Cristo Raul.org |
BIOGRAFIA DE LEONARDO DE VINCI |
Miguel Cortés ArreseLA
FLORENCIA DE LOS MEDICIS
La
constitución comunal de Florencia había tomado sus bases de los Ordinamenti di giustízia de 1293, tras una larga serie de luchas intensivas En ella quedaban excluidos
del ejercicio de los derechos políticos todos aquellos que no figuraban inscritos
en las asociaciones corporativas: los
nobles por un lado y buena parte de los asalariados por otra. Hombres de
empresa, comerciantes y artesanos, al adquirir conciencia de su propia fuerza,
habían logrado organizarse políticamente con éxito, y ganar la partida a los
poderosos señores feudales de su entorno —que
se irán instalando poco a poco en la ciudad— y a los trabajadores, particularmente tras su derrota en la revuelta de los Ciompi de 1378.
Tras
la finalización de la rebelión, el poder se centraliza. Por un lado hay órganos
nuevos que vienen a reforzar el gobierno —la
constitución de una Bailía en 1393, compuesta por 10 miembros con plenos
poderes, de los que sólo dos pertenecían a las artes menores—;
por otro, gran número de familias se hacen solidarias del mismo para asegurar
su continuidad. El gran peligro exterior que constituía la política agresiva de
Gian Galeazzo Visconti, rendiría un gran servicio también al mantenimiento
de la empresa oligárquica. Así las cosas, con la desaparición casi total de la gran oposición de los partidos, el juego de las
clientelas era lo que inevitablemente debía sustituirlos.
Con
el cambio de siglo, aun sin programa definido y sin organización capilar, la
clase dirigente florentina constituye un grupo solidario, muy consciente
de sus intereses. Pese a la diversidad de sus orígenes, todos aquellos que
rigen la ciudad toscana pertenecen a un mismo conjunto social. Los lazos con
la tierra no pueden constituir ya un criterio válido para establecer
distinciones en el interior de este conjunto. Los burgueses florentinos
provenían muy a menudo de los campos que rodeaban a la ciudad; todos amaban
profundamente la tierra y desde mediados del siglo xiv se instalan
definitivamente en ella por el placer de habitarla y explotarla.
En
cuanto a la nobleza feudal, todo parece indicar que se encuentra cada vez más
a gusto en el interior de las murallas de la ciudad, toma parte activa en los
negocios y une de manera cada vez más estrecha a sus hijos con los de la
burguesía. Y mientras los burgueses sufren la presión envolvente de
determinados valores culturales, en los que los nobles se habían inspirado con
anterioridad—genealogías, títulos de caballero... —, los nobles se convierten al valor del dinero. La clase dirigente
que resulte de este proceso, retendrá sólidamente el poder a lo largo de todo
el siglo XV.
La
desigualdad en la distribución de la riqueza se fue haciendo patente en
Florencia, dado que el capital se iba concentrando en pocas manos. Por ello, el
poder político queda confinado a la suprema oligarquía, centrada alrededor de
los Albizzi —miembros de la lana y grandes
terratenientes— y los Strozzi —los
más poderosos banqueros de Florencia—, que acaparaban todo el poder político en
sus manos o lo ejercían a través de sus miembros integrantes, intentando
evitar a toda costa el auge de cualquier fuerza política extraña a su reducido
círculo.
Al
mismo tiempo, el gobierno oligárquico encaminaba a la República ciudadana por
la vía del Estado territorial. En estos años, el territorio florentino adquirió
una extensión que no había tenido nunca. En 1351, sus dominios se extendían más
allá de Prato, hasta Pistoia, sin superar los límites de San Gemignano y el valle de Elsa. La toma de San Miniato data de 1364, y la adquisición
de Arezzo, de 1384. Sin embargo, las conquistas de mayor entidad se llevarán a
cabo en el siglo siguiente: Pisa en 1406, Cortona en 1411 y Livorno en 1421. Con su expansión hacia el mar Tirreno, la República conseguía no
sólo duplicar la extensión de sus territorios, sino sobre todo obtener al fin
un acceso independiente de salida al mar en busca de su más importante
objetivo: la apertura de nuevas rutas comerciales. Las clases medias altas,
victoriosas dentro y fuera del país, demostraban su orgullo en todos
los sentidos, considerándose en la cumbre del poder.
En
el terreno de las ideas, los portavoces de esta clase dirigente fueron, en un
principio, los mismos grandes mercaderes y hombres de negocios —Villani, Morelli. .. pero más tarde y a ritmo creciente lo
fueron los intelectuales profesionales, esto es, los humanistas que dependían
de ellos.
El
humanismo era un movimiento literario e intelectual, cuyo principal objetivo era el
estudio e imitación de la literatura clásica. Como tal, no tenía contactos
inmediatos con la vida política. Pero dado que los studia humanítatís trataban de historia antigua,
filosofía moral y retórica, también podían utilizarse con fines políticos.
Fue
la Cancillería —Salutati fue Canciller desde 1375— la que puso a los humanistas en estrecho contacto con los problemas políticos y
el círculo dirigente de Florencia. Desde allí, y a la vez que descubrían el
pathos republicano y libertador de ciertos autores latinos, fueron capaces de
elaborar una teoría coherente de acuerdo con las necesidades del momento.
Durante la guerra con el Papado, en 1375-78, y, sobre todo, durante los duros
enfrentamientos con Gian Galeazzo Visconti que vinieron a continuación, Salutati formuló; en numerosas cartas y manifiestos, una
imagen persuasiva de Florencia como bastión de la libertad contra la opresión
despótica.
La
idea en sí no era nueva, pero el uso de la retórica clásica y a historia
antigua le daba nuevo rigor, y de su eficacia nos habla el hecho de que el
propio Visconti manifestase temer más a las invectivas
de Salutati que a un destacamento florentino de
caballería. A su muerte, en 1406, fue honrado con exequias oficiales, en el curso de las cuales fue coronado con el laurel poético,
doble ceremonia que significaba los dos aspectos, íntimamente relacionados, de
su vida como hombre público y hombre de letras.
Leonardo
Bruni, que fue Canciller entre 1427 y 1444, dio un paso más al abogar por una
vida activa y por la participación de los ciudadanos en los negocios públicos.
Su mundo intelectual era la expresión
ideológica más clara de la potencialidad de la República florentina,
apareciendo notablementeinfluido por el estoicismo
romano. Y esto no es de extrañar, dado que su filosofía, con sus ideales de
humanidad, de teórica igualdad de los hombres y de lo que ello implica en
política, es el fruto de los días de auge de la alta clase romana, es decir,
de la última época de la república y del absolutismo ilustrado de los primeros
emperadores romanos.
En
la época de Bruni, la corriente racionalista más antigua del estoicismo romano
transmitida por Cicerón, con su elogio de la constitución de la república
romana, su exaltación de los deberes del ciudadano, su defensa de la
participación activa en la vida política y su oportunista valoración
de las ventajas exteriores, particularmente de la riqueza, fue la
que más influencia ejerció.
Al
fallecer Bruni en 1444, le sucedió Cario Marsuppini,
que antes había enseñado poesía en la universidad. A su muerte, en 1453, asumió
el cargo de Canciller el más famoso humanista italiano de la época, Poggio Bracciolini. Poggio continuó la
tradición iniciada por Bruni y escribió una historia
de la ciudad; pero ya no alaba la virtud republicana; su tema central es la
lucha con los Visconti, que terminó finalmente gracias a Cosme de Médicis.
Salutati fue maestro y guía de una
generación de florentinos en tos studia humanitatis, y el grupo de amigos que reunió a su
alrededor comprendía jóvenes patricios como Niccoló Niccoli y profesionales como Bruni o Poggio. Heredero
intelectual de Petrarca reunió una notable biblioteca de textos clásicos: que
guardaba celosamente, y fue el principal responsable de la resurrección de los
estudios griegos en Florencia.
Las
clases del bizantino Manuel Crisoloras comenzaron en
marzo de 1397, y enseguida se hicieron populares, de modo que llenaban el aula
de su cátedra discípulos procedentes de todas partes de Italia. Y aunque las que
impartió en Florencia sólo duraron tres años, ello fue suficiente para
establecer el estudio del griego sobre una base permanente,
de modo que un helenista como Bruni, al ocuparse
de las traducciones de Aristóteles, alcanzó un reconocimiento
europeo que le acompañaría hasta más allá de su muerte.
Los
textos elegidos para las traducciones rara vez correspondían
a obras puramente literarias. Como los traductores medievales, sus sucesores
renacentistas solían escoger aquellos textos que podían promover alguna rama
definida del saber. Exceptuando a Homero, la poesía se dejó a un lado; las
versiones de Teócrito, por Filético, y de Hesíodo por Niccoló della Valle, fueron casos excepcionales, y hasta
fines del Quattrocento, no apareció la primera traducción humanista de la
Poética de Aristóteles.
La
recuperación del griego vino acompañada de la restauración del latín, y fue
durante la primera mitad del siglo cuando se descubrieron más textos olvidados.
