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CAPITULO II
LA LUCHA POR LA EXISTENCIA Y
LA RENOVACION DEL ESTADO BIZANTINO (610-711)
1.
LAS GUERRAS PERSAS Y AVARAS
Y LA REFORMA DE HERACLIO
El Imperio estaba en ruinas cuando tomó
el poder Heraclio (610- 641), uno de los más grandes soberanos de la historia
bizantina. El país estaba arruinado tanto económica como financieramente. La
anticuada maquinaria había fallado. La organización militar basada en el
reclutamiento de mercenarios ya no funcionaba por falta de dinero, y las viejas
fuentes de abastecimiento para el ejército estaban agotadas. Las provincias
centrales se encontraban ocupadas por enemigos: en la Península Balcánica
dominaban los avaros y los eslavos; los persas tenían su avanzada en el corazón
de Asia Anterior. Sólo una regeneración interior podía salvar al Imperio de la
ruina.
La salvación vino por encontrar Bizancio
la fuerza para una profunda renovación social, política y cultural. Pero de
momento el Imperio, debilitado y empobrecido como estaba, se encontró sin
medios frente al avance del enemigo. Durante algún tiempo, Heraclio alimentó
incluso la idea de trasladar su residencia a Cartago para organizar desde allí
la contraofensiva, igual que, en su momento, había salido de Cartago el ataque
contra el régimen de Focas. El profundo desaliento que provocó esta decisión
entre la población de Constantinopla y la protesta del patriarca Sergio
disuadieron al Emperador de sus planes. Pero el que un plan de esta índole haya
podido concebirse, es una prueba tanto de la situación extremadamente difícil
en Oriente como de la alta estima en que se tenían las posesiones occidentales.
Si hacia finales del siglo VI ya se
habían producido asentamientos de eslavos en la Península Balcánica, a partir
de los primeros años del siglo VII y después del fracaso de la expedición por
el Danubio de Mauricio, se inició la gran ocupación eslava. Masas inmensas de
eslavos y avaros se esparcieron por toda la Península Balcánica hasta el
litoral del Mar Adriático al oeste y del Mar Egeo al este. Después de haber
saqueado y destruido a sus anchas, los ávaros volvieron a retirarse, en gran
parte, a la otra orilla del Danubio, mientras que los eslavos se instalaron en
la Península Balcánica apoderándose del territorio. El dominio bizantino en los
Balcanes se derrumbó. No sólo las provincias danubianas, sino también toda
Macedonia fue ocupada por enormes masas de eslavos, y Tracia fue devastada
hasta los muros de Constantinopla. De especial vehemencia fueron los ataques a
Tesalónica, ciudad sitiada y asaltada repetidas veces por un sinnúmero de
hordas ávaras y eslavas. La ciudad resistió, pero todos sus territorios
circundantes habían caído en manos eslavas, extendiéndose la oleada
eslavo-ávara por Tesalia y a continuación hasta Grecia central y el Peloponeso.
Desde aquí, los eslavos, entrenados en la navegación, pasaron a las islas
griegas y desembarcaron incluso en Creta. Sus ataques en Dalmacia fueron
igualmente duros. En 614 fue destruida Salona, el
centro de la administración romano-bizantina en Dalmacia, y con ello se confirmó
también en el oeste de la península la desintegración del dominio y de la
cultura romano-bizantinas. Al igual que Salona y
tantas otras ciudades en Dalmacia, se derrumbaron en esta época., la mayoría de
las ciudades importantes en el interior de la Península Balcánica, como Singidunum (Belgrado), Viminacium (Kostolac),
Naissus (Nis), Sardica (Sofía). Los únicos puntos de
apoyo que quedaban al poder bizantino en la Península Balcánica eran, aparte de
la misma Constantinopla, por un lado y ante todo, Tesalónica, y por otro
algunas pocas ciudades en la costa adriática como Jader (Zadar,
Zara) y Tragurium (Trogir)
al norte, Butua (Budva), Scodra (Skadar) y Lissus (Ljes) al sur.
Toda la región de los Balcanes
experimentó una inmensa transformación étnica, tanto más que la afluencia
eslava todavía continuaba. El conjunto de la península, hasta la punta más
meridional, fue inundado por eslavos. Esto no significó, ciertamente, que se
produjera una completa y definitiva eslavización del
territorio griego, si bien es verdad que incluso el Peloponeso estuvo dominado
por los eslavos durante más de dos siglos. Pero poco a poco, la administración
bizantina pudo volver a poner pie más firmemente en Grecia así como en amplias
regiones costeras, y de esta manera aquellos territorios conservaron o
recuperaron su carácter griego. Bajo la presión del avance eslavo, los
componentes de la antigua población se retiraron en todas partes hacia la costa
y las islas adyacentes, y este proceso contribuyó a que se reforzara el
elemento griego en el litoral meridional y oriental, y el elemento romano en el
oeste, dominando poco a poco sobre los eslavos. Pero aún estas regiones se
encontraron impregnadas de eslavos. La mayor parte de la Península Balcánica,
toda su región continental, se convirtió en un territorio completamente eslavo
en manos de las diferentes tribus eslavas. Los Balcanes bizantinos se
disgregaron en una serie de «Sclavivias»; es así cómo
se denominan en las fuentes bizantinas, desde entonces, los territorios
perdidos a los eslavos y en los que, de hecho, el poder bizantino ya no
existía.
Al mismo tiempo, la conquista persa se extendía
por Asia Menor. Se consiguió obligar al enemigo a que evacuara Cesárea (611).
Pero el intento de una contraofensiva bizantina en Armenia y Siria fracasó por
completo. Cerca de Antioquía, el ejército imperial sufrió una grave derrota en
el año 613, y a continuación empezó en todas partes un rápido avance de los
persas. Dirigiéndose hacia el sur, ocuparon Damasco. En el norte se abrieron
camino a Cilicia y tomaron posesión de la importante fortaleza de Tarso. Al
mismo tiempo los bizantinos fueron expulsados de Armenia. En el año 614 los
cristianos recibieron un golpe extremadamente duro al caer en manos persas la
ciudad santa de Jerusalén, después de un asedio de tres semanas. Durante varios
días, fuego y muerte reinaron en la ciudad conquistada, la iglesia del Santo
Sepulcro construida por Constantino el Grande fue incendiada. La sensación que
provocaron en Bizancio estos acontecimientos fue la de un gran desconsuelo, ya
que la más preciosa de todas las reliquias, la Santa Cruz, había caído en manos
de los conquistadores que la llevaron a Ctesifonte. Con el año 615 comenzaron
nuevas invasiones en Asia Menor, un destacamento del ejército persa avanzó otra
vez hasta el Bósforo. Los enemigos se iban acercando a la capital desde dos
flancos, los persas al este, los ávaros y eslavos al norte. Poco faltaba para
que el Emperador mismo fuese víctima de una traición cuando celebraba una
entrevista con el khagan de los ávaros en Heraclea en
junio de 617. En la primavera de 619 empezó la conquista de Egipto: pronto esta
provincia, la más rica del Imperio, estuvo también perdida, con lo que quedaba
en entredicho el aprovisionamiento de cereales a la capital bizantina.
Casi toda Asia Anterior se encontraba
así bajo dominio persa. El antiguo reino de los Aqueménidas parecía haber
resucitado, igual que el antiguo Imperio Romano en tiempo de Justiniano. Pero
el revés llegó aún más aprisa para el reino neo-persa,
y la caída fue todavía más brutal. En los años terribles, cuando la invasión
eslavo-ávara se volcaba sobre la Península Balcánica y la invasión persa sobre
las provincias orientales del imperio, empieza en Bizancio el proceso de
fortalecimiento interior. Las escasas fuentes nos permiten reconocer sólo de
una manera esquemática las profundas transformaciones que en aquella época se
produjeron en el desarrollo interior del Imperio Bizantino. Todos los indicios
hacen creer que precisamente en aquellos años críticos la organización
administrativa y militar experimentó una renovación esencial y se inició la
organización de la constitución en themas.
Este régimen, pilar maestro de esta reforma, marcó una ruptura definitiva con
el anticuado sistema administrativo de Diocleciano y Constantino continuando la
evolución iniciada por la organización de los exarcados. Aquellos territorios
de Asia Menor que se habían librado de la invasión enemiga fueron divididos por
Heraclio en grandes circunscripciones militares llamadas themas con lo que se creó la base para un sistema que sería característico para la
administración provincial del Estado bizantino medieval a lo largo de varios
siglos. Al igual que los exarcados de Rávena y Cartago, los themas de Asia Menor son unidades administrativas de carácter eminentemente militar.
Al frente de los themas están los estrategas que
ejercen el poder supremo, tanto militar como civil, en sus circunscripciones.
No obstante, la organización de los themas fue un
procedimiento de larga duración que adquirió una configuración definitiva sólo
de manera paulatina. La anterior división en provincias no fue abolida de golpe
al fundarse los themas, sino que, durante algún
tiempo, las antiguas provincias siguieron existiendo dentro de los themas, y al lado del estratega se encontraba inicialmente
el procónsul del thema como jefe de la administración
civil. No obstante, el estratega tuvo la primacía desde el principio, ya que un thema comprendía varias provincias antiguas.
La palabra thema significaba un cuerpo de ejército y se aplicaba luego a las nuevas
circunscripciones militares, lo que aclara ampliamente el génesis del nuevo
orden. Este surgió mediante el asentamiento de las tropas—de los «themas»—en las circunscripciones de Asia Menor, y
precisamente por esta razón estas circunscripciones fueron denominadas themas. No sólo representaban unidades administrativas,
sino también territorios de asentamiento de las tropas. Comprometiéndose al
servicio militar hereditario, se les adjudicaron a los soldados parcelas en
propiedad hereditaria. Así es corno la organización de themas enlaza con la antigua institución en el territorio de los limes, con sus
soldados asentados, los limitanei. El sistema
de defensa fronteriza había sucumbido bajo la presión de la invasión enemiga;
las tropas fueron retiradas del limes hacia el interior de Asia Menor,
donde fueron asentadas en los territorios que permanecían bajo el dominio
bizantino Aparte de los soldados procedentes del limes, también recibieron
asentamiento en Asia Menor los cuerpos escogidos del ejército bizantino, de
manera que ya bajo Heraclio se formaron los themas de Opsikion (Obsequium), de
los Armeniacos y de los Anatólicos,
posiblemente se fundó ya entonces el thema marítimo
de los Carabisianos en la costa meridional de Asia
Menor.
Destaca el hecho de que, en esta primera
etapa, la configuración de los themas quedaba
limitada al territorio de Asia Menor. En la Península Balcánica, la
introducción del sistema de themas no parecía
entonces posible, circunstancia que refleja la dimensión de la catástrofe
bizantina con toda claridad. Sólo bastante más tarde y de manera paulatina, la
administración bizantina y con ello la constitución de los themas pudo arraigar en ciertos territorios balcánicos, sobre todo en las regiones
costeras.
La organización de los themas ofreció la base para la formación de un fuerte
ejército indígena e hizo al Imperio independiente del costoso reclutamiento de
mercenarios extranjeros, siempre inseguros y no siempre disponibles en cantidad
suficiente. Aparte de los soldados del ejército fronterizo, aparte de las
tropas bizantinas reclutadas ante todo entre las tribus bélicas de Asia Menor
y del Cáucaso, también se equipaban, seguramente, parte del campesinado bizantino
con bienes militares obligándole así al servicio de armas. A esto hay que
añadir grandes masas de eslavos que el gobierno bizantino trasladó
posteriormente a Asia Menor asentándolos en aquellos themas en calidad de estratiotas. Así es cómo el
contingente militar, cuyas inevitables fluctuaciones bajo el sistema mercenario
habían planteado grandes dificultades al Imperio, fue fuertemente aumentado
gracias a la afluencia de nuevas fuerzas, dentro del marco de un nuevo y más sano
sistema militar y administrativo. El nuevo ejército de los themas se componía de soldados-campesinos asentados, que sacaban los medios para su
manutención y su equipo de los bienes estratiotas.
Como demuestran fuentes posteriores, el estratiota,
al ser llamado a filas, tenía la obligación de aparecer en el ejército con un
caballo seguramente cobraba cierta cantidad en concepto de soldadesca, aunque
muy pequeña. De esta manera, el nuevo sistema trajo consigo un extraordinario
retroceso de los gastos de Estado. Además, la creación de los bienes de estratiotas significaba un fortalecimiento de la
pequeña propiedad libre.
Al igual que la administración
provincial, la central registra en esta época profundas transformaciones de
consecuencias duraderas para el Estado bizantino terminando con el sistema
administrativo de la época bizantina temprana. El poder de la prefectura
pretoriana, principal característica de la organización estatal bizantina
temprana, toca a su fin. La prefectura, como órgano de gobierno, estaba ahora
condenada a una existencia aparente ya que la constitución de los themas le restaba importancia, y en los territorios donde
el sistema de themas aún no se había introducido, ya
no existía, de hecho, una administración bizantina debido a las incursiones
enemigas. A medida que el dominio bizantino volvió a consolidarse,
gradualmente, en estos territorios, lo hizo mediante la constitución de los themas, de manera que la existencia aparente de la
prefectura acabó por desaparecer definitivamente. Por otra parte, la
administración financiera de la prefectura, muy generalizada, se desmembró
abriendo paso a una serie de negociados de finanzas. Se inició así, en cierto
modo, un movimiento de retroceso, puesto que el enorme crecimiento de la
prefectura pretoriana había contribuido en los siglos anteriores a que se atrofiasen
las viejas instituciones centrales de la administración financiera —la Comitiva sacrarum largitionum y
la Comitiva rerum privatarum. Para satisfacer sus crecientes necesidades financieras, la prefectura había
usurpado las recaudaciones de los Res privatae y sobre todo de las Largitiones. La
empobrecida Comitiva sacrarum largitionum tuvo que ser alimentada constantemente por las arcas particulares imperiales,
el sakellion, y el resultado fue que, al principio
del siglo Vil, el sakellarios ocupó por
completo el lugar del Comes sacrarum largitionum, y
probablemente asumió también las atribuciones de la debilitada Comitiva rerum privatarum. Pero poco
después se derrumbó la administración prefectorial de
finanzas, que había adquirido proporciones monstruosas.Las cancillerías financieras de la prefectura pretoriana se convirtieron en
órganos independientes, y sus antiguos intendentes pasaron bajo el nombre de logotetas a la cabeza de los nuevos negociados de
finanzas. Al lado de los logotetas encargados
del sistema financiero se incorporan más tarde el logotetis tu dromon, que se hace cargo, principalmente, de
las atribuciones del antiguo Magister officiorum convirtiéndose, poco a poco, en el funcionario más destacado del imperio
Igual que los themas en la administración provincial, así los logotesios imponen, para varios siglos, su cuño al Estado bizantino. La importancia de la
reorganización del sistema militar y administrativo se deduce de los
acontecimientos posteriores. En la pugna perso-bizantina
se produce un giro completo en los años veinte del siglo VII. Triunfos fabulosos
vienen a reemplazar las derrotas de la época anterior. El Imperio se levanta y
alcanza una victoria aplastante sobre el adversario que hasta entonces había
sido superior a él.
