.
LA GUERRA DE AGATOCLES ( 319-309)
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