Las cartas de Cicerón y de Plin o el Joven, las historias de Tácito y los
poemas de Propercio y Tíbulo,
ya habían aparecido durante el siglo XV. Pero en el siguiente, Poggio Bracciolini descubrió, él solo, entre 1415 y 1417, un
número considerable de discursos de Cicerón, la Épica de Valerio Flacco, el poema de Lucrecio, la Silvae de Estacio y los Comentarios de Asconio a los
discursos de Cicerón, así como un Quintiliano completo, y más tarde halló Coena Trimalchionis de Petronio
en Inglaterra, y la obra de Frontino sobre los acueductos romanos en Monte Cassino.
Poggio
no escatimó fatigas ni gastos para explorar aquellos conventos extranjeros en
los que barruntaba la existencia de autores antiguos. Y no le importaba
recurrir al hurto, cuando lo consideraba necesario. En carta a Ambrogio Traversari, cuenta sus negociaciones con un fraile
para la sustracción de un Amiano y un Tito Livio descubiertos por
él en la biblioteca de un monasterio de Hersfeld. Y
en alguna ocasión, su tarea estuvo acompañada de notables decepciones, como
cuando apareció en la corte de Martín V un danés hablando de un Tito Livio completo
que se guardaba en un convento cisterciense, cerca de Roskilde.
El
viajero señalaba expresamente haber visto el manuscrito y describía, con cierta minuciosidad, los caracteres en que estaba escrito. A
instancias de Poggio, el cardenal Orsini envió un
mensajero especial para ver aquel precioso manuscrito —que habría sido el verdadero ave fénix de los latinistas de entonces— mientras Cosme de Médicis, deseoso de llevarse la codiciada presa, ponía a trabajar con el mismo fin a sus agentes en Lubeck. Pero todos los esfuerzos resultaron vanos. No
había tal Tito Livio y el danés quedó como un impostor.
Parece
oportuno mencionar también a alguno de sus colaboradores, entre ellos a
Nicolás de Tréveris, que en 1429 envió a Roma la copia más completa de Plauto
que existe. Asimismo debe ser citado Bartolommeo de Montepulciano, que permaneció en Constanza, donde Poggio
había localizado el Quintiliano, y descubrió allí los escritos perdidos de Vegecio y Pompeyo Festo. Uno de los momentos culminantes
de esta afanosa búsqueda sería cuando, en 1425, Gherardo Landriani localizó en la catedral de Lodi los
tratados retóricos del gran Cicerón.
La
contribución de las viejas letras a los intereses de la clase dirigente supuso,
en consecuencia, un debate muy vivo, que se refería tanto a la autenticidad
de los textos como a la calidad del estilo y de pensamiento de cada autor.
También se trataba del grado de confianza que se le debía conceder,
revocando, con todo ello, los valores que la cultura oficial tradicional había
rechazado o relegado al margen de sus horizontes particulares. El patrimonio
clásico, por el prestigio de su antigüedad y la autoridad ya adquirida por
alguno de sus autores, por el comedimiento
y el equilibrio de sus ideales, más aún que por el esplendor de su forma literaria,
ofrecía la base del reconocimiento moral tan codiciado por los burgueses
e1riquecidos.
En
su conjunto, el Humanismo constituyó un fenómeno de gran envergadura, siendo
la primera vez que se oponía un frente sólido al monopolio eclesiástico. Haber
sabido exhumar de un pasado muy lejano el ritmo fiel de un lenguaje olvidado
y, a través de ese lenguaje, haber sabido reelaborar en su
delicada disposición todo un mecanismo de sentimientos, de aspiraciones y de
ideas, constituía una obra considerable. Era, en realidad, el abordaje a una
nueva fase de civilización. El carácter deliberado y casi voluntario de tal
construcción humanista, hace de ella algo mucho más profundo que un simple
volver a empezar y, pese a las apariencias, que una imitación. Pero un retorno
tan vigoroso y colectivo a los clásicos hubiera sido una empresa inconcebible
sin el sostén y el llamamiento de todo un medio socialmente estructurado que
así lo deseaba.
De
esta forma cabe entender la disposición de cierto número de florentinos
acomodados —Palla Strozzi, Roberto Rossi, Niccoló da Uzzano...— preocupados por recoger manuscritos al objeto de constituir
bibliotecas. En una época en que los manuscritos de autores antiguos eran
raros, coleccionar libros constituía un importante aspecto de los estudios
humanistas. La famosa biblioteca de Niccoló Niccoli contenía más de 800 volúmenes, cuando en el siglo
anterior, Petrarca o Boccaccio nunca pasaron
de los 200.
En
su testamento, Niccoli dispuso que a su muerte — 1437—
su colección debería ser puesta al alcance del público. La herencia de Niccoli estaba cargada de deudas, así que Cosme de Médicis
las canceló todas, obteniendo a cambio de ello el derecho
a disponer de aquella valiosa colección de libros. Destinó 400 a la biblioteca
del convento de San Marcos, y distribuyó los restantes entre su propia
biblioteca y las de sus amigos.
Estos
ciudadanos ilustres procurarán también que la nueva cultura sea consagrada en
el plano universitario, solicitando humanistas célebres, como el joven Francisco Filelfo (1398-1481) para que vayan a enseñar a Florencia. Y
la llegada, después de 1439, del sabio griego Pletón (1355-1452) contribuyó, de manera notable, a un mejor conocimiento del
pensamiento de Platón y Aristóteles, pues reanimó la polémica entre sus
partidarios, tomando él una posición decidida en favor del primero. El debate
tendría consecuencias decisivas para el futuro, ya que tras la fase aproximativa
aristotélica de las primeras décadas de siglo, el prestigio de Platón se irá
consolidando y cuando se afirme oficialmente, se habrá dado una nueva vuelta
de tuerca en la marcha de la cultura florentina.
A
la vista de los datos expuestos, puede deducirse que el Humanismo se imponía
en Florencia, gracias al impulso de una clase dirigente, en condiciones ya de
argumentar con sus propios valores. Claro que no sin obstáculos, pues de
Dominici a Savonarola, habrá en Florencia y fuera de
ella, toda una serie de predicadores que dirigirán sus iras
contra esa nueva cultura. Sin embargo, la tónica dominante será la contraria,
y las nuevas realizaciones florentinas en el campo de la arquitectura o de la
pintura, no tardarían mucho en dar pruebas de la madurez aludida.
La generación de 1420Lo
que caracteriza, en primer lugar. al nuevo giro que toman las artes en
Florencia es la sincronía con que se efectúa. Brunelleschi, Donatello o Masaccio son contemporáneos en el sentido más estricto, incluso
a pesar de que el último nace en 1401 en San Giovanni Valdarno y desaparece antes que los demás en Roma en 1428. No se trata de una coincidencia
fortuita, puesto que hay constancia de la colaboración profunda entre Masaccio y Brunelleschi en los años decisivos de la
creación del pintor, a partir de 1425, así como de la influencia de Donatello.
Todos ellos, y otros que les secundaron, fueron capaces de articular un nuevo
lenguaje a partir de las propuestas derivadas de la recuperación de lo antiguo,
el carácter de los temas llevados a cabo y el significado de la
visión en perspectiva, entre otros factores, dando lugar a un código figurativo
que se presenta como una alternativa sólida frente al sistema plástico
preexistente.
En
el caso que nos ocupa, el proceso de recuperación de lo antiguo se verificó inicialmente, más que a través de una ambiciosa copia literal de los modelos
clásicos, como una cita de carácter emotivo. Los intentos de renovación no
surgieron en relación con un movimiento cultural y arqueológico que facilitará
un conocimiento preciso de los modelos del mundo clásico. Solamente a partir
de Alberti se emprendió el estudio sistemático de las obras y textos antiguos.
La recuperación de los viejos valores fue, pues, en un primer
momento, la conciencia de una época que proyectaba, a través de este fenómeno,
su afirmación de historicidad.
Los
modelos se entendieron, principalmente, como citas de autoridad en detalles
aislados y no en composiciones completas. En este sentido, puede
apreciarse cómo en los relieves presentados al concurso de 1401, para su
Isaac, Ghiberti se inspira en el torso de Pérgamo, mientras que Brunelleschi
introduce una cita del Espinarlo del Capitolio. En el sepulcro de Hilaría del
Carreta (1406-1407) Jacoppo della Quercia introduce putti con guirnaldas y en las segundas puertas del Baptisterio florentino (1425-1452), Ghiberti
se inspira en figuras y pormenores de la Columna Trajana.
Heredero
de la tradición tecnológica prehumanística, Filippo
Brunelleschi (1377-1446) se coloca en posición de primer plano en la vida
ciudadana, con ocasión del concurso para la cúpula de Santa María de las
Flores, promovido por el Arte de la Lana. Con su victoria en el concurso de
1418, Brunelleschi señala una elección definitiva para la política cultural
florentina.