El apoyo de una Iglesia poderosa no
contribuyó poco al éxito. Esta puso sus tesoros a disposición del Estado
empobrecido para la inminente guerra contra los infieles. La guerra empezó en
un ambiente de excitación religiosa desconocido en épocas anteriores. Se trata
de la primera guerra típicamente medieval, que hace pensar en las futuras
Cruzadas. El emperador en persona se puso a la cabeza del ejército encargando
al patriarca Sergio y al patricio Bonus la regencia en nombre de su hijo menor
de edad para el tiempo de su ausencia de la capital. En esto, como en muchos
otros asuntos siguió —dicho sea de paso— el ejemplo del Emperador Mauricio,
quien había dirigido personalmente una campaña contra los ávaros. Este comportamiento
era altamente insólito, y como en su tiempo Mauricio, Heraclio chocó en un
principio con la oposición de sus consejeros, puesto que, desde los tiempos de
Teodosio I, ningún Emperador había vuelto a entrar personalmente en campaña.
Heraclio empezó por firmar una paz con
el khagan de los ávaros (619), al precio de elevados
tributos. Después hizo pasar tropas de Europa a Asia. El lunes siguiente a la
Pascua de Resurrección, día 5 de abril de 622, abandonó la capital después de
una misa solemne. Una vez llegado a Asia Menor, el Emperador se dirigió a las
regiones de los themas. Aquí reunió su ejército y
entrenó a las tropas durante todo el verano. Heraclio había estudiado muy
intensivamente la estrategia bélica y había elaborado una nueva táctica. La
caballería jugaba un papel creciente en el ejército bizantino; Heraclio parece
haber prestado particular importancia a los arqueros ligeramente armados y a
caballo. La campaña propiamente dicha no empezó hasta otoño. El Emperador, por
medio de una maniobra hábil, se abrió camino a Armenia, lo que obligó a los
persas a abandonar sus posiciones en los puertos de montaña de Asia Menor,
siguiendo al ejército imperial «como un perro encadenado». El choque de ambos
ejércitos en los territorios armenios concluyó con una victoria brillante de
los bizantinos sobre el gran general persa Sahrbaraz.
Se había conseguido el primer objetivo: Asia Menor se encontraba depurada de
enemigos.
La actitud amenazante del khagan de los avaros obligó entonces al Emperador a
regresar a Constantinopla. Estas circunstancias motivaron probablemente un
aumento de los tributos a pagar a los ávaros y el envío de familiares próximos
al Emperador al khagan, en calidad de rehenes . Así
Heraclio pudo reanudar la guerra contra los persas ya en marzo de 623. A pesar
de la derrota sufrida el año anterior, Cosroes II no
quiso oír hablar de un tratado de paz y envió una carta al Emperador llena de
expresiones ofensivas e inventivas blasfemas contra la fe cristiana. Heraclio
regresó a Armenia por Capadocia. Dvin fue tomada y
destruida, y el mismo destino alcanzó a numerosas otras ciudades. A continuación,
el Emperador emprendió una ofensiva hacia el sur dirigiéndose contra Ganzak, la residencia del primer sasánida Ardasir, un importante centro religioso de los persas. Cosroes tuvo que huir de la ciudad; ésta cayó en manos de
los bizantinos; su mayor santuario, el templo de fuego de Zoroastro, fue
destruido en venganza por el saqueo de Jerusalén. Durante el invierno, el
Emperador se retiró detrás del Araxes, con numerosos
prisioneros. Aquí entró en contacto con las tribus cristianas del Cáucaso y
pudo reforzar sus tropas con el apoyo de lázicos, abasgos e iberos. A pesar de ello, la situación era
difícil, y el año siguiente transcurrió entre luchas agotadoras contra los
persas agresores, dentro del ámbito armenio. No se consiguió penetrar en Persia,
y en el año 625 Heraclio intentó entrar en el país enemigo dando un rodeo por
Cilicia. Pero también esta vez no se consiguió el triunfo decisivo, y a pesar
de algunas victorias al principio de invierno, el Emperador se retiró hacia la
región del Ponto pasando por Sebastia.
Entonces los persas pasaron al ataque, y
en 626 Constantinopla vivió la terrible amenaza de un doble ataque de persas y
ávaros, aquel peligro que Heraclio había temido siempre y que había intentado
esquivar mediante concesiones humillantes al khagan de los ávaros. A la cabeza de un ejército bastante grande, Sahrbaraz cruzó Asia Menor, ocupó Calcedonia y acampó a orillas del Bósforo. Poco después
(el 27 de julio), el khagan de los ávaros apareció
ante Constantinopla con una horda incalculable de ávaros, eslavos, búlgaros y
gépidos, y puso sitio a la ciudad desde tierra y mar. Por medio de
predicaciones, oraciones nocturnas y procesiones solemnes, el patriarca Sergio
mantuvo vivo el entusiasmo religioso de la población. Pero la excelente
guarnición rechazó todos los ataques de los enemigos. Finalmente, el factor
decisivo fue la superioridad bizantina por mar: durante el asalto del 10 de
agosto, las embarcaciones eslavas fueron hundidas en el enfrentamiento con la
flota bizantina. Los ávaros tuvieron que levantar el sitio y se retiraron en
medio de una gran confusión. La derrota del khagan avaro significaba, por otra parte, el fracaso de los planes de ataque persas. Sahrbaraz evacuó Calcedonia y se retiró con sus tropas a
Siria; al segundo general persa, Sahin, le infligió
una grave derrota el hermano del Emperador, Teodoro. El momento crítico estaba
superado. Ahora podía iniciarse la gran ofensiva bizantina.
En el momento de encontrarse en peligro
de muerte la capital bizantina, Heraclio estaba con su ejército en la lejana Lázica. Tal como había hecho antes con las tribus del
Cáucaso, entabló ahora relaciones con el reino de los jázaros.
De aquí data la cooperación bizantino-jázara, que con
el tiempo se convirtió en uno de los pilares de la política oriental de
Bizancio. Unidos a las tropas imperiales, los jázaros lucharon contra los persas en las regiones del Cáucaso y de Armenia. En otoño
de 627 se inició el gran avance del Emperador hacia el sur, al interior del
territorio enemigo. Aquí dependía únicamente de sus propias fuerzas, puesto que
los jázaros no soportaron las dificultades de la
campaña y regresaron a su patria. A pesar de ello, Heraclio ya se encontró ante
Nínive a principios de diciembre, donde se produjo una batalla extremadamente
encarnizada, que aportó la decisión final respecto a la pugna perso-bizantina. El ejército persa fue vencido hasta el
aniquilamiento. Bizancio había ganado la guerra. El avance victorioso de los
bizantinos prosiguió; y a principios de enero de 628 entraron en la residencia
favorita de Cosroes, Dastagerd,
que el Gran Rey había abandonado precipitadamente. En la primavera de 628 se
produjeron incidentes en Persia que hicieron innecesaria la continuación de la
guerra: Cosroes fue destronado y asesinado, su hijo Kovrad-Siroe subió al trono y firmó inmediatamente la paz
con el Emperador bizantino. El resultado de la gran victoria bizantina y del
derrumbamiento del poder persa fue la restitución de todos los territorios que
habían pertenecido alguna vez al Imperio Bizantino. Armenia, la Mesopotamia romana,
Siria, Palestina y Egipto debían de ser restituidos al Emperador de Bizancio.
Unos meses después Siroe, en su lecho de muerte,
nombró al emperador bizantino tutor de su hijo, y si antaño Cosroes II había llamado al emperador su esclavo, Siroe designaba ahora a su hijo y sucesor esclavo del soberano bizantino.
Después de una ausencia de seis años,
Heraclio regresó a su capital. Su hijo Constantino, el patriarca Sergio, el clero,
el senado y el pueblo le recibieron en la costa de Asia Menor, en Hiereia, como el glorioso vencedor de los enemigos de
Cristo, con ramos de olivo y velas encendidas, con vítores y cantos sagrados.
Mientras los persas evacuaban las provincias romanas, Heraclio fue a Jerusalén,
en la primavera de 630. Allí volvió a erigir, en medio del júbilo popular, la
Santa Cruz reconquistada de los persas. Este acto solemne simbolizaba la
conclusión victoriosa de la primera gran guerra santa de la era cristiana.
Los dos adversarios cuyo, poder había
hecho temblar con anterioridad a Bizancio, estaban aplastados. Porque así como
la batalla de Nínive había quebrantado el poder persa, igual había ocurrido con
el poder ávaro en la batalla de Constantinopla. La derrota de los avaros
encontró un eco más allá de las fronteras del Imperio Bizantino. Para los
pueblos que hasta entonces habían estado bajo la dependencia del khagan de los ávaros, especialmente las numerosas tribus
eslavas, esta derrota fue una señal para el levantamiento y la liberación del
yugo ávaro. En esta época los eslavos occidentales, en su lucha contra los
ávaros, crearon el primer gran reino eslavo bajo el mando de Samo. Unos años más tarde, la federación de los pueblos
búlgaros, al norte del Mar Negro y del Mar Caspio, se separó también de la
soberanía avara bajo el mando del príncipe Kovrat.
Bizancio apoyaba a Kovrat en su pugna contra los
ávaros: Kovrat concluyó un pacto con el emperador
Heraclio, quien le concedió el título de patricio, y recibió el bautismo en
Constantinopla. Dentro del marco de los movimientos de pueblos, que acompañaban
los cambios acaecidos, hay que encuadrar también la migración de serbios y
croatas, sobre la que Constantino Porfirogeneta nos ha dejado un amplio relato.
Esta se produjo también de acuerdo con Bizancio y en lucha contra el
tambaleante poder ávaro. Los croatas y los serbios abandonaron su patria
anterior más allá de los Cárpatos y aparecieron en la Península Balcánica, con
el consentimiento del emperador Heraclio. En su pugna victoriosa contra los
ávaros, los croatas se impusieron en la parte noroeste de la península,
apoderándose los serbios de los territorios colindantes al sureste. Así es cómo
el elemento eslavo experimentó de nuevo un importante reforzamiento. El
emperador Constantino VII no se cansa en repetir que serbios y croatas
reconocieron la soberanía del emperador bizantino después de llegar a los
Balcanes, y, a la vista de la situación creada por la victoria bizantina contra
avaros y persas, esto no parece inverosímil. Sin embargo, no hay que
sobreestimar el significado de un tal reconocimiento y de ninguna manera ver en
ello una restauración real del dominio bizantino. Pero al menos Bizancio
experimentó así un alivio considerable en la región balcánica. Los terribles
ataques avaros habían acabado para siempre.
Por muy brillantes que fuesen las victorias
militares de Heraclio, la grandeza e importancia de su época no reside en los
éxitos de su política exterior. Unos años más tarde, las conquistas en el este
se perdieron en beneficio de los árabes. Lo que perduró, sin embargo, fue la
nueva organización militar y administrativa. En ella descansa el poder
bizantino de los siglos posteriores; cuando ésta se descomponga empezará la
descomposición del Estado bizantino mismo. El régimen de los themas fundado por Heraclio es la columna vertebral del
Estado bizantino medieval.
La época de Heraclio significa un cambió
de rumbo para el Imperio de Oriente, tanto político como cultural. Cierra la
era romana e inaugura la era bizantina en el sentido propio de la palabra. La
helenización definitiva y el papel creciente de la Iglesia en la vida pública
dan al Imperio una nueva faz. Con sorprendente tenacidad, el Estado bizantino
temprano permaneció apegado al uso del latín como lenguaje oficial. Sólo poco a
poco, y no sin resistencia, cedió a la helenización progresiva del Imperio, sin
decidirse a emprender cambios fundamentales. La dualidad lingüística entre
gobierno y pueblo fue un signo característico del Estado bizantino temprano: en
toda la administración imperial así como en el ejército, el latín era el idioma
oficial que la inmensa mayoría de la población oriental no entendía. Esta
situación tocó ahora a su fin. En adelante, el griego sería el idioma del
Imperio Bizantino. La lengua del pueblo y de la Iglesia iba a ser también la
del Estado. La corriente de helenización artificialmente contenida llegó ahora
a un despliegue acelerado. Para las siguientes generaciones, el conocimiento
del latín ya era una rareza, incluso en los ambientes cultos de Bizancio .
La helenización del Estado bizantino
efectuó un cambio importante y al mismo tiempo una simplificación esencial de
la titulación imperial. Heraclio renunció a ostentar el complicado título
imperial latino y adoptó la denominación popular griega de basileus.