La
catedral había sido iniciada más de un siglo antes por un maestro como Arnolfo, y
desarrollada y adaptada a nuevas situaciones en el Trecento por Giotto. Ahora, a comienzos del Quattrocento, con unas condiciones sociales
y políticas diferentes, se trataba de decidir, entre completar simplemente
la obra iniciada siguiendo el proyecto gótico de Arnolfo,
reinterpretarla asumiéndola como premisa, o bien abandonar el antiguo proyecto
y hacer algo completamente nuevo, moderno. Brunelleschi escoge la última
solución: no se atendrá al modelo ni se adaptará a la moda, sino que construirá
una forma llena de significado actual sobre el fundamento histórico de la
edificación arnolfiana. Al ser la catedral el
edificio más representativo de la ciudad, los resultados de la obra de
Brunelleschi —que le ocuparía durante casi toda su vida— tendrían un efecto decisivo sobre el futuro.
En
Santa María de las Flores, al dar una solución tecnológicamente nueva al
problema de las cimbras de la cúpula, de manera que toda la cubierta resulta
autoportante en todas las fases de realización, introduciendo el aparejo mural
en espina de pez, Brunelleschi racionaliza la técnica, rompe la continuidad de
la organización colectiva del taller tradicional y hace emerger impetuosamente
el tema de la moderna división social del trabajo.
Por
otro lado, la cúpula no se limita a concluir un edificio de otra
época, sino que lo redefine, lo adapta, transforma su significación. Arnolfo
había concebido la catedral, a fines del siglo XIII, como un cuerpo
longitudinal de tres naves que desembocaban en una tribuna octogonal con ábsides
en cada lado. Había buscado, por tanto, el contraste entre la recta de las naves y la imprevista expansión
radial del espacio. Brunelleschi se propone transformar en proporcional el
edificio en sentido dimensional.
Con
el amplio cuerpo de la cúpula coordina y concluye los espacios radiales del coro,
mientras que con el perfil ojival equilibra en altura el espacio longitudinal
de la nave y con la convergencia de las nervaduras, define la forma de la cúpula;
ésta ya no pesa sobre el edificio, sino que aparece libre e hinchada en el
aire, con la tensión elástica de los resaltes del muro,
tensos entre las nervaduras corno la tela entre las varillas de un paraguas. La
cúpula, por lo demás, venía a romper de manera radical con los presupuestos
tradicionales. La invención brunelleschiana, que
reúne, equilibra y anula todas las fuerzas del edificio, es, claramente, la antítesis
de la gótica multiplicación de las fuerzas hacia arriba con las numerosas y
esbeltas agujas libres en el espacio.
Y
además de determinar internamente el sentido espacial del edificio, altera
externamente la imagen de la ciudad. La gran cúpula, midiéndose con las
dimensiones paisajísticas, incidiendo en la visión de Florencia de modo diverso
según las múltiples posiciones perspectivas, afirmándose perentoriamente como
lugar urbano primario con sus ocho paños y las
nervaduras que precisan su consistencia geométrica, es el símbolo de un nuevo
valor cívico. Alberti, considerándola
capaz de cubrir con su sombra a todos los pueblos toscanos entendería
adecuadamente su significado específico.
Este
planteamiento es el mismo que encontramos en los escenarios urbanos de las
composiciones de Masaccio en los frescos de la capilla Brancacci de la iglesia
del Carmine de Florencia. La monumentalidad de las
figuras, con su recuperación del clasicismo, confiere al escenario un nuevo sentido, cuyo
significado se halla en correspondencia con la concepción de Brunelleschi de la
relación del edificio con la ciudad. Y al final de su carrera, la
ciudad florentina será aquélla en la que la cúpula
de Santa María de las Flores, las orgánicas estructuras de sus dos basílicas.
de la rotonda de Los Ángeles, de la capilla Pazzi, las ajustadas ampliaciones
de los palacios Busini y de la Parte Güelfa, o la muralla antigua del Palacio Pitti situado en el límite
del tejido ciudadano, emitan un nuevo código de comportamiento. una nueva y
dialéctica racionalidad en la configuración del ambiente de los asuntos
humanos.
El
acceso de Brunelleschi a la idea de recuperación de lo antiguo se produjo a
través de un largo proceso de actividad práctica. Alberti, en cambio, partiendo
de supuestos teóricos, será quien, eliminando todo vestigio de goticismo,
establezca críticamente y desde presupuestos científicos, la reflexión
humanista del mito de la Antigüedad. Con León Battista Alberti (1404-14 72) se
racionaliza la nueva cultura arquitectónica, cuyas proposiciones se
habían basado hasta entonces en supuestos más intuitivos que científicos. Buena
prueba de ello es el diseño para la fachada de la iglesia gótica de Santa María
Novella, donde elabora el tema a partir de los principios de Vitrubio de la
composición modular, asumiendo como módulo compositivo el cuadrado.
Más
completo es el planteamiento en la iglesia de San Sebastián de Mantua (1460),
un cuadrado, con pronaos y tres ábsides. La planta está elaborada
sobre módulo de 20 metros; tres módulos constituyen la nave principal; la
altura de la cornisa es también de 20 metros; 1/2 módulo determina la anchura
de las capillas mayores y 1/3 de módulo su profundidad.
La
composición modular también afecta a San Andrés de Mantua (1470) y aquí, al
igual que en la anterior, la búsqueda del artista se dirige a la coordinación
de los volúmenes y los espacios vacíos, es decir, a la definición de la unidad
plástica de la forma arquitectónica.
Con
Alberti se produce una reflexión crítica del modelo propuesto por la Antigüedad.
Lo que se produce es la racionalización de un legado cultural y la propuesta de
un nuevo ideal de clasicismo. Su lectura de Vitrubio comporta este
planteamiento crítico al tiempo que surge un cuerpo doctrinal y teórico, con
una articulación ideológica inexistente en la obra del tratadista romano. Para
Alberti, la arquitectura representa una concepción del espacio, pero
representa, al mismo tiempo, a las grandes ideas históricas que han determinado
las diferentes concepciones del espacio. Para él, el edificio ideal es el
monumento, como forma plástica unitaria expresiva de valores ideológicos e
históricos. Sus experiencias se corresponden con las investigaciones
en torno a un nuevo ideal de clasicismo de Piero della Francesca
o Andrea del Castagno, quienes logran elaborar, desde
nuevos presupuestos, una sintaxis que supera la idea de la imitatio,
y se configura por sí misma, como modelo de un sistema regular.
El
descubrimiento del sistema de perspectiva en Florencia, en los primeros años
del siglo XV, considerada como una recuperación de lo antiguo —y
por ello integrada en el ámbito de la cultura humanista— no fue sólo la creación de un nuevo código sin relación con lo
preexistente, sino sin dependencia con respecto a los códigos
figurativos de la Antigüedad. Este sistema surge como el instrumento que hace
posible la representación de la naturaleza y el desarrollo de la idea
tridimensional del espacio. Con ella se rompe con el sistema aperspectivo medieval y la concepción del espacio como referencia trascendente y
simbólica.
En
el sistema figurativo tridimensional, todo se refiere a un punto externo al
cuadro: es la visión de la naturaleza desde un punto, en el que nuestra visión
justifica su valor y su existencia. De este modo, el espacio surge como un
fenómeno conmensurable reducido a principios regulares, lo que supone una
relación de dimensiones, de medidas, de distancias y escalas, de todas las cosas
de las que el hombre es su medida y referencia. A través de la perspectiva, se
destaca el valor del individuo frente al mundo, al margen de las
consideraciones providencialistas de la Historia y de cualquier planteamiento
simbólico de la imagen y del espacio.
Una nueva estéticaEl
desarrollo inicial de este método de representación no surgió de la formulación
matemática de sus principios contenidos en un tratado, sino de la verificación
práctica de una reflexión teórica. Antonio Manetti,
en su Vita di Filippo di Ser Brunnellesco, señala que
la primera corresponde a Brunelleschi, codificándose posteriormente en los
escritos de Alberti. El Baptisterio y Plaza del Duomo y la Plaza de la Signaría
de Florencia, hoy perdidas, constituyen la primera realización práctica del
problema de acuerdo con una construcción geométrica correcta. La proyección
perspectiva de La Trinidad de Masaccio, donde se sabe
intervino Brunelleschi, se nos revela como un testimonio en este sentido.
Sorprendentemente,
el primer ejemplo conservado —hacia 1416— corresponde no a un cuadro, sino a
un relieve, el del zócalo bajo el nicho de San Jorge, en Orsanmichele,
que representa la lucha del santo con el dragón. En esta obra de Donatello, se
observa una dualidad de métodos en el sentido de que las investigaciones
matemáticas se combinan con las experiencias empíricas. La arquería, situada a
la derecha de la composición, así como en las arquitecturas que aparecen en
igual sitio en El tributo de Masaccio, se articulan
de acuerdo con el nuevo método perspectivo. Pero el problema del
escalonamiento de planos se ha resuelto de una manera empírca,
es decir, reduciendo un tercio la distancia entre cada uno de ellos y no
utilizando la diagonal de control.
Alberti admite que en aquel momento era habitual la errónea costumbre
de restringir toda franja del pavimento— es decir, toda horizontal paralela al plano de la composición—en
un tercio con respecto a la precedente, en lugar de aplicar la construcción
legítima, o sea, de tirar la diagonal de control. Esto quiere decir que si los cuadrados el en losado están dibujados exactamente en su contracción,
la diagonal debe estar formada por una línea continua y no quebrada, que cruza
diversos cudrados. • . ;
Masaccio, al que Vasari señala como
iniciador del nuevo sistema en la pintura, explicita, a la altura de 1425, en
compañía de Masolino y en los frescos de la capilla Brancacci, el estado de la cuestión sobre el tema. En el
gran fresco rectangular de La Resurrección de Tabila,
el punto de fuga se encuentra directamente junto al gorro del petimetre de la
derecha, mientras ambos petimetres establecen formalmente la conexión entre las
dos escenas de los Hechos de los Apóstoles, el despertar de Tabila y la curación del lisiado. La horizontal que pasa por
el punto de fuga da la atura de los ojos de los personajes. El hecho de que los
dos apóstoles de la escena de la izquierda
queden por debajo de esta horizontal se debe a que inclinan hacia el paralítico.
Los dos jóvenes elegantes, en el centro, no llegan a la horizontal por no ser aún hombres
maduros.
Lógicamente
también, las dos señoras ancianas sentadas a la izquierda, en el fondo, sobre
el basamento del edificio, quedan por debajo de la línea: pero si por
casualidad se levantasen, la línea pasaría por sus ojos. Mientras todas las
figuras tienen la cabeza a la misma altura, los puntos donde apoyan sus pies
se encuentran tanto más altos cuanto más profunda es su colocación. Pero precisamente.
como en el relieve de Donatello, todas las distancias en profundidad aún no
están construidas según el ángulo de distancias, sino que están determinadas a ojo. De este modo se puede tener
la impresión de que las arcadas de la galería se caen hacia atrás.
Hay
que precisar, en cualquier caso, que las investigaciones y la práctica
artística sobre el nuevo sistema de representación, se extendió también a otros campos. Así, Brunelleschi en la
cúpula de Santa María de las Flores ensaya un esquema de perspectiva
centralizada y figurativamente transcrita en el exterior de la misma: la
alternancia cromática entre el rojo del tejado y el mármol blanco de los
nervios de la cúpula subraya esta idea
gráfica de la representación figurativa y estructural del edificio. La
linterna, por su parte, cumple una función de tracción, de punto del que derivan los
distintos rayos visuales de una imaginación gráfica del edificio.
En
las puertas del Paraíso del Baptisterio de Florencia, Ghiberti entró en competición
con la pintura, y con ayuda de las enseñanzas de Donatello creó lo que después
se conoció con el nombre de relieve pictórico. Y en muchos de los relieves
vidriados de Lucca cella Robbia se llega a una síntesis de procedimientos; el
decaimiento de su taller vendría como consecuencia de la debilidad de sus propuestas,
una escala de colores rica y esfumada ante el empuje de las pinturas de
altar, acordes con el nuevo sistema.
Alberti
será en 1435 quien en su tratado De pintura —traducido al italiano el
año siguiente— codifique de forma sistemática las experiencias anteriores y
formule una teoría de efectos duraderos que tendría su práctica expresa en
artistas como Piero della Francesca, que había
conocido a Alberti en Rímini. En La Flagelación, de 1455, y de acuerdo con su
formación de matemático, diseñó el emplazamiento arquitectónico con tal
exactitud, que es posible reconstruir el plano del terreno y situar sobre él
las figuras con precisión.
¿Qué
consecuencias tuvo la implantación de la perspectiva? Esta apareció como un
sistema único que suponía la reducción a la unidad de todos los modos posibles
de la visión. Se trataba de una representación racional del espacio, pero de
un espacio pensado como dimensión de la relación y, por tanto, de la acción humana. Era, en
fin, la relación del hombre con el mundo. De su éxito nos habla el que
permaneciese durante siglos como la base de la pintura occidental.
A
la vez que se consolidaba el sistema descrito, los temas
elegidos por mecenas y artistas giraron, cada vez más, en torno a un mundo
centrado en el hombre, sobre sus intereses vividos. Su marco será exclusivamente
urbano: la naturaleza y los paisajes dejarán de ser objeto principal de la
pintura de esta época. La figura humana y los grupos se extienden por los
frescos y las telas, donde el artista da rienda suelta a su alegría de
representarlos en todas las actitudes, con los sentimientos más diversos y los
más justos matices de color.
El
retrato, que en el siglo precedente se había manifestado de manera discreta,
invade ahora la escena, ocupándola en ocasiones de manera ostentosa. El retrato
se desarrolla asociado al mito del valor de la individualidad, una condición en
relación con el poder, la riqueza y la cultura. El Retrato de joven —1425-1428— atribuido a Masaccio, y que se conserva en el
Gardner Museum de Boston, es la primera
representación del individuo que inaugura en Italia
el género del retrato pintado y el punto de partida de una magnífica serie
producida en Florencia. Y aunque el retrato tuvo un carácter laico, no renunció
a una nueva relación con lo sagrado, de lo que es buena muestra la presencia
del donante en una dirección que culminará en los frescos de los Tuornabuoni; realizados por Ghirlandaio.
El
mito del valor de la individualidad aparecerá igualmente asociado al monumento
o a la tumba, siendo buen ejemplo de ello el recinto destinado
a acoger los restos de Leonardo Bruni. A su muerte, fue enterrado en Santa
Croce y su magnífico sepulcro, obra de Rossellino —1445—permitió
perpetuar su memoria; lo profano, sólo mitigado por la presencia de la Virgen
y el Niño en el tímpano, se apodera de todo el conjunto, y en especial del túmulo
funerario, en el que dos figuras aladas portan una cartela que dice así:
Desde que Leonardo no está entre los vivos, la Historia se lamenta y la Elocuencia
está muda y dice que las Musas, griegas y latinas, no han podido retener sus
lágrimas. Leonardo lleva entre sus manos su Historia de Florencia, está
coronado con el laurel y cuatro águilas imperiales —como
lo hicieran en las exequias con su féretro—elevan
su efigie.
Los
temas religiosos seguirían siendo los más favorecidos, pero la atmósfera que
les rodea cambia completamente su carácter. Basta fijarse, por ejemplo, en la
Trinidad, pintada por Masaccio para la iglesia de
Santa María Novella; los personajes aparecen definidos por la nobleza de la
actitud, la grave caída de los paños a la antigua y los signos de una
experiencia madura en los rostros pensativos y el espacio en que se enmarcan es
verdadero, absoluto, histórico —es decir, antiguo y actual— como el dogma
representado: y este espacio es, para Massacio, el
espacio perspectivo de la arquitectura de Brunelleschi.
La
Trinidad de Masaccio resume adecuadamente las
soluciones que los artistas habían dado a las peticiones que la nueva clase
dirigente florentina les había hecho y estaba interesada en conocer: la naturaleza,
lugar de la vida y fuente de la materia del trabajo humano, claramente
diseccionada mediante la invención del sistema de la perspectiva; la historia,
que da cuenta de los movimientos y de las consecuencias de la acción, perfilada
mediante el descubrimiento del pasado; el hombre, como sujeto del conocimiento
y de la acción. El cambio en la cúpula dirigente florentina orientaría a los artistas
por otros derroteros.
Establecidos
en Florencia desde el siglo XIII, inscritos sucesivamente en el Arte di Calimala y posteriormente en el Arte di Cambio, los
Médicis entraron en el Consejo General en 1261. Uno de ellos, Ardingo, llegó incluso a ser prior en 1291 y gonfaloniero
eh 1296.
El ascenso de los MédicisLa
familia fundó, ya en el siglo XIV, factorías tanto en Italia —Génova,
Treviso— como en Francia —Nimes, Gascuña— y gracias a una hábil política, evitó la quiebra de la que fueron víctimas, a
mediados de siglo, las más poderosas compañías florentinas: Bardi, Peruzzi.
La crisis les hizo más cautos y les llevó a adquirir numerosos bienes raíces en
el Mugello —su región de origen—,
uniéndose a partir de 1360 a las familias dominantes que ejercían el poder:
Alberti, Strozzi, Ricci y Albizzi.
Y la discreción de su fortuna e influencia así como la división en ramas
rivales —una de ellas, la de Silvestre, había apoyado a los asalariados
en la revuelta de los Ciompi—,
les permitió mejorar sus posiciones, de modo que Giovanni di Bicci era nombrado gonfaloniero en 1421 y caballero con
espuela de oro el mismo año y a la vez que Rinaldo degli Albii, su gran rival en la década siguiente.
De
su poder nos habla el hecho de que en 1427, su fortuna personal fuera estimada,
de acuerdo con el catastro, en 180.000 florines, siendo sólo superada por la
de Palla Strozzi y que en 1429, a su muerte,
asistiesen a sus funerales los representantes de las potencias europeas.
Exequias éstas que fueron presididas por sus dos hijos: Cosme el Viejo —1389-1464— y Lorenzo; el primero, representante por excelencia de lo que se entendía como
una gran familia de negocios florentina, y el segundo, de la dinastía ducal de
Toscana durante los siglos XVI, XVII y XVIII.