El título imperial romano imperator, caesar, augustas
fue reemplazado por el antiguo título real griego que hasta entonces se había
otorgado a los emperadores bizantinos de manera no oficial. El término de basileus se convirtió así en el título oficial del
soberano bizantino y fue, a partir de entonces, en Bizancio el título imperial
propiamente dicho. Es el mismo título que Heraclio confirió a su hijo y
corregente, Heraclio-Nuevo Constantino, más adelante también a su segundo hijo, Heraclonas. Desde entonces y hasta la caída del
Imperio, lo llevaron todos los emperadores y co-emperadores bizantinos, mientras que el título de cesar perdió definitivamente su carácter
imperial.
La institución de la corregencia sirvió
en Bizancio sobre todo para regular la sucesión al trono. Puesto que no existía
en Bizancio, como tampoco en Roma, una ley de sucesión, el supuesto sucesor era
coronado aún en vida del soberano llevando, a partir de ese momento corona y
título de emperador en calidad de co-emperador—llamado
de manera no-oficial basileus menor normalmente
se le representaba en las monedas al lado del emperador principal, y muchas
veces se le nombraba en las leyes junto con el emperador. Después de morir el
emperador mayor, asumía el mando, en plena posesión de los derechos imperiales.
Esta práctica hizo posible la herencia de la corona en el seno de la familia
imperial y la formación de dinastía. Pero transcurrió bastante tiempo hasta que
el orden de sucesión monárquico arraigara definitivamente. Heraclio mismo
aportó cierta confusión a este sistema al elevar, junto con su primogénito,
también a su segundo hijo a la corregencia y a la herencia del trono.
La reconquista de las provincias
orientales colocó al Imperio de nuevo ante el problema del monofisismo. El
patriarca Sergio comprendió con clarividencia la seriedad de este problema, y
por ello no había dejado de esforzarse en restaurar la paz dentro de la
Iglesia. Sus esfuerzos encontraron apoyo en la doctrina surgida en las provincias
orientales del Imperio: la doctrina de una sola energía en Cristo. La creencia
de que, frente a las dos naturalezas de Cristo, hubiese una sola energía,
parecía tender un puente entre el dogma de Calcedonia y el monofisismo. Sergio
hizo suya la doctrina del monoenergismo y entabló
negociaciones con los representantes de las iglesias orientales. Aparentemente,
los acontecimientos políticos daban la razón a los esfuerzos del patriarca,
puesto que no se podía dejar de reconocer que la vieja rencilla teológica entre
Constantinopla y la población monofisita de Oriente había facilitado considerablemente
la conquista persa. Por esta razón, Heraclio mismo se pasó al monoenergismo. Durante sus campañas en Oriente ya había
discutido con el clero local acerca de una unión de las Iglesias, sobre todo en
Armenia. Después de reconquistar las provincias monofisitas, las negociaciones
continuaron con mayor envergadura y energía, porque el compromiso con los monofisitas
parecía más aconsejable que nunca. Los comienzos fueron prometedores. La unión
parecía conseguida, tanto en Armenia como en Siria y Egipto donde Ciro actuaba
con gran entusiasmo. La política eclesiástica de Sergio y Ciro contó también
con la aprobación del papa Honorio.
Mientras tanto, las desilusiones no se
hicieron esperar. La obra unificadora en Siria y especialmente en Egipto sólo
había sido posible mediante el empleo de la fuerza. La oposición crecía, tanto
del lado monofisita como del ortodoxo. Portavoz de la oposición ortodoxa fue el
monje Sofronio, conocido por su elocuencia, quien en 634 ocupó la sede
patriarcal de Jerusalén. Sin piedad censuraba la nueva doctrina como una
aberración del monofisismo y una falsificación del dogma ortodoxo de
Calcedonia. Probablemente bajo la impresión de esta oposición y teniendo en
consideración las explicaciones del papa Honorio quien se expresaba con cautela
sobre el problema de las energías y en cambio afirmaba una sola voluntad en
Cristo, Sergio modificó su doctrina: dejando de lado la cuestión de la energía,
enseñaba que había que admitir una sola voluntad en Cristo. Esta nueva
formulación—monotelita—es la base del edicto elaborado por él, promulgado por
el emperador en 638 con el nombre de Ekhtesis y expuesto públicamente en el narthex de Santa Sofía.
Pero, a pesar de haber aceptado los dirigentes del Estado y de la Iglesia el
monotelismo y no obstante el acceso a la sede de Constantinopla, después de la
muerte del patriarca Sergio (el 9 de diciembre de 538), del ferviente monotelista Pirro, se demostró pronto que la Ekhtesis había sido un golpe fallido. Fue impugnada
tanto por los ortodoxos como por los monofisitas, y los sucesores de Honorio en
Roma también la rechazaron enérgicamente. El monotelismo no aportó una
reconciliación, como tampoco lo habían conseguido los intentos de compromiso
por parte de la política eclesiástica en los siglos anteriores. Igual que
aquellos intentos, sólo provocó nuevas querellas aumentando así la confusión.
Además, en 638 Siria y Palestina ya se encontraban bajo dominio árabe y también
Egipto estaba bajo la amenaza de un destino igual. El monotelismo no consiguió,
pues, su meta política. Pero la fermentación religiosa en las provincias
orientales prestó un fuerte apoyo a la conquista árabe igual que antaño a la
conquista persa.
2.
LA ERA DE LAS INVASIONES ARABES
LOS ULTIMOS AÑOS DE HERACLIO.
CONSTANTE II
El año que vio el comienzo de las
victorias bizantinas contra los persas es también el año de la Hégira árabe. En
el momento en que Heraclio obligó al Imperio Persa a rendirse, Mahoma puso la
primera piedra para la unificación religiosa y política de los árabes. Espiritualmente
pobre y poco desarrollada, pero llena de energía natural, la obra de Mahoma
poseía una pujanza arrolladora. A los pocos años de la muerte del profeta ya se
inició la gran invasión árabe. Una fuerza elemental empujaba a los árabes fuera
de su tierra estéril. Su meta no era tanto la conversión de los pueblos a la
nueva fe como la subyugación de nuevos territorios y el dominio sobre los
infieles. Las primeras víctimas de su ansia de conquista fueron los dos grandes
imperios vecinos: Persia sucumbió a la primera ofensiva, Bizancio perdió sus
provincias orientales apenas una década después de la muerte del profeta. La
permanente lucha entre los dos imperios había debilitado a ambos, preparando
así el camino de los árabes. En la Persia vencida reinaba una gran confusión,
los usurpadores se sucedían en el trono, la columna vertebral del reino
sasánida estaba quebrantada. Pero también se encontraban agotadas las fuerzas
del victorioso Bizancio, a consecuencia de la pugna prolongada y agotadora. Por
añadidura, las discordias religiosas entre Constantinopla y sus provincias
orientales, imposibles de eliminar, habían levantado una muralla de odio,
fortalecido las ambiciones separatistas de la población siria y copta y
socavado definitivamente su voluntad de defensa. Las irregularidades tanto en
la organización militar como en la administración perturbada por el excesivo
poder de los grandes propietarios locales, hicieron lo posible para facilitar
La labor de los conquistadores, sobre todo en Egipto.
En 634 los árabes entraron en territorio
imperial bajo el mando del califa Omar, el gran conquistador, emprendiendo una
rápida campaña victoriosa a través de las provincias recientemente arrebatadas
al Imperio Persa. El 20 de agosto de 636 obtuvieron una victoria arrolladora
sobre las fuerzas bizantinas en la memorable batalla del Yarmuk. De esta manera
quedó rota la resistencia bizantina y decidida la pugna por Siria. La
metrópolis siria, Antioquía, como la mayoría de las ciudades del país, se rindió
sin ofrecer combate al enemigo victorioso. En Palestina la resistencia fue
mayor. Bajo el mando del patriarca Sofronio, Jerusalén hizo frente al enemigo
por mucho tiempo, pero la crudeza del asedio obligó finalmente a la Ciudad
Santa a que abriese sus puertas al califa Omr (638).
Mientras tanto, el reino persa había sido sometido, y posteriormente era
ocupada también la Mesopotamia bizantina (639- 640). Desde aquí, los árabes
invadieron Armenia y asaltaron Dvin, la fortificación
armenia mejor guarnecida (octubre 640). Al mismo tiempo empezó la conquista de
Egipto.
Heraclio, que había dirigido
personalmente todas las campañas contra Persia, apenas tomó parte en las luchas
contra los árabes, por muy sorprendente que esto parezca. Al principio aún intentó
dirigir las operaciones bélicas desde Antioquía; después de la batalla de
Yarmuk perdió toda esperanza y se retiró por completo. La obra de su vida se
derrumbó ante sus ojos. La pugna heroica contra Persia parecía no haber servido
para nada: aniquilando el reino persa, sólo había forjado el camino a los
árabes. Sobre los territorios que había arrebatado a los sasánidas después de
una lucha encarnizada, se extendió ahora la avalancha árabe como un cataclismo.
De nuevo dominaban los infieles en Tierra Santa, que creía haber salvado para
la cristiandad. Este destino cruel acabó espiritual y físicamente con el
envejecido soberano. De regreso de Siria, permaneció algún tiempo en el palacio
de Hiereia, en el litoral de Asia Menor. Le horrorizaba
la travesía a Constantinopla porque ya no soportaba ver el mar. Sólo cuando se
descubrió una conjura en Constantinopla, consiguió vencer el miedo y pudo
cruzar el Bósforo por un puente de barcos cubierto de arena y follaje, para
entrar en la capital.
La vida familiar de Heraclio tomó
igualmente un cariz trágico. El día de su coronación, Heraclio se había casado
con Fabia—Eudocia quien le diera una hija y un hijo, Heraclio-Nuevo Constantino.
Pero ella padecía de epilepsia y murió pocos meses después de nacer su hijo
(612). Un año más tarde, el emperador casó con su sobrina Martina. Este
matrimonio provocó el mayor descontento. Iglesia y pueblo lo consideraban
incestuoso y una tal unión significaba, en efecto, una violación tanto de los
preceptos eclesiásticos como de las leyes estatales. Martina era odiada en
Constantinopla, pero pese al odio de sus súbditos, el emperador demostró gran
afecto por su segunda esposa, que compartía con él las penas y las alegrías
acompañándole en sus campañas más difíciles. Sin embargo, una dura prueba para
el emperador representaba lo que, según la opinión pública, fue un indicio
claro de la ira divina: de los nueve niños que Martina le dio, cuatro murieron
en su más tierna infancia, mientras que los dos hijos mayores nacieron
contrahechos. La animosidad del pueblo contra Martina iba aún en aumento cuando
la ambiciosa mujer intentó asegurar la sucesión a su propia descendencia, en
detrimento del hijo de Eudocia. El conflicto familiar surgido de esta situación
ensombreció aún más los últimos días del emperador ya de por sí amargos, y
después de su muerte la controversia lanzó al Imperio a graves disturbios. El
11 de febrero de 641, Heraclio murió con crueles sufrimientos. Con la intención
de asegurar la participación en la soberanía a la descendencia de Martina, sin
privar a su primogénito Constantino de los derechos imperiales, Heraclio dejó
el Imperio a sus dos hijos mayores. A pesar de la considerable diferencia de
edad—Constantino tenía entonces 28, el hijo de Martina, Heraclonas,
15 años—los hermanastros, según el deseo expreso de Heraclio, deberían gobernar
conjuntamente, en calidad de soberanos con igualdad de derechos. Ello es uno de
los ejemplos más claros de una soberanía colectiva que ha conocido la historia
imperial romano-bizantina. Con el fin de que Martina misma tuviera una
influencia directa sobre los asuntos de gobierno, Heraclio dispuso, además, en
su testamento que ambos soberanos la considerasen como «madre y emperatriz».
Pero cuando Martina hizo público el
testamento de su difunto esposo se manifestó una fuerte oposición contra esta
regulación, expresándose así, aparte del viejo odio contra la persona de la emperatriz,
unas consideraciones más generales sobre derecho público. Sin protesta, el
pueblo saludó a los dos hijos y hasta ahora coemperadores de Heraclio, como sus soberanos; en cambio, no quiso saber nada de una
participación de Martina en el gobierno, rechazándola con el argumento de que
ella, como mujer, no podría representar al Imperio Romano ni recibir a
embajadores extranjeros.
Martina se vio obligada a retirarse,
pero no se dio por vencida. La controversia entre ambos linajes de la casa
imperial se agudizó por momentos: se enfrentaron hostilmente dos partidos, uno
partidario de Constantino, el otro de Martina y Heraclonas.
Sin duda Constantino III tenía más partidarios, pero padecía una grave enfermedad—probablemente
la tisis—y murió el 25 de mayo del mismo año, después de menos de tres meses de
gobierno.
La soberanía exclusiva recayó entonces
en el joven Heraclonas. Pero en realidad fue Martina
la que tomó las riendas del gobierno, mientras que los partidarios del difunto
Constantino fueron enviados al exilio. Con Martina volvió a tener nuevamente influencia
el patriarca Pirro, lo que significó el resurgimiento de la política eclesiástica
monotelita que Constantino III había querido abandonar. Entonces regresó
también a su sede en Alejandría el ferviente monotelita Ciro. Igual que varios
de sus predecesores, Ciro se encargó en Egipto no sólo del mando de la Iglesia,
sino también del de la política estatal. En nombre del nuevo gobierno, que
parecía considerar inútil la continuación de la lucha contra los árabes, abrió
negociaciones con los conquistadores victoriosos y firmó con ellos un tratado
de paz por el que les entregó, de hecho, todo Egipto. Este tratado de paz, que
había costado largas negociaciones, sólo llegó a concluirse después de la caída
de Martina y Heraclonas, a principios de noviembre de
641.
Desde un principio, pesadas nubes se
amontonaron encima de las cabezas de Martina y Heraclonas.