Los
errores de Rinaldo permitieron a Cosme el acceso al poder, pero no era empresa
fácil el mantenerlo en una ciudad como Florencia, así que se ocupó activamente
en esta tarea. Empezó expulsando de la ciudad a sus principales enemigos políticos,
a algunos de los cuales, como los Albizzi, condujo a la
ruina; los Peruzzi, Strozzi, Frescobaldi y Ricasoli les acompañaron en el exilio. Gianozzo Manetti, por su parte,
fue anulado de una manera relativamente insólita: el Fisco le acorraló de tal
manera que sus obligaciones alcanzaron la enorme cifra de 135.000 florines de
oro, conduciéndole a la miseria y obligándole a vivir de la caridad pública en
el exilio.
Al
mismo tiempo, casó con Contessina di Bardi y obligó a
que su hijo Pedro y su sobrino Piertrancesco se
casasen con Lucrecia Tornabuoni y Laudemia Acciainoli, respectivamente; de este modo, se aseguró
la cooperación de una importante fracción de la alta burguesía florentina,
posición que consolidó al conceder su confianza a Lucca Pitti y a Tomasso Soderini. Su inteligencia
política le llevaría, por lo demás, a admitir en sus filas a los antiguos
adversarios, siempre y cuando se doblegasen a las exigencias
del nuevo régimen.
Las
gentes de su tiempo le recuerdan como un hombre sobrio y sencillo en sus
hábitos de vida, que se recreaba en la compañía de los hombres de letras. Prefería
en todo la realidad a la ostentación del poder y la riqueza. Era la
suprema autoridad de Florencia y parecía vivir en la rutina
de su despacho bancario de la Vía Larga, no ejerciendo sino excepcionalmente
magistraturas oficiales. Otros se encargaban de ejecutar los planos trazados
por él. Apoyándose en una eficaz policía política, los Otto di Guardia, y
confiando a un consejo de acopladores, nombrados por cinco
años y con plenos poderes, la tarea de hacer salir de las urnas sólo los
nombres de sus candidatos a las magistraturas, fue transformando la república
florentina en un principado, en cuyo seno controlaba la totalidad de los
poderes por mediación de amigos interpuestos.
Y
al objeto de borrar a la oposición constitucional, propició en 1444 la
anulación del voto, la instauración de una Bailía, dotada con plenos poderes
y dominada por sus partidarios, y la admonición de 245 ciudadanos que fueron
privados de sus derechos políticos. En 1458, tras preparar un golpe de Estado
en compañía de Lucca Pitti, anunció al pueblo que se había descubierto una
conjura: la muchedumbre aprobó entonces la creación de un nuevo
Consejo de 100 miembros, particularmente vinculados a los Médicis. Provisto de
numerosos poderes legislativos, sobre todo en cuestiones financieras y
administrativas, este Consejo se convirtió pronto en el eje principal del
funcionamiento del Estado, mientras las viejas asambleas comunales, sin llegar
a ser totalmente suprimidas, eran privadas de toda su importancia.
Su
habilidad política se demostró igualmente en el diseño de una nueva política
exterior para la ciudad, que culminaría en el Acuerdo de Lodi —1454—,
por el que Cosme se convertía en el árbitro del complejo entramado italiano.
No es de extrañar pues, que para la decoración de los muros de su capilla
privada, por medio de su hijo Pedro, escogiese un tema dirigido a la mayor
gloria de los Médicis. Se trata de un cortejo cuyo tema principal tiene como
motivo a los Reyes Magos, pero que lleva implícita una indudable alusión
a un éxito político suyo: la transferencia ce Ferrara a Florencia en el
Concilio de la Unión de las Iglesias, en 1439.
Para
ello, Gozzoli ideó una larga y rutilante cabalgata a lo largo de tres de las
cuatro paredes de la capilla, recreando un paisaje entre fantástico y
cartográfico que acoge a cientos de figurantes. Los protagonistas de la acción
están representados por personalidades de la época: los tres Reyes Magos
presentan los rasgos del emperador Juan Paleólogo, del Patriarca de
Constantinopla y, por un anacronismo consciente, los del joven Lorenzo de
Médicis. Tras él, a caballo, de perfil y con un birrete rojo, Pedro el Gotoso.
A su lado, Juan, segundo hijo de Cosme; finalmente, montado en una mula y con
hábito oscuro, el propio Cosme.
El
cortejo, a pie y a caballo, muestra también los rasgos de alguno de los hombres
de Estado de la época: Galeazzo María Sforza, Segismundo Pandelfo Malatesta... y de humanistas amigos de la familia. Se trata, sin duda, de una
brillante manifestación del poder de los Médicis —su blasón: bezantes de oro, plumas y eslabones, abunda por doquier—,
que no dudaron en usurpar un tema bíblico al objeto de manifestar su
supremacía, realzada por la presencia de oros y tonalidades preciosas.
Cosme
de Médicis había recibido una sólida educación y, aunque no poseía grandes
conocimientos de griego, su mentalidad estaba abierta a las novedades que se
iban introduciendo en la cultura florentina. Coleccionaba manuscritos, gemas,
monedas e inscripciones, y dedicaba a esta tarea notables recursos. Pintores y
escultores, eruditos y copistas, encontraron en él generosa protección. Era un
mecenas de gusto delicado, pero como no nos ha llegado su inventario, no podemos
precisar todas las obras que atesoraba en su palacio.
Se
sabe, en este sentido, que encargó a Paolo Uccello las tres pinturas que
representan la victoriosa batalla de San Romano—una de las cuales permanece
todavía en los Uffizi— y se sabe también que en el
patio del palacio se encontraba el David en bronce de
Donatello, hoy en el Bargello, y en la parte trasera
del jardín podía apreciarse el mármol blanco de Marsyas atado
a un árbol. Estas obras y otras que encargó a Alesso Baldovinettí o Filippo Lippi, nos lo presentan como un personaje
en el que los afanes intelectuales y estéticos se combinaron con los
sentimientos religiosos y las razones de prestigio social, para convertirlo
en el máximo mecenas florentino de su generación.
Cosme
contribuyó a definir la fisonomía monumental de Florencia, continuando en unos
casos las obras iniciadas por su padre y propiciando otras nuevas. Entre las
primeras cabe citar el conjunto de San Lorenzo, donde su progenitor había
prometido levantar la sacristía, la conocida hoy como Sacristía Vieja —1420-29—,
uno de los ejemplos más claros del rigor, equilibrio y simplicidad que
impregnan las obras de Brunelleschi. De planta cuadrada, con absidiolo al
fondo, también cuadrado, cubierta por una cúpula semiesférica, su pureza
volumétrica se complementa con la cromática de sus blancos muros resaltados por
la pietra serena de las arquerías, pilastras,
cornisas, ventanas o puertas. El arte de Donatello en los bronces de las
puertas, acabó de completar una de las joyas del primer Renacimiento. Este
magnífico escultor —1386-1466—, al buscar sus fuentes en el pictoricismo tardo-antiguo, hará que en sus figuras de apóstoles y mártires de 1440-43
apunten ya elementos de ruptura con el primer clasicismo.
La
iglesia, por su parte, convertida en recinto parroquial de los Médicis, fue
encargada también a Brunelleschi, aunque sería terminada por Antonio Manetti hacia 1470. Su
realización supondría la creación de un nuevo tipo de recinto, ajeno
por completo a los modelos góticos, revelándose como un ejemplo más de la
preocupación del arquitecto por el espacio.
Consciente
de que buena parte de su riqueza había sido mal adquirida, Cosme pidió al papa
Eugenio IV que le indicase cómo debía restituirla. El pontífice le aconsejó
que restaurase el convento de San Marcos, tarea que inició su arquitecto Michelozzo—1396-1472— en 1437, atendiendo al propósito de reflejar en las severas proporciones
arquitectónicas la vida serena y el riguroso hábito de estudio de la orden
dominicana de Predicadores, a quien iba destinado el convento, Las
transformaciones sufridas por la iglesia en el período barroco, hacen que hoy
en día lo más notable sea el claustro y, sobre todo, la biblioteca de tres
naves —la después famosa Biblioteca Marciana— que Cosme dotó
adecuadamente.
Cosme
empleó también 40.000 florines en el convento decorado en buena medida por Fra Angélico, a quien se deben los frescos de las celdas y
el retablo de San Marcos, pintado para el altar mayor y dedicado a los santos
Cosme y Damián. Terminado con motivo de la consagración de la iglesia en 1443,
de su magnificencia nos habla el hecho de que se trate del más grandioso retablo del siglo XV: desde El Tributo, de Masaccio, no se había visto una reunión
de personajes tan ordenada y medida en torno al centro realzado del trono con
la Virgen y el Niño.
Deseoso
de contar con un recinto que reflejase adecuadamente su poder, encargó a Michelozzo en 1444 el palacio de la Via Larga, el Palazzo Médici-Ricardi que se erige todavía
hoy amenazante sobre el caserío urbano. Siguiendo la planta habitual en la
Florencia medieval, cuatro alas, que forman un bloque macizo hacia el exterior,
rodean un patio cuadrado.
El
edificio resultante atrae por el matiz delicado de sus rasgos rústicos, las
bien proporcionadas ventanas, la cornisa inspirada en lo antiguo, que aparece
aquí por primera vez y, finalmente, la espléndida decoración del cortile.
En
su interior, las escaleras, derechas y de doble rampa, ascienden como en un
estrecho tubo y están hábilmente orientadas hacia el eje transversal sin
pretender alcanzar valor artístico. El palacio se mantiene fiel a la usanza
medieval de construirse con bóvedas solamente las habitaciones de la planta
baja destinadas a oficinas y almacenes, mientras que las de las
plantas superiores están provistas de armaduras en madera, incorporando techos
en artesonado con ornamentos dorados y preciosas entalladuras. Las grandes
salas están vueltas hacia la calle, pero no la pequeña capilla, que renuncia
intencionadamente a ello para acrecentar, con la luz tenue de las velas, el
efecto del altar y de las pinturas. En el ángulo sudoeste de la planta baja,
finalmente, se encontraba la galería de la familia, que sería modificada en
1517.
Partiendo
de la idea expresada por Michelozzo y perfeccionada
por Alberti y Bernardo Rosellino, que durante estos
años —1446-1455— construían el palacio Rucellai, se
formalizó la idea de palacio a la toscana que se difundiría por toda Italia: el
palacio de la Cancillería de Roma y el Piccolomini de Piacenza, son dos de los mejores ejemplos.
En
Florencia, Lucca Pitti, que había deseado que su palacio sobrepasase al de sus
rivales los Médicis, logró que Fancelli—a
partir de la idea de Brunelleschi— articulase en 1558 un recinto de dimensiones
fuera de lo común. La altura de la construcción original es de 38 metros,
mientras que su anchura es de 59. El edificio tiene un estilo rústico en todas
las plantas y los sillares, especialmente en el zócalo, revisten dimensiones
hasta entonces desconocidas en Florencia, llegando en ocasiones a los 8,50 metros
de longitud.
En
la siguiente generación, el palacio
Gondi y, sobre todo, el palacio Strozzi, cuya traza
de 1489 es obra de Giuliano de Sangallo, se presentan
como los últimos de los grandes palacios del Quattrocento. Tanto en planta, en
torno a un patio rectangular, como en alzado, es de una gran regularidad, pero
la ordenación de la fachada donde domina
el gusto por las transiciones ralentizadas y casi difuminadas —el relieve almohadillado no disminuye por pisos, sino de manera gradual— revela un cambio de tendencia en el ideario
estético de las grandes familias florentinas. Todos ellos, sin embargo,
afirmándose magníficamente sobre el conjunto urbano, pregonaban su riqueza y
prestigio.
Durante
estos años, particularmente tras la finalización de las guerras de Cosme —1454—,
la ciudad disfrutó de una notable prosperidad económica. Las crónicas de Benedicto Dei, escritas
en el año 72, enumeran con orgullo las iglesias y palacios donde, a lo largo
de varias generaciones, se había acumulado el patrimonio artístico más importante
de Italia. Así detalla cómo junto a los 83 talleres que se dedicaban al arte
de la seda, existían 96 especializados en la elaboración artística de la
madera y 54 de la piedra.
La
actividad constructora era muy intensa, y eran numerosos los arquitectos que
trabajaban no sólo en Florencia sino en otras partes de Italia —Giulianno de Sangallo, Giulianno y Benedicto de Maiano—.
Ello permite mantener la antigua primacía de la ciudad, pero cada vez es menos
capaz de renovar su disposición urbanística. El espíritu conservador de los
Médicis pesaba fuertemente sobre la organización territorial de la ciudad, que
se consideraba fijada de una vez por todas.
La
época estuvo caracterizada, sobre todo, por el afán de concluir las grandes
obras de la primera mitad del siglo. Así ocurrió con la capilla Pazzi, que había sido
encargada por Andrea Pazzi en 1429 a Brunelleschi, con el propósito de que fuese
sala capitular y capilla de su propia familia. Seguía el modelo de la
sacristía Vieja de San Lorenzo, y a Brunelleschi se debe el interior, mientras
que el famoso atrio o nártex fue seguramente exigido por Giuliano
de Maiano en 1460. Lo mismo sucedió en la capilla Brancacci. encargada a Masolino y Masaccio en 1424, inconclusa tras el destierro de
Felipe Brancacci y terminada por Filippino Lippi en la segunda mitad del siglo.
A
los grandes valores de Masaccio, a su poderosa
construcción de masas, al papel de la historia como elemento de autoridad, Lippi opone una contrapartida cronista, llena de
anotaciones agudas, que nos revela cómo las grandes teorías de principios de
siglo habían entrado en crisis. En este sentido, resulta significativa la
trayectoria seguida por buena parte de las obras que Brunelleschi dejó inconclusas
a su muerte en 1446. Estas se completaron mucho más tarde, con alteraciones
más o menos graves, y a menudo entre vivas polémicas. Entre 1481 y 1486 se
discute la fachada del Spirito Santo
y la colocación de las puertas, y en 1490 se abre un concurso para la fachada
de Santa María de las Flores, sin que se legue a adoptar una solución
definitiva.
Cosme
fue comparado con Augusto y también lo fue con Mecenas, ya que, no sólo su
protección a las artes y las letras superó a la de sus contemporáneos, sino
que mostró un interés personal y activo por los nuevos estudios y la producción
artística Prueba de ello es su papel en la reconstrucción de la abadía de Fiésole, dende Vercelli nos cuenta que Cosme quiere
maestros rápidos y hábiles que erijan la iglesia y la casa como él quiere. En
su conjunto puede señalarse que manifestó hacia el arte una actitud cautelosa,
al igual que había hecho a lo largo de su carrera política. Así se explica la incorporación de Michelozzo como arquitecto
oficial, cuya obra viene a simbolizar una evolución sin sacudidas de la vida
cultural florentina.
En
el convento de San Marcos, Michelozzo parece aceptar
plenamente los elementos canónicos del clasicismo: en el claustro y en la
triple nave de la biblioteca, medida por una doble serie de arcos asentados
sobre columnas jónicas aisladas, es, sin embargo, más
correcto ver un intento de apropiarse del nuevo léxico, más para enriquecer
una tradición consolidada que para cambiarla. Y en el palacio de la Via Larga, al preferir a Michelozzo frente a Brunelleschi, Cosme expresa el nuevo clima florentino en sus aspectos
ahora ya conservadores.
Frente
al compacto y estructural brutalismo brunelleschiano de la fachada del palacio Pitti, el almohadillado michelozzesco sólo desea parecer un difuminado
cromático, repetido en el patio por la superposición de las tres zonas —pórtico
con arcos, bíforas en muro ciego y pórtico con columnas arquitrabadas—
correspondiente a la estructura funcional de las tres plantas. Este planteamiento
nos muestra claramente un paso atrás en las temáticas del Humanismo, que
llevaba implícito el agotamiento de la carga innovadora que había
caracterizado a la arquitectura florentina a lo largo del siglo.
De
hecho, en los últimos 30 años del siglo XV, el arte
florentino abandona la trayectoria experimental y científica que había posibilitado
la configuración de un nuevo lenguaje plástico. Es fuera de Florencia donde
tiene lugar la investigación y desarrollo de nuevas alternativas lingüísticas.
La estancia de Alberti en Mantua y la marcha de Leonardo a Milán, pueden
tomarse como referencias de esta pérdida del carácter experimental del arte
florentino.
Los
artistas que asumen un papel hegemónico en la ciudad, como Botticelli o los
talleres de Verrochio, Pollaiuolo o Ghirlandaio, se orientan hacia una serie de
proposiciones al margen de los planteamientos racionalistas y experimentales
de la generación anterior. Y es en la configuración de nuevos
temas, como el del mito, acometido por Botticelli o Pollaiuolo,
o en el desarrollo de un nuevo sentido literario del discurso pictórico, como
el elaborado por Ghirlandaio, donde se concentra la
atención y los esfuerzos de los artistas.
El ideal de una vida bellaPedro
el Gotoso murió en 1469 —había tomado el poder en 1464 a la muerte de Cosme—
dejando dos jóvenes hijos: Lorenzo y Giulianno,
alrededor de los cuales giraba una pequeña corte de artistas e intelectuales,
tales como el filósofo Marsilio Ficino, Verrochio y
Botticelli y pronto Lorenzo comenzó a aspirar al poder. Su candidatura fue
mirada con recelo por buena parte de la clase dirigente florentina y en
particular por los Pazzi. Por eso tramaron su asesinato, que tendría lugar en
la catedral durante la misa de Pascua del año 1478.
En
el momento de la consagración, de acuerdo con una señal convenida, Giulianno fue herido de muerte. Mientras, Lorenzo, gracias
a sus amigos, lograba escapar. Cuando recuperó el poder, dio buena cuenta de
sus enemigos, asumió poderes casi monárquicos y aumento su control sobre el
conjunto de la población. Para ello, se hizo miembro de los Otti di Guardia, y de los Consejos de los Setenta y de los
Diecisiete, que creó, respectivamente, en 1480 y 1490 y a los que asignó el
nombramiento de todos los magistrados.