Las clases superiores del Imperio, la aristocracia senatorial, el mando militar
y el clero ortodoxo se volvieron contra el gobierno, y también el pueblo
persistió en su odio contra la emperatriz y contra el patriarca monotelita
Pirro. La muerte prematura de Constantino III fue atribuida a un envenenamiento
por parte de Martina y Pirro, y se reclamó el trono para su hijo pequeño. Un
partidario de Constantino III, el armenio Valentino Arsácida (Arsakuni), instigó a las tropas de Asia Menor a la rebelión
contra Martina y Heraclonas y, encabezándolas,
apareció ante Calcedonia. Aunque Heraclonas, cediendo
a la presión, coronó coemperador al hijo de Constantino
III, se produjo un giro a finales de septiembre de 641. Martina y Heraclonas fueron destronados por decisión del senado, y
esta acción se consagró cortando a Martina la lengua y a Heraclonas la nariz. Por primera vez nos encontramos en tierra bizantina con la costumbre
oriental de mutilación mediante amputación de la nariz: ello simbolizaba la
incapacidad del amputado para un cargo público. Madre e hijo fueron exiliados a
Rodas; también el patriarca Pirro tuvo que ir al exilio, mientras que Paulo, el
ecónomo de Santa Sofía, subió al trono patriarcal.
El senado confirió la soberanía al hijo
de Constantino III, que entonces iba a cumplir 11 años. Igual que su padre,
recibió en el bautismo el nombre de Heraclio, pero al ser coronado adoptó el de
Constantino, siendo llamado Constante, por el pueblo, un disminutivo de Constantino, como lo es Heraclonas de Heraclio.
Más adelante se le dio el apodo de «pogonatos» (el
barbudo), por su larga y espesa barba.
El poder del senado manifestado
claramente al decidir la destitución de Martina y Heraclonas,
se mostró también cuando el joven emperador Constante II fue sometido, por de
pronto, a la tutela del senado. En un discurso leído por él ante el senado al
subir al trono, Constante insistió en que Martina y Heraclonas habían sido alejados «por decisión que el senado había tomado con la ayuda de
Dios», ya que los senadores «no querían tolerar la ilegalidad en el Imperio de
los Romanos, por su bien conocida y extraordinaria piedad». Para el futuro
pidió a los senadores que fuesen «consejeros y defensores del bien común de sus
súbditos». Naturalmente, estas palabras fueron puestas en boca del joven
emperador por los mismos senadores, siendo, sin embargo, por ello no menos
significativas de la elevada posición y la importancia que en aquella época
podía reclamar para sí el senado bizantino.
El senado de Constantinopla, claramente
relegado a un segundo plano por el absolutismo de Justiniano, volvió a ganar
mayor importancia llegando a la cúspide de su influencia a partir del siglo VII.
Ejerció importantes funciones bajo la dinastía de Heraclio en calidad de
consejero de la corona y también como tribunal supremo de justicia. En casos de
sucesión en el trono, su papel revistía,
naturalmente, especial relevancia, y no es sorprendente que el joven Constante
tuviera que someterse, al principio, a la protección y dirección del senado.
Sin embargo, no permitió, ciertamente, que se prolongara esta tutela por mucho
tiempo: como la mayoría de los miembros de la dinastía heracliána,
era de temperamento imperioso demostrando, en los años de mayor madurez, una
exagerada obstinación.
La situación exterior del Imperio seguía
siendo determinada por el avance de los árabes. En cumplimiento de lo determinado
en aquel tratado que había realizado el patriarca Ciro de Alejandría con los
árabes según las instrucciones de Martina, y que preveía un determinado plazo
para que los bizantinos se retiraran del territorio, las tropas bizantinas
abandonaron Alejandría el 12 de septiembre de 642 y embarcaron hacia Rodas; a
continuación, el victorioso general Amr entró en la
ciudad de Alejandro Magno, el día 29 de septiembre. Desde aquí extendió el
poderío árabe a lo largo de la costa de África del Norte, sometió Pentápolis y
se apoderó de la ciudad de Trípoli sobre el Sirtis en
643. Pero al morir Omar (noviembre 644), Amr recibió
orden de regreso por el nuevo califa Otmán. Este
hecho animó a los bizantinos a emprender una contraofensiva. El general
bizantino Manuel se trasladó a Egipto a la cabeza de una gran flota y consiguió
sorprender a la guarnición árabe apoderándose de Alejandría. Pero el éxito no
fue de larga duración. Amr, enviado de nuevo a Egipto
con toda urgencia, venció al ejército de Manuel cerca de Nikiu y volvió a entrar en Alejandría en verano de 646. Manuel tuvo que huir a
Constantinopla, mientras que la población, encabezada por el patriarca
monofisita Benjamín, se sometió muy gustosa a los árabes y confirmó formalmente
su sumisión mediante un tratado manifestando así, una vez más, que prefería el
yugo árabe al bizantino. Después de esta reconquista de Alejandría, Egipto
quedó definitivamente bajo soberanía árabe. Bizancio había perdido para siempre
la más rica y económicamente más importante de sus provincias.
Muawiya, entonces gobernador de Siria, era un estratega aún
más grande que Amr. Los árabes, después de haber
asegurado para sí la posesión de Siria y Mesopotamia, dirigieron su mirada
hacia Armenia y Asia Menor. Ya en 642-43 invadieron de nuevo territorio armenion. En 647, Muawiya penetró
en Capadocia y ocupó Cesárea. Desde allí se trasladó a Frigia; aunque no
tuviera éxito su intento de apoderarse de la ciudad de Amorium, recorrió esta
fértil provincia volviendo a Damasco con un rico botín y gran número de
prisioneros.
El avance de los árabes hasta el litoral
mediterráneo planteó a éstos la necesidad de construir una flota. Se trataba de
un problema completamente nuevo para un pueblo del desierto. Ni siquiera el
gran conquistador Omar captó aún la importancia que tenía para ellos una flota.
Fue Muawiya el primer hombre de Estado en comprender
que la lucha contra Bizancio no podía llevarse a cabo sin una gran fuerza
naval. Poco después de la muerte de Omar emprendió la construcción de una
flota, y en 649 la primera expedición marina se hizo a la mar. Bajo el mando
personal de Muawiya, la flota árabe amarró en Chipre
y asaltó la capital de la isla, Constancia. No sirvió de nada el que el
gobierno bizantino comprara un armisticio de tres años. Muawiya aprovechó la tregua para ampliar su flota e inició las operaciones marítimas
con nuevo ahínco, al vencer el plazo fijado. En 654 saqueó Rodas; la famosa
estatua de Helio derribada por un terremoto en el 225 a.C. pero que seguía
considerándose como una de las siete maravillas del mundo, fue vendida a un
comerciante judío de Edesa, quien hizo transportar la masa metálica sobre los
lomos de 900 camellos. Poco después, la isla de Cos cayó igualmente en manos de
los árabes, mientras Creta era víctima de un saqueo. Sin duda, la verdadera
meta de Muawiya era ya entonces Constantinopla: la
ruta de Chipre, Rodas, Cos lo demuestra con toda claridad. Bizancio no podía
permanecer inactivo ante un avance tan directo. Ante la costa de Licia tuvo
lugar una batalla en 655 entre Constante II y los árabes, en la que Constante
mismo asumió el mando de la flota bizantina. Esta primera gran batalla naval
bizantino-árabe terminó con la derrota total de los bizantinos. El emperador
mismo corrió gran peligro y sólo pudo salvarse gracias al espíritu de
sacrificio de un joven héroe bizantino.
La hegemonía bizantina en el mar se
había quebrantado. No obstante, la gran victoria de los árabes no tuvo
consecuencias directas debido a las complicaciones interiores del Califato. Los
desórdenes que reinaban en el ámbito árabe ya desde los últimos años de gobierno
de Otmán, fueron aún en aumento después de su
asesinato (17 de junio de 656). Entre Muawiya, que
fue proclamado califa en Siria, y Alí, el califa ortodoxo elevado en Medina,
yerno del profeta, estalló una violenta guerra civil que terminó sólo en 661
con el asesinato de Alí. En estas circunstancias; Muawiya tuvo que buscar un entendimiento con los bizantinos. Firmó una paz con ellos
(659) e incluso se comprometió a pagar tributos al Imperio También en Armenia
se produjo un cambio de actitud: las grandes familias armenias volvieron a
reanudar las relaciones con Bizancio.
La liberación del peligro en Oriente dio
al emperador Constante la posibilidad de dirigirse hacia las regiones europeas
del Imperio. En 658 emprendió una campaña en los Balcanes ocupados por los
eslavos; iba contra las «Sclavinias», donde «hizo
prisioneros y sometió a muchos». Esta breve nota no permite conocer el alcance
de esta ofensiva de Constante II. Pero parece seguro que Constante II obligó al
menos a una parte de los eslavos—probablemente en Macedonia—a reconocer la
soberanía bizantina. Desde tiempos de Mauricio, ésta fue la primera
contraofensiva de gran envergadura que pudo emprender Bizancio contra los
eslavos. Por lo visto, la campaña de Constante II fue acompañada de traslados
de grandes masas eslavas a Asia Menor. A partir de esta época tenemos noticias
de eslavos en Asia Menor y de soldados eslavos al servicio del emperador. En el
año 665, un destacamento de tropas eslavas de 5.000 hombres pasó a los árabes y
fue asentada por ellos en Siria.
Después de la afortunada campaña en los
Balcanes, Constante II fijó su atención en los territorios imperiales del
lejano Occidente, donde la situación era muy confusa debido, entre otras
razones, a la querella eclesiástica provocada por el monotelismo. En el África
latina, que después de la conquista de Egipto parecía encontrarse muy expuesta
al peligro, las consecuencias de las disputas religiosas eran especialmente
nefastas. Del mismo modo que la animosidad de los monofisitas sirios y egipcios
contra Bizancio había facilitado la conquista de las provincias orientales, el
rencor de la población ortodoxa de Occidente amenazó con preparar el mismo
destino al África latina. África del Norte era entonces la cuna de la ortodoxia
en pugna contra el monotelismo. Aquí tuvo su campo de acción, durante muchos
años, el caudillo de la oposición ortodoxa: Máximo el Confesor, el teólogo más
importante de la época. A su iniciativa se debe probablemente el que se
celebrasen sínodos, a principios de 646, en varias ciudades norteafricanas, en
los que se condenó unánimemente la doctrina monotelita como herejía.
Esta oposición contra el poder central
bizantino no tardó en tener efectos políticos peligrosos. El exarca de Cartago,
Gregorio, se erigió en emperador y encontró apoyo no sólo entre la población
imperial norteafricana, sino también entre las tribus moras vecinas. Es verdad
que los árabes libraron al gobierno bizantino de los peligros que hubieran
podido surgir de esta situación: después de asegurar su poder en Egipto, los
árabes emprendieron un asalto contra el exarcado norteafricano, en 647. El
usurpador Gregorio encontró la muerte en este enfrentamiento. Los árabes
volvieron a retirarse después de haber saqueado Sufetula,
la ciudad donde residía el usurpador, y habiendo recibido fuertes tributos.
El exarcado de Cartago siguió siendo,
pues, aún posesión del Imperio Bizantino. Pero los acontecimientos acaecidos
contenían una seria advertencia, ya que encontraron un fuerte eco en Roma. El
emperador Constante reconoció la necesidad de una reconciliación religiosa. En
busca de una solución de compromiso, promulgó en 648 su famoso typos por el que, si bien mandó quitar del narthex de Santa Sofía el Ekhtesis,
se esforzó en esquivar, con mayor énfasis, tanto la verdadera cuestión en
litigio como el edicto de Heraclio, prohibiendo bajo sanción cualquier discusión
no sólo sobre el problema de las energías, sino también sobre el de la
Voluntad. Se llegó así, con el problema de energías y de voluntad, al mismo
punto alcanzado, más de siglo y medio antes, con el problema de las naturalezas,
después de la promulgación de Henotikon de Zenón. E
igual que entonces el Henotikon, tampoco el typos fue capaz de servir de base de unión, puesto
que no pudo satisfacer ni a los seguidores de la doctrina ortodoxa ni a los
monotelitas convencidos. Pronto se puso de manifiesto la imposibilidad de poner
en práctica la tentativa de apaciguar el conflicto de posturas religiosas
mediante el encubrimiento del verdadero problema y la prohibición despótica de
hablar sobre ello.
El papa Martín, que había subido a la
silla de San Pedro el 5 de julio de 649 sin solicitar la confirmación del
exarca imperial, celebró un gran concilio en octubre del mismo año, en la
iglesia de San Salvador, cerca del palacio de Letrán, en Roma. Los 105 obispos
participantes pertenecían en su mayoría a la jurisdicción de Roma, pero
teológicamente el sínodo de Letrán estaba totalmente bajo influencia griega,
apoyándose sus procedimientos externos en el ejemplo de los concilios
ecuménicos bizantinos. El sínodo de Letrán condenó tanto el Ekthesis como el typos, pero por consideraciones
políticas atribuyó la responsabilidad para estos decretos no al gobierno, sino
a los patriarcas Sergio y Paulo que, junto con Pirro, fueron excomulgados. El
papa mandó una circular a todos los obispos y a todo el clero de la iglesia
cristiana; una traducción griega de las actas conciliares fue enviada al
emperador, acompañada de una carta redactada en términos correctos.
Pero el modo provocativo por el que se
había producido la elección de Martín ya bastó para que Constante II se viese
forzado a intervenir de manera rápida y despótica. El exarca de Rávena, Olimpio, recibió la orden de ir a Roma, apresar al Papa, no
reconocido por el emperador, y obligar a todos los obispos de Italia a firmar
el typos. Olimpio,
que llegó a Roma antes de clausurarse el sínodo dé Letrán, captó muy pronto el
ambiente hostil existente allí respecto a la misión que tenía encomendada. En
vez de cumplir con su misión imperial, decidió aprovechar el disgusto ce Roma
hacia Constantinopla para separar Italia del Imperio y ponerla bajo su propia
soberanía. La política eclesiástica del gobierno bizantino llevó, pues, tanto
en África del Norte como en Italia a la rebelión de la más alta autoridad local
contra el poder central de Constantinopla. El gobierno bizantino no parece
haber emprendido nada para reprimir al usurpador que se había trasladado a
Sicilia con su ejército; el motivo está seguramente en que Bizancio se
encontraba muy comprometido en Oriente en la época de las primeras expediciones
marinas de Muawiya. La rebelión tuvo su final natural
al morir Olimpio en 652.
El ajuste de cuentas con el papa Martín
no tuvo lugar hasta un año más tarde. El nuevo exarca apareció en Roma el 15 de
junio de 653, a la cabeza de su ejército, y arrestó al papa, gravemente
enfermo, para sacarle, durante la noche, de la agitada ciudad. Martín fue
llevado a Constantinopla y citado ante el Senado. El proceso tuvo un carácter
eminentemente político. La acusación era de alta traición, porque se le inculpó
a Martín—quizá con razón—de apoyo a Olimpio. En
contrapartida, la cuestión religiosa pasó por completo a segundo plano, y el
intento del papa de encauzar el debate hacia el typos,
fue duramente rechazado por los jueces. Después de ser condenado—en un
principio a muerte—el anciano, muy enfermo, fue maltratado públicamente
por orden personal del emperador, y finalmente exiliado en el lejano Querson, donde se extinguió su vida entre hambre y
penalidades, en abril de 656. Poco después de la condenación de Martín, Máximo
fue enviado a .Constantinopla como prisionero procedente de Italia e igualmente
interrogado por el senado de la capital bizantina. Mientras Martín había sido
acusado de la confabulación con Olimpio, Máximo lo
fue del apoyo al exarca rebelde norteafricano Gregorio, y sobre todo de no
haber reconocido el typos imperial. El papa Martín
fue tratado sumariamente, sin que nadie se interesase por sus concepciones religiosas;
ahorraron esfuerzos para hacerle cambiar de idea. Pero todos los intentos se
vieron frustrados, aunque Máximo fue arrastrado durante varios años de un
exilio a otro y sometido a feroces brutalidades. Su último lugar de exilio fue
la fortaleza de Schemarion en Lázica (cerca de los Muros actuales), allí murió el octogenario el 13 de agosto de
662.
La querella dogmática tuvo consecuencias
político-eclesiásticas, rebelándose la oposición contra la subyugación de la
iglesia por el poder imperial. Máximo promulgaba la tesis que el emperador,
siendo un seglar, no tenía derecho de decidir en cuestiones de fe, ya que esto
era asunto exclusivo de la Iglesia. Esta idea no era nueva en sí; la
encontramos ya en los Santos Padres de la época bizantina temprana. Pero nadie
antes había llevado con tanto vigor la lucha por la independencia de la
Iglesia. Máximo, el primer Padre de la Iglesia del Bizancio auténticamente
medieval, el que había legitimado la mística del Pseudo-Dionisio en la Iglesia,
introdujo también nuevos conceptos medievales político-eclesiásticos en un
mundo de ideologías antiguas. Dos mundos chocaron en el enfrentamiento entre la
persona del emperador Constante y la del monje Máximo. Máximo sucumbió ante la
omnipotencia del emperador, pero las ideas por las que luchó volvieron a
resurgir en las querellas religiosas de los siglos siguientes.
Después de veinte años de gobierno sobre
el Bósforo, Constante tomó la extraña decisión de abandonar Constantinopla y
trasladar su residencia a Occidente. Esto no quiere decir que diera por perdido
el territorio imperial en Oriente: mientras la guerra hacía estragos en
Oriente, él aguantó en su puesto, y sólo cuando el peligro más inmediato había
pasado, dejó atrás la vieja capital bizantina. Su salida hacia Occidente
demuestra cuánto le importaban todavía al Imperio Bizantino, en aquella época,
sus posesiones occidentales. Comparando la decisión de Constante II con los
planes que habían tenido los emperadores Mauricio y Heraclio, se observa una
notable continuidad de la voluntad política que deja entrever con toda claridad
que entonces nada estaba más lejos del pensamiento de los bizantinos que la
idea de limitarse a Oriente para acaso conseguir una consolidación de las
fuerzas orientales mediante la renuncia a Occidente, como lo fue el caso en el
siglo siguiente.
El último impulso para la ejecución de
su propósito lo dieron al emperador aquellas motivaciones que nuestras fuentes
citan como las verdaderas y únicas razones de su partida hacia Occidente. Su
política eclesiástica y el cruel ajuste de cuentas con Martín y Máximo le
habían costado las simpatías de la población bizantina creyente. Por añadidura,
Constante hizo consagrar sacerdote, por la fuerza, a su hermano Teodosio en el
año 660 para asesinarle después por presuntas actitudes de alta traición, pero
en realidad probablemente porque el hermano del emperador tenía derecho a la
corregencia, según el concepto de aquella época—como lo demuestra la historia
de los hijos de Heraclio, y más adelante la de los mismos hijos de Constante—y
Constante no estaba dispuesto a tolerar una disminución de su poder absoluto.
El motivo inmediato del conflicto con Teodosio parece haber sido el hecho de
que Constante, quien en Pascua de 654 ya había coronado corregente a su hijo
mayor Constantino (IV). confirió también a sus dos hijos menores, Heraclio y
Tiberio, la dignidad imperial en el año 659 dejando de lado, una vez más, a su
hermano. El final sangriento de este conflicto provocó la mayor indignación
entre la población bizantina. El emperador se vio perseguido por el odio de la
población, que le llamaba nuevo Caín. Es posible que la extraña desavenencia
con sus súbditos hubiera pesado en la decisión de Constante de abandonar
Constantinopla, al mismo tiempo que diera a la salida del emperador hacia
Occidente el carácter de una ruptura con la vieja residencia.
Según las apariencias, Constante tuvo
intención de visitar los puntos clave del territorio imperial europeo. Primero
se paró en Tesalónica, después permaneció algún tiempo en Atenas, y no llegó a
Tarento hasta 663. Desde aquí emprendió la guerra contra los lombardos. En un
principio, se anotó diversas victorias; varias ciudades le abrieron sus puertas
sin resistencia, y procedió al asedio de Benevento. Sin embargo, ni los medios
militares ni financieros del emperador fueron suficientes para una guerra
prolongada, a pesar de la extorsión sin piedad sobre sus súbditos italianos, y
pronto Constante se vio obligado a levantar el sitio y a retirarse a Nápoles.
La tentativa de liberar Italia de los lombardos había, pues, fracasado, a pesar
de los éxitos iniciales.
Desde Nápoles, Constante se dirigió a
Roma. El soberano, responsable de la muerte del papa Martín, fue recibido por
el papa Vitaliano a la cabeza del clero romano, a
seis millas de las murallas y conducido solemnemente al interior de la vieja
capital que de su antigua grandeza sólo guardaba el recuerdo. Constante fue el
primer emperador en visitarla después de la caída del Imperio de Occidente, si
bien es verdad que su estancia en Roma no fue más que una visita. Sólo duró
doce días y se redujo a festejos y oficios religiosos. El 17 de julio de 663
Constante abandonó la Ciudad Eterna y pasó a Nápoles y Sicilia, lugar que había
que proteger contra los ataques de los árabes. Allí, en Siracusa, fijó su nueva
residencia. Incluso tuvo el proyecto de hacer venir a Sicilia a su familia, es
decir su mujer e hijos; pero Constantinopla se opuso a ello, donde,
comprensiblemente, el traslado de la residencia imperial a Occidente no
encontró ningún eco.
El emplazamiento de la nueva residencia
estaba bien elegido, porque en Sicilia—escogido también con anterioridad como
centro por el usurpador Olimpio—el emperador dominaba
un lugar clave entre el territorio italiano amenazado por los lombardos y el
Norte de África, expuesto a los ataques árabes. Hay poca información sobre la
actividad de Constante II en Siracusa. Sólo hay una cosa segura: que el
mantenimiento de la corte y del ejército imperial significaba una carga pesada
para el territorio occidental, y que pronto el tozudo despotismo del emperador también
apartó aquí a todos de su lado. Esto explica la catástrofe que puso fin a la
estancia de Constante en Siracusa. Una conjura surgió en su entorno más
próximo, y el 15 de septiembre de 668 fue asesinado en el baño por un ayuda de
cámara. Varios representantes de las grandes familias bizantinas y armenias
tomaron parte en el complot. También era armenio aquel comes obsequii Mezezio a quien el
ejército proclamó emperador después del asesinato de Constante. No obstante, la
rebelión fue sofocada a principios de 669 por las tropas del exarca de Rávena,
y en estas circunstancias, el papa Vitaliano apoyó la
acción del exarca fiel al emperador. El usurpador y varios de los principales
conspiradores fueron ejecutados. Los restos mortales del emperador fueron llevados
, a Constantinopla donde encontraron sepultura en la Iglesia de los Apóstoles.
3.
LA SALVACION DE CONSTANTINOPLA
Y LA PLASMACION DE LA REFORMA DE HERACLIO:
CONSTANTINO IV Y JUSTINIANO
II
Al morir Constante II, su joven hijo
Constantino IV (668-685) subió al trono de Constantinopla. Comenzaba uno de los
gobiernos más significativos para la historia bizantina y universal: el
gobierno que habría que aportar la decisión capital en la lucha bizantino-árabe.
Aún mientras Constante II se encontraba
en Occidente, Muawiya, después de solucionar los
conflictos interiores del califato, había reanudado las hostilidades contra el
Imperio Bizantino. En 663, los árabes volvieron a aparecer en Asia Menor, y
desde entonces sus incursiones se repitieron cada año. Las tierras fueron
devastadas y la población llevada en cautiverio; a veces los árabes avanzaron
hasta Calcedonia, y a menudo se quedaron invernando en territorio imperial. La
batalla decisiva, la lucha por Constantinopla y con ello por la existencia del
Imperio Bizantino tuvo lugar en el mar. El califa Muawiya volvió sobre su plan de conquista concebido cuando aún era gobernador de Siria,
y que había tenido que abandonar más de una década antes. Habiendo completado
la línea de las islas ocupadas con anterioridad: Chipre —Rodas—, Cos, con la
toma de Quíos, un general de Muawiya se apoderó en
670 de la península de Cyzico en las inmediaciones de
la capital bizantina. Con ello se había creado una base de operaciones segura
contra Constantinopla. Pero antes de ejecutar el gran golpe contra el centro
estatal bizantino, una unidad de la flota del califa ocupó Esmirna en 672,
mientras que otra atacó la costa cilicia.
En la primavera de 674 empezó la acción
principal: una poderosa escuadra apareció ante los muros de Constantinopla. Los
combates se sucedieron a lo largo de todo el verano, y en otoño la flota árabe
se retiró a Cyzico. Volvió a aparecer en la primavera
siguiente, para tener asediada nuevamente la capital bizantina durante todo el
verano; el mismo espectáculo se repitió en los años sucesivos. Sin embargo,
todos los esfuerzos de los árabes para tomar por asalto la fortaleza más
poderosa de aquel tiempo, quedaron sin resultado. Tuvieron que abandonar la
lucha y se fueron de las aguas bizantinas en 678, después de haber sufrido
importantes pérdidas en las batallas marítimas libradas ante los muros de
Constantinopla. Fue probablemente en aquella ocasión en la que se utilizó por
vez primera el famoso «fuego griego», y que a partir de entonces prestó extraordinarios
servicios a los bizantinos. Inventado por el arquitecto Calínico que había emigrado de Siria a Bizancio, el fuego griego era una materia
explosiva cuya preparación sólo conocían los bizantinos; con ayuda de los
llamados sifones, se lanzaba desde una gran distancia contra los barcos
enemigos provocando un fuerte incendio. Al retirarse, la flota árabe sufrió aún
mayores pérdidas en una tempestad que les alcanzó en la costa de Panfilia. Al
mismo tiempo, el ejército árabe fue también derrotado en Asia Menor. El viejo Muawiya se vio obligado a firmar un tratado de paz de 30
años con Bizancio. Se comprometió a pagar 3.000 piezas de oro anuales al emperador
y a enviarle 50 prisioneros y 50 caballos.
El fracaso de la gran ofensiva árabe
produjo una fuerte impresión incluso más allá de las fronteras del Imperio
Bizantino. El khagan de los avaros y los jefes de las
tribus eslavas en la Península Balcánica enviaron embajadores a Constantinopla
para rendir homenaje al emperador, solicitar su paz y su amistad y reconocer
los derechos de soberanía del Imperio Bizantino. Y se estableció una paz inalterada
tanto en Oriente como en Occidente», con estas palabras concluye Teófanes su
relato.
La importancia atribuida a la victoria
bizantina de 678 no podrá, realmente, nunca ser exagerada. Por vez primera se
puso coto al avance árabe. La invasión árabe que hasta entonces se había
propagado como una avalancha, sin encontrar obstáculo, recibió el primer revés
importante. En la gran defensiva de Europa contra la penetración árabe, la
victoria de Constantino IV representa un viraje decisivo de alcance universal,
igual que la victoria posterior de León III en 718 y la victoria de Poitiers
obtenida en 732 por Carlos Martel sobre los árabes, al otro lado del mundo de
entonces. De estas tres acciones victoriosas que salvaron a Europa de la
inmersión musulmana, la victoria de Constantino IV, además de ser la primera,
fue también la mayor. Sin duda, aquel asalto de los árabes a Constantinopla fue
el más masivo que jamás haya sufrido el mundo cristiano por parte árabe. Constantinopla
era el último dique que se oponía a la invasión árabe. El hecho de que este
dique hubiese aguantado, fue la salvación no sólo para el Imperio Bizantino,
sino también para toda la cultura europea.