De
hecho, gobernó directamente Florencia y convirtió su régimen en un principado,
cuyas bases fueron reforzadas por su matrimonio con la heredera de una
vieja familia de la nobleza romana, Clarisa Orsini,
y por la elevación al cardenalato, en 1489, de su hijo Juan, el futuro León X.
Es lo más grande que he hecho jamás por nuestra casa, exclamó el Magnífico al
conocer la noticia. Había superado, por fin, sus orígenes burgueses y comerciales.
Al
igual que su abuelo Cosme, mediante la creación de una clientela afecta a su
persona, logró dominar la situación política y mantener alejadas de los
puestos de confianza a las personas peligrosas. Se ganó las simpatías de la ciudad en su conjunto, gracias a la
aparente prosperidad interior y a la paz exterior que acompañaron a los
últimos 14 años de su gobierno, y el brillo de las alianzas extranjeras
concertadas por él contribuyó no poco a realzar su popularidad. Aunque procuraba
evitar la ostentación y vivir como los demás grandes ciudadanos, en la
práctica era el gobernante de Florencia y su círculo, pese al escaso
protocolo existente, también tenía, con sus clientes y panegiristas, algunas de
las características de una corte principesca. Varias obras de arte lo
recejan muy bien.
La
adoración de los Reyes Magos, de Botticelli, es una obra famosa más que por su
originalidad, porque el pintor incorporó a sus personajes los rasgos de
algunos de los Médicis y sus allegados. Fue pintada para un altar de la familia
Lama —en Santa María Novela—, eminente en el gremio de cambistas y
en estrecha relación con los Médicis. En los tres reyes se puede reconocer a
Cosme el Viejo, Pedro el Gotoso y Giovanni de Médicis. Tras ellos se
articulan dos grupos de pie y bien diferenciados.
En
el de la izquierda, puede apreciarse entre otros a Lorenzo el Magnífico, con la
cabeza descubierta y una espada, Poliziano y Pico della Mirandola: al fondo y mirando al espectador, el
propio comitente. En el lado opuesto, Giuliano, asesinado en la conspiración de
los Pazzi, es reconocible en el joven de pelo moreno que observa la conversación
de los dos Reyes; le acompañan, entre otros, Filippo Strozzi,
Giovanni Argiropulo, Lorenzo Tornabuoni y el propio Botticelli, que cierra el cortejo y se dirige también al espectador. El
conjunto reúne todas las características de una recepción oficial, en la que
los Médicis ocupan el centro del mundo, flanqueados a la izquierda por los arcos
romanos —Occidente— y el pavo real a la derecha —Oriente—.
La
introducción de personajes reales en una composición histórica o religiosa —al
igual que ocurre en Botticelli— había sido
iniciada por Gozzoli en la capilla de. palacio
de los Médicis. Pero ahora se va a ir incluso más lejos al utilizarse la imagen
religiosa como soporte de la crónica visual de la época. Esto es lo que ocurre
en dos obras de Ghirlandaio—1449-1494—:
la serie dedicada a la vida de San Francisco para la capilla Sassetti en la iglesia de la Trinidad, y el ciclo de la
capilla mayor de Santa María Novella, encargado por Giovanni Tornabuoni.
En
el primero de estos casos, los frescos fueron encargados en 1483 por el
poderoso Francisco Sassetti. director general de la banca
Médicis. Los asuntos son de leyenda franciscana permitiendo al pintor
situar a cada lado del escenario —como
en Las exequias de San Francisco— a grupos de espectadores que son retratos de
personajes activos de la Florencia de su tiempo, representados, según Vasari para
probar que su época era rica y floreciente en todo, sobre todo en las letras.
Allí están otra vez los Médicis y su corte.
Este proceso alcanza su culminación en otra serie de frescos. Los dominicos de Santa María Novella, queriendo sustituir los frescos ruinosos de Andrea Orcagna que decoraban la capilla mayor, solicitaron la participación de los grandes próceres de la ciudad. Fue Giovanni, tío de Lorenzo, quien encargó la decoración, inaugurada solemnemente el día 22 de diciembre de 1490. En
El nacimiento de la Virgen, el escenario de la composición es una transcripción
literal del interior de un palacio florentino con su decoración arquitectónica
y sus relieves de índole profana. Pero no es solamente el escenario el que pone
una neta laica y mundanal en el tema, sino la visita de Ludovica Tornabuoni a Santa Ana tras el nacimiento de María. Hierática,
elegantemente vestida, aristocráticamente distante, la hija del mecenas, con
su cabellera rubia cayendo sobre los hombros, representa adecuadamente el
ideal de belleza femenina entre las clases dirigentes de la sociedad
florentina de finales de siglo.
En
la pared de enfrente, Francesca Sassetti, que asiste
al nacimiento de San Juan Bautista acompañada de dos dueñas y una sirvienta,
corrobora esta opinión. En otro recuadro, un grupo formado por Giovanna degli Albizzi y dos acompañantes
asiste a la escena de la Visitación. Giovanna —la bella Vanna de la colección Thysssen— estaba casada con Lorenzo Tornabuoni, hermano de Ludovica. Fue una aparición meteórica de exquisita belleza. Tenía sólo
veintitrés años cuando murió de su tercer parto el año 1488.
Lorenzo
era en un aspecto inferior a su abuelo. No tenía ningún talento
comercial y, después de permitir que los negocios bancarios de los Médicis se
hundieran en el desorden, cayó virtualmente en bancarrota, al paso que sus
gastos personales no dejaban de aumentar. Esta situación no dejaría de influir
en sus proyectos arquitectónicos, muy escasos; el más importante, la villa de
Poggio a Caiano, no pudo verla terminada al morir
antes.
Merece
la pena detenerse brevemente en este edificio, por tratarse de la culminación
de las experiencias que se habían producido a lo largo del siglo sobre el
concepto moderno de villa como lugar de ocio y placer partiendo desde el
primitivo de fortaleza. Ejemplos de esta trayectoria los podemos encontrar en
la posesión de los Médicis en Caffagiolo, en el
Mugello, remozada antes de 1451 por Michelozzo por
exigencia de Cosme, o en Trebbio o Careggi, que el citado arquitecto agrandó añadiéndole alas.
En
el caso de Poggio a Caiano (1480-85), la misma
elección de su ubicación supuso un avance notable. La villa se asienta sobre
el último peldaño de terreno antes de que la ondulación del paisaje de colinas vaya
descendiendo lentamente hacia el Arno. En consecuencia, Giuliano de Sangallo—1445-1516— se vio obligado a utilizar un basamento sostenido por una
galería de arcadas sobre pilastras, para establecer una sólida relación entre
el dorso de la colina y el bloque de la villa.
Sobre
dicha planta se dibuja un puro volumen geométrico; su disposición es casi
cuadrada y apa- rece centrada por un gran salón transversal de dos pisos de
altura. Los cuatro vestíbulos que preceden a este salón dibujan una cruz
griega que, a su vez, dejan libres cuatro
espacios cuadrangulares para las diversas cependencias.
Traduce una marcada nota de simplicidad rústica que se convierte en expresión
de una más sutil y sofisticada elegancia mediante la inesperada inserción del
tímpano clásico.
El
programa general del edificio no es otro que la santificación de la vida en el
campo. Se trata de una santificación laica, ajena al espíritu cristiano. Por
ello se recurre a formas procedentes de la arquitectura religiosa romana como
el pronaos o la cúpula, que adquieren, en este nuevo contexto, una
significación diversa a la original. La significación del conjunto se hace más
clara si atendemos al friso en mayólica; decora el pórtico de la entrada, y su
significado no es otro que el de simbolizar los ciclos del tiempo. Poggio
constituye, en última instancia, una síntesis de lo que el humanismo neo-platónico consideraba como ideal de otium,
un retiro de la vida cotidiana, que ve en los ciclos de la naturaleza una de
las manifestaciones más perfectas de la divinidad. Cabe entender así la
mención de Poliziano en el poema latino que celebra
la gloria de Lorenzo el Magnífico.
Lorenzo el MagníficoMás
que crear una nueva cultura, Lorenzo representó algunas de las principales tendencias
y problemas de la civilización intelectual y del sistema político de Florencia
en la segunda mitad del siglo. Sus dotes literarias y sus aficiones intelectuales, así como su capacidad para simultanearlas con una vida de
constante actividad política, correspondían al ideal del humanismo florentino.
Resulta significativo el hecho de que, en las Disputaciones camaldolenses de Landino, de alrededor de 1475, Lorenzo aparezca como defensor de los
valores cívicos y de un equilibrio armonioso de la vida activa y contemplativa
exigido por los primeros humanistas florentinos. Sin embargo, no es menos cierto
que al haber vaciado de contenido la Constitución de la república florentina,
despojó a sus ideas de gran parte de su significado práctico.
Sus
contemporáneos afirmaron que pasaba por ser un sabio entre los filósofos, por
un poeta original y gracioso entre los hombres de letras, entre los eruditos
por un griego y entre los artistas por un estela amante de la belleza, dotado
de un refinado discernimiento y un buen gusto consumado. Es suficiente estudiar
el inventario de sus propiedades, hecho en 1492 con motivo de su muerte, para
darnos cuenta de su grandeza.