Sin embargo, la irrupción del pueblo
turco de los búlgaros en la Península Balcánica puso al imperio ante nuevas
dificultades. El gran reino búlgaro o más bien onoguro-búlgaro,
con el que Bizancio había mantenido relaciones amistosas bajo Heraclio se había
disgregado, a mediados del siglo VII, bajo la presión de los jázaros en su avance hacia Occidente Mientras que una parte
de los búlgaros se sometió a los jázaros, varias
tribus búlgaras abandonaron sus hogares. Una horda bastante grande, bajo el
mando de Asparuk (el Isperik de la lista de soberanos paleo-búlgaros} se dirigió hacia el oeste y apareció
en la desembocadura del Danubio en los años setenta. Constantino IV comprendió
el peligro que significaba para el Estado bizantino la aparición de este pueblo
guerrero en la frontera septentrional del Imperio. Después de concluir la paz
con los árabes, no tardó en preparar una expedición contra los búlgaros, y en
680 ya estalló la guerra. Una importante escuadra cruzó el Mar Negro, bajo el
mando personal del emperador, y desembarcó al norte de la desembocadura del
Danubio, al mismo tiempo que la caballería bizantina, traída de Asia Menor a
través de Tracia, cruzaba el Danubio. Sin embargo, el terreno fangoso hizo muy
difícil las operaciones bélicas para los bizantinos, dando a los búlgaros la
posibilidad de esquivar cualquier encuentro serio con su enemigo superior en
fuerzas. El ejército bizantino agotó sus reservas sin éxito visible y emprendió
finalmente la retirada, al haber enfermado el emperador que tuvo que abandonar
a sus tropas. Cuando cruzaron el Danubio, fueron atacados por los búlgaros y
sufrieron grandes pérdidas. En su persecución, los búlgaros cruzaron el río e
invadieron el territorio de Varna, La expedición de
Constantino IV, destinada a evitar el desastre, sirvió así para precipitarlo y
no hizo más que facilitar al enemigo el paso decisivo.
La región en la que entraron los
búlgaros se encontraba ya ampliamente eslavizada; en ella habitaba la tribu de
los Severos más siete otras tribus eslavas. Estas fueron obligadas a pagar
tributó a los búlgaros y, aparentemente, se unieron a ellos para luchar contra los
bizantinos. En el territorio de la antigua provincia de Mesia, entre el Danubio
y la Cordillera balcánica, surgió un reino eslavo-búlgaro. Es así como la
irrupción de los búlgaros en la parte nordoriental de la Península Balcánica ocupada por los eslavos, aceleró el proceso de
configuración del Estado y llevó a la formación del primer reino eslavo del
sur. Es cierto que, en un principio, los búlgaros y los eslavos formaban dos
grupos étnicos distintos, y aún por algún tiempo las fuentes bizantinas los
distinguen claramente; pero poco a poco los búlgaros iban a ser asimilados por
completo por la masa eslava.
El emperador bizantino se vio obligado a
reconocer la situación creada mediante la firma de un tratado de paz e incluso
se comprometió a pagar anualmente «para la mayor deshonra del nombre romano un
tributo al joven reino búlgaro. Con ello había surgido, por vez primera y
dentro del antiguo territorio bizantino, un reino independiente reconocido por
Bizancio como tal. El hecho es de lo más significativo, aunque la pérdida real
sufrida por el Imperio a causa de la conquista búlgara no debe sobrestimarse,
ya que las tierras conquistadas habían escapado, de hecho, al poder bizantino
desde la inmigración eslava.
La evolución en Oriente puso al gobierno
bizantino ante la necesidad de un cambio en su política eclesiástica. Puesto
que era improbable el poder contar con la recuperación de las provincias orientales
caídas en manos de los árabes, parecía inútil seguir aferrado al monotelismo.
La política monotelita había demostrado que no era un instrumento válido de
conciliación con la población cristiana de Oriente; en Occidente y en Bizancio
mismo había llevado a funestas complicaciones. De acuerdo con Roma, Constantino
IV convocó un concilio en Constantinopla, que debiera poner punto final al
monotelismo. Este concilio, el sexto ecuménico de la Iglesia Cristiana, qué
alcanza el número particularmente alto de diez y ocho sesiones y que duró del 7
de noviembre de 680 al 16 de septiembre de 681, elevó a dogma la doctrina de
las dos energías y las dos voluntades, prohibida hasta entonces. El monotelismo
fue condenado y excomulgados los cabecillas del partido monotelita así como sus
antiguos campeones, entre ellos los patriarcas Sergio, Pirro y Ciro, y el papa
Honorio. El emperador participó activamente en las deliberaciones del concilio.
Asistió a las primeras y más importantes once sesiones y a la sesión de
clausura, que presidió y cuyas discusiones teológicas dirigió. Cuando en la
solemne clausura hubo puesto su firma debajo de las decisiones tomadas en el
concilio, fue aclamado por la asamblea como el conservador, e incluso como el
intérprete de la fe ortodoxa. «¡Muchos años al emperador! ¡Tú has expuesto la
esencia de las naturalezas de Cristo. Señor, protege la antorcha del universo!
¡Eterna memoria a Constantino, el nuevo Marciano! ¡Eterna memoria al nuevo
Justiniano! ¡Tú has dispersado a todos los heréticos!»
Poco después del concilio ecuménico
estalló un grave conflicto en el seno de la familia imperial, en el cual
parecía repetirse la sangrienta querella entre Constante II y su hermano
Teodosio. Igual que Constante II, Constantino IV anhelaba la soberanía absoluta
ilimitada, por lo que decidió privar de todos los derechos imperiales a sus
hermanos menores Heraclio y Tiberio, que habían sido coronados aún en vida de
su padre. Su acción chocó con una fuerte oposición tanto del senado como del
ejército, que permaneció fiel al régimen de gobierno en vigor dándole una
peculiar interpretación en un sentido cristiano místico. Se dice que las tropas
del thema de los Anatólicos expresaron su protesta contra la conducta del emperador con las siguientes
palabras: «Nosotros creemos en la trinidad; por consiguiente, queremos ver
coronados a tres (soberanos)». Sin embargo, Constantino no se dejó perturbar
por la oposición. Por de pronto, retiró a sus hermanos los títulos de soberano
que les correspondían, y a finales de 681 mandó cortar la nariz a los dos infelices
príncipes. Fueron ejecutados los representantes del thema de Anatolia que habían querido impedir al emperador que llevase a cabo su
propósito.
El golpe de Estado de Constantino IV
tuvo importantes consecuencias para el futuro desarrollo del derecho público.
Después de sangrientas disputas fraternales a través de varias generaciones, la
soberanía absoluta aparecía ahora sólidamente mantenida. Y esto significa el
progreso decisivo del principio del orden de sucesión monárquico que reserva el
derecho al trono para el hijo mayor del soberano. La institución del coemperador sigue conservando gran importancia como medio
de asegurar la sucesión, pero en el futuro, los coemperadores ya no participarán en el ejercicio de la soberanía mientras el emperador
principal sea mayor de edad y capaz de gobernar. Todo el poder está en manos
del emperador principal, del autocrator.
Constantino IV, cuyo reinado dejó
huellas profundas en la evolución de la historia política, tanto exterior como
interior del Imperio Bizantino, en la evolución de la historia eclesiástica al
igual que en la del Estado, sólo tenía 33 años cuando murió en septiembre de
685, después de 17 años de gobierno. El emperador muerto prematuramente, fue
sucedido en el trono por su hijo Justiniano II (685-95; 705-11). Igual que su
padre, apenas tenía 16 años de edad cuando se hizo cargo del gobierno. Pero le
faltaban la prudencia juiciosa y el equilibrio ponderado que caracterizan al
verdadero hombre de Estado. El ansia de poder, propio de todos los
representantes de la dinastía heracliana, se
manifestaba en él, como en Constante II, por medio de un despotismo agresivo
que no conocía ni trabas ni consideraciones. Por añadidura, llevaba un nombre
que comprometía, pero que al mismo tiempo encerraba una gran tentación. Con
ejemplo de Justiniano I ante sus ojos, plenamente poseído del sentimiento de su
sublime distinción imperial, el joven emperador, desprovisto de madurez y
equilibrio, se dejó arrastrar muchas veces por su ambición ardiente y su
insaciable afán de gloria. Su despotismo irrefrenable y su susceptibilidad le
arrastraron a menudo a cometer actos que le crearon una reputación nefasta
entre contemporáneos y sucesores, y que también hicieron pasar por alto a la
historiografía moderna la importancia de su gobierno. Sin embargo, Justiniano
II, como auténtico representante de la dinastía heracliana,
fue un soberano altamente cualificado y con gran clarividencia para las
exigencias del Estado.
Gracias a la victoria decisiva de Constantino
IV, la situación del Imperio en Oriente era favorable, mientras que, por el
contrario, el Califato parecía paralizado por conflictos internos desde la
muerte de Muawiya. Abd-al-Malik, que subió al trono
califal en el mismo año en que Justiniano II se encargó del gobierno en
Bizancio, quiso asegurar la situación mediante un nuevo tratado de paz con Bizancio.
El tratado aportaba importantes ventajas para el Imperio: no sólo fueron
aumentados los tributos a cuyo pago los árabes se habían comprometido con
Constantino IV, sino que también se convino en repartir los ingresos
procedentes de Chipre por un lado y de Armenia e Iberia por otro, entre ambos
contrayentes. Desde entonces y por varios siglos, Chipre fue un condominio de
las dos potencias, sin pertenecer ni a la una ni a la otra.
La tranquilidad en Oriente brindó a
Justiniano II la posibilidad de dirigirse hacia los Balcanes. Ya en 687/88
mandó trasladar tropas de caballería desde Asia Menor a Tracia para «someter a
búlgaros y slavinios», como dice Teófanes. A la
cabeza de este ejército, emprendió una gran campaña contra los eslavos el año
688/89. Después de un choque con los búlgaros avanzó en dirección a Tesalónica sometiendo
gran cantidad de eslavos. La marcha de esta campaña esclarece la situación
reinante entonces en los Balcanes: para llegar de Constantinopla a Tesalónica,
el emperador tuvo que abrirse camino a través de un territorio ocupado por los
eslavos, con fuertes contingentes militares reunidos especialmente para tal
fin. Fue considerado un gran éxito bélico la brecha que consiguió abrir hasta
Tesalónica. Celebró su victoria con una entrada solemne en la ciudad y
donaciones a la Iglesia de San Demetrio, patrono de Tesalónica. Justiniano
mandó trasladar los eslavos sometidos a Asia Menor y asentarlos en el thema de Opsikion en calidad de stratiotas. De esta manera se continuó, a escala mucho mayor,
la colonización de los eslavos en Asia Menor iniciada por Constante II. Según
las fuentes, las tribus eslavas asentadas ahora en Opsikion formaban una leva de unos 30.000 hombres. Una tal afluencia de nuevas fuerzas
significaba no sólo un aumento numérico considerable del ejército bizantino,
sino que seguramente contribuyó a la regeneración económica del territorio
devastado por invasiones enemigas.
El asentamiento de eslavos en Asia Menor
fue la más importante, pero no la única medida de política colonizadora en
aquella época. También se llamó a los mardaítas, un
rapaz pueblo cristiano que habitaba en la región del Amanos y que, habiendo prestado antaño un buen servicio a los bizantinos en su lucha
contra los árabes, había ido pasando, poco a poco, al servicio de aquéllos, a
que entrasen en territorio imperial para asentarse como marineros en el
Peloponeso, en la isla de Cefalonia, en la ciudad portuaria de Nicópolis, en el
Epiro y también en la región de Attalia; en Panfilia,
en la costa sur de Asia Menor. Finalmente, Justiniano II transplantó a los habitantes de Chipre a la región de Cyzico, que
había sufrido mucho durante el asedio de Constantinopla y que carecía sobre
todo de marinos experimentados.
El traslado de los chipriotas afectó
sensiblemente los intereses del Califato, y puesto que Justiniano II,
consciente de su superioridad, rechazó con menosprecio las objeciones del
califa, se produjo una confrontación bélica en 691/2. Pero las nuevas tropas
eslavas se pasaron al enemigo, lo que tuvo como consecuencia la grave derrota
de los bizantinos cerca de Sebastópolis, en Armenia (el
actual Sulu-saray), recayendo de nuevo bajo gobierno
califal la parte bizantina de Armenia. En cuanto a los tránsfugas, los árabes,
siguiendo el ejemplo bizantino, les asentaron en Siria y les utilizaron como
soldados en las futuras luchas contra Bizancio. Naturalmente no debe creerse el
relato de Teófanes, según el cual Justiniano II, en venganza, mandó exterminar
a todos los eslavos de Bitinia, como tampoco hay que tomar en serio la
afirmación de que la colonización con los mardaítas había significado un desmatelamiento inútil de la
frontera oriental bizantina, y que el traslado de los chipriotas había
fracasado por completo muriendo gran parte de ellos en el camino. Si de verdad
los chipriotas volvieron más adelante, como parece, a su patria, se encuentran,
no obstante, aún en el siglo X, eslavos en el thema Opsikion, y mardaítas tanto en el thema de los Cibyrreotas como
en Grecia, donde sus efectivos cotaban con 5.087 ó 4.087 hombres. Por consiguiente, la política colonizadora de Justiniano II
mostró sus frutos, y aunque resultase dura para los afectados, la medida
correspondía a una necesidad vital del Estado bizantino. Con el asentamiento de
los stratiotas en los themas bajo Heraclio, se había iniciado la regeneración del Imperio. Sus sucesores
continuaron la obra y dieron un fuerte impulso al proceso de rejuvenecimiento
trayendo, desde fuera, a estos colonos hacia las regiones inertes, asentándoles
en calidad de soldados o campesinos.
La plasmación de la constitución en themas esu no de los problemas
más vitales de la evolución bizantina en la Alta Edad Media. Aunque las obras
historiográficas bizantinas nunca profundicen en esta cuestión, se encuentran,
sin embargo, alusiones cada vez más frecuentes a los themas a partir de la segunda mitad del siglo VII, lo que demuestra que la
organización en themas iba generalizándose firmemente
en el Imperio Bizantino. Un documento de Justiniano II, fechado el 17 de
febrero de 687, menciona, aparte de los dos exarcas de Italia y África, los
cinco themas cuyos estrategas toman parte en las
sesiones del consejo imperial: el thema europeo de
Tracia y los themas asiáticos de Opsikión,
de los Anatólicos, de los Armeniacos así como el thema marítimo de los Caravisianos Mientras que los themas de Asia Menor remontan a la
época de Heraclio, el thema de Tracia fue fundado bajo Constantino IV, en defensa
contra los búlgaros. Bajo Justiniano II surgió entonces el thema de Hélade, en la Grecia central. Parece ser que Justiniano II creó también
ciertos elementos de una organización militar administrativa en la región de Strymon, asentando allí, una vez más, a stratiotas eslavos. La mayor parte de la Península Balcánica, sin embargo, permaneció
fuera de alcance del poder estatal bizantino, en manos de los búlgaros y de las
diversas tribus eslavas. La influencia de la antigua prefectura ilírica se
reducía, de hecho, a Tesalónica y sus alrededores. Sin que se hubiese
suspendido jamás de manera oficial, la prefectura ilírica se extinguió poco a
poco, y el prefecto del Ilírico se convirtió en prefecto de la ciudad de Tesalónica.
La ordenación en themas,
que evoluciona cada vez más en Asia Menor y que va extendiéndose a ciertas
regiones de la Península Balcánica, forma el marco en el cual se realiza la
regeneración del Imperio Bizantino. Con notoria constancia, el gobierno
bizantino se esforzó, a lo largo de un período de tiempo prolongado, en atraer
el mayor número posible de eslavos al territorio imperial para asentarlos como stratiotas y campesinos en los themas recién creados, para así aumentar los efectivos militares del Imperio y fortalecer
económicamente al país. La renovación interior que vive el Imperio Bizantino
desde el siglo VII consiste ante todo en el auge de una clase campesina fuerte
y en la formación del nuevo ejército stratiota, es
decir, el fortalecimiento del minifundio, ya que los stratiotas establecidos eran también propietarios de su pequeño terreno. Por regla
general, el hijo mayor era el que sucedía al stratiota en el ejercicio del servicio militar y que al mismo tiempo heredaba los bienes
militares ligados a la obligación de prestar servicio. Los demás descendientes
constituían un excedente de campesinos libres, a los cuales ofrecía un natural
campo de acción la abundancia de tierras baldías, pudiendo el campesino
igualmente acceder a la categoría de stratiota.
Campesinos libres y stratiotas pertenecen a una clase
determinada, y esta clase será ahora el principal apoyo del Imperio Bizantino.
El latifundio, que domina la imagen de
la época bizantina temprana, había sufrido un fuerte retroceso desde la crisis
de finales del siglo VI y principios del VII, y a continuación había sido gravemente
afectado por las invasiones enemigas. Es difícil imaginar que los antiguos
dominios territoriales pudieran haber sobrevivido masivamente tanto a las
ofensivas de los ávaros y eslavos como a las de los persas y luego de los
árabes. Según parece, los dominios se hunden realmente, y en su lugar aparecen
los minifundistas, es decir los campesinos libres que toman posesión de las
tierras baldías, y los stratiotas del nuevo ejército
correspondiente a cada thema.
Es así cómo se produce en el ámbito
bizantino una revolución que crea una nueva base para la estructura social del
Imperio, llevando el desarrollo hacia nuevos cauces. Frente a estos hechos, el
sistema urbano demuestra en Bizancio una gran estabilidad. A diferencia de
Occidente, la vida urbana no conoce ninguna interrupción en el ámbito
bizantino. Sin embargo, muchas ciudades, sobre todo en los Balcanes, fueron
destruidas por invasiones enemigas, de manera que en la mayor parte de la
Península Balcánica, que había escapado al poder bizantino, la vida urbana se
interrumpió por un tiempo prolongado. En cambio, en Asia Menor, que permaneció
bajo la soberanía bizantina, las ciudades siguen existiendo y su número no
registra un retroceso de consideración. Por muy poco que estemos informados
sobre la vida en las ciudades bizantinas, no cabe la menor duda de que muchas
ciudades bizantinas conservaron su importancia como centros comerciales e
industriales, y esto explica el hecho de que la economía monetaria conservase
el predominio en Bizancio. El sistema urbano es el elemento básico de
continuidad en el desarrollo bizantino, ya que asegura la supervivencia de la
forma de gobierno tradicional y el mantenimiento de la cultura antigua, tanto
espiritual como material.
Las nuevas condiciones en la aldea
bizantina se reflejan con particular claridad en la famosa Ley Agraria da una
imagen de la vida cotidiana del campesinado bizantino en la Alta Edad Media.
Puede parecer que el Nomos Georgikos estuviese
enfocado ante todo hacia los nuevos asentamientos que surgieron de la
colonización en las tierras abandonadas. Se tiene la impresión de que las
aldeas están situadas en zonas pobladas de bosques, ya que repetidas veces se
habla de la tala de tierras arboladas y la roturación de tierras baldías. Los
campesinos, cuya situación jurídica es regulada por esta ley, son propietarios
independientes. No están comprometidos con ningún señor, sino sólo con el
Estado, para el pago de impuestos. Su libertad no conoce trabas. Esto no
significa, por supuesto, que en esta época no existiese el siervo, pero sí que
el campesinado independiente formaba un amplio estrato y que entonces se
entendía por campesino sobre todo el propietario de tierras independiente.
Significativamente, la ley les llama dueños de sus bienes. No sólo poseen
tierras y animales, sino a veces incluso esclavos que en la agricultura
bizantina siguen jugando un papel considerable. La Ley Agraria concede especial
importancia al mantenimiento de la propiedad particular de cada uno.
No obstante, los habitantes de la aldea
forman una comunidad cuya configuración se manifiesta de múltiples maneras. Les
campos de cultivo, las viñas y los huertos son propiedad personal del campesino
o de la familia campesina, y a veces un bosque es también propiedad especial de
alguna persona individual. Sin embargo, la propiedad particular surge,
originariamente, de repartos de territorios pertenecientes a la comunidad
aldeana, y en caso de necesidad pueden efectuarse nuevos repartos adicionales.
Pero ciertas partes del territorio aldeano siguen siendo propiedad indivisible
de la comunidad. Los pastos se aprovechan en común, los rebaños del pueblo son
guardados por pastores pagados por la comunidad.
La autoridad estatal considera a la
comunidad aldeana como una unidad administrativa y fiscal. Los miembros de la
comunidad responden de la correcta recaudación de impuestos y deben responsabilizarse
del pago de los vecinos insolventes. En transformación del sistema romano
tardío de la epibolí que preveía la transferencia
forzosa de tierras baldías a propietarios de suelos productivos imponiéndoles
al mismo tiempo los impuestos correspondientes a los bienes adjudicados, se
recaudan ahora los impuestos para los solares baldíos de la vecindad que, por
consiguiente, tiene el derecho de sacar provecho de estas tierras. Este nuevo
régimen de responsabilidad solidaria para la entrada de los impuestos se
encuentra por vez primera en la Ley Agraria. El elemento principal es ahora la
transferencia del impuesto y ya no la transferencia de la tierra, que más bien
representa sólo una consecuencia natural de la transferencia del impuesto; el
propietario es aquel que paga el impuesto; este principio eminentemente
bizantino alcanza ahora su plena consagración.
Hacia finales del siglo VII, el sistema
de evaluación de los impuestos parece haber sufrido un cambio importante. Se
suprime la combinación del impuesto de capitación con el impuesto territorial
creado por Diocleciano con el sistema capitatio-iugatio,
existente aún durante los primeros años de gobierno de Justiniano II. Se grava
ahora el impuesto de capitación separado del territorial recayendo la primera
sin distinción sobre cualquier contribuyente. El gravamen del impuesto personal
ya no se encuentra ligado a la condición de una domiciliación rural estable.
Con ello desaparece una razón importante de sujeción del contribuyente a la
tierra que el Estado bizantino temprano tuvo que practicar sistemáticamente
para que, teniendo en cuenta el sistema contributivo, quedase asegurada la
entrada de impuestos en una época de escasez de mano de obra. El cambio del
sistema impositivo contribuyó, pues, a promocionar el campesinado libre.
Pero la propiedad territorial de la
Iglesia y de los monasterios se encuentra también en constante crecimiento y no
cesa de aumentar gracias a las donaciones de tierras hechas por parte de
devotos bizantinos de todos los estamentos. Este fenómeno, lo mismo que el
incesante crecimiento del monacato, es una expresión del creciente poder de la
Iglesia. El testimonio posterior del patriarca Juan de Antioquía, de finales
del siglo XI, por muy exagerado que parezca, puede darnos una idea aproximada
de la extraordinaria extensión alcanzada en aquella época por el monacato
bizantino. Este eminente representante del clero oriental y decidido defensor
de la inviolabilidad de la propiedad monacal afirma que la población del Imperio
Bizantino, antes de la explosión iconoclasta, se dividía en dos partes iguales:
monjes y laicos. El crecimiento del número de monasterios y de monjes estaba en
relación con el crecimiento de la propiedad monacal
Justiniano II era un príncipe muy
creyente. En las inscripciones numismáticas se atribuía el nombre de servus Cristi, y fue el primero entre los
emperadores bizantinos en grabar la efigie de Cristo en el reverso de las
monedas Durante su reinado se celebró un concilio (691/2), en el que se
completaron las decisiones dogmáticas de los dos concilios ecuménicos
anteriores, el quinto del año 553 y el sexto del año 680/1 con una amplia serie
de cánones, siendo por ello conocido con el nombre de Quinisextum,
que también es llamado Concilio Trulano por el lugar
donde se celebraban las sesiones: la sala cupular o sala «trullos» del palacio
imperial. Los 102 cánones del concilio regulan diversas cuestiones relativas a
la organización eclesiástica y al rito, dando especial importancia a la elevación
y consolidación dé la moral entre el pueblo y entre el clero. Al censurar
varios usos y costumbres, en parte por su origen pagano y en parte por razones
morales, nos ofrecen interesantes nociones sobre la vida popular de la época.
Nos hacen saber que se celebraban aún fiestas paganas antiguas, entre ellas la
fiesta de Brumalia, en la cual hombres y mujeres
disfrazados y enmascarados circulaban por las calles; que durante la vendimia
se cantaban canciones en honor de Dionysos, o que
cuando había luna nueva, se levantaban hogueras delante de las casas y los
jóvenes saltaban por encima. Tanto éstas como muchas otras costumbres procedentes
de épocas paganas se proscriben ahora; a los estudiantes de la Escuela Superior
de Constantinopla se les prohíbe, entre otras cosas, organizar representaciones
teatrales. Pero el mayor significado histórico del Quinisexto corresponde a aquellas decisiones que revelan las concepciones opuestas de las
dos iglesias, la oriental y la occidental, como p. ej., la admisión del
matrimonio de los sacerdotes o el rechazo expreso del ayuno sabático romano.
Así vuelven a aparecer contrastes entre Roma y Bizancio apenas se había llegado
a un acuerdo dogmático una década antes, en el Sexto Concilio ecuménico. Esta
vez ya no se trata de problemas doctrinales, sino más bien de cuestiones que
demuestran claramente la divergencia en la vida de ambos centros universales.
No resulta, pues, sorprendente que el
Papa rechazara las decisiones del Quinisexto.
Justiniano II creía poder acabar rápidamente con el conflicto, a ejemplo de su
abuelo. Envió un mandatario a Roma encargado de detener al Papa y traerle a
Constantinopla para presentarle ante el tribunal imperial. Sin embargo, la
situación había cambiado, la autoridad del emperador en Italia ya no era la
misma, y la posición del Papa se había consolidado. La milicia de Roma, y
especialmente la de Rávena, se opuso con tal énfasis a las pretensiones del
enviado imperial que éste tuvo que apelar a la generosidad del Papa para poder
salvar la vida. Fue una revancha por la humillación que el Papado había
sufrido, 40 años antes, por parte del emperador bizantino. La humillación de la
que ahora fue objeto el emperador quedó impune, ya que poco después Justiniano
II era destronado.
La política de la dinastía de Heraclio,
que hizo de la pequeña propiedad de los stratiotas y
de los campesinos libres el principal pilar del Imperio, no pudo ser del agrado
de la aristocracia bizantina. Bajo Justiniano II, la política gubernamental
tomó un cariz antiaristocrático muy acusado, y la
naturaleza brusca y provocativa del joven emperador que no retrocedía ante el
empleo de la fuerza, llevó la oposición a una situación extrema. Como
atestiguan fuentes bien informadas, el proceder de Justiniano amenazaba a la
aristocracia con ser totalmente aniquilada. Por otra parte, determinadas
medidas suyas no eran propicias para ganarse el favor de amplias capas
populares. Su política colonizadora, por mucho que correspondiera a las
necesidades del Estado, implicaba grandes sacrificios para los afectados, ya
que arrancaba a la gente de su tierra natal arrojándola a un entorno
desconocido y extraño. El gobierno de Justiniano II significó, además, una
carga financiera pesada para los súbditos, puesto que el emperador, queriendo
imitar a su gran homónimo, se dedicó con una pasión derrochadora a la
construcción monumental. La despiadada fiscalización llenó al pueblo de gran
amargura contra los funcionarios encargados del tesoro, contra el sacelarius Esteban y el logoteta Teodoro, que paecen haberse distinguido por una
rudeza y desconsideración poco comunes. A finales de 695 estalló la revuelta
contra el gobierno de Justiniano II, y el partido de los Azules elevó al trono
imperial a Leoncio, que había sido nombrado estratega del nuevo thema de Hélade. Mientras que los dos colaboradores
principales de Justiniano, el sacelario Esteban y el logoteta Teodoto, fueron víctimas
del furor de las masas; a Justiniano mismo se le cortó la nariz. El emperador
destronado fue enviado a Querson, donde el papa
Martín había agotado antaño sus días como exiliado.
4.