De
las obras que han llegado hasta nosotros, podemos reconocer las tres pinturas
citadas de Ucello de la batalla de San Romano y que
junto con una Adoración de los Magos en la que trabajaron Fra Angélico y Fra Filippo Lippi,
se encontraban en la cámara grande de la planta baja, llamada cámara de
Lorenzo. En la antecámara de la habitación adjunta, podía verse un San Jerónimo
y San Francisco en el desierto, que está ahora en el Lindenau Museum de Altenburg. Había
también un bajorrelieve de La Danza de Salomé de Donatello, probablemente el
del Museo Wicar en Lille. En la pequeña habitación
opuesta a la gran habitación había una escena en bronce sobre la chimenea con
varios jinetes dispuestos para la batalla, que no es otra que el bajorrelieve
de Bertoldo di Giovanni, ahora en el Bargello.
Sobre
las puertas estaban los bustos de Piero y Giovanni di Cosimo por Mino de Fiésole, ahora también en el Bargello. En la habitación de Giuliano había bronces como
el desnudo representando el temor, ahora atribuido a Pollaiuolo,
la conocida corno Crucifixión de Bertoldo y el Hércules y Anteo,
completamente de bronce, de Pollaiuolo. La obra de
Botticelli Palas y el Centauro, es probablemente idéntica a la descrita en el
inventario y conservada en la habitación de Piero, y
el Enterramiento de Roger van der Weyden,
la que fue a parar a la capilla de la villa Médicis en Careggi.
La
pintura de Van der Weyden y
otra de Nicolás Frornent—La
resurrección de Lázaro—, muestran que los Médicis se interesaban por el arte producido
más allá de Florencia. El inventario contiene referencias a trabajos de otros
extranjeros, tales como Giovanni di Bruggi—Jan
van Eyck— y Piero Cresli di Bruggi —Petrus Christus—.
Han sido quizá destruidos. Entre los artistas no florentinos, Squarcione es recordado como el autor de un tabernáculo en
la habitación de Lorenzo y de otro trabajo: Judith con la cabeza de Holofernes.
Otros ejemplos podrían ser añadidos a los ya citados.
El
inventario incluye también referencias a muchos vasos de pietra dura o cristal, algunas veces adornados con joyas. Pero, o bien porque sus
engastes han sido alterados o retirados, o porque con la documentación que nos
ha llegado no pueden ser identificados con detalle, no es fácil determinar
cuáles están presentes entre los numerosos objetos conservados hoy. Tenemos,
en cualquier caso, un grupo que proviene de las colecciones de Lorenzo.
Comprende 16 vasos con su nombre LAUR MED grabado en su cuerpo, y son
especialmente bellos. Otros seis todavía permanecen en el tesoro de San
Lorenzo: fueron convertidos en relicarios por orden de Clemente VII, que los
donó a la basílica. Sus elegantes formas combinadas con metales exquisitos,
producen un efecto sorprendente.
Otro
aspecto del gusto de Lorenzo por los camafeos e intaglios,
la mayor parte engastados en oro, es la colección que se iba incrementando con
los ejemplares antiguos que se iban descubriendo y él afanosamente adquiría, y
aquellos otros, salidos de las manos de los artífices contemporáneos que él
apoyó. Algunas de estas joyas antiguas están ahora en el Museo Arqueológico de
Florencia, y las del siglo XV se encuentran en el Pitti. Pero la mayoría se
conserva en el Museo Nacional de Nápoles, provenientes de la colección Farnesio
y de algunas otras francesas e inglesas.
Por
los datos apuntados más arriba, puede entreverse que la cultura florentina en
la época de Lorenzo estaba caracterizada por una continua interferencia entre
las distintas especializaciones, perteneciendo la clave del equilibrio general
más bien a la literatura que a las artes visuales. El distanciamiento que se
iba produciendo entre el pensamiento humanístico y las responsabilidades
civiles iba siendo cada vez mayor, por lo que el interés de los escritores se
encauzaba hacia la especulación y la pura invención. No es de extrañar pues que Alamanno Rinuccini, en su
Diálogo sobre la libertad, de 1479, considerara el retiro
a una vida de contemplación filosófica como una respuesta a la decadencia de
las instituciones republicanas y los valores cívicos.
El
resurgimiento platónico de la segunda mitad del siglo contribuiría a fortalecer
estas actitudes, desempeñando un papel fundamental en esta tarea Marsilio Ficino —1433-1499-. Marsilio entró a los 18 años en la casa de los
Médicis y se dedicó a estudiar griego para estar en condiciones de traducir a
Platón al latín. Cosme le encargó la traducción de los Diálogos de Platón, y
al término de esta obra, hacia 1468, compuso el Comentario sobre el Simposio —1469— y su obra principal, la Teología platónica, en 1474. Así fue cómo, poco a poco,
organizó un círculo de amigos y de discípulos a los que reunía en la tranquila
calma campestre de Careggi. Ficino llamó Academia a
su villa, y él y sus amigos soñaban con un renacimiento de la escuela
platónica y celebraban el aniversario de Platón con un solemne banquete. En su
carta a Jacopo Bracciolini,
traza Ficino una animada descripción de estas fiestas.
La
Academia constituyó un centro cultural importante que atrajo a Lorenzo
y su círculo, así como a eminentes sabios italianos y extranjeros, de los cuales
el más importante fue Pico della Mirandola. Este se
presentó en Florencia en 1484 y fue descrito así por Poliziano:
La naturaleza parecía haber prodigado a este hombre, a este héroe, todos sus
dones. Era alto y esbelto; en su rostro parecía brillar un resplandor. De
inteligencia aguda y dotado de una memoria portentosa, era infatigable en los
estudios, lúcido y elocuente en su estilo. Quien le conociera, no sabría decir
qué le enaltecía más, si su talento o sus virtudes. Se hallaba familiarizado
con todas las ramas de la filosofía, dominaba varias lenguas y era en todo
superior a cualquier efugio que de él pudiera hacerse.
Las doctrinas de los neoplatónicos ampliaron losbhorizontes culturales de la élite intelectual florentina, y suscitaron ideas y especulaciones que tenían poco en común con los objetivos literarios, históricos y políticos de los primeros humanistas. La doctrina metafísica de Ficino acerca de la inmortalidad del alma; su teoría del amor como principio sustentante del universo y su intento de reconciliación con la teología cristiana, trascienden las miras filosóficas de hombres como Salutati o Bruni, que se limitan primordialmente a la ética. Pero al tratar de hacerse universal y católica, la cultura humanista se desprendía de sus energías, vivas aún, de su marco ciudadano y de sus problemas más concretos. La separación que establecía entre la religión de los doctos y la del pueblo iba a la par con el desinterés de algunas grandes familias por el estancamiento de la economía y el retroceso del republicanismo ante el empuje mediceo. La
dualidad mencionada se aprecia muy bien en algunas obras de Botticelli —1445-151— como en La primavera, de hacia 1478, y realizada para la villa de
Castello, de Lorenzo y Giovanni de Pierfrancesco de
Médicis. Su significado —dictado por Poliziano: el triunfo
exultante del humanismo alegorizado por la Venus humanitas— quedará claro sólo para los filósofos o incluso para los iniciados: pero todos pueden captarlo en la amenidad del bosquecillo y el
prado florido, en la atrayente belleza de los cuerpos y de los rostros, en el
fluir de las líneas, en los delicados acordes de los colores. Si el valor de
los signos no es ya encuadrar y explicar la realidad sino, por el contrario,
superarla, caen todos Los factores de conocimiento positivo que se habían acumulado
en el arte florentino de la primera mitad del siglo. Desaparece la perspectiva
como estructura del espacio, la luz como realidad física, la búsqueda de la
masa y el volumen como concreción de las cosas y del espacio.
El
neoplatonismo era pues una filosofía de la crisis: crisis de los grandes
valores afirmados por el humanismo desde comienzos de siglo, pero también de
las grandes aspiraciones políticas y culturales de Florencia. Lorenzo el
Magnífico, para hacer frente a sus gastos de prestigio y sostener su política
de diplomacia armada, confundió su fortuna personal y la de su Estado, y dejó
a su muerte, en 1492, una situación desesperada a su hijo Pedro el
Desafortunado.
A
resultas de la quiebra que llevó a la ruina de sus empresas, este último
abandonó Florencia en 1494 bajo la presión del pueblo, soliviantado por Savonarola ante el anuncio de la llegada de las tropas de
Carlos VII.
La
intervención extranjera cambiaría el devenir italiano de manera profunda. Además, una economía tan internacional como la
florentina no podía dejar do acusar los grandes cambios que se producían en el
panorama europeo. En el terreno de las artes y las letras, se hablaba ya otro
lenguaje: Venecia y, sobre todo, Roma están en camino de usurpar la
supremacía a Florencia, y el éxodo de sus grandes artistas no hace sino
confirmarlo. Una brillante etapa de su historia había concluido para la ciudad
toscana.
|
BIOGRAFIA DE LEONARDO DE VINCI |