LA CAIDA DE LA DINASTIA
HERACLIANA
La revuelta de 695 rompió el equilibrio
de Bizancio. Con ella se inició una época de disturbios que habría de durar más
de 20 años. Este período de desorden interior puso al Imperio ante nuevos peligros
y le aportó nuevas y sensibles pérdidas. La primera pérdida importante fue la
de la costa norte de África. Los ataques de los árabes al exarcado de Cartago
habían cesado por algún tiempo, pero su caída sólo era cuestión de tiempo,
después de que Constante II hubiese fracasado en su plan de una defensa más
efectiva de los territorios imperiales de Occidente. En 697, los árabes
invadieron el África latina ocupando Cartago después de una rápida campaña
victoriosa. La flota bizantina enviada a toda prisa a África por el emperador
Leoncio (695-98) consiguió hacerse, una vez más, con la situación. No obstante,
cuando en la primavera siguiente llegaron refuerzos del ejército árabe por mar
y por tierra, los bizantinos tuvieron que retroceder ante la superioridad del
enemigo y entregarle el país. La consecuencia de esta derrota fue la rebelión
de la flota bizantina contra Leoncio, elevando a emperador a Apsimar, el drungario de
los Cibyrreotas. Probablemente gracias al apoyo de la
milicia urbana procedente de las filas de los Verdes, éste se apoderó con
facilidad de la capital y subió al trono imperial como Tiberio II (698-705). Es
significativo que después de que su predecesor hubiera sido proclamado por los
Azules, él lo fuera por los Verdes. El derrocado Leoncio fue encerrado en un
monasterio después de habérsele cortado la nariz, tal y como él había hecho con
Justiniano al derrocarle tres años antes.
El gobierno de Tiberio II no hizo ningún
intento de reconquistar el perdido exarcado de Cartago o al menos de oponerse
al futuro avance de los árabes en África. Los árabes, que en su marcha
posterior únicamente tuvieron que luchar contra las tribus moras, alcanzaron el
litoral oceánico ya en los primeros años del siglo VIII. Encontraron una
resistencia mayor sólo cerca de Septem (la actual
Ceuta, en la ruta a Gibraltar), el baluarte occidental del Imperio en la costa
africana. Después de haber caído la fortaleza en 711, los árabes tuvieron en
sus manos toda la costa norteafricana, iniciando al mismo tiempo la conquista
de España, donde aniquilaron en pocos años el dominio visigodo. Así penetraron
en Europa dando un rodeo por África, después de que las fuertes murallas de
Constantinopla les hubiesen obstaculizado el camino en Oriente.
No obstante, la dinastía heracliana volvería, una vez más, al poder, en la persona
de Justiniano II. Ni el exilio en el lejano Querson ni la cruel mutilación habían podido aplacar el espíritu inquieto de
Justiniano. No se había conformado con su destino, sino que pensaba en el
retorno y en la venganza. El cambio de 698 en el trono parece haberle animado
particularmente: su actitud se hizo cada vez más sospechosa, de manera que las
autoridades locales de Querson decidieron entregarle
al gobierno de Constantinopla. Advertido a tiempo, Justiniano huyó al reino jázaro donde fue recibido con honores por el khagan y se casó con la hermana de éste, que se convirtió
al cristianismo adoptando el nombre de Teodora, el de la esposa de Justiniano
I. En Constantinopla, el comportamiento de Justiniano despertaba cada vez mayor
inquietud; una delegación del emperador Tiberio se presentó en la corte jázara para exigir la extradición de Justiniano. Con el fin
de no turbar las buenas relaciones con Bizancio, el khagan decidió corresponder a la demanda del gobierno bizantino. Avisado a tiempo del
peligro eminente, Justiniano volvió a emprender la huida y, después de muchas
aventuras, llegó a la costa occidental del Mar Negro. Allí entró en contacto
con el khan de los búlgaros, Tervel,
y se aseguró su apoyo. En otoño de 705 apareció ante Constantinopla acompañado
de Tervel, a la cabeza de un considerable ejército
búlgaro-eslavo. Sin embargo, este ejército no pudo nada contra las murallas de
Constantinopla. Tres días pasaron sin resultado, y las pretensiones de
Justiniano al trono fueron contestadas con burla y sarcasmo. Entonces,
Justiniano se introdujo de noche en Constantinopla, con algunos atrevidos compañeros,
a través de un tubo del acueducto. La ciudad, sorprendida, fue presa de pánico,
Tiberio huyó dejando el campo libre a su audaz rival. Justiniano, que al
parecer no sólo tenía enemigos en Constantinopla sino también adictos, pudo ocupar
el palacio de Blaquerna y subió al trono de sus
padres por segunda vez, después de diez años de exilio ricos en aventuras.
Durante seis años (705-11) gobernó
entonces en la ciudad a orillas del Bósforo el emperador «de la nariz cortada»,
el «rhinotmeta», que había pasado por alto la cruel
mutilación y la descalificación simbolizada por ella. Su ansia de poder
demostró la ineficacia de este tipo de descalificaciones aplicado tantas veces
en el siglo VII; en el futuro, ésta ya no se volvió a aplicar a pretendientes
al trono o a emperadores destronados. Justiniano compartió el trono con su
esposa Teodora que fue traída desde el reino jázaro a
Constantinopla después del golpe feliz, trayendo consigo un hijo que había
nacido mientras tanto. Este recibió el nombre de Tiberio y fue elevado a coemperador.
Extraordinaria fue tanto la recompensa
cosechada por los amigos y aliados de Justiniano como la venganza que alcanzó a
sus enemigos. Se reanudaron las tributaciones a los búlgaros, a las que el
Imperio se había comprometido bajo Constantino IV. Como distinción especia], el khan de los búlgaros Tervel recibió el título de César que, si bien había perdido su antiguo significado seguía
siendo el título honorífico bizantino más elevado después de la dignidad
imperial. Por primera vez, un príncipe extranjero obtuvo este glorioso título
que no confería ninguna participación en el poder imperial a su portador, pero
sí una participación en los honores imperiales. Antes de que Tervel se retirase a su país colmado de magníficos regalos,
recibió el homenaje del pueblo bizantino en su calidad de César y sentado en un
trono al lado del emperador En cambio, Tiberio Apsimar,
capturado en su huida y Leoncio, destronado y mutilado siete años antes, fueron
insultados públicamente y luego ejecutados. Varios altos oficiales fueron
colgados de las murallas de Constantinopla. Como castigo por haber coronado a
Leoncio, se le sacaron los ojos al patriarca Calínico.
Pero éstas fueron sólo las primeras víctimas del terror sistemático instaurado para
terminar con todos los enemigos del emperador. En esta segunda etapa de
gobierno, Justiniano se merece plenamente la fama de tirano sangriento
atribuida a su persona por sus contemporáneos y sucesores. Poseído por una
furia vengativa insaciable, olvidó en su ceguera sus deberes más urgentes para
con el Estado, desatendió la guerra con los enemigos del Imperio y consumió
todas sus fuerzas en la pugna agotadora con sus enemigos internos.
Los árabes se beneficiaron de esta
situación. En el año 709 asediaron Tiana, una de las fortalezas más importantes
de la región fronteriza con Capadocia. El ejército bizantino que les hizo
frente era insuficiente y mal llevado, ya que los hombres mejor capacitados
habían sido víctimas del terror. Fue derrotado, a consecuencia de lo cual
Tiana, agotada por el asedio prolongado y privada de toda esperanza, se rindió
al enemigo. Los árabes no parecen haber encontrado la menor oposición durante
sus incursiones a Cilicia en 710 y 711 y pudieron ocupar varias fortalezas. Un
pequeño destacamento árabe se atrevió a avanzar hasta Crisópolis.
Mientras tanto el emperador, no
satisfecho de las ejecuciones masivas en Bizancio, mandó emprender una
expedición de castigo contra Rávena, en venganza por la actitud hostil que los ravenenses habían adoptado contra él a lo largo de su
primer gobierno. La ciudad tuvo que soportar un salvaje saqueo, sus ciudadanos
más distinguidos fueron encadenados y llevados a Constantinopla para ser ejecutados
allí, mientras que a su obispo le fueron sacados los ojos. Pero el conflicto
con Roma referente a las decisiones del Quinisexto fue resuelto de manera pacífica: a finales del año 710, el Papa Constantino I,
invitado por el emperador, se trasladó a Constantinopla donde fue recibido con
los máximos honores.
Aun viendo cómo en Rávena estallaba una
rebelión a finales de 710 y principios de 711 pese a la expedición de castigo
de 709, Justiniano envió una expedición similar contra Querson,
el lugar de su exilio de antaño. Allí el ajuste de cuentas fue todavía más
cruel que en Rávena, pero le costó la cabeza a Justiniano. La revuelta cundió
primero entre la población de Querson, luego también entre
el ejército y la flota imperiales, cuyos jefes tenían que soportar la venganza
del receloso soberano cada vez que ocurría algún fracaso. La rebelión estaba
apoyada por los jázaros que, entretanto, habían
extendido su dominio a la Península de Crimea. El armenio Bardanes fue proclamado emperador, y cuando llegó a Constantinopla con un destacamento
de la flota, la ciudad le abrió sus puertas. No quedaba nadie que defendiera a
Justiniano. El emperador derrocado encontró la muerte a mano de uno de sus
oficiales. Su cabeza fue enviada a Roma y a Rávena donde fue exhibida. También
fue asesinado su pequeño hijo y sucesor Tiberio. Así fue cómo la gloriosa
dinastía de Heraclio se hundió en sangre y terror.
Había sido la primera dinastía, en el
sentido propio de la palabra, una dinastía cuyos representantes gobernaron el
Imperio a lo largo de cinco generaciones, un siglo entero. Una galería de
hombres, en los que se apareja una auténtica grandeza política con una particular
hipertensión enfermiza, desfila ante nosotros cuando contemplamos la historia
de esta genial estirpe: el gran Heraclio que renueva el Imperio, que encabeza
su ejército en la Guerra Santa celebrando victorias legendarias sobre el
poderoso Imperio Persa, pero que a continuación, agotado y exhausto, contempla
pasivamente el avance de los árabes y acaba su vida en una profunda turbación
mental; Constante II, hijo de un tísico sin energía que sube al trono imperial
siendo un niño sumergido en recuerdos de conflictos familiares sangrientos, que
resulta ser un cabezota impetuoso y que es víctima de una idea grandiosa pero
irreal; Constantino IV, el vencedor heroico de los árabes que, después de su
bisabuelo, merece más que nadie el título de Salvador del Imperio, un gran
general y hombre de Estado, que muere a la temprana edad de 33 años; Justiniano
II, un soberano excepcionalmente dotado, que contribuyó como ningún otro a la
consolidación de la nueva organización estatal, pero que se fraguó un destino
trágico y causó la caída de la dinastía por culpa de su despotismo irrefrenable,
su impaciencia y su crueldad francamente morbosa.
La época creadora de la dinastía heracliana tocó a su fin con el primer gobierno de
Justiniano II. El espacio de tiempo transcurrido entre la toma del poder de
Heraclio y la primera caída de Justiniano comprende la más dura lucha por la
existencia jamás soportada por el Estado bizantino, y la mayor transformación
interna vivida por él. Vencedor, sobre persas y avaros, Bizancio tuvo que ceder
grandes y ricos territorios a los árabes. Sin embargo, pudo conservar sus provincias
centrales al precio de duros combates, cerrando así a los musulmanes el camino
a Europa y asegurándose a sí mismo la existencia como potencia de primer orden.
La extensión del imperio se encuentra muy mermada, pero Bizancio, dentro de sus
nuevos límites territoriales, se presenta consolidado y fortalecido en su
interior. Profundas reformas internas y la afluencia de nuevas fuerzas desde el
exterior inyectaron nueva vida al envejecido Estado bajo-romano. El Imperio
recibió una administración militar rígida y homogénea así como una nueva
organización del ejército que se basaba en las fuerzas de los stratiotas asentados en la tierra; surge un campesinado
fuerte y libre que cultiva nuevas tierras y constituye, como contribuyente, el
apoyo más seguro del Tesoro público. Sobre las bases creadas por el siglo VII
descansa desde entonces el poder del Estado bizantino. Gracias a su renovación
bajo la dinastía heracliana, Bizancio es capaz de
mantener la lucha defensiva contra árabes y búlgaros para pasar finalmente a
una ofensiva decisiva y victoriosa en Asia y en la Península Balcánica.
Tan rica como es esta época en luchas
heroicas, tan pobres lo es en creatividad cultural. Porque con la muerte de la
vieja clase aristocrática desaparece también la cultura representada por ella,
y al esplendor y la riqueza de la literatura y el arte en la época de Justiniano
sigue un período de esterilidad cultural a partir del siglo VII. Este hecho
confiere a aquella época una apariencia sombría, ya que se apodera de Bizancio
un embrutecimiento oriental de las costumbres. Las manifestaciones artísticas
son escasa, la literatura profana y la ciencia enmudecen. La teología,
estimulada por nuevas querellas doctrinales, lleva la voz cantante. La Iglesia
adquiere un peso cada vez mayor. La vida bizantina recibe un matiz
místico-ascético. Los mismos emperadores son místicos: Heraclio, el «Libertador
de la Tierra Santa», Constantino, la «Antorcha de la Ortodoxia», Justiniano, el
«Servidor de Cristo».
El Imperio Romano Universal pertenece ahora al pasado. Mientras en Occidente se configuran los reinos germánicos, Bizancio se convierte en un Imperio helénico medieval, por mucho que se aferre al concepto romano de Estado y a sus tradiciones. Cultura y lengua griegas, que en Oriente vencen por fin al romanismo artificial de la época de transición bizantino-temprana, imprimen a este Imperio un sello propio y señalan un nuevo rumbo a su evolución.
HISTORIA DEL ESTADO BIZANTINO . CAPITULO III . LA ERA DE LA CRISIS ICONOCLASTA (711-843)------------------------------------------------